EL PÁRAMO
«Solo buscaba un lugar más o menos propicio para vivir, quiero decir: un sitio pequeño donde cantar y poder llorar tranquila a veces. En verdad no quería una casa; Sombra quería un jardín.»
-ALEJANDRA PIZARNIK
Cuando cierro los ojos, muchas veces, viajo hacia un lugar que no conozco y que creo
que está solo entre mi imaginación y mi memoria.
Lo he creado con los años, cada día lo hago más acogedor, en cada palabra que
enmudezco, en cada intento de difuminarme, en cada tambaleo de la realidad.
Un lugar que almacena todas mis pesadillas y todos mis sueños rotos, un lugar que
guarda todas mis personalidades y esquizoides.
Donde las lágrimas riegan las palabras y cada objeto es un sentimiento. Pequeños amaneceres que nunca ocurren, pequeñas melodías, pequeños cuervos que merodean
el cielo pintado de negro.
Y yo abajo, rondando por el pastizal.
Allí la tristeza es el cielo. La alegría; la lluvia. Y la soledad; ofrecerle una taza de té al
viento.
En el verano suelen florecer girasoles que siguen a la luna, y mariposas que siembran
luces. Pero nada es real allí, excepto los poemas.
Un idioma desconocido, donde se habla con los ojos y se llora con la boca. Entre
canciones que nunca nadie escuchó, palabras que nunca se escribieron, y flores que
nunca se conocieron.
Pero cuando estoy allí siempre soy una niña, y de mi boca salen cosas que nunca
pensé, y es como si alguien hablara desde dentro mío.
Ella habla, y yo escucho, recuerdo, y luego cuando vuelvo aquí, escribo.
Soy otra identidad más, otro juego más, otra personalidad más. Otro infierno que me
han hecho vivir.
Esta historia narra algunas de las cosas que me ha dicho la niña.
Y que creo que en realidad son la verdad nunca dicha. Lo que estuvo detrás de cada
cosa en la que me hicieron convertirme.
Porque nunca nadie ha logrado llegar hasta el prado, jugar con la niña, conocer sus
infiernos, saber de sus pesadillas, ver a los cuervos, escuchar las canciones.
Nunca nadie.
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