Mientras sus amigos bromeaban, y se vanagloriaban de lo que estaban por hacer. Carlos no podía dejar de preguntarse ¿por qué chingados iban hacer lo que estaban por hacer? Bueno, sabía el porqué; por la apuesta de Pedro, quien, si bien en un inicio iba a entrar solo, Esteban no quiso quedarse atrás, y se apuntó sin siquiera pensarlo, declarando que era una aventura que no pensaba perderse ¿qué podía hacer él entonces? ¿hacerse a un lado? ¿no decir nada, y dejar abajo a sus amigos? Sabía que ninguno de los dos se molestaría si decidía quedarse afuera, pero ellos nunca lo habían dejado abajo, desde primer año hacían prácticamente todo juntos, sobre todo él y Pedro, pues Esteban se les unió hasta tercer año, aunque desde el primer momento encajó con ellos perfectamente. Eran un tres por uno, a donde iba uno, marchaban los otros dos. Si alguien tenía bronca contra cualesquiera de su pequeña manada, tenía que abrir espacio para dos más. Desde luego no es que fueran unos boleros, y se lanzaran los tres contra uno. Cuando se trataba de una pelea, simplemente se limitaban a apoyar a quien le tocara pelear, aunque eso solo había pasado en un par ocasiones, y en la mayoría de ellas fue Esteban quien tuvo que enfrentarse a los golpes, cortesía de esa bocotá que no sabía mantener cerrada. Aunque, había que decir a favor de su amigo que sus desafortunados comentarios solían ser bastante atinados. Su amigo tenía el don de saber cómo hacer enojar a la gente.
—¿todo chido, Charlie? Andas muy callado. Miedito, o ¿qué?—preguntó campante Esteban.
Claro que tenía miedo, si fuera por él estarían en la plaza en aquellos momentos, como la mayoría de la gente en Santa Catrina, en lugar de caminando hacía el panteón a las nueve de la noche. Contrario a Pedro y Esteban, el miedo se imponía sobre la adrenalina en él. Desde luego que sentía cierto interés por ver lo que sucedía tras un panteón durante la noche, pero como le había dicho su madre; “había cosas que era mejor no enterarse”. Por algo debían de cerra en la noche, pensaba Carlos con todo el razonamiento, y conocimiento que poseía a sus casi doce años.
—cierran para que los borrachos, y la gente sin casa no se metan a dormir—aseguró Esteban con su despreocupada actitud, cuando trató de convencer de que ¿tal vez? no era tan buena idea irrumpir en un cementerio durante la noche -o es lo que dice mi carnal-aclaró, encogiéndose en hombros.
Aquella fue una respuesta poco convincente, por no decir nada. No obstante, Charlie no se atrevía a dejar a sus amigos abajo. Si ellos entraban, él lo haría, no había más que discutir, no porque pensara que de no hacerlo dejarían de ser sus amigos, si con alguien podía mostrar su cobardía sin temor a ser juzgado era con Esteban y Pedro. Algo un tanto irónico, teniendo en cuenta que nunca se sentía más seguro que al estar con sus amigos. No obstante, al ver el cementerio, levemente iluminado por una solitaria lampara a la derecha, comenzó a sentir cierta incomodidad en su interior (la voz del miedo susurrándole) la cual al parecer le era imposible disimular.
—Nos puedes aguantar afuera, Bato. No hay pedo—sugirió Pedro, notando el claro nerviosismo de su amigo.
Carlos sonrió tímidamente. Apreciaba las palabras de Pedro, sabía las decía sin la intención de hacerlo sentir mal, por el contrario, su amigo parecía sinceramente preocupado. Tal como Esteban, quien, si bien no dijo nada con un simple asentimiento de cabeza, dejó claro que tampoco le importaba si decidía quedarse afuera. El problema era, que a él si le importaba, no quería ser el cobarde del grupo, no porque le importara lo que pudieran a llegar a decir los demás, sino porque no quería sentirse excluido del grupo, no quería perderse de aquella aventura de la cual hablarían en la escuela por largo tiempo, incluso cuando ellos ya estuvieran en secundaria.
—¡ya vienen!—exclamó Tavo, parte del sequito de Martín.
El resto de los asistentes, los cuales debía de ser poco más de veinte, se giraron para mirar a los tres amigos, las estrellas de aquella de noche. La mayoría de la concurrencia eran alumnos de sexto grado, sus compañeros, aunque también había varios de quinto, y uno par de cuarto año.
—¿apenas los dejó salir mami,? O ¿qué?—preguntó Martín con esa arrogante actitud de superioridad, que le daba su enorme tamaño, incluso para alguien que debía de estar cursando ya el primer año de secundaria.
—apenas nos dejó salir tu mami—respondió Esteban con un burlesco tono. Haciendo gala del ingenio verbal del que se sentía tan orgullos, a pesar de todos los problemas en que lo metía.
—chinga tu madre—bramó Tavo, quien parecía mucho más ofendido que el propio Martín.
—no le hagas caso, Tavo. Los más hocicones, son los más culos—replicó Martín desenfado una desdeñosa sonrisa.
—culo tú, que no te quieres meter—esta vez fue Pedro el que hablo. Sin lugar a duda, Martín era alguien enorme para su edad, el alumno más grande de su escuela, en peso y tamaño, por lo que estaba prácticamente destinado a ser el bravucón de la primaria. No obstante, en lo que a Pedro respectaba no era nada más que un gordo hablador, y claramente idiota, puesto que había tenido que repetir el quinto grado, y algo le decía que terminaría por pasar lo mismo con sexto.
—yo, ya me metí—se defendió el bravucón de la primaria Ignacio Ramírez—y solo, no acompañado por mis amiguitas.
¿Se suponía que aquel era insulto? Pedro sonrió ante los pobres intentos de Martín de provocarlo. Sí, claro, Martín había entrado ya al panteón de noche, o cuando menos eso es lo que no dejaba decir, puesto que convenientemente no había estado nadie presente al momento de su supuesta hazaña, excepto por Tavo. Sin embargo, Pedro estaba casi seguro de que de cualquier cosa que dijera el bravucón su fiel lacayo estaría para confirmarla sin importar lo absurda que pudiera resultar. Martín podía asegurar haberse enfrentado a un dinosaurio, y Octavio estaría a su lado para declarar que él había sido testigo de semejante evento.
—es lo que dicen tú, y tu novio—Esteban era más susceptible a caer en las provocaciones, no porque se sintiera realmente insultado, sino porque le divertía sacar a la gente de sus casillas, sobre todo a los idiotas como Martín
Le va a soltar un vergazo, pensó Carlos al ver la furiosa expresión que ensombrecía la cara de Martin, a la par que apretaba los puños. Esteban, y Pedro también lo creyeron, durante unos breves segundos se estiraron como un chicle, tensos, listos para la pelea, al igual que Octavio, y el resto del sequito del grandulón. No obstante, para sorpresa de todos, incluido el público, Martín relajo sus manos, y cambio su ceñuda expresión por una ligeramente jovial.
—alguien quiere quedarse de una vez en el panteón—sentenció Martín con voz hueca, hablando más para sus amigos que para el objeto de su amenaza.
—ya, chingado—intervino Pedro, con la firme intención de no dejar que Esteban continuara incitando a Martín, no porque tuviera miedo de enfrentarse al gordo y sus amigos, sino porque de verdad estaba emocionado, realmente quería entrar en el panteón, y ver con sus propios ojos si lo contado por su abuela era cierto-yo vine al panteón. Si quieren quedarse chismorreando, es su pedo.
No se molestó en esperar una respuesta, decidido, se abrió paso entre la muchedumbre, comenzando por Martín y sus secuaces. Impulsivo, así lo había llamado su tía Rosa en infinidad de ocasiones. En realidad, le dijo; muy impulsivo, pero para Pedro no existía diferencia alguna. Sus amigos por otro lado se limitaban a llamarlo sencillamente; “pinche loco”. Fuese como fuera, los apodos que pudieran tenerle no era algo que preocuparan a Pedro, además de que tanto sus amigos, como su tía lo hacían sin la menor intención de ofenderlo. Desde luego que existían ocasiones en que él mismo se reclamaba por no pensar antes de actuar, pero era un sentimiento que no tardaba demasiado en desaparecer, eso si es que hacía siquiera acto de presencia. Cosa que desde luego no ocurrió en aquel momento. Lo único que Pedro quería hacer era entrar al panteón, y no tanto por la apuesta, que al final era lo que menos le importaba, sino por la aventura que aguardaba tras aquellos inmensos muros. Sobre todo, en una fecha como aquella.
—es el día en el que los que se nos adelantaron, vuelven a nuestro mundo—le había contado su abuela—regresan para estar con nosotros. No todos podemos mirarlos, pero si prestamos un poquito de atención podemos sentirlos-le aseguró con una anhelante sonrisa, y un acuoso brillo en los ojos.
Pedro no creía haber sentido nunca la presencia de ningún fantasma, aunque no tenía la menor de idea de cómo es que se sentía semejante cosa. Sin embargo, si lo que su abuela le había dicho era verdad, suponía que el entrar en un panteón en la noche de un día muertos era una oportunidad que no podía dejar escapar. Si realmente volvían los muertos aquel día ¿dónde más debían de aparecer? ¿en qué otro sitio tenía alguna oportunidad de mirarlos, o por lo menos? “El camposanto”, lo llamaba su abuela, un nombre mucho más imponente para el comúnmente llamado panteón.
Envalentonados, como siempre que estaban juntos, Esteban y Carlos siguieron a Pedro (el líder no oficial) que se abría paso hacía el viejo tronco que salía de la pared del cementerio. Esteban no dejó de espiar Tavo, era más que sabido que al cabrón le gustaba soltar chingadazos a la mala. Al contrario que Martín, quien, aunque le caía mal, siempre peleaba de frente, con previo aviso, con una engreída actitud, aunque seguramente cualquiera con esa talla actuaria de la misma manera. “Ese cabrón es un bestia” había dicho su carnal luego de verlo un día, quien siendo incluso tres años mayor que él era ligeramente más pequeño que el bravucón de su escuela. Un bravucón con el que afortunadamente no había cruzado nada más que palabras, aunque por las palabras que acaba de dedicarle eso era algo que pronto cambiaría para mal. “mala suerte, carnal. Pero, ahí andas de pinche hocicón” remilgó la molesta voz de su hermano en su cabeza, la cual, para no variar, tenía la razón. Pero ¿y qué? Ya estaba hecho, no sería la primera, ni la última vez que su bocotá lo metía en problemas, estaba más que resignado, acostumbrado a ello, incluso se podría decir que disfrutaba de ello, no de los problemas, desde luego que no, sobre todo cuando las cosas acaban a los golpes, pero si disfrutaba decir lo que venía en gana, sin importarle de quien se tratara.
Si bien una parte de Carlos había esperado una especie de intervención divina que les impidiera entrar al cementerio, sabía que incluso, si se llegaba a dar esa remota posibilidad, al final no sería nada más que una prórroga de lo inevitable. Cuando algo se metía en la cabeza de Pedro la única manera de sacarlo era haciéndolo
—ese amigo tuyo, es un pinche terco cabezón—le dijo su madre en más de una ocasión, incluso se lo decía a Pedro, quien parecía disfrutar de aquel apelativo tanto como el de “pinche loco” que le decían él y Esteban
Carlos lo admiraba por esa inquebrantable persistencia. No era algo que se atreviese a decirle, incluso a veces se sentía un poco avergonzado del sentimiento, pero trataba de demostrárselo acompañándolo en cada una de sus travesías. Como cuando habían saltado a la casa de narcos supuestamente abandonada, una mentira que no los tomó más que un par de segundos descubrir. Apenas aterrizaron del otro lado su corazón comenzó a latir desbocado, al darse cuenta de que aquella propiedad estaba lejos de encontrarse abandonada. Sintió una enorme carga caer sobre su cuerpo, como si de la nada su peso se hubiese duplicado, quería trepar de regreso y correr a casa, pero ¿y si lo escuchaban moverse? Parecía que no los oyeron caer, cosa por la que se sintió agradecido, sin embargo, en ese momento estuvo seguro de que el menor movimiento atraería la atención de aquellos hombres a más de cincuenta metros de distancia, pues para su suerte la propiedad resultó ser mucho más grande de lo que aparentaba por la fachada. Únicamente se trataron de unos cuantos segundos, ni si quiera medio minuto lo que tardó en reaccionar, o lo hicieron reaccionar, pero fueron los segundos más largos de su vida. Fue Pedro quien se encargó de regresarlo al mundo, tirando de su playera, indicándole que trepara sobres sus hombros para poder salir, pues la pared era demasiado alta, y no había nada cerca que pudieran usar como punto de apoyo, cosa que ni siquiera pasó por la cabeza de Charlie hasta que estuvo de regreso en la calle junto a Esteban, cayendo en cuenta de que habían dejado a su amigo solo. Los segundos volvieron a sentirse eternos mientras esperaban a Pedro “¿por qué chingados lo había dejado solo?” La culpa lo comenzó a carcomer de tal manera que estuvo a nada de volver a trepar esa pared por tercera vez e ir en busca de su amigo, sin embargo, su Pedro apareció sonriente bajo la sombra de un árbol a un par de metros a la izquierda por donde él y Esteban habían salido, pegando un ágil salto para reunirse con ellos. Todos los presentes, los cuales eran bastantes puesto que esto había ocurrido luego de terminadas las clases, quisieron saber lo que había pasado, y aunque realmente no había sido demasiado, solo habían visto a un montón de hombres extraños (con lo que a Charlie le pareció una muy mala apariencia) haciendo ¿dios sabría que cosa? Se deleitaron contando su breve travesía durante los siguientes días, siendo desde luego Pedro el innegable protagonista, y quien recibía los mayores vítores por haber sido el último en salir, algo que, aunque su amigo lo negara parecía gustarle, disfrutaba la atención de la gente, contar la historia una y otra vez, añadiendo algún pequeño detalle, como que estaba seguro de que lo habían visto salir, para después decir que escuchó como le gritaban o incluso que los había visto sacar armas. Tales contradicciones acarrearían la inevitable duda de los demás a tal punto que quienes no estaban presentes al momento dudaron de que siquiera hubieran entrado realmente, situación que Pedro parecía disfrutar tanto como la aclamación. A charlie no le gustaba especialmente demasiado ninguna de ellas, prefería pasar desapercibido, todo lo contrario, a sus dos mejores amigos, quienes en definitiva gozaban de la atención, afortunadamente él siempre conseguía mantenerse un tanto rezagado, estaba al lado de sus amigos, pero nunca era el protagonista. Los acompañaba, pero no los dirigía, esa labor solía quedar en manos de Pedro el 99% de las ocasiones, como lo era aquella noche en que los guiaba dentro del panteón de Santa Catrina.
El panteón de Santa Catrina era un vieja, aunque recién restaurada en su fachada, construcción que se imponía a las afueras del pueblo en el costado oeste. Un campo de maíz que para esas fechas no era más que un árido terreno se encontraba a la derecha del cementerio, a unos siete metros de distancia, separados por un empedrado camino, que conectaba con San Fernando a poco menos de cinco kilómetros. A la izquierda, pegado al lugar de reposo para los muertos, estaba un terreno baldío en que los vecinos del lugar solían jugar las cascaritas, incluso los tres amigos (quienes no vivían cerca del sitio) habían llegado a jugar un partido en aquel terreno. Las casas más cercanas se localizaban de frente, a unos treinta metros, aunque en aquello momentos no se encontraba nadie en ellas. Tras el cementerio se encontraba una solitaria casa con las ventanas tapeadas por tablones, y una deteriorada puerta que a ratos se encontraba abierta, dejando entrever las penumbras de su interior. La puerta del camposanto era un rectángulo de oxidados barrotes (al parecer el presupuesto no había sido suficiente para darle una pintada) de más de dos metros y medio de altura, y casi un metro de ancho, claro que a esas horas la entrada estaba cerrada, por lo que nadie se molestó en acercarse.
La única manera de entrar era brincando la barda, y de igual manera solo había un punto donde se podía conseguir tal hazaña en aquella lisa pared de más de veinte metros de alto. Por el costado derecho, cerca de la mitad del cementerio, casi a ras de suelo, la naturaleza demostraba su poderío sobre la mano del ser humano abriéndose paso entre el muro con un árbol, el cual se alzaba hasta el filo de la cornisa. Claro que, llamarlo un árbol era condescendiente con aquel tronco seco en el que no crecía más que un par de ramas igualmente marchitas, muchas de las cuales parecían estar solo a una fuerte tormenta de resquebrajarse.
Pedro trepó ágilmente por el árbol, sin pensarlo, un par de ramas crujieron bajo sus pies, pero ninguna se quebró, aunque fue un detalle del que ni siquiera se percató, su mente estaba enfocada en lo que les aguarda dentro del cementerio. Fantasmas, … O ánimas, como decía su abuela, es lo que debía de haber adentro ¿qué otra cosa más podía haber en una noche como esa?
—van—apuró a sus amigos, girándose para mirarlos desde las alturas con una excitada sonrisa en el rostro. Llevaba días esperando ese momento, y hora que se encontraba sentado en la cornisa, con una pierna pendiendo hacia la calle y la otra dentro del camposanto, su ansiedad se multiplicaba por mil.
—a la orden, patrón—bromeó Esteban haciendo una pobre imitación de un saludo militar al llevarse los dedos índice y medio derechos a la frente.
Un poco más lento, pero de igual manera sin el menor inconveniente, Esteban subió con Pedro, evitando las ramas que creyó escuchar crujieron cuando subió su amigo.
El corazón de Carlos martilleaba en su pecho con mayor fuerza cuanto más ascendía, un ligero ataque vértigo lo acometió al escuchar que una de las ramas en las que había buscado apoyo chirreaba. Alarmado, detuvo su ascenso, aguantando la respiración, peleando por dominar su instinto de mirar hacia abajo, algo que consiguió cerrando los ojos, lo que no evitó que su cuerpo se estremeciera, y se viese cayendo al suelo, llevándose con él parte del vetusto tronco.
—sí aguanta, Charlie—le aseguró despreocupado Esteban. En tanto Martín y compañía no dejaban de gritar todo lo contrario, augurándole una pronta caída.
Tenía que seguir, se dijo Carlos, ignorando las palabras de los bravucones de abajo, confiando en la afirmación de su amigo. ¿qué más podía hacer?¿regresar? Eso sería incluso peor que el haber decido no entrar. Sus amigos lo esperaban, y aunque ciertamente desearía estar en cualquier otro lugar (¿por qué chingados tenía que ser un panteón?) También sentía una pizca de emoción por invadir el santuario de reposo de los muertos, el miedo seguía preponderando en su interior, pero con tantos años viviendo junto a Pedro y Esteban incontables aventuras le resultaba imposible no sentirse contagiado por ese espíritu aventurero de sus amigos, especialmente por el de su líder no oficial, quien llevaba días hablando de aquello, reiterando lo mucho que esperaba encontrarse con algún fantasma o aparición. El temor no era tan grande cuando estaban los tres juntos. Reptó a con sus amigos, ignorando tanto como le fue posible, las oscilantes ramas que se cimbraban casi tanto como sus extremidades. La imagen de él cayendo persistía en su cabeza una y otra vez, solo hasta que consiguió encumbrarse junto a Pedro y Esteban pudo despedirse de ella.
—¡ahuevo, pinche Charlie!—exclamó Esteban, palmeando a Charlie en la espalda-la neta pensé que sí ibas azotar, bato-bromeó con su amigo, quien estaba claramente nervioso, algo que estaba lejos de ser una novedad. Su amigo no era el más osado del mundo, pero nunca se rajaba.
—yo también—reconoció Carlos risueño, soltando un codazo a Esteban en el brazo izquierdo.
¡vámonos ya! Era lo único en lo que podía pensar pedro, admirando desde las alturas el camposanto, iluminado levemente por el mano estelar, y varias veladoras que descansaban en las tumbas de quienes decidieron honrar a sus muertos de aquella manera. El lugar era un amasijo de sombras dispares que se extendían por todo el terreno, algunas muchas claras que otras, pero todas sombreadas por las tinieblas. Ningún ánima, observó un tanto decepcionado, aunque esperaba que se encontraran ocultas entre la penumbra o que aparecieran mágicamente una vez que estuvieran dentro.
—sombras en la oscuridad—murmuró Pedro, entonando una canción que había escuchado con su primo Juan.
—¿qué pedo?—¿Pedro estaba cantando? Parecía una locura, pero todo el asunto lo era en lo que respectaba a Carlos.
—vamola ya—dijo Pedro, ajeno a la pregunta de Carlos
—va a ser un bue chingadazo—terció Esteban mirando la distancia que los separaba del suelo. Pensando sobre todo en él, quien de los tres era el más pequeño.
—el chingadazo vale madres—opinó Carlos, aunque estaba lejos de valerle realmente-¿cómo chingados vamos a salir?—preguntó a sus amigos.
—mmm—Esteban escudriñó el sitio tanto como le era posible desde su posición. La verdad era que ni siquiera había pensado en ello, pero ahora no podía dejar de hacerlo.
—la salida vale madre—En lo que respectaba a Pedro, si había una forma de entrar, también se podía salir. Algo se les ocurriría en el momento, siempre era así-tiene que haber una manera.
—yo, no me voy a quedar en el panteón—protestó Carlos. No era lo que su amigo había dicho, y hubiese preferido no haberlo dicho, sin embargo, su temor hablaba por él, siempre lo hacía. Puede que hubiera una forma de salir, pero el no tener una entera certeza de ello no lo agradaba para nada.
—¿tienes miedo de que los muertos te jalen la patas? ¿o qué, Charlie?—preguntó Esteban con una astuta sonrisa. Lo único que le preocupaba a Esteban era el tener que enfrentarse a su padre, algo que sin lugar a duda tendría que hacer si no podían salir del cementerio. No obstante, estando ahí, en medio de sus dos amigos, sentado en la pared del panteón con sus piernas colgando, y sus ojos contemplando el silencioso lugar en sombras, una futura reprimenda no parecía la gran cosa. Contrario a Pedro, no creía que fueran a ver algo, pero la idea de pasar una noche completa dentro del panteón resultaba demasiado divertida como para dejarla pasar. La escuela entera hablaría de ello, incluso el pueblo, hasta su carnal tendría que admitir que había tenido huevos por entrar al panteón en la noche.
—Nnn…no—mintió Carlos. Iban a invadir el lugar de descanso de los muertos, ¡y en su día! Eso no pintaba nada bien. “¿tienes miedo de que los muertos te jalen las patas?”, resonó burlescamente en su cabeza, no era la voz de Estaban, sino la suya, exigiéndole que dejara de comportarse como un niño, recordándole que el próximo año entraría a la secundaria.
—¡vamola! pues—dijo Pedro, desesperado con sus amigos que no dejaban de perder el tiempo con charla inútil
Decidido a que no le arrebataran el lugar que le correspondía, él tenía que ser el primero en bajar, Pedro comenzó su descenso, girándose para quedar frente a frente a con sus amigos, dándole la espalda al camposanto. Aferrado a la cornisa, con una parsimonia que contrastaba con su acelerada ascensión y con en el desenfrenado ansiedad por entrar finalmente al camposanto, se deslizó por la pared hasta dejar su cuerpo colgando.
—ufff—exhaló Pedro con el rostro pegado a la pared. Lo fácil había pasado, ahora venia lo bueno. “No pienses, déjate caer” le urgió su cabeza-a la ching…-rugió Pedro en un murmullo, soltando la cornisa.
¡Pum! cayó el líder no oficial del trío de amigos al suelo, primero sobre sus piernas, las cuales cedieron al instante ¡PAAAM!, resonó, junto con un lastimero quejido del niño al estampar su trasero contra el enterregado terreno.
—¡auuu!—se lamentó pedro, sobándose la rabadilla, alzando la vista a con sus amigos.
—sin chillar, sin chillar—exclamó alegremente Esteban desde las alturas.
Dolorido, pero con el asomo de una sonrisa en el rostro Pedro respondió la puya de su amigo enseñándole el dedo medio.
—ja, ja, ja… no te agüites, Pedro. Al acabo todos sabemos que el que se va a meter el chingadazo más culero es el Charlie.
—¡que chingados!—protestó Carlos ofendido-sí, yo soy el más el alto de los tres-recordó a sus amigos con un absurdo orgullo, pues no debían de ser más de cinco centímetros por los que superaba a Pedro, el segundo en estatura.
—y el más buey—o el más salado, se dijo Esteban, seguro de que Carlos terminaría por tener algún accidente cuando fuera su turno de bajar. No es que lo deseara, todo lo contrario, sería algo bueno, y para la historia, que pudieran pasar aquella aventura sin que Carlos, … Bueno, demostrara ser Carlos.
—van a venir, o¿qué?—clamó Pedro, ya sobre sus pies. La espalda baja le punzaba horriblemente, pero eso no importaba. Lo importante es que ¡por fin estaban adentro! Desgraciadamente seguía sin ver el menor indicio siquiera de algún ánima, aunque algo había en ambiente que le hizo sentir un ligero escalofrío.
—vas mi Charly—apuró Esteban a su amigo.
— por qué, yo?—reprochó Carlos. Tenía que bajar, era algo inevitable, pero prefería ser el último. Era algo tonto lo sabía, pero por alguna razón se sentía más seguro siendo siempre el tercero—vas, tú.
—quiero ver desde arriba cuando te caigas—bromeó Esteban.
—yo quiero caerte encima—replicó Carlos, enseñando también el dedo medio a su amigo con una fraternal sonrisa.
—ja, ja, ja—se carcajeó Esteban ante lo que le pareció una genial respuesta de su amigo—pinche, bato, ojete—reclamó fraternalmente a Charlie—mejor te aviéntate encima del Pedro—murmuró Esteban, deslizándose por la pared de la misma manera que lo acababa de hacer si amigo.
El piso bajo sus pies parecía moverse, Por supuesto que aquello era imposible, Esteban lo sabía, sólo era su imaginación tratando de asustarlo, algo que siendo honestos estaba consiguiendo. “A la de tres, me dejo caer” resolvió Esteban, cerrando sus ojos.
—uno…—susurró, el decir los números, por más bajo que fuera, sirvió para calmarlo un poco-dos…—continuó, y terminó sin llegar al tres, puesto que sus manos no resistieron más, y se soltaron del borde—¡aaah!—aulló Esteban al estamparse directamente de culo contra el enterregado territorio, dejándose caer de espaladas.
Si así le había ido a Esteban ¿qué sería de él? se preguntó Carlos, afligido por lo que les esperaba, preguntándose si es que su amigo estaba bien.
—vas, mi Charlie—exclamó Esteban apretando los dientes, reincorporándose a medias, siendo solo capaz por el momento de sentarse. El cuerpo entero le dolía, la cabeza y oídos le zumbaban como si alguien hubiese tronado un petardo a su lado.
Que su amigo lo apurara tranquilizó un poco a Carlos, por lo menos en cuanto al bienestar de su amigo se refería. Ahora sólo le preocupaba ¿cómo haría para bajar? “pues, como lo hicieron tus compas” obvió una voz en su cabeza, la cual resultaba bastante molesta por lo razonable del consejo. Maldiciendo a sus amigos, aunque inevitablemente emocionado por lo que estaba pasando, Carlos repitió el proceso hecho por Esteban y Pedro, murmurando súplicas para no tener ningún percance, o cuando menos no uno demasiado serio.
Carlos o Charlie, no era el único inquieto en aquel momento. Atentos, tano Pedro, como Esteban miraban a su amigo, pidiendo por la suerte de su salado camarada, ruegos que se limitaron hacer dentro de sus cabezas.
Carlos no tenía la menor idea de la distancia que lo separaba del suelo, ni siquiera se había atrevido a ojear desde que arribó a la cima, con solo estar arriba había empezado a sentirse mareado.
—¡déjate caer!—apuró Pedro a Charlie. Dudaba que su amigo fuera a resistir mucho, y una caída planeada era mil veces mejor que una inesperada.
—¡ánimo, Charlie!—alentó Esteban a su amigo.
¡¿Creen que no quiero?! Pensó Carlos molestó, no con sus amigos, bueno, un poco quizás, a final de cuentas todo aquel embrollo era por ellos. No obstante, estaba mucho más enfado consigo mismo. ¿a qué estaba esperando? ¿a caer igual que Esteban?
—ufff—suspiró Carlos. Solo tenía que soltarse, la gravedad se encargaría del resto ¿qué lo asustaba tanto? La pregunta quedó en aire al igual que él, aunque no fue más que por unas cenetesima de segundo.
Un sorpresivo y alarmado grito brotó de Charlie al caer, quien incluso intentó agarrarse de nueva cuenta de la cornisa cuando sus manos se liberaron. ¡PUUUF! se estrelló de espaldas contra el piso de cementerio el último de los tres amigos, lanzado un agudo y sofocado lamento.
Pedro y Esteban miraron preocupados a su amigo, sofocando una acongojada exclamación.
Dolorido, por decir lo menos, Carlos se lamentaba con una pesada respiración, y sus ojos humedecidos (para su pesar) contemplando el empañado manto estelar.
—no mames—dijo Estaban, paseando una nerviosa mirada de su amigo que yacía en suelo al borde de llanto a Pedro, quien al igual que él parecía preocupado por el bienestar de Carlos—¿estás bien, Charlie?—dudaba (o más bien esperaba) que no tuviera nada. Había sido un buen chingadazo, el peor de los tres, pero no creía (esperaba) que fuera para tanto.
Bien de la chingada, respondió Carlos para sus adentros, le faltaba aire para poder decirlo con su boca. No obstante, pese a su dolencia (la peor que había sentido en su vida) alzó el pulgar derecho para calmar a sus amigos, quienes con aquel simple gesto se permitieron soltar una nerviosa risa de alivio a la que Charlie no tardo en unirse. Adolorido, pero seguro de que no se había quebrado nada, Charlie se reincorporo lentamente con sus piernas tembeleques, y una pesarosa, pero a la vez satisfactoria sonrisa en el rostro.
—¡ahuevo, Charlie! ¡vamos a buscar unos pinches fantasmas!—exclamó Esteban, palmeado efusivamente en la espalda a su amigo.
—¡aaau!—aulló Carlos, sobándose la espalda, aunque sin perder la sonrisa.
—perdón, batos—se disculpó Esteban al momento, sinceramente apenado por su efusivo e involuntario movimiento.
El alegre y despreocupado ánimo del trío de niños tuvo un leve, y último destello antes de comenzar a extinguirse tenuemente mientras los tres terminaban de asimilar en donde se encontraban. Incluso Esteban siendo el más escéptico no pudo evitar un ligero escalofrío al pasear la mirada por el ensombrecido cementerio.
Tres niños solos en un panteón el día de muertos, visto ahora, ya que estaban adentro, y con su dolor de espalada menguando, o tal vez simplemente pasando a segundo término, Carlos se dio cuenta de lo estúpido que era todo el asunto. No es que no lo haya pensado antes, ¡que chingados! Incluso cuando estaba colgando había pensado en regresar, pero ahora… Ya no había vuelta atrás.
Nada por aquí, nada por allá, … nada por ningún lado. La decepción comenzaba a embargar a Pedro, quien en sus más grandes delirios se había imaginado el camposanto repleto de ánimas vagando de un lado a otro, incluso conviviendo entre ellas. Sin embargo, salvo ellos tres, no parecía haber nadie más en el lugar, aunque un sentimiento de incomodidad ponderaba en él, había algo ahí, puede que no pudiera verlo, pero definitivamente era capaz de sentirlo.
—no se ve ni madres—rompió Carlos el ominoso silencio. Palabras que decía más que nada para calmar su agitado interior, el cual era una mezcolanza de temor, inquietud, excitación (después de todo no dejaba de ser una gran aventura) e incluso una pizca de alegría.
—¡no mames! ¿qué es eso?—calmó Estaban, señalando a nada en especial. Un pequeño chiste para aliviar la tensión tanto de sus amigos, como de él mismo.
—ni hay nada, pinche, bato verbo—replicó Pedro sin siquiera molestarse en mirar a donde su amigo apuntaba, pues lo conocía lo suficiente para saber que solo estaba jodiendo.
—pero se les frunció—sonrió juguetonamente Esteban. Sabía que no podía engañar a sus amigos, pero solo quería hacer ruido. El silencio hacia parecer aquel sitio mucho más tenebroso de lo que realmente era, después de todo lo único que había eran un montón de muertos, y los muertos no podían hacer nada, los muertos se quedaban en donde estaban.
—vámonos, ya—terció Pedro, abriendo de nueva cuenta la marcha. Esta vez no podía ser como cuando entraron a la casa de narcos, ahora sí tenían que explorar el lugar.
—¡Ha buscar la tumba del vampiro—!clamó Esteban, ocupando su casi perene segundo lugar tras Pedro.
Carlos se unió a sus amigos en silencio, el cual esperaba se prolongará los más posible, sentía que el menor ruido podía atraer la atención de cosas con las que era mejor no encontrarse. Quería creer que no había nada de malo, la gente entraba y salía del lugar todo el tiempo sin el menor inconveniente, entonces ¿por qué debía de ser diferente ahora?
—porque es de noche—murmuró Carlos maquinalmente. La idea, la respuesta, salió de su boca tan inconscientemente, que hasta él mismo se sobresaltó al escuchare.
—¿qué pedo?—preguntó Esteban a Charlie, girando la cabeza a con su amigo. ¿había visto el pequeño salto que dio cuando lo escuchó? Esperaba que no
—nada—dijo Carlos, molesto por no ser capaz de controlar su boca.
Taciturnos, vigilando con los ojos hasta donde les era posible, y volviendo la mirada cada tanto al suelo para asegurarse que el camino era seguro, el trío anduvo por los estrechos caminos que había entre las tumbas en los cuales había únicamente espacio para uno a la vez. Pedro los dirigía, aunque no tenía la menor idea a dónde ir, simplemente giraba o continuaba derecho según le fuera pareciendo. Varias sepulturas presentaban un ligero adorno, altares por el día de los muertos, muchas de ellas con sus veladoras, sobre todo las más recientes. Las viejas, las que se deshacían por el paso tiempo ni siquiera tenía flores que las adornaran, eran mausoleos olvidados de personas que nada importaban a quienes continuaban en el mundo, pero ahí seguían, entre los nuevos muertos que contrarío a ellos continuaban gozando de la existencia extracorpórea que significaba permanecer en el corazón y memoria de las personas. Así anduvieron los tres niños por un par de minutos, con cautela, y los sentidos agudizados, pendientes de su entorno, el cual presentaba un aspecto mucho más atemorizante de lo que realmente estaba resultando, hasta que llegaron al punto donde el panteón se dividía en cuatro, dejando dos sendas (una vertical y otro horizontal) por las que la gente podía caminar con mayor libertad.
—por aquí—sugirió Carlos. Era un camino mucho más amplio en el que podrían caminar los tres a la par. Se sentía más seguro caminado con sus amigos a su lado que frente ellos, además de que de esa manera ya no tendrían que andar entre los sepulcros- hay más espacio.
—¿tienes miedo de que los muertos te jalen a su tumba, o qué?—espetó Esteban divertido, el absurdo temor que lo había acometido brevemente, estaba más que extinto.
—no hay nada—comentó Pedro más para él que para sus amigos. Su decepción crecía, mientras sus esperanzas de ver algo interesante eran cada vez más minúsculas. Hasta sus calosfríos se habían ido ya ha hace rato.
—¿y qué querías hubiera? ¿un chingo de muertos bailando arriba de las tumbas?—bromeó el boca floja del grupo, agitando las manos al nivel de su rostro-les dije que no íbamos a ver ni madres-recalcó orgulloso.
—hay que caminar más—hablo Pedro con la mirada perdida hacía el norte del camposanto. Sus esperanzas de ver algo, eran prácticamente nulas, pero seguían ahí, y todavía quedaba mucho camposanto por explorar.
—pero por en medio—volvió a sugerir Carlos.
—por donde caiga—terció Pedro. Preferiría seguir caminando entre las tumbas, pero era obvio que Charlie opinaba lo contrario, así que decidió darle por su lado a su amigo en ese momento. Ya después buscaría algún pretexto para volver a andar entre los muertos.
Lado a lado, tal como lo deseaba Charlie, que se acomodó entre Pedro y Esteban, los tres amigos marcharon rumbo al norte del cementerio bastante más campantes, casi tan relajados como cuando volvían de la escuela a sus casas.
La noche estaba lejos de ser lo que Pedro esperaba. Se había mentalizado para cosas extraordinarias, pero al final lo más extraordinario parecía ser que Pedro había mantenido su boca cerrada por más de tres minutos seguidos
El lugar seguía teniendo su misticismo, a final de cuentas no dejaba de ser un panteón. Claro que hubiese sido más interesante de haber tenido la tumba del vampiro, mencionada por Esteban con su eterno tono de broma, la cual en realidad se encontraba en el panteón de San Fernando, o, por lo menos es lo que aseguraba la gente, puesto que cuando fue a visitarla con sus amigos no vio ningún indició o motivo por lo que la gente pudiera pensar semejante cosa, aunque sin duda alguna resultaba llamativa.
Siendo una construcción vieja, la fecha (apenas legible) marcaba el año de 1887 en el interior de lo que a Pedro le gustaba llamar una casa/tumba, la cual medía unos tres metros de ancho por cinco de largo, y otros tres de alto, cuya cima estaba adornada en cada esquina delantera con unas gárgolas; un par de esculturas apócrifas con la apariencia de seres antropomorfos alados, cuyas cabezas estaban ligeramente inclinadas para poder mirar hacia abajo, que tenían sus manos unidas como si estuviesen diciendo alguna plegaria, aunque por su repulsiva apariencia uno podía pensar fácilmente podía pensar que sus peticiones no ocultaban nada bueno. El cancel, aunque viejo y oxidado permanecía en su lugar, abierto para que cualquiera que quisiera entrar, y mirar los restos de la solitaria inscripción del único habitante de aquel sepulcro, cuyo epitafio (que se encontraba en la pared del fondo) ni siquiera era completamente legible; “Ez vez Tronido”, se alcanzaba a leer, dejando solo claro el apellido de su ocupante, aunque a duras penas, pues la mayoría de las letras apenas se distinguían, eran una huella del pasado la cual al igual que el resto de su nombre (y fecha de nacimiento) terminaría por desaparecer. Aquel sitio había tenido algo poderoso, una pesada vibra, la cual en nada se comparaba con lo que le hacía sentir ese lugar. Claro que el panteón de Santa Catrina no tenía el privilegio de tener a una celebridad entre sus ocupantes, una leyenda cuya historia en opinión de Pedro era más que digna “¿le temes a la oscuridad?” Uno de sus porgamos favoritos, cuya tonada comenzó a silbar inconscientemente.
—¿esa mamada, qué?—preguntó Esteban, creía reconocer aquella tonada, pero de ¿dónde?
—¡no mame!… ¿le temes a la oscuridad?—respondió Pedro tras caer en cuenta de que la pregunta iba dirigida a él. Sabía que sus amigos no eran tan aficionados como él al programa, pero que Esteban no reconociera la tonada le parecía casi un insulto.
—aaaah—espetó Esteban desinteresado—está más perro Dragon ball Z-comentó, buscando continuar con el ruido, odiaba el silencio, y este último se había prolongado demasiado-¿vieron el capítulo de hoy?
—pinche Krilin se la rifó—confirmó Carlos a su pesar, sin poder controlar sus palabras, pues, contrario a sus amigos él seguía temeroso de en cualquier momento pudiesen encontrarse con algo que los obligase a huir despavoridos. Sin embargo, cuándo se trataba de las aventuras de goku y sus amigos era imposible no hablar.
—¿qué paso?—preguntó Pedro olvidándose por un momento de lo que estaban haciendo, reclamándose por haberse olvidado de ver dragon ball Z, no es que fuera un gran admirador como Esteban Y Charlie, pero solía ser una charla infaltable para sus amigos todos los días durante el recreo de la cual no le gustaba quedarse fuera.
—¿no lo viste?—para Carlos era prácticamente un pecado no estar a las siete de la noche frente al televisor.
—se me olvidó—confesó Pedro, ¿qué más podía decir? aunque la verdad eran que Dragon ball Z ya no le gustaba tanto, sobre todo porque se la pasaban repitiéndolo.
—no mames, se puso bien perro. Krillin, fue con…—el pequeño resumen que Carlos estaba preparando se vio interrumpido.
—Shhhh—un susurro, incluso más apagado que el de su charla, había llegado a oídos de Esteban. Tenía que ser una mala jugada de su imaginación se dijo hasta que vio el lejano resplandor a mano izquierda al fondo del cementerio. Entonces brotó de él la orden en de silencio, a la par que lo acometía un gélido estremecimiento.
Carlos y Pedro guardaron silencio al momento, aunque por mera inercia, ninguno de los dos creía realmente que su amigo hubiera visto algo, solo quería joder un poco, supusieron los dos hasta que vieron su seria expresión, y como apuntaba con la mano derecha a la izquierda, manteniendo su índice zurdo sobre sus labios.
Para pedro, fue como quitarse un enorme peso de encima. Se sintió liberado, o ¿por qué no decirlo? Contento, de ver el fulgor azulado, y escuchar, ahora que los tres estaban en silencio, el distante murmullo del cual no era capaz de distinguir palabra alguna, pero eso no podía importarle menos. Lo único que importaba es que no estaban solos, algo estaba pasando ¿qué era exactamente? No tenía ni idea, pero obviamente iba averiguarlo.
Carlos quería convencerse de lo que veía (y escuchaba) era producto de su miedo, de su cobardía, pero las caras de sus amigos dejaban claro que definitivamente no era cosa suya únicamente. ¿qué era ese resplandor azul, y qué murmuraban las voces? Eran dos preguntas cuya respuesta no le interesaba conocer, solo quería correr ¿a dónde? Tan lejos como fuera posible.
Eran el pendejo del Martín y sus compas, se dijo Esteban, tratando de encontrar una respuesta a razonable a lo que miraba y oía. Los cabrones se habían brincado luego de ellos, y querían asustarlos, así de simple era. ¿Qué más podía ser? ¿fantasmas azules? Eran el gordo gigantón y sus compas que querían asustarlos, y los cabrones lo había conseguido, por un momento de verdad había sentido miedo, de verdad había creído… Bueno, no importaba lo que había creído, había sido una tontería. Su cabeza dejándose llevar por la imaginación.
El silencio reinó entre los tres amigos, sólo el rumor indescifrable proveniente del fulgor cerúleo resonaba en el cementerio. Primero habla una sola voz, clamaba algo que ninguno de ellos era capaz de comprender, seguido inmediatamente por un coro de varias personas, quienes de igual manera pronunciaban algo ininteligible. Aunque ninguno de ellos les dijera, a los tres les pareció como si estuviesen haciendo un rosario, estaba el que guiaba y los que respondían.
El corazón de Pedro se aceleró, moría por correr a donde los muertos habían comenzado su fiesta, pues ¿quién más? Si no las ánimas oraban en un cementerio durante la noche del día de muertos. Quería ver con sus propios ojos lo que su abuela le había contado, y que por un momento temió no fuera verdad. Sin embargo, ahí estaba, tal vez la abuela no había sido demasiado especifica al respecto, pero Pedro estuvo seguro de que pronto escucharían más voces susurrar y luces brillar. Los muertos estaban despertando, y no tardarían en invadir el camposanto…. Absorto, casi hipnotizado por las voces y el destello celeste, Pedro se encamino a su encuentro.
Un inmenso pesar invadió a Carlos al ver a Pedro caminar hacia las voces y el resplandor. No era realmente ninguna sorpresa, sabía que su amigo había ido con la firme intención de ver fantasmas, no se había cansado de repetirlo durante la última semana, pero por un segundo tuvo la absurda esperanza de que se conformara con lo que se veía a la distancia. Un disparate teniendo en cuenta de quien estaba hablando, su amigo no estaría conforme hasta ver aquello frente a frente, y él tenía que estar a su lado, no era algo que lo emocionara, pero, si iba ver un fantasma en su vida (o varios) no le disgustaba tanto la idea hacerlo junto a sus amigos.
¿De verdad no se daban cuenta de que eran Martín y sus compas? Carlos y Pedro parecían realmente intrigados, caminado en silencio sin apartar la mirada de la centellante tumba casi al final del cementerio. Esteban los siguió porque era lo que tenía que hacer, pero su interés por todo el asunto era prácticamente nulo, no esperaba ver nada extraordinario al llegar a donde las voces, solo a unos idiotas tratando de jugarles una broma.
Tuvieron que caminar de nuevo entre las tumbas, era la única forma de llegar a la tumba/casa localizada tres filas antes de llegar al fondo del cementerio, rodeaba otras siete casas/tumbas, siendo ocho mausoleos que estaban casi al final del cementerio. Las voces, más claras, seguían emitiendo palabras sin sentido para los tres niños, ninguno vaticinó que era lo que decían, aunque sí les parecía escuchar que lo único que hacían era repetirlo una y otra vez.
Pedro se detuvo en seco cuando llego a las dos primeras tumbas/casas, las cuales se encontraban una frente a la otra, y no de espaldas, pues sus entradas quedaban cara a cara. En medio de los primeros dos mausoleos a su derecha (casi al final del camposanto) se encontraba la cerúlea llamarada rodeada por gente con capuchas sobre sus cabezas. La luz se filtraba por los agujeros en donde debían de estar las ventanas de la primera casa/tumba, bajo la que pedro rápidamente se resguardo, tumbándose al suelo para espiar por la parte baja del agujero rectangular alargado que comenzaba poco más arriba de la mitad de la altura de la olvidada sepultura. Seguido de cerca (como siempre) e inmediatamente por sus amigos.
Charlie, no se atrevía a husmear, con lo que había alcanzado a ver tenía más que suficiente. Pedro y Esteban espiaban aparentemente fascinados, dejando descubierto su rostro hasta la nariz. ¿en qué estaban pensado? Y no solo ellos, él también. Tenían que haber corrido cuando escucharon las voces, tenían que haberse quedado en casa. ¡Tenían que correr ya!
Definitivamente no eran Ñoño y compañía, pero tampoco se trataba de fantasmas, ni nada por el estilo. Solamente eran unos locos haciendo algún absurdo ritual del día de muertos, concluyó Esteban mientras veía a los encapuchados que rodeaban las llamas azules.
Eran cinco, Pedro los contó una y otra vez, tratando inútilmente de ver sus rostros cubiertos por capuchas. Obviamente, no se trataba de ningunas ánimas, algo decepcionante, aunque no le dejaba de resultarle interesante lo que veía en ese momento. Cinco personas formando un círculo entre las primeras dos casas/tumbas que se encontraban en la antepenúltima hilera de sepulcros, rodeando una llama azul de poco más de medio de metro altura. Dos a cada lado, y una sola al centro, dando la espalda a la segunda casa/tumba, siendo esta última quien clamaba en solitario, mientras el cuarteto restante replicaba repitiendo lo que acaba de decir la líder, pues, aunque lleva el rostro escondido, su timbre parecía ser de una mujer ¿Qué estaban haciendo? Invocando un ánima, por supuesto, ¿qué otra cosa iban a hacer dentro de un panteón en la noche del día de muertos? “invocando al diablo, mi niño” rugió en su cabeza la voz de la abuela.
Carlos se estremecía en el suelo, afortunadamente sus amigos estaban muy entretenidos mirando al otro lado. “tranquilo, tranquilo, tranquilo…” se repetía desesperado ¿por qué era tan pinche coyón? Sus amigos ahí, mirando lo que hacían aquellos locos, y él escondido, agazapado a sus pies, pensando en salir corriendo. Tenía que mirar ¿qué sentido tenía haber entrado? si cuando aparecía algo que valí ser visto se escondía para no verlo. Un vistazo rápido, y pediría a sus amigos irse de ahí de una buena vez, no podía ser el único en quedarse sin mirar.
Ahogadas exclamaciones brotaron del quinteto que rodeaba el fuego cuando este se extinguió de un solo la tajo. Una densa capa de humo gris remplazó la llamarada azul, sin embargo, este no ascendió a las alturas, como lo haría normalmente, en su lugar comenzó a contraerse, formando una bola grisácea, un círculo flotante, que se estiró a lo largo hasta ser una delgada línea cenicienta para después expandirse a lo ancho mientras su color cambiaba a blanco, tiñéndose de rosado antes de volver a ser gris. Extasiado, el quinteto se arrodillo.
El humo se partió en seis, dos largas y delgadas extremidades abajo, otro par parecido a los costados, una más pequeña (circular) arriba, y la última (la más frondosa) al centro. Los tres amigos miraban absortos sin entender qué era lo que estaba pasando. La parte del centro de la humareda soltó una sustancia viscosa y rosada, unos oscilantes hilos que se aferraron al resto fragmentos para unirlos a ella, y volver a ser una sola masa de humo. Ante la incrédula y estupefacta mirada de los niños, el humo empezó a tomar una forma humanoide; el par de hileras largas a sus costados tomaron la forma de algo parecido a brazos, aunque lo que debían de ser sus manos tenían un aspecto más parecido a unas aletas, al igual que sus supuestos pies. La cabeza tenía un par de agujeros negros donde debían de estar los ojos, en tanto su boca y oídos era inexistentes. No era demasiado grande, puede que rondara el metro setenta, tampoco tenía una figura corpulenta, el mismo Ñoño superaba probablemente en ambos aspectos a aquella aparición. Claro que esos pequeños detalles no mermaban en la más mínimo el impacto e imponencia de la criatura.
Ahí estaba. Su abuela nunca le había dicho como es que lucían las mentadas ánimas, algo lógico teniendo en cuenta que nunca había visto a una de ellas, por lo que Pedro tomó al instante aquella cosa que se acababa de manifestarse como lo que había ido a buscar. Tras decenas de películas, y programas de televisión en los que había visto una representación de cómo se suponía debían de lucir los fantasmas, Pedro, al igual que cualquier persona, se había formado una idea de la imagen que debían presentar las también llamadas ánima; Seres blancos o transparentes, era una de las opciones más comunes, apariciones blanquecinas, centellantes, sin ningún rasgo humano característico. En tanto otras se limitaban a mostrar unas apariciones más corpóreas, con facciones claramente definidas e inclusive vistiendo ropa que usaban al morir. Nunca había conocido a alguien que lo hubiese experimentado de primera mano, a nadie que tuviera el Don, pues según su abuela no cualquiera era capaz de ver aquellas cosas, Pero ¡él sí podía!, contrario a lo que lo había temido tan sólo un par de segundos atrás resultaba que sí tenía el don de ver a las ánimas. O por lo menos eso quería creer, puesto que la aparición frente a sus ojos no se parecía demasiado a lo que había aprendido de la televisión y películas.
—señor—exclamó con una mezcla de temor y reverencia la mujer que había estado dirigiendo todo aquello.
—¡BUFF!—Exhaló la criatura nacida del humo por una inexistente nariz, sacando una espesa fumarola blanca, que como atraída por un imán regresó al gaseoso cuerpo del que había salido.
Esteban nunca fue creyente en fantasmas, y todo eso, en realidad nadie en su familia era muy adepto a esas creencias. Eran católicos, por supuesto, generalmente cada domingo se veía obligado a ir a misa de diez de la mañana junto a su mamá, papá, y su hermano, pero le habían enseñado desde pequeño que las almas de los muertos solo tenían tres destinos; el cielo, infierno o purgatorio, no había más, nada de vagar por el mundo, ni aparecerse para hablar con las personas, esas cosas eran tenerías. Cuando dios nos llamaba era porque habíamos cumplido con nuestro deber en el mundo, por lo que no tenía sentido que anduvieran fantasmas vagando o penando por ahí cuando su recompensa o castigo les aguardaba en otro lado. Entonces ¿qué era lo que tanta gente veía? “figuraciones suyas” según su padre.
-la gente se sugestiona, hijo. Es como tu tía Arcelia que dice que le duele esto, que duele aquello, y cuando va con el médico le dice que no tiene nada, que son figuraciones suyas, pero tu tía insiste en que se siente mal. Entonces el doctor le da unos chochitos, medicina de mentiras para calmarla. Lo mismo pasa con esa gente, ellos piensan que vieron algo, pero la verdad es que no vieron nada. Son puras cosas que están en su cabeza nada más-le había dicho su Padre luego de que le preguntara a los ochos años si los fantasmas eran reales, luego de ver una película donde salía el bato de volver al futuro en la que era perseguido por unos espectros
¿era eso lo que estaba viendo? ¿simples figuraciones suyas? Dejando de lado que él ni remotamente habría pensado en algo semejante (¿qué chingados estaba viendo?) estaba claro por la expresión de sus amigos que definitivamente no era solo él quien estaba viendo fuera lo que fuera eso, hasta los cinco locos (que ya no lo parecían tanto) se arrodillaron ante la cosa aquella.
El humanoide humado carente de boca emitió una especie de estruendoso gruñido que cimbro sutilmente el cementerio.
Demasiado, todo aquello era demasiado. Carlos quiso gritarles “corran” a sus amigos, pero sus piernas reaccionaron primero, aunque no demasiado bien, puesto que apenas alcanzó a dar medio paso cuando se enredaron llevándolo al suelo, arrastrando a Esteban con él.
—auuu—se lamentó Esteban, desorientado. Sin la menor idea de cómo había acabado en el suelo.
Pedro no se percató de lo ocurrido, sus amigos eran un recuerdo lejano. Sabía que estaban ahí junto a él, pero en su mente no había más espacio que para lo que sus ojos miraban. El mundo no era un pañuelo, como había escuchado decir. El mundo era un pizarrón de clases en el que uno tenía que centrar su atención antes de que borraran lo escrito para dar paso a una nueva lección. Y, la lección que estaba teniendo en ese momento ¡vaya! Que era importante, ansiaba contarle a su abuela lo que había visto. Pedro se sentía perdido en la estrambótica aparición, la cual tenía a su parecer una remota, pero muy remota semejanza con hombre malvavisco de los caza fantasmas. Ese era su mundo en aquel momento, el resto solo adornos en un árbol de navidad, lo importante era lo de abajo. Lo importante eran los regalos, y su regalo era la criatura humanoide grisácea que bufaba como un toro. Sólo hasta que las cabezas de los cinco invocadores se giraron en su dirección, acompañadas incluso por la de la plomiza aparición, Pedro volvió al presente, miró a sus amigos tumbados en suelo con una expresión de espanto y desconcierto, mientras el ánima volvía a rugir con mayor fuerza.
¡Los habían visto! No hubo necesidad que Pedro se los dijera, la sola expresión en su rostro era suficiente para Esteban y Carlos. Algo que el feroz bramido confirmo, impulsándolos a volver sobre sus pies, y correr lejos de aquella cosa
Pedro, dudó, vio a sus amigos correr, y una voz en su cabeza sugería seguirlos, pero otra, igual de fuerte le mandaba esperar ¿para eso había ido? A penas la cosa se ponía interesante, y ¿se iba a ir corriendo? Solo hasta que escuchó ordenar a la mujer a que fueran por ellos, y el cuarteto actuó sin chistar, sus piernas decidieron que había llegado el momento de correr. Aunque no sin antes dedicar una última mirada a la criatura de humo que continuaba rugiendo.
La orden de la mujer llegó también a oídos de Carlos y Esteban, quienes huían sin dejar de mirar atrás para confirmar que todos huían juntos. Esteban lideraba el escape, seguido por Charlie, mientras que al final se encontraba Pedro, ligeramente rezagado, aunque recuperando terreno. Los gritos y los pasos acelerados de los visitantes nocturnos retumbaban a sus espaldas. Insultos y amenazas salían de boca de sus perseguidores, que habían echado sus capuchas hacia atrás dejando sus rostros descubiertos. Se trataba de dos mujeres y dos hombres de una edad cercana a la de sus padres, consiguió ver el trío de amigos al girarse antes de que la neblina apareciera.
Carlos miró la niebla emerger cuando se giró para comprobar que Pedro corría tras él (algo completamente insólito que no fuera al revés) por tercera vez en un par de segundos como si se tratara de una avalancha. Un segundo, podía vislumbrar todo a su alrededor, y al siguiente se encontró rodeado por un manto cenizo que no lo dejaba ver nada a su alrededor.
De la nada se vio rodeado por un plomizo telón, acaba de mirar una vez más para atrás cuando al volverse hacía al frente se topó con la amarga sorpresa de que el camino que recorría, y el que dejó atrás estaba oculto tras un opaco velo. Esteban se detuvo, buscando a sus amigos tras él, sin embargo, la cenicienta cortina no le dejó distinguir nada más que las siluetas de las tumbas a su lado. Lanzó un grito de aliento (un corran) a Pedro y Charlie, un grito que aguardaba una respuesta, antes de reemprender la huida, aunque con un andar mucho más mesurado. Un mal paso, y terminaría rompiéndose la cabeza en cualquier tumba.
Una estúpida sonrisa de satisfacción se posicionó en el rostro Pedro. Se estaba cagando de miedo, pero eso era algo bueno… algo más que bueno. Brujería y ánimas ¿qué más podía pedir? Un vampiro ¿quizás? No hubiera estado nada mal, desafortunadamente se encontraba en el panteón equivocado. No es que le hiciera falta, no tenía idea de lo que pasaba, pero era mejor que cuando fueron a visitar la tumba del vampiro, incluso que cuando se brincaron a la casa de los narcos, pues ahora no podían ver a su alrededor. No se detuvo ante la repentina aparición del humo, siendo el último en emprender la huida, casi podía sentir a sus perseguidores respirarle en la nuca. Una exageración desde luego, de haber estado tan cerca ya lo habrían atrapado, sin embargo, no podía permitirse perder ni medio segundo, aunque sí se vio obligado a aminorar la marcha.
Escuchar la voz de Esteban consiguió serenarlo un poco, aunque por un instante no estuvo muy seguro de lo que había escuchado, pues la voz llegó hasta él como un eco distante. Un murmullo que contradiciendo su orden lo hizo detenerse una vez más para buscar inútilmente a su amigo por lo que tuvo que conformarse con responder a la nube gris que los cubría.
Aquello era una completa locura. Una completa, y atemorizante locura. La idea de que se tratara de una mala broma por parte de Martín y sus amigos, se había vuelto una broma aún peor ahora que se daba cuenta de lo equivocado que había estado. Escéptico desde la cuna, Esteban miraba como lo que creía, lo que habían enseñado en casa, se derrumba ante sus ojos. Su familia tampoco era creyente de la magia y brujería, de ningún tipo de esas cosas, por lo que hasta hacia un instante el compartía sus creencias, o la falta de ellas, pero ahora mientras andaba por aquella espesa bruma que había salido de la nada, se veía desgraciadamente obligado a aceptar que mamá y papá podían estar más equivocados. Existían los fantasmas y hechicería ¿qué más si no, era todo aquello? A lo lejos, o así le pareció a Esteban, llegó la esperada respuesta de uno de sus amigos. Ahora era Carlos quien los alentaba a correr.
Para Pedro también fue un alivio escuchar las voces de sus amigos. Sabía que estaban bien, pues si alguien caía primero sería él, después de todo fue el último en correr. Sin embargo, nunca se había sentido tan contento de escuchar voz alguna como lo alegre que sentía en este momento tras oír las palabras de Charlie y Esteban. Había pasado sus mejoreres momentos con aquellos dos, y también unos cuantos, de los peores, pero siempre salían adelante, y lo harían esta vez, le auguraba el llamado a correr de sus amigos, al cual se unió gustoso.
