Hoy murió Emilio después de dos matrimonios fallidos. Procreó cuatro hijos, perdió su hogar al dejar vencer la hipoteca, cayó en bancarrota, se puso en pie otra vez, construyó una casita pequeña y adoptó a dos perros; uno blanco y otro negro. La blanca cayó en las promesas de algún perro faldero y se preñó. El negro anda de basural en basural, persiguiendo motos y jugando a la muerte en la carretera.

Murió Emilio, más conocido como Milo, no era famoso en el barrio, no era importante  en su hogar y mucha gente quizá después del entierro ya no lo recordará, pero yo nunca lo olvidaré. No lo olvidaré porque cada mañana lo encontraba cantando recostado bajo el auto siempre averiado. Su saludo era efusivo, enérgico y alegre, le inyectaba a mi pereza por la vida un poco de gusto y propósito y eso es algo que poca gente a logrado conseguir. Sus consejos sobre la vida, el amor, el trabajo, las penurias y los problemas siempre eran innecesarios, pues es cierto que cuando uno no pide, lo dado a voluntad parece un estorbo, así me parecían los consejos de Milo. En alguna ocasión le reproché hablar sin licencia sobre lo que él creía que era mi vida. Sin embargo, siempre tenía razón. Milo era bueno en el arte de leer a las personas, sabía con exactitud lo que la gente sentía tan solo con una simple mirada y un intercambio de pocas palabras. 

Murió Emilio, un día después de que naciera su primer nieto y su primera camada de perros. A ninguno conoció, porque la muerte le pescó justo cuando estaba lavando ropa en el fregadero, justo cuando su segunda esposa la mulata le abandonaba por falta de dinero, justo cuando le cortaban la luz por falta de pago, justo cuando en la escuela de su hija menor mandaban a pedir una provisión para una excursión. Así, como medicina Le llegó la muerte. Le dolió el brazo, le dolió la cabeza y sintió que hubo una explosión en la cabeza, eso fue todo. El peso del cuerpo me ganó, se colapsó, sus ojos ya no miraban nada, el corazón se pataleta sin saber en qué dirección correr y las palabras se ahogaron para siempre en la garaganta. Así duró un día y una noche en terapia intensiva, algún médico de apariencia alfeñique trataba de explicar lo ocurrido, pero a estas horas el partido ya acabó, la muerte le goleó a Milo.

Murió Emilio, la vida se acabó. Deja huérfanos a cuatro hijos, cuatro perros, dos viejos abuelos a los que decía papá y mamá y a esta pequeña sociedad, en la que someras veces uno tiene valor solo muerto porque cuando vivo es solo un estorbo. Se fue Emilio, hombre bueno, pero pobre, porque si el nacimiento nos regala algo jamás es en paquete completo; uno no puede ser adinerado y bueno a la vez.

Adiós Emilio, estimado vecino, fueron pocas las charlas, pero grande la enseñanza.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS