La lluvia que mató todo

Las sombrías advertencias de un anciano campesino aún retumban en mi mente, un eco de desesperanza que no entendí hasta que fue demasiado tarde. Aquel día abrasador, mientras aguardábamos el bus, el hombre, que había cambiado los campos secos por la construcción a sus sesenta años debido a la sequía, compartió su premonición con voz grave:

‘Con toda esta contaminación del mar y más, llegará un día en que temeremos la lluvia que se avecina.’

No capté la magnitud de sus palabras hasta la noche que regresó la lluvia. Aquella tarde, un manto gris azulado se extendía desde las montañas, oscureciendo el horizonte con promesas de un alivio mortal. Mi esposa, mirando emocionada las redes sociales, se alegró al ver que nuestros amigos celebraban la inminente tormenta.

Sin embargo, la esperanza se esfumó al instante. Antes de que cayera la primera gota, una anomalía en las nubes, teñidas de un tono sepia, presagiaba el desastre. En minutos, un filtro amarillento sumió la noche en una penumbra que persistiría durante tres días de lluvia incesante.

Con el primer aguacero, el aire se rasgó con olores fétidos que enviaron a todos a refugiarse. Los tejados, las calles y los terrenos baldíos exudaban un hedor a basura en descomposición. Para el segundo día, las consecuencias eran palpables: el agua acumulada, ahora una mezcla tóxica, comenzó a afectar la salud de la población. Casos de enfermedades transmitidas por el agua, como gastroenteritis y cólera, se dispararon, colapsando los centros de salud locales.

La flora no fue la única víctima; el impacto en la fauna fue devastador. Animales pequeños, incapaces de escapar de la lluvia contaminada, perecieron en masa, y los que sobrevivieron enfermaron por beber de charcos envenenados. Las escenas de aves y otros pequeños animales yaciendo inertes en el suelo eran comunes, y el aire se llenaba con el sonido de su sufrimiento.

El tercer día reveló una realidad aún más sombría: los conflictos por el acceso al agua potable escalaban, enfrentamientos estallaban en las calles ante la desesperación de conseguir un recurso tan básico y ahora peligrosamente escaso.

Al final, la lluvia que alguna vez esperamos como bendición se convirtió en una maldición tóxica. Nos encerramos en nuestros hogares, asfixiados por el calor y aterrorizados por el veneno que caía del cielo, mientras una sombra de muerte cubría nuestra tierra, dejándola desolada y sin esperanza.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS