Con el viento a favor

Vibran las persianas, sufriendo las embestidas de un aire incontrolado. Zozobraba la cubierta del barco que, amenazado por el rugir del mar, tambaleaba de proa a popa, soportando el azote de unas olas incontrolables. El huracán se erigía imponente ante las atónitas miradas de los viandantes que cruzaban la calle. Soplaba el infierno vientos con sabor a calor, arena y algún pecado cometido. Sin embargo, y a pesar de todo ello, recibieron el abrazo del aliento de Gea como a un viejo amigo; como el peregrino que, año tras año, recorre el Camino de Santiago parando a pernoctar en el mismo albergue; como la visita a La Alhambra en pleno mes de mayo, cuando se detienen a observar la caída del sol y el horizonte se tiñe de ocre. El Benito Prieto surcaba las aguas intempestivas del mundo en una travesía que iba a cumplir 11 meses y que se dedicó a amainar con cantos de amor, lucha obrera, feminismo y alguna que otra receta gastronómica.

Se resiste el edificio a caer. Se resiste el barco a encallar, a ser una víctima más del cementerio marítimo en el que se ha convertido un Mar Mediterráneo testigo de la inoperancia de aquellos que eluden la compasión por el otro y huyen de lo humano. A través de las escotillas surgían versos repletos de magia, voces angelicales que llenaban de sororidad los pasillos del barco y caricias bajo las mantas. No escampaba la tormenta y, aun así, los tripulantes del Benito Prieto se asomaban de forma constante a la borda, a observar cómo la dureza de una naturaleza descontenta con el cambio climático intentaba aminorar la velocidad con la que atravesaba las olas. Había empezado a llover y, con las gotas de Neptuno salpicando los miedos del alma, optaron por abrazarse noche tras noche, esperando a sacar la palabra más larga o la cifra exacta. Desde los ventanales que recibían los impactos del viento comprobaban, amaban, creaban y disfrutaban al son del ¾ del vals del que acabas de hablar.

Tornaba la Ópera en Florencia hacia los crisantemos que llenaban la habitación rosa, la prosa que magistralmente reflejó una buena amiga hace ya tres años. Querría inundar el camarote de flores, plantas y besos nocturnos en cualquier rincón de ti, en llenar de rutina esta nueva etapa de la vida que hemos querido compartir. Como en Serendipia, las circunstancias del día a día nos hicieron coincidir y, al igual que en Insomnia, cada episodio a tu lado me conduce hacia un éxtasis divino. Una vez perdí el rumbo, destrocé la brújula y la arrojé a las profundidades del océano, donde juré que más tarde me encontraría con ella. Y de repente, como la luz que emana de La Atlántida, como la sirena que rescata al náufrago, me devolviste a la superficie, donde empezamos a redactar nuestra propia historia de Piratas del Caribe.

Se acerca la puesta de sol y contigo, tumbada en mi regazo, siento que el respirar de Eiréne se transforma en espontáneos te quieros llenos de ternura. El temporal ha amainado y la quilla del Benito Prieto se ha estabilizado con la seguridad de que nada malo iba a ocurrir en su interior. De puerto a puerto, el viaje ha recopilado anécdotas, vivencias, capítulos y mañanas de baloncesto, de felicidad con olor a mandarina y con la vista puesta en alcanzar ese número enigmático y místico que es el 12. Colocan el mástil y suben despacio el palo mayor del buque para ser testigos de un atardecer más con aroma a cigarro y café. Al fondo, la superficie marina se ha calmado y, como un espejo, refleja vívidamente el volar de los sentimientos. El Benito Prieto echa el ancla y, con el viento a favor, cumple 11 meses de travesía con la mirada puesta en el infinito.

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