Atravesando el Velo

Me encuentro en una estación de tren abarrotada, rodeado de personas con expresiones diversas. La confusión se apodera de mí, incapaz de discernir si todo esto es real o simplemente un sueño vívido. Mis sentimientos oscilan entre la intriga y la inquietud, mientras trato desesperadamente de entender lo que está sucediendo.

Observo a mi alrededor, y la escena se convierte en un torbellino de emociones. Algunos individuos parecen estar disfrutando de la vida, riendo y charlando alegremente entre ellos. Sus risas se entremezclan con el bullicio de la estación, y siento envidia de su aparente felicidad. Sin embargo, también hay quienes están sumidos en una profunda tristeza, con lágrimas que deslizan silenciosamente por sus mejillas. Su tristeza se aferra a mi corazón, y no puedo evitar preguntarme qué les habrá sucedido.

De repente, el sonido ensordecedor del tren se hace presente, rompiendo la tensión en el aire. El estruendo de las ruedas contra los rieles se intensifica, como si el propio tren estuviera anunciando su llegada triunfal. Puedo sentir la electricidad en el ambiente mientras todos a mi alrededor se agitan, esperando ansiosos.

El tren se aproxima lentamente, como una bestia de acero y vapor, lista para llevarnos hacia un destino desconocido. Observo a las personas que esperan junto a mí, y sus rostros reflejan una mezcla de emociones: anticipación, nerviosismo y también una pizca de miedo. Todos parecen estar conscientes de la importancia de este momento, pero ¿por qué?

De repente, entre el bullicio de la estación y los latidos apresurados de mi corazón, comienzo a escuchar voces que susurran en mi cabeza.

Miro a las personas, pero nadie habla conmigo. A medida que las personas suben al tren, dejan sus chaquetas los hombres y sus mantos las mujeres, como si estuvieran desprendiéndose de sus identidades terrenales. Las voces siguen hablando en mi cabeza.

Los nuevos pasajeros del tren dejan caer sus ropas al suelo, y en el lugar donde aterrizan, se levantan cruces en el aire. Mi corazón se acelera mientras observo esta sorprendente escena, y la verdad se abre paso en mi mente.

Otra vez las voces. Palabras entrecortadas se mezclan con el estruendo del tren y el murmullo de las personas a mi alrededor. «¡Desfibrilador!», se oye una voz urgente. «¡Rápido, necesitamos el desfibrilador!».

La confusión se apodera de mí mientras trato de comprender lo que está sucediendo. Los sonidos de pasos apresurados me rodean, pero no logro visualizar de dónde provienen. Mi mente lucha por encajar las piezas de este extraño rompecabezas, pero todo parece desdibujado y desconectado.

En un instante, comprendo el significado de todo esto. No estamos en una estación de tren corriente. Estamos en el último momento de nuestras vidas. Las cruces que emergen de las prendas abandonadas son símbolos de la partida final, el tránsito hacia lo desconocido. El miedo y la aceptación se entrelazan en mi ser, y una sensación de paz se apodera de mí. Todos nosotros, las personas que esperan junto a mí, estamos pasando el umbral de la muerte.

El mundo se desvanece a medida que atravieso la puerta del tren, y un nuevo horizonte se despliega ante mis ojos. En la distancia, las cruces flotantes se elevan en un último adiós. A medida que el tren se pone en movimiento, me sumerjo en la oscuridad, dispuesto a enfrentar lo que sea que me espere al otro lado.

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