LA NARRATIVA DE ELEACHEGE
Loira – luis horacio hernández gil
Propiedad intelectual: Código Safe Creative: #17021723228.. 19-feb-2017
El sol seduce la arboleda y su radiación penetra el follaje. El aire se derrite. El calor se hace insoportable. Miro hacia el palenque donde aparcan sus caballos. A la distancia el rosto se muestra indistinto. Pero el caminar dinámico destaca su porte atlético. Se acercan. El Signore Carlo tiende su mano. «Benvenuto». Saluda a mi esposo y me estampa par de besos en las mejillas. Luis Carlo imita el saludo. Ellos conversan y se alejan. El instinto me lleva a retenerlo. Mis manos se sientan en sus hombros. Mi joven ahijado es todo un hombre. Apuesto y de hermosos rasgos. El tostado de su rostro muestra una escondida sonrisa. La misma que con picardía comparten sus labios y ojos avellanados que cambian a grises. Ahora lo cobijo en mis brazos y conduzco su cabeza a uno de mis hombros. Con timidez él lleva sus manos a mi cintura. Pienso en el pasado y hablo del presente. Por momentos, el tiempo retrocede y avanza a la vez. Las manecillas enloquecen al igual que yo. Se silencia la tristeza patológica que acelera mi envejecimiento espiritual y amenaza mi cuerpo.
Pienso en pasado porque su aroma de hombre joven me hace sentir adolescente. Me veo en brazos de Raúl, aquel compañero de clase, que siempre regresa a mis pensamientos para hacerme olvidar mi relación toxica de pareja. Es poco lo que recuerdo de mi aburrida juventud de cero sexos y escasa diversión. Yo buscaba títulos y contenido de libros. Mis amigas bailes y el tamaño del bulto entrepiernas de nuestros compañeros de clase.
«Había culminado el segundo semestre de Licenciatura en letras en la UCV. El Gran Café de Sabana Grande al estilo de la mejor cafetería en el Saint Germain de París, es escogido para celebrar. Raúl que estudia ingeniera es mi compañero de cuadra. El siguiente semestre se gradúa de ingeniero. Me siento y brindamos de entrada con algo picante. Un daiquirí de piña para mí. Siento pálpitos. Mi corazón que también está de vacaciones espera por Raúl. Al fin llega. Es tan tímido como yo. Pero con seguridad que esta noche me besa por primera vez. ¡Lotería! El alcohol ayuda y al despedirnos ya de madrugada ¡Me besa! Y algo me toquetea por encima de la ropa. Valoro sus besos y caricias. Nada mal. Me gustó. Estamos a la entrada de mi casa. Miro arriba en el momento que la luz del cuarto de mis padres se enciende y apaga la fogata que arde en mi cuerpo. No dormí mucho. Me sentía feliz y bien dispuesta para la siguiente fase. Pero nunca llegó. No entendía. Medito en lo bien que siempre me desodorizo. Bucal y corporal.
Pasaron las vacaciones y de nuevo en clase. Raúl fugado. Oculto. Reaparece por la Escuela de Letras. Dice estar atareado. Nos tomamos de la mano. Caminamos y reímos sin saber de qué. De pronto un beso robado, casi de piquito. Combustiono de nuevo. No me sabía dueña de tanto apasionamiento. A todos nos resulta factible confundir amor con lujuria. Demasiada timidez de su parte.
Me cuenta que su tiempo debe ocuparlo para un concurso de oposición en una empresa de EEUU. No le volví ver. De nuevo en el ostracismo amoroso. Esperando por otra histori
Me casé. Soy infeliz. Esa es otra historia. De un tiempo a esta parte hay un despertar. Pero aún estoy suspendida. No sé cómo aletear, como volar. ¿Y después? No sé».
Sigo… Ahora hablo en presente. Tengo a mi ahijado encima. Me excuso de no haberle contactado antes. Doy mil y una razones. Empiezo a no entender lo que digo. El corazón se me acelera y siento que mi busto martillea sus pectorales. La razón interviene y aparto suavemente a mi ahijado. Estoy algo perturbada, más no excitada. Después de casada es la primera vez que de forma tan afectuosa, me abrazo a un hombre. Roberto ni mira. En otra circunstancia con seguridad que me hace una escena de celos. Quizás se contiene por respeto al Signore Carlo. Quizás no se le ha pasado el susto. Papá le puso una pistola en la cara y amenazó con dispararle si volvía a ponerme las manos encima. Aquel día le grité que quería tener mi propio hijo. Necesario es buscar un amante que me embarace. Le estruje en cara la fecha de su último toque sexual. Tres años, seis meses y veintiún días. Ni más ni menos,… y ya no tiene con qué. Un castigo, una condena. Muerte en vida. No quiero seguir de madrastra de sus dos monstruitos que ahora vacacionan con su madre. Casi que me estrangula. Desde entonces mi secreto está en peligro. Bueno siempre lo estuvo.
La noche será testigo de algún celo.
Tanteo las cuentas de mi rosario. Tres años, siete meses, once días y diez horas. No juzguen mal. No es un TOC, ni un collage de sufrimientos recurrentes. Un libro, más café con leche bien caliente, azúcar, una pajarilla y un minuto. Mover el azúcar con la pajarilla a velocidad vértigo anti horario, el entre tanto dedicarlo a la lectura. Santo remedio. Suficiente. Más Platón y menos Prozac para mí.
El Tiempo retoma su primitivo camino. Pero antes voltea, nos mira tomados de la mano de regreso a Casa Grande y sonríe. Esa risita de granuja me preocupa. No es lo que piensa. Pero aun siendo así, no deseo que se inmiscuya en mi destino y quiera hacer el papel de alcahueta. Tiempo y Destino. “Time” en The Dark Side of the Moon. Pink Floid.
Apenas tengo veintiséis primaveras y de ellas cinco años de casada. Él calza cincuenta y dos.
Necesito y ansío tener un hijo nacido de mis entrañas
En realidad Luis Carlo no es mi ahijado. Todo es producto de una broma que con los años resulta incómoda. El padre Quinto Antonio Della Bianca lo bautiza en la Iglesia de la Santa Cruz de Puerto La Cruz-Venezuela. Mi hermana es su madrina. Lo recuerdo. Tengo doce años y Luis Carlo cuatro. Su madre lo coloca en mis brazos y dice: «eres su madrina, debes cuidarle». Luis Carlo en esa etapa de niñez, me tutea como su novia cuando jugamos. Ahora me dice madrina. Pero todo evoluciona incluyendo los sentimientos. No lo espero, No obstante, sin querer ilusiono. Estoy despierta. No hay dudas que desvarío. Mi situación matrimonial me tiene al borde. Es algo mágico. Miro mi dedo meñique, no hay señales de ningún hilo rojo.
Fugazmente, pienso y me miro en Emma, Catalina y Constance. Madame Bovary, Cumbres borrascosas y El amante de Lady Chatterley son últimamente mi refugio lectivo, que mantengo a escondidas y fuera del alcance de mi esposo Roberto. Las leo y releo. La precaria situación sentimental me obliga a afiliarme en la nómina de “Las mujeres que leen son peligrosas” el bestseller de Stefan Bollmann.
Punto y seguido. Haciendas, granjas, el campo, bosques, cabañas. Rutina. Aburrimiento. ¿Coincidencias?
Todo pareciera ser el naciente de un dolor placentero, que no dejará de ser escabroso.
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