Capítulo II

Sonido a distancia

Camino deprisa por las atestadas calles en un día frío y nuboso. Apuro el paso y ¡cuidado a la izquierda! eso. Bien, a las 060 escucho un espacio vacío, increíble que transeúntes no toman en cuenta que los adelanto con unos extraños lentes. No es que fuera atrasado o necesitara llegar con urgencia a un lugar determinado: lo hago por diversión. Me gusta este pequeño placer que significaba «ver» por el sonido, aunque es más complicado que eso, pero ya la tecnología la manejo a mi antojo.

—¡Oiga tenga cuidado! ¡Fíjese por donde camina! —me increpa una señora atareada de mercancías adquiridas en ese supermercado atestados de gente irritantes tanto como ella.

—Disculpe Señora no la oí, perdón no la vi, eso. Disculpe.

Me mira con lo que imagino una mueca desagradable, pues en la lejanía intuyo un «imbécil» a lo que, confieso, entiendo su molestia pues caminé demasiado rápido y no tomé en cuenta lo inesperado. Pues bien a las 090 está ese supermercado, entonces… lento, más atento. Al frente mío vienes dos, a los cuales voy por la derecha, eso es -¡Buenos Días!- bueno eso de los malos modales es de todas las generaciones. No importa. Sigamos. Ahora la esquina. Espero un momento vienen automóviles y sigo esperando… ya… ¡ahora!

Cruzo la calle con unos radares que «traducen» los sonidos en imágenes. Aunque no es la misma imagen cuando tenía vista, sino más bien una «sensación» de distancia, además que esta parte de la ciudad la conozco muy bien, salvo esos casos de la señora en cuestión que «apareció» en mi campo sonoro.

Es fascinante, no era lo que esperaba cuando la Dra. Ramírez me dijo que volvería a «ver», pero como piloto era el más indicado para entender esta nueva tecnología. Como navegante sabía como funcionan los radares y este era uno de ellos.

Ya pasó lo peor que me temía, pues en una de esas me quedaba sin trabajo y ¿qué iba hacer? ciego y sin oportunidades de una nueva vida, pues a mi edad y con esta falencia no se vislumbraba un futuro auspicioso, a pesar de lo malo esto es el mejor resultado posible.
Ahora por unos cigarros si bien recuerdo es para… ¡allá! en ese rectángulo gigante, debe ser el lugar indicado.

—Buenas Tardes, quisiera cigarrillos, por favor.

—Si señor, de ¿cuál quiere?

Le digo la marca y transfiero el valor indicado, se escucha la metálica voz en medio del barullo, responde con un «gracias» desabrido, ya es hora de volver a las faenas que pronto termina la estiba.

Ahora al colectivo, pues allá se encuentra un «cuadrado grande» que me lleva al subterráneo y después a los muelles.

¡Ah! Ese estallido publicitario distorsiona el campo sonoro y cuesta orientarse con tanto estímulo, ahora tranquilo que por acá están las banquetas, en fin cuál es la finalidad de tanto alboroto que nadie entiende.

—¿Señor se encuentra bien?

—Eh… sí, me puedes indicar donde están las bancas, hay mucho ruido y no las puedo oír.

—¿Oír?¡pero que estás de gracioso!

—No veo bien, por eso uso estos lentes que me hacen más lindo.

—¡Idiota!

—Si, lo que tu digas.

Ahora para donde me muevo, tranquilo y cuando… ¡eso! el tren está en el lado contrario de los asientos.

—El asiento está a tu derecha, sigue mi voz y los encuentras —me dice una voz femenina amigable.

—Gracias por la ayuda y antes que comiences con tus preguntas banales sí, soy ciego. Por eso necesito ubicar los asientos.

—Ya me di cuenta, eso siéntate acá. A mi lado.

—Gracias por la ayuda. Ahora necesito un poco de silencio. Eso es. Estoy calibrando los sensores, pues este ruido es muy, bueno, te distrae.

—¿Y eso incluye que te comportes tan pedante?

—Eso viene de nacimiento, incluido en la leche materna genética.

—Ah, pues hay algunas personas que no estarán de acuerdo con esa… genética.

Lo dijo con un tono que me supone una sonrisa irónica que hasta me la imagino agradable a pesar de su tono burlón.

—Pues no estaría de más que se tomaran unos momentos para darse cuenta que uso lentes en una estación subterránea, es cuestión de fijarse y no actuar como mal criados.

—Así parece, en estos días te encuentras con más gente susceptibles. A todo esto ¿para dónde vas?

—Al puerto, rumbo a los muelles, soy piloto ¿sabes?

—Me alegro por ti, aunque tendría mis reservas si tomara un crucero contigo en el puente. Nada personal.

—En ese caso no tendrías mucha opciones pues la tripulación ya está asignada a los barcos y no se le consulta a los pasajeros. Nada personal.

Escucho una risa franca y relajada como esa brisa que te acaricia en los frescos días de Otoño sin un atisbo de mala intención, solo que su franqueza puede dar indicios de malos entendidos en personas recelosas propensas al menosprecio.

—¿Pero puedes ver con esos lentes? No lo tomes a mal, y no quiero parecer grosera, pues caminabas recto hasta que llegó el vagón y la música irritante, ¿tú me ves?

—No te voy a dar la lata técnica de como funciona el transductor, que maneja las ondas electro… perdón los lentes, sé que estás ahí, te percibo pero sin tanto detalle. Eso.

—Vaya muy interesante. Bueno, si ya estás bien y no necesitas que te ayude. Pues que tengas un buen viaje. Un gusto conversar contigo piloto. Chao.

Escucho el vagón llegando a la estación y presunto que se levanta del asiento, levanto la mano y me despido al aire. Eso no me agrada desde antes del accidente, es como saludar a nadie o al amigo imaginario, prefiero la vieja usanza del despedirse estrechando las manos pero en fin, no todo es posible.

Ricardo Martínez sentado en el andén espera el próximo vagón que lo llevará a su trabajo, esta vez no habla con nadie. Solo escucha el chillido de metales calientes que le indican que su transporte ha llegado, el sonido pertinente le indica las puertas abiertas… en esos momentos hace el la pantomima del

«ciego con dificultad de traslado» a lo cual se escucha los «aquí señor» presurosos por cederle el asiento.


—¿Aló? Si con ella. Buenas Tardes. Claro, como no. Entonces en el 2º turno. Si muy bien. Hasta luego.

—¿Quien era mamá? —preguntó Antonia — al ver el cambio de ánimo de su madre.

—Era…

⚞Comienza el cierre de puertas⚟

El anuncio de los parlantes irrita a Carola que no es solo por el cambio imprevisto, sino que necesita hablar con «él», pues otra vez, tendrá que llamarlo.

—Es del trabajo Anto así que te vas a quedar con el papi esta vez.

—¿Voy a su departamento o viene con nosotras, mami?

—A su departamento cariño, a su departamento. Espera un poco que tengo que hablar con el papi.

Marcando el número. Espera. Espera. El movimiento nervioso de la pierna de Carola Moletto delata su desagrado. Cuelga. Su paciencia ya se agotó después de años de convivencia. No es que siempre estuvo mal, hasta lo quiere o más bien estima. Pero esa inestabilidad ya no la soporta.

Antonia su hija sigue balanceándose en el asiento cuando se da cuenta que está ese piloto que la trata con deferencia. Increíble percatarse que es ciego, aunque ya lo sabe desde hace mucho, todavía asombra que pueda caminar con tanta soltura. Es impresionante.

El zumbido del celular la saca de sus pensamientos, es «él».

—¡Hola mi amor! que tal como has…

Corta la llamada, no soporta ese trato cariñoso que ya no tienen mayor sentido, la irrita al grado de intolerancia que piensa que es un error haberlo llamado.

Nuevamente el celular entra una llamada. Respira un momento y toma la llamada.

—¡No me vengas con «mi amor» imbécil que no estoy para tonteras!

—Ya Carola esta bien si solo era una broma. Dime.

—¡Como que dime! No te estoy pidiendo audiencia, así que… mejor olvídalo. Chao.

—Era papi —pregunta Antonia— ajena a los conflictos de sus padres.

—Si cariño, era papi pero estaba ocupado así que no podrá cuidarte.

—Ah y ¿no me quedo contigo?

Anto cariño, mami tiene que trabajar por eso me llamaron pues me cambiaron de turno, pero te prometo que después de eso lo vamos a pasar muy bien, te llevaré a los juegos y nos tomamos unos helados bien grandes.

Nuevamente suena el celular, no quiere contestar pero sabe que necesita que cuide a su hija, pues su abuela no está en la ciudad y, en fin, es el padre de Antonia.

—Dime— trato de darle el peor acento posible pues le cargaba que le contestaran como si el otro bajara de los altares.

—Carola me llamaste para algo, me imagino que es Antonia que necesita algo o se quede conmigo, no te llamo para que peleemos. Es para ayudarte.

—¿Ayudarme? el cuidado de tu hija es ayudarme — siguió con ironía pues no quería que su hija la viera furiosa— deberían erguirte un monumento al padre del año.

—¿Entonces para cuando la traes? —cambió el tono de voz que ya denotaba el fastidio que aumentaba.

—Cambiaron el turno y necesito que cuides a tu HIJA —dijo Carola— con gran énfasis pues era su deber y no le estaba haciendo ningún favor.

—¿Para cuando y a que hora…?

—Para mañana y la vienes a buscar temprano. Le aviso al colegio y te la llevas…

—Pásame a la Antonia

—Te estoy diciendo lo que tienes que hacer…

—¡PÁSAME A LA ANTONIA!

Cortó la llamada. Estaba irritada con lo aglomerado que está el vagón, calor y conversar con «él» la saca de quicio, además se portó grosero con ella.

Pasan los minutos y la mirada de su hija la relaja un momento.

Llama de nuevo y le pasa el celular a su hija.

—Hola papi —dijo Antonia— con una sonrisa que le producía celos.

Mi hija reía feliz, como esa felicidad que tuve hace años cuando todavía eramos pareja y la Anto era un bebe, gordete y forrado en varias capas de ropa, ¡no se vaya a resfriar! no quiero que se rompa el vínculo de la niña con su padre, pero a veces… no entiende que ella necesita atenciones, cuidados propios de una niña de su edad, trabajo y estas situaciones como los cambios de horario pasan.

Corta la llamada y recibe un mensaje, está bien. Ahora su hija estará al cuidado de su padre que es lo esperado en esta situación, ¿no?

El vagón sigue y llega a la estación que pronto descenderá el piloto, la conoce bien pues es la estación del puerto, donde se encuentran sus colegas. Pero esta vez seguirá a su casa mientras la Anto se divierte con las gaviotas que sobrevuelan las ventanas del tren como pantallas enormes emitiendo «Planeta Vivo» antes que ingrese al túnel con el cambio abrupto del reflejo de un cuadro de gente estática que no le interesa el lugar del vagón que se encuentran.

Carola Moletto es conductora de «las mulas» como llaman a las horquillas, utilizadas para carga y abastecimiento tanto de camiones como de barcos, de diferentes zonas que llegan tanto nacionales como por la carretera bioceánica, aumentando la demanda del puerto y en consecuencia nuevos puestos de trabajos. Era una de esas nuevas contrataciones que tras varios intentos y tropiezos, logró el puesto.
No fue fácil. Nunca lo ha sido para ella, salvo en contados momentos de su vida que bajó la tensión. El trato displicente en su contra por aquellos que la vieron como una amenaza a su puesto de trabajo fue el pan de cada día, con lo cual le generó una hostilidad a sus colegas, además de las burlas pues su manejo de las máquinas no era el adecuado, incluso le advertían constantemente que sería, junto a otras mujeres, despedidas al final de ese mes o del otro o del subsiguiente. Siempre estaba presente la amenaza pues las mujeres se embarazan y eso es un problema pues no eran consideradas como las colaboradoras que obtienen más bonos y prestigio dentro de la compañía.

Hasta que llegó una nueva adquisición.

«La carreta» era parecida a otra horquilla más que había manejado, con algunos adelantos y un tablero de comandos digitales que no les gustó a los viejos próceres pues no era lo habitual. Hicieron una reunión. Se juntaron y varios no cambiarían de máquina pues eso consistía en mucho trabajo y no estaban para comenzar de nuevo y las faenas ocupaban la mayor parte del tiempo para que además concurrir a unas clases que no serían pagadas y fuera de horario no corresponde pues…

Yo me anoto —dijo Carola— levantando la mano mientras la miraban sorprendidos de su capacidad de hablar en público, incluso uno se acercó por detrás a susurrarle algo incoherente a lo cual se voltea desafiándolo para la sorpresa de la reunión y vergüenza del bromista aficionado.

