Mi vida… Un claustro ordenado por la sociedad.

«Gordita» era el nombre que resonaba en los pasillos del colegio,

Los niños que me etiquetaban así, conocían el poder de sus palabras, como cuchillos afilados que cortan el alma, dejando cicatrices invisibles pero profundas.

«Gordita», un término de cariño según mamá,

Mientras mi tía me miraba con desprecio y asco, como si fuera un monstruo digno de repulsión, como si mi mera existencia fuera una afrenta a su idea de belleza y perfección.

Pero «GORDITA» para mí fue más que solo la expresión de asco hacia mis curvas.

«Gordita» fue un apodo que acumulaba golpes, pobrezas y abusos que sufrí desde pequeña.

En él solo escuchaba odio, odio hacia mí, hacia mis imperfecciones, hacia mis fallos.

Odio por no poder sacar un cinco en matemáticas, por no ser la niña perfecta que todos esperaban.
¡ODIO!
ME ODIABA…
Y así pasé mi infancia, con ese apodo adherido a mí como una sombra oscura que eclipsaba mi existencia, que me recordaba constantemente que nunca sería suficientemente buena, suficientemente bonita, suficientemente digna de amor.
Era solo una niña, luchando por aceptar mis curvas,
Pero en lugar de amor, solo encontraba odio hacia mí misma, como si cada centímetro de mi piel fuera un motivo de vergüenza y desprecio.
Por mi apariencia, por ser diferente, por no encajar en el molde impuesto por la sociedad, por no ser la imagen perfecta que todos esperaban ver.

Mis lágrimas brotaban en la oscuridad, como un torrente desbordado que ahogaba mi corazón, dejando solo vacío y dolor a su paso, como si cada lágrima fuera un recordatorio de mi propia insignificancia.

¿Y si soy más que «gordita»?
¿Y si tengo más valor…?
¿Acaso mis talentos no eran suficientes?
Quizás eran inexistentes, tal vez solo una ilusión efímera, una mentira que me contaba a mí misma para poder seguir adelante.
Quizás dibujaba, tratando de plasmar en papel el dolor que me consumía, la angustia que me ahogaba, la desesperación que me consumía por dentro.
O quizás escribía, buscando refugio en las palabras que nunca encontrarían su voz, que nunca serían suficientes para expresar el tormento que habitaba en mi alma.

Quizás…

Nada…

No sobresalía en nada,

Era como si el destino se burlara de mí, jugando cruelmente con mis sueños rotos, con mis esperanzas destrozadas, con mi corazón hecho pedazos.
Recuerdo la soledad, pegada a mí como una sombra eterna, susurrándome al oído que estaba destinada a la insignificancia, que nunca sería suficientemente buena, suficientemente digna de amor, suficientemente feliz.
¿Y si hay alguna solución o soy solo…
Solo
Nada?
Y así, tan solo así, la inseguridad y la soledad se apoderaron de mí, como garras afiladas que se clavan en lo más profundo de mi ser, devorando cualquier atisbo de esperanza, cualquier destello de felicidad, cualquier sueño de un futuro mejor.
Cuando te miran con desprecio por tu cuerpo,
Solo te queda buscar algo más para destacar,
Pero yo…
Yo no tenía nada.

Así crecí, siendo «Gordita».

O «pareja de cuerpo», como dicen mis amigas, tratando de cubrir con palabras de consuelo las heridas que nunca sanarían, para no lastimarme más de lo que ya estaba, para no abrir de nuevo las cicatrices que nunca se cerrarían, para no recordarme una vez más que nunca sería suficientemente buena, suficientemente bonita, suficientemente digna de amor.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS