La tenue luz de la mañana se filtraba por las cortinas que trataban de alargar un poco más la noche. Todo en aquel departamento amoblado de tal manera, dejaba en claro que allí vivía un soltero. Cada cuarto se veía impecable, a excepción de las prendas tiradas que dejaban rastros de compañía. En el living, se presenciaba en la mesa ratonera de vidrio una pequeña previa de champaña; dos vasos, uno vacío y otro a casi terminar. Allí, en el comienzo de aquella noche donde las ropas paseaban por el confortable sillón de cuero marrón y subía por las escaleras de madera entrando en aquel cuarto, donde se oía, conjunto a la radio que desplegaba románticas canciones, la respiración exaltada y los cuerpos compactados de dos amantes, que sumergidos en sus personajes trataban de olvidar que, por una noche, eran dos extraños jugando a quererse.
Él lo había logrado. Una vez más dejaba en claro su gran experiencia como amante. Victoria, toda una joven, acostada en la cama recordaba cada beso, palabras y caricias de su compañero con una sonrisa de total satisfacción. Pidió permiso para pasar a la ducha.
Él, ocupado con su celular planificando lo que llegaría a ser su día, observaba desde la cama, pasearse a aquella mujer de piernas largas y tostadas a la perfección, que hacían juego con sus ojos grises celestinos. La veía revolear aquellos bucles dorados como una niña, pues para él lo era; toda una niña veinteañera que a su lado casi le doblaba su edad.
Guillermo recostado escuchaba el grifo de la ducha y las constantes alabanzas a su gran capacidad y buen mantenimiento físico. Nada nuevo para él. No era la primera vez que las mujeres hacían bromas con que trabajaba de “caballero de compañia”, por no decir un “gigoló” o también de modelo. Nunca faltaban las quejas que los tipos de su edad engordaban y no se cuidaban sólo porque ya tenían esposas e hijos.
La idea de casarse nunca le gustó. Siempre decía que debía su gran éxito a su soledad ya que su labor demandaba mucho tiempo y una familia es otro trabajo que pide mucha atención, y eso podría llegar a trabar sus logros personales.
Era domingo, día donde pasaba mayor tiempo que lo normal con su madre, su única verdadera compañía, a la única que amaba más que a él mismo. De forma de pago por los años de vida que le regaló como madre siempre le trataba de dar todos los lujos.
Su madre, ya mayor estaba sola, eso lo sabía y comprendía. Aun así no le gustaban las damas de compañia o las mucamas. Nunca fue de fiarse y prefirió irse a vivir a un asilo. Èl le buscó el mejor, con todas las comodidades que podían otorgarle pero eso no significaba que por dejarla en el mejor hogar hiciera abandono de ella. Siempre que podía iba a visitarla.
Ya era la media mañana cuando despidió a su chica, quien le rogaba volver a verlo. A él no le interesaba otro encuentro con ella, eso podía pasar como no. Bebió un desayuno ligero y se vistió rápido para ir a visitar a su madre y tal vez pasar toda la tarde allí.
Para él, ella era su amuleto. Siempre que tenía un problema en el trabajo o con alguien, contárselo a ella le daba la garantía de que lo que pasara se iba a solucionar dentro de poco. Nunca supo porqué ni cómo, sólo lo hacía de costumbre y funcionaba, entonces no veía el porqué dejar de hacerlo. No podía evitar soltar una sonrisa, cada vez que le presentaba un drama a su madre, ella le daba fe con su típico rezo “tu mama va a solucionarte esto”.
Mientras viajaba en su auto siempre tendía a recordar lo que había hecho toda la vida su mamá por él, sabiendo que lo crió sola, ya que su “padre” por darle un título en su vida, nunca lo fue para Guillermo, los únicos recuerdos que de él guardaba eran los de un tipo infeliz que en un trabajo pedorro donde nadie le daba bola, la única persona a la que podía imponer respeto era a una mujer, a su propia esposa, quien, por pobre impotente, hacia sucumbir ante la fuerza de sus golpes, cada vez que las cosas no se hacían como él deseaba. No era raro que en aquel trayecto el joven recordase siempre aquel día cuando se encontraba en una esquina de la habitación de sus padres, sentado y llorando porque sus gritos lo asustaban, la atormentante imagen del padre golpeándola con el cinto sin lástima y arrastrándola de los pelos. Ella siempre trataba de defenderse pero su fuerza era inferior.
Bendito aquel día que la vio caer cerca suyo ya vencida, ya dolida, su rostro con grandes moretones, sus lágrimas que habían aguantado lo máximo para no mostrarse débil, su mirada maternal que suplicaba piedad para que el niño no llorara, pues aquel era su dolor más grande. Lo miró tiernamente y le mostró un pedazo de mechón del padre, a quien había logrado arrancarle durante la disputa y le juró por su vida de que nada volvería a ser igual. Temblando ella le prendió fuego mientras lo miraba con desprecio. Y así de irónica es la vida, así de sorpresiva y bromista fue con nosotros, que pasado algunos días de aquel acontecimiento su madre había enviudado, enterándose por la llamada de los oficiales, que su asqueroso marido había muerto junto a varios más, en un incendio en un antro de mala vida.
Podría haber recordado más cosas, pero su auto se estacionó en el albergue. Cada vez que entraba trataba de recordar el trayecto hacia la habitación de su madre, sabía que cuando llegaba lo primero que vería sería la recepción, a su derecha se encontraba el comedor y a su izquierda dos pasillos que conducían a las distintas habitaciones. Una en diagonal y la otra en línea recta. Que era la que debía tomar, era parte del paisaje ver uno que otro anciano decrépito rabiando con alguna enfermera, a las cuales admiraba su eterna paciencia, se alegraba de que su madre no sufría de ninguna enfermedad, que conservaba un razonamiento impecable y lucía varios años menor por su coquetería. Eran siete puertas contadas a su izquierda donde ella lo esperaba.
– ¡Buenas! ¿como estas mama?.- saludaba con ímpetu el joven mientras la abrazaba a la anciana por detrás, ella entre risas trataba de besarlo pero él le ganaba de mano.
Visitar a su madre era el momento de descanso de los días más atareados, le relajaba escuchar la voz de aquella mujer que parecía estar siempre contenta y descansada. Ella le contaba lo que sucedía en el asilo y le preguntaba acerca de su trabajo pero sobre todo le intrigaba que hacía en su tiempo libre o donde pasaba las noches. Hacía meses que insistía con que le presentara alguna nuera para poder hablar de las prendas que más se usaban en Europa.
– Cuándo te cases.- le afirmó la mujer mientras miraba fijo a su niño, esperando algún ademán o comentario de torpez, al cual él supo eludir con un pequeño gesto, que pedía que continuase con su deseo. – Tiene que ser con una mujer linda, alta claro porque quiero nietos grandotes, también debe ser muy elegante y por supuesto de buena familia, como nosotros- eran los pedidos más frecuentes entre las miles características de la novia perfecta.
– Estoy buscando una mujer tan maravillosa como vos, mamá -le robaba una sonrisa a la anciana mientras besaba su mano. Rosa adoraba que la halagaran, sobre todo si lo hacía su hombrecito.
– Si seguís buscando no voy a poder aprobarla, más vale que te apurés.
-¿Por qué no? Si no te vas a ir a ningún lado. – Guillermo repudiaba la idea que a su madre ya no le quedaban muchos inviernos.
– Ay Guille, escuchame porque cuando vos estes solo, porque yo ya habré partido a…bue. A vos como sos tan buenudo te va agarrar cualquier bruja, ¡mirá que tu mamá sabe de brujas!
– ¿Ah sí? Y cuantas brujas has visto,mamá? Aparte de la del espejo.
– Reite nomas chinito! Que tu mamá será vieja pero está más linda que cualquiera de este asilo.
-Y claro, aca es facil ser linda! Si te comparas con la vieja de los ruleros de acá al lado o la de la silla de ruedas de la 26.
Su madre reía a carcajadas y le seguía la corriente -Es tu culpa, vos me trajiste acá donde los viejos estos no tienen dientes y el más buen mozo goza de una peluca! ¿Donde queres que encuentre algún caballero para mi?
-Y por eso te traje acá, para que seas solamente mia. -La celaba Guillermo mientras le besaba la mano – No te voy a dejar con cualquiera.
Él se reía de los chistes de su mamá porque no quería pensar que fueran más que bromas ,nunca le daba importancia a las advertencias y prefería creer que eso nunca pasaría, ella siempre estaba espléndida. Para él era toda una joven a quien le quedaba una vida por delante.
Ya habían pasado varias horas de aquel domingo, por último tomaron la merienda juntos normalmente a Rosa le gustaba hacerlo en el asilo porque decía que las enfermeras sabían como a ella le gustaba su café con leche y a que punto las tostadas, pero aquella vez Guillermo la convenció de ir a tomar algo al centro con el pretexto de que pasaba todo el dia viendo el mismo paisaje, que ese día estaba particularmente arreglada y que debía salir a mostrarse. Así cumplió, era la tarde-noche cuando el coche se estacionó en la puerta del albergue, rápidamente el joven bajó del auto precipitándose sobre la puerta del acompañante ayudando a salir a su madre.
– ¿Pero que te pensas?, ¿que soy una vieja inútil que no puede bajarse del auto?.Vamos, vamos acaso no viste como me piropeaban en shopping ¡ja! hace años que no escuchaba piropos tan vulgares, de verdad que uno a esta edad las necesita por más cara de divina que pongamos.
– Dale que te ayudo no seas testaruda, te dije que te miraban y vos apenas te diste cuenta levantaste la mirada y punteabas tu nariz jaja.- se burlaba imitándola con la mejor cara de engreído que podía expresar.
– Deje que voy sola niño… no me acompañes, nos vemos mañana o cuando puedas venir, si estás muy cansado o atareado no te preocupes no quiero convertirme una obligación, podrías aprovechar en lugar de ver a esta vieja ir a buscarme alguna chinita asi te dejas de joder con la soltería ¡que se te va la vida!.- le gritaba dándole la espalda y señalando el firmamento para hacer más gráfica sus palabras.
Se adentró al edificio. Guillermo seguía allí, apoyado en la puerta del auto contemplando los pasos pausados de su madre, que le dejaba mucho que pensar, era lo peor, odiaba que ese tipo de pensamientos se le cruzase por la cabeza, ¿que su mamá iba a morir? ¡una gran locura!, era algo retorcido pensar eso, se auto provocaba desprecio e indiferencia como castigo.
No pudo evitar mirar el firmamento, se hallaba totalmente estrellado, permaneció allí unos minutos observando todo a su alrededor, sólo se oía el viento chocar contra los árboles del camino de entrada a aquel “refugio” de ancianos ricachones, quienes trabajaron toda su vida y ahora sus parientes no tenían mejor idea que dejarlos en un refinado asilo. No podía evitar pensar en eso, mientras miraba con detención aquel edificio con un aire colonial pero que no escapaba a la moderna arquitectura.
&
El delicado aroma a whisky, merodeaba por la habitación, existía un silencio tal que se oía partirse los hielos dentro del vaso con bebida. Guillermo, se encontraba reposando en su sillón, sentía como el cansancio del día, lo superaba ampliamente. Acababa de llegar del trabajo y no recordaba haber rabiado tanto como hoy. Mientras bebía un buen sorbo, se desquitaba de los zapatos y medias sintiendo como sus pies se hinchaban. La luz de la laptop entorpecía su vista, realmente estaba agotado, pero eso no era un impedimento para chatear con sus “amigas”.
Pasaron unos minutos sin que nada interesante sucediese. A él no le gustaba hablarles, siempre esperaba a que el primer paso, en esto, los dieran ellas y para comenzar su seducción. Así fue, una había mordido el anzuelo. Seguramente ella, lo había visto conectado pero decidió que él le hablara, no sucedió, sucumbiendo a la necesidad de entregarse en lo que cualquiera llamaría una “charla amistosa”, para ponerse al día y nada más. Ella lo tenía planeado, en el momento que la invitara, lo rechazaría como toda una dama, como toda una “histérica”, ese era el juego. Pero no, no pudo. Fue cuestión de unas cuantas horas de conversación lujuriosa para que fuera a terminar en su cama envuelta entre las sábanas. Si, había perdido; nunca podía contra él. Lo peor, es que Guillermo lo sabía y eso a Paula le molestaba, pero que podía hacer, él era un sabio amante, todo un domador.
El cuarto se encontraba a oscuras, donde el único tinte de luz provenía del foco de la calle, que entraba por la ventana abierta. Estaban exhaustos, ella feliz y él complacido, pero más agobiado que nunca, sólo quería darse media vuelta y dormir, pero las ganas de Paula de entablar una conversación, le hacían maldecir por dentro haberla invitado, solo esperaba dormirse y que ella se fuese por su cuenta, no quería saber más nada de ella ni de su rutina en el gimnasio.
Pasaron unos minutos, el se encontraba a espalda de su compañera que aun parloteaba.
En un intento de entreabrir los ojos pudo divisar en su pequeño despertador blanco, las agujas de verde fluorescente que marcaba pasadas las tres de la mañana. No lo podía creer, se había callado. Sentía un frío punzante que abrazaba su cuerpo, no lo entendía, estaba tapado hasta el cuello, sabía que detrás de él dormía una mujer. El aire estaba tenso, pesado, ahora dudaba si realmente detrás de él dormitaba aquella morocha, no lo entendía todo era extraño en su propio cuarto, aun sentía aquel escalofrío que acariciaba suavemente su espalda.¿Estaba soñando? No, más despierto que nunca. Al lado de su cama, caminaban. Iba y venía, no lo escuchaba, pero por más extraño que parezca, percibía la presión de los pies sobre el piso. No quería ver, no comprendió su miedo, algo le daba a entender que no había nadie, aun viendolo. Si, una silueta humana cruzaba la habitación, él sabía que era eso quien mantenía contacto con su espalda produciéndole escalofrío, le acariciaban el pelo. ¿Acariciaban? si, eran más de uno, no lo razonaba solo entendía. Entre la oscuridad veía pasear aquella sombra, se detuvo junto a él, escuchaba su respiración exaltada, enfurecida, lo buscaba, pero nada le hacía, iba y venía y junto a él se detenía, soltando aquella furiosa respiración. Guillermo esperaba que algo sucediese, pero no, aquel continuaba con su camino, se detenía junto a él, respiraba y seguía, nunca dejaba de mirarlo, aunque no se viera su rostro, Guillermo sabía que lo estaba observando, no aguantaba, quería que se fuera. Le crujía el estómago, el constante escalofrío se centraba en sus costillas. Cerró sus ojos intentando dormirse, no lo podía apartar de su mente, pero no dejó de hacerlo…
Una presión sobre su hombro lo hizo saltar del susto _¡Tranquilo! soy yo -exclamó Paula con una sonrisa, se encontraba envuelta en una toalla. Era ya el mediodía, le había preparado un almuerzo con las pocas cosas que tenía en la cocina. Guillermo, nunca había estado tan feliz de verle la cara, de saber que lo que lo despertó solo haya sido ella. No durmió bien, no pudo conciliar el sueño fácilmente esa noche, no recordaba en qué momento se durmió o cuando se fué la sombra, o si realmente se había ido, si es que no seguía allí. Tenía la idea de haber soñado, pero no sabía bien que. Se recordaba con los ojos cerrados diciéndose a sí mismo, con un extraño tono de voz que faltaba poco, “estamos cerca”, era otra. Recordó esa frase el resto del día, por suerte, hoy trabajaba a la tarde-noche y se dió el lujo de dormir una siesta luego de que Paula se fue.
Pasaron unos días sin que nada fuera de lo normal ocurriera, tampoco había ido a ver a su madre, sólo entabló un par de llamados dándole las explicaciones de su ausencia, los cuales su madre siempre agradecía pero los declaraba innecesarios, pues ella entendía que no era fácil su labor. Era jueves, no sabía porqué pero lo declararon feriado, oportunidad regalada para ver a la vieja. Terminó de hacer los trámites de esa mañana y disparó al hogar. Como siempre en el camino recordaba aquel día en que el mechón de pelo de su padre se quemaba frente suyo y de Rosa. Que coincidencia que haya muerto incendiado ¿no?. Siempre se lo preguntaba pero esta vez ocupó lugar en su recuerdo aquellas palabras que se habría balbuceado en su sueño <<estamos cerca>>.¿Habrá dicho algo más? no podía regurgitarlo de su memoria.
Concentración plena. No veía nada más importante que descifrar ese mensaje. Divagaba de tal manera, que impulsivamente pisó con gran velocidad el freno del coche, escuchando -¡Hijo de puta, mira por donde vas!.- luego los bocinazos. Casi choca en la intersección de Ciudad del Rosario y Pasteur. Respiró profundo para despabilarse y siguió el rumbo, mientras subía el volumen a la radio para que sus pensamientos no lo aturdiesen.
Como siempre, frente a la primera sala del asilo, volvía a recordar el mapa para llegar a la habitación de su madre: izquierda, pasillo, siete puertas e izquierda nuevamente.
No había prestado atención a nada en el camino, pero se sintió perturbado por las miradas de reojo de las enfermeras. Hoy, lo miraban distinto, no entendía el porqué, pero tuvo una fea sensación que hundió su pecho, le faltaba el aire, el corazón se le aceleró y… ¡Necesitaba ver a su madre!. Giró rápidamente el picaporte y allí estaba…acostada en su cama, durmiendo.
La fea sensación se fue, su pecho se infló con una buena inhalación, se encontraba aliviado.
-Que susto.- pensó, no sabía qué fue lo que lo alteró, simplemente lo hizo, pero ya todo estaba bien.
Vió a su madre y no pudo evitar sentir ternura, una gran sonrisa ponía en un claro rojizo sus pómulos. La veía dormir y todo realmente era…extraño, una presencia en su espalda, un escalofrío recorría desde su cabeza hasta la cintura. Era molesto, lo mismo de la otras noche se volvía a pronunciar, esta vez sin siluetas, ni pasos o respiración. Solo se sentía incómodo, observado. El habitáculo estaba tenso, pesado pero preferentemente frío. Si, frío eso era lo que, seguramente molestaba; su madre dormitaba sobre las sábanas, muy tranquila. Demasiado como para despertarla. Algo en él le dijo que lo hiciera, como para asegurarse. Pero se sintió extraño, algo más le dijo que no… Necesitaba irse de allí, observó extrañado aquel techo, era de cabreada adornada con barniz, se notaba que estaba descuidada, no lo había notado antes. ¿Hace cuánto que estaba así?. En el escritorio que daba a la ventana, se encontraba en un costado unas flores marchitas obsequiadas a su mamá conjunto unas notas y hojas en blanco, tomó lápiz y papel mientras aquella abrasadora sensación de escalofrío revolvía su estómago y anotó:
“ Hoy te encontré descansando, mañana volveré. Te ama tu Guille”
Salió casi disparando de allí, no pudo evitar sentir que cuando salía lo perseguían muy de cerca, se calmaba diciéndose que estaba sugestionado por la otra noche.
Unos pasos apresurados dieron a topar con Carlos Olivares, director del albergue, su estatura media se veía aun más chico con aquel conjunto de traje marrón claro, debajo de su voluminoso bigote se escondía una mueca de dolor. Vaciló unos segundos y se decidió hablar.
-Señor Wilhelm, lo siento mucho… ¿Podemos hablar en la oficina?.- Guillermo lo observo extrañado en silencio, pero intentó ser lo más amable posible y asintió cortésmente.
La oficina era pequeña, apenas abría la puerta chocaba con un archivero. Ya antes había estado ahí pero aun así lo recordaba más grande. Sin invitación tomó asiento mientras el director se dirigía a su silla. Él miró sus papeles, lo hojeó arqueando las cejas – No sé la verdad que decirle…pero.
– Mi mama esta helada.- interrumpió secante, mirándolo a sus ojos verde olivo. Carlos se quedó estupefacto, realmente no esperaba eso, esperaba que él rompiera el silencio, pero no de ese modo. – Si, comprendo…- volvía a balbucear buscando las palabras necesarias.
-No, escúcheme – levantaba la voz Guillermo mientras se ponía de pie.
– Yo entre a la habitación y era u-un hielo. Mi mama estaba ahi…¡helada!. ¿Me vas a decir que no pueden solucionarlo? Pago, ¡pagamos muchísimo, todos los que utilizamos este recinto!… Quiero que lo solucionen,quiero que…este problema…quede bien.¿me entiende?…- Concluyó mientras miraba fijo a aquel señor de edad bastante mayor que él, este lo miraba estupefacto, creía comprender su petición pero a la vez no estaba seguro. Un silencio incómodo se había producido, Guillermo no sabía si había logrado intimidarlo o si realmente no había sido claro, no lograba entender la mirada del director.
-Comprendo…nos encargaremos de todo, usted no se preocupe. Lo llamaremos a primera hora, cuando…todo esté listo para ver a su madre.- por fin alzaba la mirada, aunque con cierto temor.
No tardó mucho para encontrarse fuera del asilo, por ende, de la oficina, aquella charla había sido extraña pero creía haber impuesto el respeto suficiente para que se hiciese todo lo necesario.
De camino a casa, se le complicaba la concentración para viajar, tenía hambre y le dolía la cabeza, sus brazos le pesaban sobre el volante. Aún debía hacer cosas para el trabajo, no era necesariamente para ese día, pero no le gustaba dejar que las cosas se amontonaran. Quería llegar y solo acostarse a dormir un poco, pero sabía que no conciliaría el sueño, así que fué a terminar sus papeleos y demás. Luego vería que cenar.
El silencio del apartamento se interrumpió cuando la puerta principal se abría paso frente a Guillermo. Estaba muy silencioso, se detuvo a observar inmutado desde la puerta todas las habitaciones posibles, nada se veía extraño, pero él sí lo sentía. Un cosquilleo en sus costillas, el hormigueo desde los hombros hasta las piernas, las caricias en su cabello, le daban la sensación de querer llorar, estaba en su hogar pero sentía que algo le faltaba, algo allí estaba fuera de lugar, o algo sobraba. Cerró la puerta y apresuró su paso hacia las escaleras que llevaban a su cuarto; pues en el living-comedor yacía la silueta visible e invisible que producía en él, el peor estremecimiento que puede haber, abrazaban sus entrañas, lo miraban burlón, él no los veía pero lo sabía, eran muchos pero solo veía a uno , el escalofrío comprimía su cabeza, era muy real, estaba desesperado, no entendía. Entró a su habitación, de camino de la puerta a la cama varios lo acariciaron, era repulsivo, quería llorar. No encontró mayor seguridad que debajo de sus sábanas. Aquella silueta sin rostro, lo observaba por encima del acolchado, mientras la mano cruel en forma de hormigueo paseaba por sobre ellas, sentía aquella respiración en su nuca. Él, realmente no podía presenciarlo, pero aun así lo veía.
Cerró fuertemente sus ojos y quebró en extraño sollozo indeseado-Padre nuestro…- logró pensar.
Eso le enfurecieron. Si, las sábanas ya no lo protegían, el escalofrío lo abrazaba más intensamente, que más podía hacer, solo implorar, rogar, pero no a Dios, eso lo empeoraba aún más…
Pasaron varios minutos, los cuales fueron eternos para él. La paranoia recién vivida acabó. Ahora si, no podía permitir que lo ocurrido volviera a ser ignorado como la otra noche. Aun subjetivo, se levantó de la cama, miró su reloj, eran las siete y cincuenta.
Esperando el momento en que algo ocurriera, ¿que debía hacer?. No tenía idea. Todo estaba calmo, tranquilo…¡Como en aquel momento que pasó!. Ya no lo dudó. En menos de lo pensado, se encontró escaleras abajo del edificio, el ascensor no le producía seguridad, no se arriesgaría a estar encerrado junto a esa cosa que lo seguía.
Le costaba tragar saliva; tenía la garganta seca, sus ojos bien abiertos, expectantes de cualquier suceso, sus piernas se tambaleaba, pero no se permitía disminuir la velocidad.
– ¡Ay la putisima madre!- exclamó tembloroso, con una mano en el corazón. Decidió no detenerse y seguir bajando, a pesar que se había topado con la silueta. Fue veloz la observación que le pudo hacer, no tenía planeado inspeccionarlo un segundo más. Lo vió en una esquina de las escaleras, estaba de espalda, parte tal vez, de su juego morboso. Era muy alto y llevaba un traje de corte italiano negro gamuza, que hacían juegos con sus zapatos y galera de copa alta.
Las piernas lo llevaron a prisa, como si supieran a donde ir, no lo tenía planeado, él solo no quería verlo. Su corazón latía a mil, a igual que su respiración.
Se detuvo en un kiosco, miraba para todos lados buscándolo pero a la vez no deseaba encontrárselo. Se sentó en uno de los bancos que daban frente a la imponente catedral qu, mientras desenvolvía a un viejo colega, que había sabido dejar de lado. Buscó el encendedor y dió la primera bocanada luego de tantos años, sentía como sus pulmones se hinchaban de placer y como la cordura volvió a despertar. Luego de un rato, cuando ya su mente podía divagar en lo que veía, cuando ya podía observar la gente pasar sin un miedo particular, no dudó en ir a ver a su mamá.
En el viaje recordó que tenía el celular en vibrador y que pudieron haberlo llamado del hogar, se fijó y así fue, tenía varias llamadas perdidas a lo que apresuró el recorrido.
&
El pequeño cuarto estaba silencioso, algo desprolijo, se veía colmada de papeles por todos lados, cuando la concentración del aquél hombre que leía y firmaba casi de manera automática fue interrumpida con un llamado a la puerta -Pase- alzó la voz Carlos sin sacar la vista sobre los trámites de defunción. Despacio, para no chocar con el archivero, abría la puerta la enfermera Marisa, una mujer recta con los ancianos, pero aun así era la más querida, algunos de ellos solían decir que sus kilos de más se debían por toda la ternura que cargaba en ella.
-Señor, el hijo de Rosa acaba de llegar…¿le digo algo?.- Carlos tardó unos momentos en responder, buscaba resolver que decirle, pero se dió por vencido en la búsqueda de aquella solución, miro a Marisa a sus grandes ojos marrones, que hacían juego con su tono de piel y sin cambiar su expresión facial -¿Por? todo esta hecho. Vaya y pregúntele que necesita…
Ella asintió con la cabeza -¿Porque cree que no asistió?- sabiendo que el director no tendría la respuesta.
-No lo sé, no le importaría o no estaba listo ¡que se yo!.- no tenía ganas de pensar en lo que pensaban los demás, solo quería cumplir con sus deberes y volver a su hogar donde lo esperaba su señora. Marisa volvía a cerrar la puerta con el mismo cuidado con el que entró. Se dirigió rápidamente a los pasillos y se cruzó en el camino de Guillermo, quien la miró extrañado.
-¿Que necesita señor Wilhelm?.- preguntó fríamente la enfermera.
-Voy a la habitación de la señora Rosa, permiso.- prosiguió su camino sin esperar otra respuesta, luego de eludirla a un costado, llegó al cuarto. Pensó antes de entrar en la última vez que estuvo allí, la sensación de persecución, el frío y la desesperación. Realmente tenía miedo de entrar a ver a su madre Allí entendió que todo lo había superado, ya no podía seguir actuando de esa manera, automáticamente entró a la habitación y no… no fue igual que siempre, algo había cambiado, todo estaba en su lugar: cama, escritorio y demás.
Rosa estaba sentada junto a su escritorio, diferente a todas las veces que había sido visitado por su hijo.
La realidad golpeaba sus narices, pero él enceguecido, no la captaba. Ella, sentada en su pequeña silla de madera, no mostraba interés por su hijo. Él, tenía su pecho cerrado, su corazón agitado, no entendía porque su madre no estaba como antes, que había sucedido. Se acercó a ella con los ojos vidriosos, manteniendo una distancia discreta observando su apariencia decrépita, nunca había prestado atención como realmente los años desgastaron a esa mujer.
Su mirada perdida, vacía, no dejaban de mirar fijo a Guillermo, no pronunciaba una palabra. Mil marcas atravesaban su frente, más diez colgaban de sus ojeras, sus comisuras labiales caídas por la gravedad, cincuenta cicatrices en sus labios partidos por la sequedad y diez mil manchas esparcidas por su rostro, entre marcas de sol, pecas y moretones. Como nunca antes emanaba un olor a putrefacción, él sentía que el ángel de la muerte rondaba. No solía vestirse de negro pero hoy llevaba puesto el color del luto.
-Veo que es un mal día, ¿no má?… Cuando venía para acá me acordé…que hoy murio papa.- miraba el suelo y de vez echaba una ojeada a su madre muda. -No creí encontrarte así, la verdad que…no tienes porque ponerte mal, siempre fue un hijo de puta con nosotros ¿no?.- trataba de sonreírle, pero le partía el alma verla, ella no decía ni hacía nada. Siguió observando el piso, intentaba dejar de sentir esa incomodidad que le nacía de lo más profundo de su mente. Proseguía recordando y contándole lo que pensaba y se acordaba de su padre.
-Cuando quemabas el mechón de pelo, sentí tanto frío alrededor nuestro… fue tan extraño la sensación. Cuando me dijiste que él murió, no sabía si ponerme triste o feliz, triste por tirar mi esperanzas de que algún iba a cambiar y feliz por ti… Ibas a dejar de sufrir.- su voz se entrecortaba, mordía su labio para aguantar la rabia e impotencia que le producía pensar en aquel tipo. -Pero no pudiste, siempre dijiste que ibas a estar pegada a él, que su muerte te acompañaría de por vida, hablabas de estar endeudada por querer que muriera. Nunca entendí, porque te sentiste culpable de eso… el muy… murió por estar borracho en las putas, ¡sabes que se lo merecía! ¿porque te…-
Levantó su mirada furioso y ella ya no estaba frente suyo, no sabía en que momento se había levantado, confundido miró para todos lados y la encontró de espalda a él, muy cerca de la puerta miraba hacia la salida, en tanta concentración creía que había perdido noción de espacio, tal vez.
-¿En qué momento te levantaste?.- preguntó mientras se acercaba.
Cuando estuvo detrás, ella giró con la mirada calculada en sus ojos, como si supiese exactamente a que altura estaban. Él esperó una respuesta pero se sentía incómodo, Rosa se acercó de manera extraña y lo abrazó. Guillermo creía que era algún tipo de muestra de su amor… ¡Otra vez! detrás de la pequeña ventana de la puerta, la silueta de galera se paseaba mirándolo con aquellos ojos que desproveía. Su alma se heló, no por el hombre visible e invisible, sino el abrazo. Si; era sucio, estaba infectado, los brazos de la vieja, abrazaba sus entrañas, el escalofrío recorría su cuerpo. Las voces aclamaban su alma, no las entendía pero sabía lo que querían. La mujer no lo soltaba, sus manos podridas paseaban por el interior de su piel. El hombre de traje, otra vez de espalda en un rincón. El morbo, su mejor atributo. La anciana, pegada a su cuerpo, producía un hormigueo en sus intestinos. Le acariciaban el pelo y a su oído murmuraban su extraño lenguaje, eran varios pero a un solo invisible veía. Guillermo, parecía no entender que es lo que le hacía. Las lágrimas se echaron a correr -mama, por favor.- exclamaba sollozando.- soltame mamá,¿porque mamá? soltame mamá, ¿que me están haciendo? mami ¡por favor! ¡me están lastimando, MAMI!.- los murmullos eran más intensos al igual que sus lágrimas, ya no le hablaban a su oreja, estaban dentro de su cabeza, tampoco la mujer abrazaba su cuerpo, sino su alma. Nada era normal, la repulsión oprimía fuertemente su garganta.
La puerta se abrió, sus músculos se aflojaron y todo se calmó… – ¿señor?.- preguntó extrañada la enfermera.- escuché ruidos raros y…¿está bien?.- cambió su explicación por una pregunta, cuando sus ojos comprendieron que Guillermo se veía asustado y con lágrimas en su rostro.
No entendía que acababa de suceder estaba exaltado y no podía dejar de mirar a Marisa, sus ojos grandes le producían desconfianza, todo allí le perturbaba. Sin decir una palabra salió del cuarto casi corriendo, pidiendo disculpas a cuanto se cruzaba por la expresión pálida de su cara. Sacando de su bolsillo el atado, iba tembloroso en el auto, tratando de encender un cigarrillo para calmarse y tratar de pensar en frío. Algo casi imposible de lograr ¿en frío? ¿con lo que le acababa de suceder?. No sabía a dónde ir, de vez en vez miraba por el retrovisor, con el miedo de que algo fuese en el asiento trasero, ¡o a su lado!.
Si, realmente todo se había ido al carajo, su razonamiento le pedía lo más estúpido para él; ir con un sacerdote, brujo, curandero, lo que sea; pero estaba seguro de que algo sobrenatural lo acompañaba en todo momento.
Lo primero que se presentó en su camino, fue una parroquia; se encontraba alejada de la zona céntrica.
Abrió aquella puerta enorme de madera antigua, que daba la sensación de tener que usar una buena fuerza para empujarla; la cual no fue así, se desplazó con rapidez dando paso a que el silencio acogedor de ese lugar adormeciera sus cinco sentidos, una paz que llenaba sus pulmones, tenía la sensación que del solo pensar alguien podría llegar a escucharlo. Mientras avanzaba por la pequeña parroquia observaba todo a su alrededor; los santos, cuadros, la imponente cruz al final del camino rojo, sobre aquel altar de mármol, donde se encontraban todos sus elementos. La iglesia estaba vacía, la única persona allí presente era quien él buscaba.
El sacerdote se encontraba arrodillado ante una imagen de la Virgen María, no oraba fuerte pero el silencio permitía escuchar un murmullo. Guillermo se acercó con timidez, no quería interrumpirlo; pero antes de decirle algo notó como el corpulento cura le costaba levantarse a causa de su físico notable. Terminó de persignarse y con una sonrisa recibía al extraño “fiel” que había interrumpido sus oraciones. -Buenas.- afirmó.
Guillermo que mirándolo consternado, porque sabía que iba a comentarle a un desconocido toda una locura, dió un apretón de mano casi esperando que en unos momentos lo echaran a patadas. – Tengo un problema padre…soy Guillermo, disculpe. Pero vengo a contarle de algo muy serio…- trataba de poner su mejor cara de fatigado, tal vez así su historia podría sonar un poco más real.
-Aqui me tienes hijos, ven siéntate conmigo que yo estoy para escucharte.- una vez más el padre hacía un esfuerzo para sentarse, mientras se acomodaba sus pequeños lentes le pidió a Guillermo que contara lo que tenía para él.
-Nose como decirlo…realmente no tengo idea como explicar pero… osea, no soy muy católico y eso, más bien. Cuando era chico iba a misa con mi madre, antes que muriera mi papa y después dejamos de ir y… Bueno…emm, el tema es… padre. Que…no se como explicarle, es todo muy extraño…osea. Para ser más fácil… Veo espiritus…- estaba claro que ni él sabía lo que había querido decir, seguramente el padre tampoco. Este lo miró por unos segundos, esperando si seguía diciendo algo más; pero no pudo evitar largar una pequeña carcajada, mientras tiraba de su larga barba oscura.- No, en serio, no se me ría padre, si hubiese sabido que venía a una lugar donde creen en gente que vuelan y llevan mensajes a Dios y digo que veo espíritus y se me cagan de risa, es para pegarse un tiro, en serio no me joda, ¡por Dios! se lo pido.- este trataba de controlarse mientras veía como el sacerdote trataba de dominar su risita.
-Tranquilo, discúlpeme no fue mi intención reírme. Es que no me esperaba que me dijera algo así, le soy sincero perdóneme. ¿Me puede explicar más correctamente lo que ha visto? por favor.- su rostro ya se tornaba un poco más serio, pero se notaba algo de escepticismo en su mirada.
-Si, es que no se como expresarme. Los otros días estaba acostado y…sentía, no escuchaba ¡ojo! sentía que caminaban al lado de mi cama, despues que miraban, me tocaban, como que sentía escalofrío era muy raro, sabía que estaban enojados conmigo osea y como que no se yo lo sabía de repente y vi una sombra negra que iba y venía al lado mío; ahí sí escuché que respiraba, le juro era para morirse, en serio. ¿Usted que cree que puede ser?, ¿alguna maldición del trabajo, alguna mujer que me tenga bronca, algo por el estilo?, ¿q-que… cree?.-
-A ver, usted dice que vio una sombra. ¿Solo eso?.- Guillermo lo miró alarmado pensando en “solo eso”. ¿Que más quería?, ¿acaso eso era normal para él? – Si, algo así, he estado viendo eso, sombras.- no se animó a mencionar lo otro por vergüenza de que siguiera riendo. El cura aclaró su garganta, imponiendo un tono más serio –
Recientemente, hijo, las investigaciones demostraron que las manifestaciones de sombras, como las que vos describis, son simplemente producidas por el cerebro; fijate vos. Que se genera por sus fobias, tristezas, traumas y suelen manifestarse,por lo general, en personas menores y mayores que han pasado o están pasando por un momento difícil de su vida. Los que apoyan la teoría religiosa del fenómeno muchas veces le dan crédito a una explicación demoniaca. Esto se le achaca a que el fenómeno ha sido visto en lugares que tienen un estigma de gran “energía negativa”.-aclaraba lo último con un tono burlón- Lugares como «casas embrujadas» o lugares donde se llevó a cabo un abuso físico o emocional extremo, donde sensaciones de miedo, terror y odio permanecen en la atmósfera aún cuando el evento ocurrió hace años. Pero eso sucede solo cuando la persona sabe,¿entendes?. Puede ser que estés pasando por algo y se te crucen esas cosas por la mente, pero tranquilo uno tiene que rezar y rogar a Dios…
-¡No, no Dios nada!,¡¿no me entendes!?.- interrumpió bruscamente Guillermo pero en tono de murmullo. -disculpame que se lo diga así, pero no me tome por loco, le digo que veo cosas en serio, a mi no me esta pasando nada malo, tengo una vida muy buena, lo único “malo” que me pasa es ¡esta mierda que le estoy contando!… hoy es la fecha que fallecio mi viejo y encima no es malo para mi… porque fue una basura conmigo y mi madre, se cago muriendo en un incendio en un bulo, imagínese que tipo de hombre era… Por favor, se lo pido, busque otra respuesta a esto, sé que locura no es… Mire hoy en el asilo donde esta mi madre fue lo peor del mundo una sombra de traje, estaba, tenía un sombrero, una galera… de esas viejas, era negra, mi vieja estaba ahí, me abrazó y fue lo peor lo que sentí, me hablaban al oído y nose que mierda más, sentía que me moría, nose si del cagaso o realmente me querían chupar el alma…-
El sacerdote quedó helado ante estas nuevas revelaciones para él, ahora si cambiaba el panorama de la historia.
-Claro. Hubieses empezado por ahí, con que tenía sombrero, llevaba traje y producía una sensación extraña…para asegurarme un poco más, cuando te hablaba , ¿que pasaba?.
– No se, es que no sentía que me dijeran algo, solo oía algo en mi cabeza, como muchos ruidos, muchas voces que no tenían sentido. Pero yo sabía que a veces se burlaban, o que estaban furiosos, osea ¡sabía que eran muchos! por ejemplo.
– “Que eran muchos”.- repetía el cura, tratando de asimilar la magnitud del problema.- muy bien, le explico lo que sucede. No se porque a usted, también me dice, por lo que yo entiendo, que le pasa en varios lugares no solo en uno, así que sea algo de un lugar en especial lo dejamos, posiblemente de lado. Si hay alguien entre medio de esto que desea hacerle algún mal, creo que es la idea más acertada.- rascaba nervioso su barba.- lo que usted esta viendo, es una de las representaciones más antiguas y temibles del mismo demonio, por así decirlo. Hat-man, old-man ó gentleman, son varios nombres que se les ha dado a esta representación satánica. Las voces, murmullo que me decís que escuchas, supongo que se debe de tratar,no se, de lenguaje infernal, creo….-quedó unos segundos pensativos, miró con preocupación a los ojos de aquel hombre desinteresado en su Dios, que caía desesperado en búsqueda de ayuda divina. -Como dije, no sé porque se te está apareciendo, pero espero que esto te haga recapacitar por la vida que estés llevando fuera del camino del Señor y te conviertas en un fiel ferviente, esperanzado que esto solo sea una prueba más del Señor, que hay que superar. ¿Si?. Ahora te daré la confesión y luego una bendición para que Dios te proteja.-
Una vez finalizada la confesión el sacerdote comenzó a darle la bendición prometida. -“Crux Sancti Patris Benedicti.- comenzaba a orar, Guillermo en todo de ese rato no había visto más serio a ese cura. -Crux Sacra Sit Míhi Lux. Non Dráco Sit Míhi Dux. Váde Rétro Sátana. Númquam Suáde Míbi Vana. Sunt Mála Quaë Lébas. Ipse Venena Bibas.” “Pater noster…”- las oraciones iban acompañadas de un poco de agua bendita esparcida por todo el cuerpo y rostro de Guillermo.
-Gracias padre, ¿que más tengo que hacer?.- El sacerdote buscó una pequeña botellita de vidrio con agua bendita y mandó al joven a bendecir su casa y también a su madre, lo antes posible. – Haz lo que te digo, yo estaré rezando aquí por ti y tu mamá, quedate tranquilo que Dios y la Virgen te acompañan en todo momento.
-Y así cumplió, en unos breves instantes Guillermo se encontraba por la carretera a toda velocidad, decidido a enfrentar lo que sea, por momentos cuando lo pensaba fríamente se daba cuenta que actuaba como un niño pequeño jugando a ser el héroe. Ya notaba el cansancio en su cuerpo, hacía varios días que no podía conciliar el sueño.
Iba primero a ver a su madre, lo que había ocurrido hace unos momentos lo tenía muy jodido. ¿que habrá pasado con su mamá? traía una y otra vez el recuerdo escalofriante de aquel abrazo agónico, que encrespaba su piel y cerraba su garganta.
El estacionò, la mirada clavada en el parabrisa, sus ojos lagrimosos no se daban el lujo de mirar a su derecha, el “sombrerero” de traje lo acompañaba, aquel hombre sin rostro lo miraba fijo, mientras en su cabeza el extraño lenguaje infernal taladraba su psiquis, las caricias en su cabello y espalda no cesaban. Apretaba fuertemente el volante, ya no tenía la misma seguridad que hace unos instantes, realmente la morbosidad de sus juegos lo superaban ampliamente.
Bajó lentamente del coche esperando que algo sucediese, sentía como lo jalaban por detrás.
Entre el pasillo al habitáculo de su madre y aquel murmullo infernal, se escucha a sí mismo: “estamos cerca”, “ven con nosotros”, “¡vamos!”…
Lo tomaron del brazo, esta vez era a real. -¿A donde quiere entrar, señor?- escudriñó una joven mujer, que llevaba en su pecho una pequeña insignia de “principiante”, era la manera de marcar a las nuevas enfermeras que estaban a prueba en el asilo, así los ancianos que tuviesen algo de lucidez, sabían que mucho a ellas no le podían pedir que supiesen hacer.
Había tomado temor a que alguien lo tocara, por miedo a sentir algo extraño, pero la mano de aquella joven la sintió con gran ternura, aunque ella todo lo contrario quisiese demostrar. -Vengo a visitar a mi madre, Rosa, yo soy su hijo. – Señor, se ha confundido de cuarto, a mi me informaron que ese cuarto esta vacante hace varios días ya.- Guillermo la miró con cara casi de repulsión, una locura nueva se sumaba a toda la mierda que ya cargaba. -A ver si nos entendemos, ¡usted debe de estar equivocada, porque yo estuve con mi madre hoy, hace unas…. – ¡Carola!.- exclamó de atrás la regordeta enfermera Marisa. – venga para acá y deje al señor Wilhelm que haga lo suyo…- Guillermo observó triunfante a la nueva, que con aire de fastidio se dirigía hacia su superiora, mientras él se proponía de una vez por todas entrar…
&
-¿Qué haces?.- le replicó Marisa. -Deja a ese hombre en paz, su madre murió hace tres días ahí, nosotros nos encargamos de su funeral, le llamamos varias veces para que fuese, pero ni apareció. Desde entonces viene a ver el cuarto…hoy lo encontré llorando adentro y cuando me metí a preguntar que si necesitaba algo salió casi corriendo.- ambos lo miraron de forma indisimulada y con lástima, mientras él entraba a la habitación.
La verdad desenfundó sus ojos, su corazón latía lento pero fuerte, golpes precisos en su pecho al compás de su entendimiento, cada imagen de la habitación iba plasmando su tinte de la realidad. Otra vez allí, su madre sentada en la vieja silla de madera dándole la espalda y más decrépita que antes. Estaba y no a la vez. Miró y asimiló, que ella solo fue parte del morbo.
¿Por qué no pudo verlo?, ¿que fué lo real antes que ahora no?. ¿Acaso entendía que su mamá realmente estaba muerta?. Cada pregunta derrochaba un mar de lágrimas, ¿que había hecho él, para pagar de esa manera?…
Sentía el frío de aquella habitación, pues él siempre estuvo solo, hablando con demonios que burlaron sus sentidos. ¿Designio de Dios?. Se preguntó, mientras dejaba caer al suelo la botella de agua bendita, que se esparció por el suelo. Pronto se acercó al escritorio donde veía y no estaba la anciana.
“Hat man” observaba de espaldas en un rincón, su lastimoso caminar. Cinco pasos separaba la vida y el descanso, su mirada helada, martirizado, sobre su espalda cargaba el peso de los errores de su madre. Sentía como los ángeles soltaban sus manos y lloraban por su decisión, no conocía un tormento peor, no divisaba la tortuosa eternidad. Un pie sobre la silla, un último esfuerzo, su corazón se preparaba. Latía con mayor lentitud. La última sensación; una lágrima tibia que corría por su mejilla. El último paisaje; su madre, repulsiva suspendida frente suyo extendiendo su garra, esbozándole una cochina sonrisa maternal. Él; sobre el escritorio, con cinto al cuello y colgando de la cabreada, no dejaba de oír la voz de su madre invitándolo a acompañarla. La gran duda sobre el final. ¿Por qué sucedió esto?. Contó a tres… saltó.
“ ¡Todos los incurables tienen cura cinco segundos antes de la muerte!”. Pues ¡el moribundo lo sabe todo!. Entonces comprendió, el cambio de credo. Rosa, antes le rogó piedad a Dios y él la maltrató. Por aquello recurrió al “otro” y cambió su vida por felicidad para su hijo.
Juraron que de proteger al niño se encargarían. Pero del otro lado nunca aclararon, que cuando a ella llamaran por su pago, el contrato cesaba. Y el deseo de un marido muerto, de por vida a él lo torturaria. No pudo resistir y junto a su madre él también partió.
OPINIONES Y COMENTARIOS