Ya será verano para esta pobre golondrina

Ya será verano para esta pobre golondrina

Sabrina I

29/01/2024

Juancho, así le decían en su casa, era el menor de ocho hermanos. Vivian en Santiago del Estero. Sus hermanos y su padre trabajaban de sol a sol, en la estancia del patrón mientras su madre se quedaba en el rancho arreglando un poco y cocinando. Les pagaban muy poco por un trabajo extenuante y empleaban como era costumbre mano de obra infantil a los que le pagaban aún menos. La educación, era un lujo que solo los ricos se podían permitir. En el pueblo, había una maestra rural, que daba clases a los hijos de los campesinos, pero; era imposible para estos asistir con regularidad ya que el trabajo se los impedía. Las pocas veces, que Juancho fue a la escuela, le dio vergüenza entrar, porque no tenía calzado andaba en patas y bien sucias, por cierto. La cara llena de tierra el pelo renegrido de mugre y un olor a sudor que apestaba. Los otros niños también pobres, pero menos que Juancho se echaron a reír y el pobre niño se largó a llorar. Entonces, él se quedaba en “la puerta de la escuela” como el cuadro de -Nikolay Bogdanov-Belsky-. De sus miseras ganancias en el campo una parte se la debía dar a sus padres y lo demás lo ahorraba. Por las noches, Juancho que no podía dormir porque compartía un catre con sus otros hermanos, soñaba con ser gerente del Banco Nación. Pero, para eso debía primero estudiar. Él sabía que su madre tenía familia en Buenos Aires, ahí debía ir, si quería cumplir su sueño. Para tal fin usaría sus ahorros.

Bien temprano la madre los despertaba. Les tenía preparado el mate cocido con un pedazo de pan y con eso debían aguantar hasta la vuelta. Pobre Juancho, a veces, sentía que las tripas se le pegaban a la espalda del hambre cuando el olor a comida que salía de la estancia inundaba los campos. Solo los días festivos los patrones les convidaban una comida. Los patrones (los terratenientes) cuando caía una inspección, le llenaban de billetes los bolsillos al inspector y este satisfecho no veía ninguna irregularidad.

Los padres de Juancho sabían que su hijo quería ser gerente del Banco Nación y que ahí no podría alcanzar su sueño. Así que su madre, había hablado con su parienta, una prima. Para que le diera casa y comida a Juancho hasta que consiguiera trabajo. Cuando cumplió la mayoría de edad con sus ahorros se compró el boleto en tren a Buenos Aires. Desde arriba del tren saco la mano por la ventanilla y saludo a sus padres y hermanos. Llevaba los pocos pesos que le habían quedado después de haber comprado el boleto bien escondido para que no se los robaran. Era la primera vez, en su vida que viajaba, estaba muy asustado; pero, también estaba muy emocionado no pararía hasta alcanzar su sueño “gerente del Banco Nación”. No llevaba nada, para comer ni beber, era un viaje largo de varias horas. Miraba a los pasajeros comer sus viandas y él sin nada. Una pasajera le dio lastima y lo convido con un sándwich -toma hijo come te ves famélico y todavía faltan varias horas para llegar a Buenos Aires- Gracias, respondió Juancho, mientras devoraba su sándwich. Al fin, llego a Constitución la estación de trenes. Juancho miraba todo asombrado; abría los ojos como platos y todos lo miraban a él que parecía un pordiosero. Se había lavado un poco para poder viajar, pero tenía más mugre y tierra que una papa. Era alto y muy flaquito. Resaltaban unos enormes ojos verdes que llamaban la atención y una tímida sonrisa. Llevaba en un papel, la dirección escrita de la prima de su madre. Se la había escrito la maestra con las indicaciones de la madre. Se la mostraba a la gente que pasaba, a ver si alguien lo podía ayudar, pero todos seguían de largo. Hasta que un oficial de policía que pasaba por allí le pregunto ¿Qué necesitas muchacho? Juancho, le mostro el papel y le dijo: – necesito llegar ahí. El policía se dio cuenta que era analfabeto. Le indico que colectivo tomar y le sugirió que le mostrase el papel al colectivero para que le indicara donde bajar. Al fin, luego de semejante travesía llego a destino. La prima de su madre, doña Jacinta, lo estaba esperando junto a sus cinco hijas. Cuando lo vieron llegar se miraron las seis, se imaginaron era pobre, pero no así. Pasa hijo, le dijo Jacinta: – toma asiento en la cocina que ya te sirvo la cena. Juancho acostumbrado a comer una sopa con pan cuando le sirvieron puchero casi se desmayó. Jacinta le dijo: – luego te vas a bañar para dormir limpio. Te eh puesto sabanas limpias y una colcha en el cuarto de huéspedes. Ahí te quedaras todo el tiempo que quieras. Luego de bañarse y ponerse una ropa limpia que era del marido de Jacinta fue escoltado a su dormitorio. Juancho exclamo ¿toda esta habitación para mí solo? Jacinta asintió con la cabeza. Se tumbo en la cama puso sus brazos debajo de la cabeza y se quedó mirando el techo un largo rato. Nunca había dormido en una cama con colchón ni había visto sabanas limpias. Minutos después Juancho se quedó profundamente dormido. Se despertó pasadas las diez de la mañana. ¿Por qué no me despertó tía temprano? Tengo que buscar trabajo. Su tía Jacinta le dijo: – hijo primero debes comer bien, estar fuerte para poder trabajar. Acá no te va a faltar nada. Por ahora puedes ayudar a mi marido en la casa. La tía Jacinta no era rica, pero tenían un buen pasar y estaban acostumbrados a ayudar a los parientes que vivían en el interior del país. Una noche mientras cenaban Juancho les contaba su sueño de llegar a ser gerente del Banco Nación y sin malicia todos se empezaron a reír. Jacinta le dijo discúlpanos, hijo, pero tú eres analfabeto. Juancho reflexiono y luego dijo: – lo se tía, pero tengo un plan desde que era chico. Ahí explico que luego de conseguir un trabajo lo siguiente seria empezar a estudiar y de a poco ir subiendo peldaños. Sus parientes se miraron con escepticismo. Juancho les vio las caras y las muecas. No me tienen fe, pero ya verán algún día será verano para esta pobre golondrina.

A finales de ese mes, Juancho consiguió trabajo en el puerto levantando y llevando bolsas. Llegaba cansadísimo cenaba y se iba a dormir. No le quedaba tiempo para estudiar y eso lo frustraba. Ahí trabajo poco más de dos años hasta que por intermedio de su tío consiguió un trabajo de sereno en el Banco Nación. Durante el día empezó a cursar sus estudios primarios. Era muy aplicado, no faltaba nunca. No quedaba recuerdo del pordiosero que bajo del tren en Constitución. Se puso de novio con una maestra que enseñaba en la escuela a la que asistía. Una chica muy bonita, delicada de buena familia. Juancho enviaba cartas a su familia contándole las novedades las cuales eran leídas por la maestra a su madre. Su madre a través de la maestra respondía que se sentía orgullosa. Juancho seguía viviendo de sus tíos quienes estaban encantados con Matilde su novia. Juancho con ayuda de Matilde luego de terminar la primaria empezó el secundario. Tan constante como con los estudios primarios curso los secundarios. Cuando los termino le ofrecieron un puesto de cajero en el Banco Nación. Juancho no lo podía creer al fin él un pobre campesino cajero del Banco Nación. ¡Vio tía! le dijo: – (mientras almorzaban) ya va llegando el verano para esta pobre golondrina. Tuvo un aumento de sueldo que le ayudo a ahorrar para comprarse la casa y un auto. A finales de ese mes le propuso matrimonio a Matilde. Ella acepto felizmente la propuesta. Tuvieron un casamiento sencillo. La luna de miel la pasaron en Bariloche y nueve meses después nacía su primer hijo al que llamaron Jacinto por su tía que tanto lo había ayudado. ¡Pero todavía no era gerente del Banco Nación! eso lo frustraba. Su esposa lo alentó a que se anotara en la Universidad de Buenos Aires. Aunque le daba un poco de vergüenza porque era grande. Al final, le hizo caso a Matilde. Dio el examen de ingreso con notas sobresalientes. Ingreso a la carrera de economía de la que se recibió con honores. El día de la entrega de diplomas estaban sus padres quienes tenían el pecho rebosante de orgullo. Juancho presento su título en el Banco Nación y a mitad de ese año se convirtió en gerente general del banco. Sentado en su oficina detrás de su escritorio recordaba con gran pesar sus días en el campo, el hambre y la pobreza.

Años más tarde, Juancho se empezó a sentir mal. ¡Raro! pensaba su esposa, él nunca se enferma, tiene una salud de hierro. Pero; los malestares le venían cada vez más seguido. Fueron a ver al médico, quien le mando hacerse varios estudios. Cuando el médico los reviso su cara indicaba que la cosa pintaba mal. Siento darle malas noticias Juan Alberto Domínguez dijo el doctor Sánchez Velázquez. ¿Qué tengo? Pregunto Juancho. El doctor respondió cáncer de pelvis. Le voy a indicar el tratamiento a seguir y con la ayuda de Dios todo saldrá bien. Juancho pensó tantos años de trabajo, partiéndome el lomo al sol, debía tener una consecuencia. Su esposa lo abrazo y se largó a llorar. Por la noche, durante la cena una bien amarga, por cierto, se lo comunicaron a su hijo. Jacinto, proclamo, que había que iniciar inmediatamente el tratamiento. Y así lo hicieron, pero luego de un año donde la tan ansiada mejoría no llegaba Juancho extenuado les pidió interrumpir el tratamiento. Jacinto se opuso, pero su madre lo convenció de que era mejor así. A principio de ese año, en el mes de enero Juancho después de batallar una dura pelea, murió.

De generación en generación, se contó la historia de Juancho y su frase memorable. ¡Ya será verano para esta pobre golondrina! Quien vivió por siempre, en el recuerdo de sus seres queridos.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS