Un Profesor Encantador

Un Profesor Encantador

Reb Liz

05/01/2024

Sinopsis

Brenda Brown es una chica de 17 años que vive en Londres, Inglaterra. Es inteligente, sensible, tímida y solitaria. Se dedica tanto a estudiar que a veces olvida mirar el mundo que la rodea. Sin embargo, todo cambia en su último año de preparatoria cuando conoce a un chico que pone su mundo de cabeza. Pero, ¿quién resulta ser ese misterioso chico? ¿Realmente los profesores están fuera de nuestro alcance?

Acompaña a Brenda en esta emocionante historia de autodescubrimiento, amor y desafíos inesperados. ¿Estás listo para sumergirte en su mundo y descubrir qué deparará el destino?

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Capítulo 1: Primer día de clases

Narra Brenda

A las 6 am, como de costumbre, ya estaba despierta. Hice mi cama, me bañé y procedí a preparar el desayuno. Mis padres se levantan a las 6:30 am y mi hermana a las 7 am, así que cuando se despiertan, el desayuno ya está listo.

A las 6:30 am, justo después de terminar mi desayuno, mis padres se levantaron.

– Buenos días, mamá. Buenos días, papá – los saludé con una sonrisa.

– Buenos días, Brenda – respondieron mis padres al unísono.

Recogí mi mochila y me preparé para salir.

– Me voy a la escuela – anuncié con una sonrisa.

– No entiendo por qué siempre te vas tan temprano, las clases comienzan a las 7:15 am – comentó mi mamá con tono serio.

– Ya sabes que me gusta llegar temprano para tener tiempo de ir a la biblioteca y leer – expliqué con timidez.

– Tú y tus libros, hija. Está bien leer, pero no debes vivir solo en los libros – agregó mi papá con seriedad.

– Nos vemos cuando salga de la escuela – me despedí con un tono de tristeza, les di un abrazo a mis padres y salí.

Llegué a la escuela y, como siempre, fui la primera alumna en llegar. Ni siquiera los profesores llegan a esa hora. Los únicos que llegan antes que yo son el director y la bibliotecaria.

– Buenos días, señor Kabana. Buenos días, señora Arriaga – saludé al director y a la bibliotecaria con una sonrisa.

– Buenos días, señorita Brown. Como siempre, eres la primera en llegar – me respondió el director mientras abría las puertas de la escuela.

– Buenos días, señorita Brown. ¿Qué libro planeas leer hoy? – preguntó la bibliotecaria con una sonrisa.

– Hoy tenía ganas de leer Orgullo y Prejuicio de Jane Austen – respondí sonriendo.

– Pero ese ya lo has leído muchas veces. Bueno, en realidad has leído todos los libros que tenemos en la biblioteca – comentó la bibliotecaria, sonriendo.

– Lo sé, lo he leído muchas veces. Pero es mi libro favorito – dije, sonriendo. Las puertas de la escuela se abrieron y me dirigí a la biblioteca con la bibliotecaria.

– Hasta luego, señor Kabana – me despedí mientras me alejaba.

– Nos vemos más tarde, señorita Brown – respondió el director con una sonrisa.

Estaba en la biblioteca, a punto de tomar mi libro, cuando sentí una mano sobre la mía. Ambos habíamos alcanzado el libro al mismo tiempo. Me di la vuelta y vi a un chico con ojos azules, cabello claro y una mirada cautivadora.

– Disculpa… quería leer este libro, pero tú lo agarraste primero, así que buscaré otro – dijo el chico con una sonrisa.

Era de tez blanca, cabello castaño y de aproximadamente 1.57 metros de altura.

– Bueno… yo lo tomé primero, pero puedes leerlo si quieres. Yo puedo elegir otro, hay muchos libros que leer… Cada libro aquí es un mundo que vale la pena explorar – dije con timidez.

– Tengo una idea, ¿qué tal si lo leemos juntos? – sugirió el chico con una sonrisa. – Mucho gusto, soy Alan Freeman – se presentó, extendiendo su mano.

– Me parece una gran idea. Mucho gusto, soy Brenda Brown – respondí, estrechando su mano.

Nos dirigimos a mi rincón favorito de la biblioteca, un lugar apartado con un sillón cómodo. Me encantaba ese lugar porque podía sumergirme en la historia que leía sin interrupciones.

– Este es mi lugar favorito. Siempre leo aquí – dije, sonriendo.

– Me gusta… es un lugar aislado, ideal para leer sin interrupciones. ¿Te gusta mucho leer? – preguntó, mirándome a los ojos.

– Me encanta… La literatura es mi pasión.

Nos sentamos y leímos juntos, compartiendo nuestras ideas sobre el libro. Cuando terminamos de leer, hablamos de cosas interesantes para conocernos mejor: música, libros, arte. Estaba emocionada, por fin estaba conversando con alguien que pensaba igual que yo. Sin embargo, nunca mencioné mi edad, ni él la suya. Supuse que era un estudiante universitario. Miré la hora y noté que estaba a punto de sonar el timbre para el inicio de las clases.

– Mira la hora, pronto sonará el timbre para las clases – dije, sonriendo. Y justo en ese momento, sonó el timbre.

– ¿Siempre eres tan perceptiva? – preguntó, sonriendo. – Siempre suena a esta hora – respondí, sonriendo.

Me estaba despidiendo para ir a clases. Planeaba darle un beso en la mejilla, pero él giró la cara y el beso fue en la boca. Inmediatamente me retiré, cubrí mi boca y bajé la mirada, nerviosa.

– Tranquila, no hay problema – me tranquilizó. Levantó mi cabeza y me besó. Sonrojada, correspondí al beso.

– Espero verte pronto, Alan – le sonreí y salí de la biblioteca, dejándolo solo.

Narra Alan

– Guau, ¿quién es esta chica? – dije, fascinado. Su presencia había dejado una impresión duradera en mí. Su amor por los libros, su sonrisa, todo en ella me intrigaba. Sentí una conexión instantánea, algo que nunca había experimentado antes. Había algo en ella que me atraía, algo que me hacía querer conocerla mejor. En ese momento, supe que quería verla de nuevo, quería conocerla más. Con una sonrisa en mi rostro y el corazón latiendo con anticipación, salí de la biblioteca, emocionado por nuestro próximo encuentro.

Narra Brenda

Eran las 7:15 de la mañana y sabía que tenía una larga jornada de clases por delante. La primera era Matemáticas con el Profesor Miller, seguida de Física con el Profesor Kendall a las 8:15, luego Química con el Profesor Bennett a las 9:15 y así continuaba hasta llegar a las 10:15, hora de la clase de inglés con la Profesora Baker. Pero la que más esperaba era la clase de Literatura a las 11:15, mi materia favorita. Escuché un rumor de que tendríamos un nuevo profesor y esperaba que fuera alguien que disfrutara tanto de la literatura como yo.

Estaba escribiendo en mi cuaderno cuando entró el nuevo profesor y pude escuchar los suspiros de mis compañeras que murmuraban «Ay, es tan guapo».

– Buenos días, jóvenes, soy su nuevo profesor de Literatura – dijo mientras escribía su nombre en el pizarrón.

Yo quedé sorprendida al escuchar su voz, era una voz que conocía.

Despacio levanté la mirada y me quedé paralizada al ver el nombre que estaba escrito en el pizarrón:

Alan Freeman

Era él, el chico con el que había compartido una tarde en la biblioteca.

– Ese es mi nombre, soy graduado de la Universidad de Nueva York, y espero ayudarles en esta materia que es tan importante – continuó Alan.

De repente, Alan se volteó y se quedó paralizado al verme. Tartamudeó y tragó saliva antes de continuar hablando.

Yo no sabía qué hacer, así que decidí bajar la mirada apenada, me di cuenta de que había besado a mi profesor.

– Es muy interesante – dijo Alan, intentando disimular la situación.

La clase continuó y Alan habló sobre la importancia de la literatura, compartiendo su pasión por los libros. Estaba emocionada de tener a alguien que compartiera mi amor por la literatura como mi nuevo profesor.

Alan siguió hablando, mientras yo procuraba evitar levantar la mirada debido a los nervios que sentía. De repente, se me cayeron todos mis libros al suelo y el ruido llamó la atención de todos en la clase.

– ¿Algún problema, señorita Brown? – preguntó Alan.

Todos se quedaron viéndome y me sentí avergonzada. No sabía cómo reaccionar, así que solo recogí mis libros y bajé la mirada.

«Primer día de clases», reflexioné en silencio. Con la certeza de que este año escolar prometía ser interesante, especialmente con la presencia del Sr. Freeman como mi nuevo profesor de Literatura, sentí un cosquilleo de anticipación.

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Capítulo 2: Conociendo a mi profesor

Narra Alan

Mientras hablaba sobre la importancia de la literatura, noté que Brenda estaba nerviosa y evitaba mi mirada. De repente, se le cayeron todos sus libros al suelo y el ruido llamó la atención de todos en la clase.

– ¿Algún problema, señorita Brown? – pregunté con calma.

Todos se quedaron viendo a Brenda y me miraron a mí, pero no tardé en darme cuenta de que había llamado a Brenda por su apellido sin haber pasado lista todavía.

– Lo siento, señorita Brown. Sé quién es porque está en el cuadro de honor – dije con seriedad, tratando de arreglar mi error.

En realidad, había inventado eso de los nervios, pero resultó que no era tan mentira, ya que había fotos de ella en la vitrina y el mural de honor. Por eso los estudiantes no dudaron cuando dije eso.

– ¡Típico! – exclamo, el chico rebelde. – Todos conocen a la cerebrito, el mural está lleno de fotos de ella como mejor estudiante en todas las materias, la vitrina de trofeos está llena de trofeos con su nombre, y no olvidemos la vitrina de medallas también con su nombre.

– Hay algo que quisiera compartir con la clase – dije con un tono afable, tratando de cambiar el tema.

– ¿Cuál es su nombre? – pregunté con amabilidad, al chico rebelde.

– Jackson Lane – respondió con una mirada desafiante.

– Bueno, Jackson Lane, te haré un reporte de atención y esto irá a tu expediente – dije mientras agarraba una hoja y la firmaba.

– Y esto va para todos. Cuando escucho que se burlan de algún compañero, estamos aquí para aprender, no para hacerle bullying a nadie. ¿Está claro? – pregunté con un tono afable.

– Sí, profesor – respondieron todos al mismo tiempo.

Narra Brenda

Bajé la mirada sonriendo, agradecida de que Alan me hubiera defendido. No podía quitarme de la cabeza el beso que nos dimos, pero sabía que estaba mal. Él era mi profesor y yo era su alumna.

Alan se sentó en su escritorio, sacó una carpeta y comenzó a pasar lista. Luego, sacó unos papeles de su portafolio y empezó a repartir uno a cada uno.

– Este es un cuestionario. Me gustaría saber su nivel en Literatura para poder saber quién necesita más ayuda y quién no – dijo Alan con un tono autoritario.

Todos comenzaron a hacer el cuestionario. Miré alrededor y vi que algunos estudiantes se oprimían la cabeza. Para mí, el cuestionario era como un juego de niños. Podría terminarlo en cinco minutos.

Pero esta vez, no quería terminarlo tan rápido. No quería ser la primera en entregar, así que me tomé mi tiempo y lo hice lo más lento que pude. Aun así, terminé primero que los demás.

Traté de demorar la entrega todo lo que pude, pero noté que empezaron a mirarme. Se dieron cuenta de que ya había terminado y que por algún motivo estaba retrasando la entrega. Así que decidí sacar una hoja aparte, escribir una nota y entregarla junto con el cuestionario a Alan.

– Aquí tiene, profesor Freeman. Ya terminé – dije mientras le entregaba el cuestionario.

– Muchas gracias, señorita Brown. Puede sentarse – dijo Alan mientras tomaba mi trabajo y sentía sus manos sobre las mías.

Me senté y observé desde mi pupitre cómo él leía la nota. Después levantó un poco la mirada y me miró con unos ojos que transmitían ternura, como diciéndome que sí. La nota decía:

«Necesito hablar contigo después de clases. Por favor».

– Tienen poco tiempo para terminar el cuestionario – dijo Alan mirando su reloj. Yo saqué un cuaderno y empecé a escribir. Por alguna razón, solo podía pensar en Alan y sin darme cuenta, empecé a escribir su nombre con mi apellido y mi nombre con su apellido.

Cuando sonó el timbre para el recreo, antes de que comenzara la clase optativa, todos empezaron a levantarse para entregar el cuestionario. Yo rápidamente cerré el cuaderno para que nadie viera lo que estaba escribiendo, lo guardé en mi mochila y luego salí del aula esperando a que todos salieran. Cuando todos salieron, esperé un momento y entré otra vez.

– Hola – dije mirándolo a los ojos con timidez. Él me miró y noté en su mirada una mezcla de amor y temor. Por un momento sentí que quería abrazarme y por otro lado sentí que quería alejarse de mí.

– Yo no sabía que eras estudiante. De hecho, lo que dije de que vi tu foto era mentira – dijo Alan con una mirada triste.

– Creí que eras profesora. Te vi llegar cuando la escuela recién estaba abriendo. Solo estaban el director y la bibliotecaria – suspiró Alan aún más abatido.

– Bueno, yo siempre vengo temprano para tener tiempo de ir a la biblioteca antes de entrar a mis clases. Yo me imaginé que eras mayor que yo, pero creí que tú eras un estudiante universitario – le dije mientras mis ojos se posaban en los suyos.

– Mira, eres increíble, Brenda. Cuando te conocí, me pregunté ‘¿Dios, quién es esta chica?’ Pero en realidad, no fue ese momento el que me impactó solamente. Cuando te vi llegar a la escuela, tú no me viste, pero yo estaba llegando. Me detuve un momento a lo lejos y te observé a la distancia. Estabas hablando con el director y la bibliotecaria – continuó Alan.

– Me dije, ‘Dios, es la chica más hermosa que he visto’. Luego, cuando entraste a la escuela, te perdí de vista y lo único que pensaba era en cómo encontrarte. Por algún motivo, decidí ir a la biblioteca. Al llegar, decidí leer uno de mis libros favoritos sin imaginarme que mis manos chocarían con las manos de la chica más hermosa del mundo. Y cuando tuvimos la oportunidad de hablar, mi fascinación aumentó. Y cuando te fuiste, me sentí como un idiota porque ni siquiera te había dado mi número. Lo único que tenía en mi mente era reencontrarme con esa chica – dijo Alan con una mirada que transmitía amor cuando hablaba.

– Yo me acerqué despacio hacia su escritorio. Con timidez y con cautela, tomé su mano y él me miró a los ojos.

– Sigo siendo esa chica, nada es distinto – dije mirándolo a los ojos.

– Sí, claro que sí. Soy tu maestro – dijo Alan algo arrepentido.

– Sé que no soy yo nada más, sé que tú también sientes lo mismo que yo – dije acariciando su mano.

– Pero no está bien – dijo Alan mirándome a los ojos y sin mirarlos a la vez.

– ¡No podemos!… – dijo Alan soltando mi mano. Después se levantó y salió del salón. Yo me quedé un momento ahí, frente a su escritorio, hasta que sonó el timbre. Había finalizado el recreo y era hora de ir a las clases optativas.

Eran las 12:30 y yo estaba en la clase de primeros auxilios. Sentada ahí, me pasó algo que nunca me había pasado: no podía concentrarme en la clase, solo podía pensar en Alan. Ni cuenta me di cuando terminó la clase, todos mis compañeros empezaron a retirarse y yo estaba por retirarme también, pero justo en ese momento la profesora Herrera me llamó.

– Señorita Brown, ¿puede quedarse un momento, por favor? – dijo la profesora con tono serio.

– Sí, por supuesto, señora Herrera – dije pensativa.

– ¿Qué le pasó hoy, señorita Brown? Noté que no prestó atención a la clase y eso no es normal en usted, señorita – dijo la profesora con tono de preocupación.

– Nada importante, señora Herrera. Hoy estaba cansada, pero le prometo que para la próxima clase ya voy a estar mejor – dije tratando de disimular mi nerviosismo.

– ¿Está segura de que es solo cansancio? – preguntó la profesora con tono de preocupación.

– Sí, profesora. ¡Gracias por preocuparse! – dije sonriendo.

– Ok, toma esto – dijo la profesora mientras me entregaba un papel.

– Es lo que se dio en la clase de hoy, para que te pongas al día y no te atrases – dijo la profesora con un tono amable.

– Gracias, profesora – dije sonriendo.

– De nada, después de todo es la primera vez que no te concentras en clase – dijo la profesora mirándome a los ojos.

– Muchas gracias. Hasta mañana, profesora – dije sonriendo y salí del salón.

Después de la escuela, fui a una cafetería llamada Café & Amor, que era mi lugar favorito después de clases. Me gustaba estar ahí y había un postre que no estaba en el menú, pero que igual me lo preparaban.

Luego, el mesero se acercó para tomar mi orden. Era un año mayor que yo y era mi mejor amigo o más bien mi único amigo. Él trabajaba ahí por las tardes y por la mañana iba a la universidad, estudiaba para ser profesor de matemáticas.

– Brenda, ¿cómo estás? – dijo el mesero Ian sonriendo.

– Hola, Ian. ¡Todo bien! ¿Y tú? – dije sonriendo.

– ¡Todo bien! – dijo Ian sonriendo.

– ¿Quieres lo mismo de siempre? – preguntó Ian sonriendo.

– Me conoces bien – dije sonriendo.

– ¡Helado de oreo con extra de chocolate y galletas aparte! Tu orden estará lista en 10 minutos – dijo Ian sonriendo antes de retirarse.

Después de quedarme pensando un rato, alguien entró a la cafetería y me vio pensativa. Se acercó a mí.

– ¿Te encuentras bien? – preguntó Alan mirándome a los ojos.

– ¿Te interesa? – dije con tono insolente.

– No sé qué me duele más, tener que alejarme de ti o la manera como te traté – dijo Alan mirándome a los ojos. Hice un ademán con la mano para que se sentara en la silla frente a mí. Él se tropezó y tumbó un servilletero sobre mí.

– Lo siento – dijo Alan sentándose frente a mí.

– ¿Por el servilletero o por ser un idiota? – le dije mirándolo a los ojos.

– Ambos – dijo él mirándome a los ojos.

Después, llegó Ian con mi helado.

– Aquí tienes, Brenda – dijo Ian entregándome mi helado.

– Gracias, Ian – dije agarrando mi helado.

– ¡Ah! Te presento, él es mi profesor de literatura – dije haciendo un ademán con la mano.

– Mucho gusto, señor. ¿Qué le puedo servir? – preguntó Ian mirando a Alan.

– «Lo mismo que pidió la señorita – dijo Alan mirando a Ian.

– Su orden estará lista en 10 minutos – dijo Ian y se retiró.

– ¿Vienes seguido aquí? Veo que el camarero te conoce – preguntó Alan mirándome a los ojos.

– Ian es mi mejor amigo… mi único amigo, mejor dicho. Este es mi lugar favorito, me gusta venir siempre después de la escuela – dije mirándolo a los ojos.

– Sí, supongo que es un buen lugar. Acabo de mudarme de Nueva York, no conozco mucho todavía – dijo Alan mirándome a los ojos.

Después llegó Ian con el helado de Alan.

– Aquí tiene, señor – dijo Ian entregándole el helado a Alan.

– Muchas gracias – dijo Alan mirando a Ian.

– De nada – dijo Ian y se retiró.

– ¿Estudiaste en Nueva York? – pregunté mirándolo a los ojos.

– Sí, soy recién graduado de Harvard – dijo Alan mirándome a los ojos.

Y así nos quedamos platicando durante una hora. Disfrutaba cada palabra de lo que decía. Ian nos observaba a lo lejos, creo que sospechaba que algo pasaba. Después se acercó a la mesa con la cuenta de los dos. Yo estaba a punto de sacar mi billetera para pagar mi helado, pero Alan pagó por mí.

– Nos vemos luego, Ian – dije mirando a Ian.

– Nos vemos luego, Brenda – dijo Ian mirándome.

– Nos vemos mañana, profesor – dije mirando a Alan. Después me levanté y salí.

Después de un rato, Alan se levantó y me alcanzó una cuadra después de la cafetería.

– ¿Entiendes que esto es malo, no? Podemos tener problemas por esto – dijo mirándome a los ojos.

– Yo jamás haría algo que te pusiera en problemas – dije mirándolo a los ojos. Besé su mejilla y me di vuelta para irme. Él se quedó parado por un momento. Después me jaló del brazo y me besó. Yo rodeé mis brazos alrededor de su cuello y respondí al beso.

Conociendo a mi profesor, algo dentro de mí cambió. Un mundo completamente nuevo pareció abrirse ante mí, un mundo lleno de emociones intensas y desconocidas. Cada vez que lo veía, un cosquilleo se apoderaba de mi estómago y mi corazón parecía latir al ritmo de una melodía desconocida. Me sonrojaba cada vez que nuestras miradas se cruzaban o cuando me dirigía la palabra. Sí, estaba viviendo algo nuevo, algo emocionante. Conociendo a mi profesor, había descubierto una nueva forma de entender el amor.

Capítulo 3: Enamorada de mi profesor

Narra Brenda

Estábamos besándonos, era un beso increíble, mágico, eterno. Sentía que no quería soltar sus labios, que no quería salir de sus brazos. Por un momento, sentí que el mundo desapareció y que solo éramos él y yo. Ya no había dudas: ¡estaba completamente enamorada de mi profesor!

De golpe, comencé a escuchar una voz que me llamaba a lo lejos.

– Brenda… ¿Me escuchas? – Decía esa voz a la distancia.

Despertando.

– ¿Sí? – Dije nerviosa. Ahí estaba Ian enfrente de mí, su mirada era de preocupación.

– ¿Estás bien? – Dijo sentándose junto a mí. – Te dormiste por un segundo.

Sonreí nerviosa. – Estoy bien. ¿Qué pasó con la persona que estaba enfrente de mí? – Dije confundida.

– Nadie estaba enfrente de ti, Brenda – Dijo preocupado. – ¿Estás bien?

Tartamudeando, dije: – Estoy bien… Mmm, estoy algo cansada… Me quedé dormida un momento. – Dije nerviosa.

– ¿Estás segura? – Dijo preocupado. – ¿Quieres que te lleve a tu casa? Ya mi turno termina.

– Mm, no hace falta, tengo mi auto afuera. – Besé su mejilla. – Hasta mañana, Ian.

– Nos vemos mañana, Brenda – Dijo mirándome preocupado.

Durante el camino, no pude dejar de pensar en Alan. Estando en mi habitación, mientras pensaba y trataba de convencerme de que estaba mal, me di cuenta de que no podía evitar sentir lo que sentía.

– ¡Ya basta, Brenda! – Me dije mirándome al espejo. – Él es el profesor Freeman, no puede pasar nada entre nosotros.

– Quítatelo de la cabeza… – Me dije señalándome. – Concéntrate en tus estudios.

Toc-toc (golpean la puerta)

– ¿Quién es? – Dije nerviosa.

– Soy mamá, hija. ¿Puedo pasar? – Dijo con un tono preocupado.

– Sí, mamá, adelante – Dije nerviosa.

Entra. ¿Está todo bien, cariño? Te noto algo tensa – Preguntó preocupada.

– Estoy bien, mamá – Dije nerviosa. – En serio, no te preocupes.

– Acercándose a mí – ¿Segura? Sabes que puedes decirme lo que sea – Dijo mientras me abrazaba.

– Gracias, mamá. Lo sé – Dije respondiendo al abrazo.

– Estoy aquí para ti, hija – Besó mi frente y estaba por salir de la habitación.

Tartamudeando, dije: – Ma… mamá. Quería compartir con ella, pero no pude.

– ¿Quieres decirme algo, hija? – Dijo mirándome a los ojos.

– No… nada… olvídalo – Dije nerviosa.

– ¿Estás segura? – Preguntó preocupada. – Siento que quieres decirme algo.

– Eh… sí – Dije evadiendo el tema. – Mañana es el examen de literatura para elegir al estudiante que va a representar a la escuela en el concurso de México.

– Ah, eso es lo que te tiene tan preocupada – Dijo aliviada. – No te preocupes, hija, estudiaste mucho. ¡Sé que vas a ganar! – Acariciando mi cabello. – Y no viajarás sola, yo viajaré contigo y tu profesor de literatura también.

Tragué saliva. Se me había olvidado que el profesor de literatura viajaba con el estudiante elegido. – Dije mentalmente.

– ¿En qué estás pensando, hija? – preguntó mi madre, mirándome a los ojos.

– «Bueno, me gustaría ganar… ya sabes que esto mejoraría mi currículum académico», dije sonriendo nerviosa.

En mi mente, pensé: «Pero también me permitiría viajar con el profesor».

– Lo sé, hija… sé que es importante para ti mantener un buen promedio para entrar en tu universidad soñada – dijo mi madre con una mirada de orgullo -¡Y sé que lo lograrás! Descansa, mi niña – Me besó en la mejilla y salió de mi habitación.

Al día siguiente, llegué temprano a la escuela como de costumbre, y allí estaban el señor Kabana, la Señora Arriaga y Alan, que llegó al mismo tiempo que yo.

– Buenos días, Señorita Brown – dijo Alan nervioso.

– Buenos días, Profesor Freeman – dije yo nerviosa.

– Buenos días, Señor Kabana. Buenos días, Señora Arriaga – saludé sonriendo.

– Buenos días, Señorita Brown. Siempre es un placer verla temprano – dijo el director sonriendo.

– Buenos días, Profesor Freeman – dijo Alan mirándolo.

– Buenos días, Señor Kabana – dijo Alan sonriendo.

– Buenos días, señorita Brown. ¿Estás lista para viajar a México? – preguntó sonriendo la bibliotecaria.

– Ah, todavía no hemos hecho el examen para saber quién viajará – dije mirando al suelo.

– No necesito un examen para saber quién va a ganar», dijo sonriendo. «Estamos en presencia de la mejor estudiante de esta escuela – Me sonrojé y así fueron pasando las clases. Llegó la hora del examen de Literatura.

– Buenos días – dijo Alan sonriendo.

– Aquí está el examen para el concurso literario en México. Como saben, el mejor promedio será el que viaje – anunció el profesor Freeman.

– ¿Viajará usted con el estudiante seleccionado, profesor? – preguntó Natalia, con una sonrisa coqueta.

– Así es, señorita – respondió él con un tono amable.

– Entonces, espero sacar el mejor promedio – dijo con una sonrisa coqueta mientras Alan nos entregaba los exámenes.

– Pueden comenzar – dijo él sonriendo.

– Y cuando terminen, me los entregan y pueden retirarse – agregó sentándose en su escritorio.

Terminé el examen primero y me acerqué al escritorio de Alan.

– Aquí tiene, profesor Freeman – dije entregándole el examen – ¡Ya lo terminé!

– Muy bien, señorita Brown – dijo él, tomando el examen – Puede retirarse

Salí del aula y fui a la biblioteca mientras esperaba a que empezara mi clase de primeros auxilios. Cuando finalizó la jornada de clases, todos volvimos al aula de Literatura para conocer las calificaciones. Alan llegó con el director.

– Bueno, primero que nada, quiero felicitarlos a todos por sus esfuerzos – dijo el director con un tono amable.

– El mejor promedio es…- hizo una pausa para sonreír… – Brenda Brown – anunció el director.

Me quedé sonriendo con la mirada abajo.

Completamente enamorada del profesor. Soy una chica tímida que está intentando reprimir sus sentimientos porque sé que está mal enamorarse de mi profesor. Pronto tendré que viajar a México para un concurso literario con él, lo que hará que sea aún más difícil controlar mis emociones.

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Capítulo 4: Invitación Sorpresa

Narra Brenda

– Brenda Brown – dijo el director.

– Gracias – dije bajando la mirada mientras se acercaba a mi pupitre.

– Aquí tiene, señorita – me entregó una hoja firmada y sellada.

– Gracias – Repetí sonriendo.

– La clase de Literatura la suplirá la profesora Hernández – dijo el director haciendo un ademán con la mano y presentándola a toda la clase.

– Pasemos a mi oficina, señorita Brown mientras esperamos que lleguen sus padres – dijo el director haciendo un ademán con la mano.

– Los demás pueden retirarse.

Mientras me dirigía a la oficina del director, los demás comenzaron a retirarse. Me sentía nerviosa y preocupada, Más tarde, llegaron mis padres.

– Señor Kabana, el señor y la señora Brown acaban de llegar – dijo la secretaria.

– Que pasen, por favor – dijo el director.

Mis padres entraron.

– Buenas tardes, señor y señora Brown – dijo el director haciendo un ademán para que se sentaran.

– Buenas tardes, señor Kabana – dijeron mis padres al mismo tiempo, sentándose.

– Les presento al nuevo profesor de Literatura, el señor Freeman – el director hizo un ademán con la mano.

– Mucho gusto – dijo Alan extendiendo su mano en señal de saludo – Encantado de conocerlos.

– Un placer conocerlo – dijo mi padre tomando su mano.

– El gusto es nuestro – dijo mi madre tomando su mano.

– Bien, señor y señora Brown, quiero felicitarlos. Su hija sacó el mejor promedio en el examen de Literatura y ella representará a la escuela en el concurso de México – dijo el director.

– Felicidades, cariño – dijeron mi mamá y mi papá abrazándome.

– Solo necesito que firmen aquí – dijo el director entregando la autorización.

Mis padres firmaron.

Ding dong, la puerta sonó y yo me ofrecí a abrirla tímidamente. Cuando la abrí, ahí estaba Alan, con su hermoso traje negro que lo hacía parecer un príncipe. Rápidamente bajé la mirada.

– Pase, profesor Freeman – dije mientras me apartaba de la puerta.

– Gracias por la invitación – dijo Alan mientras entraba.

– Bienvenido, señor Freeman – dijo mi madre sonriendo – Le presento a mi hija mayor – hizo un ademán con la mano.

– Mucho gusto, señorita – dijo Alan extendiendo su mano en señal de saludo.

Mi hermana se quedó paralizada por un momento, pero mi madre la animó con un codazo y reaccionó.

– Mucho gusto, señor Freeman – dijo Ingrid tomando su mano en señal de saludo -Soy Ingrid Brown – dijo sonriendo.

Después, todos pasamos a la sala a hablar, aunque en realidad mis padres hablaban con Alan e Ingrid, quien no le quitaba los ojos de encima. En ese momento, sentí muchos sentimientos encontrados. Por un lado, pensé que tal vez sería para mejor si Alan se interesaba en Ingrid, ya que él tenía 23 años y ella 19, y lo mejor era que no era su alumna. Pero por otro lado, no podía soportar ver a Ingrid coqueteando con él. Saqué mi teléfono tratando de evitar el contacto con Alan, y noté que él también evitaba que nuestras miradas se encontraran. Pero eso no duró mucho, porque mi madre le dijo a mi hermana que la ayudara a servir la cena, mi padre fue a preparar el vino y me quedé a solas con él. Justo lo que quería Arrg.

– Te ves muy linda, Brenda – dijo Alan cortando el incómodo silencio que se había hecho entre nosotros y provocando que me sonrojara ligeramente.

– Gracias – dije tímidamente bajando la mirada – Usted también se ve bien

– Gracias – dijo él sonriendo – Y dime, ¿cómo estás?

– Pues bien – dije sonriendo – ¿Y usted?

Él sonrió y me dejó paralizada al cruzar nuestras miradas.

– Bien… pero no me hables de usted fuera de la escuela, puedes decirme Alan – dijo él con una sonrisa que hizo que mi corazón latiera más rápido. En ese momento, sentí que necesitaba que alguien interrumpiera nuestra conversación, aunque no quería que se fuera.

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Capítulo 5: El destino nos une

Narra Brenda

Estando a solas con Alan, mi corazón comenzó a acelerarse. Ansiaba que alguien interrumpiera la conversación…

¡Qué alivio! Nunca me había sentido tan contenta de ver a mi hermana.

– Mi madre indica que ya pueden pasar al comedor – anunció ella sonriendo, haciendo un ademán con la mano.

– Qué bien – respondí aliviada. Me levanté y me retiré… prácticamente corriendo.

– ¡Acompáñeme! Por aquí, señor Freeman – propuso Ingrid, tomando su brazo.

– Muchas gracias – respondió Alan, y caminó junto a ella.

Todos nos trasladamos al comedor: mi papá se sentó en la cabecera, mi mamá a su lado, mi hermana junto a mi mamá, yo al lado de mi hermana, y Alan se ubicó al otro extremo de la mesa, junto a mi papá.

Durante la cena, mis padres y mi hermana conversaban con Alan. Yo, por mi parte, permanecí en silencio, evitando el contacto visual. Traté de recordar algún tema de mis libros para aportar a la conversación, pero no se me ocurrió nada. No sabía qué hacer, así que apenas terminé…

– ¿Podría retirarme? – pregunté, casi suplicando. – Estoy agotada y necesito descansar.

– Ve, hija, descansa – me respondió mi mamá con cariño. – Mañana será un día largo.

Me despedí de todos con un beso en la mejilla, como es costumbre, y solo dije:

– Buenas noches, señor Freeman – dije, extendiendo mi mano y bajando la mirada.

– Buenas noches, Brenda. ¡Nos vemos mañana! – respondió Alan.

Después de ese «nos vemos mañana», salí de ahí prácticamente corriendo. Casi tropiezo con las escaleras… afortunadamente, nadie se percató.

Llegué a mi habitación con el corazón palpitando, cerré la puerta y me dirigí al balcón un rato. Necesitaba respirar para entender… ¿Qué era eso que sentía cada vez que Alan me miraba o era amable conmigo? ¿Por qué me irritaba tanto verlo con mi hermana? ¿Por qué no podía dejar de pensar en él? ¿Por qué sus ojos me causaban un escalofrío que recorría mi cuerpo, junto con una corriente eléctrica que me hacía sentir… bien? Después, salí del balcón, cerré la puerta y me puse mi pijama para acostarme.

– Duerme, Brenda – me dije a mí misma. – Mañana viajarás a México con tu profesor. Tragué saliva.

Mientras tanto, en la planta baja, Alan se disculpó con todos y se retiró.

– Me tengo que retirar – dijo con una sonrisa – Muchas gracias por la invitación – agregó, extendiendo su mano.

– Gracias por venir – respondió mi papá, sonriendo mientras le estrechaba la mano – Fue un placer tenerlo en nuestro hogar – añadió mi mamá, también sonriendo mientras tomaba su mano. Ingrid acompañó a Alan hasta la puerta.

– Buenas noches, señor Freeman – dijo Ingrid, sonriendo y besando su mejilla.

– Buenas noches, señorita Brown – respondió Alan, besando su mano antes de irse.

Alan le besó la mejilla, ella sintió un cosquilleo en todo su cuerpo.

Cuando él le besó la mano, su corazón latió aún más fuerte.

Ingrid se quedó en la puerta, mirando cómo Alan se alejaba. No podía evitar sentir una atracción hacia él, su corazón latía con fuerza. Le encantaba la forma en que hablaba, la forma en que se movía, la forma en que la miraba. Cuando ya no pudo verlo, Ingrid suspiró profundamente mientras cerraba la puerta.

Al día siguiente, a las 9:30 de la mañana, estábamos en el aeropuerto con mi mamá, mi papá, mi hermana y Alan.

– Atención, queridos pasajeros. El vuelo 720 con destino a México está por abordar. – Anunció una voz en el altavoz.

– Buen viaje, cariño. ¡Suerte! – Dijo mi padre abrazándome. – Buen viaje, mamá. – Dijo mi hermana abrazándola.

– Buen viaje, amor. – Dijo mi padre a mi mamá, abrazándola y besándola.

– Buen viaje, hermanita. – Dijo mi hermana abrazándome. – Buen viaje, señor Freeman. – Dijo Ingrid dando un beso en la mejilla a Alan. – Cuide a mi hermana, agregó. – Mamá y papá sonrieron, pero solo yo sentí que mi corazón se hinchaba. No pude ver cómo reaccionó Alan.

– Gracias… – Dijo Alan sonriendo y ocultando sus nervios.

Luego los tres subimos al avión. Esperaba que mi asiento estuviera bastante alejado de Alan, pero parece que el destino está jugando conmigo.

– Aquí son nuestros lugares. – Dijo mi madre mirando la ubicación del boleto.

– Esto tiene que ser una broma. – Grité en mi interior.

Nuestros lugares estaban juntos. Me senté en el medio entre mi mamá y Alan, tratando de evitar el contacto visual con él. Noté que él hacía lo mismo conmigo.

Al rato, sentí un movimiento brusco y escuché un sonido como de metal partiéndose. Fue una turbulencia. Era la primera vez que viajaba en avión. Miré a mi mamá, tenía los ojos cerrados. Alan seguramente notó mi temor y me tomó de la mano. Cuando sentí su mano, lo miré a los ojos y, por algún motivo, me sentí segura.

– Todo estará bien. – Dijo Alan, apretando suavemente mi mano.

Cuando el vuelo se normalizó, rápidamente solté su mano y miré hacia adelante.

– ¿Estás bien, hija? – Preguntó mi madre al despertar y darse cuenta de que me había asustado.

– Sí, estoy bien – Respondí tratando de disimular mis nervios.

Mi madre tomó mi mano, pero por alguna razón, no me sentía tan segura como cuando Alan la tomó. No hacía más que contar los minutos para llegar a México y bajarme de ese avión.

Cuando aterrizamos, tomamos un taxi que nos llevó al hotel. Mi madre se sentó adelante junto al conductor, mientras que yo me senté en la parte de atrás junto a Alan. Pasé todo el camino mirando por la ventana, y cuando llegamos, pensé que finalmente podría alejarme de él. Pero mi habitación estaba justo al lado de la suya.

– Maldita sea mi suerte – Pensé para mí misma, sin saber si era de alegría o frustración. ¿Acaso el destino se había empeñado en unirnos?

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Capítulo 6: Cada vez más cerca

Narra Brenda

Al día siguiente, teníamos que ir a la escuela anfitriona para iniciar los preparativos para el concurso. Alan alquiló un auto para que no tuviéramos que manejarnos en taxi. Mi mamá me dejó ir adelante junto a él, aunque lógicamente ella no conocía mis sentimientos.

En la reunión, nos dijeron que el concurso se dividiría en tres etapas: un examen escrito de 20 páginas, un examen oral de 20 preguntas individual y la etapa final se transmitiría por televisión. Teníamos una semana para prepararnos para el examen escrito, otra semana para prepararnos para el oral y una semana para el concurso por televisión. También organizarían un baile al final.

Durante la primera semana, pasé estudiando con Alan. Fue difícil estar sola con él, pero estudiamos durante unas tres horas mientras mi mamá planeaba las actividades de cada día. El primer día fuimos al museo.

Cuando llegamos al museo, caminábamos juntos por todas las obras de arte, disfrutando de cada una de ellas. De repente, vi una de mis piezas favoritas de Picasso y me quedé mirándola. Mi madre se había alejado y Alan se acercó a mí.

– Veo que te gusta mucho esa pieza – dijo intrigado.

– Sí, me encanta. Es una de mis piezas favoritas – dije sonriendo.

– ¿Por qué te gusta tanto? – preguntó Alan.

– Bueno, en primer lugar, admiro la habilidad técnica que se requiere para crear una obra de arte como esta. Pero también me encanta la forma en que el artista ha capturado la emoción y la energía del momento. Es como si pudiera sentir la pasión y la intensidad del artista en cada pincelada – expliqué.

– Estoy totalmente de acuerdo contigo. Además, creo que la obra también tiene un gran valor histórico y cultural. Es un reflejo de la época en que fue creada y de las influencias que el artista recibió – dijo Alan.

– Sí, definitivamente. Es interesante pensar en cómo la obra de arte está conectada con su contexto histórico y cultural. ¿Has leído algo sobre la vida del artista? – pregunté.

– Sí, he leído un poco. Me parece fascinante cómo su vida personal y sus experiencias influyeron en su obra. Creo que eso es lo que hace que la obra de arte sea tan personal y auténtica – dijo Alan.

– Pablo Picasso es un innovador, y gran parte de lo que caracteriza su obra es su estilo personal y absolutamente original – dije sonriendo.

– También es una de mis favoritas. Tiene estilo e influencia – dijo sonriendo.

Y así pasamos horas hablando hasta que llegó mi madre diciendo que ya era hora de irnos. Regresamos al hotel, cenamos los tres juntos y nos fuimos a dormir cada uno a su habitación. Me costó conciliar el sueño, me quedé pensando en la plática que tuvimos con Alan en el museo. No podía creer que tengamos tanto en común y que estuviéramos destinados a estar separados.

Al día siguiente, luego de desayunar los tres juntos, mi madre se quedó en su habitación planeando la actividad del día. Yo fui a la habitación de Alan para estudiar. Estuvimos tres horas estudiando y después fuimos con mi madre a la ópera.

Estábamos viendo «La Traviata» de Verdi y yo estaba entusiasmada. Entonces, Alan, que estaba junto a mí, me habló.

– ¿Te gusta la ópera? – preguntó Alan intrigado.

– Me encanta – dije sonriendo – Cada vez que la escucho, siento que algo se mueve dentro de mí. Es como si una marea de emociones me inundara por completo – expliqué, con lágrimas en los ojos.

– Wow, eso es increíble – dijo Alan – A mí también me gusta mucho la ópera. ¿Cuál es tu aria favorita?

– Mi aria favorita es «O mio babbino caro» de la ópera «Gianni Schicchi» de Puccini – respondí emocionada.

– ¡Esa es una gran elección! – dijo Alan con una sonrisa – A mí me encanta «La donna è mobile» de la ópera «Rigoletto» de Verdi.

– Estoy de acuerdo contigo, la música tiene el poder de transportarnos a lugares que nunca antes habíamos imaginado y de hacernos sentir emociones que nunca antes habíamos experimentado – dije sonriendo emocionada

– Para los oídos sensibles, la música puede hacer eso y mucho más. El arte tiene el poder de afectarnos de maneras profundas e inesperadas – dijo Alan con ternura, tomando mi mano por un segundo antes de soltarla.

Después de la ópera, regresamos al hotel, cenamos juntos y cada uno se fue a su habitación. Me costó conciliar el sueño esa noche, ya que seguía pensando en la obra que habíamos visto.

Al día siguiente, después de desayunar juntos, Alan y yo estuvimos tres horas estudiando en mi habitación mientras mi madre planeaba la actividad del día. Esta vez, fuimos al teatro para ver «Romeo y Julieta». Estaba emocionada por ver la obra y Alan siempre parecía notarlo. Como siempre, se sentó junto a mí y comenzamos a hablar.

– ¿Has leído el libro de «Romeo y Julieta»? – preguntó Alan mientras esperábamos que comenzara la obra.

– Sí, lo leí en la escuela secundaria – respondí – ¿Tú lo has leído?

– Sí, lo leí hace unos años – dijo Alan – Me encantó la historia de amor, pero también me hizo reflexionar sobre la violencia y el odio que pueden destruir todo lo que es hermoso.

– Sí, es una historia trágica pero también muy conmovedora – dije, asintiendo con la cabeza.

Y así, la conversación continuó mientras esperábamos que comenzara la obra.

– ¿Te gusta esta obra? – preguntó Alan, intrigado.

– Me encanta – dije sonriendo – ¿Debo parecerte aburrida? – pregunté, intrigada porque me gustan los museos, la ópera y las obras de teatro.

– ¡No! Para nada – dijo asombrado – Creo que eres una persona interesante – dijo sonriendo.

– En serio, muchas personas creen que son gustos raros en una chica de 17 años – dije mientras nuestros ojos se encontraban.

– Son ignorantes que no aprecian el valor del arte – dijo Alan, tomando mi mano por un momento antes de soltarla.

– Sí, tienes razón – dije, sonriendo

Y hablábamos de la obra, sus ojos se iluminaban cada vez que hablaba de arte. No podía evitar sentirme asombrada por la cantidad de cosas que tenía en común con él.

Cuando terminó la obra, volvimos al hotel, cenamos y nos fuimos a nuestras habitaciones. No sé por qué, pero cada vez que hablaba con Alan, me costaba conciliar el sueño. Solo podía pensar en lo que hablábamos.

Para el cuarto día, luego de levantarnos, desayunar y estudiar en la habitación de Alan por tres horas mientras mi madre planeaba la actividad de ese día, fuimos al cine para ver «La sombra del amor», mi película favorita. Como siempre, Alan se sentaba junto a mí y aprovechaba para hablarme.

Mientras la trama se desarrollaba en la pantalla.

– ¿Te gusta la película? – Preguntó Alan, con una sonrisa en el rostro.

– Me encanta esta película – Respondí, también sonriendo.

– Se nota que eres una chica muy sensible y con buen gusto – Dijo, mientras tomaba mi mano.

– Es mi película favorita – dije, emocionada. – Me encanta la música, la historia de amor y la actuación de los protagonistas.

– A mí también me gusta mucho – dijo Alan, sonriendo. – La música es increíble, ¿no crees?

– Totalmente – dije, asintiendo con la cabeza. – De hecho, tengo la banda sonora en mi teléfono. Si quieres, te la puedo compartir

– ¡Genial! Me encantaría escucharla – respondió Alan, entusiasmado

La trama de «La Sombra del Amor» se desarrollaba ante nuestros ojos, y yo no podía evitar sentirme identificada con los personajes principales. La historia de amor imposible y la lucha por superar la muerte me conmovían profundamente. Por otro lado, notaba que Alan también estaba muy interesado en la trama, y no pude evitar preguntarle:

– ¿Te sientes identificado con algún personaje de la película?

– Sí, definitivamente. Creo que todos hemos pasado por momentos de dolor y pérdida, y es difícil superarlos. Pero al final, siempre hay una luz al final del túnel – Respondió, con una mirada profunda.

Después de la película, fuimos a cenar juntos en un restaurante cercano. La conversación fluyó con naturalidad, y pude notar que había una conexión especial entre nosotros. Sin embargo, la tensión seguía presente debido a nuestra relación de profesor y estudiante. Después de la cena, fuimos a dar un paseo por la ciudad, disfrutando de la noche y de la compañía del otro. Cada vez me costaba más controlar mis sentimientos hacia él, pero sabía que tenía que mantener la distancia.

Al día siguiente, tras desayunar y estudiar con Alan en mi habitación, mi madre planeó una actividad para el día: ir al parque. Decidí subir a la montaña rusa, pero mi madre tenía miedo a las alturas.

– Quiero subir a la montaña rusa – dije sonriendo.

– No sé, hija… parece muy arriesgado – dijo preocupada.

– Por favor, mamá – supliqué.

– Yo puedo subir con ella, si eso la hace sentir segura – dijo Alan con una mirada segura.

– En serio, gracias – dijo mamá sonriendo.

Subimos a la montaña rusa juntos. Sentí una mezcla de temor y alegría, pero estando arriba, Alan tomó mi mano y eso me hizo sentir segura. Ni siquiera sentí la montaña rusa, solo las manos de Alan sosteniendo las mías.

Después, tuve ganas de hacer parapente, pero mi mamá no se animó. Alan se ofreció a acompañarme y cuando me sostuve de la cuerda, él puso sus manos sobre las mías. Sentí que mi corazón latía con intensidad.

Luego, Alan me acompañó en la tirolesa y el salto bungee, ya que mi mamá no se animó. Por alguna razón, confiaba en él para que me cuidara, aunque ella no conocía mis sentimientos.

Con mi mamá, subimos a los autos chocadores, jugamos con la grúa expendedora de peluches, el tejo, el metegol y el pool.

Cuando volvimos al hotel, cenamos y nos fuimos a nuestras habitaciones. Me quedé pensando un momento en lo cerca que estuve de Alan.

Suspirando, me dije:

– Ya basta, Brenda. Deja de pensar en tu profesor. Concéntrate en mañana, que comienza la primera etapa: ¡el examen escrito!

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Capítulo 7: Primera Etapa

Narra Brenda

Me desperté a las 6 am, tendí la cama, me bañé y luego repasé los temas de literatura que había estudiado con Alan. Tenía mucho tiempo antes del concurso, que comenzaba a las 8 am.

Toc, toc. Alguien llamó a la puerta.

– ¿Quién es? – pregunté intrigada.

– Soy yo, Brenda, soy Alan – dijo Alan sonriendo.

– Profesor Freeman – tartamudeé. – Ah, sí, adelante – dije nerviosa.

Alan entró y se sentó a mi lado para ayudarme a repasar los temas que habíamos estudiado.

– ¿Cómo te sientes? – preguntó Alan.

– Un poco nerviosa – respondí.

– No te preocupes, lo harás bien – dijo Alan sonriendo.

Toc, toc. Alguien llamó a la puerta de nuevo.

– ¿Quién es? – pregunté.

– Soy mamá, ¿puedo pasar? – dijo sonriendo.

– Sí, pasa mamá – dije sonriendo.

Mi madre entró y nos invitó a desayunar.

– Buenos días, señor Freeman – saludó mi madre.

– Buenos días – respondió Alan sonriendo.

– ¿Qué van a desayunar? – preguntó mi madre.

– Un café con leche y una tostada – respondió Alan.

– Yo quiero un té con leche y una medialuna – dije sonriendo.

Después de desayunar, volvimos a repasar los temas.

– ¿Recuerdas quién es el autor de «Cien años de soledad»? – preguntó Alan.

– Gabriel García Márquez – respondí.

– Muy bien, y ¿cuál es el tema principal de «La metamorfosis» de Franz Kafka? – preguntó Alan.

– La alienación del individuo en la sociedad – respondí.

– Excelente, estás lista para el concurso – dijo Alan sonriendo.

Cuando llegó las 8 am, el supervisor del concurso hizo su aparición y comenzó la primera etapa.

– Buenas tardes, jóvenes – dijo el supervisor, Óscar Escalante, con un tono serio – Soy Óscar Escalante. Yo, junto con sus profesores, vamos a supervisar sus exámenes y el mejor será el ganador de la primera etapa. Tienen cinco horas para terminar… ¡suerte!

Nos entregaron un examen de 20 páginas. Estaba un poco nerviosa, pero recordé algo que Alan me había dicho antes del examen.

Flashback

– Estoy nerviosa… ¿y si me equivoco? ¿Y si no soy tan inteligente como piensan? – dije nerviosa.

– Brenda, mírame a los ojos – dijo Alan con una mirada que transmitía ternura. – Cuando estés nerviosa, solo olvídate de dónde estás. Ve a tu lugar feliz y olvídate de la presión

Fin del flashback

Comencé a hacer el examen y me llevó dos horas terminarlo. Luego saqué una carpeta folio y puse cada hoja en un folio. Después saqué una etiquetadora y escribí mi nombre, y lo pegué en la carpeta. Me pareció que así quedaba más prolijo que escribir mi nombre a mano.

– Aquí tiene, Señor Escalante – dije entregando mi trabajo.

– Muy bien, Señorita Brown – dijo el supervisor con seriedad. «Puede retirarse. Mañana estarán los resultados».

Veía cómo algunos empezaban a terminar detrás de mí. Salí del aula y me encontré con mamá y Alan.

– ¿Cómo te fue, hija? – preguntó mi madre acariciándome el brazo.

– No lo sé, mamá. Mañana darán los resultados… pero creo que me fue bien – dije sonriendo.

– Seguro que te fue bien, porque estudiaste mucho – dijo Alan mirándome a los ojos.

De repente, me acordé de lo que Alan me había dicho antes del examen.

– Profesor, gracias por lo que me dijo antes – dije. – Me ayudó a mantener la calma.

– Siempre estoy aquí para apoyarte, Brenda – dijo él.

– Podemos irnos al hotel a descansar – propuse, cansada.

– Está bien, hija. Vamos – dijo mi mamá, abrazándome.

Regresamos al hotel después del examen y decidimos mirar la película Titanic. Alan se sentó junto a mí en la cama y mi mamá se sentó en la silla que estaba junto a la cama. A pesar de que estábamos en mi habitación, con las luces encendidas y sin la intimidad del cine, me sentía cada vez más cerca de Alan.

– ¡Qué romántico! – Dije sonriendo, dejando caer mi cabeza en el hombro de Alan.

– ¡Muy romántico! – Dijo Alan, poniendo su cabeza sobre la mía.

Fue solo por un momento, pero al instante nos dimos cuenta de que mamá estaba al lado y nos alejamos. Me sentí un poco incómoda, pero traté de disimularlo.

Cuando terminó la película, fuimos a almorzar a un restaurante muy elegante que Alan había elegido. A pesar de que el lugar era hermoso, me hubiera gustado estar a solas con él.

Después fuimos a pasear por el centro comercial. Mi mamá se alejó un momento y en ese mismo momento Alan me compró un algodón de azúcar. Me sentí muy feliz y agradecida por el detalle.

– Toma, es para ti, Brenda – Dijo Alan sonriendo.

– Gracias – Dije y cuando agarré nuestras manos, se juntaron.

– Toma, hija, es para ti – Dijo mi mamá y me dio un osito de peluche.

– Gracias, mamá – Dije sonriendo y abrazando el oso. – Sabes cuánto me gustan los ositos de peluche.

Fue una larga caminata y volvimos al hotel a descansar. Al día siguiente, después de levantarnos y desayunar, fuimos a la escuela para conocer los resultados del examen. Aunque estaba emocionada por saber cómo había salido, no podía evitar pensar en Alan y en lo mucho que me había gustado pasar tiempo con él.

– Sinceramente, los felicito a todos – dijo el Señor Escalante.

– Son muy buenos estudiantes – dijo sonriendo.

– La verdad fue difícil elegir un ganador, todos son muy buenos estudiantes, todos sacaron muy buen promedio. No tienen ningún error… – dijo mirándonos con orgullo.

– Pero por un punto extra, la ganadora por ser muy organizada y presentar en una carpeta folio, ya sé que nosotros no le pedimos eso, pero que lo haya pensado por sí misma amerita un punto extra.

– Felicitaciones para la Señorita Brown Brenda.

Alan se acercó a mí, sostuvo mi cara con sus manos y me miró a los ojos.

– Felicitaciones, hermosa – dijo Alan mirándome a los ojos.

– ¿Qué haces? – pregunté nerviosa – Mi mamá está aquí.

– No me importa, ya es hora de que todos se enteren lo que siento por ti – dijo acariciándome la cara.

– ¿Lo que sientes por mí? – pregunté entusiasmada – y ¿Qué sientes?

– Tú sabes lo que siento ¡YO TE AMO! – dijo acercándose a mí.

– Yo también TE AMO – dije sonriendo.

Él se acercó a mí y me besó. Yo le seguí el beso, en serio no tenía idea de lo que hacía, pero sus besos eran únicos.

– ¿Por qué no me lo dijiste antes? – pregunté.

– Porque tenía miedo de que no sintieras lo mismo – respondió Alan.

– ¿Cómo podrías pensar eso? – dije con ternura – Siempre he sentido algo por ti, pero nunca lo dije porque pensé que tú no sentías lo mismo.

– Nunca he dejado de pensar en ti – dijo Alan con una sonrisa – Siempre he querido estar contigo.

– Yo también – dije con una sonrisa – Pero ¿qué pasa ahora? ¿Cómo vamos a hacerlo funcionar?

– Lo haremos funcionar – dijo Alan con determinación – Te quiero a mi lado, y haré lo que sea para que eso suceda.

Nos miramos a los ojos, sabiendo que este era solo el comienzo de nuestra historia juntos.

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Capítulo 8: Fantasía

Narra Brenda

Era un beso perfecto. Estaba sumergida en ese beso, era único, era una locura, era un sueño. Parte de mí sabía que estaba mal, pero no quería alejarme de él. Todo parecía mágico hasta que empecé a escuchar que alguien me llamaba por mi apellido a la distancia.

– Brown, Brenda Brown – Dijo esa voz a la distancia.

Reaccionando – AH ¿SÍ? – Dije estupefacta.

Abrí los ojos y el señor Escalante estaba enfrente de mí.

– ¿Se encuentra bien, señorita? – Dijo desconcertado.

– AH sí… solo me quedé pensando en otra cosa… no importa – Dije con una sonrisa nerviosa.

– Felicitaciones, señorita. ¡GANÓ LA PRIMERA ETAPA! – Dijo estrechándome su mano.

– Gracias… No me lo esperaba – Dije con una sonrisa nerviosa.

– Bueno, la próxima semana será la segunda etapa; el examen oral – Dijo el señor Escalante con un tono serio – Tienen una semana para prepararse… pueden retirarse.

Todos salimos y afuera estaban esperándome mi mamá y Alan.

– ¿Te encuentras bien, hija? Te noté algo nerviosa – Dijo mi mamá desconcertada.

– Estoy bien, solo que me sorprendió haber ganado – Dije con una sonrisa nerviosa.

– Estudiaste mucho… sabía que ibas a ganar – Dijo Alan sonriendo.

– Gracias – Dije sin mirarlo

Después volvimos al hotel.

– Ah, regresamos al hotel – Dije pensativa

– ¿Te acompaño a tu cuarto, hija? – Dijo mi mamá.

– No… Mamá, ve tú… me quedaré un momento en el lobby – Dije pensativa.

– ¿Segura? – Dijo mirándome fijamente.

– Sí, voy a leer un poco acá – Dije sonriendo.

Mi mamá se fue y Alan se quedó un momento.

– ¿Estás bien? – Preguntó Alan preocupado.

– Sí, estoy bien – Dije sonriendo

– ¿Quieres que te acompañe? – Preguntó

– No prefiero quedarme sola por un momento

Después de que Alan se fue, me senté en una silla en el lobby del hotel y saqué mi libro favorito para leer. Pero no podía concentrarme, mi mente estaba en otro lugar. Estaba pensando en ese beso que había soñado y en cómo me hacía sentir. ¿Por qué estaba sintiendo esto por mi profesor? Sabía que era incorrecto, pero no podía evitarlo.

Decidí guardar el libro y volver a mi habitación, iba caminando sumergida en mis pensamientos.

De repente, me di cuenta de que había entrado a la habitación equivocada. Me encontré con Alan saliendo de la ducha, solo cubierto por una toalla.

Traga saliva – Perdón… me equivoqué de habitación – Dije nerviosa y Salí rápidamente

– ¿Estás bien? – preguntó Alan, preocupado.

– Sí, sí, solo me equivoqué de habitación – respondí, tratando de ocultar mi vergüenza.

– Claro, no te preocupes – dijo Alan con una sonrisa tranquilizadora. – Nos vemos más tarde

Cuando llegué a mi habitación, me recosté en la cama y traté de calmarme. Pero después de unos minutos, Alan entró a mi habitación, todavía cubierto solo por una toalla.

– ¿Qué haces aquí? – pregunté nerviosa.

– No te pongas nerviosa – dijo Alan, acariciando mis labios con los dedos. – Esto está mal – dije, tratando de resistirme.

– No pienses… solo siéntelo – susurró Alan al oído.

– Tú eres mi profesor – dije suspirando.

– TE AMO – dijo Alan, acercando sus labios a los míos. Nuestras miradas se fijaron, me perdía en el azul de sus ojos y cuando me di cuenta ya estábamos besándonos.

– No te he dicho lo hermosa que estás hoy – dijo Alan con una sonrisa.

– No hables – lo interrumpí. No quería que hablara, quería sentirlo. Era un momento perfecto, hasta que comencé a escuchar una voz que me llamaba a la distancia.

– Brenda… Brenda – decía la voz a la distancia.

Era mi mamá que estaba golpeando la puerta de mi habitación.

Reaccioné y Alan no estaba – pasa Mamá – dije sorprendida. y me di cuenta de que estaba sola en mi habitación. Me sentí confundida y abrumada, sin saber qué hacer a continuación.

(Entra) – ¿Estás bien hija? Estuve tocando un largo tiempo y no me escuchaste – Dijo mi mamá preocupada mientras entraba a la habitación.

– Sí, mamá. Solo estaba profundamente dormida, lo siento – Respondí, todavía aturdida por el sueño.

– ¿Estás segura de que estás bien? Pareces un poco distraída – Preguntó mi madre con una mirada de preocupación.

– Sí, estoy bien, solo tengo mucho en mi mente – Respondí, tratando de ocultar mi incomodidad.

Después de que mi madre se fue, me recosté en la cama y traté de procesar lo que había sucedido en mi sueño. No podía creer que había soñado con mi profesor de esa manera.

Me desperté al mediodía y fuimos a almorzar con mi madre y Alan a un restaurante. Traté de evitar cualquier contacto visual con Alan, pero era difícil porque estaba sentado justo al lado mío.

– ¿Puedo ayudarles? – Preguntó el Hostess.

– Sí, tenemos una reservación – Respondió mi madre, entregándole el comprobante.

El Hostess nos guio a nuestra mesa y yo caminaba con la mirada baja, tratando de evitar cualquier contacto con Alan. De repente, choqué con un camarero que venía en dirección opuesta y ambos caímos al suelo.

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Capítulo 9: Terreno Peligroso

Narra Brenda

Después de chocar con el camarero, rápidamente ayudé a recoger los platos que se habían caído al suelo.

– Lo siento mucho, señor – Me disculpé avergonzada.

– No se preocupe, señorita. Está todo bien – Respondió el camarero con una sonrisa tranquilizadora.

Alan se inclinó para ayudarme a levantarme y luego me tomó de las manos para guiarme hacia nuestra mesa. Gentilmente, corrió la silla para que pudiera sentarme cómodamente.

Estuvimos en el restaurante por tres horas, disfrutando de la comida y la compañía. Luego, regresamos al hotel mas tarde, nos despedimos con un beso en la mejilla y nos fuimos a nuestras habitaciones.

Decidí llamar a mi mejor amigo Ian por videollamada.

– Hola, Ian. ¿Estás despierto? – Pregunté con cautela.

– Ahora sí, Brenda. ¿Qué sucede? – Respondió Ian, despertando.

– Nada en realidad. Solo quería hablar con mi mejor amigo – Dije, sintiéndome un poco apenada.

– ¿Cómo te fue en el examen escrito? – preguntó con intriga.

– Muy bien… gané – dije tímidamente.

– Sabías que ibas a ganar – respondió Ian sonriendo.

– ¿Te puedo preguntar algo? – pregunté con cautela.

– Sí, claro, pregunta lo que quieras – respondió sorprendido.

– ¿Alguna vez te has enamorado de alguien que sabes que es imposible? – pregunté con timidez.

– ¿De alguien que no debías? – preguntó Ian sorprendido.

– Sí, exactamente – respondí con cautela.

– Qué extraño… no me imaginé tener esta conversación contigo – dijo riéndose.

– Sabes qué, mejor me voy a dormir – dije apenada.

– No, espera, cuéntame, intentaré ayudarte. ¿Cómo se llama él? – preguntó Ian con ternura.

– Alan, se llama Alan – dije tartamudeando.

– ¿Estás enamorada de tu profesor? – preguntó Ian alarmado.

– Oh por Dios Brenda, ¿sabes en qué te estás metiendo? – dijo Ian alarmado.

– Sí, lo sé, pero no puedo evitarlo, es más fuerte que yo – respondí apenada.

– Te estás adentrando en terreno peligroso – dijo Ian casi gritando.

– Vamos, cálmate, no es como si tuviéramos una relación – dije bajando la mirada.

– No… pero las ganas no te faltan – dijo con tono serio.

– Sabes lo que pasaría si se enteraran – dijo Ian alarmado.

– Imaginemos por un momento que tus sueños se hacen realidad y llegas a tener una relación con tu príncipe azul – dijo sarcástico.

– Tu noviecito perdería su empleo y tú… tu educación – dijo con tono serio.

– Sí, ya lo sé… ya lo sé – dije casi gritando.

– No llamé para que me reprendas, solo quería sacarme esto de mi pecho – dije bajando la mirada.

– Ay amiga, nunca te habías enamorado y ahora te enamoras de alguien imposible – dijo Ian con ternura.

– Quisiera poder estar ahí para poder abrazarte – dijo con ternura.

– Tengo que descansar… Buenas noches, Ian – dije bajando la mirada.

– Buenas noches, Brenda, y recuerda lo que te dije… trata de sacártelo de la cabeza – dijo amable.

Corté la comunicación y me acosté pensando en las palabras de Ian: «Te estás adentrando en terreno peligroso», que resonaban en mi cabeza, impidiéndome sonreír.

Ian tenía razón, tenía que sacármelo de la cabeza, pero ¿cómo podía dejar de pensar en él si tenía que verlo todos los días? Mañana tenía que estudiar con él para el examen oral, sin contar que era mi profesor y lo vería todo el año escolar.

Al día siguiente, luego de despertarme y arreglarme, me dirigí hacia la habitación de Alan. Toqué la puerta y, tras unos segundos, él la abrió.

– Buenos días, Brenda – dijo Alan con una sonrisa en su rostro.

– Hola, profesor – respondí tartamudeando y bajando la mirada.

– ¿Qué tal dormiste? – preguntó Alan, intentando romper el hielo.

– Bien, gracias – respondí nerviosa.

– Bueno, pasa, vamos a estudiar – dijo Alan, abriendo la puerta para que pudiera entrar.

Entré en la habitación y, como si fuera un mal augurio, tropecé con una mesita que estaba enfrente de la puerta, casi cayéndome al suelo. Pero Alan, rápido como un rayo, me atrapó en sus brazos, provocando que nuestras miradas se fijaran.

– ¿Estás bien? – preguntó Alan, con una mezcla de preocupación y sorpresa en su voz.

– Sí, sí, estoy bien, gracias – dije, intentando recuperar la compostura.

Me perdí en el azul de sus ojos, mientras Alan me miraba a los ojos sin decir una palabra. El silencio se hizo presente por unos segundos.

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Capítulo 10: Confesión

Narra Brenda

Alan me tenía en sus brazos, y de repente, sucedió lo inesperado. Nuestros labios se encontraron en un beso apasionado. No parecía una fantasía, era real, era una locura, pero era real.

En ese momento, nada más importaba. No escuchaba a nadie que me llamara a la distancia, solo sentía la suavidad de sus labios y el calor de su cuerpo.

Pero entonces, la realidad vino a mí como un balde de agua fría. Él era mi profesor, esto no estaba bien. Me separé de él inmediatamente, tratando de recuperar la compostura.

– ¡NO! Esto no está bien – dije agitada, mientras salía corriendo de la habitación.

Salí de la habitación, con la mente llena de pensamientos y emociones encontradas. ¿Cómo podría concentrarme en el examen si no podía sacarlo de mi cabeza?

– ¿Qué estás haciendo Brenda? ¿Tirarás todo a la basura por un amor prohibido? – gritaba mi interior, mientras me alejaba de la habitación de Alan.

Estaba en mi habitación, absorta en mis pensamientos, cuando alguien tocó la puerta.

– ¿Quién es? – pregunté, alterada.

– Brenda, soy yo… necesito hablar contigo – dijo Alan, apenado.

Dudé en abrir la puerta, pero después de un minuto lo hice.

– ¿Qué quiere, profesor Freeman? – dije, bajando la mirada.

– Necesito hablar contigo sobre lo que pasó. ¿Puedo pasar? – preguntó él, también bajando la mirada.

Dudé un poco, pero finalmente me corrí de la puerta para que pudiera pasar. Alan entró y yo cerré la puerta detrás de él.

– Lamento ponerte incómoda, Brenda – dijo, bajando la mirada.

– No pasa nada… supongo que no volverá a pasar y que está arrepentido – dije con tono melancólico.

– No, Brenda, estás equivocada… No me arrepiento y anhelo que pase de nuevo – dijo, mirándome a los ojos.

– ¿Qué está diciendo? – pregunté, sorprendida.

– Digo… – suspiró – QUE TE AMO, BRENDA – dijo, acariciando mi nombre con su voz – TE AMO DESDE EL PRIMER DÍA QUE TE VI.

– Yo… yo… – tartamudeé – YO TAMBIÉN LO AMO, PROFESOR – dije, elevando la voz.

Él sonrió cuando dije eso.

– Pero no podemos estar juntos – dije, intentando evadir su mirada – Por favor, olvídese de mí – dije, con tono melancólico.

Alan intentó fijar su mirada en la mía, pero yo hacía todo lo posible para evadirla.

– No podemos estar juntos… Ni siquiera deberíamos tutearnos… La realidad es que somos – suspiré – profesor y alumna.

Alan bajó la mirada y yo continué hablando, tratando de mantener la compostura.

– Será mejor que olvidemos lo que pasó… Podemos tener problemas por esto, más usted que yo, profesor – dije, bajando la mirada.

Alan parecía desanimado y respondió:

– ¿Así que eso es lo que propones? ¿Que olvidemos todo y ya? Debe haber otra opción

– ¿Y entonces qué propone usted? – pregunté, elevando un poco la voz.

Alan se acercó a mí con cautela y secó mis lágrimas con sus manos.

– Realmente siento que eres alguien especial. ¿Tú no sientes lo mismo? – me preguntó, mirándome a los ojos.

– Ya te dije lo que siento por ti… Y no voy a repetirlo, porque decirlo me duele – dije, derramando algunas lágrimas.

Alan suspiró y acarició mi cara.

– A mí también me duele… Tener que llamarte Señorita Brown cuando en realidad quiero que seas mi novia – confesó.

Aparté sus manos y di un paso atrás.

– Por favor… No volvamos a hacer eso – dije, mirándolo a los ojos. – Cada vez que te acercas, mi corazón comienza a latir a mil

Alan asintió con la cabeza y propuso que fuéramos a estudiar al café del hotel. Aunque tratamos de estudiar, la confesión había dejado un ambiente incómodo y ninguno de los dos podía concentrarse en nada más.

Lo único que quería era besarlo, pero evitaba mirarlo directamente, tratando de concentrarme en mis libros de estudio.

Unos minutos después, él habló.

– ¿Vamos a estar así mucho tiempo más? – preguntó, con la voz quebrada.

– ¿Así cómo? – pregunté, tratando de mantener la calma.

– Así… reprimiendo nuestros sentimientos – respondió.

– Ya te dije… No tenemos opción – dije, intentando sonar convincente.

– Pero esto no nos está haciendo bien… Ni a ti, ni a mí – dijo, con la voz temblorosa.

Después, cerró el libro y se puso enfrente de mí.

– A mí me está matando tener que enterrar mis sentimientos – dijo, mirándome a los ojos.

Me quedé muda, sin saber qué hacer ni qué decir. Él tenía razón, a mí también me estaba consumiendo por dentro.

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Capítulo 11: Segunda Etapa

Narra Brenda

La verdad es que Alan tenía razón… Reprimir mis sentimientos y verlo todos los días me estaba matando por dentro. Pero estaba haciendo lo correcto, o eso creía.

– Tienes razón… Esto nos está haciendo daño – admití, con la voz quebrada. – Será mejor que estudie yo sola.

– Esa tampoco es la mejor opción… Vine aquí para ayudarte… No te preocupes, trataré de reprimir mis sentimientos – dijo Alan, con la voz quebrada. – Podemos ir a estudiar a la biblioteca, a tu lugar favorito. Te vas a concentrar mejor.

– Perfecto – respondí, con la voz quebrada.

Decidimos ir a la biblioteca para estudiar. Alan tenía razón, en ese lugar podía concentrarme más, aunque él estuviera a mi lado. Entre el estudio y las actividades que mi mamá planeaba para cada día, la semana pasó volando. Antes de que me diera cuenta, ya era el día de la segunda etapa: el examen oral.

Al día siguiente, me desperté a las 6 a.m., tendí mi cama, me bañé y repasé lo que había estudiado. Después, fui a desayunar con mi mamá y Alan, procurando mantener la mayor distancia posible. A las 7:50 a.m., cuando ya habíamos terminado de desayunar, nos fuimos a la escuela.

– Buenos días, jóvenes… espero que se hayan preparado para esta segunda etapa – dijo el señor Escalante con seriedad.

– Hoy será el examen escrito… los llamaremos uno por uno por orden alfabético – continuó, con un tono afable.

– Este examen tomará más tiempo… así que por favor tengan paciencia – añadió, volviendo a su tono serio.

Así comenzó a llamar a todos los estudiantes que tenían el apellido con A, eran 5 chicos y 5 chicas, 10 en total. Sin darme cuenta, llegó el turno de la B.

– Brown Brenda – anunció el señor Escalante con seriedad.

No esperaba ser la primera, pero me dirigí hasta su escritorio. Me hicieron 20 preguntas, y respondí correctamente a todas.

– Muy bien, señorita… puede retirarse – dijo, manteniendo su tono serio. – Mañana daremos los resultados.

Salí al exterior donde me estaban esperando mi mamá y Alan.

– ¿Y cómo te fue? – preguntó mi mamá, ansiosa.

– Bien… mañana darán los resultados – respondí, sonriendo.

– Felicidades, Brenda – dijo Alan, manteniendo la distancia.

– Gracias – dije, conteniendo las ganas de abrazarlo. – Podemos volver al hotel – sugerí, casi suplicando.

– Claro, hija – dijo mi mamá, acariciando mi cabello.

Regresamos al hotel, merendamos, descansamos, vimos películas, almorzamos y más tarde cenamos, hasta que llegó la hora de ir a dormir.

Al día siguiente, como de costumbre, me levanté a las 6 a.m., tendí mi cama, me bañé, limpié mi habitación (aunque había ama de llaves, era mi costumbre), luego desayuné con mi mamá y Alan y para las 7:50 a.m. nos fuimos a la escuela.

– Buenos días, jóvenes – dijo el señor Escalante, sonriendo.

– Quiero felicitarlos a todos, estuvieron muy bien en el examen oral… Esta vez no hay un ganador – continuó, aún sonriendo. – Tenemos un empate.

– Van a desempatar en la etapa final… que comienza la otra semana – añadió, esta vez con seriedad. – Tienen una semana para prepararse.

– En la etapa anterior, por un punto extra, ganó la señorita Brown… Esta vez tenemos un empate. Veamos cómo les va en la etapa final – concluyó, con seriedad. – Pueden retirarse.

Todos salimos del aula y me encontré con mi mamá y Alan.

– ¿Y qué pasó? – preguntó mi mamá, ansiosa.

– A todos nos fue bien – respondí, sonriendo.

– Sabía que te iría bien – dijo Alan, evitando el contacto visual.

– Gracias – dije, de manera cortante.

Regresamos al hotel y descansamos un poco. Por la tarde, mi madre tenía entradas para el zoológico y nos fuimos.

Narra Alan

Nos fuimos al zoológico. Trataba de evitar el contacto visual, pero de un momento a otro, levanté la mirada y la vi hablando con alguien, un chico de su edad. Ella lucía esa sonrisa que caracteriza a mi Brenda, se reía y movía la cabeza de un lado a otro. Observé cómo él tomaba su mano, cómo miraba sus labios. Estaba seguro de que planeaba besarla.

Me pregunté, ¿dónde está su madre? Desvié la mirada y la vi a la distancia, sonriendo, como si le causara ternura ver a su hija hablando con un chico de su edad. Claro, para ella está bien que Brenda salga con jóvenes de su misma edad. Pero a mí me estaba matando. Me preguntaba, ¿cómo llegó este chico? ¿En qué momento se le acercó?

Narra Brenda

Cuando ingresamos al zoológico, Alan se quedó atrás, intentando alejarse un poco de mí. Al entrar, me quedé viendo la sección de las jirafas junto a mi madre, cuando un chico se acercó a mí. Debo admitir que era atractivo y tenía mi edad, pero no me atraía realmente. Sin embargo, me divirtió lo que decía. Mi madre se alejó sonriendo y se dirigió a la sección de elefantes.

– Wow, son más altas de lo que creí – comentó el chico.

– Son muy lindas… Me gusta que ninguna tiene el mismo patrón de manchas – dije, sonriendo.

– Oh, es verdad… Sí, son lindas – respondió el chico.

– Sí… La verdad es que las jirafas son más lindas en persona que en los libros – dije, aún sonriendo.

– ¿Sabías que las jirafas no tienen cuerdas vocales? – preguntó el chico.

– Lo sé… Las jirafas no tienen cuerdas vocales y producen unos sonidos básicos en tonos tan bajos que son imperceptibles para el oído humano – respondí, sonriendo.

– ¿Cómo te llamas, chica misteriosa? – preguntó, mirándome a los ojos.

– Brenda – respondí, extendiendo mi mano en señal de saludo.

– Mucho gusto, Brenda… Mi nombre es Kevin – dijo, tomando mi mano en señal de saludo.

Era un chico de cabello castaño, ojos verdes, piel blanca, de mi altura. Parecía saber mucho sobre animales, y era muy simpático.

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Capítulo 12: Celos

Narra Brenda

Kevin es una persona muy simpática. Me hacía reír y es atractivo, pero aun así no puedo dejar de pensar en Alan.

– ¿Qué cosas te gustan? – Preguntó intrigado.

– Me gusta cantar, bailar, dibujar, estudiar, cocinar, tejer, coser, pero sobre todo me gusta leer y escribir – Dije sonriendo.

– Eres una chica interesante – Dijo fascinado.

– ¿En serio crees eso? – Pregunté intrigada.

– ¡Por supuesto! Quiero conocerte más – Dijo mirándome a los ojos.

– ¿Y a ti qué cosas te gustan? – Pregunté intrigada.

– Pues me gusta dibujar, tanto manual como con la computadora – Dijo sonriendo – Estoy pensando en ser diseñador gráfico.

– ¡Qué bien! Yo quiero ser escritora – Dije sonriendo.

– Que interesante… Y ¿Eres de aquí? – Preguntó intrigado.

– No, soy de Londres, Inglaterra. Vine aquí por un concurso literario de mi escuela – Dije sonriendo – ¿Y tú eres de México?

– Sí, soy de México. Eres una chica genio – Dijo con una risa pícara, provocando que me sonrojara.

Aunque disfrutaba de la conversación con Kevin, no podía evitar sentirme incómoda. Mis pensamientos seguían en Alan y lo que estaría haciendo en este momento. ¿Estaría pensando en mí como yo en él? No quería ser injusta con Kevin, pero no podía negar que los celos me estaban invadiendo.

Narra Alan

No podía soportarlo más, necesitaba saber qué tanto hablaban. ¿Por qué ella se reía tanto? ¿Por qué se sonrojaba? ¿Qué le estaría diciendo para que ella reaccionara así? Decidí acercarme con cautela para interrumpir la conversación, y cuando me acerqué, ella dijo:

– Profesor Freeman – Dijo sonriendo – Él es mi profesor de literatura – Dijo mirando a Kevin.

– El Kevin lo acabo de conocer – Dijo mirándome a mí.

– Mucho gusto, señor – Dijo extendiendo su mano.

No quería tomar su mano, más bien quería golpearlo y decirle que no se acerque a mi Brenda. Pero eso llamaría mucho la atención.

– Mucho gusto, Kevin – Dije tomando su mano, tratando de disimular mi desagrado.

Miré mi reloj.

– Tenemos que irnos, Brenda… Ya es tarde – Dije cortante.

En ese momento, se acercó su madre.

– Tu profesor tiene razón, hija. Tenemos que volver – Dijo mirando a Brenda.

– Mucho gusto, soy Delia, la madre de Brenda – Dijo mirando a Kevin, extendiendo su mano.

– Mucho gusto, señora – Dijo Kevin tomando su mano.

– Adiós, Kevin… Fue un placer conocerte – Dijo Brenda sonriendo.

– Adiós, Brenda… El placer fue mío – Dijo entregándole un papel en la mano – Quizás algún día puedas escribirme – Dijo sonriendo.

¿Por qué tanta sonrisa? ¿Por qué estaba tan feliz de recibir un papel? ¿Por qué estaba tan interesada en seguir hablando con Kevin? ¿Porque Brenda le dio su número? Los celos me estaban carcomiendo. No podía evitar sentirme herido y traicionado. ¿Cómo podía Brenda estar tan interesada en alguien más cuando yo estaba aquí, preocupándome por ella todo el tiempo? Me alejé con Brenda y su madre, incapaz de decir una palabra más.

Aquí te presento una versión corregida y mejorada del texto:

Narra Brenda

No es lo que piensan, no siento nada por Kevin. Mi corazón solo late por Alan, pero no tengo muchos amigos y que él me hablara me hizo sentir bien. Además, necesitaba sacarme a Alan de la cabeza.

Por más enamorada que esté, es un amor prohibido.

– Te escribiré -dijo Kevin sonriendo.

Regresamos al hotel con mi madre y Alan. Cenamos y luego cada uno fue a su habitación.

Cuando estaba en mi habitación, recibí una videollamada de mi hermana.

– Hola, Bren, ¿cómo estás? -preguntó sonriendo.

– Bien… Ingrid, ¿y tú, cómo estás? -le contesté cortante.

– Bien… recién hablé con mamá -dijo con una risa pícara.

– ¿Y qué te dijo? -pregunté cortante.

– Me dijo que charlaste con un chico -dijo con una risa pícara.

– No es nada, era solo una charla sin importancia -respondí cortante.

– Una charla sin importancia -dijo levantando una ceja-. Mamá me dijo que te dio su número y tú le diste el tuyo -añadió con una risa pícara.

– No sé qué película te estás haciendo en la cabeza… pero eso no tiene ningún significado -dije ya cansada de hablar con Ingrid.

– O sí, seguro que no tiene ningún significado -dijo sarcásticamente-. Mi hermanita tiene novio -dijo con una risa pícara.

– No te metas en mi vida, Ingrid -dije seria-. Y no vuelvas a decir eso… Kevin no me interesa para nada -dije con tono serio.

– Está bien… perdón, no quise molestarte, hermanita -dijo Ingrid.

– ¿Y cómo está el señor Freeman? -preguntó Ingrid suspirando con una sonrisa.

– Está bien… supongo -respondí cortante.

Otra vez estaba preguntando por Alan y eso me quemaba por dentro.

– Ay, es tan guapo -dijo Ingrid suspirando.

– Me tengo que ir… buenas noches, Ingrid -dije cortante.

– Buenas noches, hermanita -dijo y corté la llamada.

En cuanto colgué, me acosté y traté de dormir. Pero me costó conciliar el sueño. Seguía molestándome el hecho de que a mi hermana le gustara Alan.

Narra Alan

Estaba acostado, incapaz de dormir. Los recuerdos de Brenda me atormentaban, y sabía que no estaba bien estar enamorado de ella. Me preguntaba por qué estaba tan feliz de recibir un papel y por qué estaba tan interesada en seguir hablando con Kevin. ¿Había sido culpa mía por no haberle dado la atención que necesitaba?

Finalmente, me levanté y salí de mi habitación para dar un paseo nocturno por el hotel. Vi a Brenda y a su madre caminando juntas en el pasillo y decidí seguirlos a una distancia prudente. Escuché su conversación y me di cuenta de que Brenda acababa de conocer a Kevin y que no le interesaba en ese sentido.

Decidí acercarme y hablar con ella.

– Brenda, ¿podemos hablar? – le dije con voz suave. Ella se sorprendió al verme, pero asintió con la cabeza. Nos alejamos de su madre y empezamos a caminar juntos.

– Sé que soy tu profesor de literatura, Brenda, y que no está bien que me sienta así por ti – le dije con sinceridad. – Pero no puedo evitarlo. Me importas mucho

Brenda se quedó en silencio por un momento, y luego me miró con tristeza.

– Alan, yo también te aprecio mucho – me dijo. – Pero no puedo corresponderte de esa manera.

Lo entendí perfectamente. Pero no podía evitar sentirme atraído por ella. Decidimos seguir hablando y mantener una relación profesor-alumna saludable. Sería difícil, pero sabía que era lo mejor para ambos.

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Capítulo 13: Etapa Final

Narra Brenda

La semana había pasado rápidamente entre estudiar con Alan en la biblioteca y las actividades que mi madre organizaba. Había logrado olvidar a Kevin, hasta que recibí un mensaje suyo.

«Que tengas suerte hoy en el concurso Brenda… estaré viendo la televisión. Soy Kevin», decía el mensaje.

No sentí nada al leerlo, pero aun así le respondí:

«Muchas gracias».

Eran las 6 de la mañana, como de costumbre, tendí mi cama, limpié mi habitación, me duché y me vestí. Luego fui a desayunar con mi mamá y Alan.

Después, fuimos juntos a la biblioteca para repasar lo que ya habíamos estudiado. Cuando eran las 7:50 am, nos fuimos a la escuela.

Entramos todos al mismo aula donde se habían llevado a cabo las dos etapas anteriores, y luego entró el señor Escalante.

– Buenos días, jóvenes – dijo el señor Escalante con una sonrisa.

– Buenos días, señor Escalante – respondimos en coro, como siempre lo hacíamos cuando lo veíamos.

– Espero que se hayan preparado para la etapa final – agregó el señor Escalante, sonriendo.

Asentimos con la cabeza, sin decir una palabra.

– Perfecto… tenemos que irnos – dijo, haciendo un ademán con la mano.

Salimos todos de la escuela y afuera nos esperaban dos colectivos. Uno para los estudiantes y profesores, y otro para los padres. Nos subimos a nuestros respectivos colectivos y partimos hacia el canal de televisión donde se llevaría a cabo la final del concurso.

Cuando llegamos, nos presentaron al conductor del programa, Diego Alarcón.

– Buenos días, jóvenes – nos saludó Diego con una sonrisa.

– Buenos días, Diego – respondimos en coro.

El señor Escalante nos llevó al camerino donde nos preparamos para la presentación. Yo estaba nerviosa, pero al mismo tiempo emocionada por la oportunidad de mostrar mi trabajo ante una audiencia tan grande.

Nos explicaron las reglas del concurso: cada uno de nosotros tenía una silla con una mesa enfrente y un botón rojo. Nos harían preguntas y quien tocara el botón primero tendría la oportunidad de responder. Si contestaba correctamente, ganaría un punto. Quien tuviera más preguntas respondidas correctas al final del concurso sería el ganador. El premio total era de 200 mil dólares, 100 mil para el estudiante ganador y 100 mil para la escuela.

Sabía que no sería fácil ganar, todos los concursantes aquí tenían un coeficiente intelectual alto. Luego nos llamaron y cada uno de nosotros fue a su lugar.

Había estudiantes de Estados Unidos, Canadá, Brasil, México, Argentina, Colombia, Perú, Costa Rica, Chile, Cuba, Ecuador, Honduras, Venezuela, Panamá, El Salvador, Puerto Rico, Bolivia, Guatemala, Nicaragua, República Dominicana, Uruguay, Paraguay, Alemania, Italia, Francia e Inglaterra.

Estaba nerviosa. Era la primera vez que salía de mi país y la primera vez que iba a aparecer en televisión. Había participado en otros concursos antes, pero nunca había sido transmitido en televisión. Solo aparecía mi foto en el periódico.

Luego nos mandaron a todos a nuestros lugares y el conductor comenzó a hablar.

– Bienvenidos a nuestro concurso de conocimientos generales. Hoy tenemos a los mejores estudiantes de todo el mundo compitiendo por el gran premio. ¿Listos para comenzar? – preguntó el conductor con una sonrisa.

Asentimos con la cabeza, preparados para demostrar lo que sabíamos. La adrenalina comenzó a correr por mis venas mientras esperaba la primera pregunta.

– Y ahora, ¡vamos a conocer a nuestros concursantes! – anunció el conductor con entusiasmo.

La cámara comenzó a enfocar a cada uno de nosotros, uno por uno, mientras el conductor iba presentándonos. Sentí un nudo en el estómago al verme en la pantalla gigante. ¿Realmente estaba aquí, compitiendo con los mejores estudiantes del mundo?

Sonreí tímidamente, saludando a la cámara mientras el público aplaudía. Escuché los nombres y países de los demás concursantes, pero mi mente estaba demasiado ocupada tratando de recordar todo lo que había estudiado.

Finalmente, el conductor terminó de presentarnos y nos deseó buena suerte. La tensión en el aire era palpable mientras esperábamos a que comenzara el concurso.

– ¡Y sin más preámbulos, comencemos con… Libro manuscrito! – anunció el conductor mientras abría un sobre con la primera pregunta.

La tensión en el aire era palpable mientras los concursantes esperábamos la primera pregunta. El conductor sacó una tarjeta del sobre y leyó en voz alta:

– Pregunta número 1. ¿Qué es el texto literario?

Rápidamente, presioné el botón rojo y respondí:

-Una forma de comunicación donde el autor es el emisor y el lector es el receptor

– ¡Correcto! – exclamó el conductor con entusiasmo.

La competencia continuó con preguntas sobre literatura y arte, y cada concursante demostró su habilidad y conocimiento. La adrenalina corría por mis venas mientras escuchaba atentamente cada pregunta, tratando de recordar todo lo que había estudiado.

– Pregunta número 2: ¿Cuántas formas literarias hay?

– Natalia, una concursante de Alemania, respondió que hay dos formas literarias: verso o prosa.

– ¡Correcto! – exclamó el conductor con entusiasmo.

– Pregunta número 3: ¿Qué es una forma literaria?

– Carolina, una concursante de Estados Unidos, respondió que es una expresión bella por medio de la palabra oral o escrita.

– ¡Correcto! – exclamó el conductor con entusiasmo.

– Pregunta número 4: ¿Qué es arte?

– Amanda, una concursante de México, respondió que es cultura.

– ¡Correcto! – exclamó el conductor con entusiasmo.

– Pregunta número 5: ¿Cuántos géneros literarios hay?

– Santiago, un concursante de Brasil, respondió que hay cinco géneros literarios.

– ¡Correcto! – exclamó el conductor con entusiasmo.

Finalmente, llegó mi turno de responder una pregunta sobre los géneros literarios.

– Pregunta número 6. ¿Cuáles son los 5 géneros literarios? – leyó el conductor.

Sin dudarlo, presioné el botón rojo y respondí: «Lírico, didáctico, narrativo, épico y dramático».

– ¡Correcto! – exclamó el conductor con entusiasmo.

– Pregunta número 7: ¿En qué consiste el género lírico?

– Respondí que se entiende como género lírico cuando el objetivo del poeta es expresar sus propios sentimientos en forma subjetiva, en tanto y cuanto giren en torno al yo.

– ¡Correcto! – exclamó el conductor con entusiasmo.

– Pregunta número 8: ¿Menciona un ejemplo de arte auditivo?

– Manuel, un concursante de Canadá, respondió que la música es un ejemplo de arte auditivo.

– ¡Correcto! – exclamó el conductor con entusiasmo.

– Pregunta número 9: ¿Cuáles son las artes visuales?

– Miguel, un concursante de Paraguay, respondió que la pintura y la escultura son artes visuales.

– ¡Correcto! – exclamó el conductor con entusiasmo.

– Pregunta número 10: ¿Qué permite la liminalidad?

– Martín, un concursante de Uruguay, respondió que permite a los artistas crear nuevas obras a partir de novelas, cuentos o novelas.

– ¡Correcto! – exclamó el conductor con entusiasmo.

La competencia continuó y cada concursante demostró su habilidad y conocimiento en diferentes áreas del arte y la literatura. Me sentía orgullosa de estar compitiendo con los mejores estudiantes del mundo, y estaba decidida a dar lo mejor de mí para ganar.

Fue dificil responder, todos conocimos las respuesta, pero respondia quien apretapaba el boton primero.

Nuevamente, llegó mi turno de responder una pregunta sobre la liminalidad. «¿Menciona un ejemplo de liminalidad?» preguntó el conductor.

Sin dudarlo, presioné el botón rojo y respondí: «Escultura y pintura».

– ¡Correcto! – exclamó el conductor con entusiasmo.

– Ultima Pregunta y nos vamos al corte: ¿Cuál es el significado detrás de la famosa línea «To be or not to be» en la obra de Shakespeare, Hamlet?

Tocamos el boton casi todos juntos pero por un segundo extra yo toque primera.

– La línea «To be or not to be» en Hamlet de Shakespeare es una reflexión sobre la vida y la muerte, y plantea la pregunta de si es mejor vivir y enfrentar los problemas de la vida o morir y enfrentar lo desconocido. Es un monólogo que explora la naturaleza del ser y la existencia, y se ha convertido en una de las líneas más famosas de la literatura universal.

– ¡Correcto! – exclamó el conductor con entusiasmo.

De repente, el conductor interrumpió la competencia:

– Paremos un momento… nos recuperamos un poco de esta emoción y volveremos luego del corte – La tensión en el aire disminuyó mientras los concursantes se tomaban un breve descanso para recuperarse. Sabía que la competencia se volvería aún más intensa cuando volviéramos de la pausa.

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Capítulo 14: El concurso

Narra Brenda

La competencia estaba en su punto más alto, y la tensión en el aire era palpable. Todos los concursantes tenían un coeficiente intelectual elevado, lo que hacía difícil responder primero. Pero yo estaba decidida a dar lo mejor de mí y ganar.

Durante el corte, revisé mi teléfono y vi que había recibido mensajes de mi mejor amigo Ian, de mi hermana Ingrid y del nuevo Kevin. Sus palabras de aliento me dieron fuerzas para seguir adelante.

«Vamos amiga… estás ganando con 5 puntos, yo confié en ti sé que vas a ganar. Te quiero», decía el mensaje de Ian.

«Vamos, vamos hermanita que vas ganando… sé que vas a ganar. Te quiero», escribió mi hermana Ingrid.

«No te pongas nerviosa… estás yendo bien, estoy seguro de que vas a ganar», afirmó Kevin.

Leer todos esos mensajes me hizo bien. Me di cuenta de que no estaba sola y de que tenía un gran apoyo detrás de mí. Respondí a todos con un mensaje de agradecimiento.

«Muchas gracias… me hacen bien recibir mensajes de apoyo», escribí.

Regresamos a la competencia después del corte, y sabía que la batalla se volvería aún más intensa. Pero con el apoyo de mis seres queridos, estaba lista para enfrentar cualquier desafío que se presentara.

– Y estamos de vuelta Estamos en el programa de preguntas y respuestas más emocionante de la televisión, donde tenemos a un grupo de concursantes muy talentosos compitiendo por el gran premio. Los concursantes están demostrando su conocimiento en una variedad de temas, desde las artes audiovisuales hasta la historia del arte. Cada uno de ellos ha demostrado habilidad para responder rápidamente y con precisión, y todos parecen estar disfrutando del desafío. A medida que avanzamos en las preguntas, los concursantes están demostrando su capacidad para pensar con rapidez y mantener la calma bajo presión. ¡Sigue con nosotros para ver quién se llevará a casa el gran premio!

– Hoy tenemos a un grupo de concursantes muy talentosos: Miguel Agnello, Natalia Kellet, Amanda Orbón, Santiago Quintín, Manuel Sahenz, Martín Sáez, Carolina MacQuoid con 1 respuesta correcta y Brenda Brown con 5. ¡Vamos a seguir con las preguntas!

– La pregunta número 12 es: ¿Cuáles son las artes audiovisuales? – Javier de México responde rápidamente:

– Cine, teatro y danza.

– ¡Correcto! ¡Muy bien hecho!

– La pregunta número 13: ¿El hipertexto es una invención exclusiva de la era digital? – Rodrigo de Venezuela responde con seguridad:

– Sí».

– ¡Correcto de nuevo! ¡Está en racha!

– La pregunta número 14 es un poco más complicada: ¿Por qué? – Juan de Honduras responde:

– Es una fuente de inspiración

– ¡Correcto! ¡Excelente!

– La pregunta número 15: ¿De qué país era el artista Diego Rivera? – Cristian de República Dominicana responde sin titubear:

– Mexicano

– ¡Correcto! ¡Muy bien!

– La pregunta número 16: ¿En qué siglo importante las pinturas de Diego Rivera? – Carlos de El Salvador responde rápidamente:

– En el siglo XX

– ¡Correcto de nuevo! ¡Impresionante!

– La pregunta número 17: ¿Quién es Diego Rivera? – Ezra de Panamá responde sin dudarlo:

– Un pintor mexicano

– ¡Correcto! ¡Muy bien hecho!

– La pregunta número 18: ¿Por qué son tan importantes sus obras murales? – Lautaro de Francia responde con confianza:

– Por su reconocida técnica y genio artístico

– ¡Correcto! ¡Excelente respuesta!

– La pregunta número 19: ¿Qué es el muralismo mexicano? – Francesca de Italia responde con seguridad:

– Es un movimiento

– ¡Correcto! ¡Muy bien!

Todos los concursantes están haciendo un gran trabajo y las preguntas parecen estar resultando bastante sencillas para ellos. Todos tocan el botón para responder casi al mismo tiempo, pero siempre hay alguien que responde primero.

– La pregunta número 20: ¿En qué consisten los murales prehispánicos? – Federica, una concursante de Costa Rica, apretó el botón y respondió:

– En retratar las situaciones que estaban ocurriendo en México – El presentador sonrió

– ¡Correcto!

– La pregunta número 21: ¿En qué año se dio a conocer el mural dentro y fuera de México? – Esta vez, Flavia, una concursante de Perú, respondió rápidamente:

– En 1925 – El presentador asintió

– ¡Correcto!

– La pregunta número 22: ¿Qué obras se encuentran entre las más importantes del siglo XX? – Facundo, un concursante de Chile, apretó el botón y dijo:

– Las de Diego Rivera – El presentador sonrió

– ¡Correcto!

– La pregunta número 23: ¿Por qué el título ‘Diego Rivera y la arqueología mexicana’? – Federico, un concursante de Guatemala, respondió con seguridad:

– Para mostrar la influencia de la arqueología mexicana en la obra de Diego Rivera – El presentador sonrió

– ¡Correcto!

– La pregunta número 24: ¿Por qué empezó Diego Rivera su interés en el pasado prehistórico de México? – Claudio, un concursante de Cuba, apretó el botón y respondió:

– Para mostrar la riqueza de México – El presentador sonrió

– ¡Correcto!

-El presentador del concurso leía la última pregunta.

– Pregunta número 25. ¿Es posible que la obra de Diego Rivera sea la fusión de la cultura indígena y española?

Todos sabían que esa era la pregunta que definiría al ganador del concurso. Pero ahora solo quedaba una respuesta para determinar el ganador.

Confiada en su respuesta, apreté rápidamente el botón.

– Sí – respondí con seguridad – El presentador sonrió

– ¡Correcto!

Los aplausos y los gritos de felicitación llenaron el estudio

– ¡Felicidades, Brenda! Eres la ganadora del concurso de conocimientos generales – dijo el presentador mientras anunciaba mi nombre y país de origen.

Los aplausos y los gritos de felicitación llenaron el estudio mientras cada concursante demostró su conocimiento y habilidad en responder las preguntas. Pero al final, solo uno de ellos se convertiría en el ganador del concurso.

– ¡Y este concurso ha llegado a su fin! – anunció el presentador con entusiasmo. – Tenemos a Agramontés Javier, Aguayo Rodrigo, Anguila Juan, Alarcón Cristian, Alcaraz Carlos, Alvarado Ezra, Galarza Lautaro, Amaya Francesca, Arias Federica, Atenas Flavia, Bedoya Facundo, Bonilla Federico, Blanco Claudio… Todos empatados con un punto.»

Los concursantes se miraron entre sí, nerviosos por lo que vendría a continuación.

– Pero por 5 puntos, la ganadora del primer concurso literario internacional es… – dijo el presentador, creando suspenso. Los latidos de mi corazón se aceleraron.

– ¡Brown Brenda! – anunció el presentador, mientras sonaba música triunfante y confetis, serpentinas y globos caían del techo. La cámara se enfocó en mí y solo pude sonreír tímidamente, aún en shock por haber ganado.

Los otros concursantes me felicitaron y me sentí abrumada por la emoción del momento. Era un sueño hecho realidad.

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Capítulo 15: El baile

Narra Brenda

– ¡Y la ganadora del primer concurso literario internacional es… Brenda Brown! – gritó el presentador con entusiasmo. La cámara se enfocó en mí en primer plano y solo pude sonreír mientras sonaba una música triunfante y comenzaban a caer globos, confetis y serpentinas del techo.

El presentador se acercó a mí y me preguntó:

– ¿Cómo se siente con esta victoria, señorita Brown? – Bajé la mirada y respondí tímidamente:

– Bien… Feliz. ¡No me esperaba esto!

De repente, el presentador se llevó la mano al oído derecho, donde tenía un pequeño dispositivo, y dijo:

– Me informan que le harán la entrega de su premio

Me felicitaron, me entregaron un cheque y un trofeo, y me tomaron fotos. Luego, el presentador cerró el programa con emoción:

– ¡Qué emoción! Gracias a todos por acompañarnos en este hermoso concurso literario. ¡Hasta la próxima!

La melodía de cierre comenzó a sonar y el programa llegó a su fin. Aún estaba en shock por haber ganado, pero me sentía emocionada y agradecida por la experiencia.

– Felicitaciones, cariño – dijo mi mamá abrazándome.

No supe qué decir, solo correspondí al abrazo.

– Felicitaciones, Brenda – dijo Alan, tomando mi mano.

No pude resistirme y le di un abrazo, él me correspondió. Nadie sospechaba nada, todos pensaban que era por la emoción del momento.

Luego, vi cómo los demás concursantes y profesores se acercaron a felicitarme y abrazarme.

Después, me llevaron a un lugar donde me hicieron una sesión de fotos primero sola, luego con mi profesor y mi mamá juntos y por separado, y con cada uno de mis compañeros del concurso.

– Bueno… Felicitaciones, señorita Brown – dijo el señor Escalante.

Nos entregaron una invitación a todos.

– Los espero a todos esta noche… organizaremos un baile – anunció.

Nos despedimos y todos salimos. Luego, mi mamá, Alan y yo fuimos al hotel, comimos algo, descansamos y después fuimos a comprar un vestido para el baile y al salón de belleza para prepararme.

Una vez que estuvimos listos, fuimos al baile. Me llevaron con los otros concursantes a la planta alta, donde nos presentaban uno por uno por orden alfabético. Pero a mí me presentaron al final.

– Y ahora, con ustedes… la ganadora, la señorita Brenda Brown – anunció el señor Escalante con entusiasmo.

Mi corazón latía con fuerza y sentía que todo mi cuerpo temblaba de emoción. Salí de la habitación con paso firme, pero mi mente estaba en un torbellino de pensamientos. No podía creer que había ganado el concurso, había trabajado tan duro para llegar hasta aquí, y ahora, finalmente, lo había logrado.

Mientras bajaba las escaleras, pude sentir las miradas de todos los presentes en mí. Los aplausos y vítores llenaban el salón y me daban la fuerza para seguir adelante.

Por un momento me detuve un momento para tomar aliento y mirar a mí alrededor todo parecía tan irreal, como si estuviera en un sueño. Pero la emoción que sentía era real como el aire que respiro.

Narra Brenda

Cuando escuché el anuncio del señor Escalante, levanté la mirada y ahí estaba ella, Brenda. Estaba en la escalera, luciendo hermosa en su vestido rosado largo e inflado, con una tiara en la cabeza y su cabello rizado. Nunca había visto tanta belleza en una sola mujer.

Vi cómo comenzó a bajar la escalera, escalón por escalón, y sentí cómo mi corazón comenzaba a latir cada vez más rápido. Me acerqué a la escalera con cautela y le ofrecí mi mano para ayudarla a bajar el último escalón. Brenda sonrió y tomó mi mano, y juntos bajamos hacia el último escalón.

Narra Brenda

Estando arriba en medio de la escalera, solo buscaba a Alan con la mirada, y cuando lo vi, no pude evitar sonreír. Ahí estaba, con un esmoquin y una corbata de moño, parecía un príncipe y me derretía verlo así.

Deseaba que se acercara a mí, y cuando comencé a bajar la escalera, vi cómo él se me acercaba con cautela. Y cuando llegué al anteúltimo escalón, él estaba ahí, y cuando me ofreció su mano, no pude borrar la sonrisa de mi rostro y tomé su mano.

Escuché cómo comenzó a sonar una música romántica, y escuché una voz en los altoparlantes que decía:

– Cuando quieran, pueden buscar una pareja de baile y dirigirse a la pista de baile

Alan me llevó hasta el centro de la pista de baile, se puso en frente de mí, me ofreció su mano y dijo:

– ¿Me concederías esta pieza? – sonriendo.

– Con mucho placer -dije tomando su mano.

Él puso sus manos en mi cintura y me apretó hacia él mientras comenzábamos a bailar al ritmo de la melodía. Yo puse mis brazos alrededor de su cuello y cerré los ojos, dejándome llevar por la música.

– Te ves hermosa, Brenda – susurró en mi oído, haciéndome estremecer. Apoyé mi cabeza en su hombro y seguí bailando, sintiéndome completamente a gusto en sus brazos.

Por un momento, todo lo demás desapareció. No había nadie más en el salón, solo él y yo. Me sentía tan bien que hundí mi rostro en su pecho y él acarició mi cabello. Levanté mi cabeza y le sonreí, y él me devolvió la sonrisa.

Lentamente, comenzó a acercarse a mi rostro, y mi corazón empezó a latir con fuerza. Sentía que me iba a ahogar con mi propio aire, y me ruboricé cuando él miró a mis ojos. Pero no importaba, porque en ese momento solo existíamos él y yo, bailando juntos en una burbuja de felicidad y amor.

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Capítulo 16: El amor es más fuerte

Narra Brenda

Alan se acercó a mi rostro y mi corazón comenzó a latir con fuerza. Sentí que nada iba a evitar que sus labios chocaran con los míos. Me sentía como en un cuento de hadas, pero la música terminó, las luces se encendieron y nos separamos tratando de disimular que nada había pasado.

Pasaron las horas en el baile, nos divertimos y reímos. Más tarde, regresamos al hotel con mi mamá y Alan. Teníamos que empacar porque al otro día teníamos que regresar a Londres. Me quedé pensando en ese momento mágico que viví con Alan en el baile. Necesitaba hablar con él en un lugar donde mi madre no pudiera interrumpir. Me quedé pensando hasta que me dormí.

Al día siguiente, me desperté, tendí mi cama y me dirigí a bañarme. Luego, me miré al espejo y revisé mi ropa, zapatos y maquillaje. Revisé la lista de las cosas que ya había empacado mientras las lágrimas salían de mis ojos. Sentía muchos sentimientos encontrados. Por un lado, estaba feliz de volver a mi país, pero por otro lado, extrañaría estar en este país.

Después de desayunar, fuimos al aeropuerto. Esperaba tener la oportunidad de estar a solas con Alan. Parece que el destino quería ayudarme, porque cuando entregamos los boletos a la azafata, dijo que hubo un error. Mi boleto y el de Alan decían que estábamos en primera clase y mi madre estaba en turista.

Traté de evitar sonreír, pero no pude. Me tocó sentarme junto a Alan, lejos de mi madre. Mi madre trató de buscar una solución para sentarnos todos juntos, pero para mi suerte, no la encontró.

– Está bien – dijo mi mamá mirando a la azafata. – Por favor, cuida de mi hija. Ella se pone nerviosa si hay turbulencias – añadió mirando a Alan.

– No se preocupe, la cuidaré – respondió Alan.

Mi mamá me abrazó y luego nos fuimos a nuestros asientos. Cuando estábamos sentados, él tomó mi mano y me dijo:

– Sé que no debería decir esto, pero estoy feliz de que tu madre se haya sentado en otro lado

Yo lo miré a los ojos y sonreí.

– Yo también… necesitaba tener la oportunidad para hablar contigo – le dije.

– Entonces… ¿Qué querías decirme? – preguntó tomando mi mano y mirándome a los ojos.

– Yo… yo quería… yo quería decirte… que… – dije tartamudeando.

Él me tomó de los hombros y me dijo:

Hey… relájate… Mírame a los ojos y dime

Lo miré a los ojos y no pude decir nada. Me quedé en blanco, me perdía en sus ojos azules.

– Tal vez sea mejor que yo hable primero – dijo Alan acariciando mi cabello – Tengo algo que decirte y ya no puedo esperar

– ¿Qué tienes que decirme? – pregunté bajando la mirada.

Él levantó mi rostro con delicadeza, hizo que nuestras miradas se encontraran y dijo…

– Te amo, Brenda… te amo como nunca amé a nadie en mi vida. Te necesito como al aire que respiro. La primera vez que te vi, cuando llegaste temprano a la escuela, sentí como si me enamoré de ti. Estabas tan hermosa como una flor. Después tuvimos la oportunidad de conversar y al mirarte, sentí como si ya te conociera. Después todo se derrumbó cuando descubrí que eras mi alumna. Traté de reprimir mis sentimientos, pero no pude. Solo logré que crecieran más. Durante el baile, toda esa noche no dejaba de mirarte. Sentí algo que nunca había sentido por alguien, más que por ti

Yo lo miraba, tenía un brillo en los ojos cuando me hablaba. Yo sentía el amor en sus palabras.

– Sé que esto está mal, porque soy tu profesor, pero la verdad ya nada me importa, solo me importas tú y nadie más que tú – continuó.

Cuando terminó de hablar, lo que hice puede que pienses que es una locura, pero me abalancé a sus brazos y lo besé. Él me sonrió y me correspondió el beso.

– Te amo, Alan… te amo y ya no puedo reprimir mis sentimientos – le dije.

Nos estábamos besando…

– ¿Y ahora? – dije mientras lo besaba.

– ¿Y ahora qué? – dijo Alan besándome.

– ¿Y ahora que somos? – dije sin dejar de besarlo.

– Perdón – dijo besándome – me olvidé de preguntártelo

– ¿Preguntarme qué? – dije besándolo.

– Brenda… mi Brenda, ¿quieres ser mi novia? – dijo sonriendo.

Sonriendo – sí… sí quiero – dije y nos besamos de nuevo.

Ya nada me importaba, solo quería estar con él.

– ¿No te asustan los aviones? – dijo Alan besándome.

– No… Contigo no – seguía besándolo – eres una ternura

– Tú también lo eres, mi amor – dijo besándome.

Qué bueno que nuestros asientos estaban separados del resto.

Una azafata pasó frente a nosotros y nos separamos.

– ¿Se le ofrece algo, señorita? – dijo mirándome.

– No, no gracias – dije.

– ¿Y a usted, señor? – dijo mirando a Alan.

– No, gracias – dijo Alan.

– Ok, si necesitan algo, no duden en llamarme – dijo la azafata y se retiró.

Los dos nos miramos a los ojos y sonreímos.

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Capítulo 17: Regreso a casa

Narra Brenda

Después de ganar el concurso en México, volví a Londres, pero no podía sacar de mi mente lo que había sucedido allí. Sabía que estaba mal enamorarme de mi profesor, pero nunca había sentido algo así antes.

Al día siguiente, me levanté temprano como de costumbre y me puse a preparar el desayuno mientras reflexionaba sobre todo lo que había pasado. Los recuerdos de mi viaje a México me invadieron, y no podía quitármelos de la cabeza.

A las 6:30 am, mis padres se levantaron y me uní a ellos para desayunar. A pesar de estar en casa, mi mente seguía en México, pensando en Alan y en lo que significaba para mí.

– Buenos días, Papá. Buenos días, Mamá – dije sonriendo mientras tomaba mi mochila y me disponía a ir a la escuela.

– Buenos días, princesa – dijeron mis padres al unísono.

Le di un abrazo a mi papá y me dispuse a salir de casa.

– ¿Estás segura de que quieres ir a la escuela, hija? Acabas de llegar de un viaje – dijo mi papá seriamente.

Le di un abrazo a mi mamá y le respondí:

– Quiero ir, papá

– Tu papá tiene razón, cariño. ¿Por qué no te quedas a descansar un día? – me preguntó mi mamá, mirándome a los ojos.

– Estoy bien, mamá. Sabes que me gusta ir a la escuela, para mí no es ningún sacrificio – le respondí sonriendo.

Les di un beso en las mejillas a los dos y salí de casa. Durante el camino, solo podía pensar en Alan y esperaba encontrármelo en la escuela. Cuando llegué, me encontré con el director y la bibliotecaria abriendo la escuela, y también con Alan, que había llegado al mismo tiempo que yo.

– Buenos días, Profesor Freeman – dije, evitando las ganas de besarlo.

– Buenos días, Señorita Brown – respondió él con una sonrisa notable.

– Buenos días, Señor Kabana. Buenos días, Señora Arriaga – dijimos al mismo tiempo con Alan.

– Buenos días, Señorita Brown. Buenos días, Señor Freeman – dijeron el director y la bibliotecaria al unísono.

– Felicitaciones, Señorita Brown. Sabíamos que iba a ganar el concurso – dijo la bibliotecaria con entusiasmo.

Bajé la mirada y respondí:

– No fue nada fácil. Todos eran muy inteligentes – dije sonriendo.

Las puertas se abrieron, el director se dirigió a su oficina, la bibliotecaria se dirigió a la biblioteca y Alan se fue a su salón. Yo me quedé un momento ahí, inmóvil, hasta que la señora Arriaga me habló.

– ¿No piensa venir a la biblioteca, Señorita Brown? – preguntó la señora Arriaga mientras me miraba.

– Mm… voy en un momento, tengo algo que hacer primero – respondí bajando la mirada.

– Está bien, la veo en la biblioteca – dijo antes de alejarse.

Esperé a que se fuera por completo y luego me dirigí al salón de Alan.

– Hola – dijo él con una sonrisa notable.

– Hola, mi amor – dije jugando con mi cabello.

– Qué lindo que suena eso de tu boca – respondió acercándose a mí.

– Me gusta decirlo – dije poniendo mis brazos alrededor de su cuello.

– Dilo de nuevo – pidió poniendo sus manos en mi cintura y acercándome a él.

– Mi amor – dije con mi boca cerca de la suya.

– Qué lindo – respondió antes de besarme.

Quería quedarme ahí con él, pero si no iba a la biblioteca podrían sospechar.

– Me tengo que ir – dije abrazándolo.

– Qué pena – respondió haciendo pucheros.

Después sacó una tarjeta de presentación del bolsillo de su saco y me la entregó en la mano, demorando en soltarme mientras acariciaba mi piel. Sentí una corriente eléctrica en todo mi cuerpo.

– Te veo en mi departamento – dijo mirándome a los ojos.

– Sí, te veo ahí – respondí antes de besarlo y salir corriendo.

Pasé un rato en la biblioteca y luego asistí a mis clases, hasta que llegó la hora de mi materia favorita: Literatura, con mi profesor preferido.

Cuando llegué al salón, encontré una rosa en mi pupitre junto a una nota que decía:

«Te amo, mi novia amada. Te espero después de la escuela en mi departamento».

Terminaron las clases y me dirigí al Café y Amor, donde me encontré con Ian.

– Brenda, qué alegría verte – dijo abrazándome.

– Gracias, te extrañé mucho – respondí abrazándolo también.

– ¿Te traigo lo mismo de siempre?- preguntó.

– Me conoces muy bien – dije sonriendo.

– Enseguida traigo tu orden – dijo antes de irse.

Regresó con mi helado y se sentó junto a mí. Comenzamos a charlar y, cuando terminé, me despedí.

– Nos vemos mañana, Ian – dije abrazándolo.

– Nos vemos mañana, Brenda – respondió sonriendo.

Luego, me dirigí a casa de Alan, tuve que subir las escaleras porque el ascensor no funcionaba.

Cuando llegué a su departamento, él no tardó en abrirme la puerta.

– Viniste – dijo con entusiasmo.

– ¿Creíste que no iba a venir? – pregunté jugando con mi cabello.

Él se corrió de la puerta para que pudiera entrar.

Y cuando lo hice, nos besamos apasionadamente, como si no hubiera un mañana.

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Capítulo 18: El peor día

Narra Brenda

Había pasado una semana sin que me diera cuenta. Todo parecía ir a la perfección: estaba en mi último año de preparatoria, tenía las mejores calificaciones y un novio que amaba y que me amaba. Sin embargo, nunca imaginé que descubriría algo que haría que mi mundo se viniera abajo en un abrir y cerrar de ojos.

Todo comenzó un lunes. Como siempre, me levanté a las 6 am, arreglé mi cama, limpié mi habitación, me duché y preparé el desayuno. Mis padres se levantaron a las 6:30 am, justo cuando yo terminaba de desayunar. Me despedí de ellos y me fui a la escuela.

Como de costumbre, me encontré con el director, la bibliotecaria y el señor Freeman, también conocido como Alan, mi novio. Nos saludamos y, cuando la escuela abrió sus puertas, me dirigí al salón de Alan y luego a la biblioteca.

Las clases transcurrieron normalmente hasta que llegó la hora de Literatura. Como siempre, Alan dejaba una rosa en mi escritorio con una nota que decía: «Hoy también te amo».

Después de la clase, me dirigí a mi curso de primeros auxilios. Cuando terminó, fui al café & amor, hablé un rato con mi amigo Ian y luego me dirigí al departamento de Alan.

Ese lugar era nuestro refugio, siempre nos encontrábamos ahí. Pero ese día, mientras estábamos viendo una película, me di cuenta de que había olvidado las llaves de mi casa y tuve que ir a buscarlas a la universidad donde trabajaban mis padres y estudiaba mi hermana.

Mi padre es profesor de Matemáticas, mi madre es profesora de Química y mi hermana estudia Periodismo.

Todo comenzó como un día excelente. Estaba con Alan, acostada en su regazo mientras veíamos una película. Acariciaba su mano mientras él acariciaba mi cabello. Pero ese día se convertiría en el peor de mi vida.

– Me gusta esta película – dije, acariciando su mano.

– A mí me gustas tú – respondió, besándome la mejilla.

– ¿Te gusto mucho? – pregunté, mirándolo a los ojos y jugueteando con mi cabello.

– Me encantas – dijo antes de besarme en los labios.

Me levanté y me senté en sus piernas. Estábamos besándonos cuando mi teléfono interrumpió el momento.

– Me están llamando – dije, aún besándolo.

– No contestes – respondió, continuando el beso.

– ¿Y si es importante? – pregunté, sin dejar de besarlo.

– Está bien, contesta – dijo, desanimado.

– Solo será un momento – le aseguré, le di un último beso y contesté el teléfono.

– Hola – dije, tratando de mantener la compostura mientras Alan besaba mi cuello.

– Hola, hermanita, ¿Estás ocupada?

– Estoy en el parque leyendo. ¿Por qué? ¿Qué necesitas? – respondí, evitando que se notara el placer que sentía mientras Alan seguía besándome el cuello.

– Ay, hermanita, me olvidé una carpeta que tenía que presentar en la última hora de clases y no puedo retirarme de la universidad sin entregarla… ¿Podrías traérmela, por favor? No te pediría esto si no fuera importante.

– Está bien – respondí, buscando las llaves en mi mochila sin éxito. «No puede ser, me olvidé las llaves de casa.»

– ¿Tú te olvidaste? – dijo Ingrid, sorprendida. – Tú, la señorita que nunca se olvida de nada – se burló.

– Siempre hay una primera vez para todo – dije, algo molesta. – Y sin llaves no puedo ir a casa.

– Ven a la universidad y te doy las llaves. Después vas a buscar mi carpeta.

– Está bien… voy para allá – respondí, desanimada.

– Gracias, hermanita – dijo antes de colgar.

– Me tengo que ir – le dije a Alan, abrazándolo.

– Sí… ya escuché. No quiero que te vayas – respondió, rodeándome con sus fuertes brazos.

– Yo tampoco quiero irme… pero tengo que hacerlo – dije. Nos dimos un último beso y caminamos hasta la puerta

– Te amo – dijimos al unísono. Me alejé caminando hacia atrás, lanzándole besos voladores hasta perderlo de vista.

Luego, me dirigí a la universidad y me encontré con Ingrid.

– Aquí estoy – dije, desanimada.

– ¿Por qué tan desanimada? – preguntó, entregándome las llaves. – Pensé que te gustaba la universidad.

Tomé las llaves:

– Ya traigo tu carpeta – dije y me fui.

Fui a mi casa, agarré la carpeta y volví a la universidad.

– Aquí tienes tu carpeta – dije, entregándosela.

– Gracias – respondió, tomando la carpeta.

– De nada… Ahora me voy a casa a descansar – dije, la abracé y me fui.

Caminaba por la universidad cuando vi la oficina de mi papá. La puerta estaba entreabierta y, como hacía tiempo que no le sorprendía en su trabajo, decidí entrar. Pero la sorpresa me la llevé yo.

– Sorpre…, – balbuceé, quedándome sin palabras al ver a mi padre en un comprometedor beso con una estudiante.

– Brenda – dijo mi padre, apenado. – ¿Qué haces aquí?

– ¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Preguntarme qué hago aquí? -, dije con lágrimas en los ojos.

– Déjame explicarte – dijo mi padre, nervioso.

La chica se retiró y quedé a solas con mi padre en su oficina. Discutimos fuertemente y salí de allí corriendo y llorando. Mi padre intentó alcanzarme, pero no lo logró.

Cuando llegué a mi auto, solo podía pensar en Alan. Solo quería estar con él. Fui a su departamento y no tardó en abrirme la puerta.

– Brenda, ¿qué haces aquí? Pensé que estarías en casa. ¿Te pasa algo? – dijo, preocupado al verme llorando.

– Me enteré de algo que arruinará mi familia – dije entre lágrimas. – ¿Puedo quedarme aquí?

Dudó un poco antes de responder, pero yo hablé antes de que pudiera hacerlo.

– Tienes razón… no debería estar aquí – dije, secando mis lágrimas. – Me voy – Estaba a punto de irme cuando Alan me tomó la mano.

– No te vayas, Brenda – dijo, acercándome a él

Alan me envolvió en sus brazos. En su abrazo, me sentía tan protegida y segura que todas mis preocupaciones parecían desvanecerse.

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Capítulo 19: Decepción

Narra Brenda

Alan me rodeó con sus brazos, y me sentí tan segura con él que no quería que me soltara.

– Me dirás, ¿qué te pasa? – dijo sin dejar de abrazarme.

– Tengo problemas en casa – dije casi con lágrimas en los ojos.

– ¿Qué tipo de problemas? ¿Qué es lo que te tiene tan angustiada? – dijo acariciando mi cabello.

– Bueno… – dije tartamudeando nerviosa.

– Cuéntame – dijo, tomándome de las manos y tranquilizándome.

– Vi a mi padre en su oficina con una estudiante – dije llorando – temo que esto ocasione que mis padres se divorcien.

– Te entiendo el dolor que estás pasando… mis padres se divorciaron cuando era niño, pero ahora están juntos de nuevo – dijo.

– Pero si se divorcian… mi padre nos abandonará, mi madre no sabe lo que yo vi y no sé cómo actuar ¿entiendes?

– Hey, no te preocupes, no es para tanto – dijo sin importancia.

Me separé de él bruscamente.

– ¿No es para tanto? ¿De qué hablas, Alan?

– Bueno, tienes que entender que esos son sus problemas. Esto no es tu culpa, Brenda.

– Eso lo sé, pero me siento responsable.

– Ya va, no te preocupes más. Estos son problemas de adultos que no entenderías. Algún día te darás cuenta de que no es tu culpa.

En ese momento, reaccioné y dije:

– ¿Cómo puedes decir eso? ¡Es mi familia! ¡No puedo simplemente ignorar lo que vi y esperar que todo se arregle solo!

No pasó mucho tiempo hasta que me di cuenta de que Alan me había llamado inmadura. Sus palabras resonaron en mi cabeza, haciéndome sentir incómoda y molesta.

– ¿Mm, me estás diciendo inmadura? – dije, molesta.

– No, yo no dije eso, pero con esa reacción es lo que estás demostrando – dijo Alan.

– Ok, Ok, tienes razón. Fue un error contarte mis problemas. Y sabes algo, quizás ahora deberías estar viendo películas con alguien más maduro – dije, enojada.

– Brenda, no hagamos de esto una discusión, ¿sí?

– Tienes razón – dije – No quiero pelear, así que mejor me voy. Nos vemos en la escuela, profesor.

Cada vez que me enojaba con él, le recalcaba la palabra «profesor».

– ¿Te vas? – dijo Alan.

– Ya me estoy yendo – tomé mi bolso y salí.

Cuando salí, no tardé en darme cuenta de que había cometido un error. Me había peleado con Alan por haberme llamado inmadura. Creo que había hecho un lío de algo pequeño. Quería arreglar las cosas, así que regresé al departamento de Alan. Pero cuando estaba por tocar, me llamó mi mamá.

– ¿Mamá? – dije, hablando por teléfono.

– Hija, ¿dónde estás? Ya es tarde – dijo preocupada.

– Ya estoy yendo para la casa.

– ¿Estás bien? – dijo preocupada – Te escucho rara.

– Estoy bien… ya voy para allá – dije y corté.

Me quedé mirando la puerta de Alan un momento, y luego me di la media vuelta y me fui del edificio. Llegué a mi casa y mis padres estaban esperándome.

– Hola, mamá, hola papá – dije, bajando la mirada.

Mi madre se levantó rápidamente del sillón, preocupada.

– Hija, ¿dónde estabas? – preguntó – Nunca llegas tan tarde.

– Estoy bien, mamá… solo estaba leyendo en el parque y me distraje – dije, evitando sus preguntas.

– Siento que te pasa algo… y parece que estuviste llorando – dijo, mirándome a los ojos.

– Estoy bien… no te preocupes, sabes que siempre me pongo sensible cuando leo – dije, evadiendo sus preguntas.

– Está bien – dijo, no muy convencida de mi respuesta – Te traeré tu cena.

Mi mamá salió y me quedé a solas con mi papá. Estaba molesta, pero acepté platicar con él. Me explicó que la estudiante solía acosarlo, que acosa a todos los maestros para tener buenas calificaciones, que mamá no sabía nada aún y me pidió tiempo para decírselo él. Sus palabras me confundían aún más.

Mi papá me abrazó y luego llegó mi mamá. Me quedé pensando en lo que dijo Alan: quizás sí estaba reaccionando como una niña inmadura. Y si mi padre decía la verdad y esa chica solo lo acosaba, él era quien debería decirle a mi mamá, no yo. Cené y me fui a dormir.

Al día siguiente, tenía que ir temprano a la escuela como de costumbre. Me desperté más temprano de lo usual, me bañé, busqué qué ponerme, terminé de cambiarme, tendí mi cama, limpié mi pieza y bajé para hacer el desayuno. Me fui a las 6:30 am como de costumbre.

Cuando salí a mi auto, me encontré con Ian que iba camino a la universidad, pero iba caminando.

– Hola Ian, ¿qué haces caminando? ¿Y tu auto? – dije besando su mejilla.

– Mi auto está en el taller… hoy me toca caminar – dijo sonriendo.

– Sube, te llevo – dije abriendo la puerta del copiloto.

Los dos subimos y nos fuimos.

– ¿Qué tal te va en la escuela? – preguntó Ian.

– Bien… tengo que ir por una solicitud de transferencia – dije.

– ¿Por qué? ¿A qué te cambiarás? – preguntó Ian.

– Dejaré Literatura y me cambiaré a Diseño Gráfico – dije sin titubeos.

– Mujer, estás loca, tú amas la Literatura… ¿Por qué? – preguntó Ian.

– Bueno, por cosas que algún día tendré el valor de explicar – dije.

– Está comprobado, no entiendo a las mujeres… te veo a la salida, Brenda – dijo Ian antes de bajarse del auto.

Una vez que conseguí la solicitud de transferencia de clases, tenía que enfrentar a Alan para pedirle que la firmara.

Entré al salón donde él se encontraba.

– Señor Freeman, disculpe la interrupción, ¿puedo hablar con usted un momento, por favor? – pregunté.

– Claro, pase, señorita – dijo Alan con una mirada extraña.

– Solo quiero que firme esto, es una solicitud para que me pueda cambiar de clase – dije entregándole la hoja.

Alan tomó mi mano disimuladamente.

– Tal vez no quiera que te cambies de clase – murmuró.

– Lo siento, pero ya es una decisión tomada – dije determinante.

A pesar de que había tomado la decisión de cambiar de Literatura a Diseño Gráfico, en el fondo de mi ser, sabía que no era lo que realmente quería. Me gustaba la literatura y tenía un gran interés en seguir estudiándola, pero las circunstancias me habían llevado a tomar esa difícil decisión. A pesar de todo, estaba decidida a seguir adelante con el cambio, aunque en mi corazón sabía que no era lo que realmente deseaba.

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Capítulo 20: Nueva amiga, vieja enemiga

Narra Brenda

Alan tomó mi mano, pero rápidamente la solté. No quería que sus gestos confundieran mi decisión. Me miró fijamente, como tratando de descifrar mis pensamientos.

– ¿Estás segura de que esto es lo que quieres? – preguntó, tratando de entenderme.

– Sí, ya he tomado mi decisión – respondí, evadiendo su mirada.

Intentó disculparse por la discusión que habíamos tenido, pero sabía que no era solo por eso que quería cambiarme de clase.

– No es solo por eso… – dije, tratando de explicarme.

– No creo que seas una inmadura – dijo, interrumpiéndome.

– Tal vez tengas razón… quizás estoy actuando de forma inmadura – confesé, mirándolo a los ojos.

Alan se quedó en silencio, intentando descifrar mi mirada.

– Para empezar, sabemos que nuestra relación es prohibida y aun así nos amamos… pero tengo que ser realista. Si se enteran de lo nuestro, podemos tener problemas, tú más que yo. Y eso es lo que haría una persona madura – dije, determinante.

Finalmente, Alan accedió a firmar la solicitud de transferencia de clases. Tomé la hoja de papel, agradecida.

– Gracias – dije, tomando la solicitud. En ese momento, nuestras manos se rozaron y sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. Sabía que tenía que alejarme de él, pero mi corazón no quería soltarlo.

¡Claro! Aquí te dejo una opción de cómo podrías mejorar el diálogo y la narración de cada párrafo:

Después de salir del salón, me sentía un poco confundido. Me dirigí hacia el salón de Diseño Gráfico y, al entrar, noté que algunos de mis nuevos compañeros me observaban. Vi a todos los que serían mis nuevos compañeros, y ahí estaba Melody. La odiosa Melody. Habíamos sido compañeras desde el jardín de niños y siempre había tenido problemas con ella. En realidad, ella tenía problemas conmigo y no sabía por qué. Me molestaba desde que tengo memoria. Lo que más me irritaba de Melody era que siempre se creía mejor que los demás. Un día, cuando éramos pequeñas, intentó humillarme, pero no lo permití. La denuncié ante el director, los profesores, mis padres… y desde entonces, me odiaba aún más. Aun así, intenté que eso no me afectara y me dirigí a la maestra.

– Disculpe, pedí que me cambiaran a esta clase – dije tímidamente.

Ella me miró con cortesía, pero hizo una mueca.

– Está bien, siéntese en esa banca… – señaló la banca.

Cuando me di cuenta, la banca vacía estaba en medio de Melody y una chica que no conocía.

– ¿Puedo mover mi banca de ahí? – pregunté, tratando de evitar a Melody.

– No, señorita. Por favor, ocupe ese lugar que ya vamos a comenzar con la clase – respondió la maestra.

– Qué pena, parece que no querías sentarte aquí – dijo Melody con prepotencia.

Melody no perdía la oportunidad para molestarme.

– Veo que sigues siendo una perdedora, y ahora quieres imitar lo que yo hago – dijo con altivez.

Giré y la vi con una mirada fulminante.

– Mira, yo no sabía que estabas aquí… para mí eres tan insignificante – le dije para ofenderla.

– Y se puede saber ¿por qué la chica genio de la escuela vino a esta clase? Creí que querías ser escritora – dijo con sarcasmo.

– Eso a ti no te incumbe – dije intentando calmar el enojo que me provocaba.

– ¿Acaso la chica genio tuvo problemas en su antigua clase? – preguntó sarcásticamente.

– Déjala en paz, Melody – dijo la otra chica que estaba a mi lado.

– Y tú, ¿qué te metes? – dijo Melody mirándola con odio.

Se pusieron a discutir hasta que la maestra interrumpió.

– Ok, clase, hoy haremos el diseño para un cartel publicitario para una película. Quiero que elijan una película que hayan visto y que diseñen cómo sería el cartel para esa película – dijo la profesora.

Estaba intentando concentrarme, pero no podía. La verdad es que extrañaba demasiado la Literatura. Estaba sumergida en mis pensamientos hasta que la chica que estaba a mi lado me habló.

– Hey, ¿Estás bien? – preguntó Anabela con una voz suave.

– Sí, estoy bien – respondí en un susurro.

– ¿Estás segura? Te veo un poco cabizbaja – dijo Anabela con preocupación.

– Sí, la verdad es que extraño mucho la Literatura, eso es todo – respondí bajando la mirada.

– Me imaginé. Toda la escuela habla de ti, todos saben que la Literatura es tu materia favorita. ¿Por qué te cambiaste? – preguntó curiosa.

– No lo sé, quise intentar algo nuevo – respondí tratando de evitar más preguntas.

– No te preocupes por Melody, ella nos molesta a todos – dijo Anabela tratando de calmarme.

– No te preocupes, ya estoy acostumbrada a sus desplantes – dije tratando de restarle importancia.

– Por cierto, soy Anabela, mucho gusto – dijo extendiendo su mano.

– Soy Brenda – dije tomando su mano – mucho gusto

Estaba trabajando en el proyecto que la profesora nos había asignado, pero no podía concentrarme debido a los comentarios negativos de Melody.

– Se ve horrible eso, ¿sabes? – dijo Melody.

– Nadie te pidió tu opinión, ¿sabes? – le respondí tratando de ignorarla.

– Acéptalo, no sirves para esto – insistió en molestarme.

– Melody, Brenda, guarden silencio por favor – intervino la maestra.

– Maestra, usted bien sabe que siempre he sido buena alumna en esta materia… es ella quien vino a poner el desorden – dijo Melody tratando de victimizarse.

– Me quedé callada mientras Melody seguía haciendo sus burlas, traté de ignorarla y seguí trabajando en mi proyecto.

De repente, Melody se paró a propósito y oprimió todas las teclas de mi computadora, borrando todo mi trabajo.

– ¿Pero qué mierda hiciste? – le grité a Melody.

– Yo no hice nada, ¿de qué hablas? – contestó ella con cinismo.

Estaba a punto de tirarle mi mochila por la cara, estaba llena de libros, así que sé que era pesada, pero noté que alguien tomaba bruscamente de mi mano. Giré y era la maestra.

– Señorita Brenda, salga inmediatamente de mi clase. ¿Qué estaba haciendo? – gritó la maestra, con un tono de voz elevado y autoritario.

– Maestra, yo… – intenté justificarme, pero fui interrumpida por Anabela.

– Maestra, fue Melody la que empezó todo… ella la está molestando desde que Brenda llegó al aula – intervino Anabela, tratando de defenderme.

– No es cierto… ella miente – dijo Melody con cinismo, tratando de desviar la atención.

– No seas cínica Melody… aquí todos sabemos cómo eres – dijo Anabela mirando a Melody, mientras los demás compañeros asentían con la cabeza.

– La Señorita Melody recibirá un reporte de castigo… pero la Señorita Brenda debe salir de mi clase – dijo la maestra, tomando una decisión.

Tomé mis cosas y salí indignada del salón. Esperé afuera del aula y, unos minutos después, la maestra salió.

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Capítulo 21: De vuelta a Literatura

Narra Brenda

Salí indignada del salón y me quedé afuera, esperando a que la maestra saliera. Cuando finalmente lo hizo, me aconsejó que volviera a mi clase de Literatura.

– ¡Pero fue Melody… ella me provocó! – intenté defenderme.

– Señorita, sé cómo es Melody, pero usted no pertenece a esta clase. He notado que no se concentra y sé que tiene buenas calificaciones en Literatura – me explicó la maestra.

Mientras tanto, Alan apareció de la nada y se acercó a nosotras.

– Profesora Ramírez… ¿pasa algo aquí? – preguntó.

– Bueno… sí, la señorita volverá a su clase – respondió la maestra.

– Pero llevo solo un día en esta clase – me quejé.

– Y ya fue suficiente. Usted en esta clase no se concentra, no tiene futuro – respondió la maestra con firmeza.

Alan interrumpió:

– Disculpe que me interponga, pero eso sí que no… Brenda es una excelente alumna, muy concentrada en sus deberes. Es inteligente, aplicada y puede ser la mejor si se lo propone… o mejor dicho, ya es la mejor – defendió Alan con seguridad.

Me quedé sorprendida por las palabras de Alan. ¿Realmente estaba defendiéndome? Me miró con ternura y prosiguió.

– …Que usted no sepa apreciar su talento no es problema con ella. Como conclusión, me encantaría tenerla en mi clase – dijo Alan.

Perfecto, llévesela… en su clase podrá concentrarse. En mi clase no se concentra – contestó la maestra con firmeza.

Tenía un nudo en la garganta, pero aun así pude hablar, aunque con la voz un poco cortada.

– Creo que ya está decidido… no tengo nada que hacer aquí. Con su permiso, maestra, me retiro y disculpe si le causé algún inconveniente. Créame que no fue mi intención – dije mientras me dirigía hacia la salida.

Comencé a caminar con rumbo a la salida, pero Alan me alcanzó.

– Yo podía defenderme sola, no necesitaba su ayuda, Profesor Freeman – le dije con enojo.

– Lo hice porque me importas mucho – me dijo con sinceridad.

Giré y lo miré a los ojos:

– Aun así, no era necesario… y sabes qué ¡¡¡NO TE ENTIENDO!!! – le grité enojada.

– ¿Tú no me entiendes? Pues sabes algo… ¡¡¡YO TAMPOCO TE ENTIENDO!!! – me gritó enojado.

– ¿Y eso qué? Yo no te lo pregunté. No necesito que usted me entienda… y tampoco tienes por qué defenderme. Porque tú no me conoces, no sabes nada de mí y sabes qué, ya me voy – dije mientras me alejaba de él.

– ¿Y adónde vas? – preguntó Alan mientras me alejaba de la escuela.

– Me voy a mi casa, ya no quiero estar en esta escuela – respondí sin detenerme.

– No puedes salirte así como así de la escuela. Soy tu profesor, ¿lo recuerdas? – dijo Alan tratando de detenerme.

– ¡¡¡TODO EL TIEMPO!!! – le grité frustrada – Pero no me importa si me reporta. Aun así, me iré… de todas formas, siempre he tenido buenas calificaciones. Un reporte no me hará nada

Le di la espalda, me aseguré de que nadie más me viera y me fui a casa. Había sido un día muy difícil. Llegué y me puse a ver caricaturas. Después de dos horas, llegó mi mamá.

– Hija, ¿cómo estás? – preguntó preocupada.

– Estoy bien, mamá. Solo necesitaba descansar – le respondí.

«Me llamaron de la escuela y me dijeron que te saliste antes… tú nunca hiciste eso – dijo mi madre.

«Siempre hay una primera vez – dije encogiéndome de hombros.

– Gracias al Profesor Freeman, tu curriculum académico no recibirá esta falta – dijo mi madre mirándome a los ojos.

– ¿Qué él hizo qué? ¿El Señor Freeman? – pregunté confundida.

– Sí… él dijo que vio que te sentías mal, muy estresada, y te firmó una autorización para irte. ¿Por qué estás tan tensa? – preguntó mi madre.

– No fui yo… fue culpa de Melody – traté de justificarme.

– Ahora cuéntame… despacio para que pueda entender. ¿Por qué te cambiaste de clase? Me dijeron la manera en que el Señor Freeman te defendió. Se ve que realmente te aprecia mucho – dijo mi madre interesada.

– No sé, mamá, estaba bajo mucha presión – le dije tratando de evitar seguir hablando sobre Alan. – Mamá, tengo que ir a la biblioteca por unos libros para la tarea de mañana – agregué un poco nerviosa, buscando la manera de terminar la conversación.

– Está bien… pero por favor, ten cuidado – dijo mi mamá preocupada.

Salí de casa y me dirigí a la escuela. Cuando llegué a la biblioteca, tomé los libros que necesitaba y decidí dejarlos en mi casillero. Entré a la escuela, sabiendo que no estaba permitido estar ahí en las tardes. En silencio y vigilando que nadie me viera, llegué a mi casillero, guardé mis libros y saqué un cuaderno que necesitaba. Estaba a punto de irme para evitar problemas, cuando escuché una voz que decía:

– Señorita, ¿qué hace aquí? Entrar en la tarde está prohibido

Estaba asustada, me quedé paralizada, creí que estaba en problemas. Volteé y me encontré de frente con Alan.

– ¡Oh! Eres tú – exclamó Alan aliviado.

Nos miramos fijamente y después ambos nos fuimos acercando con cautela hasta quedar cara a cara. Los dos hablamos al mismo tiempo.

– Creo que te debo una disculpa – dijimos los dos al unísono

Nos reímos los dos al mismo tiempo.

– Creo que… – estaba por hablar cuando lo interrumpí.

– No, déjame hablar primero ¿sí? – le dije.

– Ok, adelante, te escucho – respondió Alan.

– Bueno, creo que te debo una disculpa por cómo me comporté contigo. Tienes razón, he actuado como una niña inmadura y no me había fijado en todo lo que has hecho por mí. En serio, gracias – le dije sinceramente.

– Yo soy el que te pide una disculpa – comenzó a hablar – Tienes razón, no sé nada de ti y no debí juzgarte ni mucho menos llamarte inmadura. Y la verdad, no creo que seas inmadura. Eres muy madura para tu edad. Además, aunque seas inmadura, me encantas. Entonces… ¿me disculpas? – dijo Alan.

– Te disculpo si tú aceptas mi disculpa – le dije.

– Disculpa aceptada – dijo Alan mientras entrelazaba sus manos con las mías y me llevaba a su salón.

– Es tan raro estar aquí solos, sin que nadie nos vea, ¿no hay nadie verdad? – dije acercándome a él.

– No, no hay nadie. Podemos hacer esto con libertad – dijo Alan mientras me tomaba de la cintura y me besaba.

– Sabes, he estado pensando y regresaré a tu clase – dije mientras tenía mis brazos alrededor de su cuello y él su mano en mi cintura.

– ¿De verdad estás dispuesta a hacerlo? ¿Podrás soportar la incomodidad a la que nos enfrentaremos? – preguntó Alan con preocupación.

– Puedo soportarlo. Amo la literatura y no puedo abandonarla. Creo que debemos enfrentar nuestros miedos y desafíos, no huir de ellos siempre – respondí con determinación.

– Entonces estoy emocionado de tenerte en mi clase todos los días. Me alegraste el día – dijo Alan sonriendo.

– Y tú me alegraste el mío – respondí con una sonrisa sincera.

– ¿Y cómo lo harás? ¿Podrás mantener la concentración conmigo alrededor profesor? – pregunté con una sonrisa coqueta.

– Eso espero. Pero tú también tendrás que concentrarte en la clase, no solo en mí – respondió Alan con una sonrisa correspondiente.

– Oh, lo intentaré. Pero no prometo nada – respondí con una risa.

– ¿Crees que podremos mantener nuestra relación en secreto? – pregunté con preocupación.

– Claro que sí. No quiero que nadie se entrometa en nuestra relación. Será nuestro pequeño secreto – respondió Alan con una sonrisa.

– Me gusta la idea de tener un secreto juntos – dije con una sonrisa tímida.

– ¿Y si alguien nos descubre? – pregunté con preocupación.

– No te preocupes. Si alguien nos descubre, lo enfrentaremos juntos. No dejaré que nada nos separe – respondió Alan con determinación.

– Me haces sentir segura y protegida – dije con una sonrisa.

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Capítulo 22: ¿Hoy en la noche?

Narra Brenda

Estábamos en el salón de clases de Alan, después de nuestra primera pelea de novios. Me sentía mal por haberlo lastimado, pero también estaba preocupada por mi padre y no sabía si quería volver a casa. Alan parecía entenderme y me sorprendió con una invitación.

– Tengo una idea para que te distraigas, y una excusa para que no vuelvas a tu casa… Te quería invitar a algo – dijo Alan con una sonrisa.

– ¿Ah sí? ¿Y qué es? – pregunté con curiosidad.

– Bueno, hace tiempo escribí un cuento para niños… lo escribí en la universidad y me pidieron leerlo porque lo van a publicar… y me gustaría que estés ahí – explicó Alan.

– Eso es increíble… ¿y dónde? ¿y cuándo? – pregunté emocionada.

– En el Café & Amor, hoy en la noche – dijo Alan.

– Me encantaría ir – dije entusiasmada.

– A mí me gustará verte ahí – dijo Alan con una sonrisa.

Narra Alan

Después de haber invitado a Brenda al evento en el Café & Amor, me sentí aliviado. Sabía que ella estaba bajo mucha presión y que necesitaba distraerse. Además, estaba emocionado de tenerla a mi lado mientras leía mi cuento en público.

– ¿De verdad vendrás? – pregunté con entusiasmo.

– Sí, quiero acompañar a mi novio en la lectura de su cuento – dijo con una sonrisa y me plantó un beso en la boca.

Me sentí aliviado y emocionado al mismo tiempo. Sabía que Brenda estaba pasando por un momento difícil, y verla sonreír y disfrutar de mi lectura me hacía sentir bien. Además, su presencia me daba la seguridad que necesitaba para enfrentar al público.

– Me alegra mucho que vengas. Estoy seguro de que te divertiras mucho – dije mientras la besaba

– Estoy segura de que sí. Además, me encanta escuchar tus historias – dijo Brenda con una sonrisa.

Después salimos del salon de clases, Brenda y yo nos encontramos en el estacionamiento. Ella ya estaba allí esperándome, ya que había salido antes que yo. Nos saludamos con una sonrisa y nos dirigimos hacia mi auto.

– ¿Lista para ir al Café & Amor? – pregunté emocionado.

– ¡Por supuesto! – respondió Brenda con una sonrisa.

Narra Brenda

Nos subimos al auto y comenzamos nuestro camino hacia el café. Durante el viaje, hablamos sobre la presentación y nuestros planes para el futuro. Fue un momento agradable y relajado, y disfruté de la compañía de Brenda.

Finalmente llegamos al Café & Amor y fuimos recibidos por Ian, el amigo de Brenda que trabajaba allí. Nos llevó a nuestra mesa y nos hizo sentir bienvenidos en el ambiente acogedor del café.

Después de pedir nuestras bebidas, Alan comenzó a leer su cuento. Me quedé asombrada con su habilidad para contar historias, y me sumergí en su mundo de ficción. Cada palabra estaba cuidadosamente elegida, y su voz era cautivadora.

La historia trataba de una niña llamada Sofía, quien tenía una gran debilidad por los caramelos. Sofía tenía un frasco lleno de caramelos y se permitía comer uno al día, pero un día se levantó con ganas de comer todos los caramelos a la vez. Metió su mano en el frasco y tomó varios caramelos al mismo tiempo, pero cuando intentó sacar su mano, se quedó atascada. La moraleja de la historia es que nunca debemos tratar de abarcar más de lo que podemos manejar, ya que podemos terminar frenados.

Mientras Alan leía su cuento, todas mis preocupaciones desaparecieron. No podía apartar la mirada de él y no podía evitar sonreír. Cuando terminó de leer, el público comenzó a aplaudir. Luego, alguien me habló. Era un chico que no conocía, pero parecía tener la misma edad que Alan.

– ¿Su cuento no es tan malo como parece? – dijo el chico. – ¿Lo conoces?

– Sí, es mi profesor de literatura – respondí.

– ¡Qué bien! Yo también lo conozco. Fue mi compañero de universidad. ¿Cómo te llamas, admiradora? – dijo el chico, extendiendo su mano.

– Soy Brenda – dije, tomando su mano.

– Mucho gusto, Brenda – dijo el chico sonriendo. – Soy Matt.

Alan se acercó a mí y se sorprendió al ver a Matt.

– Hola, ¿qué haces aquí? – dijo Alan sorprendido, abrazando a Matt.

– Escuché que alguien iba a leer un cuento esta noche y reconocí que era el cuento que mi mejor amigo escribió en la universidad… y al parecer aquí conocí a la presidenta de tu club de fans – dijo Matt, mirándome.

– Mmm, ¿ustedes ya se conocen? – preguntó Alan

– No mucho… yo me acabo de enterar de que éramos compañeros de universidad – respondí

– ¿Por qué no celebramos este reencuentro con unas cervezas? Ya vuelvo, voy a buscar a una camarera – dijo Matt y se fue.

– Lo siento… no sabía que iba a venir, quería estar contigo – dijo Alan.

– No importa, no hay problema – respondí.

Alan entrelazó sus manos con las mías, pero rápidamente las solté cuando Matt se acercó.

– Traje dos cervezas y un vaso de limonada para la señorita – dijo Matt, mirándome.

– Gracias – dije tímidamente.

Comenzaron a contarme sobre su vida en la universidad, cómo se conocieron y algunas anécdotas graciosas.

– Voy a buscar un vaso de agua – dije.

– Yo voy… – dijo Matt.

– No te preocupes, voy yo – dije y me fui.

Los dos se quedaron solos en la mesa.

Narra Alan

Matt me miró seriamente y dijo:

– Amigo… en serio que estás loco

– ¿Qué? – Nervioso, le pregunté

– Alan, ella es bonita e inteligente, pero no deja de ser tu alumna – me dijo con seriedad.

– Esto no es lo que crees – Traté de justificarme

Pero Matt insistió:

– A mí no me engañas, los vi tomarse de las manos, vi cómo te miraba ella… pero ella es tu alumna

Yo intenté defenderme:

– Pues no la conocí como mi alumna

Pero Matt me advirtió:

– ¿Y por eso crees que está bien? Cuando todo esto termine, ella se graduará, a ti te despedirán y te darán una temporada con todos los gastos pagados en la cárcel

Después de esa conversación, Brenda llegó y propuso jugar al pool para despejarnos un poco. Matt aceptó y nos dirigimos a la mesa.

– Tengo una idea – dijo Brenda sonriendo – ¿Y si jugamos al pool? – señaló la mesa – El perdedor paga unas papas fritas

– Me parece bien – dijo Matt sonriendo. Se levantó y se dirigió a la mesa de pool.

Cuando Matt se alejó un poco, Brenda se acercó a mí y susurró en mi oído:

– Gracias por invitarme… me estoy divirtiendo mucho

Le respondí con seriedad:

– No hay de qué – Luego, Matt se despidió y nos fuimos a mi departamento.

Narra Brenda

– Esta noche fue muy divertida – dije sonriendo mientras entraba al departamento de Alan – Es posible que todos los universitarios se saluden sin hacerse una llave en la cabeza

– Cuando ingreses a la universidad, lo sabrás – respondió Alan, sacándose su chaqueta.

– ¿Qué pasa? – Pregunté – Has estado serio todo el camino

– No pasa nada… todo está bien… solo pasé la noche divirtiéndome… con una estudiante – dijo Alan, afligido.

– Hablas como si fuera algo malo – dije, cruzando mis brazos.

– Y no has pensado que tal vez esto sea peor de lo que creemos», dijo Alan con un tono serio, sentándose en su sofá.

– Pero ¿por qué? ¿Acaso me comporté como una adolescente? ¿Te avergoncé? ¿Alguna vez te he avergonzado? – pregunté, sentándome en el sofá enfrente de él.

– No, ese no es el problema», comenzó a hablar Alan.

– Entonces ¿cuál es el problema? – pregunté interrumpiéndolo – La diferencia de edad nunca fue un problema cuando estamos juntos

– Cuando estamos aquí, en mi departamento, solos tú y yo, todo está bien. Pero cuando salimos, todo el mundo lo nota – explicó Alan.

– No, solo Matt se dio cuenta – dije tomando su mano – ¿Qué sientes cuando estás conmigo? – pregunté mirándolo a los ojos.

– Bien… me siento bien – dijo Alan levantándose – Brenda, yo te amo… – suspiró – Me gustaría tener una cita contigo fuera de mi departamento, sin tener que verte a través de un escritorio y que me llames ‘Señor Freeman’. Quiero poder presentarte a mis amigos, y no como mi alumna. Me gustaría poder llevarte al cine, sin tener que fingir que es una excursión de estudio. Poder ir al museo, sin tener que entrar por separado y fingir que es un encuentro inesperado. Poder leer en la biblioteca juntos, sumergirnos en un buen libro, sin tener que pedirte que hagas un informe después. Cuando estoy contigo, no me importa nadie más.

Me acerqué con cautela y puse mis brazos alrededor de su cuello.

– Nos amamos… y eso es todo en lo que debemos pensar – dije mirándolo a los ojos con determinación.

Alan puso sus manos en mi cintura y me apretó más hacia él.

– Tienes razón – dijo con una sonrisa, y luego me besó con pasión.

Alan me tomó de la cintura y me levantó, yo apoyé mis piernas en su cadera mientras alborotaba su cabello.

– Eres tan hermosa – dijo Alan mientras me besaba el cuello – No puedo resistirme a ti

– Tú también eres hermoso – le dije sonriendo – Y eres el único hombre que me hace sentir así

Alan me abrazó con fuerza y me besó.

– Te amo, Brenda – dijo Alan acariciando mi mejilla – Eres lo mejor que me ha pasado

– También te amo, Alan – le dije con ternura – Eres mi todo

Alan me besó con pasión, mientras me tenía cargada en sus brazos.

– No puedo imaginar mi vida sin ti – dijo Alan con voz suave – Eres mi sol en un día gris

– Y tú eres mi roca – le dije hundiendo mi rostro en su cuello – Siempre estás ahí para mí, y eso significa todo para mí

Alan me besó en la frente y me acarició el cabello.

– Siempre estaré ahí para ti, mi amor – dijo Alan con seguridad – Te lo prometo

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Capítulo 23: Tengo miedo

Narra Brenda

– Me tengo que ir – dije mientras Alan me sostenía en sus brazos.

– Tienes que irte – dijo Alan sin querer soltarme.

– Sí, ya es tarde – Mis padres deben estar preguntándose dónde estoy – dije mientras lo besaba.

– No quiero que te vayas. Me gusta que estés aquí – dijo haciendo pucheros.

– Tampoco quiero irme, pero nos veremos mañana – respondí.

– Tienes razón. Mañana es sábado y tendremos todo el día para nosotros. Tengo algo planeado para nosotros – dijo sonriendo.

– ¿Qué planeas? – pregunté curiosa.

– No te lo diré. Será una sorpresa. Solo puedo decirte que traigas ropa para nadar – dijo misterioso.

– Ok, señor misterioso. Nos vemos mañana – dije mientras lo besaba.

Alan me acompañó hasta la puerta mientras seguimos besándonos. Abrió la puerta con una mano y con la otra me sujetaba de la cintura.

Al día siguiente

– ¿Ya puedes decirme a dónde iremos? – pregunté a Alan.

– Aún no, pero ya falta poco – respondió.

Subimos a su auto con extrema precaución para que nadie pudiera reconocernos. Una vez adentro, Alan me tomó de la mano mientras con la otra conducía.

Durante el trayecto, Alan me miraba y sonreía. Yo estaba entusiasmada aunque no sabía adónde me llevaría, pero había algo que me preocupaba: éramos nosotros. La última vez que hablamos, me preguntó si quería ser su novia, pero como discutimos, no volvimos a hablar del tema.

– Bueno, llegamos – dijo Alan interrumpiendo mis pensamientos.

– ¿Puedo bajar ahora? – pregunté.

Él asintió, y yo bajé. Era hermoso, había un lago, una cabaña y estábamos en el muelle.

– ¿Qué es este lugar? – pregunté asombrada.

– No eres la única que conoce lugares lindos en Londres – respondió Alan.

Entramos en la cabaña y era como de cuento, como las que aparecían en las historias que me gusta leer, solo que esta vez era real.

Alan sacó una cesta repleta de comida, vino, frutas y algunos chocolates.

– Esto es lo que faltaba para ser perfecto – dijo Alan sonriendo.

– Esto es como un cuento de hadas – dije sonriendo – La cabaña, el lago, el príncipe

– Y la princesa – dijo Alan entrelazando su mano con la mía.

Me acerqué para besarlo, pero una llamada nos interrumpió. Era mi mamá, así que preferí mandarle un mensaje diciéndole que no iba a poder llegar a casa y que estaba con una amiga. Ya se me facilitaba mentir.

– ¿Vamos a nadar? – dijo Alan mientras se dirigía al lago.

– Creo que el agua está muy fría. No tengo muchas ganas de nadar en este momento – respondí mientras me sentaba en la orilla solo para mojar mis pies.

Cuando giré para ver a Alan, él se estaba quitando la camisa que llevaba. Era la primera vez que lo veía con el torso desnudo y vaya que se le notaba que había estado yendo al gimnasio. Me quedé admirándolo por un tiempo. Tenía un cuerpo muy atractivo y verlo me hacía estremecer. Hasta que reaccioné. Para entonces, Alan ya se había metido al agua.

– ¿Está muy fría? – pregunté.

– Ven a sentirla – dijo antes de jalar mis pies y meterme al agua.

Comencé a mover mis brazos y piernas, haciendo reír a Alan y provocando que me sostuviera más cerca de él. Nadamos un rato y después Alan se adelantó en regresar a la cabaña en busca de una toalla. Me la llevó y me acompañó de vuelta a la cabaña. Nos sentamos en el sofá por un rato. Él me rodeó con su brazo y comenzó a besar mi oreja, lo que me provocaba cosquillas. Después buscó mi boca y la besó. Sus brazos hicieron que quedáramos recostados en el sofá y Alan no dejaba de tocarme. Entonces comprendí adónde quería llegar con eso y lo detuve. La verdad es que no me sentía del todo cómoda y confieso que sentí miedo.

– Alan – dije mientras me sentaba.

– ¿Todo bien? – preguntó.

– Sí, sí. Solo quisiera ir a caminar al muelle antes de que se vuelva más tarde

Me levanté, tomé su mano y nos fuimos a caminar. El paseo se cubría de una total calma que provocó que mis pensamientos sobre el estado de nuestra relación regresaran y entonces hablé.

– Alan… ¿Te puedo hacer una pregunta?

– La que quieras – me dijo mientras se llevaba mi mano a su boca para besarla.

– ¿Qué somos?… tú y yo ¿Cuál es el estado de nuestra relación? La última vez me preguntaste si quería ser tu novia… pero como discutimos, no sé cómo quedamos

Alan comenzó a reír y eso me desconcertó.

– ¿Dije algo gracioso?

– No, no es eso. Me río porque no puedo creer tu inocencia… me das mucha ternura

Bajé la mirada, pero Alan delicadamente levantó mi cara, provocando que nuestras miradas se conecten.

– Amor… nosotros somos novios, desde que te lo propuse en ese avión y tú aceptaste… y no dejamos de serlo ni siquiera cuando estábamos distanciados… esa fue solo una discusión de novios, y lo bueno de toda discusión es la reconciliación

Y entonces, como si no pudiera detener mi voz, le dije:

– Te amo, Alan

– Me encanta cuando un ‘te amo’ sale de tu boca… yo también te amo, mi amor

Luego vi que sacó una pequeña cajita de su bolsillo.

– Con esto lo haré oficial – dijo mientras me entregaba la caja.

– ¿Qué es? – dije tomando la caja.

– Ábrelo – dijo sonriendo.

Había dos cadenitas de oro en forma de corazón que tenían una frase grabada que decía «Novios para siempre».

– Brenda Brown, ¿aceptas ser mi novia… oficialmente mi novia… para siempre? Di que sí porque yo me muero porque me llames novio por siempre

Me quedé sin palabras, sentía como comenzaba a caer lágrimas por mi rostro. Solo pude asentir con la cabeza y lo besé.

Yo me volví, tomé mi cabello con las manos y él me puso la cadenita. Después, él se volteó y yo le puse la cadenita.

Se acercó y lentamente me daba dulces besos. Él tenía razón, los momentos que pasábamos eran perfectos. Aunque eran una locura, era una locura que después de todo seguía viviendo.

Llegamos al final del recorrido, dimos la vuelta y volvimos a la cabaña. Al llegar, yo me senté en el sofá y Alan hizo lo mismo, sentándose junto a mí. Jugaba con mi cabello, cuando le pregunté:

– ¿Qué hubiera pasado si nunca nos hubiéramos encontrado en la biblioteca? Si solo nos hubiéramos encontrado en el salón de clases, tú como mi maestro – dije tratando de formar una idea en mi mente.

– Bueno, solo serías una estudiante bonita sentada enfrente de mi escritorio, adelante del torpe Zack, a la cual siempre tendría curiosidad por conocer, pero sabría que estaría prohibido. Esa estudiante a la que anhelas que haga algo malo solo para retenerla en el salón, y… ¿yo? ¿Yo qué sería para ti? – dijo Alan.

– Para mí, serías el profesor más admirable de toda la escuela. Ese del que alguna vez en tu vida de estudiante te enamoras, ese por el cual haces cosas para llamar su atención, al cual le haces más preguntas solo para que te hable. Pero sobre todo serías… – me quedé callada un momento.

– ¿Sería? – preguntó.

– El profesor con las corbatas más feas jamás vistas – dije riendo.

– ¿Así? – dijo.

Él me tomó entre sus brazos y comenzó a hacerme cosquillas en venganza por lo que había dicho. Pronto, él ya estaba sobre mí, regresando a la posición en la que estábamos antes de que lo interrumpiera antes de ir al muelle. Y entonces mis pensamientos volvieron… Yo nunca lo había hecho. Nunca había estado con algún chico de esa manera. Y entonces me di cuenta de que no estaba lista. Me invadió un terror, a pesar de amar a Alan, ese era un gran paso. Así que me moví, haciendo que Alan se separara de mí.

– ¿Qué pasa? – preguntó Alan con un tono de voz algo molesto.

– Alan, la verdad es que yo… yo nunca lo he hecho – le dije con timidez.

-¿Nunca has hecho qué? – preguntó confundido.

– Tú sabes… nunca he estado con un chico – enfaticé – Tengo miedo… no sé si querías acostarte conmigo con esto, pero definitivamente no pasará. No eres tú, es solo que no estoy lista aún

– Oh, Brenda, lo siento – me dijo tomando mis manos – No sabía que te sentías así. Por supuesto que no buscaba eso, sería lindo, pero no te voy a presionar

Me sentí aliviada al escuchar sus palabras y lo besé. Ahora comprendía lo difícil que era decirle a alguien que aún eres virgen.

Continuamos hablando de otras cosas durante varias horas, sentados frente a la fogata. Sin darme cuenta, me quedé dormida en sus brazos.

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Capítulo 24: Sospechas

Narra Brenda

Los primeros rayos del sol acariciaban mi piel cuando desperté. Me encontraba en el sofá de la cabaña, con Alan durmiendo en la alfombra debajo de mí. Miré rápidamente mi celular: ¡eran las 7:30 am! Nunca había despertado tan tarde. Había olvidado avisarle a mi mamá que no estaría en casa. Tenía que irme, pero Alan seguía durmiendo. Se veía tan pacífico que no quería despertarlo, pero tenía que hacerlo.

– Alan… Alan – lo llamé, moviéndolo suavemente.

– ¿Qué pasa? – murmuró, aún medio dormido.

– Tengo que irme a casa. Seguro me han llamado mil veces. – Revisé mi celular y me sorprendió no encontrar ninguna llamada perdida. – Algo debe estar mal. Mejor me voy.

– Espera, tranquila – dijo Alan, sentándose -. Ayer tomé tu celular y le envié un mensaje a tu mamá haciéndome pasar por ti. No quería despertarte, te veías tan tranquila durmiendo. Le dije que estabas con una amiga que conociste en la biblioteca.

– ¿Una amiga? ¿Y te creyó? – pregunté, sorprendida.

– Sí… de hecho, pareció contenta de que hayas hecho una amiga.

– Eres un salvavidas, Alan. Pero creo que debería irme a casa antes de que mi mamá empiece a sospechar.

– Tienes razón. Recoge tus cosas, yo te llevo.

Recogí mi mochila y subimos a su auto.

– Prométeme que encontrarás la manera de que pasemos más tiempo juntos – le pedí.

– Lo prometo, de corazón – respondió.

Luego, me entregó un papel con un número de teléfono.

– ¿Qué es esto? – pregunté, curiosa.

– Es mi antiguo número. Si tu mamá pregunta con quién estuviste, dale este número. Tu «amiga» se encargará de todo – me guiñó el ojo –. Te conozco, sé que eres tímida y que te cuesta hacer amigos.

– Eres un genio – exclamé, tomando el papel. No pude resistirme y me incliné para darle un beso.

Al llegar a su departamento, donde siempre dejaba mi auto, me despedí de él con un beso dulce y prolongado. Luego, conduje a casa. Aún era temprano y, siendo domingo, supuse que todos estarían durmiendo, como era costumbre. Entré en silencio para no despertar a nadie, pero para mi sorpresa, mi mamá salió de la cocina. Nunca había llegado a casa tan tarde, así que esta situación era nueva para mí. Mi hermana, en cambio, estaba acostumbrada a llegar tarde.

– Mamá, me asustaste…

– ¿Dónde has estado? – preguntó, interrumpiendo mis pensamientos.

– Te dije en el mensaje que estaba con una amiga – respondí, tratando de sonar casual.

– ¿Ah sí? – preguntó, con un tono de duda en su voz.

– Sí, mamá, no hice nada malo… Ahora iré a tomar un baño.

Pensé que había superado la prueba cuando ella no dijo nada más. Pero justo cuando estaba a punto de subir las escaleras, volvió a hablar.

– ¿Sabes algo curioso?

Me detuve en seco, sin girarme para mirarla.

– Nunca te he visto con una amiga… Nunca ha venido ninguna chica a esta casa… ¿Puedo saber cómo se llama? ¿Dónde la conociste? – preguntó, todavía con dudas en su voz.

Por un momento, me quedé paralizada en el escalón, pero luego encontré la fuerza para responder.

– La conocí en la biblioteca, mamá. Va a otra escuela y tiene mi misma edad – respondí, intentando mantener la calma.

– ¿Y cómo se llama? – continuó, todavía escéptica.

Tomé un momento para pensar antes de responder.

– Se llama Nuria – dije finalmente.

Ella me miró fijamente y, antes de que pudiera hacer otra pregunta, tomé la delantera.

– ¿Qué pasa, mamá? ¿Acaso crees que soy tan patética que no puedo tener una amiga? – pregunté, notando su persistente duda.

– No, hija, no es eso. Solo que nunca habías llegado tarde a casa y, menos aún, sin avisar – respondió, tratando de explicar su preocupación.

– Bueno, es mi primera amiga. Me entusiasmé hablando con ella. Si te tranquiliza, te prometo que no volverá a pasar… o, si prefieres, puedo dejar de hablar con ella – repliqué, un poco a la defensiva.

– No, hija, no es eso – dijo, tratando de calmarme. – Solo quiero que la próxima vez me avises… y me gustaría mucho conocerla.

– Te la presentaré en otra ocasión, mamá. Pero ahora, toma – le dije, entregándole el papel con el número que Alan me había dado.

– ¿Qué es esto? – preguntó, tomando el papel.

– Es el número de Nuria – respondí. – Todavía lo tengo en papel porque no he memorizado su número.

Mi madre sacó su celular y marcó el número que le había entregado. Una parte de mí estaba nerviosa, no sabía qué le diría Alan cuando contestara. Ella puso el teléfono en altavoz y decidí quedarme a escuchar.

– Hola… ¿eres Nuria? Soy la mamá de Brenda – dijo mi madre por el celular.

– Hola, señora. Sí, soy Nuria – respondió Alan, afinando su voz para sonar más femenina.

Estuvieron hablando un buen rato. Al principio, mi mamá parecía dudar, pero no sé cómo, Alan logró convencerla. Yo estaba intentando contener la risa. Cuando finalmente colgaron, mi mamá me pidió disculpas y me retiré a mi habitación.

Inmediatamente llamé a Alan por celular.

– Eres un genio, no sé cómo lo hiciste, pero mi mamá se lo creyó… bueno, dudó al principio, pero al final se lo creyó – dije, riendo.

– Por ti, haría cualquier cosa… y ahora tenemos una coartada – respondió, también riendo.

– Te amo – le dije.

– Yo te amo más – respondió.

Continuamos hablando un rato más y, luego, colgamos al mismo tiempo. Después, me metí a bañar y el resto del día transcurrió con normalidad.

Al día siguiente, me levanté temprano como de costumbre, realicé mis tareas en casa y me dirigí a la escuela. Las horas pasaban y durante el receso me encontré con Anabela. Conversamos un rato y me sorprendió cuánto teníamos en común, incluso compartíamos varias clases. Creo que finalmente había encontrado una amiga. Nos despedimos, ella se dirigió a la biblioteca a buscar unos libros, y yo me encaminé al salón de Alan, asegurándome de que nadie me viera entrar.

– Hola – saludé.

– Brenda, te ves hermosa hoy – me elogió.

– Gracias, profesor. Solo pasaba para desearle un buen día – respondí.

– Solo con ver tu sonrisa, mi día ya es perfecto – dijo, tomando mi mano.

Sonreí, pero entonces alguien golpeó la puerta: era Melody.

– Siento interrumpir – dijo ella.

Me quedé paralizada, totalmente pálida, y rápidamente retiré mi mano de la de Alan.

– Disculpen, ¿interrumpí algo? – preguntó.

– Ok, profesor Freeman, entonces, ¿así será la tarea, verdad? – dije, intentando actuar con normalidad.

– Sí, señorita. Si tiene alguna duda, no dude en consultarme – respondió Alan, antes de dirigirse a Melody. – No, señorita, no interrumpe nada. ¿En qué puedo ayudarla?

Comencé a caminar hacia la salida, fingiendo que todo estaba normal.

– No, disculpe, profesor. Me equivoqué de salón. Buscaba el de historia. Lo siento, de verdad – se disculpó Melody.

Salí de allí casi corriendo, para evitar que Melody me alcanzara y comenzara a molestarme. Me escondí en un salón que parecía estar desocupado, hasta que ella pasó y pude continuar mi camino.

– Estuvo cerca, ¿no? – dijo Alan, apareciendo detrás de mí.

– ¿Qué haces aquí? ¿De dónde saliste? – pregunté, sobresaltada.

– Existen rutas en este instituto que los alumnos nunca conocerán – respondió.

– Alan, debemos ser más discretos. Alguien puede darse cuenta.

– Lo sé, pero es que estoy tan feliz de que seas mi novia.

– Sí, para mí también es hermoso llamarte novio.

Alan se acercaba a besarme, pero yo me retiré. No quería que nos vieran juntos en la escuela, especialmente después de que Melody nos interrumpiera en el salón de clase. Aunque Alan era mi novio, debíamos ser más discretos. Sabía que él estaba tan feliz como yo de estar juntos, pero teníamos que ser cuidadosos.

– Pero aquí no – dije, alejándome de Alan.

– Siempre me dejas así, te veo después ‘Alumna’ – dijo Alan con una sonrisa antes de alejarse, dejando el lugar impregnado con su perfume.

Tenía una hora libre debido a la falta de un profesor, así que decidí ir al café & amor. Llegué sonriendo como una estúpida y me encontré con Ian.

– ¿Cómo estás, señorita angustia? – dijo Ian.

– Feliz – dije sonriendo.

Ian no quiso entrar en detalles y se quedó a desayunar conmigo. Resulta que también tenía un tiempo libre en su trabajo y reíamos de tonterías.

– Me tengo que ir, ¿te veo más tarde? – pregunté.

– Lo siento, hoy no puedo… es que tengo entrenamiento de fútbol – dijo Ian.

– ¡¿Lograste entrar al equipo?!!! ¡¡¡¿Por fin?!!! – exclamé emocionada.

Ian solo sonrió y yo seguí hablando. Le di un abrazo sin darme cuenta de que Alan acababa de entrar al café & amor. Noté que me estaba observando y, al soltarlo, vi la cara de celoso que tenía Alan. Él notó que yo lo miraba y salió del lugar.

– Bueno, Ian, después de este dulce momento me iré a mi clase. Adiós y suerte – dije.

– «Gracias y adiós – dijo Ian, tan expresivo como siempre.

Seguí caminando, detrás de Alan, y decidí mandarle un mensaje.

Solo te quiero a ti… celoso – escribí en mi celular

Alan giró y me vio, soltó una risa y comenzó a escribir directo en su celular.

Te gusta provocarme… Te amo – respondió.

Caminé rápido y lo rebasé. Cuando pasé junto a él, le susurré:

– Yo más…

Entré a mi salón y las demás clases siguieron hasta que el día en la escuela terminó. Al llegar a casa, me di cuenta de que había olvidado unos libros en la escuela. Era la primera vez que me pasaba, ya que nunca olvidaba nada en la escuela. Pero ahora, Alan absorbía toda mi concentración.

Al salir de la biblioteca y pasar por mi casillero, noté que alguien estaba parado en la puerta. Cuando me acerqué, vi que era Melody.

– Brenda – dijo con una sonrisa falsa.

– Melody – respondí, tratando de ser amable.

– Qué bueno que te veo, quería preguntarte algo – dijo.

– Lo siento, ahora no tengo tiempo – dije, tratando de evitarla.

– Ay, vamos, es solo una pregunta. ¿Es que no puedo pedir tu ayuda? – insistió.

– Está bien, Melody, ¿qué quieres? – cedí, sabiendo que no me dejaría en paz.

– Bueno, quería saber cómo puedo hacer para entrar a la clase del profesor Freeman – dijo, guiñándome un ojo.

– ¿Y por qué no se lo preguntas a él? – sugerí.

– Porque sé que tú me puedes obtener mejor información. Tú sabes de lo que hablo – dijo con una sonrisa maliciosa.

– No sé a qué te refieres – dije, tratando de no darle más pistas.

– ¿Yo? Yo no trato de decir nada. Creo que es más que claro, ¿no? – dijo, insinuando algo que no entendía.

– Pues no lo es. No sé qué insinúas, pero si tanto quieres saber de su clase, ve y pregúntaselo a él, ¿ok? – respondí, tratando de ser firme.

Comencé a caminar hacia la salida, pero ella no dejaba de hablar.

– De todas maneras, creo que él te eligió como su “Alumna Favorita”, ¿no? – dijo, con una risa burlona.

Estaba súper nerviosa y enojada. Quería regresar y patearle en la boca para que se callara, pero sabía que eso solo empeoraría las cosas. Así que mejor me contuve y seguí caminando como si no la hubiera escuchado.

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Capítulo 25: Debo alejarme de él

Narra Brenda

Confundida y enojada, no sabía qué hacer. Fui a un parque y me senté debajo de un árbol con ganas de llorar. Fue entonces cuando Anabela, mi nueva amiga o mejor dicho mi primera amiga, me encontró.

– ¿Te pasa algo? – preguntó preocupada.

– No me pasa nada – respondí cortante.

– Como que no, si estás llorando – dijo sentándose junto a mí.

– ¿Alguna vez te ha pasado que tienes un secreto que te hace feliz, pero que alguien empieza a sospechar y puede arruinar tu vida y la vida de alguien que quieres mucho si se enteran? – pregunté, tratando de explicarle mi situación.

– No, la verdad no – respondió abrazándome – Bueno, tampoco es que me haya enamorado de mi profesor.

– ¿Qué? – dije sorprendida.

– Lo sé desde que te cambiaste de clase… y se te nota el brillo en tus ojos cada vez que lo miras – dijo tomando mi mano.

– No… yo… como… – comencé a tartamudear sin llegar a ningún lado.

– Tranquila, no te preocupes. No voy a decir nada – dijo Anabela abrazándome.

– Bueno, se ve que tienes razón. Mis sentimientos son muy obvios porque Melody me lo acaba de insinuar – dije llorando.

– Tranquila, tranquila… No pasa nada si solo lo insinúa. No le van a creer si no tiene pruebas – trató de consolarme Anabela.

Al otro día, en la escuela, estaba en el receso hablando con Anabela cuando vi que Freeman venía caminando hacia nosotras. Él me vio y yo lo vi… nos vimos. Pero él notó que yo estaba con Anabela y se quería alejar.

– Ve con él, nos vemos después – dijo Anabela con una gran sonrisa.

Caminé un poco más rápido hacia donde estaba Alan.

– Qué gran sonrisa tienes – dijo él al verme.

– Así estoy cuando te veo. ¿Entramos al salón? – respondí, tratando de disimular mi nerviosismo.

Alan rozó mi mano con un poco de discreción.

En el salón

– Extraño tus besos – dijo él.

– Pero aquí no – le recordé.

– Ya lo sé, es solo que no sabes cuánto deseo tenerte en mis brazos – insistió él.

– ¿Mucho, mucho? – bromeé.

– Mucho, mucho, mucho. Te amo, novia mía – dijo Alan con una sonrisa.

– Estamos obsesionados con esto de llamarnos novios, ¿verdad? – reí.

– Es difícil superar algo así teniendo a alguien como tú – respondió él.

Quería besarlo ahí mismo, pero me detuve.

– Te besaría aquí mismo – dije sonriendo.

– Eso me encantaría

– Bueno, profesor, lo dejo para que reciba su clase

– Buen día, alumna

Salí del salón y fui a mis clases. Después de varias horas, la clase optativa se alargó y busqué a Anabela, pero ya había salido.

– La alumna preferida del profesor de Literatura ya se va, ¿no te acompañan, Brenda? – dijo Melody con una sonrisa maliciosa.

Decidí ignorarla y seguir caminando.

– ¿No me escuchaste? ¿Acaso el señor Freeman no te acompañará? – insistió.

Me quedé muda, pero decidí regresar y enfrentarla para evitar que siguiera armando escándalo.

– ¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué no me dejas en paz? – dije enojada.

– ¿Cuál es el problema? Yo solo te hice una pregunta – respondió ella.

– Pues no entiendo a qué te refieres. Si tanto quieres saber del profesor, ve y pregúntaselo tú – repliqué.

– Pero yo sé que no voy a obtener una mejor respuesta como la que voy a obtener si tú se lo preguntas – dijo Melody con voz elevada.

– ¿Qué estás insinuando? – pregunté.

– ¡Por favor, Brenda! Deja de hacerte la víctima, deja de ser hipócrita, deja de mentir – dijo ella, cada vez más alterada.

– Insisto, no sé de qué hablas – traté de mantener la calma.

– A ver si esto refresca tu memoria – dijo Melody sacando su celular y poniendo una grabación donde Alan y yo estábamos hablando.

– Extraño tus besos

– Pero aquí no

– Ya lo sé, es solo que no sabes cuánto deseo tenerte en mis brazos

– ¿Mucho, mucho?

– Mucho, mucho, mucho. Te amo, novia mía

– Estamos obsesionados con esto de llamarnos novios, ¿verdad?

– Es difícil superar algo así teniendo a alguien como tú

Terminó la grabación y Melody puso una cara de triunfo. Me sentí atrapada, no sabía cómo negarlo.

– ¿Y… vas a seguir negándolo? – dijo Melody con sarcasmo.

– ¿Qué es lo que quieres? – acepté mi derrota.

– No mucho, de hecho… – dijo ella.

– Entonces… ¿Qué es lo que quieres que haga? – pregunté.

– Primero quiero preguntarte… ¿Cómo es que alguien como tú logró conquistar ese bombón? – dijo Melody con un tono odioso.

– ¿Por qué? ¿Estás celosa porque me eligió a mí y no a ti? – respondí con seguridad.

– La verdad, sí… Tú eres tan insignificante – dijo Melody con desprecio.

– ¿Qué quieres a cambio de que cierres la boca? – pregunté.

– Aléjate de él… aléjate de Alan – exigió Melody.

– ¿Y tú qué ganas con eso? – cuestioné.

– Bueno, de hecho, no gano mucho, más que hacerte sufrir y eso me divierte – dijo Melody con una sonrisa de bruja – Además, evitaría que él arruine su vida con una insignificante como tú

– Eres una perra – dije sin temor.

– Hey, no he terminado. No me ofendas, la que gana eres tú – dijo Melody.

– ¿De qué hablas? – pregunté confundida.

– Bueno, si tú dejas de estar con él, yo borraré esta bonita conversación. Además, ni a ti ni a él les conviene que esto se sepa. Esto es peligroso para los dos. Pero eso ya lo sabes, así que ¿lo harás o no? – propuso Melody.

—Está bien, me alejaré de él —dije con un suspiro— Pero tienes que prometerme que cumplirás con tu palabra y que nadie más lo sabrá.

—Sabía que aceptarías —respondió Melody con una sonrisa triunfante—No te preocupes por nada más, yo me encargo.

No pude evitar sentirme humillada y traicionada. Melody había grabado una conversación privada entre Alan y yo, y ahora me estaba chantajeando para alejarme de él. No sabía qué más podía hacer, así que acepté su oferta.

—Te odio —dije con rabia antes de salir.

Corrí hasta el estacionamiento donde estaba mi auto, con la mente en blanco y el corazón roto. No sabía qué hacer, amaba a Alan con todo mi ser, pero no iba a permitir que Melody nos dañara. No iba a permitir que ella dañara a Alan. Me sentía confundida, enojada y triste, todo al mismo tiempo.

No podía ir a ningún lugar en el estado en que me encontraba. Esperé a que Melody se fuera y me quedé sentada en un lugar oscuro del estacionamiento, tratando de tranquilizarme. Pero estaba al borde de la histeria, y finalmente, no pude evitarlo y comencé a llorar.

Sentí una mano en mi hombro y me sobresalté. Era Alan. No quería verlo en ese estado, no quería que me viera llorar. Pero no pude contenerme, mi llanto se hizo aún más fuerte.

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Capítulo 26: Mantener la distancia

Narra Brenda

– Brenda, oh por Dios, ¿Qué haces aquí? ¿Por qué estás así? – preguntó Alan con preocupación al verme llorando.

– No te preocupes… solo tuve un mal día, problemas en mi casa… eso es todo, pero tengo que irme – mentí, tratando de disimular mi angustia.

– Pero ya no hay nadie que nos vea, ya no hay peligro. Vamos, déjame llevarte – insistió Alan, tratando de acercarse a mí.

– Siempre hay peligro – respondí con un tono sombrío, recordando el chantaje de Melody y la amenaza que pendía sobre nosotros.

Me levanté, tomé mis cosas y comencé a caminar rápido hacia mi auto, tratando de alejarme de Alan y de mis propios sentimientos. Pero él no se rindió tan fácilmente, y me siguió.

– No Alan, gracias, pero no – le dije con firmeza, tratando de poner distancia entre nosotros.

– Pero Brenda, ¿qué pasa? ¿Por qué te alejas de mí? – preguntó Alan con tristeza en su voz.

– No te preocupes por mí, Alan. Solo necesito tiempo para pensar – le dije, con un nudo en la garganta.

Me detuve un segundo, y él me alcanzó. Entonces, sin pensarlo dos veces, lo besé con pasión y desesperación, tratando de expresarle todo lo que sentía por él.

– Te amo Alan, nunca lo olvides – le susurré al oído, antes de subir a mi auto y alejarme a toda velocidad.

Al llegar a mi casa, me sumergí en los libros y en los apuntes, tratando de olvidar todo lo que había pasado. Pero era imposible. No podía dejar de pensar en Alan, en Melody, en el chantaje, en el peligro que nos acechaba. Y aunque quería contarle todo a Ian, mi mejor amigo, no podía hacerlo. No quería ponerlo en peligro, ni tampoco quería que se enterara de todo lo que estaba pasando.

Al día siguiente, llegué temprano a la escuela, como siempre. Después fui al salón donde haría el examen, aún no había nadie. Me recosté en mi banca, tratando de relajarme. La puerta estaba cerrada, y de repente alguien tocó. Me asomé por una pequeña ventana y vi que era Alan.

– Brenda, soy yo Alan, por favor, ¿abre la puerta? – dijo Alan, tocando la puerta del salon de clases

Me quedé paralizada, sin saber qué hacer. Sabía que no debía verlo, que tenía que mantenerme alejada de él. Pero mi corazón latía con fuerza, pidiéndome que cediera.

– Lo siento, tengo un examen y quiero concentrarme – dije con voz temblorosa, sin abrir la puerta.

– Solo quiero saludarte – insistió Alan.

– Te veo en el descanso, ¿sí? – dije, tratando de mantener la distancia.

– Ok – dijo Alan, y se fue.

Me sentía horrible por dentro, sabía que estaba lastimando a Alan. Pero tenía que hacer algo para protegernos de la bruja de Melody.

Finalmente, llegó el momento del examen. Me resultaba difícil concentrarme, pero por suerte había estudiado lo suficiente para tener el conocimiento en mi cabeza, aunque me demorara un poco más en terminar. Sabía que el karma se encargaría de Melody.

Se suponía que debía encontrarme con Alan durante el descanso del examen, pero tenía miedo de que Melody nos viera juntos. No podía arriesgarme a poner a Alan en peligro. Así que lo evité.

– Hey, ¿todo bien? – se acercó Anabela. Consideré contarle lo que estaba pasando con Melody, pero decidí no hacerlo.

– Sí, claro. ¿Por qué? – dije.

– No por nada, ¿quieres ir a la cafetería? – preguntó Anabela.

– No, prefiero quedarme aquí. Ve tú si quieres – dije, sentándome en las escaleras.

– ¿Todo bien con Alan? – preguntó Anabela en voz baja.

– Sí, no es nada de eso. Es solo que no creo que seguir con esta relación sea una buena idea – dije con tristeza en mi voz.

En ese momento, pasó Alan.

– Ve a hablar con él – sugirió Anabela.

– No puedo, tengo que protegerlo – dije con determinación.

– ¿Qué dijiste? – preguntó Anabela, confundida por mi respuesta anterior.

– Nada, olvídalo – respondí, desviando la mirada hacia Melody, quien estaba cerca y me hacía sentir incómoda.

– ¿Te enteraste de que la escuela está organizando un baile para recaudar fondos? – preguntó Anabela, tratando de cambiar de tema.

– Sí, lo escuché. ¿Por qué lo mencionas? – dije, tratando de mantener la calma.

– Pensé que podríamos ir juntas, así te distraes de todo lo que te perturba – sugirió Anabela con una sonrisa amable.

– No estoy segura, pero lo pensaré. Nunca he ido a un baile y no sé ni cómo vestirme – confesé, sintiéndome un poco insegura.

– No te preocupes por eso, ven a mi casa esta tarde y te ayudaré a elegir algo – dijo Anabela, ofreciéndome su ayuda con empatía.

– Está bien… te veo allí – respondí, agradecida por su apoyo. Me entregó un papel con la dirección de su casa y me alejé, sintiendo un poco de esperanza en mi corazón.

La clase de Alan fue un desastre. Durante toda la hora, intentó hacer contacto visual conmigo, pero yo lo evité. No quería que nuestros ojos se encontraran, no quería sentir esa conexión que siempre nos unía. Al terminar la clase, salí de la sala rápidamente, evitando cualquier conversación con él. Era extraño, siempre era yo quien lo esperaba al final para hablar, pero esta vez preferí mantener la distancia.

Después de la escuela, me dirigí a la casa de Camila para hablar sobre el baile. Todavía no estaba segura de querer ir, pero ella estaba emocionada y quería que fuera con ella. Estábamos en su sala, hablando sobre los detalles del baile y cómo podríamos vestirnos para sentirnos cómodas y seguras.

– ¿Ya has pensado en qué vestido usar? – preguntó Anabela.

– No, para nada. No se me ocurre nada – respondí.

– De qué hablan, ¿irán al baile de la escuela? – preguntó su mamá.

– Sí, mamá. Estoy ayudando a mi nueva amiga a elegir un vestido – dijo Anabela.

– Escuché sobre ese baile. Repartieron comisiones a todos los maestros y pidieron voluntarios a los padres – agregó su mamá.

– ¿Todos los maestros? – pregunté asombrada.

– Todos, sin excepción – confirmó su mamá – Yo también estaré ahí, me ofrecí como voluntaria.

Ahora tendría que lidiar con el hecho de que Alan también estaría allí.

– ¿Qué pasa? – preguntó Anabela al notar mi preocupación.

– Ya lo decidí. No iré al baile – respondí.

– ¿Qué? ¿Por qué? Creí que te estaba convenciendo para ir – dijo sorprendida.

– Bueno, tengo muchas cosas en mi mente. No quiero ir – respondí.

– ¿Es por lo que dijo mi mamá, que todos los maestros y algunos padres irán? – preguntó Anabela.

– Sí, la verdad es que si hay algo entre Alan y yo, las cosas no están bien por ahora – confesé.

– Oh, lo sabía… sabía que algo no estaba bien. Pero amiga, tienes que ir y distraerte – dijo tratando de convencerme – Nicolás del equipo de básquetbol me invitó al baile y su amigo Tito no tiene una cita todavía. Se me ocurrió que podríamos ir los cuatro juntos… te servirá para distraerte

– ¿Por qué no me lo dijiste antes? – pregunté.

– Lo olvidé, pero él en serio quiere ir al baile conmigo – explicó Anabela.

– ¿Por qué no vas al baile con él? – pregunté.

– Porque quería ir contigo también… y esta es la oportunidad perfecta. Puedes ir con su amigo – sugirió Anabela.

– Déjame adivinar… insistirás hasta que diga que sí, ¿verdad? – dije con una sonrisa.

– Para conocernos hace poco… me conoces tan bien – respondió Anabela con una risa.

Después de pensarlo un momento, decidí aceptar la propuesta de ir al baile con Tito. Aunque en realidad no tenía muchas ganas de ir, sabía que podría aprovechar la oportunidad para convencer a Melody de que ya había dejado atrás a Alan. Anabela, mi mejor amiga, me prestó un vestido azul cielo corto sin mangas y unos zapatos con tacos que me hacían sentir elegante y cómoda al mismo tiempo.

Después de salir de la casa de Anabela, regresé a mi hogar para bañarme y descansar un poco. Mientras estaba en mi habitación, recordé que había apagado mi celular para mantener distancia de Alan. Sin embargo, cuando lo prendí de nuevo, vi que había recibido un montón de mensajes suyos. Todos hablaban de lo mucho que me amaba y de que no entendía por qué me había alejado de él. Cada mensaje era como un puñal clavándose en mi corazón, y sentía unas inmensas ganas de llorar. Me preguntaba por qué tenía que ser tan difícil dejar ir a alguien que había sido tan importante para mí. Pero al mismo tiempo, sabía que tenía que seguir adelante y que no podía volver atrás. A pesar de todo, decidí responderle a Alan con un simple «Te amo», antes de apagar mi celular y dejarme vencer por el sueño.

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Capítulo 27: Baile Escolar

Narra Brenda

Me desperté temprano como siempre, a pesar de que no había clases por el baile. Después de tender mi cama, limpiar mi cuarto y tomar una ducha, bajé a preparar el desayuno como siempre.

Un rato después, llegó Anabela muy emocionada y terminó de convencerme para ir al baile. Aunque no tenía muchas ganas de ir, decidí acompañarla. Fuimos juntas a la peluquería, ya que era un baile y quería verme bien.

Horas más tarde, llegó el momento de prepararnos para el baile. Cuando terminé de arreglarme, Anabela me elogió.

– Te ves genial, Brenda. – dijo ella.

– Gracias, pero no tengo muchas ganas de ir. – respondí con sinceridad.

– Vamos, será divertido. Ya casi vienen por nosotras. – me animó Anabela.

Poco después, tocaron a la puerta. Eran ellos.

– Brenda, quiero presentarte a Tito. – dijo Anabela.

– Hola, Tito. – saludé tímidamente.

– Hola, Brenda. – respondió él con una sonrisa tímida.

– Hola, Así que me acompañarás hoy – dijo con una sonrisa.

– Eso parece – respondí con una sonrisa tímida.

– Bueno, ustedes pueden irse en el auto de Tito y yo con Anabela iremos en mi auto. – propuso Nicolás.

Asentí con la cabeza y tomé mis cosas para subir al auto de Tito. Durante el trayecto, traté de entablar conversación con Tito.

– ¿Nos conocemos de antes? – preguntó Tito.

– Creo que sí, llevamos algunas clases juntos hace un tiempo. – respondí.

– Ah, sí, ya recuerdo. – dijo Tito.

– Entonces… ¿Te gustan los bailes? – pregunté, tratando de romper el hielo.

– No mucho, la verdad. Nicolás me obligó a venir. – confesó Tito con una risa nerviosa.

– A mí también me obligó Anabela. – dije con una sonrisa.

– ¿Y tú tienes novio? – preguntó Tito, tratando de cambiar de tema.

– ¿Novio? – Me sorprendido con la pregunta – Es complicado.

– Complicado, eh… ¿Es de la escuela? – preguntó con curiosidad.

– Digamos que sí – respondí con una sonrisa misteriosa. – ¿Y tú? ¿Tienes novia? – pregunté curiosa.

– No, no tengo novia – respondió Tito con una sonrisa.

– ¿En serio? – dije sorprendida. – Siendo el capitán del equipo de baloncesto, seguro tendrás muchas chicas interesadas en ti.

Tito rio y negó con la cabeza.

– Estoy en busca de alguien especial – respondió con sinceridad.

Ambos sonreímos al llegar al baile y al entrar, quedé impresionada por la hermosa decoración. Sin embargo, mi atención se desvió hacia el guardarropa, donde vi a Alan vestido con un traje negro. Mi corazón latió más fuerte al verlo, parecía el príncipe que siempre había soñado para bailar bajo la luz de la luna llena.

Estaba a punto de acercarme a saludarlo, pero Melody me recordó que no podía mostrar señales de nuestra relación. Decidí agachar la cabeza antes de que me viera.

Después de un rato, Anabela y Nicolás se fueron a bailar mientras Tito y yo nos quedamos sentados en silencio. La conversación era incómoda, hasta que Tito propuso bailar.

– ¿Te gustaría bailar? – preguntó Tito finalmente.

– No sé bailar muy bien – respondí.

– Yo tampoco… solo te lo preguntaba por si acaso – se rió – Te veías algo aburrida.

Sonreí – Eres divertido Tito, quien diría que el capitán del equipo de baloncesto no sabe bailar – dije.

– Bueno, tú también eres muy divertida. ¿Qué te parece si bailamos una canción, solo para que no nos juzguen? – propuso Tito.

– Está bien… acepto, vamos – respondí.

Nos levantamos y la música sonaba. A pesar de que no era muy buena bailando, Tito me hizo sentir cómoda y nos reímos de nuestra falta de habilidad en el baile. A pesar de todo, no pude evitar pensar en Alan y en lo difícil que era mantener nuestra relación en secreto.

– Si te piso no me culpes, te lo advertí – dije sonriendo mientras bailábamos.

– En realidad lo estás haciendo bien – respondió Tito.

Mientras bailábamos, noté que Melody se estaba yendo y quise aprovechar para hablar con Alan. Cuando terminó la canción, le dije a Tito que iba a guardar mi abrigo y Anabela se fue al baño, dejando a los chicos solos.

Cuando me acercaba a Alan, Melody se cruzó en mi camino.

– ¿Qué haces? – preguntó con un tono odioso.

– Solo iba a guardar mi abrigo – respondí.

– ¿Así? – dijo sarcásticamente mientras me agarraba del brazo y me llevaba a un lugar donde no nos podían escuchar.

– Creí que teníamos un trato – dijo Melody.

– Y cumplí, ya me alejé de él – respondí.

– ¿Y qué ibas a hacer ahora? – preguntó Melody.

– Ya te lo dije… solo quería guardar mi abrigo – respondí, tratando de mantener la calma.

– Si claro… mira te entiendo, él es un bombón, y cuesta mantenerse alejada de él… pero te conviene mantener distancia, o toda la escuela escuchara este audio, con su linda conversación – dijo Melody, mostrando su celular.

Me quedé mirándola con expresión de odio. Melody se fue con una sonrisa malvada en su cara, dejándome sola y triste. Fue entonces cuando levanté la mirada y vi a Alan, quien había escuchado toda la conversación.

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Capítulo 28: Adiós y Adiós

Narra Brenda

– ¡Alan! – dije sorprendida al verlo aparecer de repente.

Alan comenzó a acercarse a mí sin decir nada, y cuando estuvo cerca, habló:

– ¿Así que por eso me dejaste de hablar?

– Tiene grabada una conversación entre nosotros dos – respondí con tristeza.

Él se quedó mirándome, tratando de entender la situación.

– Sabes, antes de que pasara esto, no entendía lo peligroso que es nuestra relación – dije con tono melancólico.

Alan se quedó pensando un momento y después habló:

– Me dejaste por lo que pasó con Melody… o porque tenías miedo.

– Porque tenía miedo por ti… no quiero que te hagan daño – respondí mirándolo a los ojos.

Me quedé mirándolo en silencio un momento mientras le acariciaba la cara.

– No te preocupes… yo me ocuparé de esto – dije, tratando de sonar segura.

– ¿Qué piensas hacer? – preguntó curioso.

– Por el momento quiero que nos tomemos un tiempo para calmar a la fiera – respondí con una sonrisa triste.

– ¿Me estás pidiendo un tiempo? – preguntó Alan cabizbajo.

– Solo es por un tiempo… hasta que encuentre la manera de borrar ese audio de su celular – respondí, tratando de sonar convincente.

– No estoy de acuerdo… pero si es lo que quieres – dijo Alan cabizbajo.

Nos quedamos un momento, mirándonos sin decir nada. Sabía que esta situación no era fácil para ninguno de los dos, pero tenía que hacer lo que fuera necesario para protegerlo.

– Tengo que volver con Tito – dije acariciándole la cara, tratando de calmarlo.

– Ah… y ¿quién es ese Tito? – preguntó con un tono de celos evidente, frunciendo el ceño.

– Es el capitán del equipo de baloncesto – respondí con una sonrisa, tratando de quitarle importancia al asunto.

Pero noté que seguía molesto y celoso.

– No te pongas celoso… solo vine porque Anabela me lo pidió, porque ella vino con su amigo y él no tenía cita – expliqué, tratando de justificar mi presencia en el lugar.

Él suspiró y me miró a los ojos.

– Lo sé… solo que no me gusta verte con otros chicos – dijo con tono apenado.

– Lo entiendo, pero confía en mí – respondí, tratando de tranquilizarlo.

Nos quedamos en silencio unos segundos, hasta que él tomó mi mano.

– Me tengo que ir, pero no te preocupes, yo me encargaré de Melody – dije, besándolo rápidamente y susurrándole un «te amo» en el oído antes de salir corriendo.

Narra Alan

Brenda se fue, pero yo no me quedé tranquilo. Decidí buscar a Melody para hablar con ella. Me acerqué a ella con un tono serio.

– Señorita Benítez… ¿puedo hablar con usted un segundo? – pregunté.

– Por supuesto, profesor – respondió de manera sínica.

Nos fuimos al lugar donde la encontré hablando con Brenda.

– ¿Qué se le ofrece, profesor? – preguntó Melody.

– Quería hablar contigo… pero no como tu profesor. Supe que tienes un audio de una conversación entre la Señorita Brown y yo – dije sin titubeos.

– ¿Señorita Brown? – dijo Melody levantando una ceja – No la llama por su nombre.

– ¿Por qué te comportas así? ¿Qué ganas tú con perjudicarnos? – pregunté tratando de mantener la calma.

– ¿Y usted?… ¿Por qué hace esto? Si sabe que su relación es prohibida – dijo de manera cínica.

– Se nota que nunca te has enamorado – dije tratando de mantener la calma.

– ¿Y usted sí? Tengo entendido que si amas, haces todo por no perjudicar a la otra persona. Usted se siente bien evitando que Brenda salga con chicos de nuestra edad – dijo señalando a Brenda y Tito bailando – Mírela usted mismo, se ve tan feliz… Con usted no puede compartir esa felicidad, porque siempre tienen que estar escondiéndose.

Yo me quedé mirándola un momento. Se veía tan feliz bailando y divirtiéndose con chicos de su edad. Por Dios, Melody tenía razón.

Sin terminar la conversación con Melody, me fui sin que nadie me viera.

Narra Brenda

Me desperté temprano como siempre y realicé mis actividades cotidianas antes de ir a la escuela. En ese momento, llegó Anabela a mi casa.

– Hola – dije extrañada al abrir la puerta.

– Tengo que hablar contigo ahora – dijo Anabela con seriedad.

– Claro, ¿qué pasa? – pregunté, confundida.

– Necesito mostrarte algo en un lugar privado – respondió Anabela.

– No te preocupes, llegaste temprano… mi mamá todavía está durmiendo y mi papá y mi hermana también – dije tratando de calmarla.

– Mira esto… – dijo Anabela mientras me mostraba un celular.

– ¿Un celular? ¿Qué tiene de importante? – pregunté sin entender.

– ¡Es el celular de Melody! – exclamó Anabela.

Cuando me dijo eso, mi corazón latió más fuerte y sentí que se me helaba la sangre.

– ¿Cómo conseguiste su celular? – pregunté con preocupación.

– Ayer cuando fui al baño, encontré una cartera que solo tenía esto y maquillaje adentro. Al principio pensé en llevarla a donde estaban las cosas perdidas, pero Alan, quien se suponía que estaba a cargo de eso, ya no estaba. Esperé a que alguien llegara para devolverla, pero la curiosidad me ganó y quise saber de quién era el celular. Me llevé la sorpresa de que era de Melody, y encontré un audio que creo que deberías escuchar – explicó Anabela.

Anabela puso el audio y escuché la amenaza de Melody. Aunque ya lo sabía, sentí un escalofrío recorriendo mi cuerpo.

– ¿Qué pasa? – preguntó Anabela, confundida. – ¿No ves que esta grabación puede ponerte en peligro? ¿Por qué estás tan tranquila?

– Anabela, esta es la razón por la que me he mantenido alejada de Alan. Melody me ha estado amenazando, pero esto puede ser mi salvación. Con esto, ya no podrá seguir amenazándome. ¡Bórralo ya! – respondí con firmeza.

– Si piensas que esto es suficiente para detenerla, no has visto nada – dijo Anabela con una mirada maliciosa.

Mi mente comenzó a divagar con posibilidades. ¿Qué podría haber en el celular de Melody que fuera tan importante? ¿Por qué Anabela estaba tan preocupada? Me sentí ansiosa y nerviosa al mismo tiempo.

– ¿De qué hablas? – pregunté, confundida.

– He estado investigando y descubrí que Melody ha estado robando las respuestas de los exámenes todo el año y ha ingresado a la página de la escuela para cambiar sus calificaciones. ¿Sabes lo que significa? Podemos hacer que se vaya de la escuela – explicó Anabela.

– ¿Podemos? – pregunté, emocionada. – ¡Lo haremos! Estoy harta de Melody.

Anabela y yo pasamos horas planeando cómo desenmascarar a Melody. Aunque tenía miedo, sabía que si todo salía bien, podría ser feliz con Alan.

Finalmente, terminamos de desayunar a las 6:30 am y nos despedimos de mis padres antes de ir a la escuela. Un poco más tarde, mientras guardaba unos libros en mi casillero, levanté la mirada y vi a Melody frente a mí.

Melody se acercó a mí con una sonrisa maliciosa. «Espero que estés cumpliendo con tu parte del trato. No te acerques a Alan y yo no digo nada», dijo, sin sospechar que ya lo sabía todo.

– Quédate tranquila, yo seguiré sufriendo – respondí sarcásticamente.

– Conmigo no juegues – me advirtió.

Estaba a punto de responderle cuando escuchamos su nombre en la cabina de anuncios.

– Señorita Melody Benítez, vaya inmediatamente a la oficina del director – anunciaron.

– Creo que eres tú, ¿no? – dije con una sonrisa burlona.

– No sé qué diablos está pasando, pero de esta no te salvas – me amenazó mientras caminaba hacia la oficina.

Anabela llegó emocionada a contarme la noticia.

– Ya está. Pedí que no dijeran quién le había dado el celular. La expulsaron – dijo.

– Dios mío, esto es lo que siempre esperé escuchar. Ahora solo esperaré a que salga – respondí.

– Pero tenemos clase – dijo Anabela.

– Ve tú, yo te alcanzo después. Tengo créditos extras, esto no me hará nada», le dije.

Cuando finalmente salió, la observé mientras guardaba sus cosas de su casillero. Se veía enojada y llevaba una caja. Sabía lo que eso significaba: la habían expulsado.

La seguí hasta que salió de la escuela. No sé cómo me armé de valor, pero le dije:

– Y por si aún tienes dudas, sí, yo fui la que te delató

Ella volteó y se acercó a mí con prisa.

– ¿Qué mierda hiciste? – gritó.

– Ya era hora de que todo lo malo que hiciste se te regresara – respondí sin miedo.

– Sabes que ahora puedo regresar y decirle lo tuyo con ese profesor, ¿verdad? – amenazó.

– Oh, sí, hazlo. Quedarás como una loca mentirosa. ¿Ya no tienes pruebas, sabes? – respondí con seguridad.

Ella continuó hablando y amenazándome con todo lo que podía decir, pero dejé que hablara. Finalmente, me había vengado. Ahora entendía el dicho de que la venganza es un plato que se come frío, y ya nada me daba miedo. Lo único que quería ahora era festejar mi libertad con Alan, quizás contarle todo y besarlo sin importar quién nos estuviera observando.

Sin pensarlo dos veces, corrí al salón de Alan, pero al entrar, no vi lo que estaba esperando: él no estaba allí. En su lugar, había una profesora escribiendo en la pizarra. Me acerqué un poco para asegurarme de que era el salón correcto.

– ¿Se le ofrece algo, señorita? – preguntó la profesora.

– Oh, no. Es solo que buscaba al profesor Freeman. Este es su salón, ¿él no está? – respondí.

– No, lo siento. Soy su suplente – dijo la profesora.

– ¿Suplente? Pero él va a regresar mañana, ¿no? – pregunté angustiada.

– Lo siento, no lo sé – respondió.

– Bueno, ¿usted cuánto tiempo se quedará?

– Señorita, ya le dije que no lo sé. ¿Va a entrar a clases o no?

– No, no aún.

Salí algo confundida de ese salón y fui a mi casillero por un libro.

– Brenda, ¿y esa cara? Pareciera que Melody todavía estuviera aquí – dijo Anabela.

– No es nada. Es solo que no encontré a Alan y ahora hay una suplente – respondí.

– Tranquila, quizás hoy no pudo venir. Ya lo verás. ¿Entramos a clase?

– Sí, vamos. Adelántate. Yo le hablaré a su celular – dije.

Anabela asintió con la cabeza y se fue. Yo saqué mi celular y llamé a Alan, pero él no contestaba, así que decidí dejarle un mensaje de voz.

– Alan, soy Brenda. Necesito hablar contigo sobre el problema con Melody. Ya se solucionó y todo ha cambiado. Ya no tiene evidencia de lo nuestro. Estoy segura de que ahora todo será distinto. Te amo y quiero saber si vas a luchar por nuestro amor. Por favor, llámame cuando puedas

No tenía mucho ánimo, pero aun así fui a mis clases. Después, fui al Café & Amor esperando encontrar a Alan, pero no estaba allí. Decidí ir a su departamento y toqué la puerta, pero nadie respondió. Estaba a punto de irme, pero no pude resistir la tentación de tomar la llave que él guardaba debajo del tapete y entrar. Todo estaba perfectamente ordenado, pero Alan no estaba allí. Me quedé una hora esperándolo, pero nunca llegó. Tomé una hoja y le escribí:

Mi amor… te esperé, pero tampoco estuviste aquí. Por favor, comunícate conmigo. Te amo

Dejé la llave en su lugar y me fui a casa. Estuve leyendo el libro que él me dedicó. Sus palabras me hacían sentir que él me hablaba a mí. Cuando terminé de leer el libro, leí la dedicatoria una y otra vez:

Este es el primer libro que escribí. Espero que cuando lo leas, pienses en mí con amor… Alan Freeman

No podía dejar de pensar en Alan. No dejaba de preguntarme por qué se fue.

Después escuché un ruido. Era mi mamá, así que bajé a saludarla.

– Hola, hija. ¿Por qué estás tan cabizbaja? – preguntó.

– Nada, mamá. Es que la clase de literatura de hoy fue un poco extraña – respondí.

– Sí, me enteré de que el profesor Freeman no está en la escuela. Nos avisaron a todos los padres.

– ¿Tú sabes qué pasó? – pregunté tratando de sacar información.

– Pues, nos avisaron que se había ido a Nueva York.

– ¿Qué? ¿Regresó a Nueva York? ¿Piensa volver a vivir allí? ¿Ya no volverá o qué? – dije alterada.

– Hey, cálmate. ¿Cómo sabes que es de Nueva York?

– Es solo que tenía un proyecto que quería mostrarle – dije tratando de explicarme.

– Lo entiendo, pero no sé si el profesor Freeman regresará – respondió mi mamá con un tono de preocupación en su voz – Es difícil si ya encontraron una suplente

Cuando mi mamá me dijo eso, sentí un gran temor. ¿Y si Alan no regresaba? ¿Qué pasaría con nuestra relación? Pero una parte de mí seguía teniendo esperanza de que todo saliera bien. Tal vez Alan regresaría y todo volvería a ser como antes.

Pero yo no podía dejar de pensar en él. Decidí escribirle un mensaje:

Alan, soy Brenda. ¿Todo está bien? ¿Por qué te fuiste sin decirme nada? Por favor, comunícate conmigo. Te extraño

Esperé su respuesta con ansias, pero no recibí ninguna. Empecé a preocuparme cada vez más. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué no me respondía?

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Capítulo 29: Tito

Narra Brenda

Al día siguiente me desperté temprano y fui a la escuela, esperando encontrarme con él como todos los días, pero no lo vi. Solo me topé con el director y la bibliotecaria.

Llegó la hora de la primera clase y en el camino me encontré con Tito.

– Brenda, ¿has arreglado tus problemas? – preguntó.

– Sí, algo así – dije sin dar detalles – ¿Y tú?

– Me alegro de que preguntes eso – dijo sonriendo – He estado pensando en lo que platicamos, sobresalir con alguien. ¿Recuerdas?

– Oh, bien, sí lo recuerdo. ¿Qué has pensado? – pregunté.

– Bueno… ¿Quieres salir conmigo? – preguntó.

Me quedé muda, totalmente paralizada. No me esperaba eso.

– ¿Qué? – pregunté, no porque no había escuchado, sino porque no sabía por qué me lo había pedido a mí.

– Sí, digo si no tienes problemas con tu novio o con aquello ‘Complicado’ que me comentaste el otro día – sonrió – No te estreses, no será una cita formal, quizás salir a divertirnos. Hace tiempo que no salgo con alguien. ¿Qué dices

– Oh, Tito, me halaga tu propuesta, pero esta es semana de exámenes. Estoy muy ocupada, tengo que entregar varios proyectos y no creo poder – dije excusándome.

– Está bien, te entiendo. Podemos dejarlo para después, ¿no crees? – sugirió.

– Sí, claro – dije cortante – Tenemos que entrar a clases

Él me abrió la puerta del salón, algo que nadie hacía ya. Me sorprendí mucho.

– Gracias – dije – Antes de entrar, quiero preguntarte algo

– Adelante, dime – respondió.

– ¿Por qué quieres salir conmigo? Apenas y nos conocemos, no soy tan interesante, y… – comencé a decir.

– Te equivocas – me interrumpió – Si apenas nos conocemos, pero claro que eres una persona interesante. Combinas todo, mujer, en serio».

– Me haces reír. ¿Cómo crees eso? Pero bueno, me voy. Llegaré tarde a clases y eso no me gusta. Adiós – dije, con una sonrisa que me había sacado Tito.

Caminé con esa sonrisa y luego me encontré con Anabela.

– Brenda, ¿qué ha pasado con Alan? – preguntó Anabela.

– No lo sé, estoy desesperada. Lo único que sé es que está en Nueva York – respondí angustiada.

– ¿Te lo dijo él? – preguntó Anabela.

– No, para nada. No me ha contestado ninguna llamada ni mensaje. No hay día que no le hable o le escriba. Casi le ruego que me hable y nada. Ni de loca conseguiré dinero y permiso para ir a Nueva York – dije con tristeza.

Quería seguir hablando con Anabela, pero justo sonó el timbre para ir a clases.

Las horas iban pasando y, cuando terminé mi clase, fui al Café & Amor, donde me encontré con Ian.

– Brenda, me enteré de que estás saliendo con el capitán del equipo de baloncesto – dijo Ian.

– ¿Pero qué demonios… qué dijiste? – pregunté enojada.

– Todos los chicos de la escuela que pasan por aquí dicen que ahora sales con él. Dicen que estuvieron juntos en el baile, te ven platicando con él y te vieron subir a su auto. Dicen que ni siquiera sus amigos suben a su auto. Eso es sospechoso incluso para mí – explicó Ian.

– Ian, tú sabes con quién salgo. Yo te lo dije. ¿Acaso tengo que recordártelo? – le respondí molesta.

– Ok, no te enojes. Yo solo repito lo que escucho. Y hablando de él, escuché que ya tenías una suplente, ¿no? – preguntó Ian.

– Sí, así es. Cuya suplente creo que me odia – dije con tristeza.

– No para tanto – minimizó Ian.

– Pero es que es verdad. No soporta que yo sepa más de literatura que ella – me quejé.

– Ya cállate, ¿quieres? Te traeré tu orden – dijo Ian.

No le había pedido nada, pero él sabía lo que siempre pido.

Cuando terminé, fui a la biblioteca. Quise distraerme leyendo un buen libro, sumergirme en él como lo hacía antes. Encontré una novela romántica y sin darme cuenta, había pasado toda la tarde leyendo, hasta que la bibliotecaria se me acercó.

– Señorita, ya vamos a cerrar… tiene que retirarse – me dijo con amabilidad.

– Oh, lo siento. No había visto la hora – respondí algo distraída.

Tomé mis cosas y salí de allí. Me subí a mi auto y comencé a conducir. Pasé por una cafetería y por fuera vi a una persona sentada de espaldas. Tenía el perfil parecido al de Alan. Rápidamente entré a la cafetería, corrí hasta esa mesa pensando que era él, pero no lo era. Me paré enfrente de esa persona y él se quedó viéndome extrañado.

– Disculpe, ¿la puedo ayudar en algo? – dijo aquella persona.

– Lo siento, lo confundí. Qué pena. Provecho y buenas noches – dije apenada.

Salí súper apenada de ese lugar y me fui riendo sola hasta llegar a mi casa.

Pasó una semana sin saber nada de Alan. Solo sabía lo que se comentaban entre los maestros y eso porque siempre me llevé bien con ellos. Si alguien leyera esos mensajes que le enviaba diariamente a Alan, podría jurar que era una loca escribiéndole al vacío.

Era un día común como los otros que habían pasado sin Alan. Estaba sola en la escuela y entonces observé que Tito venía hacia mí.

– Hola, Tito – dije con tranquilidad.

– Brenda, hola. Bueno, seré directo contigo… Tengo boletos para el cine. Escuché que es la premier de la nueva película de Marvel, así que se me ocurrió que tú y yo podemos ir – dijo Tito con entusiasmo.

– Te lo agradezco, pero como te dije el otro día, tengo mucho que estudiar. Este es nuestro último año y quiero asegurarme de ir a una buena universidad. Además, no me gustan las películas de Marvel – dije buscando excusas.

– Ok, entiendo. Bye Brenda, cuídate – dijo Tito decepcionado.

Tito se fue por un lado y yo por el otro, y entonces me encontré cara a cara con Anabela.

– Así que acabas de rechazar a Tito por cuarta vez en esta semana – dijo Anabela con una sonrisa maliciosa.

– Anabela, yo no puedo salir con él – expliqué.

– ¿Y por qué no? ¿Por qué estás esperando a Alan? Quién sabe qué está haciendo y con quién allá en Nueva York. Además, solo saldrás con Tito como amigo. Nadie te está pidiendo algo más – dijo Anabela tratando de convencerme.

– Ok, tienes razón. Le diré que sí iré con él – dije convencida.

Anabela tenía razón. Yo estaba esperando a Alan, y quién sabe con quién se divertía él. Mi baja autoestima me hacía pensar que estaba con mujeres más maduras y más lindas que yo. Entonces corrí hasta alcanzar a Tito.

– Tito – grité – No me gustan las películas de Marvel, pero seguro que en el cine hay más películas que podemos ver. Y tengo lo que resta del semestre para estudiar – dije aceptando ir al cine con él.

– Genial – dijo Tito con una sonrisa – Gracias. Paso por ti a las 6, ¿está bien?

– Me parece perfecto. Adiós – dije despidiéndome.

Tomé mis libros y entré a mis clases. Tito era un chico genial, pero Alan era el único en el que lograba pensar.

Así pasaron las horas hasta que, finalmente, Tito llegó por mí en su auto a las 6 de la tarde y nos dirigimos al cine. Durante la película, intenté concentrarme en la pantalla, pero parecía que Tito solo tenía ojos para mí. Debo admitir que me ponía nerviosa.

– ¿Todo bien? – pregunté.

– Brenda, me gustas – dijo Tito.

Esto me recordó a la primera vez que Alan y yo vimos una película en su departamento. Tenía que dejar de pensar en él. Solo sonreí ante el comentario de Tito.

– En fin, me alegra que por fin hayas aceptado venir conmigo. Eres una chica difícil -dijo Tito.

– Solo lo indispensable – respondí.

La película terminó y Tito me invitó a tomar un helado, a lo que acepté. En el camino, vimos una máquina de ganar monedas y Tito sugirió jugar.

– Máquina de ganar monedas, qué infantil – pensé – Nunca hacía cosas así con Alan, además de que no podíamos vernos en lugares públicos.

– A veces, las cosas más infantiles son las que más divierten – dijo Tito, sorprendiéndome al parecer haber sabido lo que estaba pensando.

Tito tomó mi mano y comenzamos a jugar. Él ya había ganado varias monedas, pero quería más. Entonces, vi a un niño de unos 7 años jugando y Tito le quitó sus monedas sin que se diera cuenta.

– Tito, ¿qué haces? – pregunté alarmada.

– Shh, el niño no se da cuenta. Además, ya tiene muchas – respondió Tito, quitándole las monedas y volviendo a tomar mi mano-. Vamos -me dijo mientras comenzamos a correr.

Me moría de risa con todo lo que hacía Tito. Después de ganar suficientes monedas, canjeó todo por un oso de peluche.

– Es para ti, espero que te guste – dijo Tito al entregármelo.

– Gracias Tito, nadie nunca me había ganado un oso. Es muy bonito -respondí sinceramente.

Después de eso, Tito me llevó a su casa en mi auto.

– Me divertí mucho, hacía mucho que no lo hacía – dije sonriendo.

– Me alegra por eso – respondió Tito, también sonriendo.

Estábamos a punto de despedirnos cuando él se acercó hacia mí. Oh no, esto no parecía ir muy bien. ¡Me iba a dar un beso en la boca! Pero yo giré la cara y su beso cayó en mi mejilla.

– Cuídate y gracias de nuevo – dije, tratando de no mostrar mi incomodidad.

– Adiós, hermosa -respondió él, sonriendo.

Bajé del auto un poco confundida y caminé hacia mi casa. Subí a mi habitación y me recosté en mi cama. Escuché sonar mi celular, pero no sabía de dónde venía el sonido. Busqué y busqué mi celular, hasta que por fin lo encontré, pero ya había colgado. Revisé el número y era Alan.

La llamada perdida de Alan me dejó con un nudo en el estómago.

Me quedé en silencio, procesando la información ¿Qué querría decirme Alan? ¿Querrá volver conmigo? No pude evitar sentir una pequeña esperanza dentro de mí.

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Capítulo 30: Regreso

Narra Brenda

Mi corazón latía acelerado. Alan había estado llamando a mi celular, y ahora me sentía mal por no haber contestado. Decidí llamarlo de regreso, pero no obtuve respuesta. Me pareció extraño que hubiera apagado su celular, ya que pensé que quería hablar conmigo. Para distraerme, decidí hacer mi tarea y después me quedé dormida.

De repente, algo me despertó. Era la luz del sol pegando en mi rostro. Me había quedado dormida por más tiempo de lo que acostumbro, así que tomé una ducha rápida y me vestí apresuradamente. Amarré mi cabello y salí corriendo.

Por suerte, llegué a tiempo para mis clases. Pero la voz del director interrumpió la lección y nos pidió que nos dirigiéramos al auditorio. Supuse que se trataba de una ceremonia de premiación.

Comencé a caminar junto a Anabela, cuando de repente alguien tomó mi mano. Giré desconcertada y vi que era Tito.

– Buenos días – nos saludó a Anabela y a mí.

Giré y nos saludamos con un beso en la mejilla.

– ¿Qué hay de nuevo? – preguntó Tito

– Bueno, aquí vamos al auditorio ¿Tienes idea de qué se trata? – respondí curiosa

– De hecho sí… y es muy aburrido. Mejor ven conmigo – dijo Tito, tomando mi mano.

– ¿A dónde? – pregunté.

– A algo más divertido que esto. ¿Vienes? – dijo Tito, guiándome hacia el estacionamiento.

– Ok, tú ganas – dije, dejando a Anabela y siguiéndolo.

Tito me llevó al estacionamiento, donde había un pequeño parque con bancas y árboles.

– ¿Y aquí qué? ¿Es este tu plan de algo más divertido? – pregunté.

– Está bien, está bien. Lo admito, no tenía planeado nada. Solo quería verte. Pero al menos aquí podemos hablar tranquilos y no tenemos que ir a eso… – dijo Tito.

– ¿Y por qué no quisiste ir? – pregunté.

– Era una premiación de baloncesto – dijo.

– ¿Qué? Tú eres el capitán, ¿por qué no estás ahí? – pregunté sorprendida.

– Por eso mismo. Si voy, mis compañeros no reciben atención. Yo soy el capitán, pero mi equipo también merece reconocimiento. Además, los premios y el reconocimiento son superficiales. No me gusta que se trate solo de mí -respondió Tito.

-Entiendo -dije, admirando su humildad.

– Me alegra que lo entiendas – dijo Tito, sonriendo.

– Eres un buen chico, Tito – dije sinceramente con una sonrisa.

– Tú también eres una gran chica. En serio, me encanta cómo eres. No sé cómo pasé tanto tiempo sin hablarte. No sé cómo no te vi antes – dijo Tito con ternura.

Me sonrojé ante sus palabras y sentí un cosquilleo en el estómago. Nos quedamos en silencio un momento, disfrutando de la tranquilidad del parque.

Tito tomó mis manos y se acercó lentamente a mí. Pensé que iba a intentar besarme de nuevo, como la última vez que estuvimos juntos. Al principio intenté separarme, pero él insistía. Sin embargo, esta vez algo cambió en mí. Tal vez fueron las palabras que Tito me había dicho o tal vez era que, por fin, deseaba besarlo. Estábamos a punto de hacerlo cuando un auto que se acercaba nos echó las luces encima. Rápidamente nos separamos, lo que hizo que Tito se molestara un poco. Yo no lograba ver quién era el que había llegado, hasta que apagó las luces y bajó de su auto.

Me quería morir. No podía ser. Era él, de todos los días que podía venir, tenía que venir justo hoy: era Alan.

– Jóvenes, ¿qué hacen aquí? Se supone que todos los estudiantes deben estar en el auditorio, y más si se trata de integrantes del equipo de baloncesto – dijo Alan, mirando a Tito.

– ¿Profesor Freeman? – dije sorprendida.

Fue lo único que salió de mi boca, mientras que ambos no dejaban de mirarme.

– Les aconsejo que vayan rápido si no quieren reportes… escaparse del auditorio es una falta grave, y por seguridad es mejor que estén ahí – continuó Alan.

Tito lo miró con una cara de enfado, mientras que yo no quería esperar más para hablar con él. Tenía que arreglar todo lo que había pasado. Así que me acerqué a Tito con cautela.

– Tito, ¿puedes adelantarte sin mí? Tengo que preguntarle algo al Señor Freeman, algo que me quedó pendiente de una tarea -le dije.

– Ok, te veo después – dijo serio y comenzó a irse.

Esperé lo suficiente para que Tito se alejara y entonces, con temor y un poco de enfado, me acerqué a Alan. Sentía una mezcla de alegría y enfado.

– ¿Volviste? – le dije.

– Nunca me fui – respondió.

– Estuviste ausente varios días – le reclamé – ¿Adónde fuiste?

Alan no respondió mi pregunta.

– ¿Así que ahora estás con él? ¿Te dedicas a salir con adolescentes? Me alegro por ti, haces bien en salir con chicos de tu edad – dijo él con sarcasmo.

– ¿Disculpa? ¿Qué dijiste? – respondí, tratando de contener mi enojo.

– Primero dejas de hablarme, me voy, pero antes de irme me pides un tiempo, y cuando vuelvo ya sales con adolescentes lindos, ¿no? -continuó él, acusándome.

– Escúchame – grité – tú no tienes derecho a reclamarme. Fuiste tú el que prometió «LUCHAR POR NUESTRO AMOR» y después te fuiste. Te estuve llamando y no contestaste, te escribí y no me respondiste. Linda forma de luchar por nuestro amor.

– Fui a Nueva York, tuve que viajar por algunos asuntos familiares y de trabajo, pero claro tú todavía no entiendes de eso. Algún día lo entenderás – dijo él, insinuando mi juventud.

Odiaba cuando usaba nuestra diferencia de edad en nuestras peleas.

– ¿Y qué clase de asuntos? Si se puede saber – pregunté, tratando de entender.

– No lo entenderías – respondió él.

– Pruébame – dije, desafiante.

– Por asuntos míos… Me quería despejar – dijo finalmente.

– ¿Despejarte? Y lo lograste, ya sabes lo que quieres – dije, sintiendo mi enojo crecer.

– Me entrevistaron en otra escuela… – dijo él, tratando de explicarse.

– Entonces – lo interrumpí – ¿estás convencido de que debes irte de aquí?

– Por favor… no me interrumpas, déjame terminar – pidió él.

– Perdóname… ya me acostumbré a llenar los espacios vacíos – dije, sintiendo la tristeza invadirme.

Él se quedó mirándome en silencio.

– Me dijiste en el baile que nada ni nadie podía separarnos… que ibas a luchar por nuestro amor, y luego desapareciste de la faz de la tierra… Me he pasado días pensando en ti – dije, tratando de explicarle mi dolor.

– Yo estuve pensando en ti cada segundo que no estuve -me interrumpió él-, pero también no pude evitar pensar en las consecuencias, las preguntas que hará el director, la administración lo que dirán tus padres – dijo, tratando de justificarse.

– ¿Consecuencias? ¿Qué consecuencias? – pregunté, sin entender.

– Si nos ven juntos, la escuela podría tomar medidas en mi contra. Podría perder mi trabajo, mi reputación… – dijo él, preocupado.

– ¿Y qué pasa conmigo? ¿No te importa lo que siento yo? – respondí, sintiendo la rabia crecer en mi interior.

– Claro que me importa, pero no quiero ponerte en riesgo – dijo él, tratando de calmarme.

– Ya veo… ERES UN COBARDE – grité, sintiendo el dolor y la decepción.

Me di la vuelta y me fui, pero después de unos pasos, me detuve. No podía dejar que se fuera así como así.

Narra Alan

– ¿Sabes qué? Tienes razón, soy un adulto y quizás no entienda del todo cómo te sientes -dije, tratando de calmarla – Pero eso no significa que no me importe, o que no quiera ayudarte.

– No necesito tu ayuda, necesito que me dejes en paz -respondió ella, con los ojos llenos de rabia.

– Lo sé, pero… – intenté decir, pero ella me interrumpió.

– No hay peros, profesor Freeman. Ya me cansé de sus sermones y sus reglas. Debería salir con adolescentes y eso es lo que haré, ¡adiós! -gritó ella, alejándose a toda prisa.

Me quedé paralizado por un momento, sin poder reaccionar. La vi alejarse, sintiendo un nudo en la garganta. ¿Cómo había llegado a esto?

Después de unos segundos, reaccioné y le grité:

– ¡Puedes salir con quien quieras! – dije, sintiendo la rabia en mi interior.

Pero ella ya no volteó a verme. Se alejó, dejándome solo en el estacionamiento.

Me quedé allí, sintiendo la tristeza invadirme. ¿Qué había hecho mal? ¿Cómo podía arreglar las cosas? No lo sabía, pero estaba dispuesto a intentarlo. No podía dejar que se fuera así como así, necesitaba hablar con ella y arreglar las cosas.

Narra Brenda

Estaba enfadada y al entrar al auditorio, Anabela lo notó.

– ¿Qué te pasa? ¿Por qué esa cara? – preguntó ella.

– Estoy bien… no me pasa nada – mentí, tratando de ocultar mi enojo.

– ¿Tito te hizo algo? ¿Pelearon? – preguntó Anabela, preocupada.

Estaba a punto de contestarle su pregunta, cuando alguien abrió la puerta del auditorio y entró: era Alan.

– No me digas nada… él ya regresó y tuvieron un problema – dijo Anabela, como si supiera lo que estaba pasando.

– Es un cobarde – dije enojada – quiere que me comporte como una adolescente y eso es lo que voy a hacer.

– ¿Qué estás tramando? ¿Qué planeas? – preguntó Anabela, intrigada.

– ¿Tramando? ¿Planeas? Yo no tramo ni planeo nada, ya vámonos de aquí… necesito irme -dije, levantándome de mi asiento.

Salimos del auditorio y fuimos a la cafetería por algo de comer. Después de un rato, se escuchó mucho ruido y gritos. Era el equipo de baloncesto liderado por Tito. Traían el trofeo que les acababan de entregar en el auditorio. Tito pidió que todos se callaran y se puso a hablar:

– Ya sé que todos nos felicitaron por el campeonato, pero quiero decir que esto es dedicado para alguien especial – dijo, mirándome y sonriendo.

No podía creer que esto estuviera pasando. Lentamente, se fue acercando a la mesa donde yo estaba y dijo:

– Esto te lo quiero dedicar a ti, Brenda… me gustas muchísimo. Creo que fui un idiota en todo este tiempo por no haberme dado cuenta de lo increíble que eres – dijo, tomando mi mano.

Sentí cómo mi cara se ponía roja de vergüenza. Nunca había mencionado a Tito lo mucho que odiaba ser el centro de atención, así que estaba muy nerviosa y no sabía cómo reaccionar. Solo iba a darle las gracias, pero entonces vi a Alan entrar en la cafetería. Estaba tan molesta con él, tan enojada, que una parte de mí quería darle celos. Sé que es una acción infantil, pero él mismo me pidió que actuara como una adolescente, así que decidí demostrarle lo adolescente que puedo ser. Vi que Tito se acercaba a mí, así que me levanté y lo abracé. De reojo, pude ver que Alan estaba muy pendiente de lo que hacíamos. Tito me miraba fijamente, así que algo me impulsó a subir el nivel de provocación para hacer que Alan sintiera celos. Me acerqué a Tito y, sin pensarlo dos veces, le di un beso.

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Capítulo 31: El Poema

Narra Alan

La vi besándose con él y sentí cómo algo me quemaba por dentro. Tenía una inmensa ganas de llevármela y alejarla de él, pero no pude hacerlo. En lugar de eso, decidí abandonar la cafetería y esperar a que ella me siguiera. Sin embargo, se dio cuenta de mi salida y no me siguió.

Narra Brenda

No quería que el beso pareciera forzado, pero me sentía extraña besando a Tito. Él parecía disfrutarlo, ya que no me soltaba, hasta que sonó la campana y finalmente se alejó de mí. Estaba más que sonrojada y miré a mi alrededor, pero Alan ya se había ido.

– WOW – dijo Tito emocionado – Eso fue inesperado

Yo solo sonreí mientras él tomaba mi mano. Sabía lo que eso significaba: acababa de empezar una relación con Tito.

Llegamos juntos al salón sin soltar nuestras manos. Era la clase de Alan, así que lo vi cuando Tito me acompañó hasta mi salón. Noté que se puso nervioso e intentó ocultar sus celos, o al menos eso pensé.

Sé que no estaba bien jugar con los sentimientos de Tito, pero toda mi vida había hecho lo correcto. Creo que era hora de empezar a divertirme.

Después de la clase, Alan y yo nos evitamos el resto del día.

Cuando terminaron las horas de clase, salí al estacionamiento y me encontré con mis dos amigos, Ian y Anabela.

No sé cómo, pero Ian siempre se entera de todo lo que pasa en la escuela.

– ¿Qué está pasando entre tú y Tito? – preguntaron ambos al mismo tiempo.

– Tito es un buen chico… Es grandioso, me hace reír, disfruto pasar tiempo con él, me hace feliz… Estamos usando esta oportunidad para conocernos – dije sin titubear.

– ¿Estás segura de que no lo haces solo para darle celos a Alan? – preguntaron al mismo tiempo.

Parecía que estaban sincronizados en serio.

– Ustedes saben que estoy enamorada de Alan, pero tiene una actitud del demonio. Odio su comportamiento. Desde que se fue, no contestaba mis llamadas y ahora regresa y se comporta como un verdadero idiota. Si salir con Tito hace que Alan cambie, seguiré haciéndolo. Lo siento si mi respuesta no es lo que quisieran oír, pero es lo que hay. Nos vemos mañana – dije y subí a mi auto.

Antes de irme, vi cómo los dos se quedaban en shock por mi respuesta. Los entendía, ni yo misma me reconocía.

Estaba a punto de arrancar mi auto cuando vi a Tito venir hacia mí. Sentí que le debía una explicación, así que bajé de mi auto y decidí hablar con él.

– ¿Ya te vas? – preguntó Tito.

– Sí, hoy fue un día largo – respondí.

– Me encantaría llevarte a casa, pero trajiste tu auto – dijo, tomando mi mano.

Nos quedamos hablando en el estacionamiento por un momento. Vi que todos se iban, excepto un auto: el de Alan. Estábamos conversando con Tito y él me hacía reír con lo que decía. Hasta que vi a Alan salir. Nos vimos, pero fingimos que no existíamos. Él se fue y nosotros nos quedamos en el estacionamiento.

– Lo que pasó hoy… ¿Qué fue? – preguntó Tito.

Suspiré y lo miré un momento, buscando las palabras correctas. Al ver que no contestaba, siguió hablando.

– Sé que preguntar es una tontería… Pero no quiero ilusionarme – dijo.

Ahí estaba mi oportunidad de arreglar todo, de decirle que había sido un error, un arrebato y de quedar solo como amigos, pero no lo hice. Quizás era el hecho de que Tito era dulce y que no quería lastimarlo, o quizá también porque mientras nos besábamos o mientras caminábamos juntos en la escuela, una parte de mí se había sentido tan bien de no tener que esconderme y de poder actuar sin miedo a que me criticaran. O tal vez solo fue un arrebato de demencia. Entonces contesté:

– Lo que pasó hace rato… Fue el inicio de lo nuestro – dije tomando su mano.

– Bien – dijo con una sonrisa – ¿Entonces? ¿Ya puedo llamarte novia? – preguntó.

– Sí… Novio – dije sonriendo.

– ¿Qué te parece si te acompaño a dejar el auto a tu casa? Y después salimos – dijo tomando mi mano.

– Me parece bien – dije sin soltar su mano.

Subí a mi auto y Tito hizo lo mismo con el suyo. Cuando llegué a mi casa, dejé mi auto y subí a mi cuarto para dejar mi mochila. Luego salimos juntos y me divertí mucho con él. Después, Tito me llevó a mi casa y me sentí aún mejor porque no tuvo que dejarme a tres cuadras de mi casa. No tenía que inventar una coartada para verlo. Después de todo, solo se trataba de un chico de mi edad.

– Hoy fue un gran día – dijo Tito sonriendo.

– Gracias por ser así, Tito. Te veo mañana – respondí.

Nos despedimos con un beso y subí a mi cuarto.

Pasaron varios días así. Se suponía que yo era la novia de Tito. Todo el mundo lo creía y se notaba que Tito realmente me quería. Me sentía un poco culpable. Me encantaría corresponderle el sentimiento. Sabía que estaba mal salir con él para darle celos a Alan, pero no se me ocurría nada más que hacer. Alan mostraba indiferencia como si realmente yo ya no le importara. Llegué a pensar que realmente me había olvidado. Por otro lado, eso era lo que yo hacía en la clase de Alan: mostrar que su clase no me interesaba. Últimamente entregaba mis tareas con indiferencia. Ya ni siquiera le preguntaba nada.

– ¿Aún no te has cansado de esto? – dijo Anabela con tono de reproche mientras nos preparábamos para la clase de Alan.

– Ana… lo siento, pero no estoy para discursos baratos sacados de internet – respondí.

Alan llegó, se sentó en su escritorio y comenzó a hablar sobre la materia que íbamos a ver ese día.

– Jóvenes, les quiero informar acerca de la tarea de este periodo – dijo en un tono solemne -. Consiste en que todos deberán escribir un poema donde reflejen qué es por lo que están pasando en este momento, que reflejen su interior o donde quieran decirle algo a alguien, con el fin de que practiquen lo aprendido en clase. Este trabajo se entrega el viernes y vale el 50% de su calificación.

Escribir un poema era pan comido para mí, aunque no quería escribir sobre nadie en particular. Pero por otro lado, ya faltaba poco para que terminen las clases y no volver a ver a ese idiota.

Después de la clase, el profesor Alan me llamó por mi apellido.

– Señorita Brown, ¿puedo hablar con usted? Es sobre sus calificaciones – dijo con tono serio.

Me sorprendió que Alan me llamara por mi apellido. Me acerqué a su escritorio con indiferencia.

– Dígame, profesor – respondí.

– Mira, los trabajos que entregas están bien hechos – cambió su tono serio a uno más dulce – pero ya no participas en clase, no me preguntas nada, prácticamente te estás enseñando a ti misma.

– Gracias por la advertencia, pero si mis trabajos están bien realizados, cómo lo haga no debería ser su problema… a menos que quiera que hable con el director y le acuse de abuso de poder – dije enojada.

Estaba por irme cuando Alan me tomó de la mano.

– Sé que lo nuestro no funcionó, pero… – comenzó a decir.

– ¿Lo nuestro? – lo interrumpí – no hay nada nuestro, adiós profesor – dije con indiferencia antes de salir del salón.

Afueras del edificio, me encontré con Tito, quien me saludó con un beso.

– Hola, hermosa – me dijo – Pensé en ir a comer juntos ¿Qué dices?

Realmente no tenía muchas ganas de salir.

– Tito, eres muy dulce, pero hoy no es un buen día, me siento un poco mal, prefiero ir a casa, si no te molesta.

– No me molesta… yo te llevaré a tu casa en tu auto y después vendré a buscar el mío – dijo.

No quería rechazarlo dos veces en un día.

– Está bien – dije sonriendo.

Al llegar a mi casa, me sentí mal por Tito, quien en realidad quería pasar tiempo conmigo, así que lo invité a pasar. Estuvimos en mi cuarto por un par de horas, hasta que se fue. Yo no podía dejar de preguntarme si estaba haciendo lo correcto, aunque realmente conocía la respuesta.

Al día siguiente teníamos que entregar el dichoso poema, pero no se me ocurría nada, solo podía pensar en Alan y sin darme cuenta comencé a escribir.

Un día especial

Te acercaste sin más, con una sonrisa en tus labios y un brillo en tus ojos que me cautivó al instante. Me preguntaste por un libro especial, y yo te hablé de Jane Austen, una autora que siempre me había fascinado. Me sorprendió que tú también la conocieras, y cuando mencionaste Orgullo y Prejuicio, supe que había algo especial en ti.

Pero ahora nuestros mundos parecen ir en otro sentido. Me siento tan distante de ti, y al mismo tiempo te siento a mi lado. Me encuentro en un conflicto con mis sentimientos, porque sé que esto es algo nuevo y desconocido para mí.

Siempre pensé que ese libro era especial, pero nunca imaginé que me llevaría a ti. Su magnetismo hizo juntar tus manos con las mías, y sentí que estábamos destinados a conocernos. Mis ojos dejaron de verte un instante, y mi corazón notó más lejos su sueño anhelado: estar contigo.

Aunque ahora estamos separados, el recuerdo de ese día especial sigue vivo en mi mente. Recuerdo cómo descubrimos nuestra conexión inexplicable, cómo me sentí atraída por tu inteligencia, tu sentido del humor y tu personalidad única.

Quizás algún día nuestros mundos volverán a cruzarse, y entonces sabré que ese día también será especial. Porque aunque ahora estemos separados, el libro que nos unió sigue siendo un símbolo de nuestra conexión, de nuestra historia compartida, y de la posibilidad de un futuro juntos.

Cuando llegué a la escuela, entregué el poema con indiferencia.

– ¿Sobre quién escribiste? – preguntó Anabela con curiosidad.

– Sobre nadie – respondí cortante, sin querer revelar la verdad.

– Te conozco… ¿escribiste sobre Alan, verdad? – insistió ella, leyendo entre líneas.

Me quedé en silencio, incapaz de negarlo. Anabela pareció entenderlo y me dijo con tono serio:

– Tienes que arreglar esto.

– Es lo que estoy tratando de hacer – respondí, intentando calmarla.

– Ok, ven vamos a ver los poemas que publicaron en el mural – propuso, tratando de distraerme.

Comencé a ver los poemas expuestos en el mural, algunos eran sacados de internet y carecían de originalidad. Luego encontré mi poema, que había dejado de manera anónima para no revelar que era mío.

De repente, levanté la mirada y vi que Alan me estaba observando. Sabía que se había dado cuenta de que el poema era sobre él, y me sentí incómoda.

Decidí ir a la biblioteca para distraerme y encontré un libro de poesía cuyo título me llamó la atención: «Amor Eterno». Al abrirlo, descubrí que el autor era nada más y nada menos que Alan Freeman.

Sus letras lograron alterar todos mis sentidos y me quebraron por dentro. No pude evitar llorar al leer su poema de amor. Cuando terminé de leer, me dirigí hasta su salón, decidida a hablar con él y arreglar las cosas de una vez por todas.

Narra Alan

Estaba sentado en mi escritorio cuando vi a Brenda acercarse con cautela, con lágrimas en los ojos. Me miró fijamente y dijo:

– Leí tu poema.

Me quedé en silencio, sin saber qué decir. Ella continuó hablando:

– “Amor Eterno” – dijo, sin dejar de mirarme a los ojos – ¿Cómo puedes sentir esas palabras y, al mismo tiempo, renunciar a lo nuestro?

– Mm… Nunca fue mi intención que tú lo leyeras – dije, levantándome de mi silla.

– Me hiciste creer que no me amabas… dejaste que creyera que te habías olvidado de mí – dijo, llorando.

– Creí que hacía lo correcto – intenté justificarme.

– Lo correcto para ti, no para mí… para mí solo fuiste egoísta – me reprochó.

– Eso no es verdad – dije, tratando de defenderme.

– ¿Quieres hablar de la verdad? ¿Cuál verdad? ¿Ya no sé cuál de tus verdades creer? – dijo, con tono de reproche – La verdad de hoy, o la verdad de la semana pasada, porque te soy sincera, no tengo idea cuál de tus historias debo creer, las que dicen «estuve pensando en ti cada segundo que estuve lejos» o las que terminan con un «me voy de aquí».

Me quedé mirándola en silencio, sin encontrar las palabras adecuadas. Brenda siguió hablando:

– No fue mi edad la que arruinó esto, Alan… fuiste tú y solo tú.

– Brenda, por favor… – intenté hablar de nuevo.

– No te preocupes… ya superé esto. Ahora hazlo tú – dijo, entregándome el libro de poesía.

Antes de que pudiera responderle, su novio Tito llegó y la interrumpió.

– ¿Qué está pasando aquí? – preguntó Tito, frunciendo el ceño al ver la tensión en el ambiente.

– Nada… no está pasando nada aquí – respondió Brenda, su voz temblaba ligeramente. Me miró con reproche, una mirada que me atravesó como una flecha, antes de darse la vuelta y marcharse.

Tito se quedó un momento, sus ojos se desplazaron de la figura distante de Brenda hasta posarse en mí. Había una pregunta no formulada en su mirada.

– ¿Acaso intentas decirme algo? – pregunté, mi tono más cortante de lo que pretendía.

Él simplemente me miró, pareciendo pesar mis palabras. Luego, sin decir nada, se dio media vuelta y se fue, dejándome solo con mis pensamientos y el eco de sus pasos.

Del enojo que sentía, agarré el libro que Brenda me había entregado y lo lancé con todas mis fuerzas. El golpe sordo que hizo al impactar contra la pared pareció resonar con la frustración que sentía.

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Capítulo 32: Adiós Tito

Narra Brenda

Salí del salón con un torbellino de emociones revoloteando dentro de mí: confusión, enojo, tristeza. El sonido de un libro golpeando la pared y las maldiciones de Alan resonaban en mis oídos.

Me dirigí a la cafetería y me senté en una de las mesas, intentando ocultar mi enojo y mi tristeza. Pero la calma no llegaba. De repente, alguien tocó mi hombro. Me giré, lista para descargar mi furia en quien fuera que me hubiera interrumpido.

– Ah, eres tú – dije al ver a Tito frente a mí.

– Sí, soy yo… ¿Por qué ese tono tan decepcionante? ¿Esperabas a alguien más?

– No, lo siento, es solo que tengo muchas cosas en la mente.

– Quizás, si me acompañas a mi entrenamiento te sirva de distracción.

– Pero no estoy de humor, no es un buen día – respondí.

– Claro, para estar conmigo nunca es un buen momento, ni un buen día — replicó molesto, antes de alejarse.

Al ver su cara de decepción, me sentí aún peor. Tito no merecía que me desquitara con él por algo que Alan había hecho. Recogí mis cosas y decidí ir a acompañarlo a su entrenamiento.

Al llegar, él ya estaba en la cancha. Me quedé sentada en las gradas, donde también estaban las animadoras. Desde que me había hecho novia de Tito, ellas y yo solíamos hablar de vez en cuando. La capitana de las animadoras se acercó y se sentó a mi lado.

– Qué romántico que la novia venga a los entrenamientos – dijo con una sonrisa.

Yo solo me limité a devolverle la sonrisa, sin ganas.

– Él es un gran chico, me alegro de que estén juntos. Se ve muy feliz desde que está contigo – continuó.

Sus palabras me hicieron sentir aún peor. Sabía que lo que estaba haciendo lastimaría a Tito, y mucho.

– Aún nos estamos conociendo – dije, tratando de cortar la conversación.

Después de un rato, Tito levantó la cabeza y me regaló una sonrisa al verme. El equipo tuvo un descanso de cinco minutos, tiempo suficiente para que Tito se acercara a las gradas.

– Viniste – dijo, su entusiasmo era evidente.

– Aquí estoy – respondí con una sonrisa – Lamento lo que pasó hace un rato. Estaba de mal humor y no debí desquitarme contigo. No te lo mereces – me disculpé.

– No hay problema – respondió con una sonrisa amable.

– Sí lo hay. He sido muy mala contigo, y eso no es cómo se comporta una novia.

– ¿Y entonces? ¿Cómo se comporta Brenda de novia?

– Te lo mostraré cuando termine el entrenamiento – prometí, devolviéndole la sonrisa.

Regresó a entrenar y, después de veinte minutos, había terminado.

– Estoy listo – dijo, sonriendo ampliamente – El entrenamiento ya terminó.

– Te mostraré entonces.

Puso su brazo alrededor de mi cuello y comenzamos a caminar. Al salir del gimnasio, nos topamos con Alan. Ambos hicimos mala cara al vernos, y sospeché que Tito lo había notado, pero decidí no pensar en eso.

Llegamos al parque.

– ¿Qué te parece un pícnic improvisado? – propuse, sacando algunas cosas para comer de mi mochila.

Tito se recostó en el césped, su expresión se había vuelto seria.

– ¿Por qué estás tan serio? – pregunté, preocupada.

Tito suspiró profundamente y comenzó a hablar.

– Brenda, lo que voy a decirte es importante. Espero que te haga sentir mejor y que estés bien – dijo Tito, su voz era seria.

– ¿A qué te refieres? ¿Pasa algo? – pregunté, confundida.

– Tranquila – respondió, suavemente entrelazando nuestras manos.

– Me estoy poniendo nerviosa – admití, sintiendo un nudo en el estómago.

– Brenda, mírame a los ojos – pidió con ternura.

Levanté la mirada para encontrarme con la suya.

– Ok ¿Qué pasa? – pregunté, mi voz temblaba ligeramente.

– Brenda… ¿Me amas? – preguntó sin titubear.

– Tito, no entiendo… ¿A qué viene esto? – dije, apartando la mirada.

– No apartes tu mirada… solo responde. No hay respuestas buenas ni malas, solo respuestas que salen del corazón – insistió.

Respiré hondo, tratando de encontrar las palabras correctas.

– Bueno, en realidad… Tú eres… Mira… la verdad es que… — empecé a tartamudear — tú eres una gran persona para mí, te quiero porque siempre estás ahí para apoyarme, siempre me haces sentir protegida y eso lo aprecio mucho. Ahora mismo hay muchas cosas que me preocupan y aunque no te las puedo contar, sé que me escucharías y eso es muy importante para mí — Mi voz se quebró y tuve que apartar la mirada, la tensión era demasiado fuerte — pero tengo cosas que resolver, cosas que tú no entenderías.

– ¿Cosas que tienen que ver con el Profesor Freeman? – Preguntó de golpe – ¿Él es tu “Complicado”? ¿No?

– ¿Qué? ¿Perdón? – dije, sorprendida y nerviosa.

Respiré hondo y traté de mantener la calma. No sabía cómo responder a su pregunta.

– Espera ¿Qué es lo que sabes? O ¿Qué crees saber? – dije, mi voz temblaba ligeramente.

– Sé que tú y el profesor de literatura, el señor Freeman… Alan estaban saliendo, ¿cierto?

Mi corazón se detuvo. ¿Cómo lo sabía? ¿Acaso era tan obvia? Intenté disimular mi nerviosismo.

– Tito, antes que nada, puedo explicarte… es decir, él y yo, tú sabes – balbuceé, mis palabras se atropellaban entre sí.

Tito tomó mi mano delicadamente.

– No te estoy pidiendo una explicación.

– Ah, no, ¿entonces? – pregunté, desconcertada.

– Solo quiero saber qué pasa entre ustedes.

Tomé sus manos y lo miré a los ojos.

– Tito, voy a ser sincera contigo, porque sé que esto te afecta – suspiré antes de continuar – Yo solía salir con Alan antes de saber que sería mi profesor. Fue una larga historia entre nosotros, pero entre él y yo ya no hay nada. Ahora estoy contigo. Te pido que no se lo digas a nadie, me traería muchos problemas y a él también.

– Eso no es cierto, no sigamos mintiendo. Tú sigues queriéndolo. No miento cuando digo que estás enamorada de él. Lo noto en tus ojos, en tus intentos fallidos de darle celos conmigo. Pero yo nunca diría nada sobre eso, no necesitas decírmelo.

– Tito, no quiero que te sientas utilizado… yo ahora estoy contigo.

– Y es algo que ya debe terminar. Eres una chica maravillosa, Brenda. Nunca conocí a alguien como tú… pero supongo que él es un fuerte rival – dijo con una sonrisa nerviosa – Si es lo que quieres, deberías estar con él. Mereces ser feliz.

– Tito, cada vez me sorprendes más. Eres el que más tranquilo ha tomado la noticia sobre esto, pero ¿y tú? Siento que ya te he lastimado demasiado.

– ¿Yo? Yo estaré bien. Perdí una novia, pero gané una amiga – dijo, mirándome fijamente – Además, como tú bien has dicho, soy el capitán del equipo de baloncesto. Puedo tener a quien quiera – agregó con una sonrisa.

– Oye, qué presumido – dije, golpeándolo suavemente con el

Era la conversación más sincera que había tenido con Tito desde que lo conocí.

– Es broma, pero si de verdad lo quieres, al profesor… aunque no sea algo correcto, debes luchar por él, arregla las cosas y deseo que seas muy feliz de verdad. Creo que es mejor que me vaya ahora, tú sabes… antes de que esto se vuelva incómodo – dijo Tito.

– Tito, antes de que te vayas, solo dime algo… ¿Cómo lo supiste? – pregunté.

– Siendo honesto, Melody en el baile me insinuó que algo pasaba y lo confirmé las múltiples veces que nos topábamos con Alan. Pero descuida, ya todo pasó… Ahora sí me voy, cuídate linda – respondió Tito.

– Gracias por todo, Tito – fue lo único que pude decir.

Me quedé confundida, sin saber qué estaba pasando. Había renunciado a Alan por tratar de ser feliz con Tito, pero ahora Tito me dejaba para que fuera feliz con Alan. Vaya dilema.

Caminé hacia mi auto y me topé con Anabela, quien se veía mal.

– ¿De qué te enfermaste? – pregunté.

– Seguramente de lo último que comí… No podré ir a la fiesta – respondió.

– ¿Qué fiesta? – pregunté.

– La fiesta del equipo de basquetbol. Se organiza en casa de tu amigo Ian el universitario. Pensé que irías con tu novio Tito – dijo Anabela.

– Exnovio – corregí.

– ¿Terminaste con él? – preguntó curiosa.

– Él terminó conmigo – respondí.

– ¿Qué pasó? – preguntó asombrada.

Le conté lo que había pasado con Tito y Alan, y Anabela puso una cara de asombro.

– ¿Así que Tito sabía lo de Alan y tú? – preguntó.

– Sí, así es – respondí.

– Bueno, me tengo que ir – dijo Anabela. Me despedí, subí a mi auto y me fui.

Cuando llegué a casa, mis padres estaban discutiendo.

– ¿Pasa algo? – pregunté preocupada.

– No pasa nada… ve a tu cuarto – dijo mi mamá.

Me estaba yendo cuando escuché el motivo de la discusión y, como buena metida que soy, regresé y hablé.

– ¿Ya le contaste lo que pasó con tu alumna? – pregunté mirando a mi papá.

Ellos nunca habían mencionado a la alumna, solo habían dicho «infidelidad», así que ambos me miraron sorprendidos.

– ¿Alumna? ¿Me fuiste infiel con una alumna? – gritó mi madre a mi padre. – Y tú, ¿lo sabías? – preguntó mirándome a mí.

Estaba a punto de hablar, pero mi padre me interrumpió.

– Ella no tiene nada que ver… yo le pedí que no dijera nada. Ella quería decírtelo en múltiples ocasiones, pero yo le pedí que no lo hiciera. Quería ser yo mismo quien te lo contara – dijo defendiéndome.

– Y tardaste tanto – dijo mi madre con tono de reproche.

Después, mi madre se dirigió a mí.

– Brenda, ve a tu cuarto – dijo con tono autoritario.

Salí prácticamente corriendo de allí y me encerré en mi habitación, pero aún podía escucharlos pelear. Mi madre insultaba a mi padre y él trataba de calmarla. Pensé que todavía había solución hasta que escuché que mi madre mencionó la palabra «divorcio».

En ese momento, sentí que mi familia se iba por el retrete. Todo se estaba yendo al demonio y solo quería saber cómo mi madre se había enterado.

Me acerqué a la ventana de mi habitación y vi que mi padre estaba saliendo de casa con una maleta. Al parecer, mi madre le había pedido que se fuera de la casa.

– ¿Papá, a dónde vas? – pregunté corriendo hacia él.

– Lo siento, hija. No quería que las cosas terminaran así – dijo mi padre con lágrimas en los ojos.

– ¿Cómo se enteró mamá? – pregunté.

– Fue una de mis alumnas, ella lo descubrió y se lo contó todo a tu madre – respondió mi padre.

– ¿Y quién es? – pregunté curiosa.

– No importa, hija. Lo siento mucho – dijo mi padre mientras se subía al auto y se alejaba.

Me quedé allí, en la calle, viendo cómo mi padre se iba. No sabía qué hacer ni a quién culpar. Solo sabía que mi familia nunca volvería a ser la misma.

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Capítulo 33: La Fiesta

Narra Brenda

Estaba en la calle, observando cómo mi padre se alejaba en su coche. Después, entré corriendo en la casa y me encerré en mi habitación, tratando de procesar lo que acababa de suceder.

Después de la discusión de mis padres, me encerré en mi habitación y pasó una hora antes de que bajara para hablar con mi madre. Al llegar a la sala, me encontré con una escena que me dejó sin palabras: mi madre estaba besando a un hombre. Sentí una punzada de dolor en el pecho y mi estómago se revolvió al reconocer a Sergio, el colega de trabajo de mi madre. Me acerqué para ver mejor, sin poder creer lo que estaba sucediendo.

– Mamá, ¿qué haces? – pregunté con extrañeza.

Ella se volteó para mirarme.

– Hija, ¿qué haces aquí? Te dije que te encerraras en tu cuarto – respondió ella.

Yo no podía creer lo que estaba viendo. Sergio se despidió y se marchó, mientras mi madre intentaba justificar su comportamiento.

– Creo que nos vemos después – le dijo a Sergio. – Gracias por venir a apoyarme, eres un gran amigo.

Vi cómo él le susurraba algo al oído y ella asentía con la cabeza. Luego, tomó sus cosas y se despidió con una voz ronca.

– ¿Y bien? ¿Qué hacía él aquí? – pregunté.

– Yo estaba deprimida y Sergio solo vino a consolarme – explicó mi madre.

– Vaya manera de consolarte – respondí con sarcasmo.

– Oye, ese beso que viste, fue solo un impulso… yo estaba deprimida y él se dejó llevar, y a mí me tomó por sorpresa – intentó justificarse mi madre.

Yo solo me quedé mirándola, sin saber qué decir.

– Aunque yo hubiera buscado que me besara, no estoy haciendo nada malo… Fue tu padre quien arruinó esta familia, no yo. Y tengo derecho a rehacer mi vida – dijo mi madre con voz firme.

– ¡Yo quiero conservar a mi familia como estaba! – grité, sintiendo la ira brotar en mi interior.

– Cálmate, no tienes derecho a cuestionarme… No olvides que yo soy tu madre – respondió ella enojada.

Subí a mi habitación, azotando la puerta con fuerza. Me molestaba que mi familia se estuviera desmoronando de esta manera.

Necesitaba distraerme de mi enojo, así que recordé la fiesta de Ian y decidí ir sola.

Como no era de ir mucho a fiestas, no sabía qué ponerme. Revisé el armario de mi hermana y encontré una crop top de encaje negro y una mini falda negra que le hacía juego. No lo pensé dos veces y me lo puse, junto con unas zapatillas del mismo color. No sabía si la ropa era adecuada para la fiesta, pero terminé de arreglarme, tomé mi bolso y bajé.

– ¿Y tú qué haces así vestida? – dijo mi madre poniéndose en mi camino.

– Voy a una fiesta – respondí sin rodeos.

– ¿A una fiesta? Son época de exámenes y las fiestas están prohibidas – dijo ella con voz autoritaria.

– No te estoy pidiendo permiso, te estoy avisando. Yo también tengo que rehacer mi vida – dije sarcásticamente, haciendo referencia a lo que ella me había dicho.

Sin esperar a que me contestara, salí de la casa. Quizás estaba siendo dura con ella, pero no podía calmar mi enojo ni mi estrés por todo lo que estaba pasando en mi vida.

Tomé mi auto y me fui hasta la casa de Ian. Al llegar, parecía que había demasiada gente.

– Hola Ian, ¿llegué tarde? – pregunté al llegar a la fiesta.

Ian se giró para verme y pareció sorprendido al reconocerme.

– Bren, Brenda, ¿eres tú? Wow, no te reconocí, te ves… increíble. – tartamudeó.

– Necesito distraerme, mira qué buena fiesta, está repleto aquí. – dije tratando de sonar entusiasta.

– Vamos, entra, te alcanzo en un rato. – me dijo Ian.

Mientras caminaba por la fiesta, me di cuenta de que apenas conocía a nadie. Vi a algunas porristas con las que había hablado antes cuando salía con Tito, así que decidí unirme a ellas.

– Hola chicas, ¿puedo sentarme? – pregunté.

Al principio, la mayoría de ellas solo miraban mi ropa, pero Hannah, la capitana, con la que había hablado esa mañana, me contestó.

– Claro, siéntate. Eres la novia de Tito, así que ya eres nuestra amiga también. – dijo Hannah.

– Exnovia, en realidad. – corregí sin titubear.

Hannah y las demás se quedaron asombradas con mi respuesta.

– ¿Cómo? ¿Qué pasó? Vamos, cuéntanos. – insistió Hannah.

En ese momento, el encargado de la barra ofreció algo de tomar.

– Si queremos vodka para todas. – pidió Hannah.

– Yo solo quiero un refresco con hielo. – dije.

– No, no. También pide vodka, no nos dejes tomando solas. – dijo Hannah.

– Está bien, pero solo uno. – accedí.

«Al menos ya tengo con quien estar», pensé mientras bebía.

Y así pasé un buen rato inventando la razón por la que había terminado con Tito. No estoy segura de que se la hubieran creído, pero con todo lo que estaban bebiendo, probablemente la olvidarían pronto. Después, ellas quisieron ir a bailar, cosa que yo aún no me animaba.

– No importa, vayan ustedes, luego las alcanzo. Por cierto, ¿dónde conseguiste eso que estás tomando? – pregunté.

– Ahí en la barra. – respondieron las chicas.

– Ok, gracias chicas, después las alcanzo. – me despedí.

Me dirigí a la barra de bebidas, sintiéndome un poco mareada por las bebidas que ya había tomado. Pedí otra bebida y esperé a que me la sirvieran.

– ¿Le gustó la bebida? – preguntó el encargado de la barra.

– Sí, está deliciosa. Me da otro por favor. – respondí sonriendo.

El encargado me sirvió otra bebida y yo continué disfrutando de la música pegajosa que sonaba en el ambiente.

La música sonaba fuerte y pegajosa. Me daban ganas de bailar, pero no me animaba.

– ¿Te gustaría bailar? – preguntó un chico que estaba cerca de mí.

– Me encantaría, pero no sé si pueda mantenerme en pie. – respondí riendo.

– No te preocupes, te sostendré. – dijo él con una sonrisa.

Así que tomé su mano y nos dirigimos a la pista de baile, moviéndonos al ritmo de la música.

Narra Alan

Era ya tarde y el día había sido agotador. Había tenido mucho trabajo y además no podía dejar de pensar en lo que había pasado con Brenda. Sentía hambre y entonces recordé ese lugar donde vendían ensaladas, aquel lugar que tanto le gustaba a Brenda. Tomé una chaqueta, las llaves de mi auto y salí, pensando que esto me serviría para dejar de pensar en tantas cosas. Manejaba normal, incluso lento, hasta que encontré una casa llena de luces y música a todo volumen. Era obvio que se trataba de una fiesta, pero no me importó. Sin embargo, al ver que los chicos que estaban ahí eran mis alumnos, quise bajar para asegurarme de que todo estuviera bien. Después de todo, yo era su profesor y no quería ser un aguafiestas. Bajé del auto y me acerqué a un par de chicos que estaban afuera.

– Disculpen, ¿de quién es la fiesta? – pregunté con una sonrisa.

Los chicos fruncieron el ceño y se alejaron, pensando que yo era un aguafiestas. Sin embargo, me obligaron a entrar y averiguar qué estaba pasando.

Al entrar a la casa, lo primero que vi fue a Brenda bailando y gritando sobre una mesa. Los demás la rodeaban, viendo la manera grotesca en cómo bailaba y babeándose por la manera tan provocativa como estaba vestida. Inmediatamente sentí la necesidad de hacer algo para que ella bajara de ahí y no hiciera más el ridículo, pero no quería que sospecharan nada. Me acerqué a la mesa y ella me vio. Tenía miedo de que comenzara a decir tonterías y dejara ver que había algo entre nosotros.

– Oh Alan, Alan, únete a la fiesta – gritaba Brenda mientras saltaba sobre la mesa. Me quedé paralizado por un momento, sin saber qué hacer. Los demás chicos comenzaron a mirarme.

– ¡Alan! – exclamó ella – ¡Ven a bailar conmigo!

Mis nervios aumentaron, sabía que si seguía así iba a hablar de más. Entonces, decidí usar mi «poder de profesor».

– Ahora todos salgan de aquí – dije con autoridad – Las fiestas en tiempos de exámenes están prohibidas. Salgan si no quieren que pase una lista a la escuela de todos los que están aquí. ¡¡Ahora!!

Parecía que la advertencia había funcionado. Era lo bueno de ser el profesor, cuando doy una orden, la cumplen. En menos de cinco minutos, todos estaban fuera. Pero Brenda seguía sobre la mesa, así que me acerqué y la bajé de ahí.

– ¿Estás bien? ¿Qué hacías ahí arriba? – le pregunté mientras la tomaba de la cintura.

– Y ¿dónde están todos? Yo me estaba divirtiendo. Mira lo que tengo aquí – dijo levantando su copa. ¿Te gustaría probarlo? Es muy sabroso – dijo arrastrándome a la barra.

– No, no, deja eso ya – le dije – Creo que es mejor que te lleve a tu casa. No creo que Ian se haga responsable de esto – señalé a su amigo que se encontraba dormido en el sofá – Ven, toma tus cosas que te llevaré a tu casa

– No, no, yo no quiero ir a mi casa – dijo Brenda con desesperación – No quiero ir ahí, por favor, no me lleves para allá. Prefiero quedarme aquí

– No te dejaré aquí – le dije con firmeza – Ven, mejor vámonos

– ¿A dónde iremos? – preguntó ella.

Decidí desviar un poco la pregunta de Brenda y la ayudé a subir a mi auto, ya que estaba bastante borracha. Al llegar al estacionamiento, noté que su auto estaba allí, así que llamé a un amigo de confianza para que lo llevara a mi departamento.

– ¿A dónde vamos? – preguntó Brenda de nuevo.

– Creo que sería mejor que esta noche te quedaras en mi departamento, si no quieres ir a casa – respondí.

– Sí, llévame contigo – dijo ella, asomándose por la ventana y riendo a carcajadas.

– ¿Por qué no nos vamos a otra fiesta? – propuso.

– Lo siento, pero creo que ya se acabaron las fiestas por hoy – le dije mientras estacionaba el auto.

Finalmente llegamos a mi departamento y bajé del auto para ayudar a Brenda a salir. Al abrir la puerta, ella casi se cae, pero la sostuve con mis brazos.

Se veía tan frágil que lo único que quería era protegerla y besarla.

Entonces, ella levantó la cabeza y me dio un beso. Yo la acerqué más a mí y le correspondí el beso.

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Capítulo 34: ¿Qué pasó ayer?

Narra Alan

– Tranquila, Brenda, tu novio se puede enojar – dije desafiante – No quiero tener problemas con tu noviecito Tito

– Ah él, no, no, no, él y yo terminamos, así que hoy no nos preocupemos – dijo tratando de besarme de nuevo.

Decidí ignorarla y, como pude, la llevé hasta la puerta de mi departamento. Ella se movía de un lado para otro y yo apenas podía controlarla. Entonces, no me dejaba entrar y se paró enfrente de la puerta.

– Brenda, entra y déjame pasar», le pedí.

– ¿Me quieres? – preguntó sin moverse de la puerta.

– Vamos Brenda, entra – insistí.

– Yo puedo hacer todo lo que haces con las chicas más grandes y más maduras que yo. Sé que antes te dije que no estaba lista, pero eso fue en el pasado – dijo mientras ponía sus brazos alrededor de mi cuello, haciendo que nuestros labios se juntaran.

Ella no dejaba de intentar besarme. Comenzamos a avanzar juntos y cuando entramos a mi departamento, ella me tiró en mi sillón y comenzó a besar mi cuello. Confieso que hubo un momento en el que yo no me podía resistir.

– Brenda, por favor – dije suspirando.

Ella no me escuchó y comenzó a besar mi oreja. Sentía que me derretía, me había perdido. Pero en el momento en el que ella iba a comenzar a desvestirse, reaccioné. Ella estaba ebria y no estaba consciente de lo que estaba a punto de hacer. Era como si yo fuera a aprovecharme de ella. Así que, con mucha delicadeza, me levanté del sillón, la cargué en mis brazos y la llevé hasta mi cama para que se acostara ahí. Estaba tan borracha que no podía caminar.

– ¿Por qué no quieres estar conmigo? – preguntó Brenda con tristeza en su voz.

– Ven, acuéstate, ya es hora de que descanses – respondí tratando de cambiar de tema.

– Alan, solo te quiero decir algo, ven – dijo tiernamente.

– Me acerqué a ella sin saber qué esperar – Aquí estoy, dime – le dije con calma.

– Alan… Te amo, te amo mucho Alan y quiero estar contigo, ni siquiera tengo a mi familia en este momento, solo te tengo a ti y así me quiero quedar porque te amo de verdad – confesó entre lágrimas.

Suponía que los efectos del alcohol habían hecho que se sintiera así, pero no sabía cómo responderle. La abracé para que dejara de llorar.

– Tranquila, no llores – le susurré.

– Ya perdí a mi familia, no quiero perderte a ti también – dijo sollozando.

– Tranquila, estoy aquí, no me perderás – le aseguré mientras la abrazaba.

– Alan… dime algo ¿Aún me amas? – preguntó con una mirada triste.

– Sí, Brenda, te amo – respondí con sinceridad. Todavía la amaba a pesar de todo.

– Ella levantó un poco su rostro y me besó con dulzura. Le correspondí el beso, pero luego la recosté en mi cama y la tapé con una cobija. Se había quedado dormida. Le quité las zapatillas y la dejé descansar.

Escuché que tocaron la puerta y era Matt, quien me entregó las llaves del auto de Brenda.

– Gracias por traerlo – le dije.

– ¿Cómo está ella? – preguntó preocupado.

– Está borracha y dormida en mi cama. Yo dormiré en el sofá – le expliqué.

– ¿Estás seguro de que es bueno que se quede aquí? – preguntó con dudas.

– Sí, estoy seguro. No puedo dejarla sola en este estado. Si algo le pasara, no me lo perdonaría nunca – le respondí con determinación.

– Ok, buenas noches, amigo – se despidió antes de irse.

– Buenas noches – le respondí cerrando la puerta. Me acosté en el sofá para dormir, sabiendo que había hecho lo correcto al cuidar de Brenda esa noche.

Narra Brenda

Me desperté con los rayos del sol golpeando mi cara y me sorprendí al ver que había dormido en la habitación de Alan. Traté de recordar lo que había pasado la noche anterior, pero mi mente estaba en blanco. Me dolía la cabeza con un dolor punzante y agudo, y me sentía confundida, sin zapatos y con mi vestido un poco desabrochado. Me di cuenta de que algo había pasado entre Alan y yo, pero no podía recordar qué.

Mientras estaba sentada en la cama tratando de encontrar respuestas, escuché ruido y me cubrí con la sábana. Alan salió de la habitación vestido con un traje gris y aparentemente listo para irse. Me sentí avergonzada y asustada, sin saber qué decir. No sabía si debía preguntarle qué había pasado o si simplemente debía irme. Me sentía vulnerable y expuesta, y no sabía cómo manejar la situación.

– ¿Fue la primera vez? – preguntó Alan, sacándome de mis pensamientos.

No entendí lo que quería decir. ¿Estaba preguntando si era la primera vez que me había acostado con alguien?

– ¿La primera vez de qué? – pregunté alterada.

– La primera vez que bebes alcohol de esa forma. ¿De qué pensabas que estaba hablando? – respondió Alan

Me sentí aliviada al saber que no había pasado nada más allá de una noche de fiesta y alcohol, pero aun así me sentía incómoda por haber perdido el control de mi cuerpo y mi mente. Me prometí a mí misma que no volvería a permitir que eso sucediera de nuevo.

Iba a responderle, pero un terrible dolor de cabeza y náuseas me invadieron de nuevo. Me puse las manos sobre la cabeza, tratando de aliviar el dolor.

– Se llama resaca – dijo Alan.

– ¿Qué dices? – pregunté confundida.

– Eso que sientes, el dolor de cabeza, las náuseas, no acordarte de nada, tienes resaca por todo lo que bebiste ayer. Toma esto – me ofreció un vaso con un líquido de color naranja con rojo y verde, junto con un par de pastillas.

– ¿Qué es esto? – pregunté curiosa.

– Son aspirinas, te quitarán el dolor de cabeza. Y eso no preguntes qué es, solo tómatelo – me respondió Alan.

Tomé el vaso con miedo y lo bebí con desconfianza. No pude evitar fruncir el ceño al sentir el sabor amargo.

– ¿Sabe horrible no? – dijo Alan – Pero te hará bien, tómatelo todo

Terminé de tomar esa cosa horrible, pero aún no sabía por qué Alan me cuidaba de esa forma. Mi idea de que habíamos dormido juntos se borró cuando lo vi guardar las cobijas que quitaba del sillón donde él había dormido.

– ¿A dónde vas? – pregunté.

– ¿Qué? Bueno, a la escuela. ¿Olvidas que hoy tienes clases? Tienes exámenes, de hecho – me recordó Alan.

Rayos, lo había olvidado. Claro que tenía examen.

– Oh, Dios, es tan tarde. Tengo que irme ya – dije sobresaltada.

Pero no podía irme a bañarme y arreglarme a mi casa. Recordé que había tenido una pelea con mamá y ella no podía enterarse de dónde había pasado la noche.

– No puedo irme a cambiarme a mi casa – dije afligida mientras me llevaba las manos a la cabeza.

Levanté la mirada y vi a Alan que se movía de un lado para otro, hasta que regresó a donde yo estaba con algo en las manos.

– Prueba con esto – me ofreció Alan.

– ¿De quién es esto? – pregunté mientras levantaba una falda larga color rosa con tablas y una camisa blanca aparentemente de él.

– La falda es de mi hermana. Ella solía venir a visitarme y un día se lo olvidó. Creo que te quedará. Y la camisa es mía. Si eso te sirve, puedes usarlo – explicó Alan.

– ¿De tu hermana? – pregunté incómoda. Alan notó mi incomodidad.

– No tienes que usarlo si no quieres, pero entonces tendrás que volver a ponerte tu ropa provocativa – sugirió Alan. Él tenía razón, no era momento para cuestionar sus opciones de vestimenta.

– En fin, tengo que irme. Si quieres darte un baño, puedes hacerlo. Y si tienes hambre, hay algo de cereal en la cocina – dijo Alan mientras me entregaba las llaves de mi auto.

Me quedé sentada en su cama sin saber qué decir o hacer, sintiéndome muy apenada. Pero no podía dejar que se fuera sin agradecerle.

– ¿Alan? – lo llamé antes de que saliera del cuarto.

Él retrocedió unos pasos hacia atrás y se giró hacia mí.

– ¿Hay algo que deba saber? No recuerdo nada de anoche – pregunté con una expresión de preocupación.

– No pasó nada importante. Decidí ayudarte y no tienes por qué preocuparte. Pero sí hablaremos de algunas cosas más tarde. Y poco a poco durante el día te irás acordando de lo que hiciste ayer… lo digo por experiencia. – respondió con una sonrisa.

– Gracias por ayudarme. – dije mientras él se despedía.

– No hay de qué. Nos vemos en la escuela – respondió Alan antes de salir.

Miré el reloj y me di cuenta de que era demasiado tarde. Tomé un baño rápido, usando la toalla de Alan para secarme. Me peiné y me puse la ropa que él me había prestado. Mis ojos estaban irritados, así que tomé unos anteojos de sol de la mesita de Alan para disimular mis ojeras. Aún me dolía la cabeza, pero las pastillas que Alan me había dado ayudaban. Encontré una mochila algo vieja y la usé para guardar algunas lapiceras y una libreta, así como mi ropa de la fiesta. Tomé las llaves de mi auto y me fui a la escuela.

A pesar de que era tarde, logré entrar en la escuela. Todos los alumnos ya estaban adentro y yo aún buscaba mi salón, rogando que el profesor me dejara hacer el examen a pesar de mi tardanza. Cuando finalmente encontré el salón, descubrí que el profesor era Alan. Me alivié al verlo, sabiendo que él entendía por qué había llegado tarde. Pero también me moría de vergüenza de que él me hubiera estado cuidando mientras yo estaba ebria.

– Profesor, ¿puedo pasar? – pregunté tímidamente, evitando el contacto visual con Alan.

– Adelante, señorita – respondió sin darle importancia a mi tardanza.

Entré al salón y me senté en mi lugar, tratando de concentrarme en el examen, pero el dolor de cabeza no me lo permitía. Fue entonces cuando Alejandro, mi compañero, comenzó a molestarme.

– ¿Y si te subes a la mesa y nos bailas como lo hacías ayer en la fiesta? – dijo con una sonrisa burlona.

– Déjame en paz – le respondí molesta.

– Lo hacías muy bien, parecías una profesional – continuó burlándose.

– Me estás ofendiendo – le dije con un tono firme.

– Eso no pareció ofenderte ayer, te veías muy entretenida – insistió.

Fue entonces cuando Alan llegó al rescate.

– ¿Qué está pasando aquí? – preguntó.

– No pasa nada, solo hacíamos comentarios sobre la fiesta de ayer – respondió Alejandro.

– Escuché lo que le decías a tu compañera y no es manera de tratarla – reprendió Alan – Y aprovecho este momento para decirles algo a todos: no quiero escuchar ningún comentario acerca de esa fiesta en la cual estuve presente. Deberían agradecer que no pasé lista de todos los que estuvieron ahí, ya que las fiestas en tiempo de examen están prohibidas. ¿Queda claro?

Todos respondieron al unísono que estaban de acuerdo, mientras yo estaba sorprendida por la manera en que Alan me había defendido. Pero lo que vino después fue lo que más me sorprendió.

– Entonces, joven Alejandro, no creo que su compañera haya sido la única en hacer algo ayer. Permítame decirle que aún no he terminado de limpiar el vómito que usted arrojó a mi auto mientras lloraba. ¿Recuerda eso, verdad? Así que sería mejor que le pida disculpas a su compañera, ¿no le parece?

– Disculpa – susurró Alejandro apenas abriendo la boca y con una expresión llena de odio.

– ¿Qué dijo? No le escuché. ¿Puede repetirlo? – preguntó Alan.

– ¡DISCÚLPAME! – gritó Alejandro.

– No hay problema – respondí finalmente.

¡Alan me había defendido! Su valentía y apoyo me reconfortaron en medio de la tensión que se había generado. Sin embargo, a pesar de su gesto amable, no podía evitar sentir una punzada de culpa y confusión que nublaba mi mente. Sentía como si hubiera cruzado una línea invisible, como si hubiera dicho o hecho algo que no debía, pero no lograba recordar exactamente qué era.

Evitaba su mirada, desviando los ojos hacia cualquier otro lugar que no fueran sus ojos.

Intenté buscar en mi memoria algún indicio de lo que había sucedido, de alguna palabra o acción que pudiera haber dicho o hecho. Pero todo era borroso, como una neblina que envolvía mis pensamientos. Me sentía frustrada y desesperada por no poder recordar, por no poder entender completamente mi propio comportamiento.

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Capítulo 35: Porque te amo

Narra Brenda

No había estudiado lo suficiente para ese examen, pero lo bueno de haberme dedicado toda mi vida a estudiar es que ya conocía las respuestas. Me tomó más tiempo de lo habitual, pero respondí todo y entregué el examen a Alan sin mirarlo a los ojos. Tomé mis cosas y salí corriendo.

Después de unos minutos, también salió Anabela.

– ¿Qué fue todo eso? – preguntó curiosa.

– ¿Qué fue qué? – respondí.

– Alejandro hablando de ti por lo que pasó en la fiesta… Alan defendiéndote y tú ahí sin decir o hacer nada.

– Mira, Anabela, tengo una resaca de muerte. Nunca me había puesto así, y ayer, por tu culpa al incentivarme a ir a la fiesta, me emborraché y creo que hice el ridículo. Tuve que pasar la noche con Alan.

– ¿Y pasó algo entre ustedes? – dijo con una risa juguetona.

– ¡¡¡No pasó nada!!! Creo que dije cosas que no debí haber dicho y que en este momento me estoy acordando… No puedo ni mirarlo a los ojos, se me cae la cara de vergüenza.

– ¿Y esa ropa?

– Él me la prestó.

– Eso es amor – dijo con un tono burlón. – Bueno, ¿y qué opina Tito de todo esto?

– Primero que nada, no sé si es amor. Ni siquiera puedo darle la cara para agradecerle. Además, ayer Tito terminó conmigo. Es una larga historia que no te quise contar ayer porque estabas enferma.

– Acompáñame – dijo. – ¿Me cuentas en el café?

– No creo, todavía tengo algunos exámenes más.

– Bueno, suerte con todo.

Las horas iban pasando y fui haciendo cada examen de cada materia. No había estudiado para ninguno, pero tenía conocimiento. Me tomó tiempo, pero logré responder.

Después, tomé la mochila de Alan y fui a mi casa. Con miedo, abrí lentamente la puerta y ahí estaba mi mamá esperándome.

– Brenda – corrió a abrazarme. – Ya era hora de que llegaras.

– Ya sé que no debí irme de esa forma, pero estaba enojada… Sé que debí haber llegado ayer, pero yo ayer estaba…

– Sí, ya sé que pasaste la noche en casa de Anabela – me interrumpió. – Pero aun así, no tenías permiso para ir a esa fiesta.

Me quedé pensando un momento. Que ella pensara que había estado con Anabela debía ser obra de Alan.

– Pues nunca salgo, así que no me pareció mala idea ir a la fiesta – dije.

– Pues nunca estuviste castigada, pero tampoco me parece mala idea que estuvieras – respondió mi mamá.

– Sí, entiendo, mamá – dije, bajando la mirada.

– Sube a tu cuarto.

Subí a mi habitación arrastrando los pies, sintiéndome muy apenada. Cerré la puerta y me puse a lavar la ropa que Alan me había prestado. Mientras me daba un baño, aún me sentía sucia. Con cada gota de agua que caía sobre mi cuerpo, los recuerdos de todo lo que había hecho desde que llegué a la casa de Ian volvían a mi mente, y con cada recuerdo, sentía cómo se me caía la cara de vergüenza. Recordé todas las cosas que le había dicho a Alan, recordé que le dije «te amo» mientras estaba ebria, recordé que él me dijo que me amaba.

Salí de la ducha y me vestí. Luego, me di cuenta de que la ropa que Alan me había prestado estaba lista para ser devuelta. Entonces se me ocurrió una idea: iría a devolverle su ropa y agradecerle por todo lo que había hecho por mí, incluso mientras yo estaba ebria. No lo pensé dos veces y guardé la ropa en la mochila que había tomado de su casa, junto con sus anteojos de sol. Sin embargo, había un problema: estaba castigada y no podía salir por la puerta principal. En ese momento, miré por la ventana y vi un árbol grande. Recordé que mi hermana solía escaparse por ahí cuando tenía mi edad. Trepe por el árbol, casi me caigo, pero logré salir. Pero había otro problema: no podía usar mi auto, ya que mi mamá me había confiscado las llaves. Tomé un taxi, pero hacía mucho frío y me di cuenta de que había olvidado tomar un suéter. Si no me ponía algo, me iba a congelar. Entonces saqué la camisa de Alan de la mochila y me la puse, disfrutando de que aún conservaba su aroma.

Estaba muy emocionada por ir a verlo. Ahora que lo tendría frente a mí, le agradecería como se merece y, lo más importante, le explicaría por qué dije todas esas cosas.

Llegué a su departamento y toqué la puerta. Se tardó un poco en abrirme y cuando lo hizo, apareció solo con una toalla rodeando su cadera. Noté que acababa de salir de la ducha.

– Brenda, ¿qué haces aquí? – dijo sorprendido.

– Hola, Alan. No sabía que estabas ocupado. Siento interrumpirte. Venía a devolverte tu ropa y agradecerte por haberme cuidado ayer. También quería pedirte disculpas por todo lo que dije anoche y hoy en la mañana.

– Oh, no hay problema… no importa. Gracias por traerme la ropa – respondió él.

Hubo un silencio incómodo entre los dos, y luego él dijo:

– Bueno, muchas gracias, Brenda.

Supe que era hora de irme.

– No, gracias a ti… Bueno, te veo después.

Alan cerró la puerta y ahí estaba yo, sola afuera de su departamento. Había creído que hoy podría hablar con Alan y explicarle todo lo que había pasado, pero él no quería hablar conmigo. Escuché la puerta abrirse de nuevo y él salió. Gire esperanzada, esperando que quisiera decir algo más.

– ¿Brenda?

– ¿Sí?

– Te quedaste con mi camisa – dijo, pues había olvidado quitármela.

Sentí una profunda decepción. Yo quería hablar y él solo se preocupaba por su estúpida camisa.

– Perdón, es que me olvidé mi chaqueta y tenía frío, así que me la puse – dije mientras comenzaba a quitármela, pero él me interrumpió.

– No, es verdad. Hace frío. Consérvala y me la devuelves después – dijo.

– Gracias – respondí.

Tomé valor y decidí aprovechar la situación.

– Aprovechando esto… en serio quería disculparme. Te puse en ridículo y dije cosas que no debía.

Entonces él se retiró del marco de la puerta e hizo un ademán invitándome a entrar.

– ¿Quieres pasar?

– Si no te molesta.

– No, para nada. Adelante, pasa.

Timidamente entré y me senté en el sillón donde muchas veces había estado entre sus brazos.

– Bueno, tú me dijiste en la mañana que ayer dije cosas que querías saber.

Alan, en lugar de sentarse junto a mí, comenzó a caminar de un lado para otro.

– Sí, dijiste que no querías ir a tu casa. ¿Tienes algún problema?

– Bueno, mis padres discutieron mucho y se van a divorciar, pero creo que son problemas personales.

– ¿Personales? Puedes confiar en mí, soy tu profesor.

Odiaba cada vez que usaba la frase «soy tu profesor», y él debería saberlo.

– ¿Estoy aquí para hablar con mi profesor? Porque para eso puedo hablar en la escuela, ¿no lo crees?

– Ok, entonces ¿qué pasó con Tito? Ayer dijiste que ya no era tu novio y que por eso no había nadie que impidiera que pudiéramos besarnos.

– Es verdad, ya no somos novios. ¡Terminamos!

– ¿Por qué lo dejaste? Se veían muy felices y tiene tu edad, era perfecto para ti.

– Yo no terminé con él… él terminó conmigo.

Escuché cómo se mofaba, pero él no se quedaba quieto. Caminaba de un lado para el otro, moviendo y quitando ropa, guardando libros, limpiando la heladera, haciendo un montón de cosas menos prestarme atención.

– Sí, como te decía, Tito terminó conmigo porque se dio cuenta de que no lo amaba – dije con tristeza, pero Alan parecía seguir sin prestarme atención. – Según Tito, estoy enamorada de alguien más, y tiene razón, no lo amo y sí estoy enamorada de otra persona – aún no lograba captar su atención. – PERO LO QUE TITO NO SABE, ES QUE EL IDIOTA DEL QUE ESTOY ENAMORADA, DECIDIÓ HUIR A NUEVA YORK Y RENUNCIAR A LO NUESTRO – exclamé enojada, alzando la voz.

Noté que se quedó quieto y callado por un momento, luego se sentó frente a mí.

– No te culpo por estar enojada. Cuando descubrí lo que pasó con Melody, sé que dije que no iba a dejar que nada ni nadie nos separara. De hecho, cuando te fuiste, hablé con ella. Ella me dijo algo que me hizo pensar. Luego te vi con Tito y te vi en la pista de baile, divirtiéndote con un chico de tu edad, sin esconderte, sin refugiarte conmigo en mi departamento viendo películas, leyendo libros y comiendo una de las tres cosas que sé cocinar. Porque… – suspiró – porque sé que no puedo llevarte al cine, no podemos leer un buen libro juntos en la biblioteca, y sé que no puedo llevarte a un buen restaurante.

Me quedé mirándolo en silencio y él continuó hablando.

– No estaba buscando otro trabajo para dejarte, Brenda. Estaba pensando en ti – dijo mirándome a los ojos. – Supuse que si renunciaba al instituto, tendríamos una oportunidad de estar juntos. Pero cuando volví y te vi con Tito… – suspiró – Sentí que estaba siendo muy egoísta. Tú tenías la oportunidad de estar con alguien sin tantas complicaciones, sin esconderte…

– Eres un idiota, Alan – interrumpí, y él se quedó mirándome sorprendido por lo que había dicho. – Tú no puedes decidir cómo suceden las cosas, no puedes mandar en mis sentimientos, no decides cómo debo sentir ni con quién debo estar.

Él me miró a los ojos y tomó mi mano.

– Me equivoqué al pensar así – suspiró. – ¿Me perdonas?

– No puedo perdonarte – suspiré. – Lo siento.

Se acercó a mi boca, tan cerca que podía sentir su aliento, y susurró:

– Perdóname, por favor.

Me quedé observándolo un momento. Al tenerlo tan cerca, sentía que me faltaba el aire. No pude evitarlo y me abalancé sobre él y lo besé.

Alan me tomó de la cintura y me acercó más a él, y así siguió besándome. Sentir sus labios sobre los míos me indicó que todo estaba bien de nuevo.

– ¿Eres mía? – preguntó, suspirando.

Tomé una pausa antes de responder, mirándolo a los ojos.

– No quiero ser de nadie más que de ti – susurré, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza. – Pero necesitamos hablar, Alan. Necesitamos aclarar nuestras expectativas y encontrar un equilibrio entre nuestras vidas personales y nuestra conexión.

Él asintió con seriedad.

– Tienes razón, Brenda. No quiero forzarte a nada. Estoy dispuesto a escucharte y trabajar juntos en esto.

Sonreí y acaricié su mejilla.

– Gracias por entender. Creo que podemos superar cualquier obstáculo si nos apoyamos mutuamente.

Nos abrazamos con ternura, sintiendo la calidez de nuestro amor y la esperanza de un futuro juntos. Sabía que no sería fácil, pero estábamos dispuestos a luchar por nuestra relación.

– Te amo, Brenda – susurró Alan.

– Y yo te amo, Alan – respondí, sintiendo cómo nuestras palabras sellaban nuestro compromiso.

Nos besamos de nuevo, esta vez con una mezcla de pasión y ternura, sabiendo que estábamos dispuestos a enfrentar cualquier desafío juntos. Nuestro amor era fuerte y estábamos determinados a hacerlo funcionar.

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Capítulo 36: ¿De quién está enamorada, Brenda?

Narra Brenda

El beso se volvía cada vez más intenso y no podía quitarme su pregunta de la cabeza.

– ¿Eres mía? – preguntó Alan, suspirando. Era como si fuera necesario responder, la respuesta era más que obvia.

– Soy tuya… por siempre – respondí con seguridad, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba en mi pecho.

Él continuó besándome con pasión y sentí cómo, poco a poco, fuimos cayendo en el sillón, sin dejar de explorar nuestros labios y cuerpos. El tiempo parecía detenerse mientras nos entregábamos al amor que sentíamos el uno por el otro. Era como si todo lo demás desapareciera y solo existiéramos nosotros dos en ese momento.

Después de un largo rato, nos quedamos abrazados en el sillón, nuestros cuerpos entrelazados y nuestras respiraciones entrelazadas. Aún ninguno de los dos decía nada, pero no era necesario. Nuestras miradas hablaban por sí solas, expresando todo el amor y la felicidad que sentíamos en ese instante.

Sin embargo, pronto me di cuenta de que ya era muy tarde y la realidad volvió a golpearme. Me separé de Alan, sobresaltada por la urgencia de la situación.

– Tengo que irme – dije, sintiendo una mezcla de tristeza y preocupación.

Alan me miró con ojos suplicantes, haciendo pucheros como un niño pequeño.

– Todavía es temprano… quédate, por favor – rogó, aferrándose a mí.

Suspiré, sintiendo el conflicto interno en mi corazón.

– No, no lo entiendes. Estoy castigada – expliqué con frustración. – Si no vuelvo a casa a tiempo, mi madre se dará cuenta de que no estoy donde dije que estaría.

Alan pareció comprender la gravedad de la situación y bajó la mirada, sintiéndose culpable.

– ¿Castigada por lo que pasó anoche? – preguntó con voz suave, lleno de remordimiento.

Asentí con tristeza, sintiendo el peso de las consecuencias de nuestras acciones.

– ¿Te parece poco? Bueno, al menos no se enteró de que pasé la noche contigo. Gracias por decirle que pasé la noche en casa de Anabela – le agradecí, aunque con cierta ironía.

Alan se acercó a mí, buscando consuelo en mi abrazo.

– Lo de Anabela no fue nada… yo sé cómo actuar en esas circunstancias. Pero entiendo que estés preocupada por las consecuencias.

Suspiré, sintiéndome atrapada entre el deseo de quedarme con él y la responsabilidad de enfrentar las consecuencias de nuestras acciones.

– Se supone que no debí salir de mi casa. Mi madre debe pensar que todavía estoy en mi habitación. ¿Así que, a menos que saques una idea de tu sombrero mágico para que pueda estar en los dos lugares al mismo tiempo, me tengo que ir? – expresé con resignación, sintiendo cómo la realidad se imponía sobre nuestros deseos.

Alan me miró con tristeza, comprendiendo la difícil situación en la que nos encontrábamos.

– De verdad no sabes lo feliz que estoy de estar contigo de nuevo. Gracias, gracias, mil gracias. No sabes cuánto te amo – dijo con voz entrecortada, lleno de emociones.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al escuchar sus palabras sinceras y llenas de amor.

– No tienes nada que agradecer. Soy tuya… completamente tuya… solo tuya – respondí con voz suave, dejando claro que mi amor por él era incondicional.

Nos abrazamos con fuerza, aferrándonos el uno al otro como si el mundo estuviera a punto de separarnos. Sabíamos que debíamos enfrentar las consecuencias de nuestras acciones, pero también sabíamos que nuestro amor era fuerte y que juntos podríamos superar cualquier obstáculo que se interpusiera en nuestro camino.

Él me tomó de la cintura y me besó apasionadamente. Nuestros cuerpos se fundieron en un abrazo apretado mientras caminábamos hacia la puerta, sin dejar de explorar nuestros labios con deseo. Cada beso era un recordatorio del amor ardiente que compartíamos. Con una mano, él abrió la puerta, sin soltarme de la cintura con la otra.

– Me tengo que ir – susurré entre besos, sintiendo la tristeza de tener que separarme de él.

– Sí, ándate, dale – respondió él, sin dejar de besarme, su voz cargada de anhelo, deseando que me quedara a su lado.

Me costó mucho, pero logré separarme de su abrazo. Le dediqué una última sonrisa y comencé a caminar, sintiendo su mirada ardiente sobre mí. Sin embargo, no pude resistir la atracción magnética que nos unía. Rápidamente, me volví y corrí hacia sus brazos una vez más. Lo empujé suavemente contra la pared y nuestros labios se encontraron en un beso apasionado y lleno de amor.

– Ahora sí me tengo que ir – dije, con una sonrisa triste pero llena de gratitud por esos preciosos momentos juntos.

Salí de su departamento sintiéndome completamente renovada y llena de emociones encontradas. Tomé un taxi y me dirigí a mi casa. Tuve que entrar por la ventana, afortunadamente mi madre no se había dado cuenta de que había salido.

Me acosté en mi cama y no pude evitar sonreír como una tonta. Me sumergí en un sueño profundo, donde los recuerdos de nuestros besos y abrazos se entrelazaban con mis pensamientos. Al despertar al día siguiente, me levanté temprano como de costumbre, pero esta vez con una sonrisa radiante en mi rostro. Realicé todas las actividades que solía hacer por las mañanas y, mientras preparaba el desayuno, la melodía de una canción se apoderó de mí.

♪ Wouldn’t it be nice if we were older, then we wouldn’t have to wait so long

Mis labios se movían al ritmo de la música mientras cantaba en voz alta, dejando que la letra de los Beach Boys expresara lo que mi corazón sentía. Estaba tan feliz y llena de esperanza que no me di cuenta de que mi hermana y mi madre se habían despertado y estaban paradas detrás de mí, observándome con asombro.

– ¡Ah bueno! ¿A qué se debe tanta felicidad, hermanita? – preguntó Ingrid, curiosa por el brillo en mis ojos.

– Eh, feliz… yo, es que… – comencé a tartamudear nerviosa, buscando las palabras adecuadas para explicar la felicidad que me embargaba.

– Ssssss – hizo un sonido con la boca, interrumpiéndome con una sonrisa traviesa. – Me parece que alguien está enamorada.

– Enamorada yo, no… ¿cómo creen? – respondí aún más nerviosa, tratando de negar lo obvio.

– Ah no… ¿y por qué estás tan nerviosa entonces? – preguntó mi hermana con una sonrisa pícara, disfrutando de mi incomodidad.

Mi madre, en silencio, me observaba con sorpresa y curiosidad, esperando una respuesta a la evidente pregunta sobre mi felicidad desbordante.

– No, no estoy nerviosa – dije tratando de calmar mis nervios, aunque mi voz temblaba ligeramente.

Mi mamá se dio cuenta de que me estaba poniendo cada vez más nerviosa y decidió intervenir.

– ¡¡¡Basta ya!!! – exclamó, dirigiéndose a Ingrid – Cálmate, Brenda – dijo acercándose a mí con una mirada comprensiva – No te pongas nerviosa, no tiene nada de malo enamorarse.

Traté de evadir la conversación, buscando una manera de cambiar de tema.

– Miren, el desayuno ya está listo… ¿Vamos a desayunar? – propuse, intentando desviar la atención – Tengo que ir a la escuela, ¡ustedes saben que me gusta ir temprano para poder pasar tiempo en la biblioteca!

Las dos me miraron y, finalmente, accedieron a desayunar conmigo. Mientras nos despedíamos con besos en las mejillas, mi hermana hizo una propuesta inesperada.

– ¿Yo te llevo, Brenda? De todas maneras, tenía que pasar por la biblioteca para sacar algunos libros.

Traté de encontrar una excusa para evitarlo.

– No hace falta, tengo mi auto – dije, tratando de evadir su propuesta.

Pero mi hermana no se dio por vencida.

– Pues no importa, déjalo por hoy – respondió, decidida a acompañarme.

No se me ocurría cómo evadirla y sentía cómo mis nervios aumentaban.

– Pero…

– ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que descubra algo si te acompaño a la escuela? – dijo, sospechando algo.

– No, no para nada… vamos – respondí, tratando de disimular mis nervios y aceptando su oferta.

Llegamos a la escuela temprano como de costumbre. Saludé al director y a la bibliotecaria, mientras Ingrid me acompañaba hasta la biblioteca. Afortunadamente, la biblioteca era mi lugar favorito y conocía cada rincón de ella. En un momento oportuno, logré escabullirme y me escondí en el baño. Desde allí, observé con cautela y, cuando vi que mi hermana ya no estaba a la vista, salí del baño y me adentré en un salón vacío para evitar que me encontrara. Cerré la puerta detrás de mí y, justo cuando pensaba que estaba a salvo, alguien me tomó de la cintura. Giré asustada y me encontré con los ojos de Alan, llenos de emoción y complicidad.

– ¡Me asustaste! – exclamé, tratando de recuperar el aliento después de la sorpresa.

– ¿Qué haces aquí? ¿Te estás escondiendo? – preguntó Alan, con una sonrisa traviesa en su rostro.

– Sí, de mi hermana – respondí, susurrando para asegurarnos de que nadie más nos escuchara.

– ¿Por qué? – preguntó, curioso por la situación.

– Sospecha que salgo con alguien, se ofreció a traerme a la escuela con el pretexto de que tenía que sacar algunos libros de la biblioteca, y no se me ocurrió ninguna excusa para decirle que no, ahora está detrás de mí – expliqué, sintiendo la presión de mantener nuestro secreto.

– Tomaste una buena decisión en venir a esconderte aquí – dijo Alan, acercándose y besando suavemente mi cuello.

– ¿Alan? – suspiré, reconociendo su toque y dejando escapar una mezcla de emoción y preocupación.

– ¿Qué? – preguntó, ahora besando mi oreja con ternura.

– No, Alan, aquí no – suspiré de nuevo, consciente de que estábamos en la escuela y no era el lugar adecuado para mostrar nuestra intimidad.

– Está bien – dijo, acercándose y besando mis labios con pasión – Te veo esta tarde en mi departamento.

– Olvidas que estoy castigada – recordé, sintiendo cómo la realidad se interponía en nuestros planes.

Noté cómo las comisuras de los labios de Alan se tensaron, mostrando su decepción.

– Entonces creo que te veré mañana – dijo, tratando de mantener la esperanza en su voz.

– Te amo – dije, poniéndome de puntillas para darle un beso rápido, consciente de que no era seguro besarnos en la escuela.

– Yo también te amo. Suerte y te veo mañana – respondió Alan, sonriendo y despidiéndose con cariño.

Salí del salón cuando me aseguré de que mi hermana ya se había ido. Pasé un rato en la biblioteca hasta que llegó la hora de entrar a mis clases. Pasé el resto del día en la escuela, esperando ansiosamente el momento de volver a ver a Alan. Al regresar a casa, me preparé para enfrentar las posibles burlas de mi hermana acerca de mis sentimientos. Entré a la casa y escuché varias voces provenientes de la cocina. Me acerqué y…

– ¿Papá? ¿Qué haces aquí? – pregunté sorprendida al ver a mi padre en casa.

– También me da gusto verte, hija – dijo, dándome un beso en la mejilla.

– Yo… ¿Pensé que se habían separado? – expresé mi confusión, recordando las conversaciones de mis padres sobre su separación.

– Tu madre me dijo que estás algo distraída últimamente – explicó mi padre, mirándome con preocupación.

Miré fijamente a mi mamá y a mi hermana, quienes permanecían en silencio, escuchando atentamente.

– ¿Estás enamorada de alguien, hija? – preguntó mi papá, tratando de entender lo que estaba sucediendo.

– ¿Y qué si fuera así? ¿Tiene algo de malo? – respondí con preguntas, cansada de tener que justificar mis sentimientos y deseando que me aceptaran tal como soy.

– No se trata de eso, hija… solo queremos saber de quién se trata y sería útil si podemos conocerlo – dijo mi papá, intentando tranquilizarme con sus palabras.

Estuvimos hablando durante horas. Ellos querían obtener información sobre el chico del que estaba enamorada, pero no les di ninguna pista. Me hicieron muchas preguntas y me interrogaron sobre mis planes para la universidad. Se sorprendieron con las respuestas que les di, ya que no esperaban que tuviera metas tan ambiciosas.

Finalmente, logré escapar del interrogatorio y me refugié en mi habitación, sintiéndome agotada por la intensidad de la conversación.

Poco a poco me fui quedando dormida y al despertar al día siguiente, noté que era temprano como de costumbre. Al realizar mis actividades matutinas, bajé a la cocina para preparar el desayuno, pero me sorprendió ver a mis padres y mi hermana esperándome con el desayuno ya listo.

– Buenos días, Brenda – dijeron los tres al unísono, como si estuvieran coordinados.

– ¿Qué hacen despiertos a esta hora? – pregunté, confundida por su presencia temprana.

– Queríamos despertarnos temprano para pasar más tiempo juntos – explicó mi papá.

Me sirvieron el desayuno y comí en silencio, sintiéndome incómoda por la situación inusual.

– No acostumbro a desayunar con ustedes – comenté, tratando de romper el silencio.

Una vez terminé de desayunar, tomé mi mochila y me despedí de todos con un beso en la mejilla. Estaba a punto de irme cuando mi papá me detuvo.

– Yo te llevo, hija – dijo, desafiando mi intención de irme por mi cuenta.

– No es necesario, tengo mi auto – respondí, tratando de mantener mi independencia.

– Dije que yo te llevo… sube a la camioneta – insistió mi papá, dejándome sin opción.

No quería seguir discutiendo, así que subí a su camioneta y juntos llegamos al estacionamiento de la escuela.

– Bueno, te veo en la tarde. Gracias por traerme – dije apresuradamente, sin esperar a que él respondiera. Pero cuando me di la vuelta, me di cuenta de que también estaba bajando de la camioneta.

– No es necesario que bajes – intenté detenerlo, pero él ya había tomado la decisión.

– De hecho, lo es… vine para hablar con tus profesores – reveló, causando una reacción de sorpresa en mí.

– ¿Qué tú qué? – exclamé, sin poder contener mi asombro y preocupación.

– Sí, vine a averiguar por qué estás tan tensa y nerviosa últimamente. Vivo con la preocupación de que no te estás concentrando en tus estudios ni en tus planes para el futuro – explicó mi papá, mostrando su preocupación por mi bienestar.

– Eso no es necesario… yo estoy bien, no me pasa nada – traté de tranquilizarlo, aunque en mi interior sabía que había algo más que estaba afectando mi estado de ánimo.

Mi corazón se aceleró. Una vez que me enamoré, todos parecían querer saber de quién se trataba. La situación se estaba volviendo cada vez más complicada y no sabía cómo manejarla.

– Voy a hablar con tus profesores y nada me hará cambiar de opinión – afirmó mi papá con determinación, dejándome con un nudo en el estómago. No sabía qué hacer ni cómo manejar la situación.

Caminé hacia la entrada de la escuela, tratando de mantener la calma. El edificio ya estaba abierto y pude ver al director en su oficina, a la bibliotecaria ocupada en la biblioteca. Y ahí estaba Alan, con una sonrisa de oreja a oreja, sosteniendo una rosa en su mano. Supuse que era para mí. Se acercaba lentamente hacia mí, mientras mi papá venía detrás de mí, haciendo gestos para llamar su atención. Pero parecía no darse cuenta de la tensión que había en el ambiente. Finalmente, llegué donde él estaba.

– Buenos días, señor Freeman – dije nerviosa, tratando de ocultar mi preocupación.

– Brenda, ¿por qué tanta seriedad? ¿Pasa algo? – preguntó el profesor Freeman, con una sonrisa amable en su rostro.

Mi papá se puso a mi lado y la tensión se volvió casi insoportable.

– Profesor, ¿ya conoce a mi papá? Papá, ¿ya conoces al profesor Freeman? – dije, presentándolos incómodamente.

Alan puso una expresión de sorpresa, escondió rápidamente la rosa y extendió su mano hacia mi papá, quien la aceptó con cierta reserva.

– Mucho gusto. ¿Y qué lo trae por aquí? – preguntó el profesor Freeman, tratando de mantener la cortesía.

– Quería hablar con usted sobre mi hija, pero primero quiero preguntarle: ¿acostumbra a traer rosas a la escuela? – preguntó mi papá, con una mirada seria.

– ¿Qué? No, no. Esto lo acabo de encontrar aquí – respondió Alan, visiblemente incómodo por la situación.

La tensión se podía sentir en el aire, como si estuviera a punto de estallar en cualquier momento.

– Bueno, creo que comenzaré a hablar con usted… sobre mi hija – dijo mi papá, preparándose para abordar el tema. Alan estaba a punto de responder cuando la bibliotecaria pasó por ahí y dijo:

– Señorita Brown, qué raro encontrarla aquí. ¿No piensa ir a la biblioteca hoy? – interrumpió, desviando momentáneamente la atención de la conversación tensa.

La situación se volvía cada vez más complicada y no sabía cómo iba a terminar. Mi corazón latía acelerado, esperando el desenlace de esta confrontación entre mi padre y Alan, y sin saber qué consecuencias tendría para nuestra relación.

– Sí, quería ir… pero mi papá está hablando con mi profesor, entonces…

– Yo creo que ellos pueden hablar solos – interrumpió la bibliotecaria, tratando de tranquilizarme.

– Ve, hija – dijo mi papá, dándome permiso para irme.

Miré a Alan en busca de una respuesta, y él me miró con una expresión que parecía decirme que todo estaría bien. Decidí confiar en él y me dirigí hacia la biblioteca, dejando a mi padre solo con mi profesor, quien también era mi novio.

En la biblioteca, traté de distraerme con los libros y el silencio reconfortante que reinaba en el lugar. Aunque intentaba concentrarme en la lectura, mi mente seguía divagando hacia la conversación que estaba teniendo mi padre con mi profesor. Me preguntaba qué estarían hablando, si mi padre descubriría nuestra relación o si habría alguna confrontación.

Narra Alan

– ¿Y bien, qué pasa con su hija? – pregunté al papá de Brenda, tratando de mantener la calma a pesar de su evidente molestia.

– Bueno, la he notado un poco distraída, dispersa, muy desconcentrada, y me gustaría saber si usted sabe por qué – expresó el padre de Brenda, buscando respuestas.

– No lo sé, señor… la verdad es que siempre la vi muy enfocada en sus estudios – respondí, intentando explicar mi perspectiva.

– Pues parece que no le ha estado prestando mucha atención entonces – afirmó de manera prepotente. – Nunca pude preguntarte, ¿qué edad tienes?

– Tengo 23 años, señor – respondí, sin comprender la relevancia de mi edad en la conversación.

– 23 años, con razón no prestas atención a todos tus estudiantes… mi hija ha bajado su nivel académico y tú ni cuenta te diste – dijo de manera soberbia, tratando de menospreciar mi capacidad como profesor.

– Con todo respeto, no creo que mi edad tenga algo que ver. En todo caso, creo que su hija no está recibiendo la atención que merece en casa. Además, para su información, sí noté que estaba algo distraída y apagada, pero eso se debe a problemas familiares. Ahí radica el problema – respondí, tratando de explicar la situación desde mi punto de vista.

– ¿Me estás tratando de mal padre? – dijo, señalándome con el dedo y mostrando su enojo.

– Bueno, usted cuestionó mi trabajo solo por mi edad – respondí, intentando defenderme de sus acusaciones.

– La primera vez que te vi, pensé que eras un buen chico, pero la verdad es que eres un insolente. Te aseguro que pondré una queja para que tus días como profesor terminen – amenazó, dando la espalda y negándome la oportunidad de responder.

Quedé ahí, con las palabras en la boca, sintiendo una mezcla de enojo y frustración. Tomé la rosa que había tirado en el suelo y la aventé con fuerza, dejando que mi frustración se manifestara en ese acto impulsivo. Si así había reaccionado por unas simples calificaciones, no podía ni imaginar cómo sería cuando el padre de Brenda, mi querido suegro, se enterara de nuestra relación.

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Capítulo 37: Pasando la noche junto a ti

Narra Brenda

Las horas de clase pasaban lentamente, ansiando la hora de salida para poder ir a casa. Al fin llegó el momento y salí de la escuela, pero no había visto a Alan en todo el día. Al llegar a casa, mi padre estaba allí.

– Hey, ¿qué pasó en la mañana? – pregunté a mi padre.

– Bueno, hablé con todos tus profesores y me dieron la razón, bajaste mucho tu nivel académico, estás saliendo bien, pero no al nivel que estabas antes – respondió mi padre.

– Papá, solo estoy estresada, no es culpa de nadie, son muchas tareas… eso es todo – intenté justificarme.

– No creo que sea solo eso… tus profesores me dijeron que te está pasando algo que te tiene distraída – dijo mi padre preocupado.

– Entonces, todos mis profesores están de acuerdo contigo – respondí con sarcasmo.

– Me encantaría decir eso, pero tuve un pequeño problema con ese profesor que se cree supermodelo, el de literatura… – mi padre titubeó.

– ¿Con Alan? – pregunté alterada – ¿Con el profesor?

– Sí, bueno, nada grave, pero es mejor que ya no tomes esa clase, quiero que te cambies – dijo mi padre.

– ¿QUÉ? ¿QUÉ ME CAMBIE? ¿POR QUÉ? – grité – Cómo se te ocurre, de ninguna manera, es decir ¿qué pasó entre ustedes? Antes decías que te caía muy bien.

– Eso fue la primera vez que lo conocí, pensé que era un buen chico… pero resultó ser un insolente – justificó mi padre.

– No me pienso cambiar de clases – dije alterada.

– ¿Qué está pasando aquí? – interrumpió mi mamá – ¿Por qué tanto escándalo?

– Solo quiero que sepas que una vez intenté dejar su clase y todo salió mal, díselo mamá… – dije con frustración.

– ¿Están hablando de la clase de literatura? No, de ninguna manera tienes por qué dejarla, escucha Walter, el profesor Freeman estima mucho a tu hija, la ha ayudado demasiado, es mejor que arreglen sus problemas, sea lo que haya pasado hoy, no debes de dejar que eso le cause problemas a tu hija – intervino mi mamá.

– Solo quiero saber qué te está pasando… quiero que estés mejor… – dijo mi padre con preocupación.

– ¿Mejor? – interrumpí con un tono de sarcasmo – Me gustaba más cuando me ignorabas. Ahora que por fin me prestas atención, es para arruinar mi vida.

Dejé los libros y subí a mi habitación para encerrarme. Estaba muy confundida y no sabía qué había pasado entre Freeman y mi padre, pero sabía que había sido feo.

Por un momento, pensé en dejarlo por la paz, pero la curiosidad me estaba matando. Además, tenía muchas ganas de ver a Alan, así que fui a su departamento.

– ¡Alan! – dije efusivamente al verlo.

– Hola, Brenda. ¿Qué haces aquí? – respondió con seriedad.

– ¿Qué piensas que hago aquí? – sonreí – Vine a verte.

Alan me dejó pasar, pero no se veía muy animado. Estaba bastante enojado.

– No entiendo por qué no me dijiste antes que tu papá iba a venir. Si me hubieras avisado, me hubiera preparado mejor – dijo molesto.

– Alan, no te enojes conmigo. Te juro que yo tampoco sabía. Me tomó por sorpresa. ¿Me quieres decir qué pasó? – le pregunté.

– ¿No te lo dijo tu padre? – preguntó sorprendido.

– No, no me dijo nada. Solo me dijo que estaba enojado contigo. ¿Por qué? Pero si no quieres decirme, puedo irme entonces – respondí.

– No, no te vayas – suspiró – Es que no pasó gran cosa. Él prácticamente me dijo que yo no era buen profesor y yo le dije que él no era buen padre.

– ¡Alan! ¿Cómo pudiste decir eso? – exclamé sorprendida.

– Bueno, estaba muy enojado. Él no fue nada amable. Solo quería defenderme con eso – justificó.

– No es un buen comienzo. ¿Te imaginas si él sabe algún día de lo nuestro? Después de esto, no va a querer verte ni en fotografía – le dije preocupada.

– Ya lo sé, pero fue culpa de los dos – admitió Alan.

– No entiendo qué pasó. Cuando se conocieron la primera vez, todo iba bien. No paraban de hablar de ti. Creían que eras una eminencia – comenté confundida.

– Si consigo que puedas hablar con él de nuevo, ¿lo harías? – le propuse.

– No lo sé… no sé si sea buena idea – respondió dubitativo.

– Vamos, hazlo por mí, por favor Alan – dije haciendo pucheros.

– Siempre me ganas con esa carita, es imposible decirte que no… está bien, hablaré con él, siempre y cuando tenga otra actitud – accedió finalmente.

– Sí, sí, lo prometo. Te amo, ya tengo que irme, no saben que salí – dije mientras Alan me tomaba de la cintura.

– No te vayas, por favor quédate – pidió.

– ¿Me propones quedarme toda la noche? – pregunté con una sonrisa pícara.

– Mi cama te extraña mucho – respondió Alan.

– Estás loco, si no llego en la mañana me matan… ni siquiera pude traer mi auto – respondí con una risa.

– Bueno, podemos irnos en la madrugada, claro si tú quieres… di que sí – dijo haciendo pucheros.

– Entonces tendré que decir que sí – dije mientras nos abrazábamos.

La tarde continuó con películas, videojuegos, libros y bromas, pero llegó la hora de dormir.

– Alan… mmm… no tengo nada para dormir, no quiero dormir con mi ropa – dije apenada.

– Ahí tienes mi armario, puedes ver si algo te sirve – ofreció Alan.

Encontré trajes, playeras, sudaderas, pero nada que se pareciera a un pijama. Finalmente, tomé una playera larga y salí hacia donde estaba Alan.

– Te ves sexy con eso – dijo sonriendo.

– Por favor… no digas sexy – respondí sonrojada.

– ¿Por qué no? – preguntó con una sonrisa pícara.

– Porque… tú eres muy sexy, para decir sexy – respondí con una risa.

Él se acercó a mí y juntó sus labios con los míos. Puse mis manos alrededor de su cuello y él posó las suyas en mi cintura. Lo quería conmigo, sus manos recorrían mi espalda bajo la playera. Pero de repente reaccioné y comencé a sentir temor. Ligeramente me separé de él…

– Alan, Alan – dije.

– ¿Pasa algo? – preguntó él.

– ¿Me pediste que me quedara contigo para… para acostarte conmigo? Sé que suena tonto preguntar, pero también sé que el día de la fiesta dije cosas muy tontas y quiero decirte que eran los efectos del alcohol. La verdad es que me da miedo – confesé.

Alan se rió y la sonrisa en su rostro era incontenible.

– ¿De qué te ríes? ¿Dije algo gracioso? – pregunté confundida.

– Yo no te pedí que te quedaras para eso, no te forzaré a nada. El día que eso pase, pasará porque tú lo quieres, no porque yo lo diga… no fue mi intención hacerte sentir así – dijo él con ternura.

Me dio un tierno beso y después me levanté a la cocina por un poco de café. Cuando salí de la cocina, noté cobijas y almohadas en el sillón.

– ¿Qué haces? ¿No piensas dormir en el sillón, verdad? – pregunté con una sonrisa.

– Creí que te sentirías más cómoda con la cama para ti sola – respondió él.

– Mira que no hay almohada más cómoda que tu pecho, ni hay manta más calentita que tus brazos – dije mientras tomaba su mano y lo dirigía a la cama. Me acomodé en su pecho y él me cubría con sus brazos. Era lo mejor que podía tener.

– ¿Cómo te sientes con lo de tus padres? – preguntó tímido, como si pensara que hablar de ese tema estuviera prohibido.

– No lo sé, por un lado siento que se van a arreglar pronto, pero por otro lado los siento distantes. Me parece que solo se hablan por mi hermana y por mí – respondí con tristeza.

– No estoy seguro de eso – dijo él con seguridad.

Levanté la mirada.

– ¿A qué te refieres? – pregunté intrigada.

– Solo digo que los matrimonios son complicados. A veces hay peleas que tienen solución y a veces solo se reúnen por sus hijos – dijo con seguridad. Pronto comprendí que no quería saber cómo sabía de eso y me quedé callada.

Después de esa pequeña conversación, volvimos a estar en silencio por un largo tiempo hasta que decidí romperlo.

– ¿Alan?

– ¿Sí?

– ¿Alguna vez te has imaginado estar así en el futuro?

– ¿Así cómo?

– Durmiendo todas las noches juntos. No sé, en una familia…

– No me gusta pensar en el futuro – dijo – Tú eres mi presente y me gustaría vivirlo cada día junto a ti

En ese momento sentí que me desmoronaba de amor. Esa respuesta fue suficiente, Alan me besó en la frente.

– Buenas noches, Alan

Al día siguiente estaba algo adormilada, pero noté la presencia de alguien mirándome. Abrí lentamente los ojos y vi a Alan parado junto a mí, observándome.

– Buenos días, amor. ¿Llevas mucho tiempo mirándome?

– No mucho, acabo de venir. Pero me encanta verte dormir

– ¿Qué hora es? ¿Por qué ya estás cambiado?

– Son las 5 am. No quería despertarte, pero creo que deberíamos irnos ahora para que tus padres no se den cuenta de que no estabas

– Ok, dame 5 minutos por favor

– Ok, te espero

Cuando estaba lista, subí al auto de Alan y después de un rato llegamos a mi casa. El camino fue silencioso, pero no incómodo. Ambos parecíamos estar sumidos en nuestros propios pensamientos. Cuando finalmente llegamos, me di cuenta de que no quería que la noche terminara.

– Alan, de verdad que esta fue una de las mejores noches que he pasado en mi vida – dije con una sonrisa en el rostro – Eres lo mejor que tengo, eres lo mejor que me ha pasado. Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo

Alan sonrió y me tomó de la mano.

– Te amo infinitamente, Brenda – dijo con ternura en su voz.

No quería soltar su mano, no quería que se fuera. Pero sabía que tenía que despedirme. Lentamente me desabroché el cinturón de seguridad y me giré hacia él.

– Cuídate mucho, Alan

– Que tengas un buen descanso, mi amor – dijo mientras me daba un beso en la mejilla.

Salí del auto y caminé hacia mi casa. Antes de entrar, me giré para ver a Alan una última vez. Él estaba sonriendo y agitando la mano. Me devolvió el gesto y entré en casa, sintiéndome feliz y agradecida por haber encontrado a alguien como él.

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Capítulo 38: Sueños olvidados

Narra Brenda

Tratando de no hacer ruido, subí rápidamente a mi habitación. Eran las 6 de la mañana y, aunque estaba cansada, me costaba conciliar el sueño. Me sentía extraña estando sola después de haber estado rodeada por los brazos de Alan.

Como era sábado y no tenía planes, decidí dormir hasta tarde, incluso hasta el mediodía. Pero justo cuando estaba a punto de quedarme dormida de nuevo, alguien tocó a mi puerta.

Toc-toc (golpean la puerta)

– ¿Quién es? – pregunté adormilada.

– Soy yo, hija. ¿Puedo pasar? – dijo mi papá.

– Adelante – respondí somnolienta.

Mi papá entró en la habitación y se acercó a mí.

– Lo siento, hija. No quería hacerte sentir mal. Estoy dispuesto a arreglar mi error. Pedí en la escuela el número del profesor Freeman y lo llamaré para pedirle disculpas hoy mismo.

– ¿De verdad? – dije entusiasmada.

– Claro. La primera vez estaba muy nervioso y reconozco que fui muy grosero.

Me sentí aliviada y agradecida por las palabras de mi padre. Salté a sus brazos y lo abracé.

– Gracias, papá.

Después de un rato, me disculpé yo también por haberme comportado mal con él.

– Discúlpame tú a mí por haber sido muy dura contigo – dije apenada.

– No pasa nada, mi niña – dijo mi papá, abrazándome.

Después de que mi padre se fue, llamé a Alan. No tardó en contestar, pero antes de que pudiera hablar, interrumpí.

– Hola, mi príncipe – dije sonriendo.

– Hola, mi princesa – respondió él, también sonriendo.

– Escucha, amor, te llamaba para decirte que mi padre quiere hablar contigo para disculparse. Dijiste que hablarías con él.

– Está bien, pero quiero que sepas que lo hago por ti – dijo Alan.

– Gracias, gracias, gracias. Te amo, te amo, te amo – dije sonriendo.

– Yo también te amo… y quiero llevarme bien con mi suegro – dijo Alan, sonriendo.

– Hasta pronto, amor. Será mejor que corte, mi papá debe estar por llamarte.

– Cuídate, hermosa.

Narra Alan

Ni bien cortó Brenda, mi celular no tardó en sonar otra vez con un número desconocido. Era mi suegro.

– Hola – contesté.

– Señor Freeman, soy Walter Brown, el padre de Brenda.

– Sí… ¿Qué se le ofrece? – pregunté, un poco sorprendido.

– Quería disculparme con usted por cómo lo traté. Reconozco que fui muy duro con usted. ¿Le parece si nos juntamos hoy a las 6 pm en el Bar Libertad para tomarnos unas cervezas?

– Me parece bien. Lo veo ahí – dije, y colgué.

Siendo sincero, estaba nervioso. Después de todo, iba a encontrarme con mi suegro, aunque él no lo sabía. Después de que la primera vez no nos fue bien, no sabía qué esperar ahora.

Cuando llegué al bar, él ya estaba sentado en una mesa.

– Creo que es mejor ahorrarnos la parte en la que nos disculpamos. Creo que ambos sabemos que nuestra actitud fue incorrecta – dijo decidido.

– Me parece bien – dije, asintiendo.

– Bien, primero que nada, creo que nunca le dije mi nombre. Soy Walter, Walter Brown – dijo mi suegro.

– Alan Freeman – respondí, presentándome.

– Bueno, ahora sí me gustaría hablar de mi hija. Para eso estamos aquí, pero ¿por qué no me cuentas algo de ti para empezar?

Pedimos una cerveza y, después, pasé casi media hora tratando de explicarme.

– Eres muy joven. ¿Has pensado en casarte? ¿Tienes novia? – preguntó mi suegro.

Al escuchar eso, sentí que un cinturón imaginario aplastaba mi cuello. Traté de sonar lo más tranquilo posible, pero la pregunta me descolocó. Aunque lo entiendo, ¿cómo iba a saber él que mi novia era su hija?

– ¿Novia? Es complicado… difícil de explicar – dije, tratando de desviar la conversación.

– Entiendo… Sabes, una de las cosas que me preocupa de mi hija es que tenga novio. Para eso necesito que seas honesto, no como profesor, sino como alguien allegado a ella. Me he enterado de que tú eres su profesor favorito, ella te tiene mucha confianza. Entonces… ¿sabes si mi hija está saliendo con alguien? ¿Sabes si tiene novio? – preguntó mi suegro.

– ¿Saliendo con alguien? ¿Novio? ¿Su hija? No, señor, yo no podría decirlo. ¿Pasa algo con ella? – pregunté, preocupado.

– No es que no quiera que tenga novio, obviamente está creciendo, pero me preocupa por qué está dejando sus sueños. Estoy seguro de que lo está dejando por él. Verás, desde chica ella ha querido estudiar Literatura – explicó mi suegro.

– Lo sé, ella me lo ha comentado y realmente tiene mucho talento. Sé que si se lo propone, llegará muy lejos – dije, tratando de aliviar su preocupación.

– Sí, estoy de acuerdo contigo. Brenda tiene un sueño increíble de estudiar en el M.I.T. en Boston, el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Todos sabemos lo desafiante y costoso que es estudiar allí, y es admirable el nivel de esfuerzo que ella ha puesto para lograrlo. Hace año y medio, comenzó a tramitar una beca para poder estudiar en esa universidad. Sin embargo, recientemente su mamá me comentó algo sorprendente: Brenda está considerando la idea de quedarse a estudiar aquí. Me parece algo incomprensible después de tantos años de sacrificio y madrugadas para perseguir su sueño. Estoy seguro de que su decisión está influenciada por su novio. ¿Qué opinas tú al respecto? – expresó el padre de Brenda.

Me sentí culpable en ese momento. Brenda nunca me había mencionado que quisiera estudiar en el M.I.T., y no sabía cómo reaccionar. Me quedé sin palabras, paralizado por completo. ¿Acaso era mi culpa que ella estuviera considerando quedarse y abandonar sus sueños? Después de todo, yo era el novio del que hablaba su papá. Me invadió una sensación de incertidumbre y me pregunté si de alguna manera había influido en su cambio de planes.

– Bueno, es común que los adolescentes cambien de opinión sobre sus metas y sueños. No necesariamente es culpa de alguien en particular. Sin embargo, es importante que estemos atentos a las señales y preocupaciones de Brenda. ¿Por qué piensa que ella puede tener novio? ¿Ha notado algo inusual en su comportamiento que le haga pensar eso? Es posible que haya indicios o detalles que le hayan llamado la atención. Sería interesante explorar más a fondo esta situación para entender mejor sus motivaciones y decisiones.

– Bueno, su madre y su hermana me comentaron que la encontraron cantando y bailando. Resulta que Brenda solía ser una persona muy tranquila y siempre se levantaba temprano, generalmente a las 6 am. Cuando nosotros nos levantamos a las 6:30 am, ella ya había terminado de desayunar. Sin embargo, su madre y su hermana me contaron que hace un par de días la encontraron cantando en voz alta y girando al ritmo de «Wouldn’t it be nice» de los Beach Boys. Parecía radiante de felicidad. Además, como mencioné ayer, su rendimiento académico ha disminuido considerablemente, y sospecho que se debe a que está saliendo con alguien.

Cuando escuché eso, una parte de mí no pudo evitar sentir una pequeña alegría interior. No podía creer que ella me amara tanto. Sin embargo, seguía sintiéndome culpable, ya que sentía que por mi culpa ella estaba renunciando a sus sueños.

– No se preocupe, señor. Hablaré con ella y trataré de aconsejarla para que no abandone su sueño.

– Gracias. Sé que mi hija confía mucho en ti y no te pediría esto si no fuera realmente importante. Me encantaría que me ayudaras a hacerle ver que no vale la pena abandonar sus sueños.

– Por supuesto, haré todo lo posible para intentar cambiar su opinión.

Pasamos hablando otros 10 minutos y luego me fui. Me sentía culpable y confundido, pero no quería admitirlo en voz alta. Sin embargo, no podía dejar de pensar en el impacto negativo que estaba teniendo en los sueños de Brenda. Me sentía sorprendido y abrumado por el hecho de que ella estuviera dispuesta a sacrificar sus propios sueños por mí. Nunca antes me había sentido tan amado por alguien.

Narra Brenda

Estaba en la sala, leyendo un libro mientras esperaba a que mi papá llegara a casa. Tenía curiosidad por saber cómo le había ido con Alan, así que cuando él abrió la puerta de la sala y entró, no pude evitar preguntar.

– Hola, papá. ¿Puedo saber cómo te fue con el profesor Freeman?

Él sonrió y respondió:

– Muy bien, tenías razón. Tu profesor es una buena persona.

Mi sonrisa se amplió y le pregunté emocionada:

– ¿De verdad? ¿De qué hablaron?

Sin embargo, mi papá simplemente dijo que no había nada de qué preocuparse y salió de la sala, dejándome con una gran intriga sobre lo que habían platicado. Necesitaba saber de qué se trataba.

Al otro día, me desperté temprano como de costumbre. Después de realizar mis actividades matutinas y preparar el desayuno, me dirigí a la escuela. Sabía que no podía hablar con Alan en la escuela, así que después de pasar por la biblioteca para leer un poco y asistir a todas mis clases, fui al departamento de Alan.

– Alan, hola amor – le saludé, intentando besar sus labios. Sin embargo, él giró la cabeza y mi beso aterrizó en su mejilla, lo cual me desconcertó.

– Brenda, ¿qué haces aquí? – preguntó con seriedad.

– Vine a verte – respondí, un poco confundida por su reacción.

– Entra – dijo, invitándome a pasar.

– ¿Pasa algo? – pregunté, notando su actitud cortante.

– ¿De qué? ¿Qué podría pasar? – respondió de forma evasiva.

– Bueno, noté que no me dejaste besarte y estás respondiendo de manera brusca.

– Bueno, ¿quieres hablar de algo? Hablemos del hecho de que nunca me contaste que tu sueño era estudiar en Boston, en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, y que ahora has suspendido la beca por quedarte aquí – dijo de manera directa.

Intenté calmarme antes de responder.

– Te lo dijo mi papá, ¿verdad? – pregunté.

– ¿Qué importa quién me lo dijo? Tú nunca me lo contaste. ¿Por qué? – respondió Alan.

– Alan, eso era un sueño que tenía desde hace años. Ahora las cosas son diferentes. Eso fue antes de que te conociera – intenté explicar.

– Entonces creo que tu papá tiene razón. Yo soy el culpable… Por mi culpa estás renunciando a tus sueños – dijo Alan con pesar.

– ¿Él dijo eso? ¿Así lo dijo? ¿Con esas palabras? – pregunté, buscando claridad.

– No, no lo dijo con esas palabras, pero él cree que tu novio es el que te ha distraído de tu sueño. Y casualmente, tu novio soy yo. Yo soy el culpable de que renuncies a tu sueño. Si eso es así, entonces creo que lo mejor para ti será que yo me aparte de tu camino. Soy un obstáculo entre tú y tus sueños – dijo Alan, con resignación.

– ¡Cállate! – lo interrumpí, levantando la voz. – Ni se te ocurra decirlo o pensarlo. No, Alan, NO – grité con determinación.

– Escucha, es lo mejor para ti. Es lo mejor para tu futuro – trató de argumentar.

– Tú no puedes decidir lo que es mejor para mí. No decides lo que es mejor para mi futuro. ¡Ya te lo he dicho antes! ¡Y ahora te lo repito! Si terminamos, será porque el amor ya no existe, porque el amor se terminó, no por esto… ¿O acaso ya no me amas? – le cuestioné, con el corazón acelerado.

– Te amo más que a nada y no me cansaré de decirlo. Quiero lo mejor para ti y lo mejor para tu vida – respondió Alan, con sinceridad.

– Tú eres lo mejor para mí y lo mejor para mi vida. Necesito que entiendas eso – afirmé, con convicción en mis palabras.

Me levanté en puntitas para darle un beso, y él me correspondió. Miré el reloj y me di cuenta de que ya era muy tarde.

– Tengo que irme, pero tenemos que hablar de esto. Solo espero que borres esta estúpida idea de tu cabeza. Te amo, Alan – le dije con ternura.

– Yo también te amo, Brenda… Nunca he amado a nadie como te amo a ti – respondió Alan sinceramente.

Salí de su apartamento sintiéndome un poco más tranquila. Sabía que él hacía esto porque quería que yo cumpliera mis sueños, pero yo estaba dispuesta a dejar «mis sueños» por él.

Al día siguiente, en la escuela, fui a mi casillero y al abrirlo, una nota cayó y la recogí:

«Brenda:

Tienes toda la razón, no puedo decidir lo que es mejor para ti. Solo quiero que sepas que mi mayor deseo es verte feliz. Soy infinitamente feliz a tu lado y no quiero perderte. Estaré contigo hasta que tú me lo permitas. Te amo y espero que puedas perdonar mi estúpida actitud de ayer.»

Sonreí al leer esas palabras y sentí un alivio en mi corazón. Sabía que estábamos juntos en esto y que él realmente me amaba.

¿Perdonarlo? ¿Acaso tenía otra opción? Mi corazón late con fuerza cada vez que lo veo. Después de entrar a las demás clases, llegó la hora y entré a su clase. En mi pupitre había una rosa idéntica a la que él me iba a dar cuando habló con mi papá por primera vez. Comenzó su clase y trató de no mirarme mientras hablaba. Gracias al cielo, su clase terminó pronto. Esperé a que todos salieran del salón y me acerqué a su escritorio. Mi instinto me decía que lo besara ahí mismo, pero me contuve.

– ¿Profesor Freeman? – lo llamé.

– ¿Sí? – respondió.

– Es solo que tengo mucha tarea hoy por la tarde, me preguntaba si usted podría ayudarme…

– ¿Acaso me está pidiendo una cita, señorita? – preguntó con una sonrisa.

– ¿Es una mala idea? – le respondí, con una sonrisa juguetona.

– No, para nada – dijo sonriendo.

– Es lo menos que puedo hacer después de la carta y la rosa que alguien dejó para mí – le dije, agradecida.

– ¿Le parece a las 4 pm en mi departamento? – propuso.

– ¡Qué gran idea! Me gusta ese lugar – respondí emocionada.

Él solo sonrió. Me paré en el marco de la puerta para salir y él dijo:

– Te amo, señorita Brown.

Ahora fui yo la que sonrió. Besé mi mano y soplé en su dirección antes de salir corriendo, llena de alegría y emoción.

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Capítulo 39: La Cita

Narra Brenda

Eran las 2 pm y yo estaba en mi cuarto revisando mi laptop, buscando ideas para tener una cita fuera de su departamento. Quería sorprender a Alan con algo especial y diferente. Fue entonces cuando encontré Shaftesbury, un pequeño pueblo en las afueras de Londres. Me intrigó la idea de escaparnos juntos a este lugar apartado y descubrir algo nuevo.

Investigué más sobre el pueblo en internet y descubrí que tenía un encanto único. Me emocioné al enterarme de que había un cine que proyectaba películas mudas. Una en particular llamó mi atención: «El sueño de mi vida». La sinopsis prometía una historia emotiva y romántica, perfecta para nuestra cita. Sin dudarlo ni un segundo, compré los boletos por internet, emocionada por la aventura que nos esperaba.

Después, decidí buscar un regalo especial para Alan. Quería que fuera algo simbólico y significativo. Navegando por una tienda en línea, encontré una hermosa corbata que parecía encajar perfectamente con su estilo. La compré con la esperanza de que le gustara y la usara en nuestra cita.

Pasé el tiempo esperando ansiosamente a que llegara mi pedido. Cada día que pasaba, mi emoción crecía aún más. Finalmente, después de una larga hora de espera, el paquete llegó a mi puerta. Lo abrí con cuidado y sonreí al ver la corbata, lista para ser entregada a Alan.

Solo me faltaba encontrar el momento perfecto para darle la sorpresa. Recordé que todavía estaba en la escuela, así que decidí aprovechar la oportunidad. Agarré mi cuaderno y lo sostuve en mi mano, para que pareciera que iba a estudiar en la biblioteca. Con cuidado, me puse la corbata alrededor del cuello y la oculté debajo de mi campera, emocionada por la reacción de Alan al verla.

Tomé mi auto y en menos de 5 minutos ya estaba en la escuela. Me aseguré de no ser vista por nadie mientras me dirigía al salón de Alan. Lo observé a través de la ventana con una sonrisa, notando lo lindo que se veía mientras estaba concentrado en su lectura. Mi corazón latía con fuerza, emocionada por la sorpresa que le esperaba.

Entré al salón con cautela y me acerqué silenciosamente a su escritorio.

– Hola – dije sonriendo.

Él me miró con sorpresa y abrió los ojos grandes.

– Señorita Brown – dijo señalándome con los ojos para que volteara – ¿Qué puedo hacer por usted?

Me sorprendió un poco su reacción. Luego, volteé sigilosamente y vi a un par de chicos mirándome. ¡Rayos! Me había olvidado de que Alan se quedó por el examen de recuperación. Rápidamente intenté actuar con normalidad.

– Me preguntaba si podría revisar mi tarea… por favor – dije entregándole el cuaderno que tenía en mi mano.

– Claro, no hay problema. ¿Podría esperar a que terminen de contestar el examen? – dijo tomando el cuaderno.

– Mm, de hecho me urge que lo revise ahora – dije bajando el cierre de mi campera. Él abrió los ojos sorprendido, pero trató de disimular. Y ahí vio la corbata que le había comprado, con un cartel que decía “Úsame, por favor” – Y saber si estoy en lo correcto.

– Claro, lo revisaré – dijo abriendo el cuaderno y encontrando las entradas del cine con una nota que decía «Hoy a las cuatro, en ese pueblito no nos conoce nadie”

– ¿Qué opina, profesor? – pregunté sonriendo.

– Está muy bien, es excelente – dijo sonriendo.

– Perfecto, se la entregaré al final del día – levanté el cierre de mi campera y tomé el cuaderno. Luego, antes de salir, le saludé con la mano y le sonreí sin que nadie lo notara.

Mientras caminaba hacia la puerta, sentí la mirada de los demás estudiantes sobre mí. Intenté mantener la calma y la confianza en cada paso que daba. Sabía que esta era una oportunidad única para sorprender a Alan y demostrarle mi interés.

Una vez fuera del aula, me detuve por un momento para tomar aire fresco. El sol brillaba sobre el campus, creando una atmósfera cálida y reconfortante. Aproveché la oportunidad para dar un paseo, disfrutando del paisaje y dejando que la emoción se apoderara de mí.

Mientras caminaba, recordé los momentos especiales que habíamos compartido juntos. Cada risa, cada conversación profunda, cada mirada cómplice. Me inundó una sensación de gratitud por tener a alguien como Alan en mi vida. Su apoyo y cariño me habían dado fuerzas para enfrentar cualquier desafío.

Llegó el momento de dirigirme a prepararme para la cita. Tomé mi auto y me dirigí a casa, sintiendo mariposas en el estómago y una sonrisa que no podía borrar de mi rostro. Mientras conducía, escuchaba música que me inspiraba y me llenaba de energía positiva.

Al llegar a casa, me sumergí en los preparativos. Tomé una ducha relajante y elegí cuidadosamente la ropa que luciría en la cita.

Estaba en mi cuarto, emocionada y nerviosa, preparándome para mi cita con Alan. Elegí cuidadosamente un hermoso vestido de color bordo que realzaba mi figura y unos zapatos de tacón a juego. Me hice un peinado con rulos que caían suavemente sobre mis hombros y me maquillé resaltando mis mejores rasgos. Quería lucir deslumbrante para él.

Una vez que estuve lista, salí de casa y tomé un taxi que me llevó directamente al imponente edificio donde se encontraba su departamento. Mi corazón latía con fuerza mientras ascendía en el ascensor, ansiosa por verlo.

Al llegar al piso donde se encontraba su departamento, me encontré con un pequeño obstáculo. Toqué el portero eléctrico cinco veces, pero nadie me respondió. Mi emoción comenzó a mezclarse con una pizca de preocupación. No quería que algo arruinara nuestra cita.

Decidí tomar el teléfono y llamar directamente a Alan. Respiré aliviada cuando escuché su voz al otro lado de la línea. Su tono cálido y familiar me tranquilizó al instante. Le expliqué la situación y él se disculpó por la falta de respuesta en el portero.

Narra Alan

Estaba llegando al edificio donde se encontraba mi departamento en una lujosa limusina cuando la vi, parada en la entrada. Mi corazón se aceleró al verla tan hermosa con su vestido bordo, que combinaba perfectamente con la corbata bordo que ella me había regalado.

De repente, mi celular sonó y vi que era ella quien me estaba llamando.

– Hola – contesté emocionado.

– Amor, ¿dónde estás? – preguntó ella impaciente.

– Estoy a punto de llegar. Pero antes, déjame decirte lo hermosa que te ves esta noche – le dije con sinceridad.

Vi cómo ella empezó a mirar a su alrededor, buscándome entre la multitud. Y entonces, nuestros ojos se encontraron. Sonrió sorprendida al verme dentro de la limusina esperándola.

– ¿Qué? ¿Creí que íbamos a tomar el tren? – dijo riendo, sin cortar la llamada.

– Quería sorprenderte, cariño. Pensé que te gustaría un poco de lujo en nuestro camino hacia la cita – le respondí con una sonrisa.

– Mm, ¿así que así es una cita con Alan Freeman? Fascinante – dijo con picardía.

– ¿Puedes colgar ya? – pregunté divertido, y ella colgó rápidamente.

El chofer abrió la puerta de la limusina con elegancia. Me moví unos centímetros para darle espacio y ella se sentó a mi lado, radiante. La rodeé con mis brazos y la besé apasionadamente mientras cerraba la ventanilla, dejando atrás el bullicio de la ciudad y adentrándonos en nuestra propia burbuja de amor y emoción.

Narra Brenda

Continuando con nuestra cita en el cine, la sala estaba casi vacía, solo había tres personas más, ninguna de ellas conocida. Tomamos asiento en medio y compramos pochoclos. La película comenzó y él me rodeó con sus brazos mientras yo apoyaba mi cabeza en su hombro.

En el momento más romántico de la película, nos besamos. Sus labios suaves y cálidos se encontraron con los míos, y sentí una oleada de emociones recorrer todo mi cuerpo.

– Eres hermosa – me dijo con una sonrisa, haciéndome sonrojar. Le devolví la sonrisa, sintiendo la felicidad llenar mi corazón.

Se acercó nuevamente para besarme, y en ese instante, el mundo a nuestro alrededor desapareció. Ya no podía concentrarme en la película, mis ojos y mis labios solo tenían atención para él. Ni siquiera me di cuenta de cuándo terminó la película.

Alan tomó mi mano y me guio hacia la salida. Sentí su cálido abrazo y supe que quería pasar más tiempo juntos.

– ¿Quieres pasar todo el día conmigo? – me preguntó, abrazándome con ternura.

– Eso me encantaría – respondí emocionada, sellando nuestras palabras con otro beso.

Así, continuamos nuestra cita llena de amor y complicidad, deseando que el tiempo se detuviera para poder disfrutar cada momento juntos.

Alan y yo continuamos nuestro paseo por Shaftesbury, disfrutando de la belleza del lugar mientras caminábamos tomados de la mano. Durante nuestro paseo, hablamos de nosotros, de nuestros planes para el futuro y hasta de cómo nos gustaría llamar a nuestros hijos si algún día los tuviéramos. También conversamos sobre libros, música, arte y tantas otras cosas interesantes. Era una cita perfecta, llena de conexión y complicidad.

Luego, llegamos a un centro comercial donde encontramos una cabina de fotos. Alan señaló la cabina y me preguntó:

– Brenda, amor, ¿quieres entrar?

– Me encantaría – Sonreí emocionada y respondí

Así que entramos a la cabina y comenzamos a tomar fotos. Al principio, hicimos poses divertidas y juguetonas, pero a medida que avanzaban las fotos, nuestras miradas se encontraron. Me perdí en el azul profundo de sus ojos y poco a poco él se acercó a mí. Como si fuera algo que esperábamos, nuestros labios se encontraron en un beso apasionado mientras la cámara de la cabina capturaba ese momento mágico. Nos separamos, pero nuestras sonrisas decían más que mil palabras.

Salimos de la cabina y tomamos las fotos impresas. Alan solo sonreía mientras las miraba. Señaló una foto en particular, donde nos estábamos besando, y dijo: «Me gusta esta». Yo asentí y respondí:

– A mí también. Sin duda, es mi favorita

Luego, echamos un vistazo al reloj y nos dimos cuenta de que era hora de irnos. Alan me invitó a cenar en su departamento y acepté emocionada. Le pregunté si él cocinaría y él respondió con una sonrisa:

– Haré el intento. Sabes que no soy muy bueno en la cocina

Después, Alan se acercó a mí y nos besamos con pasión. Luego, nos subimos a la limusina que nos esperaba para llevarnos a su departamento.

La cita continuó en su acogedor departamento. Alan se esforzó por cocinar su especialidad y disfrutamos de una deliciosa cena juntos. Durante la cena, nuestros ojos no podían apartarse el uno del otro y nuestras sonrisas eran constantes. Todo era simplemente perfecto.

Después de la cena, Alan sugirió con entusiasmo:

– ¿Te gustaría ver caricaturas?

Sonreí y respondí emocionada:

– ¿Existe una manera mejor de continuar una cita que viendo caricaturas con mi novio? No lo creo

Así que nos acomodamos en el sofá y pasamos alrededor de una hora riendo y disfrutando de nuestras caricaturas favoritas en la televisión. Era tan reconfortante y especial estar juntos de esa manera, sin preocuparnos de que nos vieran o de que alguien intentara separarnos.

En ese momento, me di cuenta de lo afortunada que era de tener a Alan a mi lado. Cada momento compartido era una confirmación de nuestro amor y de la conexión única que teníamos. Estábamos construyendo recuerdos inolvidables y fortaleciendo nuestro vínculo cada vez más.

La noche continuó con risas, abrazos y momentos de ternura. Nos sumergimos en el mundo de las caricaturas, disfrutando de la compañía del otro y de la sensación de estar en un lugar donde solo existíamos nosotros dos.

En ese instante, supe que había encontrado a alguien especial, alguien con quien quería compartir no solo esta cita, sino también el resto de mi vida.

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Capítulo 40: Viejo amor

Narra Brenda

Sin darme cuenta, pasó una semana después de aquella mágica cita. Fue una semana maravillosa, todo parecía perfecto, como sacado de un cuento de hadas. Pero como en todo cuento, siempre hay brujas.

Era un lunes como cualquier otro después de la escuela. Me dirigí al departamento de Alan y él no tardó en abrir la puerta. Se lanzó sobre mí para darme suaves besos de bienvenida.

– ¿Te gustaría ver televisión conmigo? Necesito relajarme del trabajo – me propuso.

Sonreí y respondí:

– ¿Ver televisión con mi novio? Suena perfecto

Nos acomodamos en el sofá, abrazados, disfrutando de la compañía del otro mientras veíamos la televisión. Me encantaba estar así con él, pero algo en mi interior me decía que había llegado el momento de preguntar algo que había estado pensando durante varios días.

– Alan… – comencé a decir, mientras él pasaba sus manos por mi cabello – Ayer estuve pensando en algo… puede que sea algo tonto, pero quiero decírtelo de todas formas. Tú ya conoces prácticamente a toda mi familia, sabes que tengo una hermana, conoces a mi mamá y a mi papá. Pero yo no sé nada de ti, me refiero a tu familia y a tu vida antes de que nos conociéramos…

Alan suspiró, como si mis palabras hubieran tocado una fibra sensible en él. Tomó mi mano y me miró con ternura en sus ojos.

– No te preocupes, entiendo si no quieres contarme – le dije, tratando de transmitirle comprensión.

– No, no, tienes razón. Es importante que nos conozcamos – él se enderezó y yo hice lo mismo. – ¿Qué quieres saber?

– Bueno… cuéntame sobre ti y tu familia.

– Bueno, no es fácil mantener una comunicación constante con ellos cuando estás en otro país, pero si te parece bien, tengo un álbum de fotos. ¿Te gustaría verlo?

– ¡Claro que sí! – respondí emocionada.

Se levantó y fue hacia el librero, trayendo un álbum forrado aparentemente de piel color marrón.

Lo abrió y pude ver fotos de él cuando era niño. Era tan adorable.

– ¡Qué lindo eras de niño! – exclamé, sonriendo al ver esas imágenes.

– ¿Era? – dijo él, haciéndose el ofendido de manera juguetona.

– Sí – respondí con tono juguetón también. – Porque está claro que ahora eres hermoso.

Ambos nos miramos a los ojos y sonreímos, compartiendo un momento de complicidad y cariño. Era maravilloso descubrir más sobre su vida y ver cómo ha crecido y cambiado a lo largo de los años. Seguíamos construyendo nuestra historia juntos, encontrando nuevas formas de conectarnos y enamorarnos cada día más.

– Nunca te lo dije, pero yo nací aquí, en Londres. Hasta los 10 años viví aquí, y luego nos mudamos a Nueva York debido al nuevo trabajo de mi papá. Siempre me gustó Londres y soñaba con regresar, pero pasé prácticamente toda mi adolescencia en Nueva York. Estudié en la Universidad de Nueva York y luego decidí regresar aquí – me iba explicando mientras avanzábamos por las fotografías – ¡Oh, aquí hay una foto de mi familia!

Me fue presentando a su familia: tenía una hermana y un hermano. Su hermano, Alexander, era dos años menor que él, y su hermana Jessica tenía mi misma edad. También me contó que sus padres se habían divorciado, pero habían decidido darse otra oportunidad y ahora estaban juntos de nuevo.

– Debe ser difícil estar lejos de tu familia – comenté, sintiendo empatía por su situación.

– Bueno, lo sabrías si siguieras con tu plan y tu sueño de ir a estudiar a Boston – respondió Alan, recordando nuestra conversación anterior.

– Alan… Creo que ya había quedado claro. Tomé una decisión y ya no quiero hablar más de eso. No quiero tocar ese tema, ¿está bien? – le pedí, sintiéndome un poco incómoda.

– Está bien – dijo Alan, respetando mi deseo. Siguió recorriendo página por página del álbum, sin mencionar el tema nuevamente.

Continuamos disfrutando de las fotografías y de la historia de su familia. A medida que avanzábamos, me sentía más conectada con él y comprendía mejor su pasado y sus experiencias. Era un momento íntimo y especial, en el que ambos compartíamos nuestras historias y nos habríamos el uno al otro. Seguíamos construyendo nuestra relación, basada en la confianza y el respeto mutuo.

Continuaba contándome historias de su familia, y cuando dio vuelta a la página, pude ver corazones y fotos de él con una chica. Antes de que pudiera verlo mejor, él cerró rápidamente el álbum.

– ¿Qué fue eso? – pregunté sin darle mucha importancia.

– Se acabó el álbum – respondió él, tratando de evadir el tema.

– Ah, y esa parte, ¿quién era? – insistí, curiosa por saber más.

– Nada importante – contestó él, intentando restarle importancia.

– ¿Tu exnovia? – dije con un tono burlón, tratando de hacerlo reír.

– Ya dejemos eso – insistió él, claramente incómodo.

– Pero yo quería seguir viendo el álbum – insistí, sintiendo curiosidad por conocer más sobre su pasado.

– No hay nada importante que ver, pero si tanto quieres saber, ella era Laura – finalmente reveló.

– ¿Ella fue tu novia? – pregunté, sintiendo una punzada en mi estómago.

– Así es – confirmó él.

En ese momento, una mezcla de emociones recorrió mi mente. Era obvio que él había tenido otras relaciones antes que yo. Era atractivo y seguro había tenido muchas chicas interesadas en él. Sin embargo, nunca me había atrevido a preguntar y ahora me encontraba en una situación incómoda.

– Oh, ¿y qué pasó? – pregunté, intrigada por la historia.

– Nada importante, lo de siempre. Ella fue solo un amor de la universidad, eso fue todo. Ni siquiera recordaba que aún tenía esas fotos – respondió Alan, tratando de restarle importancia.

– ¿Amor de la universidad? – pregunté, sintiendo curiosidad por saber más.

– No tienes de qué preocuparte. ¿Acaso estás celosa? – preguntó con tono burlón.

– ¿Celosa? Yo… – reí – ¡Por supuesto que NO!

– Pues yo creo que sí estás celosa – dijo, comenzando a hacerme cosquillas en el estómago. Luego me tomó de los pies y me llevó al sillón mientras yo gritaba y reía como una niña.

Sabía que Alan trataba de distraerme y hacerme olvidar el tema, pero no iba a ser tan fácil sacar esa idea de mi mente.

– Ya me tengo que ir – dije, sintiendo la necesidad de alejarme un poco.

– ¿Te veo mañana? – preguntó, esperando mi respuesta.

– Estoy en tu clase… aunque no quieras, te veré mañana – respondí con una sonrisa.

Él sonrió también.

– Ve con cuidado… te amo – me dijo con ternura.

– Yo también te amo – le respondí, dándole un beso antes de irme.

Mientras conducía hacia mi casa, la idea de esa tal Laura no dejaba de rondar mi mente. ¿Cómo iba a saber qué significaba ser un «amor de la universidad»?

Decidí llamar a Anabela para ver si ella tenía alguna idea al respecto. «Hasta que no vayas a la universidad, no podré decirte qué diablos significa eso», fue su respuesta, como si eso me sirviera de algo.

Finalmente llegué a mi casa después de dar algunas vueltas por la cuadra, tratando de no dejar que me afectara. Sabía que tenía que dejar de preocuparme por el pasado y concentrarme en el presente con Alan. Nuestra relación era lo más importante y no dejaría que nada ni nadie lo afectara.

Papá estaba en la cocina cuando llegué a casa.

– ¿Cómo te fue? – preguntó, notando mi expresión seria.

– Bien – respondí cortante, sumergida en mis pensamientos.

– ¿Por qué estás tan seria? ¿En qué estás pensando? – preguntó, preocupado por mi estado de ánimo.

– Papá, ¿puedo hacerte una pregunta? – le pregunté, buscando su consejo.

– Claro, cariño. ¿Qué pasa? – respondió, dispuesto a escucharme.

– Bueno… Anabela me dijo que ella quiere tener un «amor de la universidad». ¿Tienes idea de qué es eso? – le pregunté, esperando que pudiera aclarar mis dudas.

– Ay, hija, me haces preguntas difíciles de responder – dijo, pensando por un momento. – Para que lo entiendas, digamos que tu mamá fue mi amor de universidad. – Y sin más, se fue, dejándome aún más confundida.

Ya no quería pensar en eso. No podía imaginarme a Alan con otra chica que no fuera yo. Era una tontería preocuparme por eso, ya que Alan era tan atractivo que seguramente había tenido muchas novias antes que yo. Supongo que tenía muchas opciones para elegir.

En cambio, yo solo había estado con Alan y luego con Tito. Aunque después de lo que había pasado, en mi vida solo importaba Alan y solo Alan.

Decidí irme a dormir, pero la duda sobre el lugar que Laura hubiera ocupado en la vida de Alan me atormentaba. Me preguntaba si Alan la había amado más a ella de lo que podría amarme a mí… Era una sensación horrible, pero sabía que tenía que dejar de preocuparme y confiar en nuestra relación. Mañana sería otro día y tendría que enfrentar mis inseguridades de frente.

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Capítulo 41: El pasado

Narra Brenda

Al día siguiente, decidí dejar de lado todo el asunto de Laura y pensar en tener un día normal. Me arreglé para ir a la escuela.

Cuando llegué, vi a Alan en su salón, estaba solo, así que era un buen momento para acercarme.

– Mira lo que conseguí – dijo mientras abría su portafolio y pude ver que había unos CDs, aparentemente de películas.

– Yo me ocupo del pochoclo – dije sonriendo.

– ¿Te parece? Hoy en mi departamento a las 4 pm.

– Me parece genial – respondí antes de irme, ya que él iba a empezar su clase.

Después de la escuela, fui a casa a comer algo. Papá seguía quedándose a dormir allí y empecé a creer que había regresado con el propósito de recuperar a mamá… Por un momento, pensé que mamá lo había perdonado.

Unas horas después, fui al departamento de Alan. Justo cuando estaba por entrar al edificio, recibí una llamada suya.

– Alan… Pensé que estabas en tu departamento.

– Amor, discúlpame, tengo una reunión que no puedo posponer, pero llegaré en media hora. ¿Me esperas?

– Ok, te espero… Ya estoy aquí.

– La llave está…

– Debajo del tapete – interrumpí – Ya lo sé… Te veo en media hora.

– Te veo en media hora… Te adoro.

Y ahí estaba yo, sola en el departamento de Alan. Mi mirada se dirigió al librero y ahí estaba el álbum de fotos que habíamos estado viendo. No pude evitarlo, la curiosidad me estaba ganando. Quería saber más sobre esa tal Laura, más sobre lo que había pasado entre ella y Alan. Pero tampoco quería invadir la privacidad de Alan y desconfiar de él.

Pero no pude resistirme… En menos de un minuto, ya tenía el álbum en mis manos. Lo pensé un momento y luego lo abrí.

Efectivamente, tal como pensé, había fotos de ellos dos besándose, abrazándose, sonriendo, haciendo caras tontas. Se veían muy felices. Y luego recordé que la única foto de pareja que tenía con él era la que nos tomamos en nuestra cita en Shaftesbury. Tenía más fotos con él, pero no eran de pareja, eran solo fotos escolares, como cuando fuimos a México.

Laura era muy bonita, tenía el cabello rubio y rizado. Al parecer, tenía ojos verdes. Era muy alta y delgada, casi todo lo contrario a mí. Me estaba destrozando a mí misma.

Conforme avanzaba, quería saber más sobre el porqué habían terminado. Pasaba hoja tras hoja, soportando ver fotos de ellos dos besándose y demás, hasta que llegué al final.

Había un sobre. Saqué una carta y no estaba segura de si quería leerla. Después de todo, esto era de Alan y debía respetar su privacidad. Sin embargo, en el sobre vi la fecha y me llamó la atención, porque era la fecha en la que nos habíamos visto por primera vez.

Sin pensarlo, abrí la carta, respiré profundamente y comencé a leer:

«Alan:

Antes que nada, quiero que sepas que nunca he buscado lastimarte. Sé que no es la forma correcta de hacer las cosas y que no debí esperar hasta el último minuto para decírtelo, pero créeme que fue una decisión que tomé recién anoche.

Tú no tienes la culpa de nada. Soy yo la que no puede quedarse, pero quiero que sepas que a pesar de esto, te amo y me será difícil olvidarte. Sé que para ti será difícil entender esto.

Pero no estoy lista para unir mi vida a alguien. No me imagino mi vida encadenada a ti, encadenada a una vida rutinaria. Tengo una vida que quiero vivir, tengo sueños que quiero cumplir.

En los últimos días, he estado pensando mucho en nuestra relación y en los sueños de vida que nos habíamos planteado juntos. Pero me di cuenta de que estos sueños son más tuyos que míos, y por eso hoy no estoy a tu lado.

He tomado la decisión de viajar al extranjero para seguir estudiando. Para mí, lo más importante es mi carrera, Alan. Quizá en este momento no comprendas mi decisión, pero sé que con el tiempo entenderás por qué. Sé que eres un buen hombre y tienes un corazón enorme, y sé que serás capaz de perdonarme.

Por favor, perdóname. Sé que en este momento debes estar pensando lo peor de mí, pero con esta carta quiero tratar de explicarte mis motivos.

Solo deseo que encuentres a alguien que realmente quiera pasar toda la vida contigo y seas muy feliz, porque te lo mereces. Yo te amo, pero creo que debo pensar primero en mí…

Sé que esto es un acto de cobardía y egoísmo. Debería habértelo dicho en persona, pero no sería capaz de verte a los ojos para huir.

Por último, solo quiero pedirte que por favor no me busques. Creo que estaremos mejor así. Respecto a los preparativos para la boda, mis padres te ayudarán a cancelarlos… Perdóname de nuevo… Te ama y se despide,

Laura.»

Mi cabeza estaba hecha un lío, mi pulso acelerado, mi corazón latía con fuerza. Comencé a palpar el sobre y sentí algo más. Lo revisé y encontré un anillo, o mejor dicho, el anillo. Era el anillo de compromiso. Sentí como si un cuchillo se clavara en mi corazón. Alan, mi novio, se iba a casar y nunca me lo había dicho. Laura lo abandonó el día que nos conocimos. Todo eso era muy extraño, doloroso y confuso. Me quedé mirando el anillo durante mucho tiempo. Luego revisé el sobre una vez más y encontré dos pasajes a París, Francia. Era evidente que planeaban ir allí de luna de miel.

Estaba sumergida en mis pensamientos, con el anillo y los pasajes en mis manos, cuando escuché la puerta cerrarse. Era Alan, quien acababa de llegar, y yo no sabía si guardar todo eso y fingir que no había visto nada, o enfrentarlo.

Tenía un nudo en la garganta, me quedé paralizada y no pude reaccionar a tiempo. Él ya venía hacia mí.

– Brenda, mi amor…

Giré y nuestras miradas se conectaron. Mis ojos estaban cristalizados de tanto llorar y mi voz a punto de quebrarse. Solo logré decir:

– ¿Nunca me lo ibas a decir? – Dije mientras sostenía en una mano el anillo y en la otra los pasajes de avión.

– ¿Por qué viste eso? – Dijo serio, pero no enojado.

– Lo siento, ¿sabes? Sé que hice mal en invadir tu privacidad, pero tú nunca me lo ibas a decir. Esto me estaba destrozando.

– Tienes razón… Debí habértelo dicho hace mucho tiempo – Dijo sereno.

– ¿Qué te parece si me cuentas ahora?

– Está bien, te lo voy a contar todo, pero te pido que no me digas nada hasta que termine, por favor. Hace mucho tiempo que no le he contado esto a nadie, así que…

Su voz era muy pacífica. No sonaba molesto por haberme encontrado viendo sus cosas, más bien sonaba… confundido.

Se dirigió al sillón y se sentó. Yo hice lo mismo, manteniendo un poco de distancia. Suspiró y comenzó:

– Laura, como sabes, fue mi novia en la universidad. La conocí cuando estaba en mi segundo año de carrera. Ella era un año menor que yo y acababa de ingresar a la universidad. También estudiaba literatura, al igual que yo. Como yo estaba un año adelante, fui su tutor académico. Conversábamos mucho y nos llevábamos bien. Teníamos muchas cosas en común, así que al año nos convertimos en novios. Estuvimos juntos por más de dos años.

Cuando terminé la universidad, una empresa me ofreció un empleo en la editorial de libros más grande de Nueva York. Estaba feliz, apenas podía creerlo. Por fin tenía un empleo y no tenía que mudarme a otra ciudad o país. Además, tenía una novia a la que mi familia quería y apreciaba mucho. Mi madre decía que era perfecta para mí, y supongo que también llegué a pensar lo mismo. Su familia me conocía, pero su padre no quería aceptarme del todo como yerno y novio de su hija. Supongo que creía que era poca cosa para su princesa. Su familia es adinerada y tienen empresas, bibliotecas, librerías y una editorial en todo el país.

Cuando me dijeron que me daban el empleo, no podía esperar para compartir mi alegría con Laura. Estaba tan emocionado que se me ocurrió proponerle matrimonio. Habíamos hablado sobre querer estar juntos, así que pensé que ese era el momento adecuado.

No tenía mucho dinero, así que le pedí a mi hermano que me lo enviara. Compré el anillo, el mismo que estás sosteniendo en tus manos, y planeé una cena romántica para proponérselo. Cuando le hice la propuesta, ella se sorprendió y comenzó a llorar diciendo que sí. Sentía que íbamos a ser muy felices juntos. Ya había planeado toda mi vida junto a ella.

Días después, alquilamos un departamento y nos mudamos juntos. Empezamos a ver los preparativos para la boda. Al principio, ella se veía muy emocionada. Fue ella quien comenzó a organizar todo. Luego, se me ocurrió que podríamos ir a París, Francia, para nuestra luna de miel. Le sorprendí comprando los boletos, esos que tienes en tus manos. Tuvimos nuestra fiesta de compromiso y algo cambió después de eso.

Ella empezó a alejarse de mí. Yo pensaba que era porque estaba en su último año de universidad y que planeábamos casarnos después de su graduación. Pero algo no encajaba. Empecé a notar que algo no iba bien entre nosotros. Nuestras conversaciones se volvieron más distantes y ella parecía estar perdida en sus pensamientos. Intenté hablar con ella, pero siempre evitaba el tema. No entendía qué estaba pasando.

Y ahora, aquí estamos, frente a frente, con el anillo y los pasajes en tus manos. Necesito que me entiendas, que me des la oportunidad de explicarte lo que ha sucedido. Pero antes, quiero decirte que te amo y que nunca quise lastimarte.

Continuando con la historia, llegó el día en el que ella ya no quería saber nada de la boda. Me dejaba todo a mí y, tal vez, me imaginé lo que estaba pasando, pero nunca se lo pregunté. Supongo que no quería confirmarlo, porque sabía que su respuesta no me iba a gustar. Sabía que su respuesta me iba a doler, así que preferí negarlo. Ella no me detuvo en ningún momento.

Un día antes de la boda, tuve que salir de Nueva York por trabajo. Y cuando regresé, todo había cambiado. Ella ya no estaba, ni sus cosas. Se había ido. Fui a nuestra habitación y solo encontré una carta con el anillo y los boletos de avión adentro.

Supongo que ya leíste la carta, no hace falta que te diga lo que hizo, porque ya lo sabes. Me sentí completamente mal, totalmente destruido. Estaba hecho pedazos. Era obvio que no me iba a quedar así. Le hablé a su celular, creyendo que no me contestaría, pero lo hizo. Hablamos por más de 3 horas. Me dijo que estaba en camino a Alemania y entonces supe que ya no podía hacer nada. Después de esas 3 horas, busqué a su familia. Ellos me dieron una explicación y dijeron que yo no tenía que hacer nada para cancelar la boda.

Me sentía vacío, sin rumbo. No sabía qué hacer con mi vida. Decidí bloquear lo que sentía y renunciar al empleo que tenía. Tomé la decisión de cambiar de país y terminé llegando a Londres. Pedí empleo en una escuela y me lo dieron. Estaba dispuesto a renunciar para siempre al amor, hasta que llegó mi primer día de trabajo.

El primer día de clases había llegado. Estaba camino a la escuela cuando vi a una de las chicas más hermosas que jamás había visto. Me quedé paralizado por tanta belleza. Quise acercarme a ella, pero ya se había ido. Maldición, la había perdido. Por algún motivo, decidí ir a la biblioteca. Quería leer mi libro favorito y, sin esperarlo, mis manos chocaron con las manos de aquella chica. Y cuando habló… Dios mío, era una de las voces más atractivas que jamás había escuchado. Era…

– Era yo – lo interrumpí por fin – el día que nos conocimos, era el día que se iban a casar… era yo.

Mis ojos se abrieron de par en par, sorprendida por su revelación. No podía creerlo. Mi corazón latía con fuerza mientras procesaba la información.

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Capítulo 42: El pasado es pasado

Narra Brenda

Estaba profundamente sumida en mis pensamientos, tratando de comprender todo lo que estaba sucediendo. Me sentía confundida y perdida.

– Era yo… – repetí.

– Sí, Brenda… eras tú – respondió.

Quedé en silencio, recordando todo lo que había sucedido ese día.

– ¿Tú? ¿Tú aún la amabas a ella cuando me conociste a mí? – no podía encontrar las palabras, respiré profundamente y continué – ¿Yo soy solo un consuelo para ti?

– No, Brenda, te amo… pero ella fue una parte importante de mi vida.

– ¿Y yo soy solo un premio de consolación?

– No, pero tú me ayudaste a olvidarla.

No pude contener las lágrimas y comencé a llorar.

– No, Brenda, por favor no llores. Lo último que quiero es verte así. Oh, por Dios, es mi culpa. No llores.

– No, no es tu culpa – dije mientras me secaba las lágrimas con las manos -. Esta fue mi decisión. Yo quería conocer tu historia. Y no pienses que estoy mal… es solo que son muchas emociones juntas.

– ¿De verdad? ¿No estás enojada?

– No, no estoy enojada – mentí, no solo a él, sino también a mí misma.

– Quiero que sepas que te conté esto porque es parte de mi pasado, pero eso no cambiará nada entre nosotros. Te amo… el pasado es pasado.

– Yo también te amo… demasiado.

Me miró e intentó animarme, tratando de sacarme una sonrisa.

– Entonces ven, ya no quiero verte así – dijo mientras me tomaba de la mano y me llevaba al sofá.

Yo fingí estar bien, aunque mi mente estaba en otro lugar, o más bien, en otro momento: el día en que nos conocimos. Él quería ver una película o hacer algo juntos, pero yo había perdido todo el ánimo.

– Alan, lo siento, ya no estoy de humor para hacer algo. Tengo que irme.

– Pero… pensé que pasaríamos la tarde juntos.

– Lo siento, también olvidé decirte que tengo mucha tarea. Nos vemos después, ¿sí?

– Está bien… – dijo seriamente y luego me acompañó hasta la puerta.

– Brenda… ¿Estamos bien? – preguntó.

– Sí, no hay ningún problema entre nosotros.

Él intentó besarme en los labios, pero por alguna razón no lo permití. Me sentía extraña, confundida. Moví la cabeza y su beso aterrizó en mi mejilla. No esperé a que dijera algo más y salí corriendo de allí hasta llegar a mi auto.

Conducía lentamente, perdida en mis pensamientos. Le había dicho a Alan que no estaba enojada, que esto no cambiaría nada entre nosotros, pero me sentía extraña, confundida. Me resultaba difícil comprender que él hubiera estado en una relación más seria antes de conocerme, me dolía saber que me conoció y me besó cuando aún amaba a otra chica… Estaba muy confundida y solo quería llorar.

Sentía que necesitaba desahogarme con alguien, así que sin avisar fui a casa de Anabela. Por suerte, ella abrió la puerta.

– Amiga, ¿qué pasa? ¿Por qué estás así? – preguntó preocupada.

– Alan… iba a casarse el día que nos conocimos – dije llorando -. Él estaba comprometido.

Ella me abrazó y luego me llevó a su habitación, donde continué llorando mientras le contaba todo lo que había sucedido con Alan.

– No sé qué es lo que más me duele, que no me haya hablado de ella o que nuestra relación comenzara justo después de que terminara con ella. Siento que fui un juguete para olvidarla… Me siento como un plato de segunda mesa.

– No creo que él te haya hablado por eso. ¿Has pensado que tal vez se enamoró de ti a primera vista? Quizás gracias a ti pudo olvidarla.

– Eso no cambia el hecho de que me lo haya ocultado. Es una parte esencial de su pasado y él decidió negármelo.

– Tienes razón en eso, pero también piensa que no hay necesidad de preocuparse. Tú eres su presente y, por todo lo que me cuentas y lo poco que puedo ver, ustedes tienen una relación maravillosa. Tú eres feliz con él y apuesto a que tú eres lo más importante para él. No entiendo por qué tienes que preocuparte ahora. Ella ya ni siquiera está en su vida… ella es su pasado, tú eres su presente.

Al llegar a casa, con todas esas cosas dando vueltas en mi cabeza, me sentía confundida. Era un torbellino de emociones, un tornado de sentimientos, una cascada de lágrimas. Escuché voces y risas en la cocina, así que fui allí y encontré a mis padres besándose, como cuando estaban juntos. Un escalofrío me recorrió.

– Mmmm, ¿qué capítulo me perdí? – interrumpí.

Ellos se separaron rápidamente cuando me vieron.

– ¿Están juntos de nuevo? – pregunté.

– Hola, hija – me saludó papá.

– ¿No van a responder mi pregunta? – insistí.

– Brenda… esto es algo que tú no podrás… – dijo mi mamá.

– … ¿No podré entender? – interrumpí -. Mamá, no me trates como si tuviera 8 años, porque ya no los tengo… me da igual si están juntos de nuevo. Solo te pido, papá, que dejes de decir que regresaste porque quieres estar al pendiente de la familia… dejen de mentir.

Me di la vuelta y me fui casi corriendo a mi cuarto. Lo de Alan y esto era demasiado para un solo día. Subí a mi habitación y, a los pocos minutos, mamá también subió. Estuvo en mi cuarto. Al principio, estaba enojada con ella, pero luego me explicó lo que estaba sucediendo con papá. Al parecer, querían darse otra oportunidad. Yo fingía escucharla, pero en realidad pensaba en otras dos personas: Alan y Laura, o más bien, Alan con Laura.

– Mamá, te agradezco por venir a hablar conmigo. Discúlpame si fui muy dura… pero estoy muy cansada y quiero descansar.

– Claro, cariño. Te dejo dormir… Te amo, hija.

Mi mamá salió de mi habitación y yo intenté dormir, pero todas las imágenes de Alan con Laura seguían apareciendo en mi mente.

Al día siguiente, no tenía ganas de conducir, así que mamá me llevó a la escuela. Había pasado toda la noche pensando y había llegado a una conclusión: iba a dejar de darle importancia a todo este asunto y dejar de pensar en ello, tal como Anabela me había aconsejado. Además, Alan me había dicho que me amaba y que yo era su presente, así que decidí confiar en él. Haría como si no me hubiera enterado de nada.

Al llegar a la escuela, no encontré a Anabela. Fui sola a mi casillero y cuando me giré, ahí estaba Alan…

– Hola, Brenda.

– Alan.

– ¿Podemos hablar en un lugar más privado? – dijo seriamente.

– Sí, seguro.

Alan me llevó a su salón, entrecerró la puerta y se sentó al borde de su escritorio. Yo me senté en la paleta de la banca.

Respiré profundamente y antes de que Alan dijera algo, hablé primero:

– Alan… escucha, estuve pensando y creo que todo este asunto de Laura debería quedar…

– Justo de ella quiero que hablemos – me interrumpió.

No era algo que quisiera escuchar.

– ¿Qué pasa? – pregunté.

– Ayer… después de lo que pasó… ella… después de que hablamos… – comenzó a tartamudear – ¡Yo hablé con ella! – dijo finalmente.

Yo me quedé mirándolo en silencio. No supe qué decir.

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Capítulo 43: El pasado no es pasado

Narra Brenda

– Ayer, hablaste con Laura – pregunté nerviosa.

Alan tardó en contestar, luego dijo:

– Ayer, después de nuestra conversación, la recordé y, aunque suene loco, sentí la necesidad de saber de ella. Marqué su número y resulta que aún lo conservaba… – su voz sonaba un tanto insegura.

– Oh, qué bien. No tiene nada de malo querer saber qué ha sido de su vida – respondí tratando de mostrar serenidad.

Aunque por dentro quería gritar.

– Bueno… en realidad, eso no es todo… – dijo mientras se llevaba la mano a la nuca – Ella va a venir.

Levanté una ceja, ¿qué quería decir con ese «va a venir»?

– Resulta que ella tenía planeado venir a Londres porque su papá va a inaugurar su nueva editorial de libros aquí. Y ahora que se enteró de que yo estoy viviendo aquí, bueno…

– Oh… mira qué bien, qué interesante. ¿Hay algo más que deba saber? – dije algo molesta

Mi tono de voz sonaba un poco molesto, a pesar de mis esfuerzos por disimularlo.

– Bueno, Brenda, necesito que seas comprensiva en esta parte – suspiró y continuó – Ella tenía problemas con el hotel en el que se iba a hospedar mientras estuviera aquí, así que le dije que…

– ¿Qué le dijiste? – pregunté presintiendo hacia dónde quería llegar.

Él suspiró y luego lo dijo:

– Que podía quedarse en mi departamento. De hecho, su vuelo llega hoy – dijo la última frase rápidamente.

Mis ojos se abrieron de par en par, sorprendida por la noticia.

– ¿Tú qué? – mi voz sonó entrecortada.

Alan trató de tranquilizarme:

– Solo será por un tiempo… no quiero que esto nos traiga problemas.

Traté de mantener la calma y le respondí con una sonrisa forzada:

– Oh no, no te preocupes, no hay problema. ¿Por qué habría problemas? Es súper normal que tu novio viva temporalmente con su ex. En serio, tómatelo con calma, disfruta su presencia. Solo me pregunto… ¿dormirán en la misma cama?

– Brenda, no quiero pelear, mucho menos aquí… escucha, pensé que mientras ella esté aquí, nosotros deberíamos mantener distancia, disimular más… mantenernos un tiempo alejados.

– ¡¿Qué?! Espera… ¿¡Me estás pidiendo que terminemos mientras ella está aquí?! ¿Qué te pasa?

– ¿Quieres terminar conmigo? – dije furiosa, sintiendo cómo la ira se apoderaba de mí.

– ¡No! No dije eso… Por supuesto que no quiero eso. Solo quería decir que no podré verte tanto como antes – respondió Alan, tratando de explicarse.

Una mezcla de celos, tristeza y furia se apoderó de mí. Sentí cómo las lágrimas empezaban a brotar sin control.

– Oh no, Brenda, no quiero verte llorar. Por favor, no llores… Me duele verte así – dijo Alan, con voz llena de preocupación.

– ¿No llorar? ¿No llorar me dices? – exclamé, sintiendo cómo la frustración se acumulaba en mi interior – ¿Te has dado cuenta de lo que está pasando o eres un idiota?

– No quiero lastimarte, de verdad. Por favor, no llores… Te amo – susurró Alan, con voz llena de sinceridad.

– Definitivamente eres un idiota… Eres la combinación perfecta entre un idiota y un tarado. A veces te comportas como un pelotudo – dije enojada, dejando salir toda mi rabia acumulada.

Él se quedó mirándome en silencio. Sin decir una palabra más, tomé mi mochila y salí corriendo del salón, sintiendo cómo la necesidad de escapar se apoderaba de mí.

Me refugié en las escaleras cercanas al baño de mujeres, soltando todas las lágrimas y los sollozos que había contenido. Alan no me siguió, me dejó allí sola, sumida en mi dolor. Decidí saltarme las siguientes dos clases, porque simplemente no tenía ganas de nada en ese momento.

Fue en ese momento cuando Ian, quien a veces iba a la preparatoria como tutor, me encontró llorando. Supuse que Anabela le había contado lo que había pasado, ya que no me preguntó nada al respecto.

– Tienes que entrar a tus clases, no puedes estar llorando aquí todo el día – dijo Ian, acercándose y abrazándome con ternura.

– Tienes razón, pero la siguiente clase es la de Alan… No sé si quiero verlo. Además, tendré falta por haberme saltado la mayoría de mis clases y eso quedará en mi expediente escolar – expresé con preocupación.

– Entiendo cómo te sientes, pero creo que es importante que enfrentes la situación y hables con él. Respecto a las faltas, no te preocupes demasiado. Varios profesores te vieron aquí, de hecho, llamaron a tu mamá… Suponen que estás enferma y, siendo una buena estudiante, son comprensibles contigo, considerando tu buen desempeño académico – respondió Ian, intentando tranquilizarme.

Ian tenía razón. Aunque mis ojos estaban hinchados por las lágrimas, decidí enfrentar mis miedos y dirigirme a la clase de Alan. Llegué al salón cuando la mayoría de los estudiantes ya estaba adentro, lo que dificultó mi oportunidad de hablar con él. Durante la clase, traté de evitar el contacto visual con Alan, intentando ocultar mi dolor.

Al finalizar la clase, esperé pacientemente a que todos salieran y me acerqué a Alan para conversar.

– ¿Estás bien? Reconozco que me comporté como un idiota – dijo Alan, mostrando arrepentimiento en su voz.

– Ya pasó. Quizás exageré un poco y no debí decirte todo eso… Pero es porque te amo – respondí, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con brotar nuevamente.

Justo cuando Alan estaba a punto de abrazarme, giró rápidamente, asustándome, y exclamó:

– ¡Laura!

Sorprendida, me giré hacia la puerta y vi a una rubia deslumbrante en el marco. Era perfecta en todos los sentidos, lo opuesto a mí. Alan me soltó, incluso sentí un ligero empujón, y rápidamente me sequé las lágrimas.

– Oh, Alan, lo siento. ¿Interrumpí algo? Parece que llegué en mal momento – dijo Laura, disculpándose por su aparición repentina.

– No, no interrumpes nada. Hola, ¿cómo estás? No esperaba que llegaras tan temprano – respondió Alan, invitando a la rubia a entrar y abrazándola rápidamente.

En ese instante, sentí cómo mi corazón se rompía en mil pedazos. El impacto de la realidad golpeó fuertemente mi pecho. No podía soportar estar allí más tiempo. Salí del salón casi corriendo, mientras ellos continuaban abrazados. Alan ni siquiera se había percatado de mi partida.

Narra Alan

– No sabes lo feliz que estoy de verte aquí – dijo mientras nos alejábamos un poco después de nuestro abrazo.

– Tanto tiempo sin verte – respondí.

– Alan, ¿seguro que no interrumpí nada? ¿Quién era esa chica que estaba aquí y parecía estar llorando? – preguntó Laura, mostrando preocupación.

– Oh, ella es una alumna mía, está pasando por problemas familiares – expliqué, tratando de ocultar mi incomodidad.

– Entiendo. Es bueno que estés ahí para ella – dijo Laura, con una mezcla de comprensión y curiosidad en su voz.

– Sí, trato de ser un buen mentor para mis alumnos.

– Oh, entiendo. Bueno, míranos, no hemos cambiado nada… o al menos tú sigues siendo igual a cómo te recordaba – dijo Laura, tomando mis manos como si quisiera observarme mejor.

– Es cierto – respondí, soltando levemente sus manos – Y ¿cómo te ha tratado la vida?

– No puedo quejarme, Alemania es un hermoso país, amo mi trabajo, todo está bien – suspiró – ¿Y a ti? ¿Te gusta tu trabajo? ¿Cuánto tiempo llevas aquí en Londres? ¿Te has enamorado?

– Me va muy bien, este trabajo es bueno y me gusta mucho. Llevo aquí casi un año… y lo último que mencionaste es…

– ¿Complicado? – me interrumpió, quitándome las palabras de la boca – Lo entiendo perfectamente. Después de lo nuestro, no he tenido ninguna relación seria… Pero todo pasará – suspiró.

– Debes de estar muy cansada por el viaje, ¿quieres ir a mi departamento a dejar tus cosas y descansar? – pregunté, ofreciéndole mi ayuda.

– Muchas gracias, sí iré… Oh, y gracias por ofrecerme tu departamento. Es muy gentil de tu parte que me trates tan bien, después de lo que pasó… de lo que te hice. Siempre creí que te costaría más tiempo perdonarme – dijo ella, expresando su sorpresa y gratitud.

– El pasado ya es pasado – respondí, tratando de transmitirle que había dejado atrás cualquier resentimiento – Lo importante es que estás aquí y quiero que te sientas cómoda.

Narra Brenda

Estaba destrozada, me encerré en el baño a llorar durante un largo rato. Cuando finalmente me sentí más tranquila, salí para lavarme la cara. No quería que los demás supieran que había estado llorando. Me eché agua en los ojos y, al abrirlos, vi a Laura entrar al baño. Ella comenzó a arreglarse en el espejo, y yo solo quería salir corriendo de allí.

Laura me brindó una sonrisa, maldición, era perfecta. Seguramente Alan volvería con ella.

Respiré profundamente, con muchas ganas de largarme de allí. Comencé a avanzar hacia la salida cuando ella me habló… maldición, justo cuando quería evitar cualquier interacción.

– Disculpa, ¿te puedo hacer una pregunta? – dijo Laura, rompiendo el silencio.

– Claro, dime – respondí con tono serio, tratando de ocultar mi incomodidad.

– ¿Tú vives aquí? Me refiero a Londres, no aquí en la escuela – preguntó Laura, mostrando interés.

– ¿Por qué diablos me pregunta eso? – pensé, sintiéndome un poco frustrada.

– Mm, sí. ¿Por qué? – respondí, curiosa por saber a dónde iba con su pregunta.

– Disculpa, no quiero molestar. Es que yo no soy de aquí y necesito llegar a esta dirección, pero no sé cómo llegar o qué tomar. ¿Puedes ayudarme? Por favor – dijo Laura, mostrando su vulnerabilidad y necesidad de ayuda.

Ella me dio el papel con la dirección, era la dirección del departamento de Alan. Suspiré enfadada, maldición, encima le tengo que ayudar a llegar hasta el departamento de mi novio. A pesar de saber que ella no tenía idea de quién era yo, le respondí sin una gota de amabilidad:

– Oh, claro, por supuesto que te ayudaré. Mira, puedes tomar un taxi aquí afuera, todos te llevarán. Solo entrégale la dirección – dije, sin mostrar ningún tipo de empatía. Ella pareció confundida por mi actitud.

– Oh, muchas gracias. Entonces solo tomo un taxi y ellos me llevan – respondió ella, sin entender mi falta de amabilidad. Yo la observé fijamente, recordando todo lo que había leído en la carta que le había escrito a Alan, lo que ella le había hecho y cómo, a pesar de todo, Alan había querido mantener contacto con ella. La furia y la tristeza volvieron a apoderarse de mí, y decidí hablar:

– Sí, toma un taxi y ya. Y cuando estés en el edificio, el departamento está en el tercer piso. No tomes el elevador, no sirve. En el tercer piso, el departamento está al fondo. Es el único departamento habitado en ese piso. Suerte – dije, con un tono frío y distante.

– Muchas gracias – dijo ella, mirándome extrañada.

Se quedó muda, paralizada. Tal vez no me había preguntado sobre el departamento o el edificio, y quizás había dado información de más. Quizás la hice dudar acerca de quién era yo y por qué sabía todo eso. Pero no me importó, porque lo único que sabía en ese momento era que estaba enojada. La ira y la tristeza se mezclaban dentro de mí, y no podía controlar mis emociones.

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Capítulo 44: La veo en todos lados

Narra Brenda

Aún estaba enojada, furiosa, triste y confundida. En el estacionamiento vi a mi mamá, y cuando me vio corrió a abrazarme.

– Hija, ¿estás bien? Me dijeron que faltaste a varias de tus clases – dijo sin dejar de abrazarme.

– Estoy bien, mamá… solo tengo mucho dolor de cabeza – dije sin soltar el abrazo.

– Estás esforzándote demasiado, hija – dijo mirándome a los ojos -. Debes tratar de dormir más, no levantarte tan temprano.

– Creo que tienes razón – respondí, bajando la mirada -. ¿Hablaste con mis profesores?

– Con la mayoría sí, y también con el director… no te preocupes, me dijeron que como eres tú, esto no iría a tu expediente.

– Gracias – dije, a punto de llorar.

– Vamos – dijo con ternura -, sube al auto, te llevaré al médico.

– ¿Al médico? – pregunté sorprendida -. ¿Para qué?

– Para que te den algo para el dolor de cabeza y para el estrés – respondió preocupada.

Subí al auto y me llevó al hospital. Estuvimos esperando media hora en la sala de espera y luego me atendieron.

– Brown, Brenda – dijo la enfermera.

– Sí – respondí, bajando la mirada – Soy yo.

– Pase, señorita – dijo – el doctor la atenderá.

Yo pasé y mi mamá me acompañó al consultorio. El doctor me revisó y luego le dijo a mi madre que estoy muy estresada. Después, se dirigió a mí con una mirada comprensiva y habló con suavidad.

– Hola, Brenda. Parece que estás pasando por un momento difícil – dijo el doctor, transmitiendo empatía.

– Sí, doctor. Me siento abrumada y agotada – respondí, dejando escapar un suspiro.

El doctor asintió y me entregó un paquete que decía «Forté Stress».

– Esto te ayudará a combatir el estrés, pero también es importante que descanses lo suficiente – explicó el doctor, preocupado por mi bienestar.

Después de unos minutos de conversación, el doctor se volvió hacia mi madre, quien me acompañaba.

– Señora, su hija está experimentando altos niveles de estrés – dijo el doctor con seriedad – Es importante que descanse lo suficiente y busque formas de relajarse.

Mi madre asintió y me miró con ternura.

– Siempre le digo que debe dormir más, doctor. Siempre se levanta temprano, incluso antes que nosotros – dijo, con una mezcla de preocupación y cariño en sus ojos.

Pasamos un buen rato en el hospital. El doctor hablaba con mi mamá, explicándole la importancia de cuidar mi salud mental y física. Ambos me reprochaban por descuidar mi descanso, creyendo que eso era la causa de mi malestar. Pero en lo más profundo de mi ser, sabía que mi dolor tenía otro origen: Alan Freeman. Cada vez que pensaba en él, compartiendo momentos con su ex, sentía una punzada intensa en todo mi cuerpo.

Después de salir del hospital, regresamos a casa. Me encerré en mi habitación, necesitando un momento para procesar mis emociones. Poco después, escuché el timbre de la puerta y me sorprendí al encontrarme con Ian y Anabela.

– ¡Brenda! ¡Te hemos estado llamando todo el día! – exclamó Ian, con una mezcla de preocupación y alegría al verme.

Desde que salía con Alan, nuestra amistad se había visto afectada. Me di cuenta de que los había descuidado, especialmente a Ian, y sentí un remordimiento en mi corazón. Quería reconectar con ellos, así que decidí unirme a su plan de ir a comer pizzas.

Pasamos horas riéndonos y recordando viejas anécdotas. Me di cuenta de lo mucho que había extrañado esos momentos de diversión y complicidad. Después, me acompañaron de regreso a casa. Al llegar, me encontré con las maletas de mi papá. Oficialmente, había vuelto a vivir con nosotras. Era como volver a ser una familia, y esa sensación de unidad me reconfortó.

Me fui a mi habitación y me acosté en la cama, sintiendo el peso de todas mis emociones. No quería pensar en nada, pero el recuerdo de lo que había pasado hoy con Alan invadía mi mente. La forma tan cruel en que se había comportado conmigo, y luego estaba Laura, quien no tenía la culpa de nada, ya que ella no sabía que yo era la «novia» de Alan. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, una tras otra, hasta que me quedé dormida, exhausta por la intensidad de mis sentimientos.

Narra Alan

Todo lo que había sucedido desde que Brenda encontró la carta había sido increíblemente incómodo. Laura había regresado a mi vida de manera inesperada, y ahora compartíamos mi departamento. No podía evitar sentirme atrapado en medio de esta situación incómoda, tratando de demostrarle a Brenda que no había nada entre Laura y yo.

Al llegar a mi departamento, exhausto después de un largo y pesado día, me encontré con Laura. La observé detenidamente, notando que había perdido peso desde la última vez que la vi.

– Hola – dijo tímidamente.

– Hola… ¿Ya terminaste de desempacar? – pregunté, intentando mantener la conversación en un tono neutral.

– Sí, gracias – respondió con una sonrisa amigable – No te preocupes, no ocupé mucho espacio.

– No hay problema. La verdad es que paso la mayor parte del tiempo en el trabajo, así que no te preocupes por mí – respondí, tratando de transmitir indiferencia.

Ella se limitó a sonreírme, pero por alguna razón, su sonrisa no parecía tan radiante como la de Brenda, la cual aún recordaba con claridad.

– Puedes dormir en mi cama, yo no tengo problema en dormir en el sillón – ofrecí, tratando de ser amable y considerado.

– Gracias de nuevo. Solo tengo que mandarle algo a mi jefe y luego iré a dormir – respondió con una sonrisa.

Durante las siguientes dos horas, estuvimos hablando de nuestros trabajos y nuestras familias. Evitamos cualquier tema amoroso en nuestra conversación, como si ambos estuviéramos evitándolo de forma consciente.

Narra Brenda

Decidí seguir el consejo del doctor y de mi mamá, así que me permití dormir por más tiempo. Fui despertada por el sonido de la puerta abriéndose y, al mirar la hora, me di cuenta de que ya eran las 7 de la mañana. Me apresuré a bañarme y a alistarme, bajando las escaleras lo más rápido que pude. Al llegar al comedor, me sorprendió ver que mi familia ya había terminado su desayuno. Por un momento, me pareció extraño, ya que normalmente era yo quien terminaba antes de que ellos se despertaran.

– Buenos días, cariño – dijo mi mamá, abrazándome con cariño – ¿Dormiste bien?

– Sí, me quedé dormida – respondí, sintiéndome un poco nerviosa.

– No te preocupes, todavía tenemos tiempo para ir a la escuela – tranquilizó mi mamá con una sonrisa.

– Buenos días, hija – dijo mi papá, dándome un cálido abrazo.

– Te quiero, papá – expresé, devolviendo el abrazo con cariño.

– ¿Cómo estás, hermanita? – preguntó Ingrid, abrazándome con entusiasmo.

– Bien, gracias – respondí, correspondiendo al abrazo con una sonrisa.

Me senté a la mesa disfrutando del delicioso desayuno que mi mamá me había preparado. Mientras saboreaba cada bocado, entablé una conversación con Ingrid. Hacía mucho tiempo que no hablábamos y me sentía realmente bien. Incluso logró sacarme una sonrisa. Sin embargo, llegó la hora y mi mamá me llevó a la escuela.

Al llegar a la escuela, asistí a mis primeras tres clases sin hablar con nadie. Luego fui a mi casillero, aprovechando que era horario de clases y no había nadie en el pasillo, solo yo. Estaba abriendo mi casillero cuando sentí que alguien tomaba mi mano y me acercaba hacia él: era Alan.

– Hey, ¿qué pasa? Ayer te llamé al celular como tres veces y no contestaste. Te escribí y no me respondiste. Hoy te busqué por la mañana y no te encontré. No nos hemos visto en todo el día. ¿Qué está pasando? – preguntó Alan, mostrando su preocupación.

Fue en ese momento cuando me di cuenta de que iba a hablar por primera vez en todo el día…

– Primero que nada, suelta mi mano. Estamos en la escuela, ¿recuerdas? – dije, soltando su mano y manteniendo una distancia prudente.

– No hay nadie aquí – respondió Alan, tratando de justificar su acción – Solo tú y yo.

– ¿Me dejas continuar? Por favor – dije con tono serio, y él guardó silencio, permitiéndome hablar. – Gracias. Segundo, ¿qué está pasando, me preguntas? ¿Qué estoy haciendo? Pues bien, estoy haciendo exactamente lo que me pediste: estoy actuando como si no te conociera, como si fueras solo mi profesor. ¿Te olvidaste de lo que me pediste ayer? Porque yo no lo olvidé, y ahora finjo que no significas nada para mí.

– Eso solo ocurre cuando Laura está aquí – respondió él, con una leve expresión de culpa en su rostro.

– Estoy empezando a creer que tú quieres negarme, que quieres volver con ella. Creí que me amabas – mi voz temblaba ligeramente, y un nudo en la garganta amenazaba con desatar mis lágrimas.

– Te amo de verdad, no entiendo por qué lo dudas… Sabes que hago esto porque es peligroso, pero… ella no está aquí ahora – intentó explicar él, con una mezcla de frustración y tristeza en sus ojos.

En ese momento, sonó el timbre y todos los estudiantes comenzaron a salir de sus salones, llenando los pasillos con un bullicio animado.

– Yo no diría eso si fuera tú – le advertí, mientras observaba cómo una rubia despampanante, con cuerpo de modelo, se acercaba hacia nosotros, captando la atención de todos a su paso.

– ¿Qué quieres decir? – preguntó él, confundido por mi enigmática advertencia.

Entonces, vi cómo la rubia se detenía frente a nosotros, con una sonrisa deslumbrante en su rostro.

– Lo comprenderás en 3… 2… 1… – susurré, mientras él me miraba desorientado, sin saber qué esperar.

Una voz chillona interrumpió nuestra conversación:

– ¡Alan! – giró sorprendido y la encontró frente a él.

– Laura, ¿qué haces aquí? – preguntó, desconcertado por su presencia.

– Tengo algunos asuntos que hacer aquí. Oh, lo siento – dijo, dirigiendo una mirada hacia mí – ¿Interrumpí algo? Oh, ya te conozco, ¿verdad? Eres la misma chica de ayer. También te interrumpí ayer, ¿no es así? Disculpa, seguro debes odiarme, pero no lo hago a propósito. Alan, puedo pasar más tarde si quieres.

– No, no te preocupes – respondí. – Nuestra conversación no es para nada importante.

– Bueno, ya que es así, y después de haber interrumpido un millón de veces, creo que lo correcto es presentarme. Mucho gusto, soy Laura Miller, vieja amiga de Alan – dijo, extendiendo su mano para saludarme.

Al principio, consideré no tomar su mano, o más bien, quería golpearla. Pero luego miré a Alan y vi la expresión nerviosa en su rostro. Así que levanté una ceja y dije:

– Mucho gusto, señorita Miller – respondí, estrechando su mano – Soy Brenda Brown, alumna del profesor Freeman. Ahora, si me disculpan, tengo clases. Nos vemos en su clase, profesor.

Me alejé hacia el salón de mi próxima clase, sintiéndome una mezcla de enojo y tristeza.

Narra Alan

Observé cómo Brenda se alejaba del lugar, perdido en mis pensamientos, hasta que Laura rompió el silencio:

– Es muy agradable tu alumna, me siento mal por interrumpirla siempre – comentó Laura, con una pizca de remordimiento en su voz.

– ¿Qué? Bueno, no importa. Dime, ¿qué haces aquí? – pregunté, curioso por su repentino interés en la escuela.

– Bueno, primero que nada, lamento no haberte dicho antes, pero resulta que mi papá es muy buen amigo del director de esta escuela. Y como se acerca la inauguración de la editorial de la que estaré a cargo, a ambos se nos ocurrió que sería genial invitar a algunos alumnos de esta escuela al evento. La biblioteca será enorme y queremos que la conozcan. El director me dijo que asistirán los mejores alumnos de tu clase de literatura, ¿no es genial? – explicó Laura emocionada.

– Es una gran idea – respondí, sintiéndome entusiasmado por la oportunidad.

– Obviamente, tú tendrás que estar ahí. Eres mi invitado especial. No me dejarás sola en mi gran noche, ¿verdad? – preguntó Laura, buscando mi confirmación.

– Claro, cuenta conmigo. Ahora, si ya tienes la lista de los estudiantes seleccionados, puedes llamarlos. Yo te presentaré y tú les dirás la noticia. ¿Te parece bien? – propuse, ofreciéndole mi ayuda.

– Claro… vamos – respondió Laura, emocionada por el plan.

Juntos, nos dirigimos hacia el siguiente paso de la organización.

Narra Brenda

Llegó la hora de la clase de Alan y tomé mi lugar en el salón. preparada para escuchar sus enseñanzas sobre literatura. Sin embargo, mi atención se desvió cuando vi que Alan no entró solo, sino que estaba acompañado por Laura. Sentí un nudo en el estómago al verla allí, Maldita sea, parecía que la veía en todas partes. Alan comenzó a hablar sobre la asistencia de los mejores alumnos de su clase a la inauguración de algo importante. Mis pensamientos se dispersaron, distraída por ver a Laura junto a él. Luego, ella empezó a hablar sobre la inauguración de una editorial y una biblioteca. La observaba detenidamente, buscando algún defecto en ella. No sabía si debía odiarla. ¿Por qué odiarla?

¿Por qué sentía esta mezcla de celos y resentimiento hacia ella? ¿Por ser la exnovia de Alan? ¿Por qué ella podía llamarlo por su nombre en público? ¿Porque ella parecía tener una conexión más cercana con él? Hasta ahora, ella no me había hecho nada, pero no podía evitar sentir una especie de rivalidad.

– ¡Brenda Brown! – exclamó Laura de repente, llamando mi atención.

Maldición, ese era mi nombre. ¿Qué había hecho? ¿De qué había estado hablando mientras estaba sumida en mis pensamientos? Me acerqué a Anabela, quien estaba a mi lado, y le susurré:

– ¿Qué pasó? ¿Por qué mencionó mi nombre?

Anabela me miró con incredulidad y respondió en voz baja:

– ¿Dónde tienes la cabeza, Brenda? Eres una de las mejores alumnas de la clase, la mejor estudiante de la escuela. No me sorprende que te haya mencionado. Creo que todos los mencionados deben ir con ella – respondió Anabela.

Miré a mi alrededor y vi que seis compañeros se dirigían hacia Laura. Los seguí. Maldita sea, en ese momento odiaba tener tan buenas calificaciones.

Laura nos llevó fuera del salón de clases y nos dirigió la palabra.

– Gracias por venir. Bueno, yo soy Laura Miller, dueña de la nueva editorial, librería y biblioteca que abrirán aquí. Los he convocado porque están invitados a la inauguración debido a sus excelentes calificaciones. Será una cena-baile y como les gusta la literatura, creo que les encantará asistir. Los espero y gracias. Ah, y no se preocupen, su profesor de literatura, el señor Freeman, estará allí también.

Nos entregó nuestras invitaciones para la Cena-Baile. Cuando me dio la mía, me brindó una sonrisa y dijo:

– Brenda… Me gustaría verte allí. Me contaron que eres la mejor estudiante de la escuela y también vi tu foto en el cuadro de honor. Será un honor tenerte en el evento.

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Capítulo 45: Cena – Baile

Narra Brenda

Una Cena – Baile. ¿Alan estará allí? ¿Qué tipo de broma es esta? Me resultaba difícil imaginar a Alan, Laura y a mí juntos en un baile.

Cuando regresé al salón de clases, Laura ya se había ido. Cuando la clase terminó, Esperé a que todos salieran antes de acercarme a Alan y arrojarle la invitación sobre su escritorio, mirándolo con curiosidad y cierta incredulidad.

Con una expresión que decía: «¿Puedes explicarme qué es esto?»

Alan tomó mi mano y dijo tranquilamente:

– Brenda, no tienes que ir si no quieres – su voz era serena.

– La pregunta es… ¿Tú qué quieres? ¿Quieres que yo esté ahí? Porque si voy, podría arruinar tu noche soñada con Laura – solté su mano, sintiendo una mezcla de emociones.

Comencé a caminar, pero él me jaló suavemente de la mochila y me abrazó.

– No me gustan los dramas, ¿entendido? – dijo con claridad.

– Y a mí no me importa todo esto – respondí enojada, con lágrimas amenazando con escapar. Salí corriendo sin mirar atrás.

Escuché que gritó mi nombre.

– Brenda, espera – su voz sonaba suplicante.

Salí y me encontré con Anabela, quien me esperaba pacientemente. Ambas nos dirigimos a su casa, necesitaba desahogarme y ponerme al día con ella. Le conté todo lo que había sucedido con Laura, la inauguración y demás.

– ¿Qué debería hacer? ¿Debería ir? – pregunté, buscando su consejo.

– No tienes que asistir si te sentirás incómoda, pero por otro lado, sería interesante ver cómo reacciona Alan al verte allí – respondió Anabela, luchando por llamarlo profesor en lugar de Alan.

Notaba que a Anabela le costaba llamarlo Alan, y a mí me costaba llamarlo profesor.

– No lo sé, no estoy segura de que esto sea una buena idea, además es mañana y ni siquiera tengo un vestido.

– Si ese es el problema – dijo Anabela, llevándome al cuarto de su hermana.

Anabela sacó un vestido hermoso: era de color azul cielo, me llegaba a la rodilla, tenía el cuello adornado con pedrería, era descotado y la espalda estaba completamente descubierta. Era simplemente espectacular.

– Solo lo ha usado una vez, en su graduación. Ni siquiera se dará cuenta de que te lo presté… y te quedará perfecto – dijo Anabela, colocando el vestido frente a mí.

– Este vestido es precioso, pero también es bastante provocativo – dije, mostrando mi preocupación.

– Es atrevido, pero créeme, cuando Alan te vea con esto, se quedará sin palabras. Si te animas, puedes usarlo. Piénsalo – sugirió Anabela.

Me fui a casa con el vestido. Pasé el resto del día haciendo mis tareas y limpiando mi habitación. Como me había levantado tarde, ni siquiera había tendido la cama.

Al día siguiente, como no había escuela, me desperté algo tarde, incluso más tarde que ayer. Fue alrededor de la 1 pm. Luego fui de compras con mi mamá y ella me animó a asistir al baile.

– Si te eligieron por tus buenas calificaciones, debe ser un honor ir, ¿no crees? Tantos años de sacrificios y madrugadas valen la pena para recibir un reconocimiento – dijo mi mamá, sin conocer toda la historia.

– Sí, claro, mamá, pero ninguno de mis amigos va a ir. No quiero estar sola durante todo el baile.

– Sí, pero Alan Freeman también va a estar allí, ¿no te agrada tu profesor? Siempre te has llevado bien con él – comentó mi mamá.

– Sí, mamá, claro que me cae bien, pero es mi profesor, no mi amigo – respondí.

«Pensé: ‘Es mi novio'», reflexioné en silencio.

Me encerré en mi cuarto, pasé más de medio día contemplando el vestido y la invitación. Faltaban apenas diez minutos para las 8, el evento empezaba a las 9 pm. En ese momento, decidí que sí quería ir. Anabela tenía razón, quería ver la reacción de Alan al verme ahí. Me arreglé rápidamente y el vestido lucía aún más espectacular cuando me lo puse. Mamá me ayudó a peinarme y, lista para la ocasión, tomé un abrigo. Papá se ofreció a llevarme en su auto, pero preferí ir en el mío. Les dije que después me quedaría a dormir en casa de Anabela, ya que estaba cerca. Metí una bolsa con ropa en el auto y me dirigí emocionada hacia el evento.

Cuando llegué, quedé impresionada por el lugar. La fiesta era sumamente lujosa y me sentí un poco incómoda al entrar sola. Un amable encargado me pidió mi abrigo para guardarlo, se lo entregué y luego ingresé al lugar.

La biblioteca era simplemente deslumbrante, parecía sacada de un sueño. Era la biblioteca más grande que jamás había visto, era como estar en un verdadero paraíso literario. En medio de la multitud, logré reconocer a Ángeles, una de mis compañeras que también había sido invitada. No quería estar sola, así que me acerqué a ella y estuvimos platicando animadamente. Aunque mis ojos no dejaban de buscar a Alan, no lograba encontrarlo en ningún lado.

– Me gusta tu vestido, te ves muy bonita, Brenda – dijo Ángeles con una sonrisa.

– ¡Oh, gracias! Eres muy amable. Tú también luces increíble. Debo admitir que al principio no estaba segura de venir – respondí, agradecida por su cumplido.

– ¿Pero por qué no querías venir? – preguntó Ángeles, curiosa.

– Bueno… todos me conocen, saben que siempre he sido tímida y, la verdad, sentía vergüenza o más bien miedo de estar en un evento tan elegante – expliqué, sintiendo un nudo en el estómago al recordarlo.

Seguíamos conversando cuando escuché una voz familiar… su voz. Era Alan, interrumpiendo nuestro diálogo con su saludo.

– Buenas noches, señoritas – dijo Alan, luciendo impecable en su esmoquin negro con una corbata de moño. Mi corazón dio un vuelco al verlo.

Volteé rápidamente hacia él, pero Ángeles, como si intuyera algo, tomó su celular y se alejó para contestar una llamada, dejándonos solos.

– Buenas noches, Brenda. Creí que no vendrías – dijo Alan, con una mezcla de sorpresa y alivio en su voz.

– No deberías creer cosas de las que no estás seguro – respondí, tratando de ocultar mi emoción y cierta molestia.

– No quiero pelear contigo, y mucho menos aquí… – dijo Alan, buscando una tregua.

– ¿Entonces qué quieres? – pregunté, marcando distancia para protegerme.

– Quiero hablar contigo – dijo Alan, con sinceridad en sus ojos.

– ¿Hablar conmigo? ¿Para qué? No quiero arruinar tu velada… Estás aquí por ella – dije, dejando escapar mi frustración y envidia.

– Por favor, acompáñame afuera – suplicó Alan, buscando una oportunidad para aclarar las cosas.

– ¿Ahora? – dije, mostrando mi renuencia.

Finalmente, acepté a regañadientes. Alan me condujo hacia el hermoso jardín que se encontraba afuera de la biblioteca.

Alan miraba de un lado al otro, asegurándose de que nadie nos viera. Me indicó que nos sentáramos, pero yo decidí mantenerme de pie, mostrando mi resistencia.

– No creo que sentarnos sea una buena idea, ¿no le parece, profesor Freeman? Seguramente tiene que regresar pronto al evento de su novia Laura, ¿o me equivoco? – dije, con un tono desafiante y cierta ironía en mis palabras.

– Brenda… por favor – dijo Alan, intentando calmar la tensión.

– ¿Qué? ¿Acaso estoy diciendo mentiras? – respondí, sin bajar la guardia.

– De verdad quería hablar contigo, pero con esa actitud no se puede.

– ¿Hablar conmigo? ¿Para qué? Ni siquiera sé si me amas de verdad… – expresé, dejando salir mis dudas y temores.

– ¿Por qué me haces esta pregunta? – preguntó Alan, visiblemente desconcertado.

– ¿Por qué no me la respondes ahora? ¿Me amas o no? – insistí, buscando una respuesta clara y sincera.

Justo en ese momento, la voz de Laura resonó a través del micrófono, interrumpiendo nuestra conversación:

«Su atención por favor, ahora procederemos a hacer el brindis para inaugurar este nuevo edificio. Solicito la presencia de todos. Gracias».

– Tienes que irte, ¿no? No creo que ella quiera notar la ausencia de su «invitado de honor» – dije, con una mezcla de sarcasmo y tristeza.

Alan me miró como si estuviera pidiendo perdón, pero yo simplemente negué con la cabeza, sin ceder en mi postura.

Se dirigió hacia donde estaba Laura, dejándome sola en medio de la confusión y el dolor.

Cuando volví a entrar al salón, un camarero se acercó ofreciéndome una copa de champán para el brindis. La tomé, tratando de ocultar mi desazón, mientras Laura comenzaba a hablar:

– Buenas noches y gracias a todos por venir. Esta editorial significa mucho para mi familia, pero en especial para mí, ya que es la primera en la que estoy a cargo. Realmente agradezco todo su apoyo. Quiero agradecer a mi papá, a mi mamá y a todos ustedes. También quiero dar un agradecimiento especial a Alan Freeman, mi invitado especial, quien estuvo asesorándome en todo este proceso. De verdad, muchas gracias. Brindemos y disfrutemos de esta hermosa fiesta – dijo Laura, con emoción y gratitud en su voz.

Todos alzaron sus copas en señal de celebración, pero mi mirada seguía fija en Alan. Mientras algunos aún brindaban, Laura le susurró algo al oído a Alan. Él sonrió y luego vi cómo ella lo besó… ¡Lo besó! Besó a mi novio.

Respiré profundamente, como si quisiera que fuera solo un sueño, una fantasía. Pero él ni siquiera se resistió al beso, permitió que ella lo besara.

No quería seguir viendo, no debía seguir viendo. Dejé la copa en la mesa y, antes de que las lágrimas brotaran, salí corriendo hacia el estacionamiento.

No quería llorar, no quería llorar. Subí al auto y comencé a conducir, y cuando me di cuenta, ya estaba llorando. No quise reprimir mis lágrimas, no podía ser fuerte todo el tiempo.

Lo que más me dolía era la traición de Alan, no de Laura. Seguía convenciéndome de que ella no tenía la culpa de nada. Después de todo, ella no sabía que él tenía novia. Fue Alan quien permitió que eso sucediera, fue Alan quien no le dijo que tenía novia. Y lo peor de todo era que nunca hubiera presenciado eso si nunca hubiera asistido a ese estúpido baile.

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Capítulo 46: Qué bien que mientes

Narra Alan

Me encontraba en la cena de inauguración junto a Laura, pero últimamente me sentía extremadamente confundido acerca de mis sentimientos.

Casi no podía ver a Brenda y, cuando lográbamos hablar, pasábamos la mayor parte del tiempo discutiendo. Tenía que admitir que yo mismo estaba empezando a dudar de nuestra relación.

Y creo que ella lo sospechaba.

En la cena-baile, de repente apareció Brenda. Dios mío, se veía tan hermosa. Nunca antes la había visto con un vestido tan provocativo como el que llevaba esa noche.

Decidí que era el momento de hablar con ella, de explicarle lo que estaba pasando por mi cabeza, la confusión que me embargaba. Pero Brenda no quería escuchar, no me dejaba hablar. Solo quería echarme en cara a Laura, y así no podíamos llegar a ningún lado.

– ¿Hablar conmigo? ¿Para qué? Ni siquiera sé si me amas de verdad… – dijo Brenda, con la voz entrecortada por la emoción.

Sus palabras resonaron en mi interior, cuestionándome de manera justa. En realidad, yo mismo no estaba seguro de lo que sentía.

– ¿Por qué me haces esta pregunta? – respondí, tratando de evadir su interrogante mientras la confusión seguía atormentándome.

– ¿Por qué no me respondes ahora? ¿Me amas o no? – me contestó, con lágrimas a punto de brotar.

Entonces, justo cuando estaba a punto de responder, Laura llamó para realizar un brindis. Como yo era su invitado, decidí acompañarla. Sabía que Brenda estaba enfadada, pero ya no sabía qué más decirle para calmarla, así que simplemente la dejé.

Laura comenzó a dar su discurso, agradeciendo a todos los presentes, y luego me agradeció a mí.

Durante todo el tiempo que duró su discurso, mis ojos no podían apartarse de Brenda, que se encontraba entre el público. Sus hermosos ojos estaban a punto de derramar lágrimas, y su presencia no salía de mi mente.

Después de terminar su discurso, Laura me susurró al oído:

– Estoy muy feliz de tenerte aquí, como en los viejos tiempos

Yo simplemente le sonreí, pero en mi interior solo podía pensar en Brenda. En un abrir y cerrar de ojos, Laura estaba frente a mí, a punto de besarme. Me quedé inmóvil, paralizado, sin saber qué hacer. Y cuando finalmente reaccioné, ya estaba besándome. Aunque recordaba sus besos, ya no me producían ninguna emoción… absolutamente ninguna. Fue en ese momento que me di cuenta de que mientras la besaba a ella, en realidad buscaba los labios y los besos de Brenda, mi Brenda…

Reaccioné de inmediato y supe que Brenda debía estar presenciando todo. Me separé bruscamente de Laura y mis ojos empezaron a buscarla desesperadamente. La vi alejándose… mi corazón empezó a latir más rápido al verla retirarse.

– ¿Qué? ¿Qué está pasando? – preguntó Laura, visiblemente alterada.

– ¿Qué te sucede? ¿Por qué me besaste? Laura, nuestra relación terminó hace tiempo – dije, manteniendo cierta distancia entre nosotros.

– Lo sé… lo siento, fue un impulso, yo…

– Tengo que irme – la interrumpí, disculpándome rápidamente. – Lo siento.

Y allí estaba yo, corriendo para alcanzar a Brenda, sintiéndome como un completo idiota por la forma en que la había tratado desde que Laura apareció en escena.

Salí apresuradamente al estacionamiento y logré ver a Brenda subiéndose a su auto. Quería alcanzarla, pero sabía que ya no tendría la oportunidad. Grité «¡Brenda, espera!» pero mis palabras se perdieron en el aire, sin llegar a sus oídos.

Sin ánimos de regresar a esa estúpida cena-baile, subí a mi auto y decidí que necesitaba estar solo. Ir a mi departamento no era una opción en ese momento, así que simplemente comencé a conducir, dejando que la carretera se convirtiera en mi única compañía.

Narra Brenda

Estaba en el auto, sin tener claro a dónde ir. No quería llegar llorando a la casa de Anabela, donde se suponía que me quedaría después de ese estúpido baile. Tampoco quería regresar a mi casa en este estado. Solo deseaba estar sola, en un lugar donde nadie me encontrara, donde nadie me molestara. Quería desaparecer.

Continué conduciendo sin rumbo fijo y, después de unos minutos, llegué al lago donde Alan me había llevado una vez a una cabaña.

Bajé del auto sin tener la intención de quedarme o entrar. Me apoyé en la puerta y, para mi sorpresa, esta se abrió sin querer.

Decidí entrar a la cabaña, aunque no tenía ni idea de quién era su propietario. La última vez que estuve aquí, pensé que era de Alan, pero ahora ya no lo sabía. Vi un sofá y me senté en él, dejando que las lágrimas siguieran fluyendo.

Pasó mucho tiempo desde que empecé a llorar. Solo podía pensar en cómo habíamos llegado a esta situación… Hace tiempo estábamos aquí, tan felices, y ahora… solo podía llorar. Luego limpié mis ojos y, justo cuando estaba a punto de levantarme del sofá para irme, escuché que alguien abría la puerta. Me puse muy nerviosa y sentí miedo. Cualquier persona podía haber entrado. Cuando me giré, vi que era… Alan.

Una parte de mí se sintió aliviada de que fuera él y no un desconocido, pero por otro lado, estaba dolida y no quería verlo.

– ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me encontraste? – dije enojada, sin poder ocultar mi sorpresa.

– Brenda, no puedo creer que estés aquí… te estaba buscando. Necesito hablar contigo… No tenía idea de que estabas aquí, pero algo me decía que viniera. Aunque no esperaba encontrarte.

– Si piensas quedarte aquí, yo me voy. No quiero estar contigo – respondí enojada, cruzando los brazos.

Mientras caminaba hacia la puerta, él tomó mi mano, deteniéndome.

– Por favor, necesitas escucharme, te lo suplico.

– ¿Necesito escucharte? No lo creo. ¿Por qué no le dices eso a Laura? – respondí, tratando de contener mi frustración.

– No te obligaré a que te quedes o a que me escuches. Solo te pido que me dejes hablar contigo y luego tú decides qué hacer esta noche y qué hacer… con lo nuestro. ¿Está bien? – dijo, con una mirada suplicante.

No sabía si debía escucharlo. No sabía qué hacer. Si lo hacía, él podría intentar convencerme con palabras bonitas para «arreglar» esto, o tal vez me lastimaría aún más. Pero la verdad era que no quería irme de allí. Quería estar con él, por muy tonto que suene.

– ¿Me dejarás hablar contigo? – preguntó, mirándome directamente a los ojos.

Ay, odiaba cuando su mirada se encontraba con la mía. Me resultaba imposible negarme.

– De acuerdo – respondí con tono serio, dejando escapar un suspiro. – Quiero ver qué tan bueno eres mintiendo.

– Primero que nada, quiero pedirte perdón por todo. Perdón por haberme comportado como un idiota contigo. Tienes toda la razón, he sido un completo tarado y me disculpo por ello. Perdón por ignorarte, por estar con ella y por lo que sucedió esta noche. La verdad es que hasta hace unas horas estaba confundido. La reaparición de Laura en mi vida me hizo dudar de lo que realmente sentía por ella. Pero cuando me besó, me di cuenta de que en realidad estaba buscando encontrarte a ti.

– ¿Qué dices?

– Cuando la besé, esperaba encontrar el sabor de tus labios, encontrarte a ti. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que tú eres la única a la que amo. Ella es parte de mi pasado, pero tú eres el presente que quiero vivir día a día. Quiero que seas mi futuro… pero para eso necesito tu perdón.

– Yo… yo no lo sé. Si esta vez dudaste de nuestro amor, no me será fácil confiar en ti nuevamente en el futuro… No sé si es bueno confiar en ti.

Alan se colocó frente a mí, arrodillándose en el suelo para que nuestras miradas se encontraran.

– Brenda… mírame a los ojos – me pidió dulcemente.

Yo me negué y giré mi cabeza, pero él tomó delicadamente mi rostro, obligándome a mirarlo a los ojos. Y entonces lo vi, esos ojos color azul cielo que me atrapaban.

– Te amo de verdad y estoy muy arrepentido de lo que hice – me confesó.

Sus ojos tenían algo especial, un brillo que transmitía sinceridad. Quería confiar en él, pero no sabía si debía hacerlo.

– ¿Me perdonarías? – me preguntó, esperando mi respuesta.

Lo siguiente que hice quizás parecía un error, pero no pude evitarlo. Me abalancé sobre él y Alan me rodeó con sus brazos, susurrándome al oído:

– Eres mía, eres mi todo. Eres mi presente y quiero que seas mi futuro. Si no estás conmigo, estoy perdido.

Hizo que nuestras caras se encontraran y nos besamos. Era increíble cómo en un beso podía sentir su sinceridad. Ambos nos amábamos.

Ninguno de los dos se separó un solo instante. Nuestro beso continuó, ahora más intenso. Él posó sus manos en mi cintura y me levantó ligeramente, mientras yo acariciaba su espalda por debajo de su saco.

– No te he dicho lo hermosa que estás esta noche, ¿sabes…?

– Shhhh – dije, poniendo mi dedo índice sobre sus labios. – No hables.

Continuamos besándonos, y la intensidad aumentaba. Mis manos se deslizaron por su pecho, debajo de su saco, mientras él comenzaba a besar mi cuello. Sentía cómo me derretía, no quería que se detuviera. Él me apretaba cada vez más contra él, y con cada beso, el deseo crecía aún más. Luego, sus labios se posaron en mi oreja, y sentí cómo me desarmaba en sus brazos.

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Capítulo 47: Noche de Pasión

Narra Brenda

Alan colocó sus manos en mi cintura mientras yo rodeaba su cuello con mis brazos. Nuestros besos eran apasionados, y en cada uno de ellos sentía cómo aumentaba mi deseo por él.

– Te amo, Brenda – suspiró Alan, dejando escapar sus sentimientos en un susurro.

En ese momento, me quedé sin palabras. Me perdí en sus caricias, sintiendo cómo acariciaba suavemente mi pecho por debajo de mi vestido. A su vez, mis manos exploraban su espalda, deslizándose con ternura bajo su saco.

Justo cuando Alan estaba a punto de deslizar el vestido por mis hombros, se detuvo y me miró directamente a los ojos.

– Brenda… ¿Estás segura de que quieres hacer esto? ¿Realmente deseas que esto suceda? –preguntó con una mezcla de preocupación y deseo en su voz.

Me tomé un momento para reflexionar. Él me estaba dando la oportunidad de decidir si quería dar este paso tan esperado. Sin embargo, mis sentimientos eran claros y no necesitaba palabras para expresarlos. Simplemente volví a unir nuestros labios en un beso apasionado, dejando que mis acciones hablasen por sí mismas.

En ese instante, supe que no había vuelta atrás.

Alan me levantó en sus brazos, y rodeé su cintura con mis piernas mientras él me llevaba a la habitación. Cada beso en el camino aumentaba la anticipación y el deseo entre nosotros. Con suavidad y cuidado, me acostó sobre la cama, tratándome como si fuera una frágil muñeca de porcelana. Y con la misma delicadeza, sentí cómo su cuerpo se unía al mío.

Sus labios recorrieron los míos, descendiendo lentamente por mi cuello hasta llegar a mis pechos, donde sus caricias se volvieron más intensas. Cada contacto era una promesa de pasión y entrega.

Hasta llegar a mi ombligo, donde sus labios se detuvieron, dejando un rastro de anticipación en mi piel. En ese momento, el aire se cargó de un deseo palpable, mientras nuestras miradas se encontraban, comunicando sin palabras la intensidad del momento.

– Cariño… Si en algún momento quieres que pare, solo dímelo. No quiero hacer nada que no desees – murmuró Alan, excitado y suspiró.

– No quiero que pares, estoy segura de esto – susurré con excitación y suspiré.

Nos sentamos juntos en la cama y, con mis manos temblorosas de anticipación, comencé a desabrochar lentamente su saco, deslizándolo con suavidad hasta que finalmente se desprendió. Mientras mis labios se encontraban con los suyos en besos dulces como la miel, desabroché su camisa con cuidado, liberando su pecho desnudo.

Luego, nos pusimos de pie, sintiendo la electricidad en el aire, y con una delicadeza exquisita, desabotoné su pantalón, deslizándolo por sus piernas hasta que quedó completamente desnudo. Mientras mis labios se fundían con los suyos en un beso apasionado, con manos temblorosas, me deshice lentamente de mi vestido, dejando al descubierto mi cuerpo desnudo.

– Eres hermosa, Brenda… eres una visión de mujer – suspiró Alan, con admiración en sus ojos.

Nuestros ojos se encontraron en un momento cargado de deseo y confianza mientras me acostaba con suavidad en la cama. Sus labios recorrieron mi piel, dejando un rastro de besos y susurros por mi cuello, descendiendo lentamente hacia mis pechos, hasta que finalmente llegó a mi ombligo.

– Mmmm, Alan – gemí su nombre con placer – Alan, me encanta – suspiré, entregándome por completo al momento.

Luego, con un giro suave, me encontré encima de él. Sus labios se encontraron con los míos mientras sus manos acariciaban mi espalda con ternura. Poco a poco, despojó mi cuerpo del sostén, mientras mis labios exploraban su cuello, sus hombros y descendían por su pecho, explorando cada centímetro de su piel con besos apasionados.

Cuando sus labios llegaron a la zona debajo de mi ombligo, con manos hábiles y llenas de deseo, deslizó suavemente la última prenda que me quedaba, dejando mi cuerpo completamente desnudo ante él. En ese instante, sentí una mezcla de excitación y vulnerabilidad, entregándome por completo a la pasión que nos consumía.

Aunque Alan notaba mi ligera inseguridad, siendo mi primera vez, me tranquilizó con su presencia y suavidad, asegurándome que iríamos a mi ritmo y que estaría allí para cuidar de mí.

– ¿Estás segura? – suspiró Alan, casi suplicando, esperando una respuesta positiva. Busqué sus labios con los míos en un beso apasionado, transmitiéndole mi deseo y confianza.

Jadeé al ver cómo Alan se deshacía de la última prenda que cubría su cuerpo, revelando su figura dura y elegante. Cada centímetro de su cuerpo despertaba en mí una excitación incontrolable.

Alan vestido era cautivadoramente sexy, parecía un dios en carne y hueso. Suspiré, reconociendo que se había convertido en la personificación de mis fantasías más salvajes.

Sus manos descendieron con suavidad por mi vientre, dejando un rastro de calor y electricidad en su camino. Cada caricia y beso suyo exploraba mi cuerpo, despertando sensaciones que me hacían temblar de placer.

– Mmmm, Alan, Alan, Alan – gemí su nombre, entregándome a las sensaciones abrumadoras que él despertaba en mí.

Empecé a mover mi cadera con ansias, pero Alan se detuvo, dejándome impaciente y anhelante. Levantó su cuerpo ligeramente y alcanzó la mesita de noche, sacando un envoltorio plateado. Su sonrisa me tranquilizó, sabiendo que estábamos tomando las precauciones necesarias.

Notando mis nervios, Alan me miró fijamente.

– ¿Quieres que pare?- preguntó, suspirando.

– No – respondí con convicción, sintiendo la confianza y el deseo arder en mi interior.

– ¿Segura? – volvió a preguntar, buscando la confirmación de mi consentimiento.

– Sí – respondí, dejando claro mi deseo y mi entrega total.

Nuestros cuerpos se fundieron en un abrazo apasionado, sintiendo la presión de su pecho contra mis pechos. Me miró a los ojos, buscando una conexión profunda mientras me acariciaba el rostro. Luego, su mirada se deslizó por mi cuerpo desnudo, pidiendo permiso sin palabras.

Le sonreí, dándole mi consentimiento silencioso, y sentí cómo su miembro se deslizaba en mi zona, provocando una oleada de placer y cosquilleo por todo mi ser.

Conforme Alan empezó a empujar, un dolor punzante comenzó a apoderarse de mí, provocando una exclamación de angustia.

– Aaaaaaaaaaa, Alan, duele – exclamé, sintiendo cómo el dolor se intensificaba.

Alan, con voz suave y llena de amor, trató de tranquilizarme.

– Tranquila, amor… pronto ese dolor pasará… te prometo que seré muy cuidadoso – susurró, transmitiéndome su compromiso de hacerme sentir segura y protegida en ese momento tan íntimo.

Comenzó a moverse con suavidad, cuidando de mí en cada movimiento. El dolor inicial se disipó gradualmente, reemplazado por un placer indescriptible. Nos entregamos el uno al otro, explorando nuestros cuerpos con pasión y ternura. Estuvimos así, en un vaivén de éxtasis, hasta que ambos alcanzamos el clímax.

Nos acurrucamos juntos, sintiendo nuestros corazones latir en sintonía, mientras Alan acariciaba mi cabello con dulzura.

– Debe ser un cliché total esta posición, yo recostada en tu pecho desnudo, cubierto por una sábana – dije con una sonrisa pícara mientras mis labios rozaban su pecho y él acariciaba mi cabello.

– Fue hermoso, Brenda – dijo Alan, mirándome a los ojos con admiración y cariño.

La expresión en su rostro fue suficiente para transmitir todo lo que necesitaba saber.

Alan deslizó suavemente la punta de su dedo por mi piel, trazando un «A+» que me hizo sonreír. Con un tono juguetón, dijo:

– Tiene la mejor calificación, Señorita Brown

Nuestros ojos se encontraron en un momento cargado de complicidad y diversión.

Después de ese instante, nos quedamos en silencio, disfrutando de la cercanía y la intimidad compartida. Sentí cómo Alan acariciaba mi espalda con ternura mientras yo me perdía en sus ojos.

Desperté lentamente, recordando los momentos mágicos de la noche anterior. Me di cuenta de que estaba en la cama de la cabaña, desnuda y envuelta en los brazos de Alan. Una sonrisa se dibujó en mi rostro al recordar la pasión y el amor compartidos.

Me moví suavemente, acercándome a Alan, quien aún dormía a mi lado. Observé su rostro sereno y sentí una oleada de amor abrumador. No pude resistir la tentación de besar su frente y sus labios, despertándolo con cariño.

– Perdón… ¿te desperté? – dije con una sonrisa tímida.

– Buenos días, hermosa. Es un encanto despertar así – respondió Alan, con una mirada llena de amor y admiración.

– Buenos días, Alan – le saludé, sintiendo una conexión especial entre nosotros.

– ¿Dormiste bien? – preguntó, preocupado por mi descanso.

– Bueno, lo poco que dormí, se puede decir que sí. Estar en tus brazos me hizo sentir segura y protegida – respondí, expresando mi gratitud por su presencia.

– No sabes lo hermosa que te ves al despertar. Cada mañana es un regalo poder contemplar esta imagen – confesó Alan, llenando mi corazón de alegría y amor.

– No hay precio que pueda igualar la belleza que irradias al despertar. Daría cualquier cosa por poder contemplar esta imagen cada mañana – expresó Alan, con una mirada llena de admiración y amor.

En sus palabras, pude sentir la sinceridad y la intensidad de sus sentimientos hacia mí. Su declaración me hizo sentir apreciada y valorada en todo mi esplendor.

Nos acercamos de nuevo, sellando nuestro amor con otro dulce beso.

– ¿Alan?

– Dime.

– Ayer, con todo lo que pasó, ni siquiera se me ocurrió preguntar… ¿Esta es tu cabaña? ¿O de quién es? No me gustaría enterarme de que estoy en la cama de un desconocido.

– Tranquila, amor. Esta cabaña es mía, la compré después de la primera vez que estuvimos aquí juntos. La adquirí para que sea nuestro refugio de amor… Por cierto, tengo algo de hambre. Vamos a la cocina, te cocinaré algo…

– Sí, yo también tengo hambre… pero primero quiero darme una ducha.

Tomé la ropa que había preparado en el auto y me dirigí a la ducha. Mientras el agua caía sobre mi cuerpo, no podía dejar de sonreír. Estar con Alan, haber pasado la noche juntos, era un sueño hecho realidad. No quería separarme de él ni un segundo. Salí de la ducha y me arreglé el cabello. Luego, fui a la cocina, maravillada por la belleza de la cabaña.

– Huele delicioso…

– Estás mintiendo… no sé cocinar… ni siquiera sé qué es esto – dijo riendo.

– No te preocupes, te echaré una mano.

Así que nos pusimos manos a la obra, preparando el desayuno juntos. Cada instante era una mezcla de risas y complicidad.

– Creo que es hora de regresar a mi casa. Si llego más tarde, mi mamá hablará con Anabela y se dará cuenta de que no estuve con ella. Ana ya ha mentido demasiado por mí.

– Está bien… entonces te llevaré a casa.

– Pero no puedo dejar mi auto aquí y regresar en otro.

– No quiero separarme de ti – dijo Alan, haciendo un puchero.

– No iré tan lejos. ¿Te veré en la tarde?

– Tengo una reunión, así que no podré. Pero mañana no te me escaparás.

– Está bien, creo que podré sobrevivir hasta mañana», dije jugando con mi cabello.

– Brenda… no quiero tocar el tema de ‘Laura’, pero quiero que sepas que le pedí que se fuera de mi departamento. Sé que estarás más tranquila con eso. Además, ahora que fue la inauguración de su editorial, no tengo ningún asunto que tratar con ella.

– Te amo por esto. Solo quiero lo mejor para nosotros. ¿Eso está bien?

– Lo tendrás, querida. Lo tendrás.

Me tomó de la cintura y nuestros labios se encontraron en un apasionado beso. Sin soltarnos, comenzamos a caminar hacia la puerta, nuestros cuerpos aún unidos en un abrazo. Con una mano, él abrió la puerta mientras la otra seguía aferrada a mi cintura. Salimos al exterior, sin interrumpir el beso, y continuamos caminando hacia mi auto. Con una mano, abrí la puerta y con la otra seguía sosteniendo su cuello. Finalmente, subí al auto y bajé la ventanilla para poder besarlo una vez más antes de partir.

Nos despedimos con una sonrisa en los labios y emprendí el camino de regreso a casa. Durante el trayecto, mi mente estaba llena de recuerdos de ese momento mágico.

Al llegar a casa, me encontré con mi madre.

– Hola, mamá.

– Hola, hija. ¿Cómo te fue?

– Fue increíble, mamá – respondí con entusiasmo.

– ¿El evento estuvo genial?

– Por supuesto, ¿de qué otra cosa podría hablar? – dije con una sonrisa nerviosa.

– Me alegra verte tan feliz. Necesito tu ayuda, hoy es la comida de profesores de tu escuela y vamos a hacerla aquí en casa. Tu padre y yo nos ofrecimos como voluntarios.

– ¿Todos mis profesores vendrán aquí?

– Sí, y necesitaré tu ayuda. Tu hermana está en época de exámenes y no estará disponible hasta la noche.

– ¿Dónde está papá?

– Fue a terminar de traer sus cosas.

– Entonces, ¿es oficial? ¿Vamos a vivir juntos de nuevo?

– Sí, hija – dijo mi madre con una sonrisa llena de alegría.

Después de la emocionante noticia, me uní a mi madre en la cocina para ayudarla con los preparativos.

Poco a poco, los profesores de mi escuela comenzaron a llegar a casa. Era la primera vez que mis padres se ofrecían como voluntarios para organizar esta comida, lo que la hacía aún más especial.

– ¿Puedes encargarte de abrir la puerta? – me llamó mi madre desde la cocina.

– ¿Esperas a alguien más? Pensé que todos los profesores ya habían llegado.

Me dirigí hacia la puerta y, al abrirla, me di cuenta de que todos los maestros estaban presentes, excepto uno… Alan.

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Capítulo 48: Coincidencias

Narra Brenda

– ¿Qué haces aquí? — le pregunté sorprendida al verlo parado ahí.

– Me dijeron que aquí era la reunión de profesores, ¿no es así? Yo soy profesor de esa escuela – dijo, formándose una sonrisa en su rostro.

No pude evitar sonreír también.

– Qué tonto eres, ¿por qué no me lo dijiste en la mañana? Vamos, pasa.

Claro… había olvidado que él también era profesor de mi escuela y también lo habían invitado.

– Esto es para ti – dijo, entregándome un ramo de rosas.

Iba a agradecerle, pero en ese momento llegó mi mamá y nos interrumpió, ya no pude decir nada.

– Hola, Alan, te estábamos esperando. ¿Vienes solo? Te dije que podrías traer a tu novia.

Él sonrió y respondió:

– Gracias, pero mi novia está ocupada en este momento – volteó a mirarme, tenía miedo de que fuera muy obvio.

– ¿Y esas rosas, hija? Son muy bonitas.

– Ah, sí, el profesor Freeman las trajo para adornar la mesa – dije nerviosa – Gracias, profesor – tratando de disimular.

– No hay de qué – dijo Alan sonriendo.

Él se sentó en la mesa con los demás maestros y yo fui a ayudar a mamá en la cocina.

– ¿Puedes sostener esto, por favor? — me pidió, dándome un cucharón.

Mientras cocinábamos, aprovechamos para tener una plática madre e hija, algo que no hacíamos desde hace tiempo.

– Entonces, hija… ¿Estás enamorada de alguien?

Me sonrojé… ¿acaso era tan evidente que estaba enamorada? Por alguna extraña razón, le respondí:

– Sí, mamá – bajando la mirada.

– Cuéntame sobre él, hija. Comparte tu felicidad conmigo.

Comencé a contarle sobre Alan, pero lógicamente no le dije su nombre ni su edad.

Después, mi mamá me miró a los ojos.

– Se nota que estás enamorada, nunca te vi tan radiante y con una sonrisa tan perfecta.

Mientras ayudaba a servir la sopa, sonó el timbre.

– ¿Más maestros? – pregunté.

– No lo sé, ve a abrir.

– Pero tengo esto en las manos – dije, sosteniendo la sopa caliente.

– No te preocupes, puedo ir a abrir si no les molesta – ofreció Alan, quien parecía haber estado escuchando nuestra conversación con mamá.

– Muchas gracias, Alan – agradeció mi mamá.

Narra Alan

Abrí la puerta y me llevé una gran sorpresa al encontrarme con Laura.

– Laura, ¿qué haces aquí? – pregunté sorprendido.

– Alan, ¿qué haces tú aquí? – respondió sorprendida al verme.

– Por favor, responde a mi pregunta – insistí.

– Yo vine a entregar este abrigo que se olvidaron en mi evento de anoche… por suerte la dueña, amm «Brenda», dejó sus credenciales adentro y pude ver que era de ella… ¿Qué haces tú en su casa?

– Tengo una reunión de trabajo aquí – expliqué.

– Bueno, yo tengo que entregar esto… ¿Está la señorita propietaria de este abrigo?

Narra Brenda

Alan tardaba en la puerta, así que fui a ver qué ocurría. Me sorprendí al ver a Laura. ¿Qué hacía ella aquí? Al verme, dijo:

– Oh, eres Brenda, ¿verdad? Toma, esto es tuyo – dijo, entregándome mi abrigo – te lo olvidaste anoche en el baile. ¿Por qué te marchaste tan rápido?

Me quedé sin palabras, miré a Alan buscando una respuesta. No dije nada y, de repente, mamá apareció detrás de nosotros.

– ¿Qué sucede aquí?

– Nada, mamá. Tenemos visita – respondí.

– Oh, hola. Soy Laura Miller – se presentó, extendiendo su mano.

– Oh, debes ser la novia de Alan – asumió mi mamá, estrechando su mano – Pasa, por favor.

– Ella no es… – intentó aclarar Alan.

– Vamos, todos al comedor – interrumpió mi mamá – La comida ya está lista.

De repente, Laura estaba en mi casa con Alan y yo, sin comprender qué sucedía. Quería gritarle que no lo tocara.

– Alan, qué bien que trajiste a tu novia. Es refrescante tener a jóvenes entre nosotros – bromeó mi mamá, provocando risas entre los profesores.

– Ella no es mi… – Alan intentaba aclarar, pero siempre era interrumpido.

Laura se sentó junto a Alan, donde se suponía que yo me sentaría. Me quedé de pie, viendo cómo coqueteaba con él.

– Hija, siéntate. ¿No vas a comer?

No quería sentarme y ver a Laura coqueteando con mi novio, pero si me iba, levantaría sospechas. Además, quería ver cómo reaccionaba Alan.

– Sí, mamá – respondí, y me senté frente a Alan.

Durante la comida, Laura no cesaba de coquetear con Alan. Ya no lo soportaba y necesitaba alejarlo de ella. Discretamente, deslicé mi mano por la mesa, tomé un vaso de jugo y derramé el líquido sobre Alan. Él se levantó y yo fingí que había sido un accidente.

– ¡Ay, perdón, profesor Freeman! – exclamé levantándome y tomando una servilleta – Fue un accidente.

Me acerqué a Alan para secar su saco con la servilleta.

– Hija, debes tener más cuidado… mira lo que has hecho – reprochó mi mamá.

– Sí, mamá, lo siento, profesor – respondí, tomando otra servilleta de la mesa.

– No hay problema… los accidentes pasan – dijo Alan, pareciendo notar que lo había hecho a propósito.

– Venga conmigo, le daré un traje de mi esposo y pondré eso en la lavadora – ofreció mi mamá.

– No hace falta que se moleste – se opuso Alan.

– Mamá, puedo acompañarlo yo, quiero reparar mi error – propuse.

– Está bien, Brenda… es correcto que repares tus errores – aceptó mi mamá.

– Insisto que no hace falta – insistió Alan.

– Sí, hace falta – dijo mi mamá – No puedes quedarte con el traje mojado… Brenda, acompaña a tu profesor y dale un traje de tu padre.

Asentí con la cabeza y luego dije:

– Acompáñeme por aquí, señor Freeman.

– Con permiso – dijo Alan, siguiéndome.

Subimos las escaleras y lo llevé hasta el cuarto de mis padres.

– De verdad, lo siento… supongo que soy muy torpe – dije.

Alan me tomó de la cintura y me atrajo hacia él.

– Me encanta tu torpeza… – dijo, acercando sus labios a los míos.

– ¡Alan, aquí no! – exclamé, con la respiración entrecortada.

– No puedo evitarlo – dijo, también con la respiración entrecortada – Eres muy bella… tenerte tan cerca me provoca besarte.

Después me besó y yo no pude resistirme. Comencé a quitarle su saco para que se se lo cambiara.

– Si sigues haciendo eso, no voy a poder resistirme – dijo, sonriendo y mirándome a los ojos.

Logré quitarle su saco y comencé a desabotonarle la camisa.

– Esto es mejor que desvestirme solo – dijo Alan, con una sonrisa juguetona mientras me miraba a los ojos.

El roce de su piel desnuda contra mi mano envió una oleada de electricidad a través de mi cuerpo. Mi pulso se aceleró, mi corazón latió con fuerza en mi pecho y mi respiración se volvió entrecortada. Sentí una intensa conexión entre nosotros, una atracción magnética que era difícil de resistir. Por un momento, me tenté a empujarlo hacia la cama y dejarnos llevar por el deseo que nos consumía. Pero entonces, la realidad de la situación volvió a mí.

– Buscaré algo que te puedas poner – dije, tratando de controlar mi voz temblorosa. Rápidamente, me dirigí al armario de mis padres en busca de un traje de mi padre. Mientras Alan continuaba desvistiéndose, sentí cómo mi corazón latía con una mezcla de excitación y nerviosismo. Cuando me di la vuelta, me encontré con la imagen tentadora de Alan en ropa interior.

Tragué saliva, intentando mantener la compostura. – Aquí tienes – dije, extendiéndole el traje que había encontrado. Sus dedos rozaron los míos mientras tomaba la prenda, enviando un escalofrío por mi espina dorsal. Observé cómo comenzó a vestirse lentamente, cada movimiento acentuando su atractivo.

– Iré a llevar tu traje a la lavadora – dije, luchando por mantener la calma. Salí de la habitación, sintiendo el calor en mis mejillas y el latido acelerado de mi corazón.

Mientras caminaba hacia la lavadora, mi mente estaba llena de pensamientos y emociones encontradas. Quería estar cerca de Alan, dejarme llevar por la pasión que había surgido entre nosotros. Pero también sabía que había expectativas y compromisos que nos esperaban abajo, y no podía ignorarlos por completo.

Llegué a mi habitación y cerré la puerta detrás de mí. Necesitaba un momento para procesar todo lo que estaba sucediendo. Me apoyé contra la pared, sintiendo mi respiración agitada. ¿Qué estaba pasando entre Alan y yo? ¿Podríamos resistir la tentación que nos envolvía? Estaba claro que había una conexión poderosa, pero también había mucho en juego.

Narra Alan

Terminé de ajustar mi camisa y, con curiosidad, comencé a buscar a Brenda por la casa. Abrí y cerré varias puertas, buscando señales de su presencia. Finalmente, llegué a su cuarto y allí estaba ella, de pie junto a la ventana, perdida en sus pensamientos.

Me acerqué con cautela, sin querer interrumpir su momento de reflexión. Nuestros ojos se encontraron cuando me acerqué.

Narra Brenda

Estaba sumida en mis pensamientos cuando, de repente, sentí unas manos tomar mi cintura. Me giré rápidamente, sorprendida por la presencia de Alan frente a mí.

– ¿Estás loco? ¿Por qué me seguiste hasta aquí? – pregunté, con un tono de voz que mezclaba sorpresa y molestia.

Alan parecía incómodo y trató de justificarse.

– No tengo ganas de estar ahí abajo – dijo, con una mirada evasiva.

Sus palabras me recordaron a Laura, la persona que todos creían que era su novia. Sentí un nudo en el estómago, pero decidí mantener la compostura.

– Claro… porque ahí está la persona que todos creen que es tu novia – respondí, tratando de ocultar mi decepción.

– No te enfades conmigo, no sabía que vendría, no tengo idea de cómo se enteró – se disculpó Alan, con una expresión de sincera confusión.

Intenté controlar mi frustración y respondí de manera más serena:

– Da igual… – respondí, intentando mostrar indiferencia.

Alan se sentó en mi cama y elogió mi habitación y mi cama.

– Qué bonito cuarto tienes – comentó, admirando el entorno – Y tu cama también es preciosa.

Sentí un ligero rubor en mis mejillas por su halago, pero rápidamente recordé la situación incómoda en la que nos encontrábamos.

– ¡Alan! Cálmate, alguien podría vernos… será mejor que bajemos antes de que comiencen a sospechar – le dije, instándolo a actuar con cautela.

– Después de ti, hermosa – respondió, ofreciéndome el paso.

Antes de salir de mi habitación, Alan me tomó del brazo y me besó. Sentí una mezcla de emociones, desde la excitación hasta el nerviosismo. Aunque me resultaba difícil resistirme a sus encantos, sabía que debíamos ser cautelosos.

– Lo siento – dijo él, con una sonrisa juguetona – No pude resistirme.

Sonreí, incapaz de negar la atracción que sentía hacia él. Salimos de mi habitación y bajamos las escaleras. Una vez abajo, me dirigí a Alan para informarle sobre su traje.

– Listo, profesor Freeman… su traje está en la lavadora – le dije, intentando mantener la compostura.

– Muchas gracias, señorita – respondió él, mostrando gratitud en sus ojos.

Nos sentamos a la mesa para terminar la comida y luego nos trasladamos a la sala. Laura se sentó junto a Alan, y yo luché por contener mi frustración, recordándome a mí misma que debía ser paciente y discreta.

Narra Alan

– Laura, no tenías por qué haberte quedado – le susurré a Laura mientras nos sentábamos en la sala.

– Bueno, Alan, todos han sido muy amables conmigo – respondió Laura.

En ese momento, un profesor se dirigió a Brenda.

– Aprovechemos que tenemos una estudiante entre nosotros – dijo el profesor – Señorita Brown, ¿cuál es su materia favorita?

Brenda sonrió y respondió con entusiasmo.

– Me gusta todo, pero si tuviera que elegir, diría que Literatura.

Su sonrisa iluminaba la habitación, y no pude evitar sentirme atraído por su encanto. Sin embargo, tuve que contener mis impulsos y mantener la compostura.

– Es verdad lo que dice – comentó su mamá

De repente, la madre de Brenda se acercó al armario y sacó una caja. Al abrirla, reveló una colección de cuadernos. Noté que Brenda se puso nerviosa, como si intentara evitar que leyéramos lo que había dentro.

– Mamá, ¿qué estás haciendo? – preguntó Brenda, visiblemente alterada.

– Quiero que todos vean tu talento, cariño – respondió su madre con ternura.

– Desde pequeña le ha apasionado la Literatura… Aquí están todos los cuentos que ha escrito desde los 10 años – añadió, mostrando orgullosamente los cuadernos.

La miré con admiración, impresionado por su talento y pasión por la escritura. Era evidente que la Literatura era algo que la inspiraba desde temprana edad.

Narra Brenda

Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras observaba a mis profesores sosteniendo mis cuadernos de cuentos. Para mi sorpresa, Alan tomó uno y, aún más inesperado, Laura también agarró otro.

– Por favor, no – supliqué, con voz temblorosa.

– Este es realmente bueno – comentó Alan, ya había leído los dos primeros capítulos.

– Y este también – añadió Laura, también había leído los primeros capítulos.

Sentí un nudo en el estómago y bajé la mirada, sintiéndome vulnerable.

– No, solo están tratando de ser amables. Esos cuentos los escribí cuando era niña – admití, con una mezcla de vergüenza y humildad.

Mi madre intervino, tratando de darme ánimo.

– Hija, confía en tus profesores… ellos tienen la capacidad de reconocer el talento literario, ¿no crees?

Los profesores asintieron al unísono y expresaron su admiración.

– De verdad están muy bien escritos – afirmaron, llenos de sincero aprecio – Tienes un talento innegable.

Agradecí con un simple «gracias», incapaz de articular más palabras. Observé cómo leían mis cuadernos hasta el final, haciendo comentarios positivos sobre mis escritos. Aunque los elogios eran alentadores, no pude evitar sentirme nerviosa. Para mi mala suerte, Laura agarró el cuaderno más reciente, aquel que hablaba de mi historia con Alan. Aunque había cambiado los nombres, temía que descubriera la verdad oculta entre las líneas.

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Capítulo 49: Estabas equivocada

Narra Alan

La cena no estuvo tan mal, pero habría sido perfecta si Laura no hubiera estado allí. Después de terminar la comida rápidamente, solo quería alejarme de Laura. No entendía por qué estaba allí. No pude despedirme en persona de Brenda, así que solo le envié un mensaje.

Al salir y dirigirme hacia mi automóvil, Laura no se separaba de mí.

– Bueno, adiós, Laura – dije, insinuando que se fuera.

– Alan… tengo algo importante que decirte – dijo.

– No creo que sea buena idea – dije, tratando de alejarme de ella.

– Es importante… de hecho, es un tema de negocios – insistió, buscando captar mi atención.

– ¿De negocios? Bueno, dilo ya – accedí, curioso por saber qué tenía que decir.

– No quiero hablar de negocios aquí en tu auto. ¿Podríamos ir a un café? – propuso, buscando un lugar más privado para conversar.

Lo pensé un momento, dudando, especialmente porque no quería tener problemas con Brenda.

– Solo es por negocios, te lo prometo – dijo.

– Está bien, creo que hay un café a unos metros de aquí. Nos encontramos allí – acordamos, antes de separarnos ella subió a su auto.

Mientras me dirigía hacia mi automóvil, no pude evitar mirar hacia la casa de Brenda. Para mi sorpresa, la vi asomándose por la ventana de su cuarto. Su sonrisa encantadora iluminó mi corazón, y no pude contener una sonrisa en respuesta. Besé la palma de mi mano y soplé en su dirección, viendo cómo ella respondía de la misma manera.

Después de unos minutos, nos encontramos en el café, listos para adentrarnos en esa conversación de negocios que Laura tanto insistía. Aunque mi mente estaba llena de preguntas y preocupaciones, no podía evitar sentir la emoción de estar cerca de Brenda nuevamente.

– ¿Y bien? – pregunté, esperando ansioso la respuesta de Laura.

– Bueno, primero sé que esto debe ser muy raro después de lo que pasó anoche, después de que te besé. Aunque realmente no entiendo por qué hay tanto conflicto, no es como si estuvieras con alguien – dijo Laura, con cierta confusión en su voz.

Cuando me dijo eso, una mezcla de emociones me invadió. Quería gritarle que estaba con Brenda y que la amaba, pero decidí mantener la calma y dejarla continuar.

– En fin, lo que quiero hablar contigo es acerca de la editorial de la que estaré a cargo. Seré directa: quiero que seas el gerente de la editorial. El puesto es todo tuyo – declaró, dejándome perplejo.

– ¿Qué? – respondí, sin poder creer lo que estaba escuchando. Sonaba demasiado irreal.

– Mira, déjame explicarte. La editorial debe abrir pronto, pero yo no puedo ser la gerente. Estoy en un nuevo proyecto con mi padre, y si me pongo a contratar a otros, tendría que hacerles entrevistas y todo eso. Pero a ti ya te conozco, vaya que te conozco, y sé que eres el indicado. Te encantan los libros y la paga es asombrosa – explicó, tratando de convencerme.

– Pero ya tengo un empleo. Soy profesor – dije, intentando encontrar una razón para rechazar su propuesta.

– No me vas a decir que quieres ser profesor toda tu vida – suspiró, comprendiendo mi resistencia. – Sé que es una decisión muy apresurada, pero tómate unos días para pensarlo. Ya sabes dónde buscarme – sugirió, dándome la oportunidad de reflexionar.

– Está bien – accedí, sintiendo la necesidad de considerar todas las implicaciones. – Te prometo que lo pensaré.

– Gracias – dijo Laura, aunque su rostro reflejaba cierta decepción. – Y sobre nosotros…

– Laura, no hay ningún «nosotros» – interrumpí, dejando en claro mis sentimientos. – Lo nuestro terminó hace tiempo. Puede que no esté con nadie en este momento, pero me interesa alguien, y contigo ya no siento nada.

– Ah, ¿te interesa alguien? – preguntó, curiosa por saber más. – ¿Quién es? ¿La conozco?

– Puede ser, tal vez… – respondí evasivamente, tratando de evitar mencionar a Brenda y complicar aún más las cosas.

– ¿Y cómo es ella?

– Es especial, única, extraordinaria. Jamás vi a alguien como ella. Cuando la conocí, sentí mariposas en el estómago – suspiré, recordando aquellos momentos mágicos. – Me provocó palpitaciones, taquicardia. Es difícil de explicar.

– Veo que estás realmente enamorado – comentó Laura, reconociendo la sinceridad en mis palabras. – Jamás vi ese brillo en tus ojos… ni siquiera cuando estábamos juntos.

Laura pagó su cuenta y, en silencio, me dejó en la cafetería, sumido en mis pensamientos.

En ese momento, me quedé pensando en las palabras de Laura: «No quieres ser profesor toda tu vida». Solo podía relacionar esa afirmación con alguien en particular: Brenda. Si aceptaba el empleo, dejaría de ser su profesor y eso eliminaría una de las complicaciones en nuestra relación. Pero trabajar con Laura también planteaba interrogantes sobre cómo Brenda lo tomaría.

Reflexioné sobre las posibles consecuencias de aceptar la oferta de Laura. Si bien me emocionaba la idea de trabajar en el mundo editorial, también me preocupaba cómo afectaría mi relación con Brenda. Ella era mi alumna y había una conexión especial entre nosotros. ¿Cómo reaccionaría al enterarse de que ahora sería mi jefa?

Mis pensamientos se agolpaban en mi mente, y la incertidumbre me embargaba. Sabía que debía tomar una decisión pronto, pero no quería apresurarme. Necesitaba sopesar cuidadosamente los pros y los contras, considerando tanto mi carrera como mis sentimientos hacia Brenda.

Mientras salía de la cafetería, me di cuenta de que esta elección no solo afectaría mi vida profesional, sino también mi vida personal. Sabía que debía tomar una decisión que estuviera en línea con mis metas y deseos a largo plazo, pero también debía considerar el impacto en las personas que me importaban.

Con estas reflexiones en mente, me dirigí a casa, listo para enfrentar la difícil tarea de tomar una decisión que cambiaría el curso de mi vida.

Narra Brenda

Al día siguiente, el sol brillaba radiante en el cielo, y yo sabía que tenía que encontrar una manera de ver a Alan. Aunque me preocupaba cómo reaccionarían mis padres si se enteraran de nuestra relación, no podía resistir la tentación de estar con él.

Llegué a su departamento y, para mi sorpresa, él ya estaba esperándome afuera en su auto.

– Sube, amor – me dijo, abriendo la puerta del copiloto con una sonrisa.

– ¿Adónde me llevará, señor Freeman? – pregunté, emocionada por la aventura que nos esperaba.

– Solo sube, señorita, y déjate sorprender – respondió, manteniendo el misterio.

Con una mezcla de curiosidad y emoción, subí al auto y él me ayudó a abrocharme el cinturón de seguridad. Pronto, comenzamos a conducir, y mientras avanzábamos, no pude evitar preguntarme a dónde íbamos.

Después de un rato, llegamos a un hermoso bosque, donde los árboles se alzaban majestuosos y la nieve cubría el suelo. Era como entrar en un cuento de hadas invernal.

– ¿Qué hacemos aquí? – pregunté, asombrada por la belleza del lugar.

– Tendremos nuestro primer picnic en la nieve – dijo Alan, sacando una canasta llena de deliciosos alimentos preparados por él mismo. – Quería hacer algo especial para ti.

– Oh, ¿tú lo preparaste? Entonces seguro será comida comprada – dije riendo, bromeando con Alan mientras tomaba la canasta de sus manos.

Él me miró con una sonrisa traviesa y, de repente, me rodeó la cintura y me levantó en el aire. Comencé a reír mientras girábamos juntos, sintiendo la adrenalina y la felicidad recorriendo todo mi cuerpo. Era como si el mundo entero desapareciera en ese momento, dejándonos solo a nosotros dos y a nuestra risa contagiosa.

Después de un rato, él me bajó suavemente y nos miramos el uno al otro, con los ojos brillantes y las mejillas sonrojadas por la diversión. No podíamos dejar de sonreír, sabiendo que este era un momento especial que guardaríamos en nuestros corazones para siempre.

Sonreí, conmovida por su gesto, y nos adentramos en el bosque. Encontramos un lugar perfecto para sentarnos y disfrutar de nuestra comida rodeados de la naturaleza.

Mientras comíamos, el aire fresco y el silencio del bosque crearon un ambiente íntimo y acogedor. Sentía una conexión especial con Alan, como si el mundo desapareciera a nuestro alrededor.

Después de terminar de comer, decidimos divertirnos un poco. Alan me tomó de la mano y comenzamos a correr entre los árboles, lanzándonos bolas de nieve y riendo sin parar. En ese momento, no había preocupaciones ni responsabilidades, solo estábamos disfrutando el uno del otro y de la magia del invierno.

Continuamos caminando por el bosque, explorando cada rincón y disfrutando de la belleza de la naturaleza que nos rodeaba. El aire fresco y el crujido de la nieve bajo nuestros pies nos recordaban lo afortunados que éramos de estar juntos en ese momento.

Mientras nos adentrábamos aún más en el bosque, encontramos un pequeño lago congelado. Alan tomó mi mano y nos deslizamos sobre el hielo, riendo y disfrutando de la sensación de libertad y diversión que nos brindaba el invierno.

Después de un tiempo, nos sentamos en la orilla del lago, abrazados y contemplando el paisaje. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados. En ese momento, sentí una profunda conexión con Alan y supe que estábamos viviendo un momento mágico que nunca olvidaríamos.

– ¿Señor Freeman? – dije en tono juguetón.

– ¿Dime? – respondió Alan con una sonrisa.

– Tuvimos todo el verano y hasta el otoño para hacer un picnic, pero decides organizarlo en pleno invierno para que nos congelemos. Me encanta tu lógica, Alan.

Alan rió y me tomó de la mano.

– Nosotros no tenemos una relación normal, ¿verdad? – dijo, mirándome con cariño.

Asentí, sintiendo una mezcla de nervios y emoción.

– Te contaré por qué estaba tan celosa de Laura – dije, buscando su mirada.

– No tenemos que hablar de eso si no quieres, mi amor – respondió él, preocupado.

– Lo sé, pero siento que necesito decirlo. Sé que nuestra forma de conocernos fue inusual y lo que descubrimos después fue complicado. ¿Quién iba a imaginar que tú serías mi profesor? Pero a pesar de todo, desde el primer momento supe que lo que sentíamos era amor. Sin embargo, cuando me enteré de lo que pasaba entre tú y Laura, me invadió la inseguridad. Pensé que quizás extrañabas la estabilidad y la apariencia perfecta que tenías con ella.

Alan acarició mi mejilla suavemente.

– Estabas equivocada, Brenda. No importa mi pasado con Laura. Eres tú quien ha llenado mi corazón y mi vida por completo. No necesito nada más que estar contigo.

Mis ojos se llenaron de lágrimas de felicidad y alivio.

– Gracias, Alan. Eso es todo lo que necesitaba escuchar. Ahora sé que eres mío y yo soy tuya.

– ¿Por qué eres mío, verdad?

Él tomó mi rostro entre sus manos y me miró a los ojos.

– ¡Claro que soy tuyo! ¡Completamente tuyo! Te amo – dijo, y luego me besó.

Él me abrazó con ternura y nuestros labios se encontraron en un beso lleno de amor y complicidad.

Después de un momento, nos quedamos en silencio, disfrutando de la calma y la conexión entre nosotros. Sabía que habíamos superado un obstáculo importante y que nuestro amor era más fuerte que cualquier duda o inseguridad.

Estuvimos en silencio durante un buen rato y luego él decidió romperlo:

– Tengo algo que decirte – su voz era tranquila, pero había algo en ella que me preocupaba.

– Ya sé que dijiste que no querías que dijera nada, pero esto es importante – continuó.

Decidí no interrumpirlo y me quedé en silencio, esperando a que terminara.

– Laura me ofreció un empleo, uno de los mejores empleos, de hecho… ¡Se trata de la gerencia de la editorial! – sus ojos se iluminaron mientras me lo contaba.

Sentí un nudo en el estómago al escucharlo.

– Solo hay una situación… Si lo acepto, ya no seré tu maestro – dijo, y luego guardó silencio.

Comprendí que era mi momento de hablar.

– Oh, bueno… No sé si eso sea correcto. Extrañaría verte – fue lo primero que dije, con un tono de tristeza.

– Lo sé y no tomaré ninguna decisión que te moleste – respondió él, preocupado.

– No se trata de si me molesta, es sobre lo que tú quieras hacer… Tus sueños, Alan.

Él tomó mi mano y me miró con ternura.

– Brenda… tú eres mi sueño, mi más hermoso sueño – dijo.

Decidí cambiar el rumbo de la conversación.

– Mira, Alan, no quiero hablar más de esto. Es tu decisión y no quiero interponerme. Piénsalo y luego decides. Por ahora, disfrutemos de este día juntos.

Realmente no quería discutir más sobre el tema. Quizás era una buena idea que ya no fuera mi profesor, pero la idea de separarme de él y saber que trabajaría con Laura me aterraba. Sin embargo, estaba dispuesta a respetar su decisión, cualquiera que fuera.

Aquella tarde fue muy bonita. Cuando regresé a casa, no podía dejar de suspirar y pensar en el empleo de Alan. Realmente me preocupaba.

Pasaron los días y nuestra relación iba mejor que nunca. No había un solo día en el que no nos viéramos, tanto en la escuela como en su departamento. A veces salíamos juntos en los recreos, pero solo platicábamos por miedo a ser descubiertos. Aun así, estar con él era como si me dieran una prueba del paraíso. Yo era suya y él era mío.

Un viernes, en la preparatoria, se llevó a cabo una feria de universidades. Todo el tema del futuro me causaba pánico y confusión. No quería que mi futuro me alejara de Alan, deseaba que nuestros caminos se mantuvieran juntos.

Recorrí los distintos stands de las universidades, sintiendo una mezcla de emoción y ansiedad. Mientras observaba los folletos y las opciones académicas, no podía evitar pensar en cómo afectaría nuestra relación. ¿Podríamos seguir estando cerca si elegíamos caminos diferentes?

– ¿Ya has decidido qué hacer? – preguntó Anabela mientras caminábamos por la feria.

– No lo sé, Anabela… Estoy en medio de un ataque de pánico – respondí con sinceridad, sintiendo la presión de tomar una decisión que podría cambiar mi vida.

Anabela me miró sorprendida.

– ¿Tú? La chica que siempre supo que quería ser escritora y estudiar en Boston… ¿Tienes miedo? ¿Estás confundida? ¿Y qué pasó con los trámites de tu beca?

Suspiré, sintiendo un nudo en mi estómago.

– Todo cambió con dos palabras: Alan Freeman

Anabela frunció el ceño, sin entender del todo.

– Espera, ¿me estás diciendo que todo esto tiene que ver con él?

Asentí con tristeza.

– Sí, Anabela. Alan ha cambiado mi vida de una manera que nunca imaginé. No quiero alejarme de él, y si eso significa renunciar a mi beca y quedarme aquí, entonces así será. Estudiaré en una universidad local

Anabela me miró con preocupación.

– Solo espero que no te arrepientas más adelante

Tomé una profunda respiración y afirmé con determinación.

– No, Anabela. No me arrepentiré. Estoy segura de que esto es lo que quiero. Alan es mi todo, y estoy dispuesta a hacer cualquier sacrificio por nuestra relación

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Capítulo 50: Boda Secreta

Narra Brenda

Al día siguiente, un sábado soleado, Alan me sorprendió con una invitación a su departamento. Me dijo que tenía algo especial preparado para mí.

Como siempre, tuve que inventar una excusa para poder escaparme y dirigirme hacia allá. Al llegar, Alan me recibió con una sonrisa radiante y abrió la puerta de inmediato.

– ¡Hola, amor! – exclamé emocionada, saltando a sus brazos y dándole un beso apasionado.

– Pasa – me invitó, rodeándome con sus brazos.

Entramos juntos y él cerró la puerta detrás de nosotros, creando un ambiente de intimidad.

– Entonces – dije con una sonrisa curiosa – ¿cuál es la sorpresa?

Alan, con un tono misterioso, me indicó que la sorpresa estaba en su habitación.

– En mi santuario de amor, en la morada de nuestros sueños compartidos, aguarda tu sorpresa – me susurró Alan, envolviendo sus palabras en un tono misterioso y cargado de emociones.

– ¿Puedes darme alguna pista? – pregunté expectante.

– No, tendrás que descubrirlo por ti misma – respondió, guiñándome un ojo.

– ¡Qué dulce misterio! – exclamé con una sonrisa radiante, dejando que la curiosidad y la emoción me envolvieran por completo mientras me adentraba en su cuarto, ansiosa por descubrir el regalo que me aguardaba en aquellas cuatro paredes llenas de amor y complicidad.

Al cruzar el umbral de su santuario, mis ojos se encontraron con una visión celestial: sobre su cama, reposaba una caja plateada adornada con una tarjeta que llevaba impreso mi nombre en letras delicadas. Sentí cómo mi corazón latía con fuerza, anticipando el contenido de aquel obsequio que prometía desatar emociones indescriptibles.

Al abrir la caja, encontré una nota que decía: «Úsame». Al sacar el contenido, descubrí un hermoso vestido de novia. Aunque no entendía completamente lo que estaba sucediendo, no pude resistir la tentación de probármelo.

El vestido era una obra de arte: blanco, con un diseño inflado, sin mangas, y venía acompañado de un velo y unos zapatos blancos que combinaban a la perfección. Después de arreglarme el cabello y maquillarme, me puse el velo con una sonrisa ilusionada.

Cuando salí de la habitación, Alan me estaba esperando con un elegante esmoquin y la corbata que yo le había regalado.

– Te ves absolutamente hermosa, amor – dijo Alan, admirándome con ternura.

– Tú también estás guapísimo – respondí, sin poder apartar la mirada de él.

Extendió su brazo hacia mí y dijo:

– ¿Nos vamos?

Tomé su brazo con delicadeza y pregunté con curiosidad:

– ¿A dónde nos dirigimos?

– A la segunda parte de tu sorpresa – respondió, saliendo juntos, vestidos como una auténtica pareja de recién casados. Al abrir la puerta, nos esperaba una lujosa limusina.

– Adelante, señorita – dijo Alan, galante, mientras me ayudaba a entrar.

– Gracias – le agradecí, emocionada, acomodándome en el interior de la limusina junto a él.

El chofer nos condujo hacia el aeropuerto, donde un helicóptero nos esperaba en la pista.

– ¿Qué hacemos aquí? – pregunté, llena de intriga.

– Vamos por la segunda parte de tu sorpresa – reveló Alan, ayudándome a subir al helicóptero.

Mientras volábamos en medio del cielo, riendo y disfrutando de la emoción del momento, me di cuenta de que esta sería una experiencia inolvidable y llena de amor.

Cuando estábamos a punto de llegar, Alan habló con ternura en su voz:

– Bueno, mi amor, ha llegado el momento… – susurró mientras sacaba una venda con delicadeza.

– ¿El momento de qué? ¿Qué planeas hacer con eso? – pregunté, intrigada por sus acciones.

– Quiero que confíes en mí, Brenda. Esta sorpresa es especial y quiero que la disfrutes plenamente. Por eso, voy a vendarte los ojos – explicó, acariciando mi rostro con suavidad.

– ¿Qué? No, no es necesario… – respondí, sintiendo una mezcla de curiosidad y nerviosismo.

Alan tomó suavemente mis manos y me miró con ternura.

– Brenda, por favor, confía en mí. Esta sorpresa es algo único y especial para ti. Quiero que experimentes cada momento sin tener ninguna pista visual. Permíteme vendarte los ojos para que la emoción sea aún más intensa – explicó, transmitiendo su sinceridad a través de sus palabras.

Aunque mi corazón latía acelerado, decidí confiar en él y asentí con una sonrisa nerviosa.

– Pero me da miedo… – admití, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba.

Alan me envolvió en sus brazos protectores y, después de un minuto, escuché el suave aterrizaje del helicóptero.

– ¿Ya hemos llegado? – pregunté, con una mezcla de emoción y nerviosismo en mi voz.

– Sí, mi amor. No te preocupes, estoy aquí contigo. ¿Estás lista para vivir algo mágico? – susurró Alan, abrazándome con ternura y besando mi mejilla con dulzura.

Con cuidado, Alan descendió primero y luego me ayudó a bajar, manteniendo mis ojos vendados para mantener el misterio intacto.

– Alan, ¿qué significa todo esto? Me estás intrigando demasiado… – expresé, sintiendo una mezcla de emoción y curiosidad.

– No te preocupes, mi amor. Todo será revelado en su momento. Confía en mí – susurró Alan, tomando mis manos con suavidad.

Después de unos instantes de suspenso, sentí cómo Alan retiraba con delicadeza la venda de mis ojos. Una vez que pude ver claramente, me encontré en un lugar mágico y encantador.

Frente a nosotros, se extendía una mesa elegantemente decorada para dos personas, con una exquisita selección de platos salados y dulces. Una hermosa torta de boda ocupaba un lugar destacado en el centro. Un arco de flores, lleno de colores vibrantes, se alzaba majestuosamente a poca distancia de la mesa, creando un ambiente romántico y encantador. Meseros sonrientes se movían con gracia alrededor, listos para atendernos.

– ¿Qué es todo esto? – pregunté, con una sonrisa de asombro y felicidad en mis labios. – ¿Dónde estamos?

Alan, con una mirada llena de amor y complicidad, reveló la sorpresa:

– Mi amor, esto es nuestra boda secreta. Estamos en un rincón especial de Cambridge, una ciudad apartada de las miradas curiosas. Aquí, solo existimos tú y yo, sin interferencias ni distracciones.

Sentí cómo mi corazón se llenaba de alegría y emoción, sin poder creer la magnitud de la sorpresa.

En ese instante, Alan se arrodilló frente a mí, sacando una pequeña caja de su bolsillo.

– Brenda Brown… ¿me harías el honor de casarte conmigo? – dijo, mostrándome dos cadenitas con dijes especiales. Una decía «Mi esposo me ama»y la otra decía y «Mi esposa me ama».

Se parecían a la cadenita que me había regalado, aquella que llevaba la inscripción «Novios para siempre».

Las lágrimas de felicidad inundaron mis ojos, y con un suspiro de emoción, respondí:

– Sí, mi amor. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. Acepto con todo mi corazón.

Él me tomó de la cintura y me hizo girar en el aire, envolviéndonos en un torbellino de felicidad y emoción. En ese mágico instante, la melodía de la marcha nupcial comenzó a sonar, creando una atmósfera llena de romanticismo. Alan tomó la cadenita que decía «Mi esposo me ama» y con ternura la colocó alrededor de mi cuello.

– Yo, Alan Freeman, tomo a mi amada Brenda como mi esposa, prometiendo amarla y respetarla en cada amanecer y en cada anochecer, a lo largo de toda nuestra existencia – pronunció con voz firme y llena de amor.

Llena de emoción, tomé la cadenita que decía «Mi esposa me ama» y la deslicé con delicadeza alrededor de su cuello.

– Yo, Brenda Brown, tomo a mi querido profesor como mi esposo, prometiendo amarlo, apoyarlo y ser su compañera en todas las aventuras y desafíos que la vida nos depare, a lo largo de toda la eternidad – expresé con una sonrisa radiante, provocando una risa cálida en Alan.

– Ahora somos marido y mujer – afirmó Alan con alegría. – ¿Puedo besar a la novia?

– Si no lo haces, te persigo hasta el fin del mundo – respondí entre risas, contagiada por su felicidad.

Alan me atrajo hacia él, rodeándome con sus brazos protectores. Nuestros labios se encontraron en un beso apasionado y lleno de amor, sellando nuestro compromiso eterno. Sin darnos cuenta, estábamos besándonos como esposos, Alan Freeman y Brenda Brown. Una melodía romántica comenzó a sonar, envolviéndonos en su dulce melodía.

– ¿Me concederías esta canción, princesa? – susurró Alan, ofreciéndome su mano. Asentí con una sonrisa iluminando mi rostro y tomé su mano con ternura.

Comenzamos a bailar al compás de la música, nuestros cuerpos moviéndose en perfecta armonía. Descansé mi cabeza en su hombro, sintiendo su calidez y su amor envolviéndome por completo. En un momento de complicidad, levanté mi rostro y Alan depositó un beso suave y tierno en mis labios.

El tiempo parecía detenerse mientras continuábamos danzando, sumergidos en un mundo solo para nosotros dos. La felicidad y el amor llenaban el ambiente, creando recuerdos inolvidables. De repente, una limusina se detuvo frente a nosotros, anunciando el siguiente capítulo de nuestra aventura juntos.

– Es hora de partir – susurró Alan, mirándome con ojos llenos de entusiasmo.

– ¿A dónde nos lleva nuestra historia, mi amor? – pregunté, emocionada por lo que vendría.

– Nos espera nuestra luna de miel, donde crearemos nuevos recuerdos y escribiremos nuestro futuro juntos – respondió Alan, con una sonrisa llena de promesas.

Tomados de la mano, nos adentramos en la limusina, listos para continuar nuestro viaje de amor y felicidad, mientras el mundo exterior se desvanecía y solo existíamos nosotros dos, unidos por un amor eterno.

Íbamos en la limosina, disfrutando de besos apasionados durante todo el trayecto mientras recorríamos la ciudad. Nuestra cámara estaba llena de fotos que aún no habíamos revelado, capturando momentos especiales de nuestra boda y de nuestro viaje juntos.

Finalmente, llegamos a un lugar donde se revelaban las fotos. Alan descendió de la limosina y extendió su mano para ayudarme a bajar.

– ¿Qué nos espera aquí? – pregunté, emocionada por descubrir la siguiente sorpresa de Alan.

– Es una sorpresa, cariño. Ya lo verás… – respondió Alan con una sonrisa traviesa. Nos dirigimos hacia el local, sin preocuparnos por las miradas curiosas que nos rodeaban.

El chico detrás del mostrador nos recibió amablemente.

– ¿En qué puedo ayudarles? – preguntó con cortesía.

Alan entregó la cámara al chico.

– Quisiera que revelaras estas fotos y que crees un hermoso álbum con una frase grabada en la tapa – solicitó Alan con entusiasmo.

El chico asintió y nos preguntó sobre los detalles.

– Me encantaría que la frase en la tapa dijera «Alan Freeman & Brenda Brown, Nuestra Boda» – respondió Alan, buscando mi aprobación.

Sonreí emocionada y añadí:

– Y me gustaría que el álbum fuera de color verde. Es nuestro color favorito, ¿verdad, Alan?

Alan asintió con una mirada llena de complicidad.

El chico tomó nota y continuó preguntando si había algo más que pudiéramos desear.

– Sí, también quisiera que revelaras estas otras fotos y crees otro álbum. La frase en la tapa debería decir «Alan Freeman & Brenda Brown, Viaje a México» – añadió Alan, mirándome con cariño.

Mi sonrisa se amplió y respondí entusiasmada:

– Y para ese álbum, me encantaría que fuera de color azul. Es mi color favorito, ¿sabes?

El chico anotó nuestras preferencias y nos preguntó si había algo más que pudiéramos necesitar.

– Sí, hay más – dijo Alan, sacando otra cámara. – Quisiéramos que también reveles estas fotos y crees otro álbum. Queremos que tenga los colores verde y azul, y que la frase en la tapa diga «Alan Freeman & Brenda Brown, Encuentros».

Esas fotos capturaban momentos íntimos y especiales que habíamos compartido en su departamento y en nuestras citas secretas. Las tres cámaras estaban llenas de recuerdos que queríamos preservar para siempre.

– Eso es todo por ahora – dijo Alan con una sonrisa satisfecha.

El chico nos informó que podríamos esperar en la sala o regresar en unas horas para recoger los álbumes terminados.

– Volveremos en 5 horas – decidimos al unísono, ansiosos por ver el resultado final. Nos miramos con complicidad y nos dirigimos hacia la puerta, emocionados por el regalo que nos esperaba.

Alan me tomó de la cintura con ternura y nuestros labios se encontraron en un apasionado beso mientras caminábamos hacia la limosina. Era un día que sabía que nunca olvidaría. Pasamos todo el día juntos en esa hermosa ciudad, disfrutando de la compañía del otro sin preocuparnos por las miradas curiosas. Éramos solo una pareja más, sin la barrera del profesor y la alumna.

Finalmente, regresamos para recoger nuestros álbumes de fotos, llenos de recuerdos preciosos de nuestro día juntos. El chico que nos atendió nos entregó los álbumes con una sonrisa.

– Aquí tiene, señora Freeman – dijo amablemente.

Al escuchar cómo me llamaba, no pude evitar sonreír. Decidí no corregirlo y simplemente le agradecí:

– Gracias – respondí mientras tomaba los álbumes en mis manos.

Después de pagar, Alan tomó las tres cámaras de fotos y se dirigió al chico que nos había atendido.

– Gracias – dijo Alan con gratitud al chico. Luego, se volvió hacia mí y me miró con ternura. – Vamos, señora Freeman.

Una sonrisa se dibujó en mi rostro y luego nos dirigimos hacia la limosina. Mientras viajábamos hacia la playa, no podíamos dejar de sonreír y besarnos, reviviendo los momentos especiales capturados en nuestras fotografías.

Finalmente, llegamos a una encantadora casa frente a la playa. Al entrar, quedé maravillada por la hermosa decoración. Un camino de flores nos guiaba hacia una habitación, donde descubrí que cada detalle estaba cuidadosamente preparado. La cama estaba cubierta de pétalos de rosa formando un corazón, mientras que velas artificiales iluminaban suavemente la habitación. Mantas rojas cubrían la cama, creando un ambiente cálido y romántico. La cabaña estaba adornada con delicadas luces que añadían un toque mágico al lugar.

Sobre la cama, encontré una nota que decía: «Si estás leyendo esto, es porque ahora eres mi esposa… bienvenida a nuestra luna de miel».

Alan me abrazó por detrás y besó mi cuello con ternura.

– ¿Te gusta, mi amor? – susurró mientras sus labios rozaban mi piel.

Sonreí con emoción y dulzura, y decidí compartir mis sentimientos con él.

– Sí, todo es simplemente hermoso… Alan, quiero pedirte algo – dije en un tono suave.

Alan se acercó a mi oreja y respondió con cariño:

– Dime, amor… lo que desees, estoy aquí para ti.

Nuestros ojos se encontraron en un momento de complicidad, y con dulzura, susurré mis deseos:

– Quiero que me hagas tuya… quiero ser completamente tuya, Alan. Eres el primero y quiero que seas el último.

Alan respondió con pasión y determinación:

– Tus deseos son órdenes para mí.

Nuestros labios se unieron en un beso lleno de ternura y deseo. Con delicadeza, me recostó en la cama y me preguntó con voz llena de anhelo:

– ¿Qué deseas que haga?

Mi voz temblorosa expresó mi deseo más profundo:

– Hazme tuya, Alan… Hazme tuya.

Nos entregamos al éxtasis del momento, sin separar nuestros labios. Sentí sus manos explorando cada centímetro de mi cuerpo, y el deseo de ser suya se apoderó de mí.

– ¡Alan! – grité su nombre con fuerza, dejando escapar gemidos de placer. – ¡Alan! ¡Alan! ¡Alan!

Alan continuó con lo que estaba haciendo, respondiendo a mis gritos y gemidos con una pasión desenfrenada.

– ¡Brenda! – exclamó entre gemidos. – Oh sí, me vuelves loco.

Nuestros cuerpos se movían en perfecta armonía, entregados al éxtasis del momento. Cada gemido y susurro de placer se entrelazaba en el aire, creando una sinfonía de pasión.

El calor de nuestros cuerpos se intensificaba mientras nos entregábamos el uno al otro. Nuestros labios se buscaban en besos apasionados, nuestras manos exploraban cada centímetro de piel, buscando el máximo placer.

El sonido de nuestros gemidos llenaba la habitación, mezclándose con el ritmo acelerado de nuestros latidos. Cada movimiento, cada roce, nos llevaba más cerca del clímax.

Finalmente, alcanzamos el punto máximo de placer, dejando escapar un último gemido de satisfacción. Nos abrazamos, exhaustos pero llenos de felicidad, mientras intentábamos recuperar nuestra respiración.

– Eres increíble, Brenda – susurró Alan, su voz llena de admiración y cariño.

– Tú también, Alan – respondí, acariciando su rostro con ternura. – Esta noche ha sido mágica.

Nos besamos suavemente, disfrutando de la conexión y el amor que compartíamos. Nos quedamos abrazados, sintiendo la calma y la felicidad que solo el amor verdadero puede traer.

Nos besamos de nuevo, dejando que el amor y la pasión nos envolvieran.

Perdimos la noción del tiempo mientras nuestros besos se volvían más intensos y nuestros gemidos llenaban la habitación. Cada caricia, cada beso, nos llevaba a un nivel más profundo de conexión y placer.

Finalmente, nos quedamos dormidos, abrazados y en paz, sabiendo que habíamos encontrado el amor verdadero.

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Capítulo 51: El amor está en el aire

Narra Brenda

El viento que entraba por la ventana acariciaba mi cuerpo y me transportaba a un paraíso después de la inolvidable noche que vivimos. Fue una noche mágica y no podía evitar soñar con volver a hacer el amor con él.

Aún nos encontrábamos en Cambridge, en una hermosa casa junto a la playa.

La luz del sol se filtraba entre mis párpados y me obligaba a abrir los ojos. Al hacerlo, me encontré en una cama cubierta de pétalos de rosa que habían sido esparcidos con amor la noche anterior. Y a mi lado, allí estaba él, mi querido profesor, durmiendo plácidamente. Su cabello despeinado, su mandíbula tensa y sus largas pestañas que ocultaban sus preciosos ojos azules lo hacían ver aún más guapo.

No pude resistir la tentación y comencé a besar su frente, su cuello, su hombro, su pecho, su torso y finalmente sus labios.

En ese momento, sentí cómo se movía en la cama y vi cómo abría lentamente sus hermosos ojos azules, regalándome una dulce sonrisa.

– Buenos días, preciosa – me dijo, dándome un beso en los labios.

– Buenos días, Alan. ¿Cómo dormiste? – le pregunté, con ternura en mis palabras.

– Dormí de maravilla, gracias a ti, preciosa – respondió, provocando que mis mejillas se tiñeran de un suave rubor. Este hombre era realmente maravilloso.

– ¿En qué estás pensando? – me preguntó, sacándome de mis pensamientos.

– Estaba pensando en lo maravilloso que eres – le dije, mientras volvía a besar sus labios – pero creo que deberíamos levantarnos. Estamos en la playa y podrían vernos.

– No te preocupes, amor. Esta playa es privada, la compré especialmente para nosotros dos – me dijo con dulzura.

No podía creerlo. Una playa privada en la ciudad de Cambridge, además de la cabaña junto al lago en Londres. Alan nunca dejaba de sorprenderme.

– ¿Tienes hambre, hermosa? Si quieres, podemos ir a la cocina y comer algo – me preguntó Alan.

– ¡Tengo mucha hambre! – respondí, dándole un pequeño beso en los labios.

– Vamos entonces, a la cocina. Yo también muero de hambre – dijo, devolviéndome el beso.

Nos levantamos de la cama y nos dirigimos a la ducha juntos. Mientras el agua caía sobre nosotros, Alan me enjabonaba suavemente y me daba pequeños masajes. Cada roce de sus manos me hacía sentir una oleada de placer…

Después de disfrutar de un relajante baño, nos vestimos con la ropa que habíamos llevado la noche anterior, nuestra ropa de boda. Luego, nos dirigimos a la cocina para preparar un delicioso desayuno.

Pasamos unos maravillosos 15 minutos en la cocina, entre risas, bromas y algunos besos robados. Era increíble cómo cada momento con Alan se volvía más especial y emocionante.

Justo cuando pensaba que mi día no podía ser mejor, apareció una mujer vestida como mucama.

– Buenos días, señor y señora Freeman – saludó.

Sonreí ante el título de «señora Freeman». Me sentía tan afortunada de estar junto a Alan.

– Buenos días – respondimos Alan y yo al unísono.

– ¿Desean que comience a limpiar ahora o prefieren que vuelva más tarde? – preguntó la mucama, llamada Rosita.

– No te preocupes, Rosita. Puedes comenzar. Nosotros ya nos íbamos – dijo Alan, presentándome a Rosita como su ama de llaves encargada de la playa.

– Mucho gusto, Rosita – dije, estrechando su mano.

– El gusto es mío, señora Freeman – respondió Rosita. No pude evitar sentirme emocionada al escuchar ese título.

Salimos al exterior y nos esperaba una elegante limusina. Subimos y nos llevó al aeropuerto para regresar a Londres. Afortunadamente, mi madre pensaba que estaba con Anabela, lo cual nos daba un poco de privacidad para disfrutar de nuestro amor.

Llegamos a Londres y nos encontramos con una elegante limusina esperándonos. Sin perder tiempo, subimos al auto y durante todo el trayecto no pudimos resistirnos a besarnos apasionadamente.

Al llegar a su departamento, Alan me miró con una sonrisa traviesa y me ayudó a desabrochar el vestido de novia, dejándolo caer al suelo. Me puse rápidamente la ropa que llevaba puesta antes de ponérmelo, mientras nuestras miradas se llenaban de deseo.

– Parece que no puedo tener suficiente de ti, Brenda – susurró Alan, acercándose a mí.

– Yo tampoco puedo resistirme a ti, Alan – respondí, sintiendo cómo la pasión nos consumía.

Nos ayudamos mutuamente a desvestirnos, dejando caer nuestras prendas al suelo. Luego, nos ayudamos a vestirnos nuevamente, pero esta vez con ropa más casual.

Decidimos llevar nuestros trajes de boda a la lavandería por la tarde, para que quedaran impecables y listos para guardar como preciosos recuerdos.

– Parece que nuestra aventura recién comienza, ¿no crees? – comenté, mirando a Alan con una chispa traviesa en los ojos.

– Así es, mi amor. Estoy emocionado por lo que el futuro nos depara – respondió Alan, acariciando mi rostro con ternura.

Salimos juntos del departamento y nos despedimos momentáneamente, manteniendo una distancia prudente para no despertar sospechas. Subí a mi auto y comencé a conducir, pero no pude evitar sonreír con complicidad. Sentía que estaba flotando en las nubes, con el corazón lleno de amor y felicidad. Con una mano en el volante, acariciaba la cadenita que llevaba puesta, recordando con cariño los dos momentos especiales en los que Alan me la había regalado: cuando nos hicimos novios y cuando nos casamos.

Llegué a mi casa, bajé del auto y una sensación de felicidad invadió todo mi ser. Entré a la sala y no vi a nadie, así que me dejé llevar por la euforia y comencé a reír a carcajadas mientras giraba alrededor de la habitación. Mis risas se mezclaban con la melodía de «My Heart Will Go On» de Celine Dion, que resonaba en mi mente y en mi corazón. Cerré los ojos y me dejé llevar por la música, cantando los fragmentos más emocionantes de la canción mientras me movía con gracia y alegría:

«Near, far, wherever you are

I believe that the heart does go on

Once more, you open the door

And you’re here in my heart

And my heart will go on and on»

Sin darme cuenta, la canción llegó a su fin y abrí los ojos para encontrarme con una escena inesperada: mis padres y mi hermana estaban parados frente a mí, con los ojos y la boca abiertos, sorprendidos por mi espontáneo espectáculo.

– Mamá… Papá… Ingrid – dije nerviosa – ¿Cuánto tiempo llevan aquí?

Pasamos horas conversando, mientras mis padres y mi hermana me hacían preguntas curiosas sobre mi ausencia. Traté de evadir algunas respuestas, pero era evidente que no estaban satisfechos con mis evasivas. Finalmente, logré convencerlos de que me dejaran ir a mi habitación, necesitaba un momento para procesar todo lo que estaba sucediendo.

Una vez en mi cuarto, sentí la necesidad de compartir mis sentimientos con alguien en quien confiar. Sin dudarlo, llamé a Anabela y le agradecí por haberles dicho a mis padres que había dormido en su casa la noche anterior. La música de «My Heart Will Go On» seguía resonando en mi mente mientras le contaba a Anabela sobre mi encuentro con mis padres y cómo me sentía atrapada entre la verdad y la necesidad de proteger mi relación con Alan. Ella comprendió mi dilema y me ofreció su apoyo incondicional.

Juntas, nos sumergimos en una conversación llena de risas y confidencias, mientras el eco de la canción seguía latiendo en nuestros corazones, recordándonos que el amor puede superar cualquier obstáculo:

«Love can touch us one time

And last for a lifetime

And never let go ‘til we’re gone»

– Y… cuéntame todo, estoy emocionada por escucharlo – dijo Anabela con entusiasmo.

– ¡Por supuesto! Déjame contarte todo en detalle – respondí emocionada.

– Pero ve despacio, Brenda, quiero saborear cada momento – me advirtió Anabela con una sonrisa.

– Por supuesto, me aseguraré de que no te pierdas ningún detalle – le aseguré.

Después de traer el jugo para las dos, nos sentamos cómodamente y comencé a relatarle toda la historia a Anabela. Le conté cómo Alan y yo nos conocimos y cómo nuestra relación se fue desarrollando. Le hablé de nuestra primera noche juntos en la cabaña del lago, cuando aún no éramos amigas. Le expliqué cómo Alan me dio un número falso como coartada, pero más tarde descubrí que había comprado la cabaña especialmente para nosotros, como un gesto romántico.

Continué contándole sobre nuestra boda, llena de amor y felicidad, y nuestra increíble luna de miel en una hermosa casa en la playa en la ciudad de Cambridge. Le describí la playa privada que Alan había adquirido para nosotros, donde disfrutamos de momentos inolvidables juntos.

No dejé ningún detalle sin contarle a Anabela. Le compartí lo sucedido con Laura, la confusión de Alan y cómo finalmente me confesó su amor de manera sincera y apasionada. Cada palabra que salía de mi boca estaba llena de emoción y alegría.

– ¡Wow, Brenda! Tienes una historia de amor increíble. Se nota que Alan te ama de verdad – exclamó Anabela, emocionada por todo lo que le había contado.

Continuamos disfrutando de nuestro jugo mientras compartíamos risas y más detalles de mi relación con Alan. La complicidad entre nosotras se fortaleció aún más, y me sentí agradecida de tener a Anabela como confidente y amiga en este emocionante capítulo de mi vida.

– Sí, siempre pensé que nunca encontraría a alguien para mí… Hasta que conocí a Alan. Es como si estuviera hecho a medida para mí, Anabela. Cada momento a su lado es mágico y especial – comenté con entusiasmo.

– ¡Es increíble! – exclamó Anabela, sorprendida. – Entonces, ¿me estás diciendo que Alan compró una cabaña en el lago solo para ustedes?

– Sí, Anabela, es cierto. Alan quería crear un lugar donde pudiéramos escapar del ajetreo de la vida cotidiana y disfrutar de momentos de paz y amor juntos. Esa cabaña se ha convertido en nuestro refugio secreto, donde creamos recuerdos inolvidables – respondí, recordando las noches estrelladas y las risas compartidas en ese lugar especial.

– ¡Y también compró una playa privada en Cambridge para ustedes! – exclamó Anabela, asombrada.

– Sí, es un sueño hecho realidad, Anabela. Alan quería asegurarse de que tuviéramos nuestro propio paraíso en la playa, donde pudiéramos disfrutar de largas caminatas, puestas de sol románticas y momentos de tranquilidad. Esa playa se ha convertido en nuestro oasis de amor – dije, con una sonrisa radiante.

Pasamos horas hablando, compartiendo risas y confidencias. Anabela finalmente se despidió y decidí hacer algo arriesgado. Aunque era temprano, alrededor de las 9 pm, pedí permiso para ir a la biblioteca. A regañadientes, me dieron permiso, pero en realidad no tenía intención de ir allí. Mi corazón me guiaba hacia el departamento de Alan.

Con emoción y nerviosismo, llegué a su puerta y antes de tocar, Alan la abrió, como si hubiera sentido mi presencia.

– Hola, mi amor – dijo Alan, con una sonrisa que iluminaba toda la habitación.

– ¿Cómo supiste que iba a venir? – pregunté, sorprendida.

– Mi corazón siempre sabe cuando estás cerca, Brenda. Además, te vi por la ventana cuando llegaste al edificio. No podía esperar para tenerte aquí conmigo – dijo Alan, riendo suavemente.

Riendo junto a él, nos besamos apasionadamente y entramos a su acogedor departamento. Mi mirada se posó en una caja que contenía mi vestido de novia.

– ¿Qué hace esto aquí? – pregunté, riendo.

– La lavandería lo trajo de vuelta. Pensé que sería hermoso conservarlo como un recuerdo de nuestro día especial, de nuestro amor eterno – dijo Alan, abrazándome con ternura.

Tomé su mano y lo miré a los ojos.

– Quiero llevármelo, Alan. Quiero tenerlo cerca de mí como un recordatorio constante de la felicidad que compartimos y del amor que nos une – dije, con determinación.

Alan sonrió y asintió, entregándome los álbumes que contenían nuestros momentos más preciosos.

– También quiero llevármelos, Brenda. Pero he hecho copias de los álbumes para que siempre tengas nuestros recuerdos cerca, incluso cuando no estés aquí. Quiero que siempre sientas mi amor y nuestra historia juntos – dijo Alan, con una mirada llena de amor y compromiso.

Nos abrazamos, sabiendo que nuestros corazones estaban unidos para siempre. En ese momento, supe que había encontrado a mi alma gemela y que nuestro amor sería eterno.

– También quiero que lleves esto, Brenda – dijo Alan, sacando una pequeña caja de su bolsillo. – He hecho una copia de nuestra canción favorita en un USB. Quiero que siempre la tengas contigo, para que puedas escucharla y recordar nuestro amor, incluso cuando no estemos juntos físicamente.

Mis ojos se llenaron de lágrimas de felicidad mientras aceptaba el regalo de Alan. Sabía que cada vez que escuchara esa canción, sentiría su amor y nuestra historia juntos.

– Gracias, Alan. Esto significa mucho para mí – dije, con voz temblorosa por la emoción.

Alan me abrazó con ternura y susurró al oído:

– Siempre estaré contigo, Brenda. Aunque no podamos estar juntos físicamente en todo momento, nuestro amor trasciende la distancia y el tiempo. Siempre serás mi amor eterno.

Nos besamos con pasión y nos sumergimos en el momento, sabiendo que nuestro amor era fuerte y duradero. Con los álbumes, el USB y nuestros corazones llenos de amor, estábamos listos para enfrentar cualquier desafío que la vida nos presentara.

Y así, continuamos construyendo nuestra historia juntos, con la certeza de que nuestro amor sería eterno.

Luego, Alan me llevó a su habitación, donde me mostró dos cajas verdes. En una de ellas estaba su traje y en la otra estaban los tres álbumes con nuestras fotos. Observé con alegría cada imagen que capturaba momentos especiales de nuestra historia juntos. Nos despedimos con un beso eterno, y Alan me ayudó a llevar la caja con mi vestido de novia hasta mi auto, mientras yo sostenía los tres álbumes con cuidado.

– Me tengo que ir – dije, sintiendo una pizca de tristeza al pensar en separarme de él.

– No quiero que te vayas – dijo Alan, haciendo un puchero adorable que me derretía el corazón.

– Yo tampoco quiero irme, pero necesito asegurarme de que mis padres no sospechen nada – expliqué, con una mezcla de anhelo y preocupación.

– Si no hay más remedio… – dijo Alan, dejando escapar un suspiro resignado.

Nos abrazamos con fuerza, sin querer soltarnos. Sentía el amor y la conexión entre nosotros en cada abrazo.

– Te amo – susurré, sintiendo cómo las palabras salían de lo más profundo de mi corazón.

– Te adoro – respondió Alan, rodeándome con sus brazos fuertes y protectores.

Nos besamos apasionadamente una vez más, tratando de aferrarnos a cada segundo juntos. Finalmente, me subí a mi auto y conduje hacia casa. Al llegar, me aseguré de que no hubiera nadie presente antes de llevar la caja con mi vestido de novia y los tres álbumes de fotos a mi habitación, escondiéndolos cuidadosamente en un lugar seguro. Me acosté en la cama, con una sonrisa en el rostro y el corazón lleno de felicidad. Reviví en mi mente cada momento especial que habíamos compartido, dejando que la emoción me envolviera hasta que finalmente me quedé dormida, soñando con el futuro lleno de amor y aventuras que nos esperaba.

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Capítulo 52: El comienzo del fin

Narra Brenda

Me sorprende cómo el tiempo ha volado desde que comenzamos nuestra relación. Nuestro noviazgo, nuestro matrimonio, está en su mejor momento. Pasamos todos los días juntos, ya sea en la escuela o en su departamento. A veces nos aventuramos a salir durante los recesos, aunque solo podemos hablar en secreto por temor a ser descubiertos. Estar con él es como recibir un pedacito del paraíso. Me siento completamente suya y él es todo mío. Alan siempre logra sorprenderme de una forma u otra. Recuerdo una semana en particular cuando encontramos un lugar apartado del bullicio de la escuela. Nos refugiamos en un rincón tranquilo de un parque cercano y nos entregamos a besos apasionados. La tensión y la tentación eran abrumadoras, pero decidimos esperar a tener un momento más adecuado y privado para expresar nuestro amor de manera más íntima.

Al día siguiente, en sábado, Alan me dijo que no podría verme porque tenía trabajo atrasado. Aproveché la oportunidad para pasar tiempo con mi familia. Las cosas con ellos van bien. Papá está viviendo con nosotros y estoy tratando de volver a la normalidad. A veces, él va a la escuela a charlar con Alan, lo cual es extraño, porque si él supiera la verdad, seguramente lo odiaría.

Narra Alan

Era sábado y sabía que no podría ver a Brenda. Estaba en plena semana de exámenes y tenía mucho trabajo atrasado por haber dedicado tanto tiempo a estar con ella. Pero cada vez que pensaba en Brenda, sentía una oleada de felicidad y gratitud por tenerla en mi vida. Cada día que pasaba a su lado, me enamoraba más y más. Su presencia me hacía sentir completo y seguro de que todo estaba bien en el mundo. Incluso recordando mis encuentros pasados con Laura, me di cuenta de que nunca había sentido lo que siento por Brenda. Ella es verdaderamente única y estoy agradecido de que Laura haya decidido dejarme, porque si no, nunca habría conocido a mi verdadero amor.

Estaba en mi departamento sumergido en mis libros cuando escuché un golpe en la puerta. No esperaba recibir visitas, así que me sorprendió ver a Laura parada frente a mí. Vestía de manera provocativa y su tono de voz era desafiante.

– Hola, Alan – dijo con un tono provocador que me hizo sentir incómodo.

Mi molestia se hizo evidente y no entendía por qué había venido a buscarme.

– ¿Qué haces aquí? ¿Por qué viniste? – pregunté, tratando de ocultar mi irritación.

Laura respondió con un enigmático «Digamos que vine a… hablar», dejando un aire de misterio en el ambiente que despertó mi curiosidad y preocupación por lo que podría querer discutir.

Narra Alan

Sin esperar mi consentimiento, Laura entró a mi departamento y se sentó en mi sillón como si tuviera derecho a hacerlo. Su presencia inesperada y su actitud desafiante me hicieron sentir incómodo y molesto.

– ¿Y bien, qué pasa? – pregunté, manteniéndome de pie frente a ella, tratando de ocultar mi incomodidad.

Ella me miró con una sonrisa provocadora y luego soltó la bomba.

– Bueno, creo que seré directa… ¿Qué me dices de lo tuyo con Brenda? – dijo, dejándome atónito.

Me quedé paralizado, sin saber cómo responder. ¿Cómo sabía ella sobre mi relación con Brenda? Negarlo ya no parecía una opción viable.

– ¿De qué estás hablando? No tengo idea de lo que insinúas – respondí, tratando de ocultar mi nerviosismo.

Laura se acercó a mí, colocando una mano en mi pecho, y sus palabras resonaron en el aire.

– ¿Seguirás negándolo, cariño? – dijo con tono burlón.

Me sentí atrapado, sin saber qué decir. No entendía completamente qué sabía ella exactamente. Permanecí en silencio, congelado por la incertidumbre, mientras ella continuaba hablando.

– Sabía que entre ustedes pasaba algo. Es demasiado evidente. Pero dime, ¿sabes que lo que estás haciendo no está permitido? ¿Sabes que los padres de Brenda podrían demandarte? ¿Sabes que podrías terminar en prisión por esto? – reveló, dejándome aún más desconcertado.

– ¿Cómo lo sabes? – pregunté, sintiendo que negarlo ya no tenía sentido.

– Eso no importa. Fue más una cuestión de lógica. Cualquiera que los vea juntos lo sabría. No deberían ser tan obvios si esto es tan peligroso. Se nota a leguas… por la forma en que ella te mira y tú la miras a ella – explicó con una risa siniestra.

– Está bien, dime, ¿qué es lo que quieres? ¿Qué buscas con todo esto? – pregunté, tratando de entender sus intenciones y preparándome para lo que vendría a continuación.

Laura soltó una risa maliciosa.

– Primero, quiero saber… ¿Qué le viste a esa niña? ¿Una chiquitita tonta sin experiencia? – preguntó Laura con desdén.

– ¡No hables así de ella! – exclamé, defendiendo a Brenda con determinación.

Laura rió de manera burlona.

– Me da ternura cómo la defiendes… ¿No tienes conciencia de que ella es una adolescente y tú eres su maestro? – dijo, tratando de menospreciar nuestra relación.

– ¿Por qué no me dices de una vez qué es lo que quieres? – pregunté, sintiendo la urgencia de obtener respuestas claras y poner fin a esta situación incómoda.

Laura soltó una carcajada que resonó en la habitación, llenando el aire de una mezcla de malicia y satisfacción.

«Primero, quiero que trabajes conmigo. Ya te lo había mencionado antes. Fuera de todo esto, es una gran oportunidad», dijo, manteniendo su voz seductora y misteriosa. «Y en segundo lugar…»

Se acercó a mí, su rostro a centímetros del mío, buscando un beso. Su mano se deslizó por debajo de mi camisa, rozando mi pecho con un toque provocador. Sentí un escalofrío recorrerme mientras mi mente se llenaba de confusión y deseo contradictorio.

– «Solo quédate conmigo por esta noche, disfruta un rato y luego podrás olvidarte de mí. Yo no diré nada y tú no dirás nada… solo esta noche. Te demostraré que estás cometiendo un error con esa niña», propuso Laura, con una mezcla de desesperación y manipulación en su voz.

– Estás equivocada, Laura… completamente fuera de la realidad. Amo a Brenda y no pienso traicionarla. Contigo no tengo nada que hacer… A Brenda la amo más de lo que alguna vez pude quererte a ti – respondí con firmeza, dejando en claro mis sentimientos y lealtad hacia Brenda.

Laura guardó silencio por un momento y luego se acercó a mí, intentando besar mi cuello. Rápidamente me aparté, sintiendo cómo su presencia me volvía loco. Sabía cómo provocarme y aunque intentaba alejarme, ella no me lo permitía. Mi voluntad estaba siendo puesta a prueba y mi resistencia se debilitaba ante la tentación.

Narra Brenda

Recibí un mensaje de Alan por la tarde que decía:

“Bren, ven a mi departamento. Tengo una sorpresa para ti… sé que te va a encantar».

Me sorprendió recibir su mensaje, ya que habíamos acordado no vernos hoy. Sin embargo, la curiosidad y las ganas de verlo se apoderaron de mí. Quería saber qué sorpresa tenía preparada y me sentía emocionada por pasar tiempo juntos. Tomé mi auto y, para evitar sospechas, le dije a mis padres que iría a cenar con Ian y Anabela. Las calles estaban cubiertas de nieve, creando un ambiente mágico pero también un poco peligroso. Mi papá y mi mamá me pidieron con preocupación que tuviera cuidado al conducir, conscientes de las condiciones climáticas.

Mientras conducía hacia el departamento de Alan, mi mente se llenaba de preguntas. ¿Qué sorpresa tendría para mí? ¿Por qué había decidido romper nuestros planes y hacer algo especial? Sentía una mezcla de emoción y nerviosismo, pero estaba ansiosa por descubrirlo.

Me demoré un poco en llegar al departamento de Alan, pero cuando lo hice, me pareció extraño que la puerta estuviera entreabierta. En ese momento, tuve un impulso de tocar, pero rápidamente recordé que era el departamento de mi novio, el lugar que compartíamos como pareja. Sentí la confianza suficiente para entrar sin llamar, pero segundos después de cruzar la puerta, mi mundo se derrumbó. Me quedé en estado de shock al presenciar a Alan y Laura besándose en el sillón, con poca ropa. Me sentí como si me hubieran arrojado un cubo de agua fría encima.

– ¿Para esto me pediste que viniera? Déjame decirte que encontrar a dos idiotas juntos sí que es una sorpresa», exclamé, sintiendo que las lágrimas amenazaban con brotar.

Alan y Laura se levantaron rápidamente, visiblemente sorprendidos por mi presencia.

– Brenda… es… es… esto no es lo que crees», tartamudeó Alan, sin lograr articular una respuesta coherente.

– ¡CÁLLATE, QUIERES – grité – Por mí, no se preocupen. Laura, querida, continúa con lo que estabas haciendo. Parece que las personas como tú tienen experiencia en eso. No te preocupes, Alan, entiendo tus ‘necesidades’

Alan intentó hablar, suplicándome que lo escuchara, pero mi dolor y mi ira no me permitieron hacerlo.

– Por favor, mi amor, escúchame – dijo Alan en tono suplicante, con los ojos llenos de angustia y arrepentimiento. Sus palabras resonaron en el aire, cargadas de una desesperada necesidad de ser escuchado y comprendido. Sin embargo, mi corazón herido y mi mente confundida me impedían ceder ante su súplica. Un mar de emociones contradictorias se agitaba dentro de mí mientras luchaba por encontrar la fuerza para enfrentar la situación y tomar una decisión.

– ¿Escucharte? ¿Escucharte? ¿Crees que quiero escuchar los gemidos de ella? – exclamé con amargura.

– Esto no es lo que crees – intentó explicar Alan.

– ¿No? ¿Entonces qué es? ¿Una broma…? ¿Por quién me tomas, Alan? ¿Crees que soy idiota? – exclamé con voz temblorosa, sintiendo una mezcla de dolor y decepción en cada palabra.

Alan suspiró, tratando de encontrar las palabras adecuadas para explicarse.

– Fue un beso, sí… pero entre Laura y yo… – admitió con pesar en su voz, evitando mi mirada.

Sentí cómo la traición se apoderaba de mí, como si un puñal se clavara en mi pecho. Las lágrimas amenazaban con brotar mientras luchaba por asimilar la verdad. Todo lo que habíamos construido juntos parecía desmoronarse en un instante.

– No necesito que me expliques nada. ¡No quiero saber! – respondí con voz temblorosa.

– Por favor, Brenda, hablemos luego… más tranquilos – suplicó Alan.

– No hay nada que hablar… No quiero saber nada de ti – dije con determinación, sintiendo cómo se desvanecía el amor que una vez sentí por él.

– Brenda, por favor… – suplicó Alan, con voz entrecortada y los ojos llenos de remordimiento.

Las palabras de Alan resonaron en el aire, cargadas de una profunda necesidad de redención y perdón. Su voz temblorosa revelaba el peso de sus acciones y la angustia que lo consumía. Sin embargo, mi corazón herido y mi mente confundida me impedían responder de inmediato. Un torbellino de emociones se agitaba dentro de mí mientras luchaba por encontrar la fuerza para enfrentar la situación y decidir si estaba dispuesta a escucharlo.

Estaba a punto de irme, pero Alan intentó tomar mi brazo, buscando una oportunidad para explicarse.

– ¡Déjame, no me toques… no te atrevas a buscarme, ni mucho menos a seguirme!

Si te atreves a seguir buscándome, yo misma revelaré nuestra relación. Y créeme, tengo pruebas más que suficientes para usar eso en tu contra… ¡ASÍ QUE TE EXIJO QUE ME DEJES EN PAZ! – grité, mi voz resonando con una mezcla de rabia y dolor. Sentí un nudo en la garganta mientras las lágrimas amenazaban con emerger. Con cada palabra, mi voz temblaba, reflejando la intensidad de mis emociones.

Con la mayor dignidad posible, abandoné su departamento, bajando las escaleras a toda prisa, mis piernas temblando con cada paso. Casi tropecé en mi prisa por alejarme de aquel lugar que alguna vez consideré nuestro refugio. Finalmente, llegué a mi auto y me dejé caer en el asiento del conductor, permitiendo que las lágrimas fluyeran sin restricciones. Mis sollozos resonaban en el espacio confinado, una liberación desgarradora de la traición que me embargaba.

Las imágenes de Alan y Laura juntos se repetían una y otra vez en mi mente, como un tormento constante. Sentí cómo mi confianza se desmoronaba, reemplazada por una sensación de engaño y desilusión. Había confiado en Alan con todo mi ser, pero ahora me enfrentaba a la cruda realidad de sus mentiras.

No sabía qué hacer en ese momento de confusión y dolor. Ir a casa y enfrentar a mi familia con mi angustia no era una opción. En cambio, me aferré al volante, tratando de controlar mi respiración mientras seguía conduciendo sin rumbo fijo. La autopista se extendía frente a mí, una metáfora de mi propio viaje interno en busca de consuelo y claridad en medio de la tormenta emocional que me envolvía.

Narra Alan

Al ver que Brenda me había encontrado con Laura, sentí cómo mi mundo se desmoronaba a mi alrededor. La mirada de sorpresa y decepción en los ojos de Brenda me golpeó como un puñal en el corazón.

– ¡Alan! – exclamó Laura

La ira se apoderó de mí y no pude contener mi frustración. «¿Por qué has hecho eso?», pregunté enojado, tratando de encontrar una explicación que justificara mis acciones.

– Nunca antes te han molestado mis besos – respondió Laura con una sonrisa cínica, como si estuviera disfrutando de mi sufrimiento. Sus palabras solo avivaron aún más las llamas de mi ira.

– Lo nuestro ha terminado… y yo amo a Brenda… por tu culpa la he perdido – expresé con pesar, sintiendo cómo el peso de mis acciones recaía sobre mis hombros. El arrepentimiento comenzaba a inundar mi ser.

– Sabes que estás cometiendo un error con esa niña… – intentó argumentar Laura, pero sus palabras solo aumentaron mi frustración y resentimiento hacia ella.

– ¡LÁRGATE DE AQUÍ AHORA! – le grité con furia, deseando con todas mis fuerzas que desapareciera de mi vista. No podía soportar su presencia ni un segundo más.

– Pero, Alan… – intentó decir Laura, pero no le di oportunidad de continuar. Mi paciencia se había agotado por completo.

– Si aún tienes algo de dignidad, vete ahora… después de esto, no quiero volver a verte nunca más – expresé con determinación, sintiendo cómo el resentimiento hacia ella crecía dentro de mí. – Sabes una cosa, no te odié cuando me dejaste, pero ahora… ¡te odio!… ¡LÁRGATE!

Laura recogió sus cosas y se fue, dejándome solo en medio del caos emocional que había creado. Sentí cómo la realidad de mis acciones se hundía en lo más profundo de mi ser. Necesitaba hablar con Brenda, aunque sabía que probablemente ya la había perdido para siempre. Sin embargo, no podía dejar de intentarlo.

Tomé mi celular tembloroso y noté un mensaje que aparentemente yo le había enviado a Brenda, pidiéndole que viniera a verme. En ese momento, todo se volvió claro: Laura había planeado todo esto y ahora la odiaba con cada fibra de mi ser. Pero sabía que trataría con ella más adelante. En ese momento, lo que más necesitaba era escuchar a Brenda, enfrentar las consecuencias de mis acciones y rogar por su perdón. Marqué su número en mi celular, esperando con el corazón en la mano que contestara. A la primera llamada no respondió, lo cual era comprensible, pero no me rendí. Respiré hondo y marqué de nuevo, rogando por una oportunidad para explicarme y enmendar mis errores. Para mi alivio, ella contestó, y en ese momento supe que tenía una oportunidad, aunque fuera una pequeña, de arreglar lo que había roto.

– Brenda, mi amor, por favor, tienes que escucharme… – supliqué, con desesperación en cada palabra.

– ¿Escucharte? ¿No crees que ya me has lastimado demasiado? – respondió Brenda, su voz cargada de dolor y desilusión.

Las lágrimas amenazaban con ahogar mi voz mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas.

– Lo sé, pero debes entender que todo esto fue solo un malentendido… No puedo soportar la idea de perderte, eres mi razón de ser – intenté explicar, dejando que mi corazón hablara por mí.

El llanto en la voz de Brenda me partía el alma. Podía sentir su dolor, su decepción, y sabía que era el responsable de ello.

– Ya es demasiado tarde, Alan… Yo te amaba, te amaba con todo mi ser – dijo Brenda, su voz quebrada por la tristeza y la resignación.

– No hables en pasado, por favor… Yo te amo, te amo más de lo que las palabras pueden expresar – respondí, dejando que la desesperación se filtrara en mis palabras. Mi mente se llenó de imágenes de los momentos felices que compartimos juntos, y el pensamiento de perderla me aterraba.

De repente, un estruendo ensordecedor resonó en el fondo de la llamada, seguido por los gritos angustiados de Brenda y luego una interferencia que cortó nuestra comunicación.

– ¡¡¡Brenda, Brenda!!! ¿Qué ha pasado? ¿Me escuchas? ¡Maldición, háblame! ¡Dime algo! – grité al teléfono, sintiendo cómo la desesperación se apoderaba de mí. Mi corazón latía con fuerza mientras esperaba desesperadamente una respuesta.

La línea permaneció en silencio, solo el eco de mi propia voz resonaba en mis oídos. La incertidumbre y el miedo se apoderaron de mí. Necesitaba encontrar a Brenda, asegurarme de que estuviera a salvo.

Sin pensarlo dos veces, me abrigué rápidamente y me dirigí a su casa, ignorando los riesgos que pudieran surgir. La preocupación y la urgencia me impulsaban a actuar. No podía quedarme de brazos cruzados sin saber qué había sucedido.

Cuando llegué, la hermana de Brenda me recibió con los ojos hinchados por el llanto. Su rostro reflejaba la tristeza y la angustia.

– Hola… ¿Brenda está aquí? – pregunté, apenas siendo capaz de articular las palabras, temiendo lo peor.

– Señor Freeman, ¿qué hace usted aquí? – preguntó su hermana entre sollozos – Brenda no está aquí, ni mis padres tampoco – dijo, su voz llena de dolor y confusión.

El corazón se me hundió en el pecho. La preocupación se convirtió en pánico. «¿Dónde están tus padres? ¿Qué le ha pasado a Brenda?» pregunté, luchando contra el nudo en mi garganta mientras esperaba desesperadamente una respuesta que temía escuchar.

Entre lágrimas, su hermana me dio la devastadora noticia:

– Llamaron a mis padres de urgencia… Brenda tuvo un accidente.

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Capítulo 53: El accidente

Narra Alan

«Brenda tuvo un accidente. Brenda tuvo un accidente.»

Al escuchar esas palabras, sentí cómo la culpa inundaba todos mis sentidos. Mi corazón se aceleró y un escalofrío recorrió mi espalda. Si algo le pasaba a Brenda, nunca me lo perdonaría. Su hermana estaba tan afligida que no pude obtener mucha información. Sin perder un segundo, me dirigí al hospital más cercano, donde supuse que estaría.

Estacioné mi auto frente al hospital, con las manos temblorosas. Sabía que si Brenda estaba allí, sus padres también estarían presentes. Era un momento arriesgado, pero no podía permitir que el miedo me detuviera. Estaba dispuesto a enfrentar cualquier consecuencia, porque mi amor por Brenda era más fuerte que cualquier temor.

Al llegar a la sala de espera de emergencias, mi corazón latía desbocado. Busqué con la mirada a los padres de Brenda, pregunté por Brenda. Me señalaron dónde estaban sus padres. Me acerqué con cautela, consciente de que esta noche se revelaría nuestra relación. Sentía un nudo en la garganta y mi mente se llenaba de preguntas sin respuesta.

La madre de Brenda me miró con ojos llenos de angustia y desesperación. Supe en ese momento que ella también estaba pasando por un tormento emocional. Me acerqué lentamente y, con voz temblorosa.

– Alan, ¿qué haces aquí? – preguntó su madre, confundida.

– Señora, por favor, dígame que Brenda está bien… dígame que no le pasó nada grave.

Su madre parecía alterada, apenas podía hablar entre lágrimas y sollozos mientras me daba información sobre el estado de Brenda.

– Ella… está en una condición muy grave, en terapia intensiva. Tuvo un accidente automovilístico y todo sucedió muy rápido. El conductor del otro auto también está grave y declaró que Brenda estaba hablando por celular. El auto se salió de control debido a la nieve y nos informaron que está en coma con lesiones en la cabeza. Estoy muy preocupada – dijo, sin poder contener el llanto. – Pero no entiendo, ¿qué haces tú aquí? ¿Cómo te enteraste?

Permanecí en silencio, no estaba preparado para hablar ni sabía qué decir o inventar. Sabía que si decía la verdad, me alejarían de Brenda y no podría soportarlo.

– Dime algo, Alan. ¿Qué está pasando? – preguntó, desesperada por obtener información.

– Brenda estuvo conmigo antes de su accidente – las palabras salieron de mi boca sin pensar. – Tuvimos una discusión.

– ¿Disculpa? ¿Qué me estás tratando de decir? ¿Ustedes estaban juntos? ¿Discutieron? ¿Estaban en la escuela? – preguntó, lanzándome varias preguntas. Solo pude negar con la cabeza a su última pregunta.

– ¿Entonces? Alan, por favor… no entiendo nada y necesito toda la información posible en este momento.

El momento de la verdad había llegado. Sabía que después de esto mi vida cambiaría en todos los sentidos, pero necesitaba decirlo, dejar de mentir.

– Señora… Realmente no quería que esto se supiera así. Brenda y yo tuvimos una discusión, pero también hemos estado juntos porque… – Suspiré, tomando un momento para reunir mis pensamientos.

– ¿Por qué?… por favor, Alan, dime algo – suplicó su madre.

– Porque estamos enamorados… somos novios – confesé, esperando su reacción.

La reacción de su madre fue peor de lo que imaginé. Cubrió su boca con las manos y me miró con odio… y la comprendía, también me odiaba a mí mismo.

– ¿Me estás diciendo que tú… tú eres el chico del que mi hija está enamorada? ¿La novia que tanto ocultabas… era mi hija?

Mis palabras se atascaron en mi garganta mientras asentía con la cabeza, sintiendo un nudo de nerviosismo y culpa apretándome el pecho.

– ¿Cómo pudieron engañarnos todo este tiempo? ¡Yo confié en ti! ¡Sabes que eso es ilegal! ¿Sabes que podríamos demandarte por eso?

Intenté encontrar las palabras adecuadas para explicar la situación, para calmar su ira y su dolor.

– Señora, por favor, déjeme explicarle todo. Conocí a su hija al comienzo del año escolar, pero ninguno de los dos sabía que yo sería su profesor y ella mi alumna… Fue solo una coincidencia, un giro inesperado del destino.

Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras me miraba con una mezcla de incredulidad y furia.

– ¿Qué le hiciste para que pelearan y tuviera este accidente? – me interrumpió sollozando, su voz quebrada por la angustia.

El peso de la culpa me golpeó con fuerza, sintiéndome responsable por el dolor que su hija estaba atravesando.

– No intentaba lastimarla, nunca fue mi intención que saliera lastimada. No quería hacerle daño, solo espero que ella esté bien. – Mis palabras salieron temblorosas, cargadas de arrepentimiento y amor por Brenda.

Las cosas tomaron un giro aún más oscuro cuando me percaté de que el padre de Brenda estaba detrás de mí, su presencia silenciosa confirmaba que había escuchado cada palabra de nuestra conversación.

Un escalofrío recorrió mi espalda mientras me enfrentaba a su mirada llena de ira y decepción. Sabía que no había forma de escapar de la situación, que tendría que enfrentar las consecuencias de mis acciones.

– ¿QUÉ LE HICISTE A MI HIJA? – gritó, su voz llena de rabia y desesperación. – Todo lo que escuché es verdad.

Me quedé sin palabras, sintiendo el impacto de sus palabras y el miedo que se apoderaba de mí. Me sentía indefenso y culpable, deseando poder retroceder en el tiempo y cambiar las cosas.

– No intentaba herirla, nunca fue mi intención que saliera lastimada. No quería hacerle daño, solo espero que ella esté bien – repetía. – Yo amo a su hija… – mi voz quebrada por el llanto y el remordimiento.

Eso fue suficiente. Fue suficiente con decir que la amaba para sentir el puño de su padre golpeando mi rostro. Estaba a punto de recibir otro golpe cuando comenzaron a gritarnos y a separarnos…

– ALÉJATE PARA SIEMPRE DE MI HIJA – gritó. – No te atrevas a acercarte a ella. Puedo acusarte y tendrás problemas legales por involucrarte con una menor. ¿Entendiste?

Mi boca estaba ensangrentada, tal vez merecía el castigo, pero mi mayor temor era el bienestar de Brenda. En ese momento, una enfermera se acercó, implorando que detuviéramos la pelea y nos alejáramos del caos emocional que habíamos creado.

– Por favor, estamos en el hospital. No está permitido gritar ni pelear aquí. Necesito que se retiren – dijo, tomando mi brazo y guiándome hacia la salida mientras aún podía escuchar los sollozos desgarradores de los padres de Brenda.

Mi mente estaba llena de preocupación y angustia mientras la enfermera me llevaba lejos de la confrontación. Necesitaba desesperadamente saber sobre el estado de Brenda, así que reuní el coraje para preguntarle a la enfermera.

– Señorita, por favor, soy el novio de la chica que tuvo el accidente. Necesito saber si estará bien – dije con desesperación, buscando desesperadamente respuestas.

– Lo siento, pero solo se proporciona información a los familiares directos – respondió mientras llegábamos a la puerta de salida. – Ahora, por favor, retírese.

Sentí cómo la preocupación y la impotencia me consumían. No me permitirían saber nada sobre el estado de Brenda ni estar cerca de ella. Necesitaba estar a su lado, verla, tenerla en mis brazos.

Salí de la sala de emergencias, pero me quedé en mi auto en el estacionamiento, esperando desesperadamente noticias sobre ella. Pasé toda la noche sin dormir, anhelando cualquier información que pudiera obtener, pero sabía que era peligroso acercarme.

Eran las 6 de la mañana cuando vi a sus padres salir del hospital en su auto, sin Brenda. Aproveché la oportunidad para entrar al hospital y preguntar por ella.

Allí estaba la enfermera que nos había separado anteriormente.

– Disculpe, necesito que me diga cómo está Brenda Brown – le pedí con ansiedad.

– Lo siento, señor, pero sus padres solicitaron que no proporcionemos información – respondió la enfermera.

– Señorita, por favor, ayúdeme. Estoy desesperado, la amo, ella es mi vida. Necesito saber cómo está, me siento culpable… le suplico – dije casi arrodillándome frente a su escritorio, sintiendo que las lágrimas amenazaban con brotar.

La enfermera pareció comprender mi angustia y la gravedad de la situación.

– Mire, joven, le diré solo si me promete que se irá. Es muy peligroso que los padres de ella lo encuentren aquí. Han dado órdenes explícitas y si se enteran de que le di información, puedo perder mi empleo. ¿Está claro?

– Sí, sí, está muy claro… dígame cómo está y después me iré – respondí, con un suspiro de alivio ante su compasión.

La enfermera sacó una carpeta de su escritorio y, con sumo cuidado, abrió el expediente de Brenda. Sus ojos recorrieron las páginas mientras yo esperaba con el corazón en un puño. Finalmente, ella levantó la mirada y suspiró antes de compartir la información que tanto ansiaba.

– No quiero darte esta noticia de esta manera, pero es importante que sepas la verdad. Tu novia se encuentra en estado crítico, aún está en coma debido a una grave lesión en la cabeza. Los médicos están haciendo todo lo posible, pero su respuesta es limitada… Sin embargo, quiero que tengas esperanza. Brenda es joven y fuerte, y aunque el camino hacia la recuperación será difícil, debemos aferrarnos a la posibilidad de que se recupere – dijo la enfermera, su voz cargada de compasión y empatía.

– Ahora debes irte – dijo la enfermera con una mezcla de compasión y firmeza en su voz.

Mis piernas temblaron y me apoyé en la pared más cercana para mantenerme en pie. Los latidos de mi corazón retumbaban en mis oídos mientras luchaba por asimilar la gravedad de la situación. Brenda, la persona que significaba todo para mí, estaba en coma y su vida pendía de un hilo.

Agradecí a la enfermera con un nudo en la garganta y salí del hospital con paso tambaleante. Regresé a mi departamento, donde cada rincón parecía susurrar el eco de los momentos compartidos con Brenda. Me encontré inmerso en una tormenta de emociones, una mezcla abrumadora de culpa, tristeza y desesperación.

La ira y la frustración se apoderaron de mí, y comencé a maldecir todo a mi alrededor. Me maldecía a mí mismo por haber caído en la trampa de Laura, por no haber protegido a Brenda de los peligros que la acechaban. Maldecía el hecho de que Laura hubiera entrado en nuestras vidas y provocado esta tragedia. Maldecía a los padres de Brenda por sus decisiones y acciones que habían contribuido a este caos. Maldecía mi propia existencia y cada aspecto de mi vida que me había llevado a este punto oscuro y desesperado.

En un arrebato de impotencia, comencé a lanzar objetos sin rumbo fijo. El desorden se apoderó de mi hogar, reflejando el caos interno que me consumía. Cada objeto roto parecía un eco de mi corazón destrozado.

Mi departamento se convirtió en un recordatorio constante de lo que había perdido. Cada habitación estaba impregnada de recuerdos de Brenda: su risa contagiosa, su suave presencia en mi cama. Era como si estuviera atrapado en un sueño oscuro, donde la felicidad que habíamos compartido se desvanecía ante mis ojos.

Agotado y con el alma en pedazos, me dirigí al baño en busca de un respiro. Pero incluso el agua que caía sobre mi cuerpo no podía apaciguar el dolor que me atravesaba. Solo el calor reconfortante de los brazos de Brenda podría calmar mi mente atormentada.

Un inesperado golpe en la puerta interrumpió el caos de mis pensamientos. Una estúpida idea cruzó mi mente, esperando que fuera Brenda con su sonrisa encantadora. Pero mis esperanzas se desvanecieron rápidamente cuando me encontré con un hombre vestido con traje formal, parado frente a mí.

Su voz ronca resonó en el silencio del apartamento mientras exclamaba:

– Disculpe, ¿es usted Alan Freeman?

Mi corazón se aceleró, lleno de incertidumbre y temor. Lentamente, asentí y respondí con cautela:

– Sí, soy yo. ¿Pasa algo?

El hombre se presentó como el abogado de la familia Brown y, sin rodeos, me entregó una orden que me exigía alejarme de Brenda y renunciar a mi empleo. Sus palabras resonaron en el aire, dejándome atónito y confundido.

– Soy el abogado de la familia Brown. Lo que traigo aquí es una orden en la que usted se compromete a alejarse de la señorita Brown y renunciar a su empleo… de lo contrario, se tomarán medidas adicionales – dijo el abogado, sin rodeos.

– ¿Qué? – balbuceé, luchando por encontrar las palabras adecuadas para expresar mi incredulidad.

El abogado mantuvo la compostura y continuó:

– Comprendo que esto pueda ser abrumador, pero le insto a que considere la gravedad de la situación. Firmar este documento y alejarse de los problemas es lo mejor para todos. Meterse con una menor es un asunto serio y puede tener consecuencias legales significativas.

Mi mente se llenó de una mezcla de emociones. Sentí la ira y la determinación arder en mi interior mientras respondía con voz firme:

– Esto no se quedará así. También tengo abogados y no permitiré que nadie me aleje de Brenda.

El abogado me miró con una mezcla de seriedad y advertencia:

– Entiendo su posición, pero le aconsejo que piense detenidamente. Si decide complicar las cosas, está en su derecho de buscar asesoramiento legal. Sin embargo, le insto a que considere las implicaciones de sus acciones.

Permanecí en silencio, sin encontrar las palabras adecuadas para responder.

– Bueno, mi única tarea aquí es entregarle el documento. No tiene que entregármelo hoy, tiene hasta mañana. Y ni siquiera tiene que dármelo a mí, puede entregárselo a sus padres… buenas tardes – concluyó el abogado antes de marcharse.

En ese momento, Laura irrumpió en el apartamento, trayendo consigo una nueva ola de tensión. Sentí una mezcla de molestia y frustración al verla allí, sin comprender que ya no quería tener nada que ver con ella.

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Capítulo 54: Una Pesadilla

Narrador

En la residencia Brown, la ansiedad se apoderaba de Ingrid mientras daba vueltas de un lado a otro. Finalmente, la puerta se abrió y sus padres entraron, pero sus rostros reflejaban una sombría tristeza.

– Mamá, Papá, qué alivio que han llegado. ¿Cómo está Brenda? – preguntó Ingrid con voz temblorosa.

Los ojos de sus padres se encontraron, incapaces de encontrar las palabras adecuadas.

– ¿Qué sucede? ¿Por qué se miran así?- inquirió Ingrid, sintiendo cómo la preocupación se convertía en angustia.

La madre no pudo contener las lágrimas, mientras que el padre permanecía en silencio.

– ¿Qué ocurre? ¿Por qué mamá llora de esa manera? – preguntó Ingrid desesperada – POR FAVOR, DÍGANME CÓMO ESTÁ BRENDA – exclamó con desesperación.

– Tu hermana está en coma, hija. Los médicos hablan de una fuerte lesión en la cabeza – dijo la madre con la voz entrecortada. El padre, en silencio, abrazaba a su esposa tratando de encontrar consuelo en medio de la desolación.

Ingrid se quedó pálida como un fantasma, paralizada por la impactante noticia. No podía creer lo que acababa de escuchar, pero finalmente encontró la voz para expresar su dolor.

– No, no puede ser verdad… Díganme que esto es solo una pesadilla – susurró con la voz quebrada.

Los padres, exhaustos emocionalmente, negaron con la cabeza sin fuerzas para pronunciar palabras. Se abrazaron nuevamente, dejando que las lágrimas fluyeran en silencio. Ingrid, separándose de ellos y secando sus propias lágrimas, logró articular unas palabras más.

– Por cierto, el profesor de… – tartamudeó – el profesor de literatura de Brenda estuvo aquí. No sé cómo se enteró, pero me imagino que ya toda la escuela debe saberlo – dijo sollozando.

Los padres se miraron entre sí, desconcertados por la noticia adicional. Ingrid captó su expresión y comprendió que la tragedia de Brenda se había extendido más allá de los límites de su familia.

– ¿Qué pasa ahora? ¿Hay peores noticias? – preguntó Ingrid, con temor en su voz.

– Hija… Alan se presentó en el hospital y nos confesó todo – dijo su madre, luchando por encontrar las palabras adecuadas.

– ¿Confesó qué? – inquirió Ingrid, sintiendo un nudo en el estómago.

La madre tragó saliva antes de responder.

– Al parecer… él y Brenda tenían una relación romántica.

– ¿Una relación romántica? – repitió Ingrid, atónita.

– Sí, hija. Parece ser que estaban juntos antes de que Brenda tuviera el accidente. Tuvieron una discusión… y según Alan, Brenda estaba hablando con él por teléfono mientras conducía. El otro conductor declaró que ella venía hablando por celular.

– Esto es demasiado… por favor, díganme que es una broma – suplicó Ingrid, con incredulidad. – Brenda es menor de edad y Alan es su profesor… esto no puede ser real.

Los padres se miraron a los ojos, compartiendo la angustia de su hija. Asintieron en silencio, confirmando con gestos lo que no podían expresar con palabras. Ingrid se quedó sin habla, sin saber cómo procesar toda la información. Mientras sus padres se retiraban a descansar, ella decidió investigar en la habitación de Brenda, en busca de alguna pista que pudiera ayudarla a entender lo que acababa de descubrir. Fue entonces cuando encontró un libro sobre la mesita de noche de su hermana, con una dedicatoria en la portada.

«Este es el primer libro que escribí. Espero que cuando lo leas, pienses en mí con amor… Alan Freeman».

Ingrid se quedó paralizada al leer esas palabras, su mente llena de emociones encontradas.

Entonces es verdad – pensó, sintiendo cómo su mundo se desmoronaba a su alrededor.

Ingrid revisó el libro y encontró un papel con una dirección, el número de piso y el departamento. En la parte de atrás, había un mensaje que decía «mi amor»
con corazones. Decidió seguir la pista y se dirigió al edificio indicado.

Al llegar, intentó subir por el ascensor, pero estaba fuera de servicio. No se dejó desanimar y subió por las escaleras hasta llegar al departamento señalado en el papel. Para su sorpresa, la puerta estaba entreabierta y pudo escuchar una discusión acalorada que provenía del interior.

– ¿Qué haces aquí, Laura? ¿Por qué viniste? – preguntó Alan, con frustración en su voz.

– Necesitaba hablar contigo – respondió Laura, intentando mantener la calma.

– No tengo nada que hablar contigo después de lo que hiciste. Lárgate de mi departamento – exclamó Alan, con ira evidente en su tono.

Ingrid se quedó afuera del departamento, escondida, tratando de entender la situación. Escuchó sus voces llenas de resentimiento y confusión.

– Pero Alan, tienes que entender que lo hice por tu bien – intentó explicar Laura, con un dejo de tristeza en su voz.

– Por mi bien – interrumpió Alan, sarcástico – ¿Alejarme de la mujer que amo te parece que fue por mi bien?

– Ella es una adolescente y tú eres su maestro – argumentó Laura, buscando justificar sus acciones.

– Lárgate – dijo Alan, con determinación – Jamás te perdonaré por eso.

– ¿Qué pasa? ¿La niñita no te dejó hablar? – dijo Laura con una risa irónica – Parece que no tiene la madurez suficiente para escuchar. ¿Se encerró en su habitación a llorar?

Cuando Laura pronunció esas palabras, Alan se enfureció tanto que sintió un impulso incontrolable de golpearla. Ingrid, que estaba escuchando todo desde afuera, transformó su expresión de confusión en odio. Sin pronunciar una palabra, entró silenciosamente al departamento, sin hacer ruido. Aún no sabía qué iba a decir, pero cuando se colocó detrás de Laura, Alan la miró sorprendido. Laura notó la expresión de sorpresa en el rostro de Alan y se volteó, encontrándose cara a cara con Ingrid, quien la miraba con intensa hostilidad.

– ¿Y tú quién eres? – preguntó Laura con altanería.

Ingrid no respondió, simplemente la miró con odio en sus ojos.

– ¿Qué te pasa? ¿Por qué me miras así? – cuestionó Laura, confundida por la intensidad de la mirada de Ingrid.

En ese momento, la mano de Ingrid se estrelló contra la mejilla de Laura en una bofetada sonora que le volteó el rostro, dejando una marca roja en su piel. Incluso a Ingrid le sorprendió la fuerza del golpe, pero no se arrepintió en absoluto.

Laura rápidamente llevó su mano a su mejilla y se quejó:

– ¿Qué te pasa? ¿Estás loca o qué? – dijo, frotando su mejilla adolorida.

Finalmente, Ingrid encontró su voz y pudo hablar.

– ¡MI HERMANA ESTÁ INTERNADA… ESTÁ GRAVE POR TU CULPA! – gritó Ingrid, con una mezcla de dolor y rabia en su voz.

Laura quedó paralizada, sin esperar escuchar esas palabras, pero aún así, tuvo que preguntar.

– ¿Tu hermana? ¿Y quién es tu hermana? – preguntó, sospechando la respuesta.

– No te hagas la inocente conmigo… sabes muy bien quién es mi hermana. Pero por si no lo sabes, mi hermana es Brenda Brown – dijo Ingrid, con una mezcla de tristeza y rabia en sus palabras.

Laura intentó justificarse, pero Ingrid no le dio oportunidad de hablar. La llenó de insultos merecidos y se preparaba para golpearla nuevamente, pero Alan intervino y sujetó a Ingrid.

– Por favor, cálmate – dijo Alan, sujetándola con firmeza – Vete de aquí, Laura – ordenó, mirando a Laura con determinación.

Laura salió corriendo, frotándose la cara mientras el dolor de la bofetada de Ingrid aún la atormentaba. Alan se quedó junto a Ingrid, intentando calmarla y preocupado por su estado. Una vez que Ingrid logró calmarse, Alan le preguntó con curiosidad:

– ¿Qué haces aquí? ¿Cómo supiste dónde vivo?

Ingrid sostuvo el papelito que había encontrado en el libro con dedicatoria en la habitación de su hermana y respondió:

– Encontré esto en un libro, con una dedicatoria para mi hermana.

Alan se quedó sin palabras, sin saber cómo reaccionar. Ingrid suspiró, mostrando su confusión, y expresó su deseo de entender lo que había sucedido:

– Quiero comprender todo esto… quiero saber cómo empezó todo, quiero saber si realmente eres el villano o si la verdadera villana es esa estúpida que salió de aquí.

Alan quedó momentáneamente paralizado, pero luego invitó a Ingrid a sentarse y comenzó a contarle toda la historia en detalle, sin ocultar nada.

Ingrid seguía confundida, pero no pudo evitar notar cómo los ojos de Alan brillaban cada vez que mencionaba a su hermana. Sin saber qué decir en ese momento, decidió retirarse y se marchó.

Alan quedó sumido en sus pensamientos, tomando nuevamente el documento que le había entregado el abogado, reflexionando sobre todo lo sucedido.

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Capítulo 55: Frío

Narra Alan

Quedé paralizado con el documento entre mis manos. Lo leí una y otra vez, y cada palabra era como un puñal clavándose en mi corazón. Era evidente que debía alejarme por completo de Brenda y olvidarme de todos los problemas, pero la mera idea de separarme de ella era insoportable. Pasé toda la tarde sumido en mis pensamientos, como si el simple acto de reflexionar pudiera hacer que Brenda se recuperara.

Decidí pasar la noche en la cama donde tantas veces la tuve en mis brazos, buscando consuelo en los recuerdos. Pero el sueño se resistía a llegar, mi mente estaba atormentada por la angustia y la incertidumbre.

Al despertar al día siguiente, estaba decidido, por más doloroso que fuera. Cuando Brenda estuviera bien, me alejaría de ella. Me había convertido en su fuente de sufrimiento y ya no podía permitirlo. Era un lunes gris y sombrío, y lo primero que tenía que hacer para cumplir con la petición de la familia de Brenda era renunciar a mi trabajo como profesor.

Fue una mañana cargada de nostalgia mientras recorría los pasillos y las aulas que habíamos compartido. Cada rincón estaba impregnado de recuerdos y emociones encontradas. Cada paso era como un eco de lo que una vez fuimos juntos. No era fácil, pero sabía que era lo correcto para ambos.

Entré a dar mi última clase y fue un momento difícil. Mis alumnos no entendían por qué renunciaba y yo no me sentía capaz de contarles toda la verdad.

Durante toda la clase, mi mirada se posaba constantemente en el asiento vacío donde solía sentarse Brenda. La ausencia de su presencia era como un agujero en mi corazón, un recordatorio constante de lo que había perdido.

Al salir de la clase, me dirigí al estacionamiento y me encontré cara a cara con Anabela e Ian, los amigos cercanos de Brenda. Noté cómo Anabela susurraba algo al oído de Ian, y luego ella se acercó a mí.

– Sé que tú tuviste algo que ver con el accidente de Brenda – dijo Anabela, con lágrimas en los ojos y una mezcla de tristeza y enojo en su voz. – Por si ella nunca te lo dijo, nosotros sabemos la verdad sobre ustedes.

Permanecí en silencio, sin saber qué decir. Las palabras se quedaron atascadas en mi garganta, incapaz de encontrar una respuesta adecuada.

– ¿No vas a decir nada? – intervino Ian, con agresividad en su tono.

Bajé la mirada y pregunté con voz quebrada:

– ¿Cómo está ella?

– ¿Cómo quieres que esté? ¡Aún está en coma! Tiene graves lesiones en la cabeza – respondió Ian, mientras Anabela sollozaba sin control.

Sentí un nudo en el estómago y las lágrimas amenazaron con brotar.

– Lo siento mucho. Me alejaré de ella – dije, luchando por mantener la compostura.

– Me parece perfecto… es lo mejor que puedes hacer – gritó Anabela, con rabia y dolor en su voz.

Ian abrazó a Anabela, y se alejaron dejándome paralizado en medio del estacionamiento, sintiendo el peso de mis decisiones y el arrepentimiento que me consumía.

Minutos después, llegó el momento que tanto temía. Tomé mis papeles y mi carta de renuncia, y con un nudo en la garganta, se la entregué al director.

– No entiendo esta decisión tan inesperada, ¿está todo bien? – preguntó el director, con una expresión de confusión en su rostro.

– Sí, estoy agradecido por este empleo, pero se me ha presentado una oportunidad que se alinea mejor con mis intereses – respondí, tratando de ocultar la verdadera razón.

Pero cómo podría decirle que me voy porque me exigen que me aleje de la chica que amo.

Al salir de la oficina del director, me dirigí a la universidad donde trabajan los padres de Brenda. Observé a su madre por un momento y luego me acerqué a ella. Había tantas palabras que quería decirle, pero me quedé en silencio. Nuestros ojos se encontraron y, antes de que pudiera articular una frase, le entregué el documento que el abogado había llevado. Estaba firmado, como un triste símbolo de mi acuerdo. Ella tomó el papel sin decir una palabra y se marchó.

Por último, regresé a la escuela y entré por última vez en el salón que solía ser mío. Recolecté mis pertenencias y me acerqué al lugar donde Brenda solía sentarse. Mis dedos acariciaron su pupitre, mientras mi corazón se llenaba de nostalgia. Susurré un débil «Te amo» antes de abandonar definitivamente la escuela.

Al ver a la mamá de Brenda en la universidad, supuse que sus padres no estarían en el hospital. Decidí visitarla. Mientras conducia, pasé junto a una florería y compré un ramo de sus flores favoritas: lirios blancos.

Al llegar al hospital, me encontré con la misma enfermera que me había atendido en mi primera visita. Su mirada reflejaba desaprobación, recordándome que no podía acercarme ni obtener información. Pero no me rendiría tan fácilmente. Estaba decidido a encontrar una manera de estar cerca de Brenda, sin importar los obstáculos que se interpusieran en mi camino.

– Los padres dejaron indicaciones explícitas de no darle información sobre la Señorita Brenda – dijo la enfermera, con tono firme.

– Lo sé, pero estoy desesperado, necesito verla – respondí, suplicante.

– Ella continúa en coma – declaró la enfermera, recordándome la difícil situación.

– Lo sé, pero también sé que ya permiten las visitas. Por favor, se lo ruego, entienda mi angustia. Solo quiero estar cerca de ella, aunque sea por un momento. ¿Podría hacer una excepción?

La enfermera frunció el ceño, evaluando mi petición.

– Yo solo hago mi trabajo – dijo la enfermera, manteniendo su postura profesional.

Decidí arriesgarme y apelar a su compasión.

– Por favor, entienda que la amo con todo mi corazón. No puedo soportar la idea de no poder verla, de no poder estar a su lado en estos momentos tan difíciles. Le prometo que seré respetuoso y no causaré ningún problema.

La enfermera pareció reflexionar durante unos segundos, mirando a su alrededor como si buscara una respuesta.

– Está bien – dijo finalmente, con un suspiro. – Pero solo por unos minutos y bajo mi supervisión. No puedo garantizar que los padres no se enteren, pero haré todo lo posible para protegerlos.

Una mezcla de alivio y gratitud inundó mi corazón.

– Gracias, de verdad. Aprecio mucho su comprensión y su ayuda – respondí, con voz entrecortada por la emoción.

La enfermera tomó el expediente de Brenda y me guió hacia la habitación donde se encontraba. Mientras caminábamos por los pasillos del hospital, mi corazón latía con fuerza, lleno de esperanza y temor por lo que encontraría al ver a la mujer que tanto amaba.

Al entrar a la habitación donde ella yacía, mi corazón comenzó a latir desbocado. Aunque estaba allí frente a ella, no podía evitar sentir una extraña distancia. Con cuidado, coloqué las flores en una repisa cercana y me acerqué lentamente. Sentía miedo de tocarla, como si pudiera romperla aún más. Su rostro mostraba las marcas del accidente, pero a pesar de ello, su belleza seguía siendo cautivadora. Anhelaba con todas mis fuerzas poder despertarla de aquel sueño profundo en el que estaba sumida, pero la culpa me consumía. Tomé su mano, que se sentía fría y delicada, y en ese momento, los recuerdos de sus últimas palabras antes del accidente inundaron mi mente: «Yo te amaba»… ¿Acaso me lo decía porque ya no sentía lo mismo o porque presentía lo que estaba por venir? Nunca lo sabría, pues mis acciones pasadas me atormentaban.

Mis dedos acariciaron su rostro con la esperanza de que mi amor pudiera traspasar las barreras del coma. Sin embargo, en ese instante, la voz firme de la enfermera me interrumpió:

– Tiene que irse ahora, el horario de visitas ha terminado y sus padres están a punto de llegar.

Con renuencia, me puse de pie y me despedí de ella, aunque cada fibra de mi ser se resistía a alejarse:

– Brenda… sé que tal vez no puedas escucharme, pero solo deseo que me perdones. Reconozco mis errores y lamento profundamente el daño que te causé. Eres mi razón de ser, te amo y haré todo lo posible para estar a tu lado todos los días hasta que regreses a mí… Te amo

Estaba a punto de abandonar la habitación cuando escuché su voz susurrando mi nombre en sueños:

– Alan, Alan…

Me acerqué rápidamente, sintiendo una chispa de esperanza en mi corazón, y tomé su mano con suavidad, deseando con todas mis fuerzas que mi presencia la guiara de vuelta a la realidad.

– Aquí estoy, mi amor… abre tus ojitos y mírame – susurré con ternura, acariciando suavemente su mejilla.

– Alan, te amo Alan – ella respondió en sueños, con una voz suave y lejana, pero aún seguía atrapada en su profundo sueño.

– Yo también te amo, mi amor. Por favor, despierta y vuelve a mí – supliqué, sintiendo un nudo en mi garganta mientras mis ojos se llenaban de lágrimas.

– Por favor, señor, debe retirarse. Tengo que informarle al médico sobre esto – interrumpió la enfermera, con una expresión seria pero compasiva en su rostro.

– No puedo dejarla, ella me está llamando – respondí, aferrándome a su mano como si fuera mi única conexión con ella.

La enfermera suspiró y colocó una mano reconfortante en mi hombro.

– Entiendo su dolor, pero ella solo está soñando. Tiene que irse ahora, pero prometo cuidarla y mantenerla en buenas manos.

Con mucho pesar, salí de la habitación, sintiendo un vacío que parecía llenar todo mi ser. Cada paso que daba por los pasillos del hospital era como una tortura silenciosa, recordándome la fragilidad de la vida y el amor que estaba en pausa.

Pasaron los días y cumplí mi promesa de visitar a Brenda todos los días. Cada vez que entraba en su habitación, sus palabras en sueños eran como un bálsamo para mi alma herida. Me aferraba a cada susurro, cada indicio de que ella aún estaba allí, luchando por regresar a mí.

La enfermera y yo nos habíamos vuelto cercanos, compartiendo nuestras preocupaciones y esperanzas en cada encuentro. Ella me informaba cuando los padres de Brenda no estaban en el hospital, brindándome la oportunidad de pasar más tiempo con ella. Siempre llevaba las mismas flores, lirios blancos, sus favoritos, como un símbolo de nuestro amor y la esperanza de su pronta recuperación.

Sin embargo, los días seguían pasando y yo continuaba sin empleo. No quería regresar con mis padres en Nueva York, ya que eso significaría alejarme de Brenda en un momento crucial. Pero tampoco podía permitirme quedarme sin recursos. Fue entonces cuando recordé una posible solución: Laura…

Capítulo 56: Despertad

Narra Brenda

Desperté lentamente, sintiendo cómo todo daba vueltas a mi alrededor. Mi cabeza dolía intensamente y no podía recordar qué había sucedido ni dónde me encontraba.

Abrí los ojos con esfuerzo y me vi en una habitación desconocida, atada a máquinas y monitores. Estaba en un hospital, pero no lograba recordar por qué. ¿Qué me había pasado?

Pasaron unos minutos y la habitación se llenó de personas que no conocía: médicos y desconocidos preocupados. Sus voces se mezclaban en mi mente confundida.

– Gracias a Dios, has despertado, cariño. Nos tenías muy preocupados, pero sabíamos que volverías

– ¿Cómo te sientes?

– ¿Estás bien?

Me costó mucho recordar sus rostros, pero finalmente logré identificarlos. Eran mis padres y mi hermana. Me incorporé lentamente y finalmente pude articular unas palabras:

– ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no recuerdo nada?

Un hombre que parecía ser el doctor intervino:

– Tuviste un accidente, señorita. Es recomendable que dejes las preguntas para más tarde. Necesitas descansar.

Mi madre tomó mi mano y trató de tranquilizarme:

– Tranquila, cariño, todo lo sabrás más adelante. Por ahora, debemos estar felices de tenerte de vuelta… Te llevaremos a casa.

Cuando mencionó la palabra «casa», una oleada de preocupación me invadió. No recordaba cómo era mi hogar, ni a mí misma ni lo que había ocurrido antes del accidente.

– Mamá… – Dije con temor en mi voz.

– ¿Sí, cariño?

– No recuerdo nada. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

El doctor interrumpió antes de que mi madre pudiera responder:

– Eso no es importante en este momento. Lo sabrás más adelante.

– ¡Es importante para mí! Necesito saberlo… ¡Quiero saberlo! – Grité con desesperación.

– Estuviste en estado de coma durante cuatro meses.

Cuatro meses, cuatro largos meses… No podía reaccionar, era demasiado tiempo. No recordaba absolutamente nada, y eso me llenaba de angustia. ¿Qué había sucedido? La desesperación se apoderó de mí y comencé a gritar, buscando respuestas. Todos a mi alrededor se alarmaron y vi cómo la enfermera se acercaba con una jeringa en la mano. De inmediato supe que era un tranquilizante. Intenté resistirme, pero mis esfuerzos fueron en vano. Lo último que pude percibir antes de caer en un sueño profundo fue un jarrón con hermosos Lirios Blancos, extrañamente recordé que eran mis flores favoritas. Con esa imagen grabada en mi mente, me sumergí en un sueño profundo y reparador.

Desperté en otra habitación que reconocí con dificultad: era mi propio santuario, mi recámara.

Mis padres estaban sentados en el sofá que tenía en mi habitación, mientras Ingrid ocupaba una silla frente a mi cama. Sus rostros reflejaban alivio al notar que había despertado. Y para mi sorpresa, allí estaban nuevamente los Lirios, esta vez adornando mi habitación y llenándola de su delicado aroma.

– ¿Te sientes mejor? – preguntó mi papá mientras colocaba su mano en mi frente.

– Quiero saberlo todo, necesito entender cómo sucedió esto y por qué no recuerdo nada, absolutamente nada.

– Tranquila, cariño, tómate tu tiempo. Hace cuatro meses tuviste un terrible accidente automovilístico y eso ha afectado tu memoria – dijo mi mamá mientras acariciaba mi cabeza.

– ¿Quién fue el responsable? – pregunté con voz alterada.

– Eso ya no importa, lo más importante ahora es que te recuperes. ¿Quieres descansar un poco?

– Pero no recuerdo a nadie ni nada. Necesito saber…

– ¿Cuál es el último recuerdo que tienes? – preguntó Ingrid, tomando mi mano con ternura.

– Estaba en casa, preparándome para el primer día de clases… iba a comenzar mi último año de preparatoria – dije con determinación.

Vi cómo los tres intercambiaron miradas de sorpresa y preocupación…

– ¿Qué está pasando? ¿Por qué se miran así? – pregunté con creciente angustia.

– Hija, eso ocurrió hace 9 meses… – dijo mi papá con voz entrecortada.

– ¿Qué? Nueve meses… ¿Qué sucedió? ¿Logré asistir a mis clases? Este iba a ser mi último año de preparatoria.

– Han ocurrido muchas cosas, cariño – respondió mi papá, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

Aquella respuesta hizo que las lágrimas brotaran de mis ojos. Me sentía desesperada, nueve meses de mi vida habían desaparecido de mi memoria.

La debilidad me invadió y todo se volvió borroso. Me dejé llevar por el sueño, probablemente inducido por el efecto del tranquilizante.

Cuando desperté, encontré a mi mamá en la puerta junto a dos personas. Al principio me costó reconocerlas, pero luego recordé a una de ellas.

– ¿Puedes recordarnos? – preguntaron ambos al mismo tiempo.

– Estaría loca si no recordara a mi mejor amigo – dije con una sonrisa genuina. – Tú eres Ian, mi amigo casi como un hermano.

Ian se acercó y me abrazó. Lo recordaba, pero no podía recordar qué había pasado con él. Luego dirigí mi mirada hacia la chica que estaba a su lado.

– Y ella, ¿quién es? – pregunté confundida.

– ¿No la recuerdas? – preguntó Ian. – Ella es Anabela.

– ¿Ella es tu novia? – pregunté sin saber quién era.

Vi cómo intercambiaron miradas y soltaron una risa.

– No, para nada… ella es Anabela, tu amiga. ¿No la recuerdas?

– Amiga… no tengo ninguna amiga. Mi único amigo eres tú – dije sin entender.

Anabela se acercó y me abrazó con ternura.

– Tranquila… no te preocupes. Pronto recordarás todo.

– Hablando de recuerdos, ¿qué hay acerca de los chicos? ¿Tuve alguna relación con alguien?

Noté que Ian y Anabela se miraron brevemente antes de responder.

– ¿No lo recuerdas? – preguntó Ian.

– No… ¿Ocurrió algo entre alguien y yo?

Continuamos conversando, tratando de recordar juntos lo que había sucedido en mi vida durante ese tiempo en el que estuve ausente de mis recuerdos.

Capítulo 57: Recuerdos

Narra Brenda

Noté que se volvieron a mirar.

– ¿Y bien? ¿Con quién estuve saliendo? – pregunté nuevamente.

– Bueno, tuviste un pequeño romance con Tito… ¿Lo recuerdas? – dijo Anabela antes de que Ian pudiera hablar.

– ¿Tito? – Pregunté sorprendida – ¿Tito, el capitán del equipo de baloncesto?

Lo recordaba, pero no me parecía el tipo de chico con el que yo saldría. Cuando me lo mencionaron, vinieron a mi mente imágenes de él y yo, pero no sentía que lo hubiera amado. Sentía que había alguien más en mi vida.

– Sí, lo recuerdo. ¿Cómo pasó eso? ¿Por qué salí con él? No me parece que fuera mi tipo.

– Fue en el baile – dijo Anabela.

– ¿El baile ya pasó? No puede ser, me he perdido tantas cosas en mi último año.

– Técnicamente no te las perdiste, estuviste ahí, solo que no lo recuerdas… – dijo Ian.

– ¡¡¡IAN!!! – exclamó Anabela golpeándolo con el codo.

En ese momento, vinieron imágenes de nosotras dos a mi mente. Empecé a recordar cómo empezó nuestra amistad y lo mucho que nos divertíamos.

– ¿Anabela? ¿Eres tú? – pregunté.

– Sí, ¿puedes recordarme? – preguntó sonriendo.

– Claro, eres mi nueva mejor amiga – respondí alegremente y ella me abrazó.

– Ian tiene razón, ni siquiera puedo recordar cuándo empecé las clases, y sigo teniendo este estúpido presentimiento de que hubo alguien más en mi vida.

Anabela e Ian intercambiaron miradas una vez más.

– ¡Por qué rayos no dejan de mirarse! – Exclamé – Saben, tengo que descansar. Me alegró mucho haberlos visto… trataré de ir a la escuela pronto.

Dicho esto, ellos se despidieron de mí y me quedé dormida por un rato. Me costó conciliar el sueño, ya que empecé a tener un sueño vívido.

En mi sueño, me encontraba en una acogedora cabaña junto a un chico misterioso. Aunque no podía ver su rostro, sus ojos azul cielo me hipnotizaban con su mirada penetrante. Sentía una profunda tristeza en el sueño, pero él me reconfortaba al acariciarme suavemente. Era una sensación extraña, pero sentía una conexión inexplicable con él. Anhelaba su presencia y no quería que dejara de tocarme ni de besarme.

Al despertar al día siguiente, me sentía abochornada y con dolor de cabeza. Mi mamá estaba en la cocina preparándome el desayuno, y mi hermana Ingrid también estaba allí. Me uní a ellas en la mesa.

– ¿Te sientes mejor? ¿Pudiste recordar algo? – preguntó Ingrid con preocupación.

– Solo pude recordar un poco de ayer, cuando mis amigos estuvieron aquí. Es curioso cómo mencionar a alguien puede desencadenar recuerdos en mi mente. Pero aún no puedo recordar momentos por mi cuenta, es frustrante – respondí con frustración.

– El médico dijo que es normal. No te preocupes, pronto recuperarás todos tus recuerdos. No te presiones demasiado – me reconfortó mi mamá.

– Eso espero. Esto es desesperante. Pero bueno, estaré en mi habitación, intentando recordar algo. ¿Está bien? – pregunté, buscando un poco de privacidad.

– Por supuesto, cariño. Si necesitas algo, solo llámame – respondió mi mamá con cariño.

Así que subí a mi habitación, decidida a revisar todo lo que pude encontrar. Comencé por las fotografías, y me resultó curioso cómo podía reconocer a las personas en ellas. Los recuerdos empezaron a fluir, pero aún sentía que había algo o alguien importante que se me escapaba.

Después de examinar las fotografías, continué buscando más recuerdos. Abrí el armario y pensé que ya había sacado todo, pero entonces noté una caja plateada que estaba oculta debajo de una caja roja. La saqué y la coloqué en mi cama. Al abrirla, encontré dos notas. Una decía: «Para: Brenda» y la otra decía: «Úsame». Al sacar lo que había dentro, me quedé perpleja al descubrir un vestido que parecía ser de novia. Lo volví a guardar en la caja y la devolví al armario. Luego, saqué la caja roja y la puse en mi cama. Encontré un libro cuyo título no recordaba haber leído. Lo abrí y en la primera página había una dedicatoria que decía:

«Este es el primer libro que escribí, espero que cuando lo leas pienses en mí con amor… Alan Freeman».

«Alan Freeman», no podía recordar ese nombre. Abrí el libro y encontré un papel con una dirección que no reconocía. Miré detrás del papel y vi la frase «mi amor» acompañada de corazones. Me sentí confundida. Guardé el papel nuevamente dentro del libro y lo dejé en mi mesita de noche.

No sabía por qué Alan Freeman me había dedicado un libro, pero decidí dejar su lectura para después y seguir explorando las cosas que había en esa caja.

Empecé a sacar las cosas de la caja roja y me encontré con un montón de basuras de chocolates, boletos de funciones de teatro y cine, y post-its con fechas anotadas, todos adornados con corazones. «Qué cursi», pensé mientras seguía explorando. Fue entonces cuando encontré una tira de fotos de una cabina de fotos. Me desconcerté al ver que en todas las fotos estaba yo con alguien, alguien que parecía ser un poco mayor que yo. Intenté recordar quién era, pero no lograba hacerlo. En las fotos, ambos estábamos haciendo caras raras y parecíamos estar pasando un buen rato juntos. Pero seguía sin tener ni idea de quién era esa persona. Volteé la tira y solo decía «Shaftesbury». No tenía ningún recuerdo de haber estado en ese lugar, pero al parecer estuve allí con él. Dejé las fotos por un momento y seguí revisando la caja. Fue entonces cuando encontré otra foto, esta vez era solo de aquel chico. Tenía una sonrisa encantadora y sus ojos azules como el cielo capturaron mi atención. Me sentí confundida y comencé a cuestionarme más.

Pero lo que realmente me alteró fue la última foto que encontré. Era la que faltaba en la tira de fotos anterior y en ella, el chico y yo nos estábamos besando. Mi corazón se aceleró y sentí una mezcla de emociones difíciles de describir.

Y luego, para aumentar aún más mi confusión, encontré tres álbumes de fotos con frases grabadas en sus portadas. Agarré el álbum de color azul que decía «Alan Freeman & Brenda Brown Viaje a México» y me sumergí en todas las fotos. Era evidente que habíamos estado juntos en México, pero no podía recordar nada de eso. ¿Quién era él y qué hacía yo en México?

Luego tomé el álbum de color verde y azul con la frase «Alan Freeman & Brenda Brown Encuentros». Al ver todas las fotos, parecíamos ser una pareja feliz, pero algo en mi interior me impedía recordarlo.

Finalmente, agarré el último álbum de color verde con la frase «Alan Freeman & Brenda Brown Nuestra Boda». Al ver todas las fotos de él y yo vestidos de novios, una mezcla de emociones me invadió. No podía recordar nada de eso, pero lo único que sentía al verlo era un profundo enojo, aunque no sabía por qué.

La confusión se apoderaba de mí mientras contemplaba las fotos, y en ese preciso momento, mi madre abrió la puerta. Mi instinto me hizo esconder todo rápidamente, como si supiera que mi madre no debía descubrir todo eso.

– ¿Todo bien? – preguntó mamá desde el umbral de la puerta, apoyada en el marco.

– Sí, todo está bien – respondí, tratando de ocultar mi agitación.

– Te traje un té, ¿necesitas algo? – ofreció, preocupada.

– No, solo quiero estar sola, ¿sí? – respondí, sintiendo la necesidad de aclarar mi deseo de soledad.

– Está bien. Si necesitas algo, ya sabes que estoy abajo – dijo, dándome espacio.

– Gracias… – murmuré, sintiendo el peso de mis pensamientos confusos.

Esperé a que mamá saliera de mi habitación y volví a contemplar las fotografías. Todo era tan desconcertante. ¿Realmente había estado saliendo con él? ¿Por qué Anabela e Ian no me habían dicho nada? ¿Acaso era un secreto? Y esa foto de nuestra supuesta boda… ¿por qué no tenía un anillo en el dedo? Mi mente se inundaba de preguntas sin respuesta.

Decidí guardar cuidadosamente la caja, colocando el libro con la dedicatoria dentro y cubriéndolo con delicadeza con la tapa. Luego, la guardé en el mismo lugar donde la encontré, sobre la otra caja.

Las dudas seguían atormentándome y una sensación de mareo comenzó a invadirme. Necesitaba alejarme de todo, así que salí de mi habitación y me encontré con mamá en el pasillo.

– ¿Quieres algo? – preguntó, preocupada por mi estado emocional.

– De hecho, sí. Necesito dar un paseo, respirar aire fresco. Me siento agobiada y necesito distraerme un poco – confesé, buscando su comprensión.

– Pero… ¿a dónde quieres ir? Déjame buscar mi abrigo y te acompaño – propuso, queriendo asegurarse de mi seguridad.

– Mamá, necesito estar sola en este momento. No iré muy lejos, quizás solo al parque cercano – expliqué, deseando un momento de introspección.

– Hija, tienes amnesia y es peligroso que vayas sola. No recuerdas cómo regresar a casa – advirtió, preocupada por mi bienestar.

– Entiendo tus preocupaciones, pero si no salgo, siento que entraré en crisis. Prometo que estaré bien y te llamaré si surge algún problema. No tardaré mucho, lo prometo – aseguré, buscando su confianza.

– Está bien, pero lleva tu celular y dinero. Activa el GPS para que pueda rastrearte en caso de emergencia – accedió finalmente, deseando mi seguridad.

Siguiendo sus consejos, tomé mi celular, mi cartera y un suéter para abrigarme. Salí a la calle, sintiendo una mezcla de inquietud y alivio al tener un momento para mí misma.

Estar fuera me hacía sentir bien, como si recuperara mi libertad. Trataba de apartar de mi mente las fotos del chico que había encontrado, ya que pensar en él y en todo eso solo me traía tristeza y confusión.

Después de pasar por varios locales, uno en particular llamó mi atención: «Café & Amor», una encantadora tienda de pasteles y helados. Recordaba haber estado allí antes, era uno de mis rincones favoritos. Al entrar, me encontré con Ian, quien trabajaba allí, y me recibió con una cálida sonrisa. Observé las mesitas, pero decidí dirigirme directamente a la caja para hacer mi pedido. Ian esperaba con curiosidad mi elección.

– ¿Qué te gustaría ordenar? – preguntó Ian, con una mirada amable.

Sin dudarlo, respondí emocionada:

– Me encantaría un helado de Oreo con extra de chocolate y galletas aparte, por favor.

– Tu pedido estará listo en 10 minutos – dijo Ian, transmitiendo su amabilidad y eficiencia.

Mientras esperaba, me acomodé en una de las mesitas del local. Había otras personas allí, algunas disfrutando de su compañía en parejas, mientras que otras, como yo, preferían disfrutar del momento en solitario.

Finalmente, llegó el momento esperado:

– Helado de Oreo con extra de chocolate y galletas aparte, listo

Anunció el empleado mientras me levantaba para recoger mi pedido. Sin embargo, cuando llegué a la caja, me encontré con otra persona que también había pedido lo mismo y estaba recogiendo su helado. Esto llamó poderosamente mi atención, ya que hasta ese momento, creía ser la única que conocía ese peculiar pedido.

Curiosa, volví mi mirada hacia la persona y me llevé una sorpresa al percatarme de sus ojos. Eran los mismos ojos que había visto en las fotos del chico, el mismo chico que había aparecido en mis sueños…

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Capítulo 58: Alan Freeman

Narra Brenda

Quise verlo de nuevo para comprobar si era el mismo chico de mi sueño. Pero cuando me giré, él ya se había dado la vuelta, pagó rápidamente y salió del local. Sentí la necesidad de seguirlo, así que pagué rápidamente, agarré mi helado y me puse en marcha detrás de él.

Caminaba más rápido de lo normal, como si quisiera escapar de mí. Sabía que sería difícil alcanzarlo, pero decidí correr hasta que finalmente lo alcancé. Con timidez, toqué su hombro, sintiéndome extremadamente nerviosa.

– Hola – dije tímidamente.

Él se giró para mirarme, sorprendido, y finalmente pude verlo claramente. Era él, el chico de las fotos… sus ojos eran exactamente como los que había visto en mis sueños.

– ¿Sí? – respondió.

– Hola – dije nerviosa – Sé que esto puede sonar extraño, pero necesito que me digas quién eres. Sé que nos conocemos, pero no recuerdo nada debido a un accidente y tengo amnesia. ¿Podrías ayudarme a recordar?

La forma en que me miraba era extraña. Por un momento, pensé que se alegraba de verme, noté un brillo en sus ojos. Pero luego habló y todo se derrumbó.

– Lo siento, en este momento no puedo ayudarte. Espero que te recuperes pronto…

Me dio la espalda y comenzó a caminar, dejándome ahí sin saber si él me conocía o si al menos me recordaba… Estaba completamente confundida. ¿Qué había pasado?

Perpleja, decidí regresar a casa mientras en mi cabeza formulaba miles de teorías para tratar de entender la situación:

1. Quizás solía acosarlo, pero en realidad él no me conocía.

2. Tal vez el chico de las fotos se parecía demasiado a él, pero no era la misma persona.

3. Podría ser su hermano gemelo.

4. Tal vez él también sufría de amnesia.

5. Quizás estaba perdiendo la cordura.

Finalmente, llegué a casa y me dejé caer en la cama, permitiendo que todos esos pensamientos me consumieran. No podía dejar de dar vueltas en mi mente alrededor de ese chico. ¿Quién era realmente? ¿Y por qué se negó a ayudarme?

Al despertar al día siguiente, extrañé la rutina de levantarme temprano para ir a la escuela. Sentía una urgencia por descubrir más sobre lo que había sucedido en los últimos 9 meses, los cuales no recordaba debido al largo período en coma.

– Mamá, ¿tienes algo planeado para hoy? – pregunté con ansias.

– No, tu padre y yo tenemos que comprar algunas cosas para el trabajo. ¿Por qué lo preguntas? ¿Necesitas algo en particular? – respondió mi mamá.

– Sí, bueno, quiero regresar a la escuela. El médico dijo que era importante retomar mi rutina… y la verdad es que me aburro estando encerrada en casa.

– No estoy segura, Brenda. Todavía es muy pronto, aún estás en proceso de recuperación. Quizás la próxima semana sea más adecuado. Además, tu padre y yo también regresaremos al trabajo el próximo lunes, se acaban nuestras vacaciones.

– Está bien, mamá. Pero déjame ir hoy a inscribirme, ¿sí? Creo que me vendría bien ver a mis compañeros. Necesito dejar de estar encerrada aquí.

– Está bien, puedes ir a inscribirte, pero recuerda llevar tu celular y no regresar sola, ¿de acuerdo?

Yo asentí y me dirigí a la escuela caminando, ya que aún no podía manejar. Me sentía mejor, ya había recordado más cosas. Al llegar, me dirigí a las oficinas donde las secretarías, aparentemente, ya estaban al tanto de lo que me había sucedido. Fueron muy amables conmigo. Mientras esperaba a que me entregaran mis documentos, aproveché para observar las fotografías y cuadros que estaban en el muro. Eran fotos de todos los grupos, y noté que había muchas fotos mías en el cuadro de honor. Pero luego, mi corazón dio un vuelco al ver una foto en particular: en esa imagen estaba el chico de las fotos, el chico de la cafetería, el chico de mis sueños. Estaba junto a un grupo de estudiantes. Me detuve a observar la foto detenidamente y noté que yo también estaba casi al lado de él.

– Disculpe… ¿Quién es él? – pregunté a la persona encargada de preparar mis documentos.

– ¡Oh! Él es un profesor de la clase de literatura. Es nuevo, por eso quizás no lo recuerdes…

Quedé sin palabras, sorprendida por lo que acababa de escuchar. ¿Un profesor?

– ¿Y cómo se llama? – pregunté intrigada.

– Alan, Alan Freeman. Es bastante joven para ser profesor, ¿no crees?

Quedé completamente congelada al darme cuenta de que ese era el nombre de los álbumes de fotos, de la persona que me había dedicado aquel libro…

– ¿Él, él está aquí? – tartamudeé – ¿Está aquí en la escuela?

– Oh, querida, él renunció hace aproximadamente 4 meses. No quiero ser chismosa, pero se dice que tal vez renunció porque descubrieron que mantenía una relación romántica con una estudiante… Bueno, eso es lo que dicen. Aunque no me sorprende, él es joven y muy atractivo. Muchas chicas estaban interesadas en él.

Mi nerviosismo alcanzó su punto máximo, pero quería seguir averiguando más sobre eso… ¿Acaso la alumna que salía con el profesor era yo?

– ¿Y se sabe quién era esa estudiante? – pregunté con curiosidad.

– Hasta ahora no. Pero seguramente tuvo algo que ver con su calificación. Ya sabes cómo son las chicas de hoy en día – dijo guiñando un ojo.

– ¿Y sabe dónde está ahora?

– Bueno, lo último que supe fue que estaba trabajando para una nueva editorial que abrió aquí hace unos meses. En fin, tus papeles estarán listos en aproximadamente 2 horas. ¿Quieres esperarlos?

– No, regresaré más tarde. Gracias.

Alan Freeman, ese era su nombre. Ese era el nombre del chico que me había besado, dedicado libros y regalado demasiadas cosas… ¿Acaso había estado saliendo con un profesor? Tal vez solo nos habíamos besado, pero entonces, ¿por qué no me había querido ayudar ayer cuando lo encontré?

Decidí dejar de pensar por un momento y miré el reloj. Eran las once de la mañana. Mi mamá creía que estaría en la escuela hasta las 3, así que decidí aclarar todo esto de una vez por todas. Necesitaba entender. Salí de la escuela sin saber cómo llegar a la editorial, así que tomé un taxi.

Me quedé parada afuera de la editorial por un momento. Adentro, había una biblioteca enorme. Recordé que ya había estado allí antes. Conocía el lugar.

Al principio, consideré la idea de fingir que buscaba algún libro y, tal vez, si lo veía, preguntarle. Sin embargo, la curiosidad me ganó y comencé a buscarlo. No podía dejar las cosas así; necesitaba que me aclarara lo que había sucedido entre nosotros. A lo lejos, logré distinguirlo, aunque solo veía su espalda. Al verlo, experimenté una mezcla de enojo, alegría y tristeza… y no sabía exactamente por qué.

Hubo momentos en los que sentí el impulso de correr hacia él y abrazarlo, pero también momentos en los que sentía que estaba muy enojada con él.

Me acerqué lentamente mientras notaba que estaba hablando con alguien. Esperé pacientemente a que terminara y luego me acerqué definitivamente.

Respiré profundamente y exclamé…

– ¿Así que ahora te dedicas a esto? ¿Ya no te interesan tus alumnas?

– Brenda, ¿qué estás haciendo aquí? – preguntó Alan.

Capítulo 59: Quiero Recordarte…

Narra Brenda

– Brenda, ¿qué estás haciendo aquí? – dijo con sorpresa.

– Sabía que me conocías… ¿Por qué fingiste ayer que no?

– ¿Te acuerdas de mí? – preguntó, evadiendo mis preguntas.

– No, no me acuerdo de ti y por eso necesito que me digas quién eres y qué significas para mí. ¿Por qué no puedo recordarte? Pero, sin embargo, siento que eres importante. ¿Por qué nos besamos?

– Shhhh, por favor, baja la voz – dijo, mirándome de manera extraña.

Sus ojos reflejaban ternura, felicidad y desesperación, todo mezclado con tristeza…

– Escúchame, es cierto que tenemos muchas cosas que aclarar, pero no es el lugar adecuado.

– ¿Por qué no? – cuestioné, confundida.

– Es muy peligroso. Si realmente quieres saber más, creo que deberíamos encontrarnos en mi departamento. Ya sabes dónde está…

Levanté una ceja, sorprendida.

– ¿En serio?

– Disculpa. Aquí tienes un papel con la dirección de mi departamento. Mañana estaré allí todo el día, si quieres hablar.

Me entregó la tarjeta y cuando soltó mi mano, sentí un roce familiar que me incomodó, así que la retiré rápidamente.

– Está bien, te buscaré entonces.

Al salir, me sentí extraña y confundida. Miré la tarjeta con la dirección y era la misma que había encontrado en aquel libro que me había dedicado. Era evidente que era su dirección. Consulté el reloj y me di cuenta de que era hora de ir a buscar mis documentos a la escuela, así que tomé un taxi y me fui.

Esa tarde me llevaron al hospital para evaluar mi progreso y esta vez el doctor dijo que tal vez no recordaba a todos porque mi cerebro bloqueaba algunos recuerdos negativos. Eso me dejó en duda, ya que casualmente no podía recordar a Alan.

Y eso me hizo preguntarme: ¿Acaso él era un recuerdo negativo?

Llegó la noche y decidí dormir temprano, ya que ese día realmente me había agotado.

Al despertar al día siguiente, tenía la firme convicción de que ese sería el día en que finalmente descubriría la verdad sobre lo que había pasado con Alan y trataría de entenderlo. Pasé toda la mañana convenciendo a mi mamá de que me dejara ir a la casa de Ian. Después de mucho esfuerzo, logré persuadirla y no esperé a que se arrepintiera. Tomé un taxi y le di al conductor la dirección del departamento de Alan. Aún me resultaba extraño pensar en él con ese nombre. No podía recordar si lo llamaba Alan o si lo llamaba Profesor.

Cuando llegué al edificio, me resultó familiar, aunque no lograba recordar por completo. Me dirigí al elevador, pero extrañamente supe que no funcionaba y decidí tomar las escaleras. Al llegar a su piso, sin titubear, me dirigí directamente a su departamento. Estar allí me puso nerviosa, sentí cómo mis manos comenzaban a sudar. Toqué ligeramente la puerta, temiendo que él no me escuchara, pero para mi sorpresa, no pasó mucho tiempo antes de que me abriera y al verlo, mi pulso se aceleró.

– ¡Brenda! Viniste – dijo entusiasmado.

– Te dije que vendría.

Alan se apartó de la puerta para que pudiera entrar y al hacerlo, me quedé realmente sorprendida. Recordaba cada rincón de ese lugar, pero no lograba recordar los momentos en los que había estado allí.

Permanecí mirando todo a mi alrededor y él se dio cuenta de mi expresión.

– ¿Pasa algo? – preguntó con curiosidad.

– Siento que ya estuve aquí…

– Porque ya has estado aquí muchas veces.

– Pero ¿por qué no puedo recordar? Puedo recordar cada rincón de este lugar, pero los momentos en los que estuve aquí se escapan de mi memoria.

Después de un silencio, él me preguntó:

– Y bien, ¿en qué puedo ayudarte? ¿Qué puedo hacer por ti?

– ¿Qué te parece si empezamos por decirme la verdad…?

– No entiendo, ¿puedes ser más explícita?

– Claro, seré más clara. Quiero que me digas quién eres, qué somos o por qué siento que eres tan importante para mí. ¿Por qué nos besamos siendo que tú eras mi maestro?

– Está bien, esto será una larga historia. Nunca imaginé que llegarías a olvidarlo. – Se llevó las manos al rostro y luego continuó – Verás, tú y yo nos conocimos cuando comenzaron las clases. ¿Recuerdas?

– No, no lo recuerdo.

Él siguió hablando mientras yo lo miraba. La verdad es que era muy atractivo, con unos ojos en los que te perdías. Me contó cómo nos habíamos conocido, prácticamente me dio un resumen de nuestra historia juntos.

– Bien, empiezo a entender, pero ¿por qué nos besamos? ¿Qué buscaba yo con eso? ¿Acaso era por una calificación? No entiendo.

– Brenda, creí que había sido lo suficientemente claro – suspiró -. Nos besamos porque fuimos novios.

– ¿Fuimos novios mientras eras mi profesor? Santo Dios, no sé cómo me presté a esto, no lo sé. Ahora entiendo menos que antes.

Hubo un momento de silencio. Sabía que él iba a decir eso, pero no sabía cómo reaccionar. Habíamos sido novios y ni siquiera lo recordaba.

– Ahora estoy más confundida que antes. Cuéntame por qué terminamos.

– Bueno, en realidad no terminamos por decisión nuestra, sino por tus padres.

– ¿Qué? ¿Cómo? ¿Mis padres saben sobre «lo nuestro»?

– Nosotros acordamos mantenerlo en secreto, sabíamos que tus padres no lo aprobarían. Y, lamentablemente, se enteraron.

– ¿Y cómo sucedió? ¿Cómo descubrieron «lo nuestro»?

– Bueno… el día en que tuviste el accidente, yo… yo…

Él se tomó unos segundos antes de responder, se notaba nervioso.

– ¿Tú?

– Yo me enteré y fui al hospital a verte. Quería saber cómo estabas. Tu mamá me preguntó por qué estaba allí y, en ese momento terrible, decidí dejar de mentir. No se me ocurrió ninguna excusa… Pero cuando se enteraron, todo empeoró. Tus padres me prohibieron acercarme a ti. No solo me lo dijeron, sino que amenazaron con denunciarme por mantener una relación con una menor. Por esa razón, renuncié a la escuela y no pude ayudarte cuando nos encontramos en la tienda de postres.

– ¿Te rendiste tan fácilmente? Permitiste que mis padres nos separaran, que destruyeran “Lo nuestro” – Dije en tono de reproche.

– No, no lo hice. Desde el día en que tuviste el accidente, prometí visitarte a diario. No fue fácil, tenía que ir cuando tus padres no estaban, pero nunca dejé de ir. Siempre te llevaba tus flores favoritas, los lirios blancos. Aunque sé que probablemente ni siquiera los notaste… Estuve ahí todos los días, me partía el alma cada vez que te escuchaba llamarme en sueños. Fui a verte hasta que finalmente despertaste después de esos meses tan difíciles sin ti. Me llené de emoción, realmente quería entrar a tu habitación y verte, pero la enfermera me advirtió que sufrías de amnesia y que probablemente no me reconocerías. Me negué a creerlo, no podía aceptar que tú, mi Brenda, me hubieras olvidado. Pero cuando saliste del hospital, me di cuenta de que era cierto. Estuve cerca de ti en muchas ocasiones y me confundiste con alguien más del hospital. Eso me dolió profundamente. Pero también vi que era una oportunidad para que fueras libre, para que pudieras tener una vida sin tener que ocultarte conmigo. Quería que fueras feliz, que salieras con chicos de tu edad, que pudieras tener una relación en la que no tuvieras que llamarlo «Señor» en público. Y si no podías recordarme, pensé que sería más fácil para ti…

Cuando terminó de hablar, se sentó enfrente de mí. Era lo más cerca que habíamos estado desde que nos volvimos a ver. Sentí cómo mi corazón se aceleraba.

– No puedo creer que mis padres me hayan mentido con algo tan importante. Era crucial para mí conocer mi pasado… No puedo asimilarlo. ¿Alguien más lo sabía o lo sabe?

– En una ocasión, tus mejores amigos también se enteraron. Fue cuando tuviste el accidente… Me enteré de que ellos sabían sobre nosotros, sobre nuestra historia compartida.

– Esto es demasiado. No puedo creer que todo el mundo se haya aprovechado de mi amnesia para ocultarme cosas importantes de mi pasado… Y tú, ¿no creíste que algún día podría recordarte? ¿Eh?

– Quise pasar por alto esa posibilidad… Como dije, creí que era lo mejor para ti. Brenda, eres alguien muy especial para mí, y haría cualquier cosa para que estés bien, aunque eso signifique destrozarme por dentro.

– Estoy harta de que las personas decidan por mí. Estoy cansada de que todos crean que saben lo que es mejor para mí… Si aún me amaras, no lo habrías hecho – Grité enojada, dejando salir toda la frustración acumulada.

En ese momento, él se acercó más a mí, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y determinación, y me tomó de las manos.

– ¿Y quién dijo que he dejado de amarte? – Dijo con voz suave pero llena de convicción, buscando transmitir todo el amor que aún sentía por mí.

Me estremecí cuando él tomó mis manos y las entrelazó con las suyas. Me sentí abrumada y confundida, sin saber cómo reaccionar ante ese gesto y sus palabras de amor.

No pude contener más mis emociones y aparté bruscamente mis manos, llevándomelas al rostro mientras las lágrimas brotaban sin control.

– ¿Qué te sucede? – preguntó él con preocupación en su voz.

– Solo… solo quiero estar sola. No estoy bien. Por favor, aléjate de mí… – respondí entre sollozos, sintiendo un nudo en la garganta.

Su reacción me tomó por sorpresa. Se puso de pie frente a mí, con determinación en sus ojos, y dijo:

– No, nunca más volveré a alejarme de ti. La última vez que me lo pediste, me arrepentí profundamente. Quiero que entiendas que ahora que conoces la verdad, quiero ayudarte a recordar.

– ¿Ayudarme? ¿Tú quieres ayudarme? No sé si necesito o quiero tu ayuda… Incluso dudo de si me estás diciendo la verdad. Todos me mienten… Y empiezo a pensar que saber la verdad no siempre es lo mejor.

Me levanté del sillón, tomé mis cosas y salí corriendo hacia la puerta, sin mirar atrás. Solo escuché cómo Alan pronunció mi nombre en tono de súplica, pero decidí no voltear.

Pero, por más tonto y absurdo que suene, cuando llegué a la planta baja, sentí una inexplicable necesidad de volver con él. Sé que nadie me entenderá, y lo comprendo, porque ni yo misma entiendo del todo. Necesitaba ver sus ojos azul cielo, anhelaba estar cerca de él como si en algún momento hubiéramos estado juntos, aunque no pudiera recordarlo. Sin pensarlo dos veces, regresé corriendo. Subí las escaleras a toda velocidad, con el corazón latiendo desbocado. Cuando llegué a la mitad, lo vi bajando rápidamente hacia mí. Nos encontramos en el punto medio, y al verme, él notó que estaba hecha un mar de lágrimas. Con cautela, se acercó a mí.

– Brenda, yo…

Interrumpí sus palabras colocando un dedo en sus labios, indicándole que se callara.

– Quiero recordarte… Quiero recordar lo nuestro.

Él me regaló una sonrisa que reconocí de algún lugar, una sonrisa que sabía que me tranquilizaba. Sin pensarlo dos veces, nos besamos apasionadamente. Aunque aún no podía recordarlo, sus labios me resultaron tan familiares, como si hubiéramos compartido innumerables momentos juntos. En ese beso, sentí una conexión profunda y supe que por él sentía algo inmenso.

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Capítulo 60: Sabía que no era un sueño

Narra Brenda

Me separé ligeramente de sus brazos, sintiendo una mezcla de emociones.

– Debes tener paciencia conmigo. No puedo recordarte, no sé exactamente lo que siento por ti. Sé que es intenso, y eso me hace pensar que podría ser amor, pero… ¿y si no puedo recordar nuestra historia juntos? ¿Y si nos aburrimos el uno del otro? ¿Y si te cansas de mí? ¿Y si…?

Alan me interrumpió con un beso suave pero apasionado.

– Brenda, mi amor… Te conozco de verdad, y sé que en el fondo también me conoces a mí. Por eso me diste esta oportunidad. Haré todo lo que esté a mi alcance para que vuelvas a ser completamente mía. Y si eso no funciona, bueno, tendré que enamorarte de nuevo… ¿Confías en mí?

– Quiero confiar en alguien que no me mienta. ¿Me prometes que no me mentirás? ¿Me prometes que siempre me dirás la verdad? Eso es lo único que te pido.

– Te lo prometo – respondió él con convicción.

No pude resistirme y volví a besarlo, dejándome llevar por la dulzura de sus labios. En ese momento, todo parecía encajar perfectamente, como si nada hubiera pasado.

– Tengo que irme. Mis padres estarán esperándome.

– ¿Qué haremos respecto a eso? – preguntó él, preocupado.

– Ellos no me dijeron la verdad. Decidieron ocultármelo. No quiero que arruinen esto ahora, así que por ahora no les diré nada… Estoy segura de lo que estoy diciendo.

Me despedí de él y tomé un taxi de regreso a casa. Durante todo el trayecto, no pude dejar de sonreír como una tonta. Me sentía tan completa, tan llena de felicidad. Pero cuando llegué a casa, la sonrisa desapareció de mi rostro. Me sentí molesta al darme cuenta de que me habían ocultado la verdad, de que habían guardado parte de mi pasado en secreto. Sin embargo, no quería permitir que eso arruinara este momento tan especial con Alan. Decidí evitar a mis padres por ahora y subí a mi habitación, donde me dejé caer en la cama. Como una chica enamorada, no podía borrar la sonrisa de mi rostro. Aún podía saborear el dulce sabor de los besos de Alan en mis labios.

Poco a poco, me fui quedando dormida y comencé a soñar. Me encontraba de nuevo en aquella cabaña, llorando desconsoladamente. De repente, Alan apareció. Al principio del sueño, sentía una profunda tristeza, pero él comenzó a hablar conmigo, consolándome. Era muy similar al sueño que ya había tenido antes. Cuando nos besamos, sentí que todo cobraba vida de nuevo. Durante el sueño, Alan y yo nos entregamos el uno al otro con pasión y amor. Podía sentir sus labios recorriendo cada centímetro de mi cuerpo… Desperté algo alterada, pero supe en mi corazón que eso no había sido un sueño. Había sido un recuerdo, una conexión profunda con nuestro pasado compartido.

Era el primer día de clases y estaba emocionada por regresar formalmente a la escuela. Me desperté temprano, como solía hacerlo en el pasado. Eran las 6 am y mi mamá ya estaba despierta, parecía recordar mi horario habitual. Me preparó el desayuno y a las 6:30 am se levantó mi padre y mi hermana. Nos despedimos con un beso en la mejilla, como solíamos hacerlo. Mi mamá me llevó a la escuela, ya que aún no tenía permiso para conducir. Al llegar, me encontré con el director y la bibliotecaria, quienes se alegraron de verme. A medida que avanzaba el día, me encontré con mis amigos Ian y Anabela en el estacionamiento. Aunque sentía cierta molestia hacia ellos por haberme mentido, seguía decidida a descubrir qué había sucedido durante todo ese tiempo que no podía recordar.

El día en la escuela transcurrió rápidamente y tenía planeado regresar temprano a casa. Comencé a caminar en esa dirección y de repente sentí que alguien me seguía. Giré cuidadosamente a ambos lados, pero no vi a nadie. En ese momento, un auto gris se detuvo a mi lado. Al bajar la ventanilla, alguien me dijo:

– ¿Por casualidad tendrías tiempo para pasar un rato agradable conmigo, Señorita Brown?

Era Alan, y no pude evitar sonreír al verlo.

– ¿Qué haces aquí? Quiero decir, es una sorpresa agradable, pero…

– La operación «Recuerdos» acaba de comenzar. Entonces, ¿subes al auto o bajo a buscarte?

– Estás loco… -dije mientras subía al auto, asegurándome de que nadie me viera.

– Estoy loco por ti… y ahora que te tengo de nuevo, no quiero separarme de ti ni un solo momento.

– ¿Y a dónde me llevarás?

Alan simplemente sonrió, sin decir una palabra…

Estar de nuevo con él era una locura. Ayer recordé varias cosas que parecían haber sido solo sueños, pero ahora sabía que eran recuerdos reales.

Lo miré fijamente y no encontré ningún defecto en él. Era como si siempre hubiera estado destinada a enamorarme de Alan.

Después de un viaje en silencio, comunicándonos con nuestras miradas, él finalmente dijo:

– Hemos llegado.

Miré por la ventanilla y vi un hermoso lago, con una cabaña en la orilla. En ese momento, recordé: era la cabaña de mis sueños, el lugar donde había estado con Alan.

– Recuerdo este lugar -dije, con una sonrisa en mi rostro.

– Y… ¿estoy yo en tus recuerdos?

– ¡Sí, definitivamente!

Bajamos del auto y nos acercamos a la cabaña. Alan giró la perilla de la puerta y al entrar, lo que vi me hizo derramar algunas lágrimas de emoción:

Había decenas de fotografías formando un hermoso collage en la pared, iluminadas por velas que creaban una atmósfera cálida y romántica. Cada imagen capturaba momentos especiales que habíamos compartido juntos, y eso solo hizo que mi corazón se llenara de amor y gratitud hacia Alan.

– ¿Recuerdas este lugar? – preguntó Alan, con una sonrisa llena de significado.

– Sabía que no era un sueño. – respondí, emocionada por la confirmación de que nuestros recuerdos eran reales y por la promesa de crear nuevos momentos inolvidables juntos.

Nació en mí el impulso de darle un tierno beso y, como una niña emocionada, corrí hacia la pared cubierta de fotografías. Había tantas fotos mías, en las que me veía radiante de felicidad. Aunque en la pared solo había cinco fotos de nosotros dos juntos, verlas era hermoso. Una de ellas me cautivó por completo: estábamos tomados de la mano en la entrada de la escuela. Recordaba ese momento con claridad: fue una tarde en la que él tenía que quedarse a calificar unos exámenes y decidí acompañarlo. Se nos ocurrió colocar la cámara en un banco y tomar la foto juntos. Fue un momento mágico. Al recordarlo, las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos…

– ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? – preguntó Alan, limpiando mis lágrimas con ternura.

– Puedo recordar… puedo recordar esa foto… – respondí emocionada.

Él me rodeó con su brazo, brindándome seguridad, y continuó mostrándome más fotos. Nos sentamos en el suelo y me fue explicando cada una de ellas.

– Tú nunca habías visto estas fotos. Algunas te las tomaba a escondidas y otras nunca quise mostrártelas… Te ves hermosa en todas, ¿lo has notado?

– ¿Siempre éramos así? – pregunté, con curiosidad en mi voz.

– ¿Así cómo? – indagó Alan, interesado en mi perspectiva.

– Me refiero a que no puedo recordar ni imaginar ni un solo momento triste, ni una sola discusión. Todo lo que estoy recordando son momentos felices…

– Es porque nos amábamos y estamos destinados a hacerlo – respondió con seguridad, mientras me daba un beso en la frente. Sus palabras resonaron en mi corazón, y suspiré al recordar otros momentos que parecían haber vuelto a mí de manera inexplicable.

