Abismo Onírico

Abismo Onírico

relatero

02/02/2024

Rodrigo se debatía entre éste mundo y la anomalía del que aquí llamamos “el abismo onírico”.

En aquel abismo, un grupo de jóvenes corrompidos por el atrevimiento de un espíritu rebelde, se revelaban ante el yugo de la moralidad que pretendía en ellos la réplica de sus progenitores. Se deleitaban ante el hecho de sobreponerse a esas presuntas reglas que están implantadas en todo miembro de un grupo social. Se podría decir que ellos formaban su propio grupo que no estaba regido o establecido bajo ninguna regla. En consecuencia, la libertad sin normas se hacía ley en una realidad donde no existen peligros, pero sí consecuencias y ellos era aún muy jóvenes para entender lo que una simple, pequeña e insignificante decisión puede llegar a costar. No se sabrá decir si para la suerte o no del grupo, uno de los miembros se sabía consciente de los potenciales peligros escondidos detrás de los comportamientos sin ley ni norma. Persuadiendo uno a uno del presunto error, cada uno se iba reformando. El poder de persuasión era un misterio, respetando la esencia misma de los sucesos en el abismo onírico.

Totalmente opuesto a lo que se cabría esperar, el abismo tomó una connotación de sumo interés ante la reflexión y la presunta reforma. Era de suponer que el grupo “antisocial” había adquirido madurez en su corta y extrema experiencia de irreverencia, y la anécdota moral imponía en el grupo una forma siniestra de interés y relevancia para los acontecimientos que estarían por venir. En la mejor parte del abismo, un salto repentino de consciencia trajo de vuelta a Rodrigo a ésta parte de la realidad. Rodrigo, con una idea recogida de la emoción de la experiencia, pretendía acomodarse del otro lado de su cama para retomar lo más pronto posible, si éste era el caso y antes de que el flujo de consciencia le interrumpiera la dicha del abismo, la historia de redención que consistía en jóvenes, mujeres, gatos y atrevimientos. Pero antes, supo reconocer cierto espectro lumínico que se sabía colar por los espacios que la cortina sabe dejar al ocultar la única ventana del cuarto, un cuerpo luminoso que se sobrepone a sus intenciones de sueño acomodado y que no correspondían a la hora y el tiempo indicados para ese ejercicio. Estaba lo suficientemente claro como para pensar en que podía darse la oportunidad de otro sueño de interés. Aquí, la consciencia cayó con un peso contundente. Alertado a causa de la evidente confirmación que se colaba por los espacios que la cortina dejaba, Rodrigo se supo preocupar: “Está muy claro…”

Lo que pretendía ser una confirmación resultó lo que sus sospechas proponían: Le había ganado el sueño. No había despertador, rutina o costumbre que valieran para dejar que el cuerpo se tomara una atribución justa y necesaria. Tenía casi dos horas de retraso y al sacudirse el cuncho de sueño que le quedaba pegado en las sabanas, reconoció que ya cualquier intento o esfuerzo para contrarrestar la anomalía era inútil.

¿De qué servía entonces tomar el afán como prioridad?

Tomó el Smartphone, buscó el número, marcó. La llamada no duró mucho en ser contestada, esa era una fiel costumbre de su jefe.

—Don Antonio, Buenos días.

—Cómo le va, Rodrigo.

El tono de voz del señor Antonio era muy sugerente.

—Don Antonio. Lo llamo para avisarle que estoy retrasado.

—Sí, ya me he enterado.

Al rectificar la hora, Rodrigo confirmó lo dicho. Hace diez minutos, Rodrigo debería haber estado en su lugar de trabajo.

—Lo que pasa es que el retraso es muy largo.

—¿De cuánto?

—Hasta ahora me levanté…

Del otro lado de la línea, un jadeo irónico.

—¿Cuánto se demora?

—Dos horas, aproximadamente, si no hay mucho trancón.

Otro silencio, esta vez más largo, del otro lado de la línea.

—Mire Rodrigo. Dos horas, le doy dos horas para que atraviese esa puerta…

Rodrigo ya se imagina a don Antonio, de pie al lado de la puerta de cristal de su despacho, sacudiendo el dedo en dirección a esta.

—… si llega después, es mejor que no vuelva…

La llamada se interrumpe. Don Antonio ha colgado.

A juzgar por su actitud, es muy probable que a Rodrigo le llegue una buena reprimenda por esto, si es que llega a tiempo, claro está.

Es una suerte que Rodrigo siga en el trabajo, pues no es la primera vez que lo pone en riesgo. La verdad es que Rodrigo es el mejor columnista del periódico. Si ese periódico de segunda sigue vigente es a causa de Rodrigo y Don Antonio lo sabe muy bien. Aun así, Rodrigo se queda sentado en el borde de su cama, mirando los rayos de luz que se cuelan por la cortina y que lo supieron despertar de su abismo. Piensa en su potencial talento como narrador y la posibilidad de no tener que madrugar todos los días, en no tener que cumplir un horario ni órdenes. Piensa en crear un blog y compartirlo con sus conocidos. Piensa en usar las redes sociales para impulsar su carrera como columnista independiente, piensa en la libertad y autonomía que ello le brindaría. Así mismo, recuerda lo distraído que es, lo difícil que es completar una columna de dos páginas en su apartamento, en su actitud procrastinadora que no le ha permitido arrancar ese blog que imagina. También se acuerda de la cuota del apartamento, de los servicios y la comida, de la cuota mensual a sus padres, de la suscripción de Spotify, Netflix, Start +, de sus cervezas los fines de semana, los libros, los viajes. Todo tenía el signo pesos marcado intrínsecamente en su uso.

—Jueputa vida— Dijo Rodrigo en voz alta, para confirmar la impotencia, para declarar la afrenta contra ese estilo de vida de consumo perpetuo y acomodado.

Pensó entonces en abrir una cuenta de TikTok y hacer videos de cualquier pendejada, de su vida en el apartamento, o mostrando la vida de un columnista desempleado, o si no estaba la posibilidad de OnlyFans, claro que las historias de éxito solo corresponden a mujeres, ya que, como es de esperar, el principal consumidor de esta red social es el hombre, pero eso no significaba que un hombre no pudiera tener su propia historia de éxito, él mismo podría crear un nuevo fetiche: El columnista desempleado. Así existiera solo una persona con dicho fetiche, eso bastaría para justificar su intento.

Todo esto en un par de segundos. Todo esto para terminar de levantarse de su cama y prepararse para su trabajo: Un día más de cautiverio…

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