Entre terracota y bordó

Entre terracota y bordó

Andrea Pereira

27/02/2024

La tormenta, mis lágrimas, la bronca tras descubrir tantas mentiras e infidelidades de Carlos, horas y
horas trabajando en la oficina y una migraña que me estaba enloqueciendo hicieron que no parara de

conducir a pesar de la hora.
Alguna que otra pastilla para calmar mis nervios con la poca cerveza caliente y espantosa que me ayudó
a pasarlas por mi garganta, hicieron que no parara de conducir por la carretera, el celular sonaba a cada

rato, lo miraba y lo volvía a abandonar sobre el asiento vacío del acompañante.
El coche se detuvo, al principio no entendía la razón e intentaba que arrancara, pero luego vi que ya no
quedaba una gota de combustible.
Los truenos y la intensa lluvia no impidieron que bajara del coche, caminé sin rumbo fijo, ni siquiera
pensaba lo que hacía, pero divisé una especie de cabaña, vi un coche tapado por una lona oscura y
pensé que quizá podrían ayudarme con algo de gasolina, aunque no tenía idea de a donde estaba yendo.
Golpeé la puerta varias veces, al no recibir respuesta volteé para irme cuando escuché el sonido de la
antigua puerta abriéndose, que a pesar de la tormenta se distinguía claramente y tras esta una voz
masculina
-Hola
-Disculpe venía por la carretera y se me quedó el auto- dije volviéndome hacia él, mi respiración se
entrecortó y olvidé por un instante el frío y el agua que me abrazaban desde que salí de casa.
-Pase- exclamó, su mirada penetrante y oscura se clavo en cada centímetro de mi cuerpo, escuché
claramente cuando la puerta se cerró, nunca había visto a un hombre o a algún ser humano tan bello,
ni siquiera en revistas o televisión.
Los muebles rústicos llamaron mi atención, por un momento me perdí pensando en los proyectos de
poner una mueblería con Carlos, y agrandar su carpintería, pero la voz de aquel interesante anfitrión
me devolvió a la realidad
-Sírvase, debe estar congelada, deje el abrigo donde quiera- colocó sobre la mesa una taza humeante,
me quité el abrigo y se lo di,

él lo lanzó sobre una silla, nunca dejaba de mirarme fijamente, esto me
intimidó y mis ojos bajaron por su cuello y pecho hasta encontrarse con unas manos afiladas y muy
cuidadas, uñas largas y pintadas de negro, el mismo color de toda su ropa y el delineado de sus ojos que
parecía extrañamente natural.
Me sentí avergonzada de mis uñas comidas y con restos de esmalte rosa, quise esconderlas, pero me
señaló la taza y luego de sentarme tuve que usar mis manos para tomarla.
Las paredes tenían unos cuadros que me dejaron muy curiosa, parecían pintados al oleo, eran personas
con la boca abierta, otros llorando, también algunos con las manos hacia adelante como queriendo
detener algo, o empujarlo y otros pocos casi iguales, pero con puños cerrados, todos de la altura de los
codos hacia arriba.

-¿Le gusta el arte?- agregó sentándose a mi lado, asentí con la cabeza y me golpeó el rostro el delicioso
aroma que emanaba de la taza -soy, entre otras cosas, pintor.
-¡Que lindo! Entonces son suyos
-Todos son mi creación
Bebí aquel delicioso néctar, no era té, tampoco café, era la bebida caliente más exquisita que probé en
mis veintisiete años de vida.
-¿Qué es esto?- le pregunté señalando mi taza ya vacía. Él se levantó se fue y volvió casi de inmediato,
trajo el caballete y comenzó a hacer unos trazos, estos eran muy similares a la oscura pared entre
terracota y bordó del fondo de todos sus cuadros. Volvió su oscura mirada a mis ojos y esbozó una
pequeña sonrisa
-Ese es el sabor de la eterna juventud- respondió, yo pensé que era una broma, y reí, pero él no.
Encendió una vela ancha y roja junto al caballete, susurró unas palabras y todo desapareció ante mi, lo
único que vi fue una habitación entre terracota y bordó, muy pequeña y vacía, luego una luz en forma
de rectángulo, corrí hacia ella y me quedé pegada a una especie de ventana, quise gritar, pero mi voz no
salía de mi, fue entonces que comprendí porque los jóvenes en los cuadros se veían de ese modo.
No se qué es, ni que me hizo, solo sé que lo único que puedo hacer aquí es pensar y pensar, verlo sin
que nada cambie en su aspecto a través de la ventana rectangular y deambular en mi pequeño espacio
entre terracota y bordó.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS