El jardín de las semillas

El jardín de las semillas

En los pliegues del tiempo, donde los suspiros se entrelazan con las hojas, existe un jardín olvidado. Su nombre es un susurro ancestral: El Jardín de las Semillas. Allí, un anciano de cabellos plateados cultiva esperanzas en forma de pequeñas semillas. Cada una de ellas es un cofre de sueños, un refugio para los anhelos más profundos.

El anciano, cuyo nombre se desvaneció en los vientos del pasado, dedica sus días a cuidar este rincón mágico. Sus manos, surcadas por la vida, acarician la tierra con reverencia. Sus ojos, cargados de memorias, observan cómo las semillas germinan y se alzan hacia el cielo. Cada brote es un milagro, una promesa de vida en medio de la melancolía.

Las semillas son variadas y misteriosas. Algunas son diminutas, apenas visibles, como lágrimas congeladas en cristal. Otras, robustas y llenas de vigor, laten con la fuerza de corazones antiguos. El anciano las siembra con delicadeza, susurrando palabras de aliento al viento. “Crece, pequeña”, les dice. “Tú serás la esperanza de alguien”.

El jardín florece con secretos. Entre las sombras, una planta de pétalos dorados representa el amor no correspondido. Sus flores brillan como soles, pero ocultan espinas afiladas. Cerca de allí, un arbusto de hojas plateadas simboliza la amistad perdida. Sus ramas, entrelazadas como manos que se soltaron con el tiempo, guardan historias de encuentros y despedidas.

Pero no todo es belleza en El Jardín de las Semillas. Las plantas también se marchitan. A veces, el anciano encuentra una hoja mustia, un tallo que se dobla bajo el peso de la tristeza. Entonces, su corazón se aprieta. ¿Cómo revivir lo que se ha perdido? ¿Cómo insuflar vida en las semillas marchitas?

Una noche de luna llena, cuando el mundo duerme y los sueños se despliegan como alas de mariposas, el anciano se sienta junto a una planta moribunda. Es una semilla de sueños rotos, su brote marchito y sus raíces exhaustas. El anciano cierra los ojos y recuerda. Recuerda los días de juventud, los amores que se desvanecieron como estrellas fugaces, las promesas incumplidas.

Entonces, algo extraordinario sucede. El anciano siente un cosquilleo en las yemas de los dedos. Sus manos, arrugadas pero llenas de vida, se posan sobre la tierra. Una energía ancestral fluye a través de él, como un río de luz. Sus lágrimas caen sobre la semilla, y en ese instante, la planta revive. Sus hojas se estiran hacia el cielo, sus raíces se aferran con fuerza a la tierra.

El anciano sonríe. Ha encontrado la esperanza que buscaba. El Jardín de las Semillas es más que un lugar; es un reflejo de su propia alma. Cada planta, cada brote, es una parte de él. Y mientras siga cuidando de ellas, la esperanza nunca morirá.

Así, en las noches silenciosas, el anciano sigue cultivando. Las semillas florecen, los sueños se entrelazan y la esperanza se renueva una y otra vez. Porque en El Jardín de las Semillas, el tiempo no existe. Solo hay amor, paciencia y la certeza de que incluso las almas más cansadas pueden encontrar la luz en la oscuridad.

Si quieres, puede seguir más historias en https://sueniosysenderos.blogs…

Derechos Reservados de Autor 2024

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS