PRIMERA PARTE
DESORIENTADO
Nota del autor!!
Como se pierde el sentido cuando todo no esta claro, poder saber que cosas ocultamos es el reto. Dar por escrito que todos tenemos secretos, es una parte de nuestra identidad. Para lograr un objetivo, se requiere dos cosas que aun no las he entendido. Decidí entenderlo hasta el día de hoy, son dificultades las que se ponen como obstáculos en el camino al elegir que hacer. El terror que invade a cada uno es indescifrable. Joe (El Sanatorio) me enseño que nadie puede escapar de los tormentos, mas frágiles. Aunque haya algo de pavor, siempre se encontraran donde me vaya. A mis 30 años, nada me fue fácil, y nada me fue tan complicado. Intentarlo fue el reto, la sencillez de las cosas eran como se dice la parte mas importante de la carrera, la meta estaba ahí, pude ver lo cerca que me quedaba. Claro tan simple, pensé listo ya lo tengo todo resuelto, en cuanto puse un pie, comenzó todo, lo que parecía estar despejado, se volvió una tormenta, me encontraba en un velero, navegando por un océano en calma, que en un parpadeo, se convirtió en una cruzada peligrosa, evitando que las olas que me golpeaban no me tiren, o me volteen la nave. Sujetando las cuerdas, y siguiendo la dirección del viento.
Cada inicio de mi vida ha sido lo mejor, con cada muralla atravesada logre alcanzar mis metas. Fuera de los libros, de la escritura, tengo otra motivación, mas allá de lo que me hallo, busco algo de confort en mis novelas, cada personaje tiene su historia y su momento. La iniciativa me deja perplejo, sincerarme con ellos, no es fácil, si saber que le depara en cada historia. Mis compañeros de trabajo me apoyan la mayor parte del tiempo, mis amigos solo me escuchan luego lo típico, se hacen los interesados, para que me sienta bien, sabiendo que opinan por dentro, cero interés. Esta bien, no me ofendo, la mayoría de mis novelas provienen de los sueños que logro recordar. Suelo dormir mal, por acostarme tarde, o perder el tiempo en ver películas o series. De ahí vienen las otras ideas.
Me emociono literal, cuando las escribo, por como sufren esos seres, soy cruel, y lo disfruto, me da placer su miseria, a mi mismo cuando le doy esperanza, creyendo que ya esta a salvo, le doy una cucharada mas colmada de su pánico mas profundo. Admito que me rio en mi rincón con euforia sabiendo que le depara a cada uno. Si tuvieran certeza de las locuras que viven, sabiendo que soy yo quien las hace, me suplicarían, me rogarían, para que terminen con sus propias miserias, sabiendo su fatal destino, adelantarse a su final, pero los ignoro. No busco fama y dinero de todo, me gusta compartir lo que hago con todos, sin importar sus opiniones o criticas negativas que no tengan nada que ver con lo que hago, acepto las que si, las que son revelando mis errores o ideas que quieran cambiar.
Recuerdo haber pensado un par de veces que quizás estoy concurriendo al narcisismo o otras cualidades de personalidades. Atroces momentos se viven, pero no es así, son ustedes los que terminan completando esos ensayos baratos, son quienes le dan vida, los que interpretan a esos sujetos llenos de emoción, y los vuelven una tormenta imparable. Un diluvio lleno de egoísmo, resentimiento, odio y miseria. Aveces se asemejan un poco a la realidad, otras se terminan identificando.
En esta novela, me desenvolví, y lo analice de pie a cabeza, con intención asemejándose la misma imagen del maldito siglo XXI, patético y lleno de oscuridad por donde se vea. Conformarse con lo que hay y punto.
Me alegro que varios lectores hayan disfrutado un poco de aquellas historias. Resistiendo infernales momentos de la vida, cada página, la viven ustedes. Juntos podemos que esta tormenta se acabe, que esas olas inmensas no llegue a la costa. Terminar con el abismo de un principio que tiene un destino marcado. Tiempo al tiempo, El Sanatorio dejo marcado un punto, te volviste parte, pero la pregunta en esa novela, es ¿quien eras?. Decepcionante y a la vez satisfecho. Rara vez nos reflejamos con lo que menos pensamos, salen nuestros deseos mas ocultos que ni sabias pero estaban escondidos, esperando para salir. Con El Sanatorio pasa lo mismo, que manera de sentirse responsable de una muerte, cobarde quien no admite ver muerto a alguien, no por enojo si no por deseo inconsciente.
Resulto agradable de que me hayas seguido hasta aquí, dejándote con esas preguntas que te siguen sin prestarle atención pero que están ahí.
Mi mejor pésame.
LUCAS BAZ
Buenos Aires, Argentina
18 de octubre de 2022
Las voces cesaron repentinamente, aunque se podía escuchar como se alejaban. Esa calma de cobrar el conocimiento lo hicieron retomar el rumbo de vuelta. Estaba oscuro y frio. Aun no veía, estaba borroneado. Puras sombras, que se iban aclarando. Revelando una silueta, podía sentir ese olor putrefacto, se impregno en su nariz. Aspirando esa desagradable sustancia. Profundamente quería que se terminara. No se puede mover, aun no ha tomado estabilidad. La movilidad motriz no ha regresado. Sintió esa pesadez sobre su rostro. Esa cegadora blanca y pálida luz. Intentaba mantenerse despierto, pero aun no estaba en su control.
Esa silueta se termino descubriendo, era un anciano, flaco, se le notaba los huesos. Sus ojos comenzaron a revisar cada rincón de aquel sitio, observo al hombre con una bata celeste. Era calvo con algunas manchas en su piel. Su rostro daba pavor, estaba conectado a unas vías. Entrelazado con una maquina, que mostraba unas curvas que subían y bajaban. Pitidos que sonaban a cada pulso.
Se acomodo y se sentó. Se apoyo contra uno de los almohadones que se encontraban en esa cama.
Deseaba estar muerto, a pesar del dolor y el sufrimiento que lo afligía, lo dejaba en la deriva. Intentaba entender su llegada a aquella habitación. Miro a la mesa junto a su cama, solo había un vaso de agua y una capsula de tapa azul. La habitación era demasiado grande, cabían cuatro camas. Algo lo hizo girar y observar la pared. Lo que vio, lo dejo trepado del miedo mismo. Toda su seguridad y su paz fue barrida por la carne de gallina. Aquella noche tormentosa fue lo único que recordaba.
La velocidad de ese vehículo quedo penetrado en su memoria, y la mujer que se bajo de el, lo atormento hasta ahora. Lo único que pudo divisar era su vestimenta, traía puesto un atuendo muy peculiar, una blusa azulada, jean negro ajustados, la cubría una bata blanca, logro ver el nombre bordado en su bolsillo, GRÜBE, (Recuerdos en Alemán), pero no estaba sola con ella, la custodiaban unos gorilas de negro, lo mas trillado es que no se les podía ver sus rostros, todos usaban mascarillas. Intentó correr pero sintió el miedo recorrer por su sangre, se había paralizado. Pero antes de hacer una maniobra, recibió un golpe por detrás.
Y ahora esta en esa habitación, rodeado de camas vacías, un sitio descolorido, se sentía el olor de la humedad. El repulsivo hedor de fabrica de azufre. Dió un salto, salió de la cama, intentó escapar. Corrió hacia la puerta, pero esta estaba cerrada. Fué hacia aquellas cortinas negras, algo desgarradas. Las corrió, pero lo que vio lo dejó en jaque. Se hecho hacia atrás, que termino con el culo en el suelo, no podía creerlo, la única ventana, estaba cerrada, detrás del cristal se encontraba un muro de ladrillos.
Su única salida estaba clausurada.
Estaba perdido.
No tenia noción del tiempo, no podía saber cuanto tiempo había estado dormido. Pensó en su hijo, tiene nacido unos meses. Y su esposa está pasando por una situación delicada, debería estar con ella, acompañándola.
Del fondo en una esquina, tapado por la bruma oscuridad, se escuchó una voz, tenia un tono áspero y la garganta apenas se estiraba. Cómo si arrastrará las palabras. No podía ver, era como una sombra, una mancha indefinida puesta en la misma y oscura habitación.
Su corazón comenzó a latir a golpes, le dio un ataque de falta de aire, como a un asmático al quedarse sin carga en su inhalador.
Perdió un poco la esperanza, sintió como todo su mundo se venia abajo. Comenzó a inundarlos muchos pensamientos que no eran nada optimista. De los cuales, era ese cálido y bello lugar, en el muelle pescando con su tío. El odia pescar, pero lo hacia para darle gusto.
En instante logró calmarse, y escuchó la voz del fondo. La que ignoro desde que despertó.
Acabó por entender que si necesitaba salir, primero debía saber como llegó.
-Oiga, ¿sabe como llegue aquí?
-Finalmente me haces caso. Te estuve hablando desde que despertaste. Pero descuida. También pase por lo mismo.
Respondió con un tono ronco, parecía estar enfermo cómo si arrastrará las palabras.
-Si, ya regrese. Ahora, ¿sabes en donde estamos?
-La pregunta no es en donde. Si no hace cuanto que estamos.
-¿Qué?¿De que hablas? -se quedó en pausa reaccionando y se abrumó.
Aun no había entendido lo que sucedía, el ahora, es lo que importa. Solo había un problema no podía recordar su nombre. No sabia si llorar o gritar a patadas como a un niño chillando por capricho. Pero un pequeño y alentador fragmento de su mente le arrojo lo que quería mas que nada. Saber quien era.
Joe, así me llamo, pensó.
Suspiro a lo que el anciano noto el gesto que había en la habitación, apenas sonrió.
-Recordar tu nombre es lo importante. Si sabes quién eres. Significa que estás cuerdo…
Sonrió de forma inocente y de manera triunfante, negando el hecho que no se encontraba en su casa, deseaba estar en su cama, con su esposa, tomarle su mano y no soltarla. Luego de aquel diagnóstico que el médico le comentó. Padecer una enfermedad así, no es para sufrirlo solo. Quiero estar con ella. Debería estar con ella. Dijo en su mente afligido y enojado al mismo tiempo.
Joe tomo un poco de respiro y se calmó.
Se acaricio su cabello de manera suave, hacia atrás. Y comenzó a divisar cada rincón buscando un indicio de donde podía llegar a estar. El anciano salió de la oscuridad, para hacerse conocer. Tenia un cortada en su mejilla y unos ojos sucumbidos por un fluido rosa, que le bordeaban parte de su parpado. Era para el un hombre repulsivo, una bolsa a tirar a la basura, una sobra que nadie quería terminar. Pensamientos horrorosos, pero no dejó que lo inquietara el miedo. Soportó ese olor desagradable.
Mucho movimiento de su cuerpo, lo detuvieron al sentir un pinchazo.
Se levanto esa remera blanca ahuecada y algo manchada, había una cicatriz en su. Se aterrorizo,
¿Qué demonios esta pasando?, pensó.
El dolor parecía ir y venir, miro hacia la mesa junto a su cama. Se acerco, veía el vaso y la pastilla, noto algo escrito en el agua, levanto el vaso. Debajo había una tarjeta con dos palabras impresas en mayúsculas; SIN DOLOR, la dio vuelta para ver si había algo mas escrito. Ojeo, sudaba con el pensamiento a punto del colapso. Se tomo la pastilla, y bebió el agua. Podía sentir como hacia efecto. Sintió como si flotara, fue un alivio, era como si estuviera en la playa sentado. Viendo el atardecer, el mar en calma. El sonido del silencio. Sintiendo la acaricia del viento.
Suspiro.
Luego respiro suavemente. Cerro los ojos un momento, luego los abrió con mas fuerza. Trago la muralla de saliva que se asomaba entre sus labios. Al conseguirlo, logro retomar el aliento:
-Bien, ya estoy mejor -dijo con firmeza-. Ahora cuéntame que esta pasando. ¿Dónde estoy?¿Que es este lugar?
-Sera difícil que lo entiendas. Pe… Pero solo te diré una cosa. Debes sobrevivir.
Joe sintió un poco de miedo, pero era mas preocupación por no saber cómo se encontraba su familia.
-¿Al menos sabes quién nos trajo aquí?
En un rincón, alejado y oculto en la oscuridad, un ojo de vidrio los observaba. Con un punto rojo parpadeante.
El hombre se hallaba sentado en una de las camas, mientras que Joe, estaba de pie, escuchando su historia.
-No puedo decir mucho… Pues el… -no termino la frase. Se levantó y agarró un libro debajo de su cama. Y se lo deslizó por el suelo hasta sus pies. Joe asombrado, lo recoge y leé el titulo era; El Sanatorio. Era de tapa dura, por su forma parecía antiguo. Abrió la tapa y en una hoja había un párrafo que decía: Escrito por Eric Nabrot. No te dejes engañar.
Lo hojeo, sin entender, luego comenzó a leer una de las hojas, quedo pasmado cuando en ese manuscrito, describía algo similar.
Demasiada coincidencia.
Tal vez.
No tendría respuesta para aquello que estaba escrito.
-Por tu cara -tosió-, ya leíste la primera parte del capítulo.
Joe levanto la cabeza, pero no hizo ni una reacción y volvió al libro.
Dio vuelta, en la última página leyó la biografía del autor.
-Eric Nabrot, escritor Alemán, autor y sobreviviente de la experiencia en el Sanatorio Checop. Una travesía a los laberintos de la mente humana. La demencia y el trastorno psicológico.
Rompiendo las murallas de la rutina y el pensamiento. Publicado el 27 de Julio de 1996.
Nacido en Turquía, ciudad de Esmirna en la costa del Egeo.
-¿Entiendes el concepto?. Ese libro fue escrito por un paciente de este lugar. Que vivió tormentos y las peores atrocidades. Mirá, ahí esta escrito todo lo que esta pasando. Y todo lo que va a pasar.
Joe leía en voz alta.
-«Merise Prank, la mujer que desató y gobernó mi vida. Esa mujer es la encargada de todo. Es la responsable de lo que se viene. No eres el primero. Ni serás el último. He intentado comprender su motivo, pero no lo he logrado. Tal vez no lo tiene y desperdicie mi tiempo tratando de averiguar algo sin fundamentos».
Levantó la vista hacia el anciano.
-¿Por qué?, ¿Qué quiere con nosotros?. ¿Hice algo malo?
-No chico. No estas aquí por hacer nada malo, ni tampoco porque hiciste el bien. Estás aquí porque te eligió. Somos como una subasta, si sale nuestro nombre, ya no hay escapatoria.
-¿Acaso somos parte de un experimento?
-No lo sé. Pero lo mejor que podemos hacer es esperar y rezar.
Por primera vez, ya no era dueño de sus propias decisiones, Joe comenzó a sentir todo lo que había perdido. Lo que sostuvo es que si moría o no. La que podría hacer sufrir es a su mujer.
Amor perdón. No podré estar contigo, (mientras sus ojos se volvían vidriosos). Tampoco podré abrazar o cargar a mi hijo. Apenas podré disfrutar ese pequeño tiempo. Pensaba mientras se abrumaba en una tristeza.
Se sentó en la cama, como si ya no hubiera por hacer. Se resigno, y dejo que la oscuridad se apoderara de su miedo. Miro hacia el piso con el pensamiento en las tinieblas.
Luego miro todas las camas.
-¿Somos los únicos aquí?
-No exactamente. Había una chica aquí. De unos veinte años. Se la llevaron hace unas cuantas horas. Era una jovencita huérfana, estaba asustada casi ni hablaba.
Ese voraz pensamiento quedo en pausa, al escuchar un chirrido. Provenía de la puerta que se abrió. Era una puerta de acero, hermética.
Sellada.
Esos zapatos marrones, producían el eco de cada paso que daba con sus tacones. Joe levanto la vista. Frente a el, una mujer corpulenta, de largo cabello, tenia un color castaño. Unos labios carnosos. Unos ojos azulados bastantes oscuros.
-E… Eres tu…
-Veo que despertaste. -su tono de voz era dulce y simpático-. ¿Y tú memoria cómo está?.
Ese era el primer recuerdo, ella era la que apareció en aquel entonces. Mitigado por un alivio de calma. A pesar de que usaba mascarilla, no podía olvidar esos ojos. Estaba intrigado y acorralado por su propia confianza. ¿Qué hacer?, ¿Debería confiar en ella?. Todas esas preguntas no lo dejaban pensar. No encontraba respuesta a ninguna de esas preguntas.
No podía hallar un poco de quietud al estar encerrado. Al estar presente frente a ella, regreso ese dolor punzante. El sudor sumergió entre los poros. Una gota se deslizo por su mejilla. Joe estaba paralizado y a la vez indignado.
Ese día.
El crudo invierno que azotaba aquella mañana era peor que estar frente a la mujer que lo secuestro.
En su bolsillo, tenia el mismo bordado con las misma palabra. Intento poder hablar, pero algo lo dejo mudo. En su cabeza apenas podía formar palabras. La mujer giro hacia el anciano. Y solo hizo un gesto con su cabeza. De pronto varios grandotes de negro entraron, y se lo llevaron a arrastras.
-O… Oigan… ¿A dónde me llevan? -grito desconsolado y aterrado, mientras intentaba forcejear, -Esperen… Perdón no quise hacerlo -suplico con lagrimas-. ¡Suéltenme! -pero era un viejo y no tenía las fuerzas para resistirse a tal grandulones.
-Ya sabias lo que pasaría.
La mujer lo vio de reojo, sonrió, miro hacia la mesita. A lo que Joe la siguió. Para ver si se había tomado la pastilla.
-Ese medicamento es para poder soportar el encierro… Hazme caso -dijo con autoridad con su mismo tono.
Luego de poder comprender parte de lo que sucedía, consiguió poder hablar;
-¿Dónde estoy?
La mujer, se acerco hacia la cama, agarro el libro que estaba el borde sin levantarlo. Sonrió cuando lo abrió.
-Así que para eso me pediste la computadora -cerro la tapa. Se dio vuelta y antes de cerrar la puerta aclaro.
-En casa -contesto ella, luego cerró la puerta. Y un pitido se escucho seguido de una voz.
PUERTA CERRADA
Joe cayó sentado en la cama, como si perdiera estabilidad.
Quedó mirando la tapa del libro. Luego las luces que aun quedaban encendidas se apagaron.
Se había desplomado su mundo. Fue como todo comenzó. El dolor se hacia mas fuerte, resistir no bastaba. Debía admitir lo que su cabeza pensaba. Pero en este momento solo quería que parara. Que se vaya. Deseaba tomar esa píldora. El sudor se hacia mas frecuente. Hasta imagino que ardía. Se toco su frente, estaba caliente. Despojado de todo.
Solo y aislado.
Lo abrumo la oscuridad y la pesada neblina que lo abordaba. El ojo de vidrio no dejaba de observarlo.
Joe, se hallaba sentado en la cama, pensativo. Volteo hacia el libro, lo agarro. Sabia bien, que estaba metido en un problema. Un problema de los mil demonios.
Su mente tenia un poco de certeza, ya la había visto mucho tiempo atrás. Le producía una impresión perturbadora. Sintió al tocarse su costilla, como si no tuviera los órganos internos.
Ella se había aparecido en la galería de objetos antiguos, reliquias y chucherías que las personas suelen empeñar. A cambio de dinero para satisfacer y dejar ir su pasado. No era la primera vez que solía venir. Recordó. Era una persona fastidiosa. Solo entraba a mirar. Pasaba el rato observando cada cosa. Así unas dos horas, luego sonreía, y se marchaba. El fastidio que lo dejo impregnado se hizo intenso para ignorarlo. Había decidido decirle un par de frases, pero se quedaron en el molde. La mujer no volvió a parecer. Así varios días, se volvió semanas, y luego meses. Que ironía se decía, hasta la extrañaba. Ya que era la que mas tiempo se quedaba en su tienda.
Ante todo, se le antojaba, lo que suele calmarle la ansiedad. Fumar.
Era un fumador de los mayores, solía terminar dos atados, en un día.
De los de veinte.
Hubo un tiempo que se hizo un chequeo de rutina, le diagnosticaron que debía operarse de los pulmones. Estaba casi llenos de la neblina gris. Entonces fue cuando decidió dejarlo. Tardo en hacerle caso, casi unos cinco o seis años. La realidad ahora es que estaba enfermo. Y no le importaba, de todas formas sabia que moriría. El cuando no estaba presente. Hubo otro recuerdo real, donde volvía del trabajo, cansado. Detrás de la puerta, con la mano en el picaporte para entrar, escuchó voces, y algunas risas. Sonrió, pero quedo sorprendido al ver a su mujer sentada en el sillón, en la mesita ratona, dos tazas, acompañada de un plato con masitas. De espalda a el, la forma de una mujer, cabello ondulado, y castaño. El silencio se propago como a un virus. Se acerco, para ver con quien estaba pasando la tarde su afortunada esposa. Al notar sus rasgos, observo detenidamente. Era ella, el rostro de aquella visitante a la tienda. Que con suerte no había regresado. Joe se sentó junto a su esposa, sosteniéndole la mano, mientras la mujer, con las piernas cruzadas, terminaba de tomar el ultimo sorbo de café. Les explicaba el tratamiento antes de la cirugía que debía hacerse. Antes de que el llegara, su esposa, le comento a la mujer sobre la condición de su marido. La cual la mandaron por la misma aseguradora. Debía aceptar la propuesta e irse al hospital que ella les menciono. Aun guarda en su memoria aquel folleto, de una prestigiosa clínica. Aun recuerda su nombre, SANATORIO CLINICO CHECOP o con sus iniciales S.C.C.
Antes de retirarse, les dejo un formulario, les dijo que tenían tiempo para pensarlo. Y eso hicieron. Aquella noche, fue el desacuerdo y el grave error que cometió su esposa. La preocupación de ambos los abordaba de pies a cabeza. Dejando el rastro de angustia en toda la casa.
Los días habían pasado, podía verla aquella mujer. Parada de la vereda de enfrente. Mirando a Joe fijo. Lo hacia todos los jueves a las tres de la tarde. El mismo horario repetitivo.
Joe sintió un alivio, aquel jueves, no se presento. La tormenta le había impedido salir. El tenia que seguir haciendo cuentas y recuentos de la mercancía. Era una de las noches mas heladas. Había terminado tarde, su móvil quedo apagado, su batería se había descargado. Y no tenia un cargador a la mano. Su tienda se quedo atrás. Quiso poner el coche en marcha pero no pudo hacerlo arrancar. Se había congelado el radiador. En medio de esa tormenta de nieve. Los focos iluminaron la carretera. Un automóvil, a un recuerda ese modelo, era un Lexus RX, rojo oscuro. En su capo tenia una placa, con la bandera del país. Alaska. No se podía ver quien conducía por los vidrios polarizados. Ese momento furtivo, dejo en marcha muchas dudas. El vidrio se deslizo hacia abajo, una luz se encendió en su interior, un rostro se asomo, dejando ver que era ella. Para su mala suerte, hasta en las ultimas se la tenia que encontrar.
Accedió a viajar en su auto, para llevarlo a su casa. El viaje duro unas cuantas horas, había que desviarse por la tormenta. Se mantuvo en calma, no quería lanzar ninguna conversación.
Al dejarlo frente a su casa, Joe se bajo. Y antes de bajarse, la mujer solo dijo algo que hasta ahora sigue sucumbiéndose.
-Dejarte abatir por el miedo. Va a ser peor al momento de tu hora. Solo eso te puedo decir. Cuídate. Nos veremos luego. -Esa fue la vez que la volvió a ver.
Estaba sentado con las piernas dobladas contra su cara, en la cama. Una luz azulada y fría lo iluminaba. Se sentía afligido, y preocupado. ¿Cómo estaría su esposa?, ¿Y su hijo?. ¿Sabrán que estoy vivo?. Que no los abandone. Todas esas preguntas lo abombaban por dentro. Miro hacia la ventana, ni un az de luz podía notar. En eso, una compuerta pequeña se abrió en la pared por el ras del suelo. Y una bandeja de plata, se deslizo hacia metros de su cama. En ella la decoraba un plato de comida, era una pata de pollo, con una cazuela pequeña, con puré. Escucho su estomago rugir. Estaba hambriento. Salto de la cama, se acerco, levanto la bandeja y la coloco en la mesita. Hundió uno de sus dedos en el puré y lo mando a su boca. No tenia sabor. Cogió los cubiertos, y corto, probando un pedacito del pollo. A la cual tampoco estaba saborizado.
Le faltaba sal.
Era como si leyera su mente, la compuerta se volvió abrir, y dejo un vaso sellado.
-Oiga, no tendrá un sobrecito de sal. No puedo comer nada -gritó con el vaso en su mano.
Indeciso por comer, dos sobrecitos de sal, saltaron de aquella puertita. Agradeció, comenzó a disfrutar de la comida.
Sin percatarse de la situación, el ojo de vidrio seguía observando. Esta vez eran dos puntos rojos.
Habrían transcurridos bastante tiempo, no sabría con exactitud cuanto. Se quedo recostado en la cama, mirando el techo, haciendo movimientos con las manos, como si dibujara con un lápiz invisible. El aburrimiento era intenso, hasta se cansaba de una cama y se recostaba en otra.
Otro punto rojo broto parpadeando.
Cansado de tanto esforzarse decidió tomarse enserio lo que ocurría. Era evidente, que no iba a salir ileso. Si quería respuestas, necesita encontrarlas. Y donde podría hallarlas.
El libro.
Hojeo el primer capitulo.
-Bueno es momento de averiguar como salir de aquí. Y será leyendo este libro. Es ridículo.
Leía los agradecimientos tenia escrito nombres de personas reconocidas, algunas eran mas como mediáticos y poderosos.
La nota del autor, le pareció un poco frívola. Sintió como un revolver en el estomago. Comenzó a convulsionar, cayo al suelo, se podía ver como se retorcía. El dolor era intenso y abrumador. Colapso contra la puerta, la golpeo con los puños, pidiendo ayuda. Al intentar llegar a la cama, se desplomo contra el frio suelo. Surgió una espesa espuma blanca que salía de su boca. Apenas se mantenía despierto, con los ojos entreabiertos. Escucho ese chirrido, esa puerta se abrió. Varias personas con bata blanca, se acercaron a Joe, lo levantaron entre todos, luego lo sacaron de la habitación.
Quedo inconsciente.
Antes de desmayarse diviso un poco borroso, la mujer quedo mirando aquel ojo de vidrio. Hizo un gesto de manos formando unas tijeras, los puntos rojos que estaban casi por dar la vuelta. Se apagaron de repente.
Joe estaba siendo cargado desde sus brazos con las piernas arrastras del suelo. La mujer iba adelante. Se detuvieron en una sala blanca y un poco fría. La puerta se abrió, y esas personas cargaron a Joe, y lo recostaron en una cama. Le introdujeron unas vías respiratorias. Lo conectaron a cables. A varias máquinas.
Uno de aquellos ayudantes, se le acerco para comunicarle lo que se había filtrado.
-Todo esta preparado. Despertará pronto.
-Perfecto -contesto la mujer, que sonrió y luego se apago tan de repente.
-No se preocupe. El paciente tuvo un ataque. Ya lo manejamos, ahora cuando despierte pensará que en donde estuvo era un sueño -se retiro con una carpeta amarilla en sus manos.
Aquella mujer, lo espiaba desde la ventana de la puerta de la habitación.
Estaba seria.
Pensativa.
Volteo y dio una orden.
-Preparen el quirófano. Se hará hoy -agrego la mujer, que luego se retiro de ese sitio.
Los pensamientos de Joe eran escasos, entro en un sueño profundo, que se volvió un manto negro, comenzó a flotar al instante, se encontraba en su casa, su mujer sentada en el sillón, con el folleto en la mano. Su esposa, lo hizo pasar a la sala, cuando al estar sentada, se levanto aquella forma humana, saludo educadamente con una sonrisa en el rostro.
Le estiro la mano a Joe, para saludarlo. Al levantar la vista, esos ojos volvieron a mostrarle lo que venia pasando e ignoraba.
-Te vas a sentir muy bien en nuestro sanatorio. Tendrás nuevas oportunidades -increpo ella.
-Le agradezco, es un honor poder ser parte de su procedimiento – contesto el, con una sonrisa alegre en su rostro. Junto a su esposa sonriendo.
El miedo era profundo, la oscuridad se llenaba en su interior.
Una alarma sonó en medio de una habitación que se ilumino de rojo en cada rincón.
Encadenado en una mesa, se encontraba el anciano. La mujer se acerco a un micrófono que aturdió y retumbo su voz, aquel sonido indeseable reboto por todas las paredes. Sobre la mesa unas hojas, blancas y una lapicera. El pavor del hombre, era entrañable.
Temblaba, que hasta se hacia encima. Debajo de su silla, una cubeta de metal. El fluido olorifico y amarillento, salió a chorros, hacia el recipiente.
-¿Estas listo? -pregunto ella, por el alto parlante.
-No. No… No puedo hacerlo. No es sencillo escribir tal aberración -contesto el anciano atemorizado.
-Solo hágalo. Ese era el trato que teníamos.
-He estado años en este lugar. Y desde que estoy aquí no la he podido comprender.
-Todo tiene un propósito.
El anciano abrumado se queda en silencio, pensativo con la vista en sus manos aprisionadas.
-Por cierto. ¿Qué le paso al joven que llego? -le pregunto.
-Esta siendo preparado para unos estudios. Ahora deje de hablar. Y comience a escribir.
Un joven de piel oscura, se le acerca y le comenta que el hombre esta demasiado aterrado para continuar escribiendo. -Debería dejarlo descansar un poco. La mujer, dejo que terminara su consejo, luego presiono un boto en la pared. Este se encendió y las paredes de la habitación comenzaron a moverse. Un temblor sacudió el piso debajo de él. Seguido de una alarma. Luego un deslizamiento de las mismas paredes. El metal contra el metal que se acercaba. El anciano comenzó a gritar de manera desesperante, como si se le desgarrara la garganta. En segundos, todo se volvió silencio.
-Te dije que las promesas no las rompo. Debiste hacerme caso. Ahora verás las consecuencias -bajo la cabeza. La levanto con mirada en el cristal embarrado de sangre y agrego.
-Adiós Eric -dicho eso se retiro por el pasillo.
-El resultado es el mismo -dijo el médico en la consulta.
-¿Y ese tratamiento podría solucionarlo? -pregunto la mujer.
-No es efectivo, su compatibilidad es complicada. Solo puede haber una chance. Es en el exterior, hay tratamientos que según he oído, han sido favorables. Deberías probar allá Tamara.
-Lo vamos a intentar, gracias por todo doctor -agregó Joe con firmeza sosteniendo la mano de su esposa, quien tenía sus ojos vidriosos.
Ahí su mundo se desplomó, con veinte semanas de embarazo aquella noticia le cayó como un balde de agua fría, en ese mismo corredor de hospital recibió la noticia de que Tamara iba a tener un niño.
Fuera del hospital a punto de ingresar a su auto, Joe se detuvo un poco inseguro, mordió sus labios con un poco nervios.
Su esposa con sus manos sobre su panza con la cabeza cabizbaja, apenas le daba ganas de caminar.
Joe sintió un miedo, miedo de perder lo que más ama en este mundo. Su compañera y amiga de toda la vida.
-No te preocupes, vos y el bebé estarán bien -repuso Joe, con la llave en la puerta del coche, se volvió hacia ella y la abrazo, mientras desganada soltaba las palabras como una cascada.
-Tengo miedo -dijó ella con un tono suave y bajo.
-Somos dos. También tengo miedo -agregó y puso su mano sobre la panza- los voy a proteger, no voy a dejar que nada les pase. Vamos hacer fuertes… por nuestro hijo -se abrazaron un poco más.
Se desprendieron y subieron al vehículo, lo puso en marcha y se retiraron del estacionamiento.
Estuvieron en silencio un poco, ella con su cabeza apoyada contra la ventanilla, con su mirada en el pensamiento. Joe se mostraba firme, calmado. Tenía que demostrarle que era fuerte, aunque por dentro se estaba quebrando…
Ese fue un recuerdo que logró retomar estado encerrado en aquella habitación, siendo el único.
Desorientado sin una pista de dónde podría encontrarse.
Estaba sentado en el suelo, con sus manos sobre las rodillas jugando con sus dedos, mientras tenía su vista hacia el fondo, dónde la oscuridad acechaba. Pensativo y serio a la vez.
No debo perder la cordura, se dijo.
Giro su cabeza hacia su lado, con los ojos en el piso, tenía ese libro.
Debatiendo si leerlo.
Las pantallas mostraban en blanco y negro la imagen donde estaba Joe. Alguien observaba, estaba en silencio, varios monitores (eran tres), proyectaban imágenes de otras personas en habitaciones, se podía ver un niño de unos diez años, y una mujer robusta de unos veinte. Esas personas tenían maneras de entretenerse. Joe en cambio estaba quieto.
El observador estaba vestido con un traje oscuro y usaba un pasamontañas, para no revelar su rostro.
En eso el niño comenzó a correr las camas hacia la puerta, formando un muro. El sujeto accionó un botón tipo palanca, en instante se escuchó en su espalda, que corrían. Luego la imagen ven como el niño comienza a alterarse, al sorprenderse que intentan tumbar la puerta.
Entre tanto esfuerzo la logran abrir, un grandote con uniforme blanco, ingresa y logra sujetar al niño de los brazos, quien resiste lanzando patadas en el aire.
Ahí mismo entra la mujer de bata y no se llega a ver bien, pero se divisa que le inyecta en su cuello un anestésico. No pasa ni medio segundo que el niño se desmaya. La mujer se retira, custodiada de esos hombres, y atrás de todo ese grandote se lleva cargando sobre su hombro como su fuera un abrigo, al niño. Luego el sujeto, apaga el monitor. Dejando las que quedaban encendidos.
Ahí mismo, hizo un giro en su muñeca. Estaba mirando la hora, marcaban las agujas, las ocho en punto.
Este sujeto se encontraba en una habitación a oscuras, era iluminado parte de su cuerpo, las pantallas de esos monitores. Quien esté ahí, sin conocer el sitio, no podría adivinar donde se encuentra la puerta. Está tan oscuro que ni ventana hay.
La pantalla del medio, mostraba a la mujer acostada en la cama, que enseguida se levantó cuando una bandeja fue deslizada por esa compuerta.
La manera que devoraba la comida era bestial. Giro sus ojos hacia el monitor donde Joe se encontraba y se encontraba en la misma posición (sentado en el suelo con su cabeza apoyado sobre sus rodillas), al instante apenas hizo un gesto cuando esa bandeja plateada con comida es deslizado hacia pocos pasos de sus pies.
El sujeto puso sus dos manos juntas entrelazadas y las apoyo debajo de su mentón. Pensativo mirando la reacción de Joe.
Pasó apenas unos cuantos minutos y Joe levantó la cabeza, con el pie arrastró la bandeja hacia el. Levanto el plato de aluminio estaba envuelto con un plástico transparente, se podía notar que eran una patas de pollo con puré con un sobrecito de sal, enterrado en el puré, apenas se podía ver el sobre sobresalir.
Joe se acomodó cuando lo que había debajo de ese plato lo hicieron tener fuerza para levantarse. Era una fotografía, en ella tenía la imagen de su mujer y su niño. Soltó cómo una risa de depresión y tristeza.
-Por dios -le dio un beso a la imagen-. Cómo te extraño cariño, ya quiero estar contigo.
Joe lagrimeo y apoyo la foto contra su pecho…
Ahí mismo suspiro, se secó las lágrimas con la manga de su camisa. Y se decidió a comer.
Los primeros tres meses fueron frustrantes para Joe y Tamara. Con un bebé en camino y ella con una enfermedad delicada. Tenían que tomar decisiones un poco arriesgadas.
El tratamiento costaba alto, comenzaron a sacrificar gastos, que se brindaban entre ellos. Al hacer las compras reducían las cantidades y se llevaban las marcas de segunda línea. Las salidas que solían hacer todos los viernes con sus amigos, se habían reducido de dos viernes por mes a una vez por mes.
Dejaron de asistir a sus actividades que solían tener, Joe dio de baja la suscripción al gimnasio y dejo que ir con su amigo a beber después del trabajo.
Había pasado dos horas, Joe estaba sentado en la cama, cuando escucha la puertita abrirse, una bandeja de aluminio entró, diviso a distancia que había algo. Se acerco, y recogió lo que había, era una tarjeta con una inscripción; HORA DE DORMIR. De inmediato las luces se apagaron, ahogado por la oscuridad, obedeció y camino hacia la cama a ciegas. Se acostó y guardo la fotografía debajo de la almohada, antes se despidió.
-Buenos noches. Los amo.
Se acomodo y cerro los ojos.
La primera noche, su esposa tuvo un ataque, algunos eructos seguido de arcadas. Joe se despertó de golpe, observó su despertador sobre la mesa de luz, marcaban la una y dos minutos.
El solo se quedó con los ojos en el techo con ese rostro de preocupación.
En la mañana, mientras desayunaban pacíficamente, Tamara se levantó sin pensar, soltando la taza, que se estampó contra el suelo. Ella corrió hacia el baño y se encerró.
Joe se quedó observando esa escena, no se tomó el café, solo le dio un sorbo. Se levanto y limpio todo mientras miraba en dirección al baño. La escuchaba hacer esos sonidos más esa tos seca.
Antes de irse a trabajar, Joe se despidió de Tamara, ella estaba acostada en la cama, con sus ojos lagrimosos. Le dio un beso en la frente y se fue a trabajar.
Se subió a su auto, y se marchó.
En la junta que tenía con sus colegas, mientras todos daban ideas, Joe se encontraba pensativo, preocupado por la situación en la que estaba.
Su jefe le hablaba pero Joe no se encontraba ahí, su mente estaba concentrada en su mujer, reacciono al instante.
-Si, ¿qué sucede?
-Decía que si puedes viajar con Peter a Simes, para conseguir el trato de Patrick Buller. Las elecciones son en unos días y si se vuelve senador, no podremos acercarnos.
-Perdón señor, no… No puedo -ahí sin vacilar se levantó de la silla y salió de la oficina central, corrió al elevador, entró y descendió a la planta baja. Corrió y se subió a su coche y salió del parking sin prestar atención. Aceleró por esa calle angosta pasando el límite.
Llego a su casa y al entrar, estaba la música prendida, la apagó y se dirigió a la cocina, ahí se aterró al encontrar a su esposa tendida en el suelo.
-Cariño, ¿Qué tienes?
Joe estaba en el borde de su propia tortura, el miedo de perderla. Aún se había sentido abatido tras su enfermedad. No podía creerlo ambos estaban enfermos. Se encontraban en una carrera contra el tiempo, la muerte de ambos estaba a la vuelta de la esquina. Tenían que ser fuertes uno por el otro.
Sostuvo su mano no tenía pulso, que se aterró al soltarla. Entonces se acordó que su cuñado había venido de visita.
-¡Ari!¡Arieelll! -gritó con todas sus fuerzas.
Ahí bajó a toda prisa por las escaleras asustado, corrió a la cocina donde los vio.
-¿Qué… Qué pasó?¿Qué pasó Joe? -No respira -con pocas fuerza en sus palabras rodeado de sus lágrimas.
-¿Cómo que no…?
Ariel se pone del lado de su cabeza y levanta su brazo, se asusta.
Joe estaba abatido, respira hondo, se pone serio, se pone de pie y sin vacilar, coloca sus brazos debajo de su cuerpo y la levanta.
-¿Qué haces, a dónde la llevas?
-No pienso perderla. Vamos abre la puerta la llevaré al hospital.
-Esta bien, yo conduzco.
Ambos salieron de la casa a prisa. Ya adentro del vehículo se marcharon a alta velocidad.
Dentro del coche, Joe le acariciaba su mejilla sin dejarla de mirar.
-Por favor Tami. No me dejes. Tu eres fuerte… Más rápido Ari.
-Estoy acelerando lo que más puedo, hay tráfico -tocando bocina con fuerza y pisando a fondo el acelerador.
-Vamos Tami, abre los ojos. Eres la más fuerte que conozco. Abre los ojos. Mírame con esos ojos llenos de amor. Vamos Tami
La piel de Tami se ponía a cada segundo pálida.
-No me dejes, te lo suplico. No puedo vivir sin ti… Que voy a hacer si no te tengo… No hay razón para mí si tú no estás.
-No digas eso Joe, ambos son fuertes, no desesperes. Ya casi llegamos.
Joe apoya su cabeza contra la suya, apretando su mano. Las lágrimas brotaban de sus ojos y recorrían sus mejillas.
-Te amo, te amo con todo lo que soy. Por favor no me dejes.
Ariel conducía y no paraba de voltear y ver a su hermana, apenas se notaba triste.
Freno de golpe, puso el freno de mano, salió del coche dio la vuelta y saco a su hermana, junto a Joe. Ambos entraron al hospital corriendo. No tardó un enfermero en verlos y pedir una camilla para acostarla.
-Necesita revisión urgente -dijó el enfermero observándola de reojo.
Ambos corrieron con el resto de los enfermeros, hasta dos puertas dónde no le permitían ingresar a los familiares. Esas puertas se cerraron.
Joe se frenó y cayó de rodillas, Ariel colocó sus manos detrás de su cabeza y largo el llanto acumulado.
Abrió los ojos de golpe, pero estaba echado por unas luces que iban y venían.
No podía ver nada. Estaba agitado, ese temblor inquietante en el pecho lo hizo sacudirse cómo si su corazón quisiera escapar del cuerpo.
Escuchó ruidos, que se aclararon; eran voces.
-El paciente no demuestra síntomas secundarios.
-¿Cuánto tiempo tiene?
-Su diagnóstico reveló que tiene unos cuantos meses aún.
Otra voz, podría jurar que eran como cuatro no estaba seguro sonaban con eco, pero eran femeninas. Entrecerró los ojos y dirigió la mirada a luz como si obedeciera inconsciente. De apoco aquellas sombras comenzaron a poner nítidas, eran cuatro mujeres con el uniforme de enfermera, ese color blanco. Entre ellas esa mujer, con su bata maldita. Reaccionó y con un instinto animal se intentó lanzar a ella.
-¿Tu?
-Hola Joe -respondió la mujer con una sonrisa corta en su rostro.
