Todo estaba perdido, lo podía ver en mis ojos y en los rostros sin esperanza que continuamente se alejaban de mi vida. Media docena de mujeres me habían terminado de vaciar todo rayo de esperanza, por cada poro de mi cuerpo. Cuando finalmente me encontraba acabado, agotado, podrido, atrapado en duda de ser o de vivir, terminaban por alejarse y yo jamás peleé contra aquello, solo las dejaba marcharse. No tenía dinero así que vestía la misma ropa de hace dos años, no dormía y cuando dormía lo hacía durante varios días, con la esperanza de que la vida regresara a mi alma y se extendiera por mi cuerpo, pero nunca ocurrió gran cosa. Yo deseaba convertirme en un escritor, pero también deseaba ser una roca, así que me quedaba inmóvil, acostado en mi hamaca sin parpadear, las moscas me ignoraban y eso era bueno.

Me creía un genio por haber escrito unos cuantos poemas decentes con algunas buenas críticas, pero las buenas críticas lo único que provocan es que una persona se termine por destruir con sus propias mentiras. Pasé a ser un esclavo de la sociedad, constantemente recibía avisos de desalojo y órdenes de personas que vivían lamiendo culos a los altos jefes, con la promesa de que un día ocuparían aquellos escritorios de cristal, pero lo que ellos no sabían o lo que no querían ver, era que, al igual que nosotros, solo eran otras ovejas más del corral alimentadas con ego esperando ser llevadas al matadero. Yo lo había comprendido desde el primer día, porque ellos no.

Cuando me cambié de apartamento, lo primero en que me fijé fue en aquella repisa de madera sobre la acera con varias botellas de alcohol de aquel local del otro lado de la calle. Llamé, pero nadie salió. Volví a llamar y mis palabras se perdieron en la nada. Pensé en marcharme con una de aquellas botellas hasta que me imaginé en los periódicos. Joven escritor, es detenido por robar alcohol de una tienda desconocida al igual que sus escritos. Estaba listo para marcharme con las manos vacías. Entonces escuché ollas caer al suelo y de un costado vi salir a una señora de edad avanzada. El maquillaje cubría alguna de las arrugas de su rostro, pero no todas. Sus ojos eran como dos estrellas negras apagadas, su cabello largo y negro se extendía hasta el borde inferior de sus dos grandes pechos que habían sido arrojados al olvido. La vi agacharse por una olla del suelo y aquel vestido azul marino apegado al cuerpo, dio rienda suelta a sus piernas y a su hermoso culo de jovenzuela. El tiempo no había tenido el valor de avanzar tan lejos, era un camino directo hacia la locura, la perdición, la adicción, un camino áspero y sin atajos, para algunos malditos.

—Sí —dijo sonriendo como si me conociera.

—¿Cuánto por la botella de Grant’s? —pregunté.

—10 dólares —saqué un billete de diez y se los di —. ¿Tienes vasos? —Sacó un vaso de vidrio de una repisa de cristal y me lo dio extendió. Antes de que lo soltara, coloqué mi mano sobre la suya y aquellas dos piedras negras llenas de soledad no dejaban de mirarme con asombro. Sentí ansias de beber de aquella boca que había sido agotada, de aquellos pechos que esperaban a ser salvados, de aquellas piernas que corrían libres por las calles sin dirección alguna, de aquella mirada que transmitía tranquilidad, aun cuando la única tranquilidad que había en mi vida eran aquellos segundos cuando cerraba mis ojos para dormir, donde lograba olvidarme de las facturas, amantes, peleas, payasos de circo, vendedores ambulantes, fuegos artificiales, Navidad, fin de año, día del Padre. —Saca otro más —dije y así lo hizo. Serví uno para ella y otro para mí, dudo si beberlo o no, a lo mejor creía que estaba loco, un tipo de 23 años invitando a beber a una mujer de 52, en parte sí que lo estaba.