Ninguno de los tres niños mencionó un destino. ¿a dónde debían de ir? Aunque ninguno lo dijera, el trio había pensado en el mismo destino. La puerta de entrada parecía la mejor opción, pues, aunque estaba cerrada, miraba a la calle, lo que les permitiría gritar por ayuda, y llamar la atención de sus compañeros, que aguardaban por ellos fuera del cementerio. Con tanto testigo de frente seguramente los visitantes nocturnos no se atreverían hacerles nada. Claro que la repentina neblina había complicado su escape, incluso más de lo que el trío de amigos imaginaba, ya que fueron tomando caminos distintos, girando en diferentes puntos, rompiendo la fila que les aseguraba tener por lo menos a uno de sus amigos, ya fuese a sus espaldas o frente a ellos.
El humo era uno más de sus perseguidores, el más silencioso, y veloz de todos. Carlos media sus pasos, temeroso de ante la idea de terminar pisando alguna de las tumbas que estaban a ras de suelo. Ya tenía suficiente con lo que pasaba, como para conseguirse más problemas por andar profanando los sepulcros de desconocidos, aunque ¿no era eso lo que habían hecho en primera instancia al entrar al panteón aquella noche? Charlie creía que sí, ellos se lo buscaron, y ahora comenzaban a pagar las consecuencias.
Los pensamientos de Pedro no andaban muy alejados de los de su amigo Charlie. También marchaba con cuidado, evitando pisar las tumbas más bajas. Los muertos merecían todo nuestro respeto, le había enseñado su abuela, y no había mayor falta de respeto que pisar el nicho en el que alguien guardaba su descanso eterno.
—ellos ya están pagando su deuda con este mundo. Lo mínimo que les debemos es un poco de consideración, respetar la morada de su cuerpo—le había dicho la madre de su madre. Palabras, que como todo lo que venía de la abuela las tomaba como ciertas sin en el menor rastro de dudas. Además, de que había muchos sepulcros tan viejos que podían vencerse solamente con poner un pie sobre ellos.
Contrario a sus amigos, Esteban no tenía el menor reparo en correr por encima de alguna que otra tumba. Inconscientemente, de que tanto Pedro, como Carlos lo evitaban, ajeno de la educación que ambos recibieron en casa, para él no había ninguna diferencia entre correr por el piso o pasar sobre cualquier sepultura. Lo importante era escapar, ya tenían bastante con la niebla ralentizando su huida, como para preocuparse en evitar pasar sobre los muertos. El lugar estaba lleno de ellos, ¿qué más daba si pasaba sobre unos cuantos? No es que fueran a salir de su sepulcro a reclamarle, aunque por lo que acaba de ver, lo que estaba viviendo, si hubiera escuchado algo respecto, la idea no lo habría resultado un completo disparate.
—¡Charlie!—gritó Esteban, deteniéndose sobre una tumba, mirando en todas direcciones en busca de uno de sus amigos-¡Pedro!-gruño de inmediato, sin dejar de husmear. Estaba mucho más cansado de lo hubiera esperado para lo que había corrido, un frío sudor cubría su cuerpo, y tenía dificultades para respirar-cof cof-tosió el niño. Sus pulmones luchaban por un poco aire. Su cabeza retumba, y un lejano, pero lacerante comenzaba a zumbarle en los oídos.
“corre, pendejo” se dijo tras un breve descansa, que de nada sirvió, pero no podía quedarse más tiempo ahí. Las voces de sus perseguidores (las amenazas) contrario a las de sus amigos sonaban más cercanas, aunque por alguna razón parecían llegar de todos lados, a sus espaldas, de izquierda y derecha, incluso como si vinieran de frente. Muy distinto al susurro que habían sido las respuestas de sus Pedro y Charlie.
Había sido Esteban, la duda momentánea se disipó al escucharlo llamar también a Pedro. Hubiera querido responderle, y lo intento, pero de su boca no brotó más que un cansado…
—Essst—le faltaba aire. Sentía como si hubiese corrido cincuenta kilómetros, en vez de cincuenta metros, aunque tal vez, fuera un poco más. Sus piernas, por el contrario, parecían estar más conscientes de la distancia recorrida, puesto que seguían moviéndose, prestas y libres, ahora que corría por el despejado sendero, cosa de la que se dio cuenta al no ver la silueta de ninguna tumba a su alrededor.
Lo importante es que seguían ahí, celebró Carlos, sintiendo un inmenso alivio, quitándose un enorme peso tras haber escuchado a sus amigos. Dos veces a Esteban, quien, en lugar de escucharse más cerca, aparentemente se había alejado más ¿Era eso posible? Bien podían ser solo figuraciones suyas, pues la cabeza había comenzado a retumbarle (terriblemente) y un molesto chillido laceraba sus oídos. Derecho, lo único que tenía hacer era seguir derecho, un par de metros, y llegaría a la puerta en la que esperaba encontrarse con Pedro y Esteban.
—ahhh ahhh ahhh—resollaba Pedro trabajosamente. Sentía como si le oprimieran los pulmones por dentro (y por fuera) cada vez que respiraba, o sea a cada momento.
Escuchó su nombre en boca de Esteban apagado por el potente pitido en sus orejas. Su cabeza le palpitaba como si alguien le hubiese asestado un fuerte golpe, incluso la palpo en busca de algún chichón, el cual por supuesto no encontró. Gritó el nombre de sus amigos, aunque a un alto precio, puesto que el aire abandonó momentáneamente su cuerpo por completo, obligándole a detenerse con una visión empañada.
—cuf ahh cuf ahh—no podía más, sus pulmones rogaban por una bocanada de aire fresco que nunca encontraría en aquel lugar—cuf cuf cuf—se convulsionó el niño, acometido por un enérgico espasmo de tos a poco más de diez metros de la entrada. Sin embargo, a diferencia de Charlie, él había mantenido su marcha entre las tumbas.
Pedro no tenía idea, desde luego, la humareda junto a una empañada visión, no eran demasiado útiles para una exploración de su entorno. Eso sin contar que hasta terminó cerrando los ojos con la esperanza de volver cuando menos solo al manto gris, intento que resulto tan inservible como su búsqueda de alguna protuberancia en la cabeza.
¡Tenía que seguir! Había dejado de escuchar los gritos, incluso los pasos, de los visitantes nocturnos, pero sabía que seguían ahí, podía sentirlos, así como algo más, algo que se escondía, que acechaba en el opaco telón que cubría el camposanto. La idea resultaba tan espantosa, como interesante para Pedro, pues a pesar del miedo, del lacerante ataque de tos que lo había frenado, y todos los demás achaques que lo acometían, era imposible para él no sentirse emocionado. Las cosas estaban lejos de ser como las había imaginado ¿quién podría haber imaginado semejante cosa? Apenas podía esperar ver su abuela para contarle lo que había vivido.
—cuf cuf cuf—el ataque de tos se negaba ceder, incluso puede que estuviera empeorando. Su cabeza retumbaba con cada carraspeo, era como un nuevo golpe a su testa cada vez que tosía-aaah-inhaló profundamente Pedro, decidido a correr la distancia que le restaba sin volverse a detener, sin la menor idea de lo cerca que estaba realmente—¡Bluagh!—alcanzó a dar un par de pasos antes de vomitar. Por un momento vio sus entrañas en el suelo, una absurda y asquerose imagen de sus pulmones desparramados en el suelo del camposanto junto a demás porquería apareció ante sus ojos, la cual resultaba tan real que hasta podía oler su peste.
Agua (o algo bastante parecido) fue lo que salió realmente de él. Una viscosa sustancia, carmesí que conseguía resaltar entre la humareda. ¿era sangre? La espantosa idea cruzó por Pedro, pero fue solo un rayo, un breve instante de temor, el cual se vio opacado por un terror mucho más fuerte al escuchar un estruendoso rugido que hizo temblar al camposanto, y que también terminaría por ser cosa de nada cuando se enfrentase cara a cara con el verdadero miedo.
Cálidas y ásperas, Pedro sintió unas garras (más que unas manos) cernirse sobre sus hombros. Un balbuceo sin sentido llegó hasta su oído derecho, aunque no le hizo falta entenderlo para saber que debía de tratarse de alguna amenaza. Su corazón era una máquina que incesante, martilleaba su pecho como si tratara de romperlo, escapar de él. El mundo, empeñado, y cubierto de humo comenzó a dar a vueltas. Su cuerpo entero se irguió, y un nudo en la garganta silencio cualquier grito, cualquier pedido de auxilio, que Pedro deseaba hacer. ¡Lo tenían! Un gélido sudor empapó su cuerpo mientras buscaba liberarse de aquellas garras inútilmente que ahora se asían a su cuello, alzándolo medio metro sobre el suelo.
—Arggg—gruñó el niño, soltando codazos que también terminaron dando a la nada. Su coyuntura traspasaba el humo sin dar con su captor.
—¡¿dónde están?!—escuchó Pedro que gritaban. Era la voz de Charlie, una voz llena de terror y desesperación.
“Ni madres” el llamado de su amigo, fue el empujón que necesitaba. Su aliento volvió, se fortificó, al igual que sus fuerzas exiguas.
—¡AAAY!—resolló pedro con unas cálidas lágrimas escurriendo por sus mejillas, luchando contra el ser invisible que lo tenía aprisionado. Aunque, en esta ocasión consiguió tener éxito a pesar de seguir encontrándose con la nada, pues se vio liberado de la opresión.
¡PUM! Se estampó de culo contra el piso, reincorporándose al instante, la adrenalina reinaba en su cuerpo, pero su cabeza se había despejado. Tenía que encontrar a sus amigos, y salir de ahí, estaba resultando una gran aventura, pero era el momento de partir.
Tan pronto como dio un par de pasos un torbellino se formó frente él, arrojándolo un par de metros atrás. Incluso se llevó consigo a sus perseguidores, que al igual que a él soltaron una sorpresiva exclamación.
