El amor del eterno retorno – Luis Hernández Gil

El amor del eterno retorno – Luis Hernández Gil

eleachege

04/01/2024

Registro de propiedad: Código Safe Creative: #17021723228.. 19-feb-2017

                                                    TERCERA PARTE  

                                                                          I

                                      Montaña de bachilleres y guerrillas


En la Montaña Mágica de Thomas Mann, Hans Castorp dice a Madame Chauchat “Para vivir hay dos formas, dos caminos: uno es el común, directo y correcto. El otro es tremendo, conduce a través de la muerte y es el camino genial”

«Fue una forma de curar mi sarampión marxista en la montaña de El Bachiller. La misma montaña que ahora gime, la montaña que ruge y grita mi ausencia»

Son las siete de la noche y llegó la hora en que Luigi debe partir. Partir en busca de ese sueño adolescente, de subir a la montaña a luchar. De subir con un morral a la espalda, el fusil terciado al hombro y el alma cargada con las ilusiones de regresar. De regresar al lado de Paola y volverla ver, para entregar a la suerte de ambos, las ilusiones de construir un país más igualitario.

Salen del área de residencias de la Universidad. Luigi lleva un brazo enlazado a la cintura de Paola. Se enrumban por las «caminerías» para tomar el largo pasillo que conduce al estacionamiento. Allí se detienen y abrazan para entregarse quizás a un último beso. Beso que se confunde con el sabor de lágrimas que recorren la cara de Paola. Se profesan la fe de volver a verse. La fe que se necesita para valorar que la partida es una brizna fugaz. Que la partida es un pasado que se hará de nuevo presente. Tratan de sonreír, pero es una risa seca, una risa paralitica, una risa llena de nervios.

—Se fuerte, que yo te quiero y cuando regreses de tu odisea, viviremos si no la misma historia, quizás otra historia— fueron palabras de despedida, palabras de Paola que se ahogan por el sentimiento. Palabras que se quiebran en la garganta.

En la solemnidad del momento, se desglosa ante la mente de Luigi parajes de la Odisea. Aquella excursión fantástica e irreal de Odiseo, que resultó una lucha de la inteligencia y la astucia contra la fuerza, Fueron veinte años entre la partida a Troya y regreso de Ulises a Itaca.

«¿Cuánto tiempo estaré perdido en esa montaña? ¿Cuánto tiempo será suficiente para el regreso? ¿Tendrá Paola la misma paciencia de Penélope? … Coño, que aún no arranca la ausencia y ya estoy pensando en un vacío tiempo de regreso»

Otros acompañantes también se despiden de sus novias. Eran seis camaradas integrantes de la guerrilla urbana, de las Unidades Tácticas de Combate (UTC). Seis estudiantes que se entregan en ese momento a un ideario, a un destino casi incierto. Pero no se conocen entre si. Ni de sus nombres, ni de sus zonas urbanas de operaciones. Es lo deseable. Solo se presentan con sus “alias”. Seis estudiantes para reforzar a un frente guerrillero. Tres mujeres les acompañan hasta la entrada de la montaña. Son de la juventud comunista, quizás también estudiantes de la universidad o preparadoras o profesoras o trabajadoras del Aula Magna, pero Luigi no las conoce o no las recuerda.

Ellas solo colaboran para despistar. Nadie puede sospechar de un grupo de jóvenes que van a tomar un baño, a divertirse en una playa o un río. Que van a disfrutar, que van a un no sé qué. Y llevan ropa playera de colores, bolsos, trajes de baño, carpas, sombrillas, hasta una tabla de surf y un botiquín de primeros auxilios. Pero también y muy adentro se anidaba en sus corazones las ilusiones de pelear por una patria nueva.

Las nueve personas con sus equipajes se distribuyen en dos carros. El encargado de la operación entrega a los choferes los papeles de propiedad y circulación en regla, asegurando que no hay problemas, que los carros han estado en el taller para chequeo mecánico. Que gracias a Dios todo va estar bien. En la parte de atrás del Opel Corsa colocan sus equipaje y se sientan adelante Mario el chofer, también Margarita que así dijo llamarse y Luigi al lado de la puerta. Todos los demás y parte del equipaje en la Toyota Hilux, que por razones estratégicas, se mantendría en el trayecto a cierta distancia, a ciertos minutos del Opel.

Son Paola y Luigi, que otra vez el destino los separa. Y no esperó Paola a que arrancara el carro y envuelta en llanto se aleja. Desde la ventanilla del carro Luigi la ve alejarse. Se aleja con un profundo dolor. El dolor del temor a perder al ser querido y no estar cerca para evitarlo. En su andar ligero se pierde ante sus ojos, se pierde de vista ante un adiós sin olvidos.

Al rato el carro se enrumba saliendo de la ciudad universitaria y rueda por distribuidores y autopistas para escapar de la Capital y dirigirse hacia la zona extra-urbana que conduce al oriente del país, en busca de punto estratégico para subir a la montaña. Al comienzo el Opel absorbe y va dejando atrás el carnaval de luces que alumbran la zona urbana. Luego toma por largo tiempo una carretera angosta y sin alumbrado, que serpentea cerros obligando al Opel a destrozar con sus faros encendidos la oscuridad de la noche. Obligando a tres pares de ojos a mirar todo el tiempo hacia adelante, a no tratar de pensar, a no recordar y solo auscultar la oscuridad de las sombras que embriagaban la noche.

En esos momentos, Luigi no quiere pensar o recordar. Es que no debe distraerse. Pero una nube preñada de añoranzas se estaciona en sus recuerdos y para sentirse vivo pasa su brazo sobre el hombro de la compañera que llevaba al lado. Si, sobre el hombro de Margarita, que así dijo llamarse. En instantes, Luigi percibe en Paola una mirada de reproche Pero él solo quiere sentir el calor de la piel de Margarita, que así dice llamarse. Quiere sentir ese calor para asegurarse de que no está soñando dormido. Que está soñando, pero no está dormido. Son momentos en que un oleaje de melancolía lo envuelve y sus aguas se deslizan sobre los recuerdos, evocando pasajes de esos días en el Liceo. De esos días en que se enamoraron con la promesa de que sería para toda la vida. Y eso fue a principios de cuando bachillereaban el cuarto año en el Liceo, y…

De repente, la carretera deja de serpentear y el coche baja a velocidad moderada por una cuesta que se convierte en una recta. Una patrulla policial que viene de frente, hace un cambio de luces y como pudo da la vuelta colocándose detrás del Opel. Se oye el ulular de la sirena para obligar a detener el coche, que se orilla en la angosta carretera con las luces intermitentes encendidas. No hay miedo, salvo que fuera una delación. Un oficial de policía se acerca y solicita los papeles del carro y documentos de identidad de los ocupantes, mientras alumbra los rostros con una linterna. Se puede observar otro agente policial que se queda tras el Opel con un revolver 38 en una mano. El oficial pide y revisa la documentación. Al mismo tiempo los conmina a salir del auto para una requisa. Luego revisan el equipaje y otean la maletera del auto. En ella solo descansan el caucho de repuesto y una caja de herramientas. La requisa termina y hacen entrega de la documentación con la señal de que se introduzcan de nuevo al auto. Los policías se colocan hacia el lado contrario del chofer y uno de ellos, asoma la cara por ventanilla y cerca del rostro de Luigi, con aliento de perro callejero ordena la prosecución.

—Disculpen, todo bien. Que tengan buen viaje

Eso dijo, en el momento, que de la oscuridad que baña la carretera, surgen las luces de un Fairlane 500 que viene en sentido contrario. El carro acelera y antes de pasar frente al Opel, se nota el cañón de un arma asomada por la ventanilla trasera. Una voz canta —Policías, hijos de puta— y luego el ruido de metralla que descose la parte baja de la carrocería de la patrulla policial.

Los pasajeros del Opel bajan las cabezas y se acurrucan uno sobre otro, esperando un posible regreso. Mientras, desde su radio portátil, los agentes agachados se comunican con la Comandancia. Parecía solo un acto vandálico. Pero el carro ametrallado empieza a arder.

—Abran la puerta, párense sobre el estribo y se agarran como puedan —les dice el chofer del Opel— y rueda el carro unos cien metros, justo en el momento que el carro policial explota y se desintegra en llamas. Los policías caen y se reincorporan.

—Arranquen y piérdanse

Mario, Margarita y Luigi continúan su ruta con el silencio de canto en la voz.

—Mal augurio, mal presagio. Han podido pensar en una conexión de nosotros con el hecho y retenernos para averiguaciones —murmura Mario el chofer— y siguen con el mutismo a cuesta, los pensamientos en quiebra y una hoguera de impaciencia por llegar a la playa.

Pasada dos horas caen en una carretera extraurbana que conduce hacia el oriente del país. Es una carretera plana y ancha que corteja al mar atrayendo su olor salobre y alumbrándose con luz de luna llena. El coche se desvía para tomar una calle granzonada que conduce a la playa. Están llegando a la playa de Machurucuto, la playa en donde van a acampar, la playa que está diagonal al lugar por donde van a subir como guerrilleros a la montaña. La montaña llamada “El Bachiller”. La montaña de sueños, la montaña mágica.

Son ahora las once de la noche y mañana empieza el pedregoso encuentro con la montaña, que ya revelan cautos pasajes de incorporación y estadía de la lucha armada. Se instalan las carpas y Luigi se excusa de compartir. No es que quiera dormir, no tiene aún sueño solo quiere soñar, quiere soñar despierto y recordar cosas