Comienzo a escribir estas líneas ofuscada porque ayer su figura apareció en mis sueños. Creo que durante esta última semana, estuve discutiendo sobre usted con mis pensamientos, más de lo que corresponde. Pese a que su recuerdo me haga daño, de tanto pensarlo mirando al mar, supe descubrir que es mi arte favorito.
Nunca tuve nada a qué aferrarme, más que unos simples besos y meros encuentros de lujuria. Sin embargo, pude encontrar en usted, mi mejor versión al momento de manchar una hoja con tinta negra.
Ojalá mi corazón no se amotine cuando lo extraño. Ojalá no me duela la mano de tanto invocarlo entre líneas. Ojalá algún día logre encontrar las palabras perfectas para describir lo mucho que me gusta.
Mientras tanto, entre lo que escribo y lo que pienso, se encuentra lo que siento y no digo. Porque después de todo, creo haber comprendido que por más que me aferre a los momentos vividos por miedo a que mis recuerdos tengan fecha de caducidad, ésta temporada de no verlo, no impedirá que se me olvide su rostro, su voz y su piel.
Ojalá llegue pronto ese día en el que me amigue con la pausa y al recordar su sonrisa, mi piel no se estremezca. Ojalá logre algún día no extrañar el calor de sus manos sobre mi cuerpo. Ojalá que al caer la noche cansada, no se me rompan los ojos de tanto querer verlo. Ojalá algún día pueda leerme en un sueño.
A estas alturas, me resulta imposible negar que su visita en mis sueños es porque lo añoro. La nostalgia que me genera su recuerdo viene acompañada de un sin fin de preguntas que suelo realizar a diario y que aún no encontré respuesta. ¿Qué sabe esa gente que habla del infierno si nunca supo lo que es extrañarlo? ¿Qué sabe esa gente sobre la debilidad si nunca se perdió en el horizonte de estrellas que tiene en sus pupilas? ¿Qué sabe esa gente sobre la pasión si nunca tuvo fuego entre la piel al compartir una cama con usted?
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