Mamá habló con Clarita
-Bueno, qué te parece si vamos a ver dónde queda el jardín
-¿Qué es eso?
– Un lugar para ir a jugar un ratito.
De reojo la abuela miraba y escuchaba la escena. Se sentía nerviosa por la reacción de su nieta. Si la nena no quería… ¡qué problema sería!
-Bueno, dijo Clarita, vamos.
Madre y abuela se miraron aliviadas. Es un gran avance. Era chiquita aún y estaba esperando una hermanita, así que serian muchos cambios. Pero Clarita siempre fue curiosa y eso sería algo más que debía conocer. Qué era eso del jardín.
En aquellos tiempos el jardín de 5 no era obligatorio, mucho menos el de 4, por eso lo llamaban pre-jardín. No era tampoco una guardería. Y tampoco las guarderías estaban en auge como sucedió una década después. Eran los albores de los 80. Puntualmente el año 81 cuando decidieron mandar al Jardín de 4 a Clarita. Obviamente su papá estaba de acuerdo, pero, como trabajaba todo el día, no era una decisión en la cual se comprometía mucho. Eran las mujeres de la familia las que decidían «esas cosas».
En diciembre del año 80 Clarita aun tenía 3 años. Aún usaba chupete.
«Mamá, la nena debe dejar el chupete para iniciar el jardín, así que tiene el verano para trabajar en ello. Nos vemos en febrero para la entrevista con Clarita» dijo la directora.
Debía iniciar en marzo. Su cumple de 4 era en junio, pero la directora del jardín le pidió a su mamá poder conocer a Clarita para ver si estaba lista para el inicio.
Pasó el verano y Clarita abandonó su chupete, en realidad, se lo dio a su mama para regalárselo a Carlitos Balá. O sea, no fue un abandono, fue una donación, una oferta que Clarita brindo al famoso conductor.
Ya lista para empezar esa aventura, se presentó ante la directora. La directora le había pedido a la mama que esperara sentada en una silla detrás del escritorio, cerca de la puerta. Clarita estaba sentada delante de la directora, mirando su escritorio. Allí tenía una caja de dominó. La miró y la reconoció porque era eso a lo que jugaban en casa.
-«Bueno Clarita, contàme a qué te gusta jugar» Y la respuesta fue rápida, a ella le gustaban sus muñecas y jugar en el patio. Y cuando hace calor, con agua.
La maestra notó la espontaneidad de la nena. Se la veía un poco tímida pero preparada para responder.
-«Y tus papás qué hacen?» Mi papa hace asado. Obviamente la directora no pudo contener su sonrisa ante la inocente respuesta de Clarita. Su mama desde lejos también reía. Que pueden entender los niños de los trabajos de los padres. Un papá debe trabajar de papá y una mamá, de mamá y así sucesivamente.
Clarita notò que por la ventana entraba la luz de afuera pero de color amarillo, por los vidrios de ese color. Sentía las voces de otros niños jugando, hablando, gritando y a veces riendo.
Regresó a casa sintiendo por primera vez que algo bueno había hecho. No sabía que podría haber sido. Cuando llego a su casa escucho el relato de su mama de la entrevista que había presenciado. Su papa y su abuela se los veía contentos. Nuevamente le hicieron algunas preguntas a Clarita, si le había gustado el lugar, si había visto chicos y si la directora era buena. Todas afirmaciones positivas.
Aceptación.
Clarita comenzó a levantarse muy temprano para ir al jardín. A veces le daba mucha pereza salir de la cama en los días fríos, pero aún lo hacía. Caminaba esas cuadras de la mano de su mama y ya sabia de memoria el camino. Cruzar la vía, caminar antes de llegar al parque. Doblar dos esquina, pasar por el club barrial y finalmente, el jardín.
Así pasaron los días, descubriendo que los espacios se comparten, los juegos se comparten, que las cajas de zapatos son útiles para construir castillos. Que el té con bollitos y dulce de leche era el desayuno más rico.
A veces se preguntaba donde estaría mamá cuando ella estaba en el jardín. Seguramente haciendo compras, llevando los sifones de soda a llenar y comprando yogures en frasquitos. No se preguntaba tanto por su papa o su abuela porque ellos siempre estaban muy ocupados (y la verdad es que su mamá era su mundo en ese momento).
Pasó el otoño, el invierno, la primavera y, con los primeros calores hubo un día que fue su último día. No se dió cuenta (sólo hasta el año sucesivo) que no regresaría más a ese jardín
Llevó por última vez su bolsita rosa, su tacita y plato rojo, su jabonera y la toallita de mano. Ese delantal azul y mono blanco nunca más lo uso. Lo quiso mucho. Amó esas pertenencias. Entendió que al mundo exterior debemos llevar cosas propias y hacerse cargo de ellas.
Se llevó a su corazón el recuerdo más lindo, de haber sentido el mundo exterior a la altura de sus ojos.
Pasó por el club barrial, dobló dos esquinas y llegó a su casa. Su aventura, había terminado.
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