El turno no-turno

Yo solo quería salir de mi trabajo.

Ese día trabajé hasta tarde. La dueña de nuestra pequeña firma de abogados me dejó una vez más las llaves de la oficina para que yo cerrara.

A las 8:30 pm Ya estaba muy cansado y no podía enfocar bien las imágenes en pantalla de la computadora, con un gran bostezo y una estirada a todo lo que daba mi cuerpo me dispuse a ir a mi casa a descansar.

Me puse mi chaqueta y la cerré bien, afuera llovía copiosamente y el frio “cala huesos” de esta época seguro haría estragos en mí pellejudo cuerpo, me aterraba pensar en conducir cuarenta minutos con lluvia y posible granizo.

Se entabló la lucha rutinaria entre mi cuerpo y la vieja cerradura de la oficina, adherida de tal manera al gigantesco tablón de caoba que hacía de puerta, que la unión de la platina con la madera se había difuminado y creaba la ilusión de que se introducía la llave directamente en la madera. Había que dar un fuerte empujón para que el terco pestillo pasara a la recamara abovedada de la pared y la puerta quedara finalmente, cerrada. Normalmente con tres golpes de hombro se hacía el trabajo, pero esta vez me costó mucho más, ha de ser lo cansado que estaba.

Todavía dándome masajitos en mi hombro, me dispongo a salir, y mientras cruzo el umbral del viejo edificio varias piezas de hielo, muy sólido, me coscorronean sin cesar, cinco o seis caen en rápida sucesión sobre mi cráneo, provocando un dolor insoportable que me hace devolver inmediatamente, no podía ser peor mi noche. Me quedé contemplando mucho rato la cacofonía que producían los hielitos al caer y golpear el asfalto, al rebotar se partían en mil pedazos, produciéndome la sensación de una debacle capaz de extinguir una civilización de personitas de un milímetro de altura.

Como la lluvia no cesaba, me vi en la necesidad de regresar a la oficina. Para mi sorpresa, la pesada puerta de caoba no dio la más mínima pelea y se deslizó amigablemente como si de una portezuela de bar del viejo oeste americano se tratara. Supe de inmediato que algo no andaba bien, primero, el olor. Mi oficina ha tenido siempre un olor particular a barrica de roble, todo el mobiliario es de madera sólida y muy antigua. Cuando llego a ella por las mañanas, mi cerebro se predispone a disfrutar de ese rico olor como si de un trago de buen ron añejo se tratara.

El olor a madera había desaparecido, Había sido reemplazado por una peste a herrumbre, como a un lote de autos viejos y oxidados a punto de ser triturados, a mi boca llegaba tal olor en forma de azufre; sufrí un par de arcadas y estuve a punto de vomitar, no lo hice, me sobrepuse, gané esa primera batalla de lo desconocido.

Traté de encender las luces, sin resultado alguno. El interruptor estaba suelto, sin resorte que lo devolviera a su lugar, le di varias veces hacia arriba y hacia abajo sin ningún resultado. Mi corazón empezó a latir con fuerza y sentí que la fría adrenalina comenzaba a recorrer mis venas, estaba ya en estado de máxima alerta y temblando, con los ojos muy abiertos y tratando de adaptarse a la oscuridad.

De repente percibí una luz blanca saliendo de mi oficina, mi computadora de trabajo estaba encendida. Símbolos rojos sobre un fondo blanco se repetían sin cesar en la pantalla: X T W N y a continuación, un cuadro de texto vacío, invitándome a escribir el código. Me senté frente a la máquina, atónito, no entendía nada de lo que estaba pasando, pero sin dudar escribí el código en el recuadro y de repente, la nada.

Necesitaré de todos los recursos que puede ofrecer mi limitado conocimiento del idioma para tratar de explicar lo que ocurrió después. Di un gemido de sorpresa y miedo a la vez. Asumo que estaba en el mismo, lugar porque mis manos se aferraron a los posa brazos de mi silla y estaba sentado, pero mi silla no estaba allí, yo no estaba allí. En realidad, nada estaba allí, era la nada más absoluta. Mi conclusión rápida y lógica era que había perdido la visión, pasé la mano frente a mi cara, sentía que mis ojos funcionaban. No era blanco, no era negro, no era ningún color, era la nada más absoluta. Me incorporé, estaba en estado de pánico y grité con todas mis fuerzas, pero nada se oyó, tampoco había sonido, me vi transportado en un instante a un mundo de la nada. Enloquecido empecé a dar manotazos en el aire y di de lleno mi ante brazo contra la pared, sentí mucho dolor, por lo menos era algo, empecé a palpar la pared y recorrer mi oficina de memoria, con el tacto, todo estaba allí. Tras largos y angustiosos minutos me calmé e intenté analizar la situación. De alguna manera, tras haber introducido ese código, me vi privado de los sentidos de la vista y el oído. ¿Cómo era esto posible? ¿cómo mis sentidos pueden estar atados a un código? ¿qué programa era este? A tientas, volví a la computadora al mis dedos entrar en contacto con el teclado, inmediatamente pude ver la pantalla, pero no con mis ojos si no con mi mente, la imagen de alguna manera era transmitida directamente a mi cerebro a través de mis dedos, ¡increíble!

Después de ingresado el código, había entrado a una especie de portal expresado en un idioma que no comprendía. No sé decir si era un idioma, multitud de símbolos ideográficos formaban párrafos y explicaban fotos y diagramas. Después de unos minutos analizándolos comprendí que eran extraordinariamente intuitivos, se explicaban solos, eran pequeñas líneas rectas apuntando en todas direcciones, no formaban palabras, formaban rudimentarias imágenes que el cerebro entendía con facilidad y las cantidades se expresaban en pequeños círculos, al cabo de media hora ya entendía todo, otra vez, ¡increíble!

Resulta que era una ventana que daba a seres de un universo paralelo (creo yo) en el cual no existían las formas físicas ni los sonidos, todo era energía, virtual, eran etéreos y querían establecer comunicación conmigo, me habían descubierto.

En la “pantalla” se mostraba información de todo tipo acerca de quienes eran, de donde venían y que hacían. Aunque en realidad se les puede tratar como un solo ente ya que todos son partícipes de las acciones del conjunto, todos saben lo que ocurre simultáneamente, sin importar que estén desempeñando una tarea o millones de ellas. Yo estaba fascinado y en trance, el miedo desapareció por completo y me sumergí de lleno en el aprendizaje de esta extraña y desconocida civilización.

Son seres incorpóreos, de energía, que pueden vivir eternamente a su elección o simplemente pueden desaparecer, borrarse cuando ellos lo prefieran. Vi imágenes y videos de su mundo, físicamente, es como un planeta desierto donde solo se pueden observar pequeños promontorios semi circulares a nivel del suelo, millones de ellos. La mitad su mundo, muestra siempre una cara al sol, que no es nuestro sol, alimenta eternamente estos promontorios, dándoles la energía que necesitan para vivir. Pero no siempre fue así, son una civilización de millones de años. Durante los inicios de su civilización, habitaban la zona sombreada, de un eterno atardecer con temperaturas y luz moderada. Pero el progreso requiere siempre más energía. Los avances a través de miles de años fueron tales, que se despidieron para siempre de sus cuerpos físicos, dejando que máquinas inteligentes hicieran todo el trabajo por ellos. Se recluyeron en domos y desde allí esparcieron vida por todo su sistema solar. En algunos planetas se replicaron así mismos; en otros experimentaron con otros tipos de vida dejando solo instrucciones generales evolutivas. La tierra, nosotros, formamos parte de ese experimento.

Esto me produjo un shock inmediato y me levanté bruscamente, recobrando mi visión y todos mis sentidos, para mi sorpresa, mi oficina estaba profusamente iluminada como siempre. Observé por la ventana y el granizo había cesado. Recogí mis cosas y me fui. Ya para no volver nunca, tenía suficiente con qué reflexionar para el resto de mis días.

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