Luego, Alan sacó una pequeña caja y me la entregó. Cuando la abrí, encontré dos cadenitas. Una decía «Novios para siempre» y la otra decía «Tu esposo te ama».

– ¿Qué es esto? – pregunté, sosteniendo ambas cadenitas en mis manos.

– Es tuyo… yo te lo regalé cuando éramos novios y la otra en nuestra boda – respondió Alan, y pude ver un brillo especial en sus ojos, un brillo que siempre me enamoraba.

– Pero… ¿por qué las tienes tú?

– Tus padres te las quitaron cuando estuviste en coma… yo las recuperé para ti – explicó, con determinación en su voz.

Lo miré directamente a los ojos y, sin pensarlo dos veces, lo besé. Luego, él me ayudó a volver a ponerme ambas cadenitas, simbolizando nuestro amor y compromiso.

Después, Alan sacó tres álbumes que se parecían mucho a los que había encontrado en mi habitación.

– Pero… ¿estos son similares a los que encontré en mi habitación? – pregunté, sorprendida por la coincidencia.

– Es porque hice duplicados… – respondió Alan, con una sonrisa. Agarró uno de los álbumes y me explicó que era cuando viajamos a México. Mientras él hablaba, imágenes comenzaron a surgir en mi mente. Estaba empezando a recordar.

Luego, tomó otro álbum en el que estábamos vestidos de novios y me contó sobre nuestra boda secreta. A medida que las imágenes cobraban vida en mi mente, las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas.

– ¿Estás bien? – preguntó Alan, preocupado por mi reacción.

– Fue un momento mágico… puedo recordarlo – respondí, con emoción en mi voz.

Él me besó en la mejilla y continuó mostrándome más fotos, mientras compartíamos esos preciosos recuerdos juntos.

Después, Alan tomó el último álbum y me explicó que eran fotos que nos habíamos tomado cuando nos reuníamos en su departamento. Mis recuerdos seguían apareciendo en mi mente, como piezas de un rompecabezas que volvían a encajar.

Permanecimos abrazados mientras terminaba de ver las fotografías. Luego, decidimos dar un paseo alrededor del lago, disfrutando de la belleza del entorno. No me cansaba de escuchar a Alan hablar sobre nuestros momentos compartidos. De repente, miró su reloj.

– Debemos continuar – dijo, con una mezcla de emoción y determinación en su voz.

– ¿Continuar? – pregunté, intrigada por sus palabras.

– Tengo planeado un recorrido de recuerdos completo, y si no nos vamos ahora, no nos alcanzará el tiempo – explicó Alan, tomando mi mano y llevándome de vuelta a su auto. Comenzó a conducir, y su entusiasmo era evidente en su rostro.

– ¿Te encuentras bien? No has dicho ni una palabra – preguntó Alan, preocupado por mi silencio.

– Es que me gusta verte y escucharte. Me das mucha tranquilidad y paz – respondí, dejando que mis sentimientos se reflejaran en mis palabras.

– No puedes imaginar cuánto te eché de menos. Era como si estuviera viviendo en automático, sin ninguna chispa de motivación – confesó, sintiendo un nudo en la garganta al rememorar los días en los que estuvimos separados.

Me acerqué a él y le di un beso en la mejilla, expresando con ese gesto todo el cariño y la gratitud que sentía.

– Bueno, llegamos… – dijo Alan, interrumpiendo el momento. Me asomé por la ventana, pero no vi nada en particular que llamara mi atención.

Bajamos del auto y nos encontramos en un parque.

– ¿Un parque? – pregunté, curiosa por la elección del lugar.

– Una vez te encontré aquí llorando. Nos sentamos juntos afuera, sin preocuparnos de que alguien nos viera. Ese día, no tuvimos miedo de mostrar nuestro amor. Me gustó tanto ese momento que quise traerte aquí de nuevo – explicó Alan, con una sonrisa llena de nostalgia.

– ¿Y tú? ¿Sabes por qué estaba llorando aquel día? – pregunté, intrigada por su respuesta.

– Sí, claro que lo sé… pero este tour no incluye momentos de tristeza – respondió Alan, con determinación en su voz.

Él me hizo sentar bajo un árbol, y tenía razón, en ese lugar no sentíamos ninguna inseguridad. Todo era pacífico y me encantaba estar allí con él. Alan sacó un libro de F. Scott Fitzgerald y comenzó a leerlo en voz alta, mientras yo apoyaba mi cabeza en su hombro. No me avergonzaba mostrarme así con él, porque sabía que ya lo habíamos hecho muchas veces.

– Me encanta ese libro – exclamé entusiasmada, reconociendo la elección de Alan.

– Lo sé, por eso lo traje – respondió, con una sonrisa llena de complicidad.

Y en ese momento, recordé por qué había estado triste aquel día, el día en que habíamos estado en ese mismo parque.

– Ingrid, mi hermana… estaba enamorada de ti – dije sin pensarlo, dejando escapar un secreto que había guardado durante mucho tiempo.

– Lo recordaste… – dijo Alan, con una sonrisa cálida y comprensiva.

– Sí… suena extraño decirlo en voz alta – admití, sintiendo una mezcla de emociones al hablar de ese tema.

Después de ese momento mágico, Alan me ayudó a levantarme y regresamos al auto, listos para continuar nuestro tour de recuerdos.

Entiendo lo que quieres decir. A veces, los momentos especiales de una historia pueden beneficiarse de un poco más de profundidad para capturar todas las emociones y detalles. Permíteme agregar algunos detalles adicionales para darle más profundidad a la historia:

– ¿Y ahora? ¿A dónde me llevarás?

– Te llevaré de regreso al lugar donde comenzó nuestra historia, donde todo comenzó.

Entendido, aquí tienes la corrección:

Ambos reímos, y cada vez me enamoraba más de su hermosa sonrisa. Mientras conducíamos, pasamos por la escuela donde todo empezó, y él me miró con curiosidad.

– Y bien, aquí es donde pasamos la mayoría de nuestra historia juntos. No me arrepiento de nada… tú te enamoraste de tu profesor, y yo quedé completamente cautivado por mi alumna.

Sonreí y respondí: – Sé que aún no puedo recordar todo, pero tampoco me arrepiento de haber salido contigo, mi maestro.

En ese momento, él tomó mi rostro con delicadeza y acercó sus labios a los míos. Nos besamos apasionadamente frente a la escuela, sin importarnos lo que los demás pudieran pensar. Luego, entramos al edificio y recorrimos cada pasillo y salón donde compartimos momentos inolvidables juntos.

Finalmente, llegamos a su departamento, nuestro refugio secreto. Él me miró con ternura y dijo: – Bienvenida a nuestro santuario, donde nadie nos juzgaba y siempre encontrábamos consuelo. Este lugar era nuestro refugio de amor, donde podíamos ser nosotros mismos sin miedo ni preocupaciones.

En ese momento, las lágrimas volvieron a caer por mis mejillas.

– ¿Y ahora? ¿Por qué lloras? – preguntó él, preocupado.

– Es que… te amo más de lo que puedo expresar con palabras. Estoy tan agradecida por todos los momentos que hemos compartido y por el amor que siento por ti.

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Capítulo 61: Amor Eterno

Narra Brenda

Alan me miró dulcemente y se acercó a mí. Rodeó mi cuello con sus manos y me dio un tierno beso.

– ¿Lloras porque amas? – preguntó.

– Lloro porque me da miedo sufrir. ¿Acaso nunca lloré cuando estuvimos juntos? – respondí.

– No estoy aquí para hacerte sufrir… estoy aquí para hacerte feliz – dijo con convicción.

Terminamos de hablar y él me acompañó a pedir un taxi para que me llevara a casa. Antes de subir al taxi, nos besamos. Era algo tarde, así que decidí subir despacio. Pasé por el cuarto de mis padres y estaban durmiendo. Parecía que creían que había pasado todo el día en mi habitación.

En mi cuarto, me puse a reflexionar sobre cuántas cosas habían pasado mientras estaba en coma. Cuando tuve el accidente, apenas comenzaba el invierno, por lo que me había perdido la Navidad, el Año Nuevo, mi cumpleaños y casi la mitad del nuevo semestre de clases. Era mi último semestre para terminar la preparatoria. Me sentí muy nostálgica, tratando de arreglar el pasado.

Comencé a pensar que antes de mi accidente solo tenía 17 años… y ahora, sin darme cuenta, ya cumplí 18 y me lo perdí.

Pasaron varios días y poco a poco iba recordando más cosas. Estaba segura de que había recuperado al menos el 80% de mis recuerdos de mi relación con Alan. La forma en que los recuerdos volvían era extraña, llegaban a mí mientras dormía en forma de sueños, pero estos sueños se habían hecho realidad. Era curioso, todo lo que recordaba eran momentos alegres, no había ni una sola discusión ni pelea, solo amor. Con cada recuerdo, sentía que me enamoraba más de él.

Por las tardes, Alan y yo siempre encontrábamos la manera de vernos. Tenía que seguir mintiéndoles a mis padres y amigos, pero ya me había acostumbrado a eso.

Era lunes otra vez y tenía unas enormes ganas de ver a Alan. La escuela ya no era divertida ahora que sabía que él ya no era mi profesor.

Habíamos acordado que yo llevaría la cena a su departamento, así que salí de la escuela, fui a mi casa a cambiarme y dejé una nota a mi mamá diciéndole que me quedaría en la biblioteca hasta tarde. Luego, pasé por la comida y llegué al departamento de Alan. Sin embargo, parecía como si nadie estuviera ahí.

– ¡Alan! ¡Amor! ¿Dónde estás? – llamé al entrar a su departamento.

No escuché ninguna respuesta, así que decidí ir a su habitación.

– ¡Alan! ¡Cariño! ¿Estás aquí? – pregunté.

Entonces, escuché su voz que venía de su oficina.

– Estoy aquí, amor… – gritó.

Fui hasta allá y lo encontré sentado frente a un pequeño escritorio. Su rostro lucía un poco desmejorado, con ojeras y el cabello despeinado.

– ¿Qué haces aquí? Creí que íbamos a cenar juntos – le dije.

– Y lo haremos, es solo que tengo mucho trabajo. No he salido de aquí desde ayer a las 10 pm – respondió.

– ¿Puedo ayudarte en algo? – le ofrecí mi ayuda mientras me acercaba a él.

– No, en realidad no – contestó.

– Bueno, al menos puedo saludarte apropiadamente – dije con una sonrisa.

– Sí, eso sí – respondió, levantando la cabeza. Me acerqué y le di un beso en la frente.

– Necesitas un masaje… te ves muy tenso – le comenté mientras ponía mis manos en sus hombros.

– Necesito terminar… ¿Quieres ir a poner la mesa mientras termino esto y en unos minutos cenaremos juntos? – propuso.

– Bueno – acepté.

Me fui a la cocina, saqué la comida, algunos platos, cubiertos y vasos, y me senté a esperar. Lo llamé, pero no me contestó. Pasaron 10 minutos más y volví a llamarlo, pero seguía sin responder ni aparecer para cenar. Decidí esperar un poco más y, después de casi 15 minutos adicionales, determiné que era suficiente. La cena ya estaba fría y él nunca apareció.

Tomé mis cosas.

– Te amo, Alan – dije y salí de su departamento. Estaba un poco molesta por haberme ignorado de esa manera, así que cerré la puerta con fuerza al salir.

Estaba a punto de bajar las escaleras cuando escuché a alguien acercándose corriendo.

– ¿Qué pasó? ¿Por qué te vas? – preguntó cuando logró estar frente a mí.

– Porque la comida ya se enfrió y ya me cansé de esperar – respondí, frustrada.

– No puedes entender que tengo mucho trabajo y muchas responsabilidades» – dijo molesto.

– ¿Estás diciendo que yo no tengo responsabilidades? También tengo mucho trabajo en la escuela, sobre todo después de haber perdido medio semestre por el accidente – dije enojada. – Si me hubieras dicho que no podías, no habría venido, pero te estuve esperando durante mucho tiempo.

– Solo porque hoy no pudimos estar juntos, no significa que no tengo tiempo para ti – intentó explicar.

– Esto no ha sido solo hoy, toda la semana has estado ocupado, cortante y distante. Solo quería hacer que te distrajeras un poco – dije con tristeza.

– Tienes razón, discúlpame por hablarte así. Estoy muy estresado, odio el empleo que tengo – admitió.

– No sabía eso – respondí sorprendida.

– No quería decírtelo. No puedo quejarme ni renunciar porque no tengo otro empleo al que ir. Me gustaba dar clases y ahora… – explicó.

– Y ahora es culpa mía… – interrumpí.

– No, no es tu culpa – negó rápidamente.

– Si lo es… – interrumpí nuevamente – Si yo nunca me hubiera accidentado, mis padres nunca habrían descubierto nuestra relación y no te habrían obligado a renunciar. ¿Ves cómo es mi culpa?

– Fui yo quien aceptó salir con una alumna, a pesar de saber que estaba prohibido y que tarde o temprano tendría que renunciar.

– ¿Estás arrepentido? – pregunté.

– No, en absoluto. Si tuviera la oportunidad de volver en el tiempo, lo haría de nuevo. Puedo soportar la monotonía de este empleo con tal de estar junto a ti – me tomó de la mano.

– Nunca me dijiste cómo conseguiste ese empleo. ¿De quién es esa editorial? – indagué.

– AM – titubeó un poco. «Bueno, la editorial es de una amiga…

– ¿Una amiga? ¿Cómo se llama? – pregunté, sintiendo un pinchazo en la cabeza mientras intentaba recordar algo sobre ella, pero sin éxito.

– Laura… se llama Laura – dijo rápidamente, apenas audible.

El nombre me provocó una punzada en la cabeza, intentaba recordar algo acerca de ella, pero por más que lo intentaba, no lograba nada.

– ¿La conozco? – pregunté.

– Bueno… la has visto un par de veces – respondió de manera cortante – En fin… ¿Me perdonas por no cenar contigo y por ignorarte todo este tiempo?

– Por supuesto que sí – dije mientras tomaba sus mejillas y le daba un beso – Nos vemos mañana… te amo

– No, noooo, quédate a dormir… conmigo – suplicó.

– ¿Estás loco? Mis padres lo notarán – respondí, preocupada.

– Vamos, Brenda, ya lo has hecho una vez. Me siento solo. Miente por mí… por favor – dijo haciendo pucheros.

– Qué fácil me convences… te odio por esto – respondí con sarcasmo.

Tomé mi celular y le envié un mensaje a mi mamá diciendo que me quedaría a dormir en casa de Anabela. Mentir ya no me resultaba tan difícil, aunque sabía que estaba mal. Pero deseaba pasar más tiempo con Alan.

Él entrelazó sus manos con las mías y caminamos de regreso a su departamento. Estuvimos abrazados mientras cenábamos la comida fría. Luego, él me dijo que estaba cansado y que era hora de ir a dormir.

Sin esperarlo, me cargó en sus brazos y me llevó a la cama. Yo me movía tratando de que me soltara, pero sinceramente amaba estar así con él.

Nos acostamos juntos, él me rodeó con sus brazos y yo recargué mi cabeza en su pecho…

– ¿Cómo lo hiciste? – preguntó Alan.

– ¿Cómo lo hice con qué? – respondí confundida.

– ¿Cómo lograste cambiar mi vida? No creo que yo sea digno de ti. ¿Qué viste en mí? Si pudieras ver a un chico que realmente valga la pena…

– Lo dices solo porque estás enamorado… yo no tengo nada de especial y te puedo asegurar que algún día me verás y lo comprobarás

– Si eso llega a pasar algún día, pediré que me encierren en un manicomio. Creo que estaré alucinando. Te amo y el amor es lo único que es eterno

– Y en cuanto a la otra pregunta… tú sí vales la pena. Eso lo supe desde el primer momento en que te vi, cuando tus manos sujetaron las mías después de que agarré aquel libro. Ese día dije: ‘Ese es un príncipe y yo lo quiero para mí’

Después giré y lo besé. Él no me soltó y comenzó a acariciarme debajo de mi blusa. Estaba segura de lo que iba a pasar, y sus caricias me resultaban tan familiares que no lo detuve.

– Gracias al cielo que no olvidaste esto – dije sonriendo.

Él comenzó a besarme suavemente el cuello, y cada roce de sus labios enviaba escalofríos por todo mi cuerpo. Sus besos luego se dirigieron a mi oreja, provocándome cosquillas que me hicieron estremecer de placer. Después, volvió a mis labios y los besó con pasión, mientras sus manos recorrían delicadamente mi espalda por debajo de mi blusa. No pude resistir la tentación y comencé a acariciar su pecho por debajo de su camisa, sintiendo su corazón latir fuertemente bajo mis dedos.

No queriendo quedarme atrás, decidí explorar su cuello con mis labios, sintiendo su piel suave y el latir de su pulso acelerado. Escuchar cómo gemía mi nombre, «Brenda, Brenda», mientras mis labios recorrían su piel, aumentaba mi deseo y pasión por él. Mis besos luego se dirigieron a su oreja, donde susurros de amor escapaban de sus labios, «Te amo, te amo».

Sin darnos cuenta, nos encontramos desnudos, entregados el uno al otro. Comencé a besar su hombro, recorriendo cada centímetro de su cuerpo con mis labios, dejando una estela de besos ardientes a mi paso. Mis labios encontraron su pecho, donde pude sentir su respiración entrecortada y su piel erizarse bajo mis caricias. Descendí lentamente hasta llegar a su ombligo, saboreando cada momento y disfrutando de la anticipación.

Luego, ascendí nuevamente hasta encontrarme con sus labios, donde nuestros besos se fusionaron en una danza apasionada. En un giro inesperado, él se colocó encima de mí, sus ojos encontraron los míos, buscando siempre mi consentimiento y deseo. Le sonreí, dejándole claro que era suya por completo.

Con cada movimiento, él se movía con delicadeza y ternura, como si quisiera protegerme de cualquier daño. Cada suspiro y gemido que escapaba de mis labios era una expresión de puro éxtasis y amor por él. Grité su nombre, «Alan, Alan, Alan», mientras nuestros cuerpos se fundían en un acto de pasión desenfrenada. «Te amo, te amo, te amo», susurré entre susurros.

Finalmente, nos abrazamos exhaustos, sintiendo nuestros corazones latir al unísono. Nos quedamos dormidos, envueltos en el amor y la intimidad compartida.

Capítulo 62: El paraíso no es para siempre

Narra Brenda

Al despertar en la casa de Alan, sentí un vacío al estirar mi mano y no encontrarlo a mi lado.

– ¿Alan? – llamé, saliendo de la habitación.

Él salió de la cocina con una bandeja que sostenía un delicioso desayuno.

– Lamento haberme tardado, pero ya sabes que la cocina no es mi fuerte. Buenos días, amor – dijo con una sonrisa.

– ¿Desayuno en la cama? No recuerdo haber tenido un Alan tan romántico frente a mí.

– Bueno, hoy no es un día como los demás – respondió, misterioso.

– ¿Qué día es hoy? – pregunté confundida.

– Bueno, técnicamente es martes – dijo con sarcasmo -, pero me refiero a que es especial.

– ¿Quieres decirme que se celebra hoy?

– Digamos que es una ocasión especial.

– Bueno, en todo caso, gracias por el delicioso desayuno. Te amo.

Con una sonrisa, se sentó a mi lado en la cama y compartimos un momento íntimo mientras disfrutábamos de la comida. Cada bocado era un gesto de amor y cuidado por parte de Alan. Después de terminar, él se levantó y se acercó para darme un cálido abrazo antes de acompañarme de regreso a casa. Como siempre, encontró la manera de estacionarse a tres cuadras de distancia para proteger nuestra privacidad y evitar que nos descubrieran. Cada pequeño detalle de su comportamiento romántico hacía que mi corazón se acelerara y me recordaba lo afortunada que era de tenerlo a mi lado.

– Hemos llegado – anunció al detenerse frente a mi casa.

– Quiero agradecerte por una noche maravillosa – dije, tomando su mano.

– Ojalá pudiera despertar junto a ti todos los días. Ese es uno de mis sueños más grandes – besó suavemente mi mano -. Ahora, más tarde veremos películas en mi casa. No quiero desperdiciar este día…

Me acerqué a él y, entre besos, le susurré:

– Cuenta con eso. Te veré en tu departamento.

Alan sonrió, nos dimos otro beso y me dirigí a mi casa.

Al entrar, encontré a mi familia aún desayunando.

– Hola, hija. Es un privilegio tenerte en casa. Últimamente apenas pasas tiempo con la familia, ¿qué está pasando?

– Mamá, te avisé que pasaría la noche con Anabela – respondí tratando de sonar tranquila.

– ¿Estás saliendo con alguien? – preguntó mamá directamente.

– No, mamá. ¿Por qué preguntas eso?

– Te ves diferente… No quiero que nos estés mintiendo de nuevo.

– ¿A qué te refieres con «de nuevo», mamá? No recuerdo haber mentido antes o quizás sigan siendo efectos de la amnesia.

– Olvídalo, hija… Solo si tienes algo que ver con alguien, solo dínoslo, ¿sí? No hay por qué tener secretos.

– Está bien, mamá. Te lo diré cuando haya algo que contar.

Sabía que estaban hablando de Alan, pero decidí mantenerme en silencio y subí a mi habitación. Pasé el resto del día allí, pensando en el pretexto que utilizaría para salir esta noche.

Papá entró a mi habitación interrumpiendo mis pensamientos.

– Hija, ya nos vamos. ¿Necesitas algo? – dijo dándome un beso en la frente.

– ¿Adónde van?

– Hoy tu hermana tiene una ceremonia en la universidad. Llegaremos en la noche, ¿de acuerdo? Si necesitas algo, por favor llámanos.

– Sí, cuídense.

Una sonrisa se formó en mi rostro. Me metí a bañar, luego me cambié y, aprovechando que mis papás no estarían en casa, decidí ir al departamento de Alan sin tener que idear algún plan.

Cuando llegué, me di cuenta de que no había nadie. Busqué en todas las habitaciones, pero no encontré rastro de Alan. Finalmente, vi una nota en su cama.

«Cariño, tuve que salir por trabajo, pero necesito un favor. ¿Podrías ir a la dirección que está al reverso y recoger algo que necesito? Gracias, es urgente.

Con amor: – Alan»

Al principio me desconcertó la nota. Se suponía que él quería verme aquí. Sin embargo, pensé que quizás realmente era urgente lo que necesitaba, así que me dispuse a cumplir con su solicitud. Tomé un taxi que me llevó a la dirección indicada…

– Bueno, señorita, llegamos – dijo el conductor del taxi mientras detenía el vehículo.

– ¿Está seguro? – pregunté, sin estar convencida. Me habían llevado a la calle de los restaurantes más lujosos de la ciudad.

– Aquí es la dirección que usted me dio – respondió el conductor.

– Aquí tiene – dije, pagando el viaje. – Gracias.

Bajé del taxi y comencé a buscar algún lugar que me diera una pista. Pero en el número de la calle que Alan me había dado, se encontraba uno de los restaurantes más hermosos de la ciudad. Miré hacia la puerta y allí estaba él, vestido con un traje y sosteniendo un ramo de Lirios Blancos en la mano.

Me quedé totalmente paralizada, y entonces él se acercó a mí.

– Sorpresa, amor, y feliz cumpleaños atrasado… ya tienes 18 años – dijo con una sonrisa.

No sabía cómo reaccionar. Alan había mencionado que era «mi cumpleaños atrasado» y había recreado la celebración para que no me sintiera como si me lo hubiera perdido. No supe si fue eso o el hecho de que Alan estuviera frente a mí con mis flores favoritas, pero las lágrimas comenzaron a brotar.

– Amor… ¿Por qué lloras? – preguntó él, preocupado.

– Todo esto es tan hermoso. Por eso te comportabas tan extraño hoy. Lo siento, siento no haber prestado atención a tus señales.

– Mi intención no era hacerte sentir que lo habías olvidado. Sé que te lo perdiste, así que quiero que esta noche sea especial para ambos. Por eso te traje aquí a cenar.

– ¿Qué? ¡Alan! No, no puedo ir a ese lugar así. Mira cómo estoy vestida. Creí que veríamos una película, por eso no me arreglé. Y mira a ti, tan elegante en este lugar lujoso. Pareces un príncipe.

– No me importa cómo estés vestida. Incluso en pijama eres más hermosa que todas las personas que están adentro – dijo con ternura.

– Alan, eres increíble. Gracias por hacerme sentir tan especial y amada. Te amo con todo mi corazón.

Él tomó mi mano y juntos caminamos hacia el restaurante.

– ¿Te importa si nos sentamos aquí afuera? No logré encontrar mesas disponibles adentro.

– No importa, aquí es perfecto mientras esté contigo. Además, es una hermosa noche – respondí, emocionada.

Nos sentamos en una mesa al aire libre, disfrutando de la compañía del otro y de la hermosa noche que nos rodeaba.

Después de unos minutos, pedimos la cena y mientras comíamos, comenzamos a recordar algunos de los momentos que habíamos compartido durante casi un año juntos.

Era un momento perfecto, él y yo, la noche, el lugar… todo parecía encajar. Sin embargo, de repente, escuché unas voces, casi gritos, que reconocí de inmediato… eran mis padres.

– ¡Brenda! ¿Qué estás haciendo con él? – exclamó mi papá.

Quedé muda, completamente paralizada, al igual que Alan.

– ¿Desde cuándo se están viendo de nuevo? – gritó mi mamá.

Volteé la cabeza y también vi a mi hermana, observando la escena en silencio.

– ¡Freeman! Teníamos un acuerdo y lo estás incumpliendo. ¿Quieres meterte en serios problemas?

– Señor, yo la amo… – dijo Alan.

– Y yo también lo amo a él – respondí. – No puedo creer que me hayan mentido, que me hayan ocultado que estuve con él. Era importante para mí conocer toda la verdad sobre mis recuerdos, y ustedes me la negaron… me alejaron del amor de mi vida.

– No entiendes lo que dices… fue por tu bien – dijo mi mamá.

– ¿Qué bien puede traerme el haberme alejado del amor de mi vida?

– Oh, por el amor de Dios, está claro que no se lo dijiste, ¿verdad? – dijo mi madre dirigiéndose a Alan.

Alan no pudo responder, solo balbuceaba.

– Por supuesto que no te lo dijo, puedo imaginarlo… es demasiado cobarde para admitir que fue el responsable de tu accidente. ¿Te volvió a enamorar con mentiras? – dijo mi mamá.

Miré a Alan, nunca había visto a mis padres tan enojados. Aunque intentaban no armar un escándalo en el restaurante, todos se habían dado cuenta.

– ¿Qué está pasando, Alan? ¿De qué están hablando? – pregunté confundida.

– Yo… yo… Intenté decírtelo, juro que iba a hacerlo… – respondió Alan.

– Pero… ¿Decirme qué? ¿Hacer qué? – inquirí, esperando una explicación.

– Ya es suficiente… – intervino papá. – Regresemos a casa… ¡Brenda, sube al auto!

– ¿Qué? No, no lo haré. No quiero que me separen de él. Lo amo y no me iré de su lado… ¿Alan? – supliqué, tratando de que me detuviera.

– Es mejor que vayas con ellos – fue lo único que dijo Alan.

Estaba confundida. ¿Por qué Alan no estaba luchando por nuestra relación?

– ¿Qué? ¿No? ¿Alan? – rogué, pero él no respondía a mis súplicas.

Me aferré a su brazo, pero papá me tomó del brazo y me arrastró hasta el auto.

– Vamos, Brenda… no lo hagas más difícil – dijo papá.

– No quiero ir… ¿Alan? No dejes que me lleven – gritaba, pero él no reaccionaba.

Fue entonces cuando intervino mi hermana Ingrid.

– ¡Ya basta, papá! – exclamó Ingrid, separándome de Alan y enfrentando a nuestros padres. – Esto no es justo para Brenda. No pueden controlar su corazón y sus sentimientos.

Mi papá frunció el ceño, pero finalmente soltó mi brazo. Ingrid me abrazó, brindándome consuelo en medio de la confusión y el caos.

– No te metas en esto, hija… esto es entre tu hermana y nosotros – le dijo papá a Ingrid.

– Esta no es la manera, papá, y lo sabes… la estás lastimando – afirmó Ingrid, acompañándome hasta el auto, ya que no tenía fuerzas para luchar. Una vez en el auto, me solté a llorar.

– Nos volviste a mentir – dijo mi mamá, decepcionada.

– ¿Mentir? Ustedes me mintieron a mí. Nunca me dijeron toda la verdad sobre él, y ahora salen con que Alan tuvo que ver con mi accidente. No se los voy a creer, ¡NO SE LOS CREO! – exclamé, gritando la última parte.

– ¿Quieres saber la verdad? – dijo mi mamá, con una mirada intensa.

– ¿Qué verdad? – pregunté, sintiendo que algo importante estaba a punto de revelarse.

Mi hermana Ingrid intervino rápidamente, tratando de evitar que mi mamá dijera algo que pudiera empeorar la situación.

– Mamá, no es necesario… – dijo Ingrid, con un tono de advertencia en su voz.

Pero mi mamá decidió seguir adelante y revelar lo que había estado ocultando.

– De acuerdo, si realmente quieres saber, te diré la verdad. ¿Por qué no le pides a Alan que te cuente sobre aquel día en su departamento, cuando lo encontraste con su exnovia? ¿Acaso él no te lo ha contado? – dijo mi mamá, con furia en sus palabras. – Ese impacto emocional que sufriste y la llamada que recibiste mientras ibas en carretera, todo eso fue lo que causó tu accidente… esa es la verdad.

No supe cómo reaccionar en ese momento. Sus palabras resonaron en mi mente, despertando recuerdos vagos pero familiares. Me sentía abrumada por la revelación, sin poder procesar completamente lo que acababa de escuchar.

– No, no puede ser cierto… eso no puede ser verdad – balbuceé, desesperada por encontrar una explicación diferente. – Ustedes están diciendo esto porque quieren separarme de Alan. Todo esto se trata de su preocupación por lo que la sociedad piense de que su hija salga con su exprofesor.

Mi mamá intentó calmarme, pero sus palabras solo aumentaron mi frustración.

– Las cosas no son como tú crees – dijo mi mamá, tratando de hacerme entender.

– ¡Basta, mamá! – exclamó Ingrid, defendiéndome. – Estás atormentándola con tus palabras.

Me negué a aceptar lo que me decían. Sentía que todo era una conspiración para separarme de Alan, y no estaba dispuesta a creer ninguna de sus mentiras.

– Me niego a creer todo lo que han dicho… ustedes están mintiendo. No intenten separarme de Alan, porque lo amo demasiado y no voy a creer ninguna de sus mentiras – afirmé con determinación, aunque en mi interior había una pequeña voz de duda.

Era difícil aceptar la realidad, y mi negación era una forma de protegerme de la verdad que se estaba revelando.

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Capítulo 63: El Amor Duele

Narra Brenda

Era como una pesadilla de la que no podía despertar. No podía creer lo que estaba sucediendo. El auto seguía en movimiento, mis lágrimas caían sin cesar y mi madre me gritaba desesperada. Sin pensarlo dos veces, abrí la puerta del auto y caí de rodillas en el suelo. Me levanté rápidamente y comencé a correr, sin importarme los gritos que me llamaban desde atrás.

Necesitaba estar con Alan, necesitaba que me explicara lo que estaba pasando. Con el corazón en la garganta, llegué a su departamento. Estaba destrozada, no podía controlar mi llanto. Alan abrió la puerta y antes de que pudiera decir una palabra, me abalancé hacia sus brazos, buscando su protección.

Desesperadamente, le supliqué:

– Por favor, dime que todo esto es una mentira. Dime que mis padres están tratando de separarnos y nada de esto es real… – mi voz temblaba de dolor y esperanza.

Alan bajó la cabeza, sus ojos llenos de tristeza, y suspiró antes de responder:

– Quisiera poder decirte que no es verdad, que todo es una confusión, pero no puedo mentirte más. Lo siento, Brenda. – su voz sonaba quebrada y llena de remordimiento.

Sentí cómo mi mundo se desmoronaba. Retrocedí, alejándome de él, tratando de asimilar sus palabras.

– ¿Entonces es verdad? Después de todo lo que prometiste, me mentiste… ¿Por qué, Alan? ¿Por qué me ocultaste todo esto? – pregunté, con la voz entrecortada por el dolor.

Alan se acercó lentamente, sus ojos llenos de lágrimas, y tomó mis manos entre las suyas.

– No quería lastimarte, Brenda. Pensé que si te ocultaba la verdad, podríamos ser felices juntos. Pero me equivoqué, y ahora lo veo. Te amo y no quiero perderte, pero entiendo si no puedes perdonarme. – sus palabras resonaron en el aire, cargadas de arrepentimiento y amor.

Me quedé en silencio por un momento, luchando con mis propios sentimientos. Finalmente, respondí con voz firme pero llena de tristeza:

– No sé si alguna vez podré perdonarte, Alan. Me has herido profundamente al romper tu promesa. Necesito tiempo para pensar y sanar. Por ahora, necesito alejarme de ti… – dije, con el corazón destrozado.

Me paré en la puerta, lista para irme, y él intentó detenerme.

– No intentes detenerme – advertí, con voz firme – Ya no sé qué me duele más… la primera vez que te encontré engañándome con ella, o esta vez que me mentiste después de haberme lastimado.

Me separé de él y, finalmente, grité:

– Ha sido el mejor de los cumpleaños

Esta vez, no quise llorar. Bajé rápidamente para alejarme de él. Me paré en la entrada del edificio y escuché cómo corría para alcanzarme, pero yo ya no podía estar con alguien que me había lastimado tantas veces.

– Solo lo olvidaremos… – dije cuando finalmente logró alcanzarme.

Él se quedó allí, sollozando, y yo me fui. Mi taxi había llegado, pero antes de irme, vi cómo Alan caía de rodillas, llorando. Durante el camino, tuve que decirle tres veces al taxista que ignorara cómo lucía, que estaba bien. Pero al llegar a casa, no pude contenerme. No quería entrar, porque sabía que tendría que enfrentarlos después de todo lo que había pasado.

Giré la perilla y ahí estaba mi mamá, sosteniendo el teléfono. Cuando me vio, lo aventó y corrió hacia mí.

– Oh, gracias a Dios, ¿estás bien? Te he estado llamando.

Y lo único que pude hacer después de haberme aguantado fue llorar…

– Estuviste con él, ¿cierto? – preguntó mamá. – ¿Te lo dijo?

– Soy una estúpida – dije entre llantos – Ahora puedes decirme: «Te lo dije». Vamos, dilo mamá, que lo estoy esperando.

Mamá no dijo nada, solo me abrazó.

– Estamos aquí para apoyarte, queremos lo mejor para ti… – dijo mientras me cubría entre sus brazos.

– Pero no es lo que necesito… ¡Lo necesito a él!

Yo estaba recargada en la puerta, mi mamá me consolaba tocando mi hombro. Estaba enojada y con una tristeza que no cabía en mi pecho.

– ¿Hay algo que pueda hacer por ti? – preguntó mi madre con voz suave, preocupada por mi estado.

– Quiero estar sola – respondí bruscamente, apartándome de ella. Me dirigí a mi cuarto, con la intención de encerrarme y permitir que mi corazón olvidara a Alan. Sin embargo, mientras subía los escalones, todo a mi alrededor se volvió borroso. Me sentía mareada y, antes de darme cuenta, perdí el conocimiento. Lo último que vi fue cómo la escalera parecía moverse.

Desperté en el hospital, escuchando voces a mi alrededor.

– ¿Una contusión, doctor? – preguntó mi madre, preocupada.

– Así es. Brenda sufrió una contusión, probablemente debido al estrés y a todo lo que ha pasado recientemente, incluyendo el grave accidente que tuvo. Afortunadamente, no es algo grave y es posible que pueda regresar a casa más tarde en el día – explicó el médico.

Así que estaba en el hospital. Me desmayé después de todo lo que había sucedido, y una vez más, Alan era el causante de mi dolor.

Abrí los ojos por completo y vi a mi madre y al médico observándome.

– Podemos irnos ahora, ya estoy bien – dije con determinación, tratando de ocultar mi vulnerabilidad.

– Me alegra verte despierta, cariño. Pero debes descansar. Lamento mucho lo que te ha sucedido – dijo mi madre, con una mezcla de alivio y tristeza en su voz.

– No me pasó nada. Odio que me tengan lástima. Ahora, recoge tus cosas y vámonos – respondí con firmeza, rechazando cualquier muestra de compasión. No quería que me vieran como una víctima. Estaba comenzando a comprender que el fin de una relación no significaba el fin de mi vida, aunque aún me costaba creerlo por completo.

Después de unas horas en el hospital, mi padre llegó para llevarnos a casa. Como siempre, intentó hacer bromas para animarme, pero su esfuerzo no lograba romper la tristeza que me embargaba.

Acabo de aprender que el amor puede ser muy doloroso… Nunca imaginé que mi primer noviazgo terminaría de esta manera.

Después de salir del hospital, llegué a casa y me dirigí directamente a mi habitación. Me sumergí en un sueño profundo que duró toda la tarde. Al despertar al día siguiente, me encontré incapaz de levantarme de la cama. Una tristeza abrumadora se apoderó de mí y perdí toda motivación. Lo peor de todo es que esta sensación persistió durante los siguientes tres días. Mi madre estaba preocupada, pero decidí ocultarle la verdadera razón de mi estado emocional. Le dije que eran los efectos secundarios de las pastillas que me habían recetado, para tranquilizarla. Sin embargo, en realidad, había dejado de tomar esas pastillas hace días. La verdadera causa de mi dolor era el amor, una enfermedad mortal que había sido desencadenada por ALAN, el único que había destrozado mi corazón.

A pesar de mis esfuerzos por olvidarlo, ALAN continuaba enviándome mensajes desesperados. Cada uno de ellos decía: «perdóname» o «te necesito». Aunque sabía que debía bloquearlo o cambiar de número, una parte de mí seguía aferrada a la esperanza de que sus mensajes cambiaran. Esta situación me llevó a aislarme de mis amigos, sintiendo que me estaba perdiendo a mí misma poco a poco.

Así pasaron tres días, en los que me limité a quedarme sola en mi habitación, sumida en la tristeza y la confusión. Ingrid, mi hermana, intentaba animarme, pero sus esfuerzos no lograban alcanzarme en lo más profundo de mi dolor.

Fue en el tercer día cuando Anabela, amiga querida, decidió hacerme una visita. Su presencia fue un rayo de luz en medio de mi oscuridad, y su apoyo me hizo sentir un poco de esperanza en medio de la tormenta emocional que estaba viviendo.

– No tienes idea de cuánto te extraño. ¿Dónde está mi amiga?

– ¿Te refieres a tu mejor amiga de antes, a la que todos le mintieron y aun así seguía sonriendo, o a tu amiga actual, a la que lastimaron y a la que parece no importarle?

– Solo la quiero a ella. – Tomo una foto de nosotras dos – Como antes y como ahora… No sabes cuánto te extraño. ¿Podrías hacer el esfuerzo de pasar estas últimas semanas con nosotros? La graduación está casi aquí.

– Vamos, no seamos dramáticos… Solo he faltado dos días a la escuela.

– Pero te estás perdiendo a ti misma. No sabía que eras de esas chicas que se olvidan de sí mismas después de terminar con su novio…

– No soy así. Esto no es por él. Ya me olvidé de Alan. No estoy deprimida, solo estoy cansada. Estas últimas semanas han sido demasiado para mí.

Anabela se fue y yo no dije ni hice nada. Mi mamá llegó con mi «cena» y medicinas, las tomé y me quedé dormida…

En esa noche, durante mi sueño, me encontraba en el salón de clases. Estaba sola y vi entrar a un profesor. Esperaba ver a Alan, pero no era él. Tuve una conversación con ese otro profesor:

– ¿Y el Profesor Freeman?

– Él ya no trabaja aquí, lo sabes bien.

– Pero… lo necesito, lo extraño demasiado.

– Bueno, quizás él ya no esté pensando en ti… Como tú dijiste, «solo se olvidarán». Tal vez sea tiempo de seguir adelante, ¿no crees?

En mi sueño, terminé de hablar con él y salí de la escuela. Al salir a la calle y girar a un lado, vi a Alan. Tenía puesta la misma ropa que llevaba el primer día que lo vi, y sostenía el libro que nos marcó tanto. Pero al otro lado, me vi a mí misma, sonriendo y realmente feliz… Fue entonces cuando decidí seguir adelante y dejar a Alan.

Desperté un poco alterada. Los rayos del sol me daban en la cara. Miré el reloj y eran las 7:30 am. Después de ese sueño, me sentía decidida a seguir con mi vida. Habían sido varios días dedicados a la melancolía y a estar triste por Alan. Ambos «solo nos olvidaremos».

Era un poco tarde para ir a la escuela, pero me apresuré. Me metí a bañar y estrené ese vestido que planeaba usar en un día de campo con Alan… Cuando estuve lista, mi mamá subía con mi medicina y se llevó una gran sorpresa al verme.

– Bren… ¡me alegra mucho verte! ¿Qué ha pasado?

– Quiero hacer cosas, mamá. Tengo sueños que quiero cumplir. Eso es lo que ha pasado.

– Pues me alegra que haya pasado. ¿Necesitas algo…?

– No, en un rato bajo a desayunar.

Terminé de arreglarme y cuando bajé, todos estaban reunidos alrededor de la mesa…

– Mamá, si necesito algo, sabes… ¿Dónde están mis papeles para la beca de Boston? ¿Dónde está el formulario de inscripción para el Instituto Tecnológico de Massachusetts?

– ¿Hablas en serio?

– Sí, los necesito. No quiero dejar pasar otro día más. Voy a ir a la escuela y comenzaré los trámites para recuperarlos.

– Me alegra, hija. Los documentos están arriba, en mi cuarto…

Busqué frenéticamente mis papeles, tomé mis cosas y me dirigí apresuradamente a la escuela.

Al llegar, Anabela se alegró mucho de verme. Comenzaban los ensayos para la graduación y me asignaron un lugar en el escenario. Había una lista de invitados para la ceremonia de graduación y esta vez el encargado de dar las palabras de despedida sería un ex profesor de literatura…

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Capítulo 64: Final Parte 1

Narra Brenda

La pesadilla parecía no tener fin…

El invitado especial era nada más y nada menos que mi ex maestro de literatura y, por lo tanto, mi exnovio… Mi rostro debió haber reflejado el susto, porque Anabela lo notó de inmediato.

– ¿Estás bien? – preguntó, tocando mi hombro con preocupación.

Antes de que pudiera responderle, mi celular sonó. Era Alan, como todos los días, con su mensaje matutino. Solía leerlos, pero ya no más. Necesitaba olvidarme de él por completo, y eso no sería posible si seguía recibiendo sus mensajes.

– Sí, estoy bien, pero tengo que ir a terminar unos trámites. Nos vemos mañana, ¿está bien? – respondí con una sonrisa forzada.

Anabela me miró extrañada, pero asintió y se despidió de mí.

Decidí tomar una decisión importante: cambiar mi número de teléfono. Aunque me costaba trabajo, sabía que era necesario para ponerle un fin definitivo a Alan.

Después de eso, me dirigí a las oficinas donde había tramitado mi beca para Boston y mi inscripción en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Al llegar, busqué al encargado, el Lic. Max Miller.

– Hola, soy el Lic. Max Miller. ¿En qué puedo ayudarte? – me recibió con amabilidad.

– Hola, vengo a re-tramitar mi beca para Boston y mi inscripción para el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Las abandoné hace unos meses, pero ahora quiero ver la posibilidad de solicitarlas de nuevo… – expliqué con determinación.

El señor Miller asintió y me pidió que esperara un momento mientras terminaba de arreglar algunas cosas. Mientras tanto, mis pensamientos se perdieron en el remolino de emociones. Sabía que dejar atrás a Alan significaba también dejar atrás una parte de mi pasado.

En medio de mis pensamientos, escuché al señor Miller hablar con alguien en voz baja.

– Laura, ¿puedes ayudar a la señorita a llenar su solicitud? – solicitó amablemente.

– Sí, papá, yo la ayudo – respondió una voz familiar.

Levanté la mirada y ahí estaba ella, Laura, la misma Laura que había sido parte de mi historia con Alan. Nuestros recuerdos se agolparon en mi mente, y sentí una mezcla de emociones.

Cuando Laura me vio, su rostro se puso pálido y su expresión reflejó sorpresa y cierta incomodidad.

– Creo que regresaré después… – dije, sintiendo que la situación se volvía incómoda.

Estaba a punto de darme la vuelta e irme cuando Laura interrumpió mis pensamientos.

– No, no te preocupes. Soy profesional y estoy aquí para ayudarte. Por favor, dime ¿en qué puedo asistirte? – dijo con determinación.

Su actitud profesional me sorprendió, pero también me dejó con una sensación de curiosidad. ¿Cómo debería actuar yo frente a la persona que había sido parte de la ruptura entre Alan y yo?

– Quiero tramitar mi beca para Boston y mi inscripción para el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Pensé que el Señor Miller ya te lo había mencionado.

Laura asintió, comprendiendo mi solicitud.

– Entiendo. Mira, tienes que llenar este formulario. Si necesitas ayuda, estaré aquí para asistirte en todo lo que necesites.

Tomé el formulario que me entregó y comencé a llenarlo, tratando de evitar el contacto visual.

En ese momento, Laura rompió el silencio incómodo.

– Escucha, sé que esta situación nos resulta incómoda a ambas, pero quiero que sepas que me alegra verte bien.

Levanté la mirada, sorprendida por sus palabras.

– ¿Disculpa? – pregunté, confundida por su repentino cambio de actitud.

Laura suspiró, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.

– Si es necesario pedir perdón, lo haré. Después de lo que pasó esa noche con Alan, me sentí terriblemente culpable. La verdad es que la culpa fue toda mía, él no tuvo nada que ver. Fui yo quien planificó todo.

Mis ojos se abrieron de par en par, sin poder creer lo que estaba escuchando.

– Por favor, no intentes justificarlo ahora. Sé muy bien lo que sucedió, y Alan también estuvo involucrado. No fue solo tu responsabilidad.

Laura asintió, aceptando mi respuesta.

– De acuerdo, entiendo. Pero quiero que sepas que no quiero seguir sintiéndome así. Hace unos días me enteré de lo que ocurrió entre ustedes, y Alan está muy herido… Durante el tiempo en que estuviste en coma, él estaba sumamente deprimido. Parecía completamente destrozado.

La culpa se apoderó de mí, pero traté de mantenerme firme.

– Supongo que es la consecuencia de sus acciones – respondí, con un tono cortante.

Laura pareció reflexionar por un momento antes de hablar de nuevo.

– Yo creo que es amor… Cuando descubrí su relación, noté un brillo en sus ojos que nunca había visto cuando estaba conmigo.

La confesión de Laura me dejó perpleja. Era evidente que mi historia con Alan era mucho más complicada de lo que había imaginado.

– Sí, bueno, supongo que ahora que yo ya no estoy ni estaré con él, no habrá nada que impida que regreses con él – comenté con resignación.

Laura negó con la cabeza, refutando mi afirmación.

– Te equivocas. Creo que, después de todo, ustedes dos piensan de manera similar. Tú te vas a Boston y él, bueno, él acaba de renunciar ayer a la editorial. La próxima semana empieza la gira promocional de su libro. Quién sabe, quizás algún día se encuentren cuando él vaya a Boston…

Mis ojos se abrieron de par en par, sorprendida por la información que Laura me estaba revelando.

– ¿Él te lo dijo? ¿Sobre su gira? – pregunté, buscando confirmación.

– No es necesario. Toda la editorial lo sabe – respondió Laura con seguridad.

Asentí, procesando la información. Luego, le entregué el formulario que me había dado.

– Aquí tienes, he terminado. Y no te preocupes, hoy he decidido no sufrir más por mi historia con Alan. Solo quiero olvidarla. Desafortunadamente, tú eres parte de esa historia, por eso también te olvidaré. Acepto tus disculpas y te deseo lo mejor.

No esperé a recibir alguna respuesta por parte de Laura. Simplemente dejé mis documentos y salí del edificio lo más rápido que pude. Una vez afuera, me detuve a reflexionar sobre lo que Laura me había dicho acerca de que Alan se iba del país. En algún momento, había pensado que si él se enteraba de que me iba, intentaría detenerme. Pero al parecer, él había decidido alejarse primero.

La revelación me dejó con sentimientos encontrados, pero también con una sensación de liberación. Era hora de seguir adelante y enfocarme en mi propio camino sin dejar que el pasado me detuviera.

Llegué a casa después de un largo día, lleno de expectativas y nerviosismo. Al revisar mi correo, encontré una noticia que llenó mi corazón de alegría y emoción. Habían aceptado mi solicitud de beca y mi inscripción para el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Era el momento que tanto había esperado, el momento en el que finalmente podría perseguir mis sueños académicos en una de las instituciones más reconocidas del mundo.

El correo decía lo siguiente:

«Estimada Srita. Brown:

Nos complace informarle que su solicitud de beca ha sido exitosa. Nos complace otorgarle la beca para estudios de literatura en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Las clases comenzarán en agosto, pero le pedimos que se presente el 5 de julio para su curso de inducción».

Leí las palabras una y otra vez, dejando que la realidad de mi logro se hundiera en mí. No podía contener la emoción que me invadía. Después de tanto esfuerzo y dedicación, finalmente había asegurado mi lugar en una institución de renombre mundial. Era un momento de orgullo y gratitud.

Sin embargo, al notar la fecha de inicio del curso de inducción, el 5 de julio, mi alegría se mezcló con un poco de preocupación. Era solo dos días después de mi graduación. Sabía que tendría que tomar decisiones difíciles y hacer sacrificios para perseguir mi sueño. Pero estaba decidida. No había nada que me detuviera en mi país. Era hora de enfrentar nuevos desafíos y abrirme camino en un entorno académico estimulante.

La realidad de que mi vida estaba a punto de cambiar drásticamente comenzó a hundirse en mí. Sentí una mezcla de emoción y nerviosismo. Estaba lista para dejar atrás lo conocido y adentrarme en lo desconocido. Sabía que el camino no sería fácil, pero estaba dispuesta a enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en mi camino.

Guardé el correo en un lugar especial, como un recordatorio tangible de mi logro y de la nueva etapa que estaba por comenzar. Mi mente comenzó a llenarse de planes y expectativas mientras comenzaba a prepararme para el viaje que me llevaría a una nueva ciudad, a un nuevo ambiente académico y a un mundo de oportunidades.

No había duda en mi mente. Estaba decidida a aprovechar al máximo esta oportunidad y hacer realidad mis sueños. Era hora de despedirme de mi país y dar paso a una nueva aventura llena de crecimiento, aprendizaje y nuevas experiencias.

Después de medio mes de anticipación, finalmente había llegado el día de mi graduación. Estaba llena de emoción y sentimientos encontrados, ya que sabía que este sería quizás el último día que pasaría junto a Ian y Anabela, mis compañeros de aventuras y confidentes. Nos reunimos antes de la ceremonia, mis padres y mi hermana se encontraban en las gradas del gimnasio, listos para presenciar este importante momento.

Sin embargo, en medio de toda la emoción y el bullicio del lugar, un impulso repentino se apoderó de mí. Era uno de esos impulsos que te dicen que debes hacer algo antes de que sea demasiado tarde y te arrepientas.

Aprovechando que la ceremonia aún no había comenzado, salí corriendo del gimnasio, vestida con mi toga y birrete, y me dirigí al antiguo salón de clases de Alan. Me detuve frente a la puerta, respiré hondo y empujé la puerta con la esperanza de encontrarlo allí, sentado en su escritorio, sumergido en la lectura de un buen libro, esperando pacientemente a que los alumnos llegaran. Pero al entrar, me di cuenta de que Alan ya no trabajaba allí. El salón estaba vacío y silencioso, sin rastro de su presencia. Acaricié su escritorio, su silla, permitiendo que los recuerdos inundaran mi mente.

En ese momento, una lágrima amenazó con rodar por mi mejilla mientras los recuerdos de los momentos compartidos en ese salón volvían a mí. Recordé cómo solía ser la primera en llegar y la última en irme, solo para poder pasar tiempo con él. Recordé las miradas llenas de complicidad que intercambiábamos, comunicándonos sin necesidad de palabras. Pero justo cuando la nostalgia amenazaba con abrumarme, alguien me tocó el hombro, interrumpiendo mis pensamientos.

– Siempre la primera en llegar, ¿eh?… Se ve muy vacío ahora, ¿no crees? – dijo Alan, sorprendiéndome con su presencia.

Giré rápidamente y allí estaba Alan, vestido con un elegante traje que resaltaba su impecable apariencia. Llevaba puesta la corbata que yo le había regalado, lo cual hizo que mi corazón se acelerara. Hice todo lo posible por contener las ganas de llorar que amenazaban con salir en ese momento.

– ¿Qué estás haciendo aquí? – pregunté, tratando de ocultar mi sorpresa y emoción.

Alan sonrió, pero pude notar un dejo de tristeza en sus ojos.

– Si te refieres a aquí en la escuela, se supone que daré las palabras de despedida para mi primera y única generación. Pero si te refieres a aquí en el salón, creo que he venido a hacer lo mismo que tú.

Mis emociones se agitaron aún más al escuchar sus palabras. ¿Acaso él también estaba despidiéndose de los recuerdos que compartimos en este lugar?

– ¿Viniste a despedirte? Porque eso es exactamente lo que estoy haciendo. No me estoy despidiendo de un simple salón, me estoy despidiendo de los recuerdos que compartimos aquí – dije, luchando por contener las emociones que amenazaban con desbordarse.

Alan tomó mi mano y sentí una corriente eléctrica recorrer todo mi cuerpo. Era una sensación familiar y a la vez desconcertante.

– No quiero despedirme – dijo Alan con voz suave, mirándome fijamente.

Giré mi cabeza, evitando su mirada intensa. Sabía que no podíamos seguir aferrándonos al pasado, pero mi corazón se resistía a dejarlo ir.

– Bueno, ¿qué otra opción tenemos? Ninguna… Yo iré a la universidad y tú… – comencé a decir, pero fui interrumpida por Alan.

– ¿En qué universidad estudiarás? – preguntó, mostrando un atisbo de interés.

Suspiré, sintiendo una mezcla de dolor y resignación.

– Creo que eso ya no es tu problema, ya que tú estás por comenzar la tan afamada gira de tu libro, ¿o me equivoco? – respondí, tratando de mantener la distancia emocional entre nosotros.

El silencio se apoderó del salón por un momento. Ambos sabíamos que nuestras vidas estaban tomando rumbos diferentes y que era hora de seguir adelante. Pero las emociones seguían latentes, como un hilo invisible que nos unía.

Finalmente, Alan rompió el silencio.

– ¿Quién te lo dijo? – preguntó Alan,

– No importa quién me lo dijo, lo importante es que es verdad, ¿no? – respondí, tratando de ocultar la tristeza que invadía mi voz.

Alan asintió, confirmando que la gira de su libro comenzaría al día siguiente.

– Entonces tengo razón, esta es nuestra despedida – afirmé, sintiendo un nudo en la garganta.

Antes de que pudiera continuar, la voz del anuncio resonó en el salón, interrumpiendo nuestros pensamientos.

«Alumnos de último semestre, reúnanse en el gimnasio. La ceremonia de graduación está por comenzar…»

Sentí un torbellino de emociones dentro de mí. Quería llorar, quería decirle a Alan cuánto lo extrañaba, quería volver atrás y abrazarlo una última vez. Pero en ese momento, la realidad me golpeó. Tenía que irme, no podía permitir que mis sentimientos me detuvieran en este momento tan importante de mi vida.

– Tengo que irme, no quiero llegar tarde a mi graduación. Te deseo mucho éxito en tu gira – dije, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con caer. – Y ya no quiero hablar más…

Sentí un dolor profundo en mi pecho mientras me alejaba rápidamente del salón. Ignoré las voces que clamaban en mi mente, las ganas de decirle todo lo que sentía, las ansias de regresar y escapar juntos. Decidí ignorarlo todo y seguir adelante.

Alan se quedó en el salón, y yo continué avanzando hacia el lugar donde se llevaría a cabo la ceremonia de graduación. Cada paso que daba era un paso hacia mi futuro, pero no pude evitar sentir el peso de lo que dejaba atrás. Sentía una mezcla de amor, tristeza y nostalgia que me acompañaría en este nuevo capítulo de mi vida.

Llegué al gimnasio y me uní a Anabela en nuestros asientos reservados. La emoción y el orgullo se reflejaban en los rostros de nuestros seres queridos que ocupaban las gradas. La ceremonia de graduación estaba a punto de comenzar y yo me sentía lista para recibir mi diploma y dar el siguiente paso en mi camino hacia el Instituto Tecnológico de Massachusetts.

Desde mi lugar, pude ver a mis padres junto a mi hermana y a Ian, quienes habían sido un apoyo incondicional durante todo el proceso de obtención de la beca. Estaba agradecida por su constante aliento y por estar presentes en este momento tan importante de mi vida. Sabía que al día siguiente, partiría hacia Boston, mientras que Alan comenzaría su gira. Era como si el destino nos llevara por caminos separados, marcando el comienzo de una nueva vida para ambos.

La graduación se llevaba a cabo en la tarde y todo estaba cuidadosamente decorado. Me encantaba la atmósfera festiva que se respiraba en el lugar. Era como si estuviera dentro de una de esas películas adolescentes, donde todo estaba adornado en tonos de rosa, desde las flores hasta los manteles. Era un ambiente lleno de alegría y celebración.

Finalmente, la ceremonia dio inicio y me encontré inmersa en mi propia graduación. Observé con emoción cómo mis compañeros recibían sus diplomas y esperé pacientemente mi turno. Hubo una pausa después de la primera parte de la entrega de diplomas, y antes de que comenzara la segunda parte, llegó el momento de las «palabras de despedida». Fue un momento lleno de reflexiones y buenos deseos por parte de algunos de nuestros profesores y compañeros, quienes compartieron sus experiencias y nos alentaron a perseguir nuestros sueños.

En ese instante, sentí una mezcla de emoción y nostalgia. Era el final de una etapa y el comienzo de una nueva. Mientras escuchaba las palabras de despedida.

– Hemos sido testigos de muchas generaciones y las palabras de despedida siempre han sido el momento más emotivo de la ceremonia. Este año, tenemos el honor de presentar a un ex maestro de esta escuela, alguien que ha sido el favorito de muchos, el profesor Alan Freeman – anunció el director, provocando un estallido de aplausos por parte de los presentes. Alan había ganado la admiración de muchos y los suspiros de otras. Anabela giró hacia mí, buscando mi reacción, pero decidí no mirarla.

Alan tomó el micrófono y comenzó a hablar:

– Mis queridos estudiantes:

Estoy increíblemente orgulloso de estar aquí con ustedes en este día tan especial de graduación. Es un logro que hemos alcanzado juntos, gracias al esfuerzo y dedicación de cada uno de ustedes. Sea cual sea el camino que elijan seguir a partir de ahora, tengo plena confianza en que serán exitosos en todo lo que se propongan. Pero hoy, no estoy aquí para darles un discurso de despedida común y corriente. Quiero transmitirles un mensaje que va más allá de las palabras, un mensaje sobre el amor.

El amor es algo que trasciende las meras palabras. Es importante demostrarlo con acciones, ya que eso marca la diferencia entre lo que decimos y lo que realmente hacemos. Por eso, hoy quiero decirles que nunca dejen escapar el amor. Luchen por él, defiéndanlo con todas sus fuerzas. A veces, algo tan simple como un libro puede unir a las personas, mientras que la falta de unas palabras puede destruirlo. No permitan que los prejuicios de la sociedad los separen. Cada uno de ustedes tiene un potencial inmenso y no importa a dónde los lleve el destino, ya sea Nueva York, Boston o cualquier otro lugar del mundo, siempre esfuércense por ser los mejores.

Desde mi posición como profesor, quiero que se lleven la imagen de alguien que siempre estará aquí para escucharlos. No los olvidaré, aunque quisiera hacerlo. Recordaré sus voces, sus preguntas, sus caras. Valoraré cada momento que compartimos juntos aquí. Estoy profundamente agradecido por su confianza y por permitirme ser parte de su crecimiento y aprendizaje.

Sé que cometí errores a lo largo de mi tiempo como profesor, y me duele saber que defraudé a algunos de ustedes. Pero por encima de todo, les pido que nunca se arrepientan de nada. Estoy a punto de embarcarme en una nueva aventura, una locura tal vez, pero estoy seguro de que no me arrepentiré. Quiero que recuerden que cada uno de ustedes tiene el poder de escribir su propia historia y de alcanzar sus sueños.

En conclusión, quiero felicitarlos de todo corazón por este logro. Son graduados y tienen todo un mundo esperándolos. No olviden nunca el amor, luchen por lo que creen y no dejen que nada ni nadie les impida alcanzar sus metas. Estoy emocionado por ver todo lo que lograrán en el futuro. ¡Felicidades, graduados!

El discurso de Alan reflejó su conexión con los estudiantes y transmitió un mensaje inspirador sobre el amor, el valor y la importancia de perseguir los sueños. Fue un momento emotivo y significativo para todos los presentes en la ceremonia de graduación.

Alan se retiró del micrófono y un nudo se formó en mi garganta mientras lo escuchaba hablar. Durante todo su discurso, no dejó de mirarme, enviándome indirectas que no supe cómo interpretar. Los recuerdos de nuestro pasado juntos seguían presentes en mi mente, y era difícil dejarlos ir. Pero ahora, era el momento de que mi grupo pasara a recibir sus diplomas.

Me encontraba a solo unos pasos de llegar al escenario, pero en la mesa de honor estaba Alan. Todos los momentos compartidos con él inundaron mi mente, recordando cada risa, cada conversación y cada mirada cómplice. Me perdí en mis pensamientos, reflexionando sobre cómo todas las historias tienen su final.

Mi optimismo. Los recuerdos de Alan y yo seguirían siendo parte de mi historia, pero ahora era el momento de crear nuevas experiencias y descubrir quién sería en este próximo capítulo de mi Alan se retiró del micrófono y un nudo se formó en mi garganta mientras lo escuchaba hablar. Durante todo su discurso, no dejó de mirarme, enviándome indirectas que no supe cómo interpretar. Los recuerdos de nuestro pasado juntos seguían presentes en mi mente, y era difícil dejarlos ir. Pero ahora, era el momento de que mi grupo pasara a recibir sus diplomas.

Me encontraba a solo unos pasos de llegar al escenario, pero en la mesa de honor estaba Alan. Todos los momentos compartidos con él inundaron mi mente, recordando cada risa, cada conversación y cada mirada cómplice. Me perdí en mis pensamientos, reflexionando sobre cómo todas las historias tienen su final.

– Brown, Brenda – anunció el director, interrumpiendo mis pensamientos.

– ¡Brenda, despierta! Es tu turno – me dijo Anabela, dándome un codazo suavemente para sacarme de mi ensimismamiento.

Me di cuenta de que me habían estado llamando y no me había dado cuenta. Era mi turno de subir al escenario.

Subí las escaleras con temor y me quedé parada junto al director mientras él hablaba.

– Este diploma lleva una mención especial por ser la mejor alumna de esta generación. La joven que tengo aquí a mi lado ha alcanzado el cuadro de honor de esta institución y nos ha llevado a un nivel muy alto. Se ha esforzado por ser la mejor alumna y nos complace otorgarle este reconocimiento por su empeño y dedicación – dijo el director, entregándome una medalla. – Felicitaciones, señorita Brown – añadió, estrechando mi mano. – ¿Le gustaría decir unas palabras? – preguntó, esperando que aceptara el desafío de pronunciar un discurso como alumna de honor.

Me quedé en silencio por un momento, los nervios se apoderaron de mí, pero finalmente asentí. Me dieron el micrófono, pero no tenía idea de qué iba a decir. Cerré los ojos por un instante, dejándome llevar por la emoción del momento.

Las palabras comenzaron a fluir de mi boca de manera espontánea. Hablé sobre mi gratitud hacia mis profesores y compañeros, sobre el valor del esfuerzo y la dedicación en el camino hacia el éxito. Expresé mi admiración por mis compañeros de graduación y compartí mis esperanzas y sueños para el futuro.

A medida que hablaba, sentí cómo la confianza crecía dentro de mí. Me sentí conectada con mis palabras y con cada persona presente en la ceremonia. Hablé desde el corazón, transmitiendo mi gratitud y mi deseo de que todos los graduados persiguieran sus sueños con valentía y determinación.

– Queridos compañeros:

Quiero comenzar expresando lo emocionada y honrada que me siento al tener la oportunidad de dirigirme a todos ustedes en este momento tan significativo. En nombre de todos los graduados y amigos presentes hoy, quiero compartir algunas palabras con ustedes.

Hoy, este acto marca el final de uno de los caminos más importantes que la mayoría de nosotros ha recorrido hasta ahora. Y en este momento de despedida, compartimos una alegría profunda por haber logrado una meta personal que nos propusimos. Pero también nos encontramos con una gran expectativa por lo que vendrá en adelante.

Aquí, en estas aulas y pasillos, se quedan grabados innumerables recuerdos. Estos recuerdos nos acompañarán a lo largo de nuestras vidas y nos permitirán reflexionar sobre cuánto hemos cambiado y cuánto hemos aprendido. Todo lo que hemos aprendido aquí no solo nos ha convertido en buenos estudiantes, sino también en mejores personas.

Algunos de nosotros hemos encontrado grandes amistades en estos pasillos, mientras que otros han ganado el respeto de sus compañeros. Algunos han descubierto el amor, pero todos y cada uno de nosotros hemos dejado una huella, no solo en esta institución, sino también en nosotros mismos.

Quiero enfatizar que cada rincón de esta institución está lleno de recuerdos. Algunos son buenos, otros no tanto, pero todos ellos forman parte de nuestras vidas ahora. No podemos dar un discurso sin agradecer de manera especial a aquellos que han contribuido y han estado a nuestro lado, apoyándonos durante esta etapa de aprendizaje.

Sigamos adelante con la confianza de que hemos adquirido las herramientas necesarias para enfrentar los desafíos que nos esperan en el futuro. Celebremos este logro y recordemos que somos capaces de alcanzar grandes cosas. ¡Felicidades a todos nosotros, graduados!

Al terminar mi discurso, todos gritaron, aplaudieron y lanzaron sus birretes al aire en un gesto de celebración y alegría compartida. En este momento, podemos sentir la energía y la emoción que nos une como grupo, como una generación que ha dejado su marca en esta institución.

El auditorio se llenó de júbilo y emoción mientras todos celebraban este importante hito en nuestras vidas. Nos miramos unos a otros, sintiendo una profunda conexión y un sentido de orgullo compartido. Estábamos listos para enfrentar el mundo y dejar nuestra huella en él.

Después de mi discurso, comencé a saludar de mano a todos los presentes en la mesa de honor. Llegó el momento de pasar con Alan para recibir mi diploma. Por un instante, dudé en darle la mano, sabiendo que nuestra relación era complicada. Sin embargo, decidí hacerlo para evitar cualquier situación incómoda. Alan me entregó el diploma y nuestros ojos se encontraron. En un momento fugaz, pude leer en sus labios las palabras «te amo». Las lágrimas brotaron de mis ojos, pero me solté rápidamente de su agarre y me apresuré a bajar del escenario, tratando de evitar que alguien me alcanzara.

Anabela se acercó a mí, notando mi estado emocional.

– ¿Estás bien, amiga? – preguntó con preocupación.

– No, las despedidas siempre me ponen triste – respondí con la voz entrecortada.

Ella me abrazó, reconfortándome en ese momento de vulnerabilidad. Regresamos a nuestros lugares, y en ese instante recordé que también me estaba despidiendo de mis amigos. Las lágrimas seguían fluyendo, mezclando la tristeza de las despedidas con la emoción del logro alcanzado.

Nunca me habían gustado las despedidas, pero siempre había deseado irme, buscar nuevas oportunidades y desafíos. Sin embargo, en ese momento, comprendí lo difícil que era dejar atrás a las personas que habían sido parte importante de mi vida durante estos años en la escuela.

La ceremonia continuó, pero mi mente estaba llena de emociones encontradas. A medida que veía a mis amigos recibir sus diplomas y celebrar sus logros, sentí un profundo agradecimiento por haber compartido esta etapa de mi vida con ellos. Aunque las despedidas eran dolorosas, también eran un recordatorio de los lazos y las experiencias compartidas que siempre llevaría conmigo.

Mientras la ceremonia llegaba a su fin, me enfoqué en celebrar los logros de mis compañeros y en disfrutar de los últimos momentos juntos antes de que cada uno tomara su propio camino. Sabía que esta despedida no significaba el final de nuestras amistades, sino el comienzo de una nueva etapa llena de nuevas aventuras y encuentros.

Con el corazón lleno de gratitud y melancolía, me preparé para decir adiós a esta etapa de mi vida y dar la bienvenida a un futuro lleno de posibilidades.

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Capítulo 65: Final Parte 2

Narra Brenda

La ceremonia de graduación finalmente había llegado a su fin. Entre mis compañeros, se mezclaban lágrimas de alegría, felicitaciones y un dejo de angustia por el final de esta etapa. Yo, por mi parte, trataba de evitar cruzar miradas con Alan, intentando dejar atrás lo que había sucedido entre nosotros en la mesa de honor.

A lo lejos, podía ver cómo Alan se acercaba lentamente hacia mí, pero mis padres se adelantaron, felicitándome con entusiasmo. Sin embargo, no pudieron evitar notar que mi alegría no era completa… supongo que habían captado las tensiones entre Alan y yo durante la ceremonia.

– ¿Cómo te sientes? – preguntó mi mamá con cautela.

– ¿Con respecto a qué? – respondí, tratando de evadir el tema.

– Me refiero a Alan – dijo, señalando discretamente hacia él.

Suspiré, sabiendo que mis padres no eran fanáticos de hablar sobre mi relación con Alan. Pero esta vez, sentí la necesidad de expresarme.

– Sé que ustedes prefieren no discutirlo, y está bien. Pero quiero irme de una vez, necesito preparar mi maleta. Mañana es mi vuelo, ¿recuerdan?

Mis padres intercambiaron miradas y asintieron, resignados.

– Como tú digas… vamos entonces.

Caminamos juntos hacia el auto, evitando mirar a Alan. Me negué a presenciar cualquier interacción final entre nosotros. El último vistazo que tuve de él fue mientras se tomaba fotos con algunos de mis compañeros. Decidí dejarlo así, sin más despedidas ni explicaciones.

Antes de subir al auto, me detuve un momento y observé detenidamente mi escuela. Cerré los ojos e intenté capturar en mi memoria cada rincón, cada aula, cada pasillo. Había tantos recuerdos allí, momentos de risas, de aprendizaje, de crecimiento. Era el final de una etapa, pero también el comienzo de nuevas aventuras.

Con una mezcla de nostalgia y emoción, me despedí mentalmente de mi escuela y me subí al auto. Estaba lista para dejar atrás esos recuerdos y enfrentar lo que el futuro tenía reservado para mí.

Llegué a casa y rápidamente avisé a mis padres que me dirigía a mi habitación para comenzar a empacar mis cosas. Habíamos acordado que los visitaría hasta Navidad, ya que sabía que estudiar me mantendría ocupada y complicaría verlos con frecuencia. Con determinación, empecé a guardar mis pertenencias en múltiples maletas: ropa, libros, CDs, todo lo que había acumulado durante mis años de escuela.

De repente, mis ojos se posaron en una caja roja en la esquina de mi habitación. Era la caja que contenía todas las cosas que Alan me había dado a lo largo de nuestra relación. Sentí un nudo en el estómago mientras la tomaba y la abría. Dentro, encontré recuerdos preciosos: cartas de amor, fotografías de momentos especiales y la caja plateada que guardaba el hermoso vestido de novia que él me había regalado.

En ese momento, me encontré en una encrucijada emocional. ¿Debería llevar estas cosas conmigo o dejarlas atrás? Por un lado, representaban momentos felices y valiosos de mi vida. Por otro lado, también eran un recordatorio constante de la relación que había llegado a su fin. Tras una reflexión profunda, decidí que no quería cargar con algo que me recordara a él en este nuevo capítulo de mi vida. Con tristeza, volví a colocar todo en la caja y la guardé en lo más profundo de mi armario.

Una vez terminé de empacar mis cosas, me dejé caer exhausta en la cama. Sabía que mi vuelo saldría en la madrugada y necesitaba descansar un poco antes de embarcar en esta nueva aventura.

Después de unas horas de sueño reparador, fui despertada por el suave toque de mi madre. Era hora de partir. Mi padre, con su siempre presente apoyo, me ayudó a cargar todas las maletas en el auto. Durante el trayecto hacia el aeropuerto, reinaba un silencio tenso. Todos sabíamos que este viaje marcaría un nuevo comienzo en mi vida y que no sería fácil despedirse.

Cuando finalmente llegamos al aeropuerto, sentí una mezcla de emoción y nerviosismo. Nunca antes había viajado tan lejos, y mucho menos sola. Miré a mis padres, quienes me transmitieron su confianza y apoyo con una sonrisa. Sabía que aunque estuviera lejos, siempre estarían ahí para mí.

Con el corazón lleno de esperanza y determinación, me despedí de mis padres y me adentré en el aeropuerto, lista para enfrentar los desafíos y las oportunidades que me esperaban en este nuevo destino.

Llegamos a la sala de espera y decidí aprovechar esos últimos momentos antes de mi vuelo para despejar mi mente. Me sumergí en la lectura, dejando que las palabras me transportaran a otros mundos y me alejaran de la realidad inminente.

El tiempo pasó rápidamente y, de repente, llegó el momento crucial. Mi vuelo estaba a punto de partir. Me puse de pie, tomé mi bolsa y comencé a despedirme de mis seres queridos. Primero, me acerqué a mi padre.

– Papá, te voy a extrañar muchísimo. Sé que en el pasado nos alejamos y tuvimos nuestras diferencias, pero estoy profundamente agradecida de que hayas trabajado en resolver tus problemas con mamá. Gracias por luchar por nuestra familia y por nunca dejar de apoyarme. Te amo con todo mi corazón y siempre llevaré tus enseñanzas conmigo.

Mi padre me abrazó con fuerza, sus ojos reflejaban un cúmulo de emociones.

– Cuídate mucho, mi niña. Siempre estaré aquí para ti, pase lo que pase. Nos costará mucho no tenerte cerca, pero sabemos que esta es una oportunidad única para ti. Ve y persigue tus sueños. Te amamos y estaremos esperándote con los brazos abiertos.

Las lágrimas amenazaban con escapar, pero me contuve y me dirigí hacia mi hermana. Nos miramos a los ojos, sabiendo que este momento era agridulce.

– Te quiero muchísimo, hermana. Voy a extrañarte muchísimo – le dije sinceramente, dejando que mis sentimientos de amor y nostalgia se reflejaran en mis palabras.

– Hermanita, te quiero con todo mi corazón. Me duele pensar en no verte todos los días y no tener nuestras largas charlas nocturnas, pero sé que esto es un nuevo comienzo para ti. Aprovecha esta oportunidad al máximo y nunca dejes de perseguir tus metas. Siempre estaré aquí para ti, sin importar la distancia que nos separe.

Nos abrazamos con fuerza, sintiendo cómo nuestras lágrimas se mezclaban en un abrazo cargado de amor y nostalgia.

Y entonces, justo antes de seguir despidiéndome, mi mente divagó hacia Alan. Por un instante, me imaginé verlo corriendo por el pasillo del aeropuerto, desesperado por alcanzarme, tratando de luchar una vez más por lo nuestro. Pero rápidamente volví a la realidad. Sabía que era solo una ilusión y que no podía aferrarme a lo que ya no existía.

– ¿Te encuentras bien, hija? ¿Olvidaste algo? – preguntó mamá con preocupación.

– No, solo estaba convenciéndome de que él no vendrá – respondí con un suspiro.

– ¿Estás segura de esto? ¿Estás convencida de que quieres irte? Aún podemos cancelar el boleto y…

– No, mamá. No tengo nada que hacer aquí. Además, este siempre ha sido mi sueño – interrumpí, tratando de transmitir seguridad en mis palabras.

– Entonces no me queda más que verte partir. Cuídate mucho, cariño…

– Gracias por todo, mamá… Te amo y te voy a extrañar – respondí, abrazándola con fuerza antes de avanzar hacia la puerta de embarque.

– Los veré en Navidad. Los amo – les dije a mis padres, quienes me despidieron con tristeza.

Suspiré, volví a mirarlos por última vez y caminé hacia el avión. Sin embargo, aún tenía la sensación de que Alan estaba presente en mi mente y en mi corazón.

El viaje fue largo y decidí mantenerme ocupada para evitar pensar demasiado. Leí libros, vi películas y escuché música durante horas. Finalmente, llegamos a Boston. Estaba emocionada de estar allí y de comenzar a cumplir uno de mis sueños.

Al llegar al aeropuerto, nos dirigimos hacia el auto que mis padres habían rentado para llevarme a mi nuevo departamento. Recogí mis maletas, sintiendo la emoción y la incertidumbre mezcladas en mi interior, y el amable chofer se ofreció a ayudarme a cargarlas en el vehículo. Agradecida, acepté su ayuda y juntos colocamos las maletas en el maletero.

Mientras nos dirigíamos hacia mi nuevo hogar, aproveché para observar el paisaje que se desplegaba ante mis ojos. Boston, una ciudad llena de historia y oportunidades, se extendía ante mí. Los altos edificios y los monumentos emblemáticos me recordaban que estaba a punto de comenzar una nueva vida en un lugar completamente desconocido.

Después de varios minutos de trayecto, llegamos al edificio donde se encontraba mi departamento. Bajamos del auto y el chofer nuevamente se ofreció a ayudarme a llevar las maletas hasta la entrada. Agradecida por su amabilidad, acepté su ayuda una vez más.

Subimos por el elevador hasta el quinto piso, donde se encontraba mi nuevo hogar. Mientras el ascensor ascendía, sentía una mezcla de emoción y nerviosismo. Pronto estaría en mi propio espacio, lejos de todo lo conocido, pero lista para enfrentar los desafíos y las oportunidades que me esperaban en esta nueva ciudad.

Finalmente, llegamos a la puerta de mi departamento. Agradecí al chofer por su ayuda y él se despidió amablemente. Antes de abrir la puerta, tomé una profunda respiración, recordándome a mí misma que estaba lista para comenzar esta nueva etapa de mi vida.

Con manos temblorosas, introduje la llave en la cerradura y giré la perilla. La puerta se abrió lentamente, revelando mi nuevo hogar. Era la primera vez que estaba allí, ya que mis padres se habían encargado de todo el proceso de búsqueda y selección. Miré a mi alrededor, emocionada por descubrir cada rincón y hacer de este lugar mi propio refugio en la gran ciudad.

Mientras ingresaba al departamento, mis ojos se posaron en algo que me sorprendió por completo: en una mesa cercana, estaban ambas cajas; la de recuerdos de Alan y la del vestido de novia que había dejado en mi habitación. Me sobresalté al verlas, preguntándome cómo habían llegado allí. ¿Quién las había traído y qué significaba esto para mi nueva vida en Boston? La incertidumbre se apoderó de mí.

– ¿Mamá? ¿Papá? ¿Ingrid? ¿Están aquí? – pregunté con ansiedad, sintiendo una mezcla de emociones.

– No, pero supongo que yo también puedo cuidar bien de ti – respondió una voz familiar. No podía creerlo, era Alan.

Giré lentamente, sintiendo nerviosismo en cada fibra de mi ser, y balbuceé:

– ¿Qué haces aquí? ¿Cómo…? No entiendo nada…

– Creo que una madre siempre quiere ver a sus hijos felices, y tu mamá es una de ellas… – dijo Alan, intentando explicarse.

– ¿Mi mamá te dijo que estaba aquí? – pregunté, tratando de asimilar la situación.

– Mi apariencia devastada la convenció, y tu hermana también me ayudó bastante – respondió Alan.

– ¿Mi hermana te ayudó? – pregunté, sorprendida por la revelación.

– No pudo soportar ver cómo sufrías, así que decidió investigar por su cuenta. Le conté todo, abrí mi corazón y ella decidió ayudarme. Fue ella quien organizó el encuentro con tu madre, al igual que lo hice con ella. Les dije la verdad, que te amo y que ahora confíen en mí… Y tu papá es un hombre difícil de convencer, pero creo que aún cree que soy un buen chico – explicó Alan, intentando justificar su presencia.

– No entiendo nada… Se suponía que estarías en la gira de tu libro. ¿Qué pasó? No puedes renunciar a eso – expresé, sintiendo confusión y preocupación.

– Mientras hacía mis maletas para irme, me di cuenta de que en realidad solo estaba tratando de olvidarte, Brenda. Pero pronto me di cuenta de que eso no era lo que realmente quería hacer. No podía imaginarme mi vida sin ti, eras mi todo, mi razón de ser. Fue entonces, ayer antes de la graduación, cuando hablé con tus padres. Eso fue a lo que me refería en mi discurso cuando mencioné que «estaba a punto de hacer una locura»… y aquí estoy.

La realidad de la situación me golpeó de lleno. Sentí un torbellino de emociones y no podía creer lo que estaba sucediendo. Mi mente estaba en estado de shock y me sentía mareada.

– Esto es una locura, estoy en shock, no puedo creer que esto esté sucediendo. Siento que debo estar soñando, estoy mareada – dije, sin poder asimilar la realidad de la situación.

– Quizás esto pueda ayudar – dijo Alan, tratando de calmar mi confusión.

Sin decir una palabra, Alan tomó suavemente las cosas que llevaba en las manos y me besó. Fue un beso tan esperado, como si hubiera anhelado ese momento durante semanas… Ese beso me hizo sentir que no estaba en un sueño, que esto era real.

– Dime que aún me amas – imploró, buscando una confirmación de mis sentimientos.

– Te amo, Alan. Nunca dejé de amarte. Y si tú fuiste capaz de renunciar a tu sueño por mí, yo también soy capaz de quedarme contigo – respondí con sinceridad y determinación.

– No renuncié a mi sueño, amor. Te lo dije antes y te lo digo ahora, y te lo diré siempre si es necesario: tú eres mi sueño, mi único y más grande sueño.

Las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta por la emoción del momento. Solo pude expresar mi gratitud con un simple «gracias».

– ¿Por qué? – preguntó Alan, buscando comprender mi agradecimiento.

– Gracias por no rendirte y luchar por nuestro amor – respondí, con lágrimas de alegría en los ojos.

Alan me miró con ternura y agradecimiento, y luego pronunció palabras que tocaron mi corazón.

– Gracias a ti, amor, por amarme incondicionalmente, por enseñarme a amar… Sabes, no conocía el amor hasta que te conocí. Yo fui tu profesor, pero tú me enseñaste a amar a mí – dijo, antes de besarme nuevamente.

– Te amo – susurré, dejando que mis sentimientos fluyeran libremente.

– Te amo – respondió Alan, y nuestros labios se encontraron una vez más en un beso lleno de amor y emoción.

Si alguien me hubiera dicho todo lo que viviría en mi último año de preparatoria, no lo hubiera creído. Pero aquí estoy, en Boston, junto a Alan. Hemos pasado por muchas experiencias juntos, tanto buenas como malas, que nos han hecho crecer y nos han demostrado que nuestro amor es verdadero y eterno.

Quién hubiera imaginado que estaría enamorada de mi profesor. Y ahora lo confieso: amo a mi Profesor Encantador.

F I N

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Agradecimientos & Preguntas

Hola, mis queridos lectores: 💜

Gracias de nuevo por leer toda esta novela, sé que no es la mejor, sé que le falta mucho por mejorar, sé que tuvo muchos errores ortográficos y gramaticales, pero con sus comentarios aprendo.

Me costó mucho escribir esto, y en múltiples ocasiones me trabe, ya lo saben el tan conocido Bloqueo Creativo… en realidad no sabía nada de escribir una novela, mire muchos tutoriales en YouTube, mire muchas novelas, películas, y series, hasta mire caricaturas, leí muchos libros y conforme miraba y leía fui armando la historia… les confieso que no fue fácil, una parte de mí está feliz de terminarla, pero la otra parte se siente nostálgica.

Espero les haya gustado el final.

La novela en sí estaba hecho para 2 temporadas sin embargo, me gustaría saber sus opiniones, ¿Qué opinan ustedes queridos lectores? ¿Continuamos con una segunda temporada? Estaré leyendo sus comentarios

Me gustaría que respondieran estás pregunta para ver que tal les pareció la historia.

1.- Personaje favorito

2.- Personaje que odiaste

3.- Capítulo favorito

4.- Capítulo que odiaste

5.- De qué personaje te hubiera gustado que se hablará más

6.- Qué fue lo que no te gusto de la historia

7.- Algún consejo

Muchas gracias, espero sus respuestas…

Abrazo lleno de luz.

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