La descripción más acertada que podría dar con respecto a una definición clara de lo que significa una mujer, y lo que ella representa en el entorno social, podría estar asociada a conceptos diversos desde puntos de vista muy particulares. La mujer en esencia es algo que comprende en muchas ocasiones, esa parte que a veces no damos por sentado. En un sentido menos loable asumimos de forma sutil un sin número de experiencias, de supuestos postulados e hipótesis que quedan en el limbo de lo más absurdo. Capaz de negar con osadía otrora de lo que alguna vez defendimos sin desperdicio alguno una muerte segura. Sí, una mujer puede tomar el rango de supuestas definiciones que van en concordancia con la desfachatez de un pensamiento abrupto y fantasioso. Posible proesa de ser una voz que clama con agonia y agudeza en las sombras de la embriaguez, las tormentas que callan una vez más ocultas, se desvanecen y despiertan en los recuerdos. Cómo la reencarnación que cobra una nueva vida, así el pensamiento que atrapa y brota en pleno atardecer de otoño, la hojas rojas impregnadas de sangre, vuelan con el viento solaz. Aquí y allá donde no hay moradas, ni un terruño que acoja esa suave brisa sureña. Sino palpita lo suficiente para morir, para dejar de envejecer, en una tierra oscura se restriega en mis manos, semillas de aliento, olor y silencio. Una mujer es lo que necesita, el verde pintado y flores amarillas, crecen con el nubarrón se precipitan y se olvidan. Ciertos paisajes y memorias quedan reflejadas en un ayer y en un mañana. Así doy paso al despertar de las gaviotas blancas y limpias, coloridas con el mar, el archipiélago su escondrijo, profundo abismo, silueta veraniega. Vibra el sonido, el laurel, la garzas, dulce canela manantial azul, la estela tersa de la noche, nacarada y mojada. Dulce amorío, me visitas y te vas buscando una manada de bisontes, a la orilla de un río, arroyo abajo, de piedras calizas, con fervor, sueltan las riendas sin cuidado alguno, la belleza que se pierda asi sin pena, ni gloria.

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