«Pero compañera… no te salgas del rebaño… siga lo que dicen los dirigentes», se escuchaban voces entre medio de susurros de desaprobación. No les gustaba que las mujeres hablaran en voz alta además que Carola no era muy participativa y la consideraban «tímida», pues no conversaba mucho ni participaba en las burlas que les realizaban a los afuerinos.

¿Carola? —preguntó don Juan Saavedra— después de la embarazosa confusión y el tenue murmullo que se mantuvo tras la explicación de esas nuevas máquinas.

—Yo me anoto al programa, puedo participar en el curso… a la «inducción de nuevos desafíos…», leía Carola el nombre rimbombante de aquella curiosa máquina.

—Si señora Moletto ese mismo curso gracias por participar —señaló don Pablo— anotando el nombre de Carola en la nómina de participantes del proyecto «Inteligencia Artificial: Desafío Futuro», estos serán la vanguardia del futuro de la compañía… y el sustancioso bono que pretende negociar.

Juan Saavedra le hace un gesto para que se acerque y firme en la línea correspondiente. En realidad no está muy convencido con eso de las «Máquinas Inteligentes» pero don Pablo fue muy elocuente en la modernización de la compañía y mantener las cuotas de mercado, además sobre la cuestión con el sudeste asiático. Si don Pablo lo dice, además que es de «los de arriba», será de esa manera.

—Me parece ahora vaya a la oficina y pregunta por la señora Blanca Silva que le dará más detalles sobre el curso… —sentenció don Juan Saavedra— terminando la reunión con un «gracias a todos» de rigor.

Algunos conversan en pequeños grupos retardando el regreso a las faenas hojeando el folleto de este nuevo proyecto con suspicacia y alguna que otra risotada franca celebrando una ocurrencia espontánea mientras otros salen al patio a dar una pitada, el soleado día acaricia con sus suaves destellos de otoño.

—¿Y para qué hiciste eso? —pregunta Clara— dando una bocanada de humo despectiva, pues era de esas personas que no le gustaba resaltar, más bien que nadie de su entorno destacara.

—¿Perdón me hablas? —contestó Carola desafiante— que yo sepa no te he pedido tu opinión y lo que haga no es asunto tuyo.

—Ya y así quieres que te acepten. Siguiendo a «los de arriba» y ahora trabajas con una máquina parlanchina, a ti te gusta que te maltraten.

—Mira Clara no estoy de humor ni me interesa lo que digas y aquí no está permitido fumar, supongo que sabes leer.

—Mira jovencita no te pases de lista que no estoy para tonterías de ese tipo, estos quieren algo que todavía no sé lo que es y tú te prestas para su juego. Ten cuidado, solo te digo eso ten cuidado, nosotros actuamos en un bloque y tú ofreces a algo que desconoces y que nos puede perjudicar. Ten cuidado.

Clara se va desafiante sin que le responda Carola, es una mujer madura que tiene ciertas desavenencias que no pasaron a mayores pero que las discrepancias se mantienen. Carola la queda mirando un momento sin tomarla en cuenta para luego dirigirse a la reunión con la Señora… en cuestión encargada de las nuevas máquinas.

«Si es como creo que es, una máquina a la que imita lo que yo hago, puede ser una gran ayuda en caso que no tenga quien cuide a la «Anto», es interesante y me saco de encima a este irresponsable, ¡cómo ponerme problemas por cuidar a su hija!, se ve interesante el tema, además que me sirve para otro tipo de trabajos en caso que sea insoportable continuar aquí», pensó Carola al entrar al edificio en donde le esperaba la reunión.


—Listo señor Opazo —dijo Juan Saavedra— estos son los compañeros inscritos en el programa, el curso se hará después de las dos de la tarde, cuando esté más flojo las labores.

—Gracias don Juan —contestó Pablo Opazo mientras consultaba su celular con una llamada perdida— la inducción del proyecto será a las 14:30 horas para que los colaboradores se encuentren disponibles y es preferible que lleguen con anticipación, pues Blanquita tiene buena disposición pero es una colaboradora muy ocupada y los recursos de la compañía hay que cuidarlos. Buenos días don Juan.

—Buenos días señor Opazo.

A Pablo Opazo no le gustó quien era el remitente pues significaba problemas y ese en particular era uno muy feo. Mira hacia los lados pues no quería oyentes indiscretos.

Devolvió la llamada. Era lo que lamentablemente esperaba.

Su amante se había agravado y podría aumentar la demanda, eso sería terrible para su reputación. Todo el mundo sabría de ese grave accidente y sería el hazmerreír de la gente, hasta tendría que dar una declaración pública y eso le afectaría sus planes y de la compañía. Por ello el énfasis y entusiasmo en el proyecto y los resultados esperados sean lo antes posible; disminuir los costos de recursos humanos sería beneficioso para la compañía y tendría su participación en los gananciales, con ello pagaría la clínica; la demanda y los daños del accidente. Pero necesita desvincular a lo menos el 20% de los colaboradores, por ello Blanquita Silva es la colaboradora indicada, con la inteligencia artificial manejando las máquinas las 24 horas del día, no habrá problemas de turnos, huelgas, vacaciones y sindicatos. Cada máquina equivale a 3 operarios y en el mediano plazo es una magnífica inversión pues esa «mirada de futuro» le salva de la tragedia del accidente.

Con preocupación disimulada se dirige con ágiles pasos a las oficinas de Administración , pues el proyecto «Inteligencia Artificial: Desafío Futuro», está dando sus primeros pasos.

El día despejado le sonreía, al acercarse a la oficina de la sección informática les abre la puerta a los colaboradores ingresados al programa, estos son los pioneros que le darán su participación y la disminución en los costos de faena, al desvincular ese 20% sería ideal, con ello se paga sola la demanda y aumentan las ganancias de la compañía.

Carola Moletto le sonríe a ese señor que no conoce, sabe que trabaja en Administración pues lo ve en remuneraciones de vez en cuando con su sonrisa y presencia avasalladora, sonríe. Esperando que esa máquina le dé más tiempo y le ayude con su hija, la Anto.

La reunión dura unos cuantos minutos, rodeado por su público en media luna gesticula con elocuencia con «miradas de futuro»; «ustedes son pioneros», «otros seguirán su camino», Pablo estaba en su elemento, locuaz con un carisma notable dando la mejor charla emotiva digna de los mejores oradores que se hayan registrados terminando entre aplausos y fotos para la revista de la empresa de su impresión mensual.
Después repartieron café con galletas, que él mismo ayudó, congraciándose con las colaboradoras, entre ellas Carola le sonríe y agradece, pues le entusiasma tanta pasión desbordada. Con un gran apretón de manos y un abrazo dan por iniciado el proyecto.

«Un gran aplauso para ustedes» señaló con entusiasmo Pablo haciendo una reverencia y apareciendo en cuanta foto le solicitaran. Carola fue más discreta y se acercó donde la señora Blanca Silva y lo admirable que era pues seguía trabajando a pesar de la silla de ruedas.

—No es un obstáculo, es una oportunidad —señaló acariciando su silla— pues ya tenía su tiempo con ella y lo que más añoraba era su libertad de movimiento, con ella podía desplazarse a cualquier lugar accesible sin solicitar ayuda, pues no quería molestar.

Las dos conversaban amablemente de las bondades de estas nuevas tecnologías y lo importante que era el proyecto. Las nuevas máquinas llegaban la próxima semana y la inducción en el manejo ya estaba planificado, incluso la señora Blanca la pasó un folleto a Carola sobre las especificaciones técnicas de cada máquina, era fascinante mientras conversaban Carola imaginaba que la máquina podría hacer trabajos por si solo mientras ella cuidaba a la Anto, sería un futuro grandioso donde incluso trabajaría en remoto mientras compartía una «mejor calidad en relación afectiva madre-hija», sus pensamientos fueron interrumpidos por los pedidos de ¡una foto! cuando don Pablo Opazo se acerca a las dos.

En eso un mensaje nuevo con el sonido característico, eso no significa nada bueno. Después de la foto y ya terminando la reunión busca un momento de silencio.

«Nada bueno, esto no mejora. Este proyecto tiene que funcionar, debe funcionar o estoy acabado»

Pablo vuelve a su habitual entusiasmo cuantas veces estudiado y entrenado. Como el encargado del proyecto siente que sus colaboradores den lo mejor de cada uno.

De eso depende su futuro y que no termine en la cárcel.

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