De un tiempo a esta parte, no sé escribir desde otra posición que no sea desde el dolor y la desolación. Ya no recuerdo el olor de su perfume ni el grado de suavidad de su piel. En mi memoria solo quedan vestigios de aquellos tiempos de guerra en los cuales supimos combatir cuerpo a cuerpo en alguna que otra habitación de hotel.

Hoy, con el paso del tiempo, no me queda más camino que admitir que después de usted, ya no queda nada. La vida tiene un sabor amargo y el tiempo que transcurre es simplemente un capítulo de relleno, convirtiendo mi vida en un letargo. El tiempo supo demostrarme que hay amores eternos que duran lo que dura un corto turno de hotel.

Hace más de cuatro meses que mis párpados están vacíos de sus besos. Hace ciento veintisiete días que transito mis noches en el infierno viendo cómo su recuerdo me atormenta libremente. Hace tres mil cuarenta y seis horas que le dedico mi inspiración a cambio de encontrar una salida del averno.

Pareciera algo inútil de creer, pero desde fines de enero, todos los lunes son grises y lluviosos, como aquel veintitrés de octubre. No solo no sale el sol, sino que desde esa fecha, las noches y sus etcéteras, me hacen desearlo más de lo habitual y ansío ser el demonio al que recurra cuando ya no juegue ni a las damas con su mujer.

Aún no encontré la manera correcta de decirle que si usted quiere, yo quiero. Quiero verlo en persona y no en todas las canciones. Quiero dejar de acariciarlo en mis textos y tocarlo en carne y hueso. Quiero volver a vivir una tarde de pasión al lado suyo y que no quede todo en algo imaginario. Quiero y anhelo que su recuerdo no me atrape como arenas movedizas. Quiero que de una vez por todas pierdan filo los puñales de su recuerdo.

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