Explicaciones tortuosas

Explicaciones tortuosas

Ema UB

07/05/2024

Tréboles, es fácil caminar sobre ellos, contemplar sus coronas blancas y pensar en la suerte. Es relativamente fácil pensar en la suerte y más fácil es deshojar los tréboles recitando; fe, esperanza y amor. Trébol por trébol, oración por oración, siempre: fe, esperanza y amor.

Fe, esperanza y amor, mi almohada amaneció inundada con mis lágrimas y el silencio le hizo una entrevista a mi reflejo en el espejo.

«¿Por qué has llorado? Teníamos un acuerdo, no llorar por aquello que no se puede controlar. No llorar, suficientes lágrimas caen del cielo, esas son suficientes.

¿Por qué has llorado? ¿Quién volvió? ¿A quién has dejado entrar una vez más en nuestro hogar? 

La respuesta no la tengo, no la tienes tú, no la tiene el gato, ese que me observa desde la esquina mientras intento hacer café. Hacer café amargo que no beberé. Entonces, por qué hacer café, para emular lo que hace la gente común en la mañana. Por qué emular lo que hace la gente, porque cuando se copia lo que hace el otro hay una especie de tranquilidad navegando en la mente, uno pasa desapercibido y así se puede vivir tranquilo.

Tranquilidad, esa es la cuarta hoja del trébol, esa es la suerte convertida en realidad. Después de todo no hace al rico la materialidad si de ella no puede disfrutar con tranquilidad. No hace la fama al famoso si por ella debe vivir escondido en la obscuridad de su inventada privacidad. No hace la pasión al amor, si por ese apasionamiento te vuelves esclavo de la ilusión.

La ilusión, palabra que resume la fe, la esperanza y el amor en una cuarta hoja de trébol; buena suerte. Esa que tal vez tengo y no veo o no tengo y por eso me quejo o quizá después de todo debo recurrir a las respuestas vanidosas de la ciencia; relación causa efecto, efecto mariposa, huracanes y tempestades emocionales. Sí, tempestades emocionales, por esa causa mi almohada amanece inundada de lágrimas.

Lágrimas, nacidas del vientre de obscuras pasiones, de anhelos profundos por hacer el bien. Tan grande es la obsesión que se convierte en maldad. Mi gran maldad por hacer el bien al otro.

Mi gran maldad por hacer el bien.

Mi instinto caritativo me grita que debo decir la verdad, pero mi instinto de la prudencia me invita a callar, sin embargo yo debo cumplir con el bien y este es el bien: 

«No, tu novio nunca vino con otra mujer a ginecología para realizarle una ecografía de embarazo, es más no sé cómo se llama tu novio Eduardo Sarmiento y mucho menos sé cómo se llama ella, Alexandra Valverde y jamás les ví y mucho menos diría que se besaron antes de subir al consultorio 201… Nunca supe y no lo sé ahora»

Hacer el bien te da tranquilidad, la tranquilidad es la buena suerte que se necesita para vivir, la cuarta hoja del trébol, pero después de todo, la bondad también es relativa, circunstancial y propia de malvados. Por esa contradicción mis ojos inundan con frecuencia la almohada.

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