¡Será cosa de la edad! No había otra explicación. Lo que estaba claro es que no actuaba así de forma natural.

Pero cuando entendió que ese temblor había venido para quedarse, lo aceptó. «Qué difícil es hacerse mayor, cuántos cambios —pensó—. Toda la vida con el pulso firme y al día siguiente, a una hasta le cuesta dibujar una línea».

—Aquí tiene su paquete.

—Gracias, que pase un buen día.

—Igualmente. Adiós.

Lo vio irse, cerró la puerta y entró. Se puso las gafas, buscó un cuchillo y retiró el envoltorio. Al fin, la camisa más elegante que había visto; ya era suya.

Un aclarado rápido, secarla al sol y mañana mismo, a estrenar se ha dicho.

Qué bonita era.

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