—aaau—exclamó dolorido, sobando su cabeza que había impacto contra el borde de una de las sepulturas. El mundo se mecía como si en vez de encontrarse en tierra firme, estuviera naufragando en medio de una tormenta en el mar
—mí…ooo—reclamó con parsimonia una voz grave y profunda, una voz que parecía venir de todos lados. El cuerpo entero de Pedro se estremeció ante el sonido de aquella sencilla, y egoísta palabra. Un frío lo cubrió de pies cabeza, excepto por la entrepierna, aquel era un lugar muchas más cálido y húmedo en ese momento.
La criatura de humo se materializo frente a él estrujando su cuello. El mundo que lo rodeaba volvió a esclarecerse por un instante. Fue capaz de ver las tumbas a su alrededor, y a sus perseguidores, quienes contemplaban emocionados, aunque claramente adoloridos.
—bufff—resolló el ser de humo, expulsando una blanquecina bruma de inexistente nariz, acercándolo hasta quedar cara a cara, si es que se le podía llamar de semejante manera a lo que se que tenía aquella cosa.
¡Un ánima! Al tenerla de frente, a escasos centímetros de él, Pedro no puedo evitar sentirse maravillado, casi extasiado. Obviamente el miedo se imponía a su excitación, Gritándole “corre”, aunque de poco servía puesto sus fuerzas volvían a menguar.
—auuu—chillaba luchando por mover sus brazos, y piernas blandengues.
—mío…—bramó la criatura gaseosa, soltando un estridente rugido que cimbró el cementerio.
La orina volvió a brotar de su cuerpo, la segunda vez en tan solo un par de segundos, pero esta vez ni siquiera lo notó, no tuvo oportunidad de hacerlo. La cabeza de aquella cosa se partió en dos dando paso a un resplandor azulado, una luz cegadora que deslumbró a Pedro antes de sumirlo en la oscuridad.
—ah ah ah—respiraba Charly a través de las rejas, tenía la cara pegada a la puerta, sacando su nariz y boca entre dos barrotes, desperado por recuperar el aliento, por un poco de aire fresco.
Intentó gritar a sus amigos cuando vio aparecer la alargada puerta frente a él, pero solo salió de su pecho fue un ataque de tos que consiguió apaciguar tras eternos segundos, y que terminó extinguiéndose luego de que se asomara nariz y boca por los oxidados barrotes.
—¡Ayuda!—consiguio decir tras su breve respiro. Sin embargo, lo que salió de él fue a apenas un hilo de voz. Un rasposo y apagado murmullo, opacado por un sonoro rugido a sus espaldas que hizo estremecer el suelo del cementerio.
Al igual que él, la niebla parecía ser incapaz de abandonar el panteón, era como si en lugar de unos barrotes se topara con una pared que la regresaba por donde había venido, una barrera invisible que la retenía dentro del cementerio. La idea era una locura, pero también tranquilizante, por un momento temió que la plomiza cortina terminara extendiéndose por todo el pueblo, y entonces sí no tendrían a donde escapar. Se giro para preguntar a sus amigos ¿dónde estaban? Soltando un finalmente un grito desgastante, cuya única respuesta fue un deslumbrante resplandor azul que lo obligó a cubrirse los ojos con en el antebrazo.
Sus amigos seguían sin responder a su segundo llamado. No tenía la menor idea de cuánto tiempo había pasado, pero se sentía como una eternidad, aunque seguramente no eran más que un par de segundos. Segundos de duda, que lo hacían pensar en cosas que solo lo ponían más nervioso, y ¿si los habían atrapado? Con charlie parecía mucho menos probable, puesto que siendo el primero en correr les llevaba la ventaja. Si no lo habían alcanzado a él, Esteban dudaba que hubieran atrapado a su amigo. Pedro era todo lo contrario, el “piche loco” se había quedado atrás, seguramente porque no quería dejar de mirar lo que estaba pasando, lo que lo hacia la presa más fácil de atrapar por aquellos cinco locos, quienes al igual que sus amigos permanecían en silencio, algo que lejos de tranquilizarlo lo ponía más nervioso. Claro que su silencio bien podía deberse a que se habían cansado de seguirlos, si él siendo un niño se sentía agotado ¿qué se podía esperar de un montón de adultos? Un estruendoso rugido interrumpió sus pensamientos, Esteban se giró con la piel erizada en busca de la bestia que había soltado aquel temible sonido, fracasando en su búsqueda, temiendo lo peor. Sin embargo, como un faro en medio de la tormenta, llegó hasta a sus oídos el grito de Charlie para mermar su temor un poco. ¡Seguían ahí! Solo había escuchado a uno de ellos, pero su corazón le decía que los dos continuaban sanos y salvos.
un brillante destelló azul ilumino todo el cementerio, una luz cegadora que lo hizo detenerse sobre una tumba vieja a un lado del camino principal y a tan solo unos cuantos metros de su amigo Charlie. Esteban no era alguien demasiado pesado, como ya se ha dicho era el más pequeño y enclenque de los tres, sin embargo, la sepultura sobre la que se posicionó era una pobre construcción olvidada hacía casi cien años, cuando el siglo que estaba por concluir recién comenzaba, cuya tapa resquebrajada soltó un discreto “Crack” que el niño escuchó al tiempo que la gravedad ejercía su fuerza empujándolo dentro del sepulcro.
El público que aguardaba fuera también escuchó el rugido del camposanto, incluso fueron capaces de distinguir una luz azulada, la cual no estuvieron muy seguros de donde provenía. Algunos creyeron se trataba de la sirena de los policías por lo que se apresuraron a mirar a su alrededor espantados, pero por supuesto no enonctraron nada.
—no mames, ¿qué fue eso?—preguntó Hugo, otro de los compinches de Martín. Lanzando la pregunta que todos los presentes estaban pensando.
Nadie se atrevió a ofrecer una respuesta. Solo pudieron intercambiar miradas nerviosas, mirando el muro frente a ellos, esperando que aparecieran los tres amigos en su cima. Hasta Martín había tornado sus ojos con la esperanza de ver a Pedro, Esteban, y Charlie ahí arriba.
-Ya se tardaron-comentó Mago, compañera de salón de los tres niños dentro del cementerio, y quien tenía un pequeño enamoramiento de Charlie.
-Ahorita salen. La están haciendo de emoción-sugirió Manuel, quien, a su vez estaba enamorado de Mago. Sin embargo, también tenía cierta admiración por el trío de amigos. A veces se juntaba con ellos, pero nunca había sido realmente parte del grupo.
-pero ¿qué se escuchó?-cuestionó Rosa, la mejor amiga de Mago, que solo había ido por insistencia de su amiga.
-nada. Son estos batos que quieren asustarnos-espetó Martín, irónicamente nada convencido de sus palabras.
Nadie creyó en realidad lo dicho por Martín. No tenían ni idea de lo qué había sido, pero no les cabía duda de que nada tenía que ver el trío de amigos inseparables. Algo que confirmaron al escuchar un desesperado grito de auxilio proveniente del cementerio. Un grito que Mago supo al momento era de Charlie, mientras que Hugo sugirió que parecía venir de la entrada del camposanto. Por lo que sin perder el tiempo el grupo completo corrió al frente del cementerio.
El mismo Charlie se sorprendió al escuchar el estridente grito que salió de él. Al parecer la perdida de vista había ayudaba a que su garganta mejorara, hasta sentía que volvía a respirar mejor, aunque no era la primera vez que creía encontrarse bien para terminarse dando cuenta que no se trató de nada más que un breve lapso. No buscó a sus amigos, no porque no pensara en ellos, sino porque estaba seguro de que debían de estar cerca de llegar. La idea de que los hubieran atrapado o de que hubieran caído dentro de una tumba vieja ni siquiera pasaron por su cabeza. Siempre salían adelante, y esta vez no sería la excepción, pero necesitaban ayuda. Puede que Martín y sus amigos estuvieran muy lejos de ser su primera opción como un auxilio, sin embargo, dadas las circunstancias eso era lo último que importaba, además de que no eran los únicos esperándolos afuera. Incluso estaba Rosa, su gran amor secreto, que ni siquiera había confesado a Pedro y Esteban, aunque algo le decía que sus amigos eran conscientes de ello. Fueran o no, conocedores de su amor por Rosa, Carlos decidió que había llegado el momento de revelarlo, y no solo a sus amigos, sino (y especialmente) a Rosa. Luego de todo aquello, declararse (por primera vez en su vida) no parecía la gran cosa, a final de cuentas ¿qué era lo peor que podía pasar? Lo peor que podía pasar era lo que estaba viviendo en ese momento, cosa que Carlos lo supo al sentir una raquítica mano cerrarse en su nuca.
El humo desapareció del cementerio al igual que el azulado fulgor que no duro más que el flash de un cámara, aunque Carlos era incapaz mirar algo de ello, sus ojos seguían cegados, siendo un deslumbrante blanco lo único capaz de vislumbrar por lo que tampoco puedo ver a los visitantes nocturnos que miraban ávidos como la criatura grisácea se aferraba de su cuello, girándolo para quedar frente a frente.
-bufff-escuchó bufar a lo que sea que lo tuviera entre sus manos.
Una calurosa ventisca arremetió contra su rostro. Quiso mover sus brazos para luchar contra lo que sea que lo tuviese aprisionado, pero apenas si fue capaz de alzarlos un par de centímetros antes de que cayeran. Sus piernas ni siquiera respondieron, les ordenaba moverse, patear a su captor, sin embargo, su cuerpo y mente habían dejado de ser uno. El centelleante azul volvió a aparecer ante sus ojos, mucho más fuerte que la vez anterior, aunque extrañamente en lugar de cegarlo aclaró su vista lo suficiente para ver como una especie de esqueleto andando, cubierto por un manto gris, abría su boca de manera descomunal (de la cual surgía la luz azul) para acercarla a él. Escuchó los extasiados gritos de los visitantes nocturnos, sin tener la menor idead de que se trataba de ellos, los cuales retumbaron en sus oídos mientras el mundo perdía su nitidez, en tanto el azul se oscurecía más y más hasta volverse negro.
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