Desesperado por vivir

Desesperado por vivir

Soriano

27/02/2024

I

Me repugna el evidente patrón caótico que impone el dios, o demonio, o cualquier mente insensible que rige este mundo, a sujetos ordinarios.

Rio, y la primavera se eterniza; lloro, el cielo se queda sin estrellas; me enojo, el mar se prende en llamas; me sosiego, y me encuentro solo.

Soy creyente tuyo cuando me conviene, y no aprendo. Te vocifero clemencia cuando estoy al borde, pero te escupo en la cara cuando vuelvo a volar; en efecto, tus castigos se vuelven más tenaces. Quisiera demostrarte, maldito, que soy más. Que mi vida no te pertenece y mi alma, sobre todo, guarda amor. Recuperaré la pasión y la calma de estúpidos tiempos perdidos creyéndome inmortal.

Pero ya es el intento número con tres cifras, y sin pesimismos. El periodo que se la pasa uno sanando no se compara con el tiempo que se pasa gozando esa mejora, y desgraciadamente no siempre se concreta el nuevo estado, Entonces, nos conformamos con sentirnos menos tristes, aunque igual de vacíos.


II

Soy ajeno a la gente que más quiero, y eso me pudre.

Me buscan seres resquebrajados, niños alcohólicos. Quieren que me apiade de su psiquis; porque el mundo les hizo creer que hay más esencia de ellos en sus defectos que en sus virtudes, me compadezco.

Son cada uno un pantano distinto, y se ahogan en su mierda contradictoria. Me ven como el gondolero que los ha de guiar hacia el mar limpio. Pero no aprendieron a vivir solitarios y en paz. Regresan arrastrándose al agujero de donde nunca debieron salir, y me incluyo.

Sus vaivenes no son míos, pero como si lo fueran. Puedo sentir eso y lo que les queda por sentir en su pobre existencia, cuando boca arriba mis ojos no divisan esperanza en el insomnio menos prolongado.

A pesar de todo, yo los quiero. Me hicieron saber que no hay abrazos más acogedores que los míos; y por ello, todas las noches me despedazo la carne buscando sentir un poco de ese calor que brindo.


III

Hay una fuerza dentro de mí que no escapa porque aún no es el momento.

Regalar mi pasión será como dejar a un cuerpo tan solo con carne y hueso, una sentencia. Pero me volví adicto al veneno que me estraga desde lo que creía más sano. Recorrí varias veces el camino hacia un estado de sentimiento neutro, aunque el sendero era distinto cada que emprendía un nuevo viaje; y el origen siempre estaba cerca, solo debía ceder.

Temo de no obedecer a lo que deseo. ¿Por qué será que ya no siento lo que toco, lo que oigo, lo que veo; inclusive, en las peores noches, con lo que escribo? Parezco ser más un receptor de emociones que no son mías; y que me atizan, zarpazos de melancolía, cuando quiero descansar. Se ocupa de mí la nostalgia, pero añorar siempre fue muy sencillo, solo hay que errar. Me desilusiona que no haya espacio para mi pasión allá afuera. Hasta que encuentre su lugar, camino sin rumbo con el hedor del veneno entre mis dientes. 

Acostumbrado a rehacer lo mil veces roto, puedo decir con toda la inseguridad del mundo que he tocado el puro desconsuelo, y es algo que me aterra. Pues, imagínate tú si solo ha sido un roce, ¿qué me espera? De ahí que desespere por morir para que, de una vez por todas, conozca el ultimátum definitivo y pueda sentirme bien.


IV

Quizá no debí retarte, pero ablandaste el corazón, esa fue mi proeza.

Tu sensibilidad no es comparable a la mía; inclusive, me enseñaste a cómo llorar callado cuando presencié tu silencio romperse por el estruendo que generó tus lagrimas al golpear el suelo; no por un quejido, no por un sollozo. 

Un millón de veces rota; y lo reconocí, cuando te designaba un sentimiento y lo machacabas con apabullante fuerza que nunca fue tuya, deduzco de tus miedos. Y te confundí con maldad y engaño. A mis ojos, querida, lo más penoso del enredo no era que tuvieras el poder, sino que tenías conciencia de ello. Creí que te sentías más bella cuando te arreglabas en un espejo roto, y esos pedazos de vidrio era yo. Dudé de ti y de mí, pero más de mí. Cuánta falta me hizo una señal de tu parte que no me hiciera cuestionar el valor de esos besos que no fueron en la boca y en el cuello… nunca llegó.

Renaces en el último rincón de la memoria e interrumpes, pertinentemente, la batalla interna. Eres la tregua de la pelea entre el corazón y la razón. Justicia, carajo.

Entre nosotros queda ya solo ruinas, y me sigue estremeciendo. Pero hay un insorteable vestigio; miradas legibles que guardan pena de alma sin energías de volver a destruirlo todo de nuevo. 

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS