Podría decir que todo marchaba relativamente bien. El mundo seguía girando, las horas pasaban y la vida continuaba. Por momentos, algunas situaciones me presentaban más complicaciones que otras. Pero, en fin, el mundo continuaba su curso de manera natural. Habían transcurrido, si las cuentas no me fallan, unos eternos veinticuatro días desde aquella última vez, en la cual habíamos arreglado para concretar, una vez más, otro de nuestros tantos encuentros amorosos, con la eterna promesa de fundir nuestros cuerpos en la hoguera del placer.

En cuanto me senté en la cama para fumar religiosamente mi cigarrillo matinal, miré con los ojos entrecerrados la poca luz que atravesaba por la cortina de la ventana, e inmediatamente pude notar que había algo que estaba fallando. Sabía que la noche anterior había dormido sola, como siempre, pero podía escuchar su respiración. Me di vuelta y lo vi acostado en el sommiers. Me quedé inerte. No me quería mover, para no despertarlo. Mientras el cigarro se consumía solo, yo lo miraba descansar. En seguida encendí otro cigarrillo y comencé a recapacitar en la posibilidad de que su masa corporal habitara realmente en mi habitación. No había caso. Las cosas no me cerraban, pero estaba demasiado dormida como para realizar conjeturas al respecto. Me di vuelta una vez más y su cuerpo continuaba allí, durmiendo apaciblemente.

Decidí recostarme en cuanto termine el segundo cigarro y, en el momento que apoye la cabeza en la almohada mire hacia mi derecha. Este sector de la cama continuaba siendo un abismo inhóspito y frío, como siempre lo fue. No me quedaron dudas. Su imagen fue una plena creación de mi cerebro a partir de un conjunto de anhelos, deseos incumplidos y pequeños fracasos.

Su fantasma decidió aparecer con la luz del alba para acompañar el amanecer y romper el toque de queda de los recuerdos. Cuando creía que había recorrido a paso firme el tenebroso y oscuro camino del olvido por más de quince días, me encontré nuevamente en el punto de partida. Sola. Mirando hacia la nada. Recordando tiempos pasados.

La presión que ejercía la cama era demasiada como para aguantarla. Ya no podía soportar ni un segundo más arriba del colchón. Tenía la necesidad de levantarme para no pensarlo más, porque su recuerdo, ya había comenzado a hacerme daño. Camine de manera ligera por los pasillos de mi casa, hasta llegar a la helada y vacía cocina. El café pedía a gritos que lo consumiera. Tomé tres sorbos y me quedé obnubilada, con las ideas ofuscadas.

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