Los colores más hermosos que pudo imaginar un creador,
un artista o un dios, están en mi ventana hoy.
Podría estar durante horas intentando salir de mi cuerpo,
por algún repliegue de mi piel y escapar,
allá arriba, a esas masas de algodón
cargadas de agua y tristeza,
convertirme en todos los grises posibles del universo
antes de desmoronarme en miles de gotas,
como un castillo imaginado por alguna niña
leyendo un cuento una y otra vez
hasta que descifra el mensaje al fin
y comprende que la realidad es brutal
y no puede existir en ese cuento para siempre.
Ser lluvia y caer eternamente
sobre la hierbabuena de mi jardín
para convertirme en elixir fragante
antes de desaparecer.
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