“La Calle degli Incurabili. Mi grieta”
Como una premonición, la Calle de los Incurables, sede de l´Accademia di Belle Arti di Venezia, tiene como alfombra roja en su entrada, una gran grieta, una grieta preciosísima en el desgastado adoquín por el paso de los siglos del suelo flotante sobre el Adriático, arraigado majestuosamente por los “palli”, troncos incrustados en el barro subacuático de la laguna, de La Serenissima.
La puerta de la sede es verde y se abre hacia dentro con rampa que, adornada pobremente con una barandilla metálica, hace que me pregunte como aquél, “¿qué habrá detrás de la puerta verde?” Entro sonrojada un poco por la timidez y otro poco por el frio, la niebla y algunos copos de nieve propios de enero allí, pero no, hoy ya es final del verano, solamente estaba recordando la primera vez que te vi, como uno de esos “palli” pero con pantalones y zapatos viejos que crujían al caminar por el suelo rosáceo del hall. Sigues igual salvo que ahora ya asomó en tu pelo el gris. Yo, en vez, hago y deshago un moño italiano con mi larga y orgullosa melena castaña española.
Han pasado veinte años. Todo ha cambiado menos “mi grieta” en la calle de “Los Incurables”. Qué fantasía de contrastes, el adoquín centenario y gris, donde se ha grabado mi majestuosa e inmóvil grieta, contrasta con el verde compacto, el azul cerúleo del cielo, el perfume de los puestos de pescado fresco del vecino “Campo Santa Margherita”, el rojo y anaranjado de los “Spritz” de moda y su sabor amargo y dulce al mismo tiempo, un recuerdo lejanísimo del canal contiguo y ya en el hall, a nuestra izquierda, la Biblioteca, el olor de los libros y documentos, los archivos apelotonados y sus estanterías de frío metal blanco; continúo y se abre ante mi el Claustro, el viejo “Chiostro”, donde a través de las ventanas se observa nítidamente todo lo que allí acontece menos la ventana que corresponde a la indescriptible “Galleria dell´Accademia di Venezia”, y dentro, “La Tempestà”, cazzo! exclamo, todo fue tan premonitorio cuando te conocí…
“Los Incurables”, genial y sinuosa broma que me gastó el destino y qué gráfico y certero fue conmigo. Me avisó, no escuché y aquí estoy, parada ante lo único que queda intacto, mi grieta a la que hago una foto y un dibujo. No ha crecido, no ha menguado, no ha cambiado. Es mi más preciada Obra de Arte de esta ciudad. Ella es Yo, la grieta soy yo. Qué fantasía saber que lo único que me pertenece de aquellos años de juventud en Venezia sea esa grieta, así que hoy, agradecida, me agacho para besarla cuán reverendo Papa de blanco y tonsurado. La declaro Patrimonio Oculto de la Humanidad. Ya no vuelvo más, no.
Hoy, ya en casa, pienso en ella, no en él y rezo, rezo para que mi grieta no se hunda en el barro del Adriático, así que guardo mi dibujo de mi grieta- agrietada por el viaje, es mi firma, soy Yo.
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