El arbol de los frutos justos

Había una vez un pequeño pueblo llamado Maturín, rodeado de verdes colinas y campos. En el centro del pueblo en la plaza principal, crecía un antiguo árbol llamado “El Árbol de los Frutos Justos”. Este árbol era especial porque producía frutas mágicas que representaban los valores de igualdad y equidad.

Un día, los niños del pueblo se reunieron bajo el árbol para escuchar la historia de su origen. El anciano Samuel, con su cabello blanco y ojos brillantes, comenzó a contar:

“Hace muchos años, cuando el mundo era joven, Dios plantó este árbol en el corazón de Maturín. Sus ramas eran fuertes y sus raíces profundas. Pero lo más asombroso era que cada fruto que daba tenía un propósito”.

Los niños miraron con curiosidad mientras Samuel continuaba:

“El primer fruto que creció fue un mango. Era con tonalidades rojas y amarillas, grande y jugosa. Representaba la igualdad.

Todos los habitantes del pueblo tenían derecho a recoger mangos del árbol. Nadie era más importante que otro”.

Los niños asintieron, imaginando a todos compartiendo las mangos por igual.

“Sin embargo”, continuó Samuel, “el segundo fruto fue una naranja de un color dorado espléndido. Era dulce, carnosa y suave. Esta pera simbolizaba la equidad.

A veces, algunos necesitaban más ayuda que otros. Entonces, el árbol daba más naranjas a quienes más lo necesitaban”.

Los niños se preguntaron cómo el árbol sabía cuándo dar mangos o naranjas.

“La respuesta está en la Biblia”, dijo Samuel. “Dios nos enseña a amar al prójimo como a nosotros mismos. Eso significa tratar a todos con igualdad, pero también ser justos y compasivos”.

Los niños se quedaron pensativos. ¿Cómo podían aplicar esto en su vida diaria?

Entonces, un niño llamado Daniel levantó la mano. “¿Y si alguien tiene hambre y no puede alcanzar los mangos o las naranjas?”

Samuel sonrió. “Eso es cuando debemos ayudar. Como el buen samaritano que cuidó al herido en el camino. Dios nos llama a ser justos y a compartir”.

Los niños se comprometieron a seguir el ejemplo del árbol. Cada día, recogían mangos y naranjas, compartiéndolas con sus vecinos. A veces, incluso intercambiaban frutas para asegurarse de que todos tuvieran lo que necesitaban.

Y así, el árbol de los frutos justos se convirtió en un símbolo de igualdad y equidad en Maturín. Los niños aprendieron que todos merecen respeto y compasión, y que la verdadera justicia es dar a cada uno según sus necesidades.

Y así concluye nuestro cuento, queridos niños. Que el árbol de los Frutos Justos nos inspire a vivir con igualdad y equidad en nuestros corazones y acciones.

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