Aromas de ausencia

Aromas de ausencia

eleachege

25/01/2024

Son las 8 a.m. de un domingo primaveral naciente y sombrío. El tic tac del reloj rompe la quietud de un dormir a solas entre sábanas. Ha vencido su vigilia de la noche anterior. Vigilia trenzada por la nostalgia y la melancolía. Esboza un giro con su brazo para acallar el reloj de mesa. Vuelve su rostro con un dejo de cabreo y tristeza al mirar el lado vacío de la cama. «Se ha ido de nuevo, al levitar».

Pero sabe de su existencia porque recuerda su ayuda para conciliar el sueño. Y aún siente las huellas prendadas en sus carnes, mientras la deshojaba.

Turbada por la incertidumbre desliza sus piernas hacia el piso. Al levantarse desabrocha su ligero atuendo de dormir. La tenue luz filtrada, brinda al vacío la desnudez de su torneado cuerpo de unos merecidos abriles, sin señales del parto. En instantes calza un blue jeans y teje a sus pies las sandalias.

Endereza su figura y surge la visión de sus senos al aire. Sus dedos sin malicia los manosean, pero de inmediato las púas encendidas de su busto empiezan a flamear fuego al infinito. Es cuando del pensamiento traicionero fluye de nuevo esa imagen. La imagen del hombre, que anoche y desde hace días, con voz apagada lacera sus sentidos. La misma voz rota, que entre insomnios culpables de media noche, abriga sin permiso sus sueños y quimeras. Sin respetar una existencia hasta ahora feliz, aunque en soledad.

Enciende un cigarrillo, buscando calma y sosiego a su turbación. Solo en sueños puede vencer esa tristeza. Pero ¿Qué hacer? Es él quien conduce esa ensoñación. Con acierto, él desacelera los temores, las angustias. Vence los desvelos y duerme con Ella. La abandona al amanecer, pero siempre conectado a sus pensamientos.

Hoy lunes se ha sentido bien. Asiste a sus labores y sus compañeros notan la mejoría. Quieren saber de su medicación. Ella sonríe y recuerda, pero no cuenta. Él hizo la promesa de volver esta noche. La distancia es inmensa. Largo y peligroso el viaje. Lo adora por eso.

Es tarde en la noche. Sentada en el balcón espera. Lo ve aterrizar en la calle frente a su piso. No necesita llave. Sonríe. Se lleva la mano al corazón y va a la cama para fingir que duerme.

Él la despierta con un tierno beso correspondido. Palpa su cuerpo, mientras la seduce. Pero Ella percibe en su rostro una ligera preocupación. Sin embargo, se aman hasta desfallecer.

En los últimos momentos, lo monta sobre su desnudo cuerpo y acuna el rostro entre sus senos «Mi bebé, te quiero mucho». Al sentirse libre, él lleva la boca a su cuello y la besa con dilación, sorbiendo su aroma. Mordisquea su oreja, la lame y le susurra «Te quiero mucho mi niña, no me olvides nunca» Al oírlo la tristeza humedece sus ojos. Parecía la premonición de una eterna despedida. De nuevo la besa y murmura: «El malva de tus labios rompe con la tristeza azul de tus ojos»

Él está consciente del daño que causa. Su otro yo le advierte. No quisiera seguir alimentando un imposible. Quisiera desaparecer. Acabar con el vacío, el surrealismo que rompe con la lógica existencial de ambos. Que da fe sin esperanzas, a lo que ocurre entre vigilias y sueños. Entre pensamientos de uno y otro.

De regreso, vientos huracanados mecen su cuerpo y de repente cae en aguas del Mar Caribe. Sólo sobrevive su otro yo.

¡Un amor que muere!

Ella piensa sin conocer el motivo de su silencio prolongado «¿Y si estoy equivocada y él ni siquiera piensa en mí?»

Nunca conoció la noticia del accidente

¡De penas también murió su amor por él!

Desde un montículo de piedras un clavel rojo es lanzado al mar.


– Luis Horacio Hernandez Gil.

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