Era como cuando alguien había comenzado la cuenta regresiva y todos los escondites estaban ocupados. Te acercabas a uno y te decían entre susurros que te vayas, que ibas a hacer que les descubran. Y la voz aguda indeterminada de la persona tramposa que estaba viendo mientras todos se escondían, subía el volumen al pronunciar los últimos números, cómo diciendo, «ya casi acabo de contar». Entonces te desesperabas y corrías a cualquier lado, te intentabas meter a cualquier recoveco y una mano salvadora te jalaba de la manga y te ponía a cubierto. Entonces guardabas complicidad con el silencio, con quién sea que estaba allí y no habías visto. Obviamente en algún momento les encontraban, la trampa del otro lado estaba hecha; pero la calidez de la sombra… del sentirse a salvo. Así más o menos es mi huida de esa gente que incesantemente tiene una vocecita en la cabeza con una sola palabra.

Tú les dices hola y te dicen «vender, vender», tú les dices ¿Cómo estás?, y te dicen, “vender ¿Vender, vender?”, Tú les dices oh qué interesante, pero no gracias y te responden «¿Vender? Vender, vender, vender» y tú te incomodas y quieres irte con una sonrisa de cortesía, pero te dicen «VENDER, vender, vender, vender» entonces buscas a alguien en la multitud a ver si te saca del apuro y «vender, vender» sigue con su relato sin pausas. Le dices que ahora vuelves, que vas al baño y «vender, vender» asiente y se va a «vender, vender» a alguien más. Entonces ves una cara amistosa y te acercas y le dices «vender, vender» y te dice «vender, vender» y solo pueden aguantar un segundo de silencio antes de reírse y salir corriendo lo más rápido que pueden. Se van a la cálida oscuridad y ya no son criaturas de la infancia que se creen cualquier cosa, pero pueden disfrutar el escondite aún sabiendo que les encuentran, aunque «vender, vender» con sus trampas aparezca y les deleite con su charla ingeniosa. Porque al final saben que volverán a huir y se encontrarán con más caras amistosas en el siguiente escondite, hasta que sean más y más y más y más. Y alguien entre la multitud, entre el silencio y la complicidad diga, «¡vender, vender!», y algunos griten y otros se rían y tengan que correr como niños en todas direcciones para que el mostro no les agarre.

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