Hace varios días que me encuentro cansada. Cansada de pensarlo tanto. Cansada de añorar cosas imposibles. Cansada de estar perdida en su recuerdo y perdidamente cansada de extrañar el pasado.

Es de noche y hace frío. Con su ausencia llegó una ola polar que logra congelarlo todo, salvo mi deseo de verlo. Busco entre un centenar de hojas despilfarradas y llenas de garabatos algún rincón donde pueda anotar frases que me hacen pensar en usted. Así, surgen estas líneas que comienzo a dedicarle, pese a que varios meses atrás, durante una mañana lluviosa, juré nunca más volver a escribirle. A veces, las promesas que nos hacemos a nosotros mismos son las más difíciles de mantener.

No exagero si le cuento que tengo al menos cinco textos inconclusos en su honor. Lamentablemente, no puedo brindarles un cierre porque su recuerdo me hace daño. Prefiero aprovechar que este mayo frío trajo heladas que congelan las heridas para ver si, de una vez por todas, dejan de sangrar.

Cansada y perdida, atravieso como puedo las eternas veinticuatro horas que tienen los días. Haciendo cálculos incomprensibles. Sumo nostalgia y resto optimismo. Deliro imaginando cómo sería el momento en el que pueda volver a tenerlo para mí. Mientras, mi autoestima se convierte en un pigmeo viendo cómo el pasado transcurrió sin que volviéramos a pecar juntos.

Destruida de tanto pensarlo, intenté encontrarlo en otras personas. Claramente, no logré dar con nadie que sea la cuarta parte de lo que usted supo ser y hacer conmigo dentro de una habitación de hotel. Quise hundirme entre arenas movedizas en ojos ajenos y me di cuenta que no existe nadie con el superpoder de desnudarme con la mirada, como usted sabe hacer.

Reconozco que extraño obnubilarme con la belleza de su nariz. Pasado el tiempo descubrí que fue en vano buscar calor en otros labios y refugio en brazos ajenos. Con el transcurso de los días, me consume la cruda verdad de que cualquier otro hombre está muy lejos de lo que usted sabe ser.

En estos momentos podría disimular mis sentimientos, pero prefiero acurrucarme junto al recuerdo de su voz y, como una imbécil, le escribo estas líneas que besan la lona. Mientras el frío se acrecienta en la ciudad, yo espero que suceda un milagro que haga que se lleve su recuerdo y mi deseo ferviente de volver a estrechar nuestras pieles.

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