La Casa de los Susurros

Elaborado por: Pérez Martínez Marely Joselyn.


En el pueblo de San Gregorio, había una casa que todos evitaban. Era una estructura antigua y desmoronada, conocida como «La Casa de los Susurros». Se decía que aquellos que se aventuraban a entrar, nunca salían igual. Nadie sabía a ciencia cierta qué ocurría dentro, pero todos conocían a alguien que juraba haber oído los susurros, voces apenas audibles que te llamaban por tu nombre.

María, una joven que no teme a los peligros y, que mucho menos acepta todo lo que se dice, decidió investigar. La historia de la casa le parecía un cúmulo de supersticiones y leyendas urbanas. Una noche de luna llena, armada con una linterna y su curiosidad, se dirigió a la casa.

Al cruzar la verja oxidada, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La puerta principal estaba entreabierta, como si la casa esperara su llegada. Al entrar, un hedor a humedad y moho la envolvió. Las tablas del suelo crujían bajo sus pies, y el eco de sus pasos resonaba en la oscuridad. Encendió la linterna y la luz reveló paredes cubiertas de moho y arañas que tejían sus redes en cada esquina.

A medida que avanzaba por el pasillo principal, los susurros comenzaron. Eran voces suaves, apenas un murmullo, que parecían provenir de todas partes y de ninguna en particular. María trató de seguirlas, pero se dispersaban en cuanto intentaba localizar su origen. Subió las escaleras, que crujían y gemían con cada paso, hasta llegar a una habitación al final del pasillo.

Dentro, encontró un viejo espejo de cuerpo entero. Era extraño, ya que el resto de la casa estaba prácticamente vacío. Al acercarse, notó que el espejo estaba cubierto de una capa de polvo tan gruesa que apenas reflejaba su imagen. Limpió una pequeña sección con la mano y, al mirar su reflejo, vio algo que la hizo retroceder horrorizada.

Detrás de ella, en el espejo, había una figura oscura. No podía distinguir sus rasgos, pero sentía su presencia malévola. Giró rápidamente, pero no había nadie allí. El corazón le latía desbocado mientras volvía a mirar el espejo. La figura seguía allí, más cerca ahora, con un brazo extendido hacia ella.

Los susurros se volvieron más insistentes, más claros. Ahora entendía lo que decían. «Ven con nosotros», repetían, una y otra vez. María quiso correr, pero sus piernas no respondían. Era como si algo la sujetara en su lugar. La figura en el espejo estaba casi sobre ella. Sintió un frío intenso, una presencia que la envolvía. Con un último esfuerzo, cerró los ojos y gritó.

Cuando los abrió, estaba sola en la habitación. La figura había desaparecido, pero los susurros continuaban, ahora dentro de su cabeza. María salió corriendo de la casa, pero los susurros no se detuvieron. Desde esa noche, nunca volvió a ser la misma. La gente del pueblo notó el cambio en ella, sus miradas ausentes y su constante murmullo.

Al final, María se convirtió en otra leyenda del pueblo, una advertencia para aquellos que quisieran desentrañar los misterios de «La Casa de los Susurros». Nadie más se atrevió a entrar, y la casa permaneció, vigilante y silenciosa, esperando a su próxima víctima.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS