El sapo iluso

El sapo iluso

Mono Bosch

19/02/2024

El sapo iluso

Soñaba el Sapo. O más bien roncaba, que era lo que se podía advertir mirándolo por fuera. Difícil creer que soñaba el artífice de esos profundos y grotescos ronquidos. Tamaño ronquido quitaba todo el lirismo al sueño de nuestro batracio. Que aún así soñaba plácidamente. Y qué soñaba? Sólo lo diré a los que lleguen a terminar esta fábula.

Atardecía y ya otros sapos y sapas, empezaban a desperezarse y hasta emitir sonidos de despertares. El sol ya se había ido con esa suavidad del atardecer que llenaba de paz el horizonte. Flotaba en el aire crepuscular el eco de un pájaro lejano. Al principio el sapo no quería saber nada con el mundo, el estaba muy bien así, acurrucado con su sueño. Y porqué iba a soltar eso? El sapo abrió un ojo, abrió otro, y con la ilusión de intentar un pronto desayuno en ese lluvioso verano, de un salto entre arbustos y pastizales, cambió sus sueños por la realidad más básica y pedestre. Digamos la verdad, que también lo movió a salir de su sueño unas ganas importantes de ir al baño. Pero la tentación de volver a dormirse sólo fue desterrada por sus ilusiones. Y cuáles eran sus ilusiones?

Que la vida es triste si no la vivimos con una ilusión.

Cuando dormía lo hacía tan profundamente que borraba todo de su memoria y al despertarse tenía que reconstruir cada pedazo de su vida. No solo lo que tenía que hacer, sino dónde estaba, qué día era, en qué mes estaba y si tenía alguna cosa pendiente importante que continuar, como rescatar una mosca de una telaraña o terminar de cavar una cueva.

En su primer paseo ya empezaba a escuchar sapos y sapas, pequeños y grandes, simples y poderosos, alegres y tristes. Si, porque desde hacía un tiempo atrás también reconocía el cantar triste. Reconocía porque él ya lo conocía. Acaso conocer es reconocer? Algún tiempo, que le había parecido una eternidad, su canto fue triste, amargo, aciago y desganado. Esa temporada seca y anodina, donde prefería estar en la oscuridad de su cueva, a pesar de los intentos de parientes y amigos por volverlo a la vida, a disfrutar de la lluvia y el mal tiempo. Brutal sequedad en su corazón. Feo y docente recuerdo el de esa etapa. Donde pensar en el futuro era verlo todo más oscuro, donde el presente era amorfo y sórdido. En vez de saltar, se arrastraba. Ni hambre tenía porque todo era insípido. Había perdido la atracción por las cosas, las personas y las actividades. O al menos esa atracción estaba en su más baja cantidad. Hacía lo básico, solo por una obligación o por una inercia lenta y despiadada. La vida había perdido su color, todo era gris y apagado. Es más, si la vida se apagaba tal vez le hacían un favor, porque este estado era insoportable.

Que la vida es triste si no la vivimos con una ilusión.

Cómo salió de ese profundo y oscuro pozo? No fue fácil, porque varias veces pensaba que estaba saliendo y a la semana se daba de cabeza contra su apatía. Primero tuvo que ensayar una y otra vez las hipótesis causantes de su estado apesadumbrado, hasta encontrar la que más sintonía tenía con su corazón. Bue, tal vez ayudó también alguna pastillita. Y ese sapo que lo escuchó, le ayudó a elaborar la posible explicación de su mal, sacando como conclusión una factible solución a su crisis. Y de a poco, con pequeñas metas. Un paseo corto hasta allá, unos saltos de las plantas hasta el pasto, un intento por entonar el canto nocturno, a veces sólo ir hasta la esquina para escuchar sapos, ranas y grillos en un coro sonoro y rítmico, donde se asomaba al sabor de la belleza…Casi sin darse cuenta, así, de a poquito, salió de ese estado putrefacto o desabrido.

Que la vida es triste si no la vivimos con una ilusión.

Hoy la luna llena, con todo su brillo y su hermosura, le hacía recordar a alguien. Y eso lo ponía muy contento. Su corazón latía. Amaba la vida y miraba las cosas con otros ojos. Aunque eran las mismas. Se miraba en un charco y se convencía de que no estaba tan mal. Sus verrugas y sus lunares, sus ojos saltones y vidriosos, su panza imponente y su papada prominente, no lo hacían menos bello. Porque, como siempre decía su hermana menor, la belleza está dentro, en el corazón. Y eso se nota, quieras o no. Si hay algo dentro, de alguna manera sale afuera y se termina percibiendo. Se escucha en los cantos y en las palabras de nuestro sapo. Y en la mirada (igual menos mal que no todos nuestros pensamientos se revelan afuera, sería un papelón).

Que la vida es triste si no la vivimos con una ilusión.

Así nuestro sapo, se puso a cantar libremente mirando a la luna y mirando de reojo a ella. Si, ella estaba a unos metros. Trató de mostrarse un poco. Era un canto desafinado pero seductor. O al menos él lo creía así. Sus palpitaciones se aceleraban cuando ella se acercaba. Y más de una vez parecía que ella también lo miraba. Hasta que por fin llegó el momento. Ella caminó hasta él, se agachó, lo miró con una sonrisa y lo besó. Y el sapo, en ese instante, se transformó en un apuesto príncipe. Lo que es capaz de hacer el amor, todo lo embellece, todo lo transforma. Tomó del brazo a su princesa, la miró a los ojos y le devolvió el beso, con toda la pasión de sapo enamorado. Y los dos se quedaron mirándose mientras la luna y los sapos los cortejaban.

Que la vida es triste si no la vivimos con una ilusión.

-Vamos Omar! Salí de la cama, otra vez vas a llegar tarde a tu trabajo. Tu jefe te va a echar, no podes quedarte dormido. Si, era Elvira, su mujer, que lo estaba puteando por haberse dormido otra vez y llegar tarde al laburo. Otra vez soñé que era un sapo y mi Elvira una princesa. Pero no. Somos hombres normales. La panza y la papada están. Elvira es mi princesa, aunque los años también le pasan. Y mis hijos, no se porqué, pero son mi mejor alegría. Qué bien me hizo la ducha. Un desayuno super rápido, mientras mando un WhatsApp a ver si puedo trabajar de casa que hoy llueve. Listo, todo solucionado. Qué cosa, un sapo tempranero se asomó espiándome por mi ventana y vi en sus ojos mis ilusiones, mis sueños y mi hermosa realidad. Normal.

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