104 días – leitmotiv

104 días – leitmotiv

Francesco

13/04/2024

Motivo Conductor:

Un leitmotiv no solo acompaña el flujo de una narrativa, sino que también refuerza y subraya su esencia, como un eco que nunca se desvanece del todo.

Escribí esto en la noche más oscura de una época aún más sombría, en un momento donde el dolor parecía marcar el pulso de mis pensamientos y la desesperanza absoluta teñía cada rincón de mi ser. Era una noche sin horizonte, donde lo que parecía inevitable era el dejarme consumir por el vacío. Sin embargo, en medio de ese abismo, un impulso me llevó a escribir, sin propósito ni destino, pero con una certeza extraña y primitiva: debía dejar un manifiesto. Surgió entonces un leitmotiv, ese hilo conductor que, a veces sin saberlo, nos guía. Un leitmotiv es el eco persistente de una idea, una melodía que resuena sin cesar en el trasfondo de nuestra existencia, y aquí es una verdad que se entrelaza con la esencia de mi texto: es la insistencia del ser en medio de la nada. Como título, Leitmotiv es perfecto, pues refleja la repetición y el retorno de las mismas preguntas, los mismos dolores, una danza que nunca cesa.

En ese momento de oscuridad profunda, comprendí algo que nunca antes había sentido tan claramente: no existe un verdadero «tocar fondo». Hundirse en el mar de nuestra desesperación no es el fin, porque incluso mientras descendemos, la luz del sol aún se filtra, aunque sea tenue. Y a medida que nos sumergimos más y más, la presión aumenta, aplastando el cuerpo, la luz desaparece, y nos encontramos en la más completa oscuridad. Pero, al tocar fondo en ese océano profundo y opresivo, donde la vida parece imposible, descubrimos que bajo ese lecho marino, más allá de lo soportable, se encuentra el manto de la Tierra. Sus capas nos revelan que, tras esa oscuridad impenetrable, existe un calor escondido, un núcleo que arde con una intensidad indescriptible, emitiendo colores que nunca creímos posibles. Es un espectáculo maravilloso y aterrador, pero no es para nosotros. No estamos hechos para habitar en esas profundidades. Llegar más abajo que el fondo es ver algo que ningún ser humano debería ver, porque aunque es llamativo, es un dolor para el que no estamos preparados.

Si alguna vez llegas tan profundo, habrás visto un poco más del sufrimiento de lo que cualquier palabra puede describir. El dolor se torna en algo tangible, en un color azul denso, como la luz suave de una lámpara de lava que flota pesadamente. Pero no es un lugar para quedarse. No debemos llegar tan abajo ni tan lejos, y sin embargo, haber estado allí te cambia, porque te muestra que incluso en los lugares más oscuros e imposibles, el ser humano sigue buscando esa chispa, ese leitmotiv que, de alguna forma, nos impulsa a continuar.



4 de la mañana

O casi. ¿Por qué existimos? Yo digo que somos destello tras destello, intentando ver algo que nos muestre un final y poder volver a no existir, a no ser.

Ser es ser nada, queriendo ser todo.

Ser es la desesperación de querer ser. Porque empezar a ser, donde el todo es la nada, es el gusto de pensar en un final y volver a verlo deshecho tras destellos de conciencia. Le trae la nostalgia de cuando se dio cuenta de que es, y que dejará de ser, pero el destello y sus otras cadenas de millones de años ocurrirán.

Son esos destellos, de ser y saber, que no hay nada y no hay todo, más que por volver a recordar aquel inicio, donde yo podía decidir, y eso haría que fuera hacia algún lugar, cuando en realidad salgo de algo que no. Son solo destellos que atraemos con nosotros, queremos ser para siempre, y eso ya lo éramos.

4 años. Siempre puede ser más oscuro, siempre puede ser la última noche.

Siempre se es más de uno, y siempre puede cambiar el rostro de la felicidad.

En el camino de agua, que no es río ni hilo, porque se eleva, desafiando nada más ni nada menos que su fin en la existencia, su último objetivo, a los anhelos del egoísmo, en el camino, a los escritos a la luna. Con la unicidad del agua, que puede ser vida, pero no puede ser felicidad. Que puede ser única, pero no puede darse cuenta. Que es libre y a la vez esclava de su existencia, que aún no conoce.

2 de la mañana. Abril.

¿Sabrá el agua que es agua? ¿Sabrá la luna que es la luna? ¿Supo Adán que era Adán o supo Eva que era ella? ¿Es que acaso sabemos realmente algo solo por existir, o es que aceptamos algo que nos recuerda nuestra voluntad de aceptar? Y tanto tiempo después, sentimos que eso es la base de todo: soñar con alguna vez ser infinitos, no tener un objetivo, no tener un fin, no existir por algo más. Tal como el agua llamándose agua y la luna siendo luna, en el fondo no lo son. Solo son ese viejo recuerdo de tanto tiempo atrás, de experimentar un momento en que somos, en efecto, algo por solo serlo y no, simplemente, nada tras la nada.

¿Sabrá el tiempo que es tiempo? Al fin y al cabo, se nos agota, o en verdad, no hay apuro de llegar a ningún lugar. Porque hasta el fin lo creamos nosotros, en la nada, para sentir lo contrario a ella: el todo.

Y sí, la nada es todo, si la eterna condena del todo y nada más, y el todo es justamente la nada. Cuando por momentos el todo parece ser otra cosa, es nada, y eso es el germen de lo que ahora somos: resultado. Y es que el todo pasó a ser la nada, cuando solo queda el recuerdo de la primera vez que se fue algo más allá del infinito. Y sin lo que se es en el todo, no se llegaría a soñar con solo ser lo que no se es, porque hay algo, y es el momento de los destellos que comienzan su propia existencia, ya diluida. Y el miedo a apagarse, a morir, es solo porque quisiéramos ser nada en el todo, y todo en la nada. Porque sentir que se es algo fue lo que ahora sufrimos, lo que ahora sufro: ser ese animal del que no puedo escapar, ser. Pero el pensar que no puedo escapar y el querer ser algo más es lo que motiva este motor de destellos, que buscan una respuesta: «Existo, y ahora, ¿qué?»

Aquel fruto, aquel fruto de la decisión, de la separación para siempre de ser y no saber, es ser y no saber. Sin la prisión, la idea de libertad sería otra, porque así se puede ser algo.

Ser algo más que la nada y el todo, cuando sabe que es lo mismo. Y el saberlo le hace volver a caer en ser algo que quiere ser algo más, porque sí. Porque ser es creer en un final, cuando en la nada y en el todo no lo hay. Queremos ser infinitamente finitos, porque de la eternidad proviene el sentimiento que nosotros, los destellos, arrastramos con nosotros: ser lo que no somos, únicamente porque seremos siempre. Y no poder ser algo más, porque la historia se repite. El cosmos se organiza y navega de nuevo, porque sí. En la eternidad, un destello nos recuerda que ser es el resultado del pensamiento arraigado en el corazón de aquellos que una vez estuvieron en esta tierra. Queremos un final.

1 de la mañana

He aprendido muchísimo, ¿sabes? En 4 meses de depuración y de hipersensibilidad extrema a cada mínima manifestación de energía, masa, onda, radiación. He desarrollado un estado de consciencia tan profundo que mis debates internos van demasiado rápido. Cada día es algo nuevo. Por raro que parezca, el más autodestructivo no tiene problemas en sus dientes para llegar a ese clack, o sus músculos aún hipertrofian después de una temporada de ejercicio. Mi atención y mi retención están más eficaces en 3 días sin dormir que cuando pensaba que estaba aprendiendo. Lo único que hago es rascarme las pelotas, y sigue buscándome gente vieja, más vieja que ustedes, queriendo que los represente, sin abrir un solo espacio de texto. No he buscado ninguno de los logros que tengo, y aun así, siempre con todo en contra, con absolutamente todo el pronóstico guiado al fracaso, llego al cenit de otra intensa etapa de existencia. Mi regocijo es explotar al máximo lo que nos distingue de todos aquellos, y es todo lo que odio de ellos. Soy un animal, un ser evolucionado para mantener una homeostasis en un sistema que a la vez no cumple más que un fin casual y mantenido. No tengo ningún objetivo como eso, como animal, más que seguir siéndolo. Pero como consciente de la consciencia, como un ser metacognitivo, es en el intercambio incesante de sustancias químicas y pequeños estímulos eléctricos en una red de nervios jugosos que una parte del universo se experimenta a sí misma. Desde lo más doloroso, el recordatorio del purgatorio más horrible, hasta la más excitante ola de un momentum único, donde cada pieza deja de cumplir ese rol evolutivo propio del animal y empieza a comportarse, a actuar, casi con Adán y con Eva. Se ha salido de control, y ahora se ha perdido. Luego de eso sabrá que existe para algo tan superfluo, mínimo e intrascendente. Pero cuando recuerde también lo que puede llegar a ser cuando no cumple ningún rol más que el de ese universo curioso experimentándose a sí mismo, es que llega a la elevación. Es que se da cuenta de que, si fuera infinita, sería también infinita en posibilidades. Pero al ser una pequeña parte de un gran enredadero de pasos a seguir, y estar condenada a solo recordar el gustoso calor del escape, de imaginar, que si fuera infinita, ya no sería parte de, sería el objeto, sería el final y el principio. Pero eso es solo el ensueño del animal que un día comió con rebeldía el fruto, y conoció que haciendo cosas solo porque sí, podía por un pequeño momento ser, paradójicamente, infinito. Pero a la vez, sin saber del infinito, de ser todo y a la vez nada.

El propio acto de ser es la escisión, la prisión, y la libertad. Porque ser resulta de no ser nada, y de soñar en convertirse en ser. Esa es la verdadera prisión: no poder volver atrás, porque ser es el fruto, ser es el placer, ser nada en el todo, lo es todo.

3 de la mañana.

¿Es el mejor? ¿Es siquiera algo? Es otra metafórica mordida al fruto, creer que crear es ser, y que ser es deber. Y es que ser es la nada, más que el todo. Al ser y no saber que eres, cumples tu rol encomendado, haces tu parte, mantienes la casual cadena de sucesos ocurriendo hasta que la casualidad y el azar la hagan ser otra vez, otra cosa, que no sabrá que es. Hasta el momento del quiebre, de darse cuenta que está en la nada, en el eterno retorno de Nietzsche, repitiendo, porque sí, sin ningún fin, más que la nada. Cuando algo cambia, es cuando se da cuenta. Y el darse cuenta, a través de pequeños parpadeos de luces en el cósmico tiempo de ahí afuera, llamadas consciencias, es la nada. Pero por momentos también puede ser algo distinto. Es esa pequeña chispa que encendió un motor que cayó en su propio destino, preso de su propia unipersonalidad, lo que por azar o casualidad es, y que en otro destello, podrá ser nuevamente. Es el deseo, es la rebeldía, es la voluntad de querer todo, de serlo todo, porque vienes infinitamente siendo nada.

Preso de sí mismo, el deseo de serlo todo cuando no es nada es mi propia perdición ahora. Ya, por azar y casualidad, soy un destello de consciencia que está en su fase de energía, de deseo y de rabia, de no poder escapar de su naturaleza, de su papel.

Al final, somos el eco de nuestros propios destellos, oscilando entre la nada y el todo, siempre atrapados en la danza del ser y no ser. Y aunque el vacío parezca abrazarnos con su infinita quietud, vivir es la prueba irrefutable de que el ciclo continúa: habrá risas, habrá dolor, y en cada latido renace la chispa de aquello que somos. No necesitamos un propósito más allá de existir, pues en esa simple verdad, en la constancia de ser, reside la promesa de volver a encontrar la alegría, la tristeza y todo lo que nos hace humanos.

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