Arqueé una de mis cejas y lo bebió, volví a servir en ambos vasos, pero esta vez, ella agarró su vaso y lo bebió antes de que yo terminara de servir en el mío. El ambiente comenzó a fluir bastante bien, como para arruinarlo con un tema de poca importancia para los dos, así que ninguno se atrevió a decir una sola palabra. Yo no hacía otra cosa más que mirarla y ella se dedicaba a desviar su mirada hacia otra dirección. Desde muy niña había sido arrastrada por las inseguridades de la belleza, cuando un hombre la miraba, ella desviaba su mirada hacia otra dirección o simplemente fingía no verlo. Intentó ser modelo, intentó ser actriz, intentó ganar concursos de belleza, pero nunca fue modelo, nunca fue actriz y nunca ganó nada. Eso y las inseguridades de la vejez habían terminado por moldear a quien era una hermosa dama de 52 años escondida detrás de una máscara de maquillaje. Y es que al final de nuestras vidas, todos llegamos a ese punto donde empezamos a escondernos detrás de una pared de mentiras, ya sean grandes o pequeñas, buenas o malas, lo único que importa es ser libre de la eterna soledad.

Comencé a mirarla con ojos de deseo. Ella rápidamente se dio cuenta de mis intenciones, pero seguía ignorándome. Me despojé de toda inseguridad. A esas alturas no me importaba terminar el acabado o destruido en algún bar, intentando olvidarla o intentando olvidarme a mí mismo. Quería saber su nombre, sabía que lo llevaría impreso en mi mente, oculto en mi piel lejos de toda mirada, como aquella cicatriz de mi espalda que la llevé escondiendo por muchos años.

—¿Cómo te llamas? —finalmente le pregunté.

—Leticia Brown.

—Leticia, ¿eh?

—Sí, Leticia.

—Tienes unas bonitas piernas, Leticia —bajó su mirada hacia sus piernas.

—¿Te gustan mis piernas? —me preguntó con asombro.

—Sí —respondí, colocó sus dos manos a los costados de aquel vestido azul marino y lo levantó muy alto, tanto que se podía ver el borde inferior de sus bragas de color blanco.

— ¿Qué más te gusta de mí? —dijo.

—Tu mirada, hay paz en ella, la paz que le hace falta al mundo lo llevas en tu mirada y también me gusta tu culo —se dio la vuelta y apretó aquel vestido contra su cuerpo. Era un enorme y hermoso culo, algo de lo cual, ella se sentía muy orgullosa en ese momento.

—Leticia para, me estás poniendo caliente.

—Lo siento, creo que he bebido demasiado, todo me da vueltas y no creo poder atender el negocio en este estado.

— ¿Qué te parece si continuamos en mi departamento?

— ¿Qué te parece si mejor vienes al mío?

—De acuerdo —respondí.

—Por aquí —señaló con una de sus manos e ingresé en aquel local y tras de mí una gigantesca puerta Lanfor descendió, sacó un candado muy grande de un bolso y lo colocó en un pequeño agujero que sobresalía en el borde inferior de aquella puerta Lanfor, se levantó tambaleándose, la sostuve de la cintura y apreté aquel hermoso culo contra mi cuerpo, vi su cara enrojecer y sentí cómo sus piernas comenzaban a temblar con fuerza.

— ¿Todo bien? —pregunte.

—Sí —contestó con una voz muy inocente.

La seguí por un pasillo que cada vez se volvía más oscuro, no veía absolutamente nada, solo podía escuchar los pasos de Leticia golpear las baldosas. Me detuve, no sabía hacia dónde iba, podía estar caminando sobre las baldosas del infierno, podía ser víctima del engaño u asesinato, podía estar yendo hacia mi muerte. Había tantas posibilidades y yo no hacía otra cosa más que pensar en ellas. —Oye, Leticia, ¿dónde estás? No veo una mierda— grité, pero no hubo respuesta alguna. Ya está, pensé. Finalmente, la muerte logró alcanzarme. Después de tantos años esquivando aquel vate doloroso con el que se paseaba por mi habitación, mi único consuelo se encontraba en que nadie lograría encontrar mi cadáver. Tendrían que conformarse con llorar delante de una caja vacía.

