En esa confluencia de sombras y destinos entrelazados, el francotirador se prepara para definir el final de una vida ajena, sin saber que es él quien está en el último acto de su propia tragedia. La ciudad, con sus secretos y sus murmullos, sirve de escenario para este drama silencioso, donde el azar y la fatalidad juegan sus cartas con indiferencia.
El hombre marcado por el destino, aquel que sin saberlo ha caminado hacia su salvación o su perdición, continúa su andar. Años atrás, su dedicación a borrar las huellas del día en la pizarra le valió el aprecio de sus maestros; hoy, es su propia existencia la que está a punto de ser borrada con la misma meticulosidad.
Pero el viento cambia, y con él, el curso de los acontecimientos. El francotirador, en ese instante supremo antes de apretar el gatillo, siente la presencia de la muerte, no como verdugo, sino como víctima. Un escalofrío, un presentimiento, lo lleva a percibir que él es el objetivo de otro. En su mente, un torbellino de pensamientos: el análisis frío de su situación, la aceptación de su vulnerabilidad, y finalmente, la resignación ante el inevitable desenlace.
La tensión se palpa, densa como la niebla que a veces se cierne sobre la ciudad. En el tiempo suspendido, el francotirador comprende la ironía de su destino. Ha vivido entre sombras, y en una sombra se convertirá. No hay miedo en su aceptación, solo la curiosidad melancólica de quien se pregunta qué giros del destino lo llevaron a este final.
En ese instante de claridad aguda, donde cada latido cuenta la historia de lo que fue y lo que nunca será, el disparo resuena, un eco final en la sinfonía de su vida. El francotirador cae, su mirada perdida en el cielo que nunca había observado con tanta intensidad. No hay dolor, solo la sorpresa silenciosa ante la rapidez del final.
El segundo francotirador, instrumento de este destino cruel, desaparece entre las sombras, otro fantasma en la ciudad de espectros. No hay triunfo en su partida, solo el cumplimiento de un papel en esta obra de azar y necesidad.
Y mientras, el hombre que sin saberlo fue el centro de este drama, continúa su camino. Su vida, marcada por la ignorancia de los hilos que la tejieron a salvo, sigue adelante. La ciudad lo envuelve, indiferente a los secretos que acaba de guardar, a las vidas que ha cambiado sin un susurro.
Así termina nuestra historia, en la indiferencia de la vida que continúa, en la memoria de un francotirador que entendió, en sus últimos instantes, que todos somos, en algún momento, el blanco de un destino inescrutable.
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