-Fuiste tu. Eres tu quien me está haciendo esto… ¿Dónde estoy?¿Que mierda es este lugar?¿Que es lo que quieres?…
-Cálmate Joe. Ya pronto lo sabrás. Falta poco -respondió con toda calma en su voz.
-¿Falta poco para que?
-Ya lo sabrán. Tami lo sabe.
-¿Mi esposa está aquí? -se enfureció cómo una bestia, enseguida las enfermeras se acercaron, se lanzaron y lo sujetaron de los brazos.
-¿Qué le hiciste enferma?… Suéltenme, Suéltenme…
Ahí la mujer se acerco y le inyectó en su cuello un anestésico. Lo soltaron, el se levantó de la cama y se lanzó a la mujer pero no tenía fuerza y cayó al piso. Medio consciente, la miro pero se iba borrando la imagen. La mujer se acerco a el y solo dijo lo mismo.
-Falta poco Joe. Levántenlo -luego él, no escucho nada más.
-1996-
Aquel verano, Eric Nabrot se dirigía al sur de Tagna para conocer un poco la cultura de ese pueblo. Ya que a él, le fascinan los rumores de mitos y leyendas que abarcaban. Va desde el siglo XIX, una época dónde eran muy comunes las supersticiones. Eric llevaba consigo una cámara, pero no cualquiera. Era la que usaba rollos. Tenía en su mochila cinco de estos rollos, que cabían 36 fotografías para cada uno.
Los habitantes eran muy educados con Eric, hasta le hicieron un tour. Amables de primera categoría, es lo que pensó.
Su primera impresión fue una casita, le llamó la atención su estructura. Tenía una forma irregular, que cualquiera podría pensar que no duraría en pie mucho tiempo.
Fue recibido por una familia, Los Robles. Personas muy amables, siempre con un optimismo que se notaba en sus rostros.
Le invitaron a merendar, la señora Muriel, una mujer muy robusta, de cabello largo (se lo había atado tipo trenzas).
-¿Y tienen viviendo aquí, cuánto?
Su acento era una mezcla alemán y ruso, se entrelazaban las sílabas.
-Estamos aquí por nuestra generación -respondió la mujer, la familia estaba integrada por varias personas. Era la familia más numerosa de ese pueblo. Y sus edades no era de creer.
Eric le encantó pasar tiempo con ellos, hasta se había vuelto parte de esa gran familia.
Saco fotos a cada miembro en grupos e individuales.
La persona más vieja, tenía unos 98 años, y nadie podría decir que tuviera esa edad. Pero si, tenía esos años. Hortensia, la líder de la familia, estaba casada con un hombre de unos 87. Sus hijos eran cuatro (tres varones y una mujer), el mayor, Lomerío, se aproximaba a los 65. El del medio, Etulio, el más alto, 62. El otro hermano, Ubaldo, 56, delgado. Y la menor, Guiliana, 45.
Cada uno tenía un hijo.
Eric se sintió muy bien recibido, era un recuerdo que no podría olvidar. Recorrió cada rincón del pueblo. Estuvo dos semanas.
Momento de partir, decidió dar un vistazo a un templo, El Rotal. Al ingresar, se asombro por la belleza del lugar. Lo que más lo asombró fue el mural que había en el techo. Una gran obra de arte. Unos ángeles bien detallados con los rasgos físicos de los hombres.
Eric recorrió aquellos pasillos decorados con esculturas bien proporcionadas de los antiguos dioses griegos.
Al final de ese corredor, observando un mural. Una mujer robusta, tenía unos labios carnosos. Un buen cuerpo, traía puesto un traje azul oscuro, con una pollera del mismo tono. Los zapatos eran de tacón alto. Unos ojos azules. Tenía en su mano una carpeta, podría notar a distancia que era la lista de las esculturas y objetos. Estaba verificando que estén todas.
Eric se quedó en silencio apreciando aquella pintura.
-Hermosa, ¿No? -dijó la mujer con una sonrisa.
-Si. Bellísima.
-Soy Merice Prank -le estiró la mano a lo que Eric se la devolvió con un suave apretón.
-Y yo Eric. Eric Nabrot.
-Eric Nabrot. ¿Alemán, cierto?.
-Así es. Disculpa, ¿nos conocemos, o ya te había visto?
-No a mi. Pero yo a ti si. Te anduve siguiendo, hasta espere que entraras.
Merice hizo una pausa, mientras Eric estaba algo confundido, por lo que había mencionado.
-El arte se aprecia de muchas formas. Pero ya nadie lo aprecia como se debe. Cada día se va perdiendo la belleza. Llegará un día en qué todo morirá.
Eric no sabía si aterrarse por lo que decía la mujer. O simplemente es su manera de expresarse a cual visitante.
-¿Alguna vez aprecio el arte?¿Se puso a pensar lo que sintió el autor cuando lo pinto?. Claro que no. Nadie lo hace. Es así como esto está. Todo esto -haciendo gestos con las manos-. Quedará en el olvido.
Hizo una pausa.
-Le hago una pregunta Eric. ¿Usted es escritor?. ¿Y nunca sintió la necesidad de averiguar que siente cada uno cuando leen sus páginas?. Cada libro que ha escrito, que ha interpretado. ¿No se puso a pensar?.
-No exactamente de esa manera.
Mis lectores sienten lo que siente el personaje. Ellos viven o vuelan con los personajes. Y yo estoy con ellos con mis palabras.
La mujer hizo un gesto de disgusto, no dijo nada y se retiró.
Eric quedó sin entender la conversación con esa extraña mujer.
-¡Que loca que está! -agregó Eric en un tono bajo para que no la escuchará.
Termino de recorrer aquel templo, cuando observo que la mujer estaba cargando una caja pesada al baúl. El peso le hacía perder el equilibrio. Cómo un buen samaritano se acercó para ayudarla. Ella le sonrió.
-¿Dónde quiere que ponga esto?
-Adelante, por favor.
Eric obedeció abrió la puerta y lo colocó en el asiento.
-Eso es…
No termino la frase que al darse vuelta, la mujer le inyectó en el cuello algo que lo hizo perder el equilibrio.
-¿Qué… Que me hiciste loca?
Eric se terminó cayendo al suelo.
-Nadie aprecia el arte -dijo la mujer.
Eso fue lo último que llegó a escuchar de sus labios y se desmayó.
Abrió los ojos, apenas era consiente de dónde se encontraba. Ni bien recobró el conocimiento se levantó pero se frenó de golpe, cómo si algo no lo dejaba avanzar. Observó que su mano estaba encadenada a un caño. Todo estaba oscuro. No podía ver nada.
Eric comenzó a gritar desesperado sin entender nada. Lo primero que se le vino a la memoria fue el último recuerdo. Esa mujer, dijo en su cabeza.
Fue cuando, algo brillante lo encegueció. Diviso que se encontraba en una habitación, había 4 camas, eran de todas de hierro. La única que tenía un colchón, era en la que Eric estaba encadenado.
Enseguida escuchó un sonido, de interferencia. Una voz apenas distorsionada, que luego reconoció como la voz de esa mujer.
-Estas en buenas manos Eric.
Fue lo que el parlante de una esquina resonaba.
-¿Qué… Qué mierda es esto?¿Qué demonios hago aquí? -estaba alterado y furioso.
-El tiempo es valioso y hay que saber aprovecharlo. Eric.
Eric se quedó en shock cuando aquella voz le comenta algo familiar que lo deja pálido y abatido.
-Tu hermano. Fabricio no sabe sobre esto. De hecho fue el quien nos hizo hacer esto. El siempre fue un abusivo contigo, nosotros te rescatamos de ese maltrato.
No tienes porque sufrir.
-¿Dime que le hiciste?.
-¿Héroe o Villano?
-¿Qué… Que tiene que ver eso?
-Solo responde. ¿Héroe o Villano?
Eric se quedó mudo y pensativo. No sabía que responder algo que para él le parecía no tener sentido. Su vida estaba en juego. No tenía certeza de nada.
-Héroe -gritó-. A mi hermano lo considero un héroe.
Pero la voz no se volvió a escuchar por un buen rato. Gritó desesperado pero no hubo respuesta.
Al rato, Eric no tenía certeza del tiempo, la voz resonó.
-Respuesta equivocada.
Eric no sé percató, tenía introducido en su brazo una manguera. Fue cuando un líquido verde, comenzó a deslizarse e ingresar dentro de su cuerpo. Comenzó a sudar más que de costumbre. Después perdió estabilidad. Comenzó a pesarle los ojos. Que apenas los podía mantener abiertos y se sentó, con su brazo estirado encadenado.
Mientras se estaba quedando inconsciente. Escuchó la puerta abrirse y vio esos zapatos marrones que se acercaban a él. Logró escuchar su voz.
-Una respuesta tan difícil de responder a una verdad tan fácil de ver. Pero no te importó tu vida. -la mujer hablaba y todo formaba eco-. Preferiste mentir a decir la verdad. Así son todos. Pero no te preocupes, ahora estás a salvó.
Eric entreabría los ojos con esfuerzo, mientras la mujer se acercaba a el.
-Bienvenido a casa Eric. Finalmente se desmayo.
-2022-
-Hoy llegará un nuevo huésped -dijo la mujer en esa habitación al anciano-. Trátalo bien. Y no le digas nada. Tiene que salir tal cual.
-¿Quién vendrá… -tosió cómo si tuviera un catarro-… ¿Salir cómo?
-De eso no te preocupes. Tendremos un nuevo anfitrión. No quiero que lo espantes.
-No entiendo. ¿Qué es lo que quieres?¿Qué estás buscando?. Llevo veintiséis años aquí y aún no se que hago aquí…
La mujer hizo una pausa, solo lo miró fijo si hacer una mínima expresión.
-Trátalo bien -dicho eso se retiro de la habitación…
Luego las luces se apagaron, sola la pantalla de la máquina de pulsos, iluminó dónde se encontraba. El resto solo era pura oscuridad..
Tamara había sufrido una perdida.
Joe y Ariel esperaban afuera de urgencias.
Joe estaba inquieto sin dejar de mirar la puerta. Mientras Ariel estaba sentado con la cabeza viendo al piso.
Los minutos se hicieron eternos.
De inmediato una mujer mayor se acerco a Joe, con una mirada amigable. Le entrega un sobre verde.
-Se le cayó esto a la mujer. Fue cuando entraron a prisa. Pensé que sería importante.
Joe se queda anonadado con los ojos vidriosos.
-Gracias.
Y antes de marcharse, le soltó unas palabras que le dieron un poco de optimismo.
-Usted ya sabe esto. Pero su mujer es una persona increíble. Tiene un buen corazón. Llena de alegría a dónde quiera que va.
Joe no podía creer lo que esa señora le estaba comentando.
-¿Conoció a mi esposa?
La señora asintió.
-Si… Fue quien me acompañó a uno de mis tratamientos. Tengo cáncer. Perdón, robe parte de su tiempo.
-No, no. Ella es así. Es muy humilde y tiene un gran corazón. Ella lo haría sin importar sus propios problemas.
-Si qué lo es… No quiero distraerlo con mis cosas. Solo le quise devolver algo suyo y decirle. Que Tamara -apoyando su mano sobre su brazo-. Es una chica fuerte. Saldrá de esto. No se va a rendir. No está sola.
-Gracias. De verdad muchas gracias por esto -enseñando el sobre-. Le diré que vino, que le mando saludos.
La señora de espaldas se retiraba a pasos lentos haciendo un gesto con las manos, cómo si quisiera explicar que no hace falta decirle nada más.
Joe se quedó fijo con los ojos en el sobre, tenía intriga a la vez miedo. Todo lo que podría estar escrito tendría mucho que decir.
El sobre tenía escrito una palabra en cursiva; Joe…
Que tenga su nombre le asustaba más, ya sabría. Estaba seguro de que esa carta no era simple. Era una carta de… Joe prefirió no pensar en eso último.
Habían pasado casi un par de horas, Joe se encontraba abatido en el sillón, pensativo con el sobre en su mano. Ariel se había ido por un café. Ahí mismo el médico aparece.
-Doctor, doctor, ¿cómo está mi esposa?
-Aun no sabemos nada. Hay que esperar la cirugía.
Joe nota un rasgo oculto, en sus ojos de preocupación.
-Dígame la verdad, ¿se va a recuperar?.
El médico titubeó pero soltó eso que tenía guardado.
-No… El estado de Tamara sigue siendo grave.
-¿Y mi hijo?.
-Su hijo no sufrió ninguna lesión. Quédese con eso.
En un momento vendré por usted para comentarle cómo salió de la cirugía.
El médico se retira, ahí mismo Ariel, hace lo mismo. Dejando a Joe solo.
En esos minutos, se levantó y antes de ir a una capilla que había dentro del hospital. Vio como Ariel coqueteaba con una enfermera. No tenía el pensamiento para soltar una sonrisa.
Suspira y entra..
Se acerca a la cruz que hay puesta en la pared. Y se arrodilla, derramando lágrimas desconsoladamente. Mientras el tiempo tiene a su esposa en sus manos. No es una persona de ir a misa o de orar como lo es Tamara. Pero hoy lo hará en su nombre.
-No te la lleves por favor… Ella es todo lo que tengo… Es… Quien me hace… Feliz… Es mi orgullo… Por favor… Te lo suplico…
Joe comenzó a rezar y cerro los ojos. Todo quedó en silencio.
La cirugía era extensa. Aún no había novedades.
No paso un cuarto de hora que una médico lo despierta a Joe quien se había dormido en el sillón.
El reacciona con esos ojos vidriosos y se pone de pie. Solo la escucha.
-Aun no sabemos nada. Salió de la cirugía estable. Pero aún esta en un estado delicado. Pero puede entrar.
-Si… Entraré.
Joe sigue a la mujer hasta la habitación donde estaba su mujer conectada a unos cables. El ingresó con temor y angustia. Había una silla junto a la cama. Ahí se sentó, le tomó de la mano.
-Cariño… Te vas a poner bien… Si… Nuestro hijo va a crecer sano y fuerte como vos. Serás un gran ejemplo para el -mientras se quiebra de apoco en lágrimas-. Vamos a luchar juntos. No te voy a dejar que pelees esto sola.
Joe suelta una media sonrisa.
-Sabes que me encontré con una señora, me dijo que fuiste muy amable con ella. Y… -con el sobre en su mano, comenzando a abrirlo-. Me dio la carta, la que me escribiste para mi. Que te parece si la leemos juntos.
Respira hondo y comienza a relatar la carta.
Joe… Eres y siempre serás mi chico soñado. Eres todo. Y no puedo pedir más. Siempre estás pensando en los demás, dejas tus problemas para ayudar a los que lo necesitan. Por eso, nuestro hijo estará protegido contigo…
Joe comienza a llorar al escuchar la carta que sospechaba.
Se que podrás lograrlo. Nuestro niño, será un hombre muy fuerte. Estoy casi segura que se parecerá tanto a ti, cómo te lo puedas imaginar. Llenará de alegría el hogar que construimos juntos. Pero no estarás solo. Ariel estará contigo, cuento con el. Se que a veces puede ser un poco despistado pero es un buen muchacho. También estaré presente cada vez que me nombren, los guiare desde el cielo. Además tendrás a dios, será más que suficiente. Los ama.
Tamara…
Joe dobla la carta y se la guarda en su bolsillo del pantalón. Pasa un par de minutos, queda con la cabeza apoyado sobre el colchón y cierra los ojos. Sin soltarle la mano.
Joe despertó, en esa habitación. Suspiró un poco relajado.
Casi que soñó lo que podría ser un recuerdo. Se quedó sentado en esa cama. Fijo con la mirada en la puerta. Se sentía un tanto débil.
En instante, se levantó y empezó a recorrer cada rincón. Haciendo reconocimiento de esta putrefacta habitación.
Ahí mismo, escuchó una voz que hizo que resonará en forma de eco.
-¿Cómo te sientes Joe?
Era la voz de la mujer, a la que Joe salto.
-¿Cómo está mi esposa?. Si le hiciste algo te juro que…
Joe no termino la frase.
-No tienes porque ponerte de esa manera. Ambos están bien.
-¿Mi hijo también está acá?¿Que es lo que quieres de nosotros?.
-No es lo que quiero… si no lo que quieren.
-¿Qué… Qué demonios dices?.
-Deben aprender a reconocer sus errores, de esa manera podrás ver lo que hay frente de todo lo que tienes alrededor.
Joe estaba frustrado, ya no era miedo. Estaba enojado con esa mujer.
Fue cuando sus ojos enfocaron la tapa del libro. Se acerco, lo levantó debajo de la cama y se acordó de lo que había dicho el anciano.
«Está escrito todo lo que esta pasando. Y todo lo que va a pasar»…
El vigilante estaba saboreando con placer un humeante café. Mientras observaba las dos pantallas. Fue cuando observo detenidamente algo en la habitación de la mujer. Que lo hizo soltar la taza, haciendo que está cayera al piso.
-Mierda -dijo el hombre, cómo si lo que haya visto lo alarmara.
Velozmente salió de ese cuarto, dejando la puerta abierta sin prestar atención…
Seguido de tres enfermeros que corrían en dirección a esa habitación…
Joe había sentido que todo se derrumbaba. Esperar la evolución de la cirugía era un debate contra el tiempo.
Pasó las tres noches en el hospital, esperando que despierte.
Su hijo estaba en la sala de maternidad, su cuñada, Amanda, venía cada tanto. Es la mayor. Tamara tiene muchos hermanos. Ella es la del medio. Ariel le lleva dos años de diferencia. Es quien más la visitaba, le traía regalos, se mostraba compasivo, solo que no lo demostraba cuando estaba frente a ellos. Era muy reservado.
Joe estaba cansado, había noches que no dormía. Sentía que sus párpados le pesaban.
Salió por un café, al dar la vuelta en ese corredor. Observo que Ariel estaba coqueteando con la misma enfermera. Ahí soltó una sonrisa.
Al menos tiene con que distraerse, se dijo en su mente.
Pudo divisar su figura… Le llamaba la atención como se ponía cuando su cuñado llegaba, podía verse que quería algo con él.
Le tiraba indirectas, pero Ariel no las cazaba. Ponía su dedo índice en su cabello y lo giraba, este se enrollaba. Hasta se abría un poco el escote de su uniforme, para mostrar sus pechos.
Creo que trajo una falda más corta, dijo en un tono bajo y algo irónico. Unos centímetros más arriba de las rodillas. No hacía falta decir mas, tenía buenas piernas.
Luego se impacto cuando con el dedo que jugaba con el cabello, empezó a puntearlo a Ariel en su pecho.
Joe sonrió, luego giro al escuchar una voz.
-Señor Vans -dijo un médico.
Joe enseguida lo siguió.
Tamara comenzó abrir sus ojos, poco a poco.
-Tami… Despacio no te esfuerces -ella quería pestañear rápido-. Acabas de salir de una cirugía.
-Cua… Cuánto tiempo. Cuánto tiempo pasó?
-Tres días. Tuviste una cirugía complicada.
Ahí Tamara se altera, se empezó a moverse aterrada.
-¿Y mi bebé?…
-No, no cariño. Debes estar tranquila y en reposo. Nuestro hijo nació bien. Sano y Salvo.
Tamara se relajo, respiro hondo y no parecía ver bien, pero se notaba que sonrió.
Joe comenzó a leer en voz alta el primer capítulo. Mientras sus esperanzas se agotaban.
Se sentó en la cama, sin tener más que hacer. Algo que no podía saber, es en qué momento se encontraba… No podía saberlo. No sabía si era de noche o de día. O cuánto hace que está encerrado. Su mente buscaba como en una archivero recuerdos de los últimos minutos antes de llegar a este lugar.
I
EL ENCUENTRO DE MERICE
Eric Nabrot
Encerrado en el Sanatorio.
«Apenas llevo pocos minutos aquí y ya siento que perdí el control. Podría jurar que no estaré mucho tiempo aquí. Hasta que siento que es un fan desquiciado, cuyo motivo es que le escriba algo privado para ella. Pero no pienso hacerlo. Debo admitir que me siento fatigado y extasiado, de muchas cosas. No sé si seré el primero y el último o uno más en su lista. Pero si esto llegase a salir a la luz, me gustaría que sepas que todo tiene un motivo. Excepto este, el cual nunca podré comprender.
Puedo contarte con detalle todo lo que he sufrido y lo que aún me espera. Solo un consejo te puedo dar. Sobrevive…
Joe frenó la lectura.
-Es lo que dijo el anciano.
Joe abrió un poco los ojos levantó la vista hacia adelante como si estuviera viendo un punto. Volvió a bajarla para seguir leyendo.
…»Aquí podría decir que nada es lo que tú piensas. Relajarte demasiado es lo que te hará creer. Mi vida cambio desde ese día que ella me secuestro. Una simple persona y ordinaria, termino siendo una de mis tantas pesadillas. Ahora entiendo ese viejo dicho, nadie conoce bien a una persona…
Merice Prank, nunca sabré porque hizo lo que hizo. Tampoco podré entender su fascinación. Hasta el momento me ha tratado bien. Me alimenta sanamente, hasta me da las cuatro comidas…de esa manera podía orientarme. Desayuno, un té con dos galletas integrales. Almuerzo, una pechuga de pollo con arroz, y un vaso con jugo de naranja, exprimido… Merendaba un café con dos bollos de pan, y para la cena. Una milanesa con puré y un vaso de jugo de manzana… De eso no me podía quejar, comía mejor que en mi casa. Comprendí al cabo de unos días, que me atendió como lo hacen con los pacientes de los hospitales. Lo recordé porque era el mismo procedimiento que le hacían a mi abuela, cuando estaba internada. Pues es lo que hacen. Pero luego ves la cruda realidad. Y te das cuenta que no eres un simple paciente. Así es como me hacía sentir, y un pregunta que hasta el momento me vine preguntando, la cual nunca podré encontrar una respuesta. Espero que tú si. Si estás leyendo este capítulo, habrás caído en mis garras. Te haré una pregunta, una simple pregunta…
¿Eres un paciente o un prisionero?…
Si lo averiguas me alegro por ti, yo no lo sé pe…
Se detuvo cuando la bandeja de la cena llegó. Era la misma comida que describía el autor. Joe levantó la bandeja, la apoyo en la mesa de noche, y sentó en la cama, comenzó a disfrutar la comida mientras retomaba la lectura.
…»Pero debo admitir que me cuidaba, me trataba bien…
Tenía mis dudas sobre ella. Hasta me avisaba con mensajes, en tarjetas cuando era la hora de dormir. Esperaba que terminara de comer.. y otra bandeja llegaba con unas palabras, HORA DE DORMIR, era como si quisiera que leyera la tarjeta para luego instantáneamente apagaran las luces…
Joe ojeo que su plato estaba vacío al igual que su vaso. No sé percató que había terminado. Y de inmediato esa bandeja llegó con esa tarjeta, no se levantó. Espero unos minutos pero nada sucedía. Hizo movimientos con los ojos para cada lado, haber si sucedía algo, pero nada. Se resigno, se levantó de la cama, camino lento hasta esa bandeja. Y cuando sus ojos se posaron en la frase. Las luces se apagaron. Joe volvió a mirar para ambos lados. Y antes de llegar a su cama. Un sonido, cómo un susurro lo detuvo.
En medio del silencio, Joe orientó su oído hacia el rincón donde sintió que provenía ese susurro. Hizo un esfuerzo por descifrar, hasta supuso que esas palabras parecían haber sido pronunciadas por una mujer joven y algo aterrada. Pero apenas podía entenderlo. Se paró firme en medio de la oscura habitación para poder escuchar y adivinar de que lado podría venir. Aún la oscuridad era un obstáculo para poder ver bien. Joe cerró los ojos y se concentro en su audición. Si aquella voz regresaba, quería captar lo que decía.
Pasó unos eternos tres minutos, esperando de pie con sus ojos cerrados.
Mientras el vigilante observaba el comportamiento de Joe. Movía su cabeza ciegamente cómo si intentará entender lo que hacía. Sin dejar de observar al monitor de al lado.
Ahí mismo en esa posición, Joe estaba por abandonar esa ridícula misión, y antes de girar volvió a escuchar la misma voz, retumbó cómo si fuera a venir desde un túnel. Ahí mismo Joe abrió los ojos de golpe, pero seguía igual, la oscuridad estaba inerte. Pura y total. Todo negro.
-Te escuché -dijo en forma de susurro.
Joe camino un par de pasos y se detuvo, al escuchar la voz que se hacía más alto, estaba cerca. Giró hacia su lado derecho y quedó frente a la pared, se quedó firme y estiró su brazo, apoyó su mano en la fría y áspera pared.
El vigilante seguía observado a Joe y a la mujer, pero comenzó a sentirse inquieto.
-¿Cómo…
No termino la pregunta que se levantó de la silla cómo si se hubiese pinchado, al darse cuenta lo que Joe estaba haciendo.
-¿Qué demonios?
La mujer estaba apoyada contra la pared y moviendo los labios cerca de una rejilla de una ventilación. Que paraba a la habitación donde estaba Joe.
-Vaya. Que lista eres… Pero me temo que hay malas noticias para ti. Esto.. -mientras pulsaba el botón de seguridad-. No me divierte…
Joe volvió a cerrar los ojos, para concentrarse y abrió los ojos firme sin pestañear hacia la pared. Cuando escuchó con mucha claridad lo que decía.
–Estoy encerrada. Estoy en la habitación 027. Repito habitación 027.
AQUI NOS QUEDAREMOS….
ES EVIDENTE HABRA UNA SEGUNDA PARTE
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