Se escuchó un clic y el pasillo se llenó de una débil pero brillante luz blanca. Cientos de botellas de alcohol adornaban aquel pasillo, algunas de las botellas aún permanecían en cajas de cartón, a la espera de ser admiradas en aquellas repisas. Nunca había visto tanto alcohol en mi vida, normalmente siempre me alcanzaba para una botella o para media botella, lo que me llevó aprender a beber con prudencia, pero sin lugar a duda, me encontraba en el paraíso de los alcohólicos. —Por aquí— dijo sonriendo mientras desaparecía por otro pasillo. Dejé la botella casi vacía y tomé una botella de Ron, luego logré alcanzarla y nos detuvimos delante de una puerta de metal. La abrió sin mucho esfuerzo. Salimos a la calle y una fuerte luz acompañó mi mirada, seguido por el sonido de los automóviles y los aullidos de los perros que corrían con fundas de basura en su hocico.

—Vivo allá —señaló con un dedo a la última habitación de un edificio de color verde de 12 pisos de altura. Era uno de esos edificios antiguos sin ascensor, construido en tiempo de guerra. Sus columnas eran más grandes de lo normal y sus paredes muy gruesas, como si fueran dos paredes en una sola. Cerca de la puerta principal estaba colgaba una bandera militar, que flameaba con el viento. Cuando llegamos a la entrada principal, un señor viejo, arrugado y borracho, se encontraba sentado junto a la puerta. Llevaba un traje militar lleno de muchas medallas oxidadas. Por su traje imaginé que se trataba de un ex militar o de alguna clase de fanático que soñaba con ir a la guerra.

—Buenas tardes, Henry —dijo Leticia. Aquel tipo se levantó de la silla y fue a donde estaba Leticia, como un perro cuando ve a su dueño. Llevaba una botella de vodka casi vacía, las medallas de su pecho sonaban como cascabeles, le faltaban dientes y los pocos dientes que tenía eran amarillos y brillaban como oro recién pulido. Era una especie de vagabundo con traje de militar.

—Mi querida Leticia, luz de mis ojos, vida de mi vida, te he estado esperando de la misma forma que Píramo espero a Tisbe —Leticia trató de alejarse, pero aquel tipo la seguía. Luego sacó de su bolso una botella de whisky y se la entregó. Al mismo tiempo, el tipo dejó la botella de vodka sobre el suelo y agarró la botella de whisky. Miro la botella como si fuera un tesoro, luego la destapo y bebió un trajo —Oh, Leticia, cariño, siempre te he considerado la mejor de mis inquilinas. Deberían existir muchas más mujeres como tú, deberás que sí— Aquel tipo notó mi presencia, regresó a verme y se acercó con mucha cautela. Se trataba de una cacería, aunque yo no sabía quién era el cazador y quién era la presa.

—¿Ocurre algo? —pregunte.

—Chico, yo maté a 50 hombres en un solo día, fue en el invierno del 95, me encontraba en el tercer escuadrón del grupo de Fuerzas Especiales. Los malditos peruanos buscaban conquistarnos por un pedazo de tierra, los muy cabrones lo querían todo. Los cohetes y las balas caían del cielo durante una hora, después hubo silencio en la selva, creí que estaba muerto, pero la calma se disipó con un disparo directo en la cabeza del coronel Alfaro. Yo, un hombre que creció en medio de una familia patriota, me sentí en la necesidad de defender a mi patria y a mis compañeros, tomé mi fusil y fui por los malditos. En honor a mi valentía y cualidades, me condecoraron con esta hermosa cruz de guerra. También me dieron este distintivo de combatiente por aquel sacrificio que hice por mi hermosa patria, la cual amo con todo mi corazón. Años después me dieron este distintivo por ser la primera generación en dar la victoria a nuestro país. Henry seguía hablando de sus reconocimientos y sus medallas. A mí me gustaba leer y escuchar sobre guerras, pero yo no estaba interesado en escuchar los reconocimientos de nadie. Aquel tipo vio que me aburría. Se metió la mano al bolsillo y sacó un alambre de los que se utilizan para colgar la ropa. —Chico, mira, con este alambre soy capaz de desarmar bombas. Luego se agachó al suelo, agarró una tapa de cerveza y dijo con esto: soy capaz de asesinar a una persona, pero si me das un fusil, puedo asesinar a 50 hombres en un solo día, tal como lo hice en el 95. En aquel día logramos la victoria de la paz. —Eres un héroe— contesté, tome de la mano a Leticia y eche andar. Aquel tipo bebió un sorbo de la botella de whisky y sonrió para sí mismo. Yo había conocido a otros tipos igual que él, se la pasaban diciendo que eran los defensores de la patria, que gracias a ellos nosotros poseíamos libertad y en parte tenían razón, pero de lo que sí estaba seguro fue que la mayoría que luchó por la libertad no sobrevivió para disfrutar de aquella libertad. —Chico, yo maté a 50 hombres en un solo día— gritaba mientras se ahogaba en alcohol.

Luego ingresamos en aquel edificio y Leticia abrió la primera puerta y mientras yo cerraba aquella puerta, apareció otra puerta. Volví a cerrar aquella segunda puerta y aparecieron cientos de paredes de color blancas que no parecían tener fin. Subimos por las escaleras hasta el siguiente piso y la historia volvió a repetirse: una puerta, luego otra. Pronto me vi atrapado en un laberinto y en los brazos de aquella mujer de ojos color negros. Cuando finalmente llegamos al último piso, estaba tan agitado como para cerrar puertas, así que las dejaba abiertas, avanzamos por un largo pasillo hasta que se detuvo en una de las puertas —vivo aquí—. En la puerta decía B77 en letras blancas, sacó una llave de su bolsillo y la abrió. Las paredes eran azules, las cortinas eran azules, las sillas eran azules. Se notaba que le gustaba mucho el azul.

— ¿Y tú cómo te llamas? —preguntó.

—Karl Loconi —respondí. Luego se dirigió a su habitación. La vi quitarse aquel vestido azul marino y se colocó un pijama de princesas. Yo me senté en una de aquellas sillas de color azul. Coloqué la botella de Ron sobre una mesa de plástico y bebí directamente de la botella. Un olor a soledad inundó mis pulmones. Aquello era una especie de museo, tenía pequeños objetos por todas partes, la mayoría de las cosas parecían ser muy antiguas y poco interesantes.

— ¿Te gusta coleccionar cosas?

—Sí, a veces voy a subastas y compro cosas, voy a tiendas antiguas y compró cosas, voy a ventas de garaje y casas de empeño y compro cosas, también compro online y a buscadores de tesoros, tengo una obsesión por las cosas antiguas —a este último comentario no respondí.

— ¿Y tú a qué te dedicas? —volvió a preguntar desde su habitación.

— Soy escritor.

— ¿Y qué escribes?

— Relatos cortos y poesía.

Salió de su habitación puesta su pijama de princesas, se sentó delante de una cómoda de madera que se encontraba llena de cosméticos, tomó algunos pañuelos húmedos y comenzó a quitarte aquella máscara de maquillaje, lo hacía con calma, era como ver a un pintor desmontar su obra. La cómoda de madera se había convertido en su lugar seguro, donde ella transformaba sus miedos en belleza, pero a la vez cuando aquella máscara de maquillaje desaparecía, sus miedos volvían y sus 52 años se veían nuevamente reflejados en su rostro.

Después se levantó y se dirigió al baño, al rato de unos minutos salió y se sentó delante de mí. Ya no llevaba aquella máscara de maquillaje, se veía vieja, acabada, desgastada, pero todas esas arrugas realzaban su belleza. En aquellos labios una sonrisa tímida se formó. Intenté encontrar su mirada pero al darse cuenta volvió a ignorarme, se encontraba indefensa, por lo que extendí la botella de Ron y bebió un sorbo —Me iré a la cama— dijo. La vi ingresar a su habitación y apagar las luces. Yo me quedé sentado con lo que quedaba de la botella de Ron pensando en cómo había llegado a ese lugar. Yo no era exactamente un sujeto agradable, no me importaba si no resultaba ser interesante. El tratar que las cosas vayan a un ritmo para que el amor no muera antes de la primera cita, me parecía aburrido, causaba que vomitara y ahora me encontraba con una mujer.

