OSITO PELUSO y la caja rebosante de juguetes desechados

OSITO PELUSO y la caja rebosante de juguetes desechados

ROGELIO CG

01/02/2024

OSITO PELUSO y la caja rebosante de juguetes desechados.

Hoy es 24 de diciembre, Nochebuena; en la casa de los González la cocinera se afana en preparar la cena. La señora se está probando su nuevo collar de perlas. Los niños están haciendo “limpieza” en el cuarto de los juguetes, van a tirar a la basura los juguetes que ya no quieren. Fermín ha metido en una caja un tren eléctrico con vagones que ha dejado de divertirle, luego le ha tocado el turno a su colección de animales de granja, hace tiempo que los ve gordos y feos. Martita la ha emprendido con sus últimas muñecas, a una le ha arrancado un brazo, a otra una pierna, finalmente al muñeco que canta, llora y hecha espumita por la boca le ha quitado la cabeza. Todo ha acabado amontonado en la caja de juguetes desahuciados.

Al osito Peluso, allá en su estantería, le castañetean los dientes, tiene mucho miedo, teme que esta vez también le toque a él. Al fin y al cabo se ha acostumbrado al cuarto en el que vive. Los niños, Fermín y Martita, no le hacen mucho caso, lo cogieron una vez, sólo aquella en la que lo sacaron del estuche de regalo de tía Clotilde, pero claro, había tantos regalos que a él lo olvidaron para siempre en la estantería de la izquierda. Aún así ha tenido momentos de alegría. El primer día cuando hizo amistad con el conejo de goma o ese otro día cuando la muñeca de ricitos le dedicó su bonita sonrisa.

-Fermín alcánzame ese osito feo que está en la estantería más pequeña-pidió Martita a su hermano.

-¡Ahí va Martita!- contestó Fermín lanzándole el pequeño osito.

A Peluso le pareció que su corazón de trapo se le iba a salir del cuerpo, las alturas le daban miedo y las volteretas en el aire que le dieron los dos niños casi le cuestan la vida. Martita lo había alcanzado al vuelo y lo arrojó directamente a la caja de juguetes “viejos”. Allí se encontró con el tren eléctrico “aburrido”, la colección de animales de granja cuyo delito consistía en tener unas patas demasiado gordas, con un muñeco sin cabeza, y dos muñecas, una coja y otra manca.

Gertrudis la criada cogió la caja rebosante de juguetes condenados y la sacó a la calle, dejándola al lado del contenedor de basura.

Al osito Peluso se le escaparon dos lágrimas y que conste que no fue porque se le estuviera clavando un vagón de tren en un costado, ni porque le diera tristeza abandonar la que había sido su casa hasta el momento, lloraba porque le daba pena la muñeca coja y la vaca de la granja, la muñeca porque seguía tarareando la canción que llevaba almacenada en sus circuitos y la vaca porque llamaba a gritos al pequeño ternero que había quedado tendido en el jardín.

El cielo nocturno estaba repleto de estrellas y la noche era fría e inhóspita. Los juguetes desechados estaban muy apretados en su caja, pero el frío hizo que comenzasen a temblar. A Peluso lo único que le consolaba era pensar que su querida muñeca de ricitos había tenido mejor suerte que él.

De repente se oyeron unas risas.

-Papi, ¿crees que encontraremos algo rico en este contenedor?- preguntó Rosita; iba vestida con un abrigo que le venía un poco grande, uno de sus zapatos tenía un agujero, pero de la mano de su padre se la veía radiante. Minutos antes ambos reían a carcajada limpia por su última ocurrencia.

-Algo encontraremos Rosita, esta noche es especial, ya verás-contestó el padre; era un hombre vestido muy humildemente, con el pantalón recosido, flaco, trigueño y con mirada soñadora.

Mientras el hombre metía medio cuerpo en el contenedor para rebuscar entre la basura, Rosita vio la caja de cartón repleta de juguetes y empezó a sacar con sumo cuidado el contenido: primero fue la muñeca coja de la que vio su bonita cara y su largo cabello, ¿qué importaba que le faltase una pierna?; luego sacó el tren y pensó en su hermano, por último vio a Peluso, lo cogió y lo abrazó fuertemente contra su pecho, siempre había deseado tener un osito de peluche. Su cara se iluminó y una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, ¡estaba tan alegre!, aquel sería el primer año que en su casa hubiese juguetes por Navidad.

Poco después el padre llevaba una cesta llena de víveres, a alguien demasiado rico le habían hecho un regalo que le había parecido insignificante y había arrojado la caja entera al contenedor de basura. Rosita por su parte había cogido los juguetes, incluido el ternerito que había quedado tirado en el suelo.

Padre e hija desaparecieron por el final de la calle entonando una canción.

En la casa de los González todo el mundo estaba con cara de perro, aquella iba a ser una noche más de reproches y de lloros. A los mayores porque la cena no era de su gusto, la cocinera había tenido un mal día. Los pequeños porque en la base del árbol de Navidad había un número de regalos menor que el año pasado.

Peluso iba feliz dentro de la caja de juguetes pues se había dado cuenta que tanto él como sus compañeros estaban en buenas manos. Rosita y su hermano serían sus nuevos amigos. Estaba seguro de que los iban a tratar muy bien, de que todo sería juego y diversión. No iba a echar de menos su antiguo hogar y menos aún sus anteriores dueños.

Cuento incluido en la colección AZUL, VERDE y NEGRO, inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual.

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