Un agudo e inquietante sonido comenzaba a expandirse por el espacio. Sentía como todos los músculos del rostro ejercían en mí una presión, de modo tal, que el más mínimo movimiento me producía un dolor agobiante, diría que asfixiante, me era imposible emitir un juicio razonable, sólo estaba allí sintiendo el momento. Cual tormento en mi cabeza aumentaba junto al chirriante pitido, mis párpados aún se mantenían en reposo, por más que quisiera, ellos entendían que no debían ubicarme dónde estaba, preferían mantener el misterio, al parecer afuera no había nada para ver.
Mis intentos de reponerme, no producían más que un intenso calor que recorría por todo mi interior, mis sentidos estaban tan alertas que podía percibir cómo se abrían los poros para liberar la transpiración y así contrarrestar la incesante quemazón.
Un nauseabundo hedor inundó de inmediato mi olfato, era estremecedor, parecía estar rodeado de putrefactos cadáveres, pestilencia tal que penetraba en lo más hondo de mí, queriendo hacer contacto con mi alma oculta y asustada.
En un mínimo roce con ella, quién nada quería saber, se camufló en un frenético dolor de cabeza que se llevaba toda la atención, si antes sentía calor ahora mis neuronas ardían en el mismo averno, brotaban de mi animalescos alaridos.
Ese fue el empujón necesario ¡Si!, por fín pude abrir los ojos, ahora grandes bocanadas de aire penetran a mis pulmones, la corrompida fetidez se iba disipando de mis entrañas, un aire nuevo; glorioso, sano y relajante adormece mis sentidos.
¿Qué pasó?, ¿dónde me encuentro? No recuerdo nada.
Comienza a entrarme la desesperación, miedo…Tengo frío, estoy desnudo y no se donde me hallo, no reconozco este lugar… tan bello y escalofriante a la vez. Miro a mi alrededor y todo el paisaje campestre se ve blanco, no se logra divisar nada específico, me es difuso definir donde termina el cielo y comienza las hierbas.
A diferencia del helado y lastimoso aire el césped es suave, agradable y tibio.
Casi impulsivamente pero a la vez muy torpe me pongo de pie. Contemplo por unos instantes queriendo descubrir algo que me hiciera entender dónde estaba.
El norte parecía ser mi destino y por nada en el mundo me permitía voltearme, no quería saber que había a mis espaldas.
Con cierta desconfianza comienzo avanzar, al principio con una timidez que me incomoda, siento que me alcanzan, avanzar ya se convierte en una necesidad, en una salida. El trote sale con naturalidad; voy hacia algún lugar y cada vez avanzo más rápido, a cada paso siento más el viento helado en mi contra, y mis piernas más calientes, no doy más, no se cuanto tiempo llevo corriendo a toda prisa, como huyendo pero no se de donde, ni de quién o que, la sensación es agradable. Mientras más avanzo me siento más calmado, como si realmente estuviese dejando atrás lo que me aqueja. Ya no doy más pero quiero seguir, mi cuerpo se automatiza en alcanzar su límite pero las veloces zancadas terminan en desestabilizar, rodando incontables veces sobre aquellas tiernas praderas blancas, quedando boca abajo.
Como un baño de rocío la felicidad se me va impregnando, liberando las carcajadas más hermosas que de mi han salido, no puedo parar de reir, me adormece, las siento tan necesarias que no quería parar de reír. Me hacía falta, salen de mi alma como si nunca hubiese regocijado, tal vez estaba muerto y esta era la eternidad donde nunca dejaría de hacerlo.
Las carcajadas comenzaron a ser solo una mueca pero la felicidad seguía allí, miré aquel firmamento grisáceo, extrañamente imponente, no era apagado como una tarde nublada, era como si el sol diera de lleno, pero no había tal estrella, es increible como mi perspectiva de aquel lugar había cambiado de repente, de ser un lugar horrendo helado a ser mi lugar en el mundo, aún no sé dónde pero no importaba, me bastaba solo con estar allí.
Tal vez parece que todo esto sucede muy rápido, pero creo que hace horas estoy disfrutándolo, o puede que sólo haya pasado unos minutos no se describirlo, no puedo, eso sería un análisis de mi consciencia que este momento solo puede vivirse, sentirse, no hay lugar para el pensamiento.
Miro ese infinito firmamento formidable, tan abstracto y profundo que seguramente algo detrás de toda esa cortina de algodones debe de esconderse. Me muevo despacio esparciéndome por toda la yerba, tratando de encontrar algo distinto, alguna irregularidad a tanta perfección.
Lo sé… hay algo, me estiro más hasta que las puntas de mis dedos rozan con algo, mi primer reacción es contracción, resistencia a lo desconocido, un impulso animal que aún acarreamos, inhalo profundamente, aun no miro a mi costado quiero mantener el misterio, es como un juego y me siento como un niño. Una vez más estiro mi mano y el contacto se produce con mayor intensidad. Miré intrigado aquello que me tomó, quedando maravillado. Si ya todo era extraño que algo más se sume era de muy poca importancia. No podía entender como no me había percatado que a mi lado, no se cuanto tiempo, estuvo acostada observándome, esperando que yo me decidiera mover para hacer contacto, se puso a jugar con mis dedos mientras me miraba.
