Estoy encerrada en un laberinto, dando vueltas en redondel. Creo que llegó el momento de reconocer que me encuentro estancada en su recuerdo, completamente perdida. Malgasto tinta negra y papeles blancos, escribiendo un centenar de textos que siempre tienen como destinatario el mismo nombre y apellido.

Invento en mi cabeza un sinfín de preguntas que no tienen respuesta mientras gasto la punta de mi lápiz al escribir estas líneas. Las verdades me atormentan y, para que no me hieran tanto, elijo reconocer algunas que no sean tan letales. Por ejemplo, reconozco que aunque haya probado otros besos, me gustan más sus labios. Pero me niego rotundamente a reconocer que ya no volveré a tener esa dicha de estar a su lado.

El silencio me invade. Comienzo a hablar sola. Miro hacia atrás y me doy cuenta que los recuerdos que tengo con usted se encuentran desgastados. De un tiempo a esta parte, recuerdo más lo que sentí que lo que en verdad pasó. Continúo reconociendo verdades. Esta vez me toca admitir que no poder olvidarlo me frustra.

Abatida, miro el reloj. Llegó la hora de reconocer mi derrota. Jamás creí caer vencida a los pies de un hombre que, meses atrás, me pedía a gritos que le rompiera el corazón y que ahora lo único que sabe hacer es ignorar o responder algunos mensajes gracias a la fuerza de mi insistencia.

Pasarán los días y yo seguiré compartiendo esas canciones que me gusta escuchar cuando me visita su recuerdo. Pasarán las semanas y yo seguiré escribiendo textos en su honor para sentirme un poco más cerca suyo. Pasarán los meses y yo seguiré deshojando mi calendario, esperando con ansias el día en que podamos volver a incendiarnos juntos.

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