Tuvo la suerte que, cursando su primer grado, haya sido testigo de la lluvia de jacarandás más fuerte de la historia del colegio. Su patio estaba rodeado por jazmines de aire, unas delicadas florcitas blancas que perfumaban dando la bienvenida a las niñas apenas entraban. Y luego estaba ese árbol. La primera vez que lo vio le pareció un simple y viejo árbol, pero, tenía una inclinación especial. Ese árbol crecía del lado del convento. Entre el convento de las monjas y el patio del colegio había una medianera no muy alta y, desde la medianera, se veía este enorme árbol. Era un árbol que había crecido deseando jugar en ese patio, al menos eso pensaba Clarita. Este jacaranda tenía un tronco grueso y rugoso que poco a poco había empezado a torcerse para regalar sus ramas al patio del colegio.

– Sabés, en el recreo haremos las varitas de jacarandá, pero tenderemos que apurarnos porque nos pueden robar el lugar. Mi hermana las hacía con sus compañeras.

-¿varitas mágicas? Preguntó divertida

-Si, las varitas de jacaranda. Son lindas. Todas las tienen

Los minutos pasaban y aún no era el primer recreo. Las niñas seguían la clase, la maestra corregía tareas. Cada tanto Clarita miraba por la ventana, el sol era tímido. Era una primavera tímida como ella.

Timbre. Sabían que no podían salir corriendo. Debian salir ordenadamente. Estaba loca de la ansiedad por saber como eran esas varitas de jacarandá. Finalmente pudieron salir del aula y caminaron lo más rápido posible hasta ese sector del patio donde estaba el jacarandá. Y Constanza tenía razón, tenía flores, no muchas, pero las tenía, ya sea en las ramas como en el suelo. Parece que el jacarandá florece cada recreo para ellas. Junto a ellas estaban tres nenas más pero de otros grados. No importa, había suficiente para todas.

Con las varillas sutiles de ramas caídas. Iban enhebrando cada flor desde la base, así cada ramita, iba embelleciéndose con esa hilera de flores celestes violáceas. En todo en recreo pudo armar tres. Timbre, campana y a regresar al aula.

Ya allí, coloco sus varitas debajo del banco, orgullosa y contenta de haber aprendido algo nuevo. Las letras del libro la entusiasmaban, estaba a prendiendo a leer como los grandes, pero esta vez, la colección de flores fue su gran logro del día.

Cuando su mamá la fue a buscar, le preguntó como le había ido en el colegio, le respondió que bien, que la maestra había corregido los deberes de matemáticas, que la maestra de música las había llevado a la sala de música para cantar, pero, lo más importante, que había aprendido hacer varitas de jacaranda. Su madre concentró su atención a lo de las maestras, a lo de las varitas, no le dió mucha importancia, se las dió en la mano y nada más.

Cuando Clarita llego a casa, también le mostró sus varitas a su papa y a su abuela, obteniendo unas respuestas tipo «ahh que lindo»….Te fue bien en el colegio hoy?

Bueno, ya había entendido que a los grandes no les importaban las varitas. Llevo sus varitas de jacaranda a todos lados, y, tuvo la precaución de dejarlas cerca de la mochila hasta el otro día.

La mañana siguiente transcurrió como cualquier otra, se levantó a desayunar y a jugar con su hermanita, una bebota de un año a la cual le contaba todo y parecería que la comprendía. Le contó a Ari lo de las varitas y la beba pareció entender y sonreír. Le dio su aprobación.

Cuando llego la hora de prepararse para ir al colegio vio que las varitas no estaban…bah, estaban pero con todas las florcitas amortiguadas. No eran las mismas. No eran frescas ni especiales. Es por eso que le dijo su compañera que solo sirven dentro del colegio. Bueno, no importa, hoy haría otras tres más.

Esta vez, el camino al colegio fue diferente. Todas las calles estaban inundadas de jacarandas florecidos y tapizando las calles. Mientras caminaba junto al cochecito de su hermana, iba seleccionando las mejores florcitas para regaláselas a Ari, así ella tendría esas florcitas en el cochecito mientras Clarita estuviera en clases. Su mamá observaba atenta esa escena, pero no dijo nada. Probablemente le dio ternura ese momento entre sus dos pequeñas.

Al llegar al colegio, lo primero que hizo es acercarse al árbol. Vio que tenía flores, como las del día anterior. Su único pensamiento fue que en el recreo prepararía sus varitas nuevas, no serian muchas porque no alcanzarían las florcitas para todas las niñas que se acercaban.

Solo quería preparar más varitas para regalárselas a su hermanita, la única que con su mirada la había comprendido.

Cuando llegó el recreo era la única bajo el árbol. Parece que las otras nenas se habían aburrido y ni al árbol se acercaban. Pobre árbol, así de solo en un patio lleno de niñas. Con paso lento se fue acercando y buscando las delicadas ramitas. Sintió que una brisa se estaba convirtiendo en viento. Las nubes comenzaron a tapar el sol primaveral. De repente, ella no vio a nadien en el patio. Solamente era su árbol y ella. Y ocurrió. Ocurrió lo que nunca le creerán. Justo en el momento de empezar a enhebrar la primera ramita… El jacarandá le regaló su más bello florecer. Más y más flores empezaron a caer. Sintió como caían flores en la cabeza y en los hombros. Vió el cielo gris. Vió el cielo celeste violeta de esa lluvia de jacarandas. Perfume a tierra mojada. Y más y más flores en el piso. Otras niñas comenzaron acercarse, unicamente que para sentir las flores llover.

¿Sabés Ari? Hoy en el colegio llovió jacaranda. Me encantò. Algún día te llevaré para que sientas también las flores encima tuyo. La beba sonrió cómplice como si la hubiera comprendido.
Muchos años después, ese color violáceo perduró en su memoria. Clarita lo puso en su tocado de novia. No puso los jacarandás porque no había en ese momento del año, pero se puso su color. Llevo su recuerdo mágico el día que decidiò mágicamente que cambiaria su vida.

Así de poderoso es un árbol de Jacarandá. Así de bello fue ese recuerdo. Así de compinche. Así de mágico.

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