Bruni

Un día el cielo se quebró como un espejo que cae sin hacer ruido, el sol perdió su brillo, el tiempo se hizo más lento, mi visión se puso borrosa, no alcanzaba a respirar, estaba demasiado cansado y aún así era incapaz de recostarme en mi cama o en el piso sin sentir que se rompían todos los huesos de mi cuerpo, no pude conciliar el sueño durante días enteros, tenía miles de pensamientos encerrados en un mismo momento lo que me imposibilitaba concentrarme en cualquier cosa, perdí el apetito, mis pasiones se tornaron aburridas, sentía a mis amigos como extraños, no quería pasar tiempo con mi familia ni con nadie, realmente ni siquiera conmigo mismo.

La vida perdió sentido, el dolor fue tan intenso que no pude llorar, lo intenté durante horas y horas pero no pude soltar ni una lágrima, cada segundo del día esperaba atento tu regreso aunque yo en la profundidad de mi psique, en los confines más impenetrables de mi corazón ya sabía que habías partido de este planeta, pero no lo aceptaba.

Tenía fe de poder encontrarme nuevamente contigo de algún modo, ya sea en el último rincón del universo, en alguna estrella o quizás en otro plano que el ser humano desconoce tanto que es imposible imaginarlo con exactitud, pero poco a poco mi fe se desvaneció, lo que me empujó a aceptar que nada de lo que esperaba sucedería y que jamás volvería a verte, mi corazón se rompió de una manera tal que ya no volvió a ser el mismo.

Pero cuando no esperas nada, cuando comprendes que lo que te rodea es indiferente a tus subjetividades, cuando te haces a la idea de que aquello que tanto anhelas con todas tus fuerzas no va a ocurrir, cuando la esperanza se desvanece y la desilusión toma su lugar, sin aviso algo mágico sucede como si una muy pequeña chispa en tus adentros creciera tan desmedidamente que podría incendiar el planeta entero, sientes con cada átomo de tu cuerpo una sensación inexplicable que vagamente -por decirlo de alguna forma- sería comparable a una alegría total, un nirvana que te significa plenitud, de repente todo lo que has soportado únicamente con la fuerza de tu espíritu, aquello que por momentos creíste que iba a ganar y en cuestión de tiempo te desplomarías inerte sobre los pedazos de un cielo roto, de pronto todo eso desaparece y te dotas de una felicidad incalculable, un sentimiento que creías haber olvidado para siempre nuevamente brota tan intensamente en ti, vuelves a vivir.

Eso es una ligera aproximación de lo que me pasó cuando una noche cerré los ojos y me hallé en un campo totalmente verde, el cielo completamente azul con el sol reluciente ocupando su centro desprendiendo energía que se funde en mi piel, respiré el aire más puro que pudo acariciar mis pulmones y entre el pasto te reencontré, entonces tuve mi tan anhelada despedida, esperaba tanto decirte que cambiaste mi vida, que te amo y te amaré mientras esté vivo, por fin pude decirte adiós dignamente, porque no me consta que después de esta vida haya algo más.

Ser testigo de cómo crecías, ver la luz nacer en tus grandes ojos verdes con cualidad de aventurina cuando me regalabas la dicha de ver como despertabas después de dormir en mi pecho, era como si una extensión de mi propio ser fuera purificada para manifestarse en tu diario existir y a la vez proporcionarme certeza en una realidad repleta de incertidumbre, tenía la convicción de que contigo a mi lado nada sería imposible, no existiría problema capaz de no ser abordable.

Como escribí antes: «…no me consta que después de esta vida haya algo más», es un pensamiento que esconde algo más allá de lo ostensible, pues si no me consta que haya algo, naturalmente ello implica que al mismo tiempo no me consta que no lo haya, en este juego del azar bajo el que no tengo control, que lo experimento en primera persona pero lo veo desde tercera, que lo acepto y a la vez lo cuestiono, comprendo que ahora puedo decir que vaya a donde vaya o incluso si no voy tu estarás conmigo, porque eres parte de mi, porque estás conmigo justo ahora mientras te escribo.

#bocadillo

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