Fui a su habitación, me quité los zapatos, la camisa y el pantalón, solo me quedé en ropa interior y me acosté a su lado. La cama sonó y luego golpeó la pared. Aquella cama no había sido utilizada por algún tiempo. Intenté abrazarla por la espalda —no tienes que hacerlo, si no quieres— dijo con una voz de tristeza —cállate y bésame— dije molesto. Fue un beso apasionado, yo metía mi lengua en su boca y Leticia la chupaba como si fuera una polla, luego comencé a manosear sus piernas, agarré su enorme culo y sus tetas, metí mi mano por debajo de su short de princesas, sentí cómo mis dedos raspaban. Llevaba pocos días de haberse rasurado, toqué su clítoris y mientras mi mano seguía su trayectoria, su coño se humedecía. Metí dos dedos y ella gimió. Intenté meter tres, pero la cosa no iba tan bien, así que seguí con dos. Saqué mis dedos de su coño y me lo llevé a la boca. Qué bien sabes, dije. Le quité la ropa y con la débil luz de la ciudad que ingresaba por la ventana pude apreciar la desnudez de Leticia, bonito cuerpo, bonita piel. Tomé ambas piernas, las levanté y luego las separé. Vio que tenía mis manos ocupadas, así que tomó mi polla y la metió dentro de ella. La cosa ingresando raspando, sentí cómo mi polla estaba siendo destrozaba, pero en ese momento poco importaba. Estaba tan mareado como para pensar aquellas cosas, solo quería montarla y así pasó. Comencé a embestirla con toda mi fuerza. Leticia gritaba como si estuviera en medio de un asesinato. Aquella cama acompañaba el movimiento, revotaba contra la pared a la espera de la siguiente embestida. Por momentos daba la impresión de que aquella cama terminaría por destruirse, pero aguantó, aquella y muchas otras embestidas.

La cosa se alargó debido a todo el alcohol que tenía en el cuerpo. Mi mente volaba entre placeres y alcohol, una posición, luego otra. A ella no le gustaba estar encima, bueno, en realidad no sabía cómo hacerlo, así que me tocó hacerlo todo a mí —quiero que te pongas en cuatro— dije y cuando lo hizo, aprecie aquel enorme culo delante de mí, casi dos cuartas de mi mano a cada lado, metí mi polla y esta vez ya no raspo, seguí dando lo mejor de mí hasta que la cosa acabara y así paso, ella termino y callo rendida en la cama, yo me levante y fui a la mesa por la botella de Ron cuando regrese Leticia se había dormido pensé en seguirle follando mientras dormía pero jamás encontrar placer en hacerlo con alguien de esa manera, así que tome mi bóxer, pantalón y camisa, luego intente salir de aquel departamento, abrí varias puertas pero la mayoría de habitaciones se encontraban llenas de antigüedades y cosas absurdas, en una de la habitaciones estaba la cabeza de una muñeca en forma de ser humano con partes de animales, sentí tanto asco que vomite delante de la aquella rareza de la naturaleza, finalmente encontré la salida, intente cerrar aquella puerta principal pero necesitaba la llave no quería volver a ese laberinto de puertas así que la deje abierta, ya cerrara Leticia cuando se despierte.

Bajé por todas las escaleras, al llegar al primer piso, miré que una puerta, si es que así se la podría llamar, estaba destrozada, era más escombros que puerta. Me acerqué y adentro estaba aquel militar acostado en el suelo con una botella de Ron llena, había destruido su puerta a patadas porque no logro encontrar sus llaves, me di media vuelta y salí de aquel edificio. En la calle los mismos perros llevaban más fundas de basura en su ocio, se veían tan felices que por un momento sentí envidia. Intenté beber otro trago de la botella de Ron, pero ya no había nada. Volví nuevamente aquel edificio, fui hacia donde se encontraba aquel militar. Ingresé sin hacer tanto ruido, tome la botella de Ron y una caja de cigarrillos y deje la otra botella vacía. Pensé en tomar varias medallas, pero todas se veían oxidadas y feas, parecían bisutería comprada en alguna tienda de ofertas. Como sea, volví a salir a la calle con una botella de Ron casi llena, una caja de cigarrillos y con la polla destrozada.

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Autor: Christian Yánez

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