Me he despertado inspirado, observando tu rostro dormido, un día más, junto al mío. Los haces de luz que penetraban en la habitación me hicieron pensar y sumar los números de una fecha que es únicamente nuestra. Miraba el techo, escuchando el compás de tu respiración y valorando cómo la diosa Fortuna vino un día a verme para, nueve meses después, darme cuenta de que ese ser incorpóreo al que ponemos nombre duerme ahora a mi lado. Oigo los ruidos de la calle pero, sin embargo, soy capaz de abstraerme para centrarme exclusivamente en las palabras que he de construir poco a poco para, una vez más, reflejar lo que supone compartir mi vida junto a ti. Las palabras no se las lleva el viento. Su hermético balanceo al son de la brisa invernal ha entrado de lleno en mí, invadiendo de calidez y cordura lo que antes era soledad. Los mensajes en el móvil se han convertido en besos, caricias y abrazos de por la mañana, en desayunos bajo el sol y atardeceres repletos de complicidad.
Sigo sumando. Números, recuerdos, experiencias… Y futuros, sobre todo futuros. La comisura de los labios se torna frágil cuando aventuran los días que están por venir. Una fragilidad alejada de lo triste y muy próxima a tus mejillas, aquellas que me ofreces cada vez que la ternura se cuela por los resquicios de nuestras cuatro paredes. Estoy comprendiendo, después de muchos años de incertidumbre, que una noche iluminada por las páginas de un libro puede convertirse en toda una odisea hacia lo incorpóreo, hacia los silencios en los que nos sumimos por estar inmersos en historias distintas pero, a la vez, unidas por el cordón de la tranquilidad. Allí donde la Luna pinta su mar con tu nombre, la del pequeño septiembre o el Tempus Fugit, sólo veo risas infinitas, caricias y anécdotas por escribir y recopilar. Hemos entrado de lleno, acelerando y con los frenos alerta, en una espiral de crecimiento, madurez y entendimiento en la que diseñar los pilares de una estatua erigida en P&A.
Las zapatillas al armario, los cuadros del salón, La paciente silenciosa, el romanticismo pletórico de después de comer, las plantas y otro día más dando gracias al destino. Es difícil, créeme, aglutinar todas y cada una de las palabras que, a lo largo de este tiempo, quiero poder reflejar en cada escrito. Y me repito, sí, repito hasta la saciedad lo complicado que supone convertir pensamientos en frases que no carezcan de sentido. Quiero más, mucho más. Quiero encaramarme a los balcones del mundo y gritar que soy el puto rey, que la vida ha llamado a mi puerta para quedarse a comer. Sumo y sumo… Y las historias, aunque acaben, nunca encuentran un final pues no hay mayor incompetencia que la de concluir lo que ha comenzado. En el fondo, donde los corales luchan por sobrevivir ante la incapacidad humana por conservar lo bello, las horas siguen transcurriendo, poco a poco, a través de un camino transformado en el relato de lo infinito. En el fondo, las cicatrices del alma han curado y empujan hacia arriba el latir de la ilusión, la dulce sorpresa de un enero nuevo que suena a piano y huele a coco.
Sumo dieciséis. Sumo dieciséis eternidades que, incluso así, se quedan cortas. Sumo fotos, paseos, series y rutinas. Sumo Cifras y Letras, apretones en la oscuridad, bienvenidas con sabor a puro amor, despertares y debates con café y cigarro. Sumo consejos, aportes y enseñanzas; nuevas costumbres, adaptaciones e invitaciones sorpresa que, sin haber llegado, están. Sumo felicidad, alegrías, manos entrelazadas y vueltas al hogar. Sumo todo. Uno, cuatro, cuatro, dos, dos y tres. Sumo todo. Sumo dieciséis y, con el catalejo directo al horizonte, veo reflejado tu nombre en el cielo de Carabanchel.
14-04-2023
OPINIONES Y COMENTARIOS