Una vida en unos días.

Una vida en unos días.

Gerardo Mar

20/03/2024

El concepto que tenemos del tiempo en la sociedad, es ese que pensamos que podemos controlar, la medida cuantitativa de cómo esos pequeños y grandes momentos ocurren, el tiempo, el Dios Cronos, cómo lo medían en la antigua Grecia; ese tiempo que nos genera una sensación de ubicación y control para poder mantener las cosas en orden. Pero Cronos nos hunde, cronos nos comerá como a sus hijos por sentir que serían algo más que él, Cronos nos genera también esa ansiedad de que el tiempo pasa y que nos desgasta y nos pudre por cada “momento” qué pasa en nuestras vidas y que no podemos detener, a como lo pensaron los griegos para medir y tener control, término siendo una esclavitud del destino que nos depara a cada uno de los seres vivos.

“‘Momento”, una palabra tan fuerte para definir ese lapso de tiempo en el que ocurre cualquier cosa, eso que define importancia en nuestras vidas, lo que se queda plasmado en nuestras cabezas que jamás saldrá de nosotros, ya sea una memoria que nos genere la misma euforia, adrenalina e inclusive excitación que cada que lo recordamos es tan especial que genera esos mismos sentimientos como la primera vez que ocurrió. También son esos que nos pudieron haber llegado a generar tristeza, desesperación y también sufrimiento que nos hace tener escalofríos el no poder dejar ese pequeño grano de arena que ya pasó a la parte inferior del reloj -el pasado-, pero que por más que lo intentemos, no saldrá jamás de ahí.

Pero, los momentos nos definen, ya sea de una manera u otra, y es imposible para el ser humano tener un momento como un concepto cuantitativo, imposible ver a Cronos de esa manera, imposible permitir ser consumidos y dejar que cada tiempo memorable haya pasado en la misma medida que todo lo demás.

Se necesita mencionar que se tiene calidad en esos momentos, que sentimos que cada vez que nos pasa algo decimos “pasó más lento el tiempo” o “sentí que fueron cinco segundos y llevo más de tres horas aquí”. Kairós, quien representa ese tiempo diferente al que normalmente pasa, esa calidad de tiempo que nos hace tener la sensación de que el mundo se detiene, ese momento en el que algo importante ocurre. Ese momento que no podemos definir el tiempo que en realidad transcurrió porque en nuestra cabeza no fue así, el tiempo adecuado y con tanto potencial para tomar la mejor acción que decidamos en ese momento.

Esos pequeños granos de arena que se quedan atorados entre el pasado y el futuro, en ese presente tan perfectamente descontrolado que hace que el tiempo se detenga. El momento en el que te dan el aviso de perder a un ser querido, que piensas en lo imposible y que no quieres saber el futuro sin aquel ángel, cuando te comparten ese secreto tan íntimo que no sabes reaccionar y que se detiene el tiempo, cuando estás a punto de soltar esa mano la cual no sabes cuándo volverás a tener en la tuya, que no quieres que termine.

El abrazo tan largo de un amigo, recordándote lo importante que siempre has sido para él aunque hayan pasado años de la última vez que transcurrió tanto tiempo juntos, deja una piedra tan grande estorbando el paso de cualquier fragmento que quiera pasar a través de la ampolla, porque en ese momento la sinceridad de las palabras no tienen un concepto.

Las pequeñas dos palabras de tu hermana, un te amo que sobrepasa cualquier amor que pueda describirse, algo que no cualquiera puede entender porque es tan único e inocente que hace que no exista un reloj, que solo exista ese momento entre los dos, momento de calidad y donde las voces no son las que se escuchan, si no los corazones.

La plática con un familiar consternado, con miedo, la apertura que tuvo para compartirlo contigo, el pavor que sentía por ser juzgado, y que tus únicas palabras y acciones sean el cariño incondicional que jamás se fue desde la primera navidad que recuerdas juntos, un momento que para ti fue tan hermoso siendo unos pequeños niños jugando a los juguetes, ya que no te importaba más que el amor de él y a él el tuyo.

El tiempo de calidad de tus hermanos, creciendo como hombres los cuales no se externaron ningún afecto hacia el otro, un día se hizo tan sencillo abrazarlos y decirles que los amabas, que aunque el suave whiskey de Tennessee estuviera en tu sangre, los viste a los ojos y sabían cada uno que morirían por el otro sin dudarlo un segundo pasará lo que pasara, y que aún así en su enésimo “hasta luego” no faltó un “te amo hermano”.

La plática con tu hermano por elección, la lealtad que siempre le vas a tener y las palabras duras que tiene que escuchar, verlo a los ojos no como un hombre de 27 años, sino como a un infante arrepentido de sus errores, como a un hermano pequeño que necesita tu mano para sacarlo de esa arena movediza, de ese momento de su reloj que no puede escapar, pero que notaste que esta vez sería diferente, que la confianza en él jamás se ha escapado por más que deberías dudar, con quien sabes que compartes una parte de tu propio reloj y que jamás dejarás de rodear tu brazo sobre sus hombros, genera a Cronos una confusión de cómo tú y él pudieron detener su tiempo con el amor mutuo.

El momento en el que esa persona te ve pero no a los ojos, que perfora tu alma tanto que duele, que las palabras salen sobrando y hace sentir la conexión que nunca sentiste que tendrías, cuando no solo se conecta en cuerpo, sino en espíritu, que la arena del reloj de tu vida, que en ese momento no existe nada más que tú y ella, que aunque Cronos quiera recordarte el significado de la gravedad y de la masa de la arena, se siente como la pluma de la paloma más blanca de todas en el viento más fuerte de otoño, y que esas dos horas no se recuerdan como dos horas, sino como una pequeña vida y que sabes que en sueños seguirás recordando esa vida que jamás se irá.

Momentos que detienen el tiempo, factores que desafían cualquier ley de la física, cualquier Dios griego, olvidarte del miedo que Cronos nos lleva a su estómago poco a poco, son los que hacen sentir, que se puede vivir mil vidas en un segundo.

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