Parte 1
Hay cosas que suceden una vez en la vida, y no a todas las personas. Me refiero a situaciones extremas de las que llegas a dudar si vivirás para contarla. En mi caso fue recibir en primera fila el embate de un huracán de categoría 5, el primero en la historia en golpear la costa mexicana del Pacífico.
En ningún temblor ni otro tipo de catástrofe natural, me sentí tan frágil y tan expuesta como esa noche en que Otis borró del mapa a Acapulco. Esta es una reseña de lo que viví desde ese día en que el ciclón más devastador jamás registrado en México nos cambio la vida a miles de personas.
1.1 No estábamos preparados
“Vente a mi casa, acá estamos más seguros porque puede haber inundaciones”, me dijo mi hermana a las 3 de la tarde de ese martes 25 de octubre de 2023.
Gaby llevaba casi 30 años viviendo en Acapulco, México, con su esposo Gordon. Su casa se ubica en una zona alta mientras que yo vivía a nivel del mar en la zona Diamante que ha tenido varias inundaciones. Este parecía el mayor riesgo ahora que Otis iba a tocar tierra en Guerrero al sur de Acapulco, y había progresado muy rápidamente pasando de categoría 2 a la 4 esa mañana.
Me pareció lógico irme al departamento de mi hermana, en lugar de quedarme sola temiendo que en cualquier momento se inundara el que yo rentaba en la planta baja de un edificio de seis pisos en un fraccionamiento ubicado justamente en la zona Diamante.
Me fui pues a su casa en un conjunto de ocho edificios enclavado en un cerro con vista al mar. Eran las 3.30 de la tarde aproximadamente y ya estaba lloviendo.
El meteoro que esa tarde alcanzó la categoría 5 tomó a muchos por sorpresa a pesar de que se declaró estado de alerta máxima, y se emitieron llamados para que las personas en zonas de riesgo como cerca de ríos o barrancas se fueran a los refugios.
En Ciudad de México también hubo alarma en nuestra familia, a las 8 de la noche mis hijos me llamaron para decirme que nos fuéramos de Acapulco, lo cual nos parecía más riesgoso porque ni mi hermana ni yo, nos sentíamos capaces de manejar de noche y ya con tormenta.
La mayor preocupación era que ocurriera un deslave por el hecho de que el edificio tenía la pared rocosa de un cerro atrás y una barranca adelante. Nuestra única tranquilidad era pensar que las rocas gigantescas que lo conformaban eran inamovibles, llevaban siglos ahí y habían resistido todo.
Yo había tenido la precaución de llevar conmigo documentos, dinero y algunas cosas de valor, sin creer que fuera necesario, pero ya en la noche empecé a inquietarme. Mi hermana y su esposo se habían ido a dormir como siempre, cuando me volvió a llamar mi hijo Javier.
1.2 El golpe.
En el instante en que escuché el primer golpe contra una ventana, supe que algo grave podía pasar. Eran las 12.10 de la noche cuando me marcó mi hijo.
“Mamá, estoy siguiendo la trayectoria del huracán en tiempo real, está a punto de tocar tierra y el centro pegará directo en Acapulco. Necesitan meterse a un cuarto de atrás de inmediato” me dijo. “No están dimensionando lo que viene”.
Mi hermana y mi cuñado se habían levantado y apenas tuvimos tiempo de tomar unas lámparas de pilas, unos tapetes de yoga, almohadas, y yo la bolsa con mis cosas para meternos en un baño que no tenía ventanas, cuando se desató la hecatombe.
Encerrados ahí escuchábamos el rugir del viento que iba aumentando y los golpes cada vez más fuertes contra las paredes. No veíamos lo que estaba pasando, pero sonaba como el fin del mundo, como un bombardeo, o como lo describió Gordon después, como si una locomotora estuviera pasando por encima.
Afuera, los ventanales de todo el frente que daba al mar, se colapsaron, las ventanas de las recámaras cayeron sobre las camas o salieron volando, una por una, hasta que el viento se apoderó de todo el espacio, como rey y señor entraba y salía, azotando objetos contra el suelo, contra las paredes, tirando el plafón del techo y arrancando puertas.
Solo quedó una en pié, la puerta de nuestro refugio que las ráfagas más fuertes hacían vibrar, haciéndonos temer que pudiera abrirse y el viento se apoderara también de nuestro espacio. Atrás de ella Gaby, Gordon y yo, agazapados nos veíamos unos a otros en estado de shock sin hablar y sin poder creer lo que estaba pasando. Empecé a rezar en voz alta y mi hermana se unió a las oraciones.
1.3. El ojo del huracán
El viento producía cambios de presión que sentíamos en los oídos y los estruendosos golpes me hacían mirar al techo preguntándome si iba a resistir. mi hermana y mi cuñado hacían presión con los pies contra la puerta del baño —donde se estrellaban cristales, maderas y fierros— para asegurarnos que el viento no la abriera y se apoderara también de nuestro refugio. Empezó a entrar agua y acabamos sentados en dos centímetros de agua.
No nos habíamos preparado en absoluto para una situación como ésa. ”Con razón mis hijos nos pidieron que nos fuéramps” pensé, pero había sido demasiado tarde. La noche se hizo interminable. Rezamos varias veces, yo platiqué un cuento, jugamos adivinanzas, cualquier cosa que distrajera el miedo.
De repente, se hacía el silencio y la calma, como al poner en pausa una grabación, pero apenas duraba un par de minutos y arrancaba de nuevo con mayor furia. En cada una nos preguntábamos si sería el ojo del huracán, no podíamos saber en que momento fue pero de que estuvimos en el ojo, no cabe duda. La sensación era de un suspenso angustioso, un silencio momentáneo que helaba la sangre hasta que se repente volvía el embate.
Creer que ya había pasado lo peor y la frustración e impotencia al darme cuenta que no era así traía lágrimas a mis ojos, así como pensar en mis hijos y ver la expresión desencajada de mi cuñado y la angustia de mi hermana fue lo más duro.
Cuando por fin las pausas se hicieron más largas y bajó la intensidad, aprovechamos uno de esos momentos para mudamos al otro cuarto de baño, el único lugar que se mantenía seco porque estaba un escalón más alto y ahí armamos tendidos en el piso como camas para acostarnos a tratar de dormir. Eran las 4.30 am, habíamos estado encerrados más de cuatro horas.
No podía dejar de pensar en mis hijos y nietos, y así con llanto contenido, momentos de pánico, a ratos riendo y otros solo inhalando y exhalando, se hizo de día.
Cuando salimos y vimos la destrucción total del departamento nos quedamos mudos, pasmados por el shock.
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