¿Qué decir de ella? No sabría por dónde empezar, tal vez por lo más llamativo… que era justamente su desnudez, una que dejaba deseos de ver aún mucho más, un hermoso cabello de puntas onduladas que caían sobre su torso, ocultando parte de su escasez– es de color castaño oscuro o claro…no sé distinguir, su piel es suave, blanca y frágil como la nieve, parecía toda una mujercita ya, sus pulidas y claras cejas, permiten dar un vistazo a una profunda mirada, siempre fija en mi.
En cuanto a sus ojos, poseedores de un color oliva y dueños de una mirada inquietante, me permiten ver que reflejan tanta sencillez como misterio.
Si hablo de sus labios, puedo decir que son rosados, muy delgados, delicados e inocentes como ninguna; mantenía una sonrisa tímida y exuberante a la vez, queriendo evitar reírse de mí pero sin lograrlo. En conclusión, una belleza que pasaba desapercibida respecto a lo que la sociedad nos tiene acostumbrado.
—Es extraño lo ruborizado que tenes los cachetes— me dijo y rió levemente, debió ser por mi expresión al hablarme. ¿Todo en ella debía parecerme perfecto? Hasta su voz tan ingenua e irresponsable me atraía.
Ella giró en si, quedando boca arriba observando el firmamento, yo no dejaba de sacarle los ojos de encima, había una necesidad imperiosa de decir algo, romper con el silencio. Abrí mi boca para hacerlo pero no había nada, simplemente no pensé nada para expresar, me permití unos segundos más para tragar aire y nuevamente intente decir algo sin antes pensar que.
—El cielo…es extraño acá— mi corazón latía temerosamente—. Aún así, me parece…muy especial.- me notaba dubitativo.
Ella no dejaba de mirar el confín, me escuchaba y comprendió lo que intenté decir, pero le restó importancia, había algo más que invadía sus pensamientos. Y yo necesitaba saber que era aquello más urgente que admirar el lugar donde nos encontrábamos. Pero la timidez, una vez más, me ganaba la carrera.
Se incorporó acomodándose en la posición del indio, me miró de reojo mientras me acariciaba el brazo amistosamente, haciendo una mueca de aburrimiento con sus labios.
—¿Por qué no quieren que estemos juntos?—preguntó algo dolida.
Sin dejar de admirar su belleza, ni sentir su suave mano recorrer por mi, me tomé el atrevimiento de acariciar su cabello de muñeca y me propuse a explicarle.
Aquel sol no se pondría hoy.
— No son capaces de ver lo que yo veo, esa inteligencia que tenes… a los demás se les escapa.
—¿Por qué?— no lograba entender.
Eché un suspiro en un intento de entenderlos pero con cierto aire de rechazo. —¿No ves que eso es lo que nos conecta? Si todos pudieran ver lo que sos, no serías mía— él le acarició dulcemente su mejilla mientras la miraba con penetrante deseo.
— Muchos desean usarte… por vos, la gente se atrevería hacer cosas inimaginables. ¿Quién soy para juzgarlos..? o ¿Quienes son para juzgarme?
Se encogió en sus piernas —El mundo es maravilloso, no hay razón para hacer tanto daño— se dijo a si misma sintiéndose algo frustrada. Se tomó unos segundos para pensar lo dicho y me miró soslayadamente.— Son todos unos tarados— rió pícaramente mirándome con cierto capricho, no pude contener mi risa, no esperaba tal respuesta de su parte.
Retomó la seriedad de antes y acercándose un poco más a mi, recostándose en mi pecho; sentir como latía mi corazón sobre su mejilla me ponía algo incómodo y ella lo sabía pero ciertamente lo disfrutaba, la hacía sentir poderosa, podía creer por momentos, que por fín tenía dominio sobre mi.
—Todos están buscando a alguien. Yo te encontré, no es justo que me deba ocultar… Sin yo vos no puedo estar.—se producía leves silencios que encendían mi ansiedad —cuento las horas, minutos para verte y cuando estoy con vos el tiempo se detiene, me siento completa… Solo quiero… quiero que me crean cuando les digo que te quiero.
— ¿A quién le dijiste?— interrumpí.
— Quiero que confíen en nosotros— No prestaba atención a mi pregunta— que nos vean de las manos, que miren como me miras, como yo te miro.
— ¿Con quién hablaste de nosotros?— empezaba a desesperarme.
— No quiero que me controlen más, me siento grande ya les dije.
— ¡¿A qui..?!
— Aunque de verdad, siento que con vos no estoy errando—. concluyó, me lo decía a mí, pero se hablaba a si misma, trataba de ganarle a su inseguridad. Sentí mi sangre recorrer por las venas, no respondía mis preguntas, tuvimos un silencio por un largo rato donde sólo me limité a sonreír y a contenerla en mis brazos, ella no necesitaba nada más que eso.
Yo estaba desesperado, ¿con quién habrá hablado?, ¿quién sabe mi secreto?
De repente se despegó de mí, apoyándose sobre mi pecho mirándome fijo, estaba molesta, lo percibía, ese largo rato en silencio habían sido los necesarios para enmarañar en su mente su propia red de ideas, conclusiones que producían en ella ese sentimiento de rechazo, impotencia no estoy seguro. Le di mi atención, no la quería apresurar con pregunta alguna, le daba su tiempo, su espacio para que me dijera lo que le aquejaba, no sabía que era. Sus verdes ojos tornaron un tono cristalino, con una mezcla entre sollozo y mucha bronca.— Vos no me amás — expresó con una calma, ella sentía haber entendido mis pretensiones. Nada más lejos de la verdad…
—¿Qué?— pregunté confundido.
Estaba estupefacto, a ella le caían las lágrimas, lo que parecía una situación controlada se desbordaba, no esperaba este planteo
— No es tan simple, ya te lo dije—. mentí.
—¡Cortala con eso! La vida es una sola y quiero disfrutarla, me dijeron que dijera de quién hablaba, pero me dió miedo— mi corazón ardía de ira y miedo ante lo que estaba oyendo— me dijiste que aprenda a decidir y decidí por vos, ahora jugatelá por mi si realmente me amás como tanto decís…
Temblaba por entero, ella no debía contar lo nuestro, no debía saber lo que pasaba, tenía que disuadir—. Ellos no entenderían, no nos dejarán ser felices.— su mirada, lo poco que tenía de sollozo se terminó por completar en bronca y decisión.
—Demostrame que me amas o cuento todo— sentenció.
Ya decidido a terminar con tal extraño diálogo, me trepé sobre ella quien no impuso ninguna resistencia sin sacar sus bellos ojos oliva de los míos, me acomode en la perfecta unión de nuestros cuerpos y recorriendo sus pequeñas piernas heladas, sin emitirnos palabra alguna, comenzamos a besarnos desenfrenadamente, sabía que iba a ser nuestra última vez. Me sentía desesperado, agitado, paseaba mi mirada por todo su cuerpo pero ella mantenía sus ojos fijos en los míos, sentía cierta vergüenza como si me estuviera juzgando y era injusto porque yo no tenía la culpa de nada, ella era responsable de esto, no debió haber hablado nunca. Nadie podía saber lo que hacíamos, yo tenía familia.
Con mis ojos cerrados por la vergüenza y con un nudo en la garganta trataba de ahogar mi llanto, reposé en su frente un tierno beso de despedida, comencé a entender que no pertenecía a ese lugar, quería quedarme allí, mi conciencia me regaló por unos momentos el paraíso, era hora de volver a la realidad que no quería ver. No podía despegar mis labios de su frente mientras acariciaba intranquilo su cabello, ya con lágrimas brotando, recorrí su rostro con sudadas manos hasta llegar al contorno de su delgado y suave cuello… sujetándolo con presión.
Aquel nudo en mí terminó cediendo en un grito desesperante y mis lágrimas cayeron sobre su delicado rostro angelical.
De prisa una oscuridad cubre el día y un intenso viento arrasa con todo a la vista, salvo nosotros. Mi llanto como aquella risa eterna en su momento, ahora no podía ser más agobiante, sentía que me enterraba en una fosa profunda, mientras vuelvo a percibir aquel hedor de un principio aún mucho más potente y aquel firmamento iba desapareciendo como arenilla en el desierto, todo aquel precioso lugar tomaba forma de un cuarto frío y tenebroso. Nos encontrábamos en la misma posición pero esta vez sobre las sábanas, estaba oscuro, eran altas horas de la madrugada donde las tinieblas envolvían a los que podían dormir plácidamente.
Mis brazos estaban arañados, sentía leves dolores en mis costillas, aunque todo el castigo se lo llevaba Lucía, a quién aún la tenía sujetando de su pequeño cuello. La imagen era radicalmente distinta, sus hermosos ojos olivos estaban inyectados de sangre, sus inocentes labios deformados entre machucones, ya no se distinguían sus suaves pómulos en un fuerte morado intenso, sus manos reposaban sobre las mías con sus uñas impregnadas de la carne que de mí había arrancado.
Mi mente me había vendado los ojos para hacer posible este crimen.
Mi concentración no me percató del ruido del auto en la entrada de casa , ni de cuando ellos ingresaron, no escuché cuando me llamaban, menos cuando abrió la puerta del cuarto, mi esposa estaba con los niños…
No me salía otra cosa que llorar y rogar que no me vieran, no quería que supieran nada de esto.
¡Pobre mujer! me vió desnudo en todo aspecto, cubierto de sangre, con mi cara deformada entre llanto, suplicio y pánico…monstruoso.
Mi familia… vio este animal desnudo sobre el cadáver de Lucía, una niña de trece años de quien no sólo me apoderé de su inocencia sino también de su vida.
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