Querido ángel,

Que rápido pasa el tiempo. Se siente como arena que se escabulle entre mis dedos. Puedo ver como mis memorias se van desvaneciendo, como me cuesta más acordarme del color de tus ojos, incluso creo que he modificado un poco el recuerdo de tu voz. Partiste de manera tan repentina que no nos dio tiempo de impregnar tu memoria en mi cerebro. Pero, no importar el paso del reloj, siempre me acuerdo del amor en tus consejo y la chispa que llevabas en tu interior.

Ya son casi seis años de extrañar tus chistes. Me doy cuenta de lo mucho que llevo sin ir al estadio, recuerdo cuando ibamos todas las semanas. Me acuerdo el fanatismo, las risas y las conversaciones en el carro, lo cual honestamente era mi parte favorita. Ahora ver fútbol no es lo mismo, el marcador no significa nada y prender la tele para ver al mounstro morado jugar no me mueve tanto el alma.

Honestamente, te extraño. Ya casi no lloro, creo que eso te pondría feliz, saber que tu memoria no me causa dolor. Tuve que practicar mucha gratitud por haberte conocido y aceptación de lo inevitable, para llegar a pensarte sin que el corazón se me hiciera un puño.

Te extraño pero también te siento junto a mi en el camino. Te siento cuando cumplo una meta y se me calienta el pecho de la emoción, te siento abrazandome cuando lloro y estás presente entre las endijas de mis emociones. 

Creo que hasta te pienso más que cuando estabas vivo, no digo que no te pensaba a diario, pues hablabamos todos los días, pero me encuentro arraigando tu memoria al presente más a menudo. No me gusta admitirlo, me gustaría decir que siempre fue así; debe ser que con la partida de un ser querido buscamos su esencia hasta en lo invisible. Pero esa constante busqueda me ayudo a encontrar tus enseñanzas.

Me enseñaste a apreciar el momento y ver un poco más allá que el ahora. Me elevaste a otra perspectiva. Que a pesar de todo y por más que lo agradezco, igualmente cambiaría tus enseñanzas por un día más juntos. Pero como eso no se puede entonces mejor les saco provecho.

No puedo esperar a subir para contarte todo, aunque se que posiblemente ya lo sabes. Espero que te estén llegando todos mis saludos y que recibas esta carta aunque nunca haya sido enviada. Yo se que sí. Esa es la magia de la fe, que aunque no la vemos, la sentimos dentro de los huesos.

Gracias por enseñarme que los amigos también cuidan de corazón y que solo merezco amor del bueno. Gracias por permitirme estar un poco más cerca del cielo y por ser un constante recordatorio de que no existen los momentos insignificantes, que la vida es veloz pero bella. Gracias por no dejarme sola y siempre encontrar la manera de calentar mi alma. Y lo más importante, gracias por cruzar mi camino.

Vas a ver que nos vemos pronto angelito.

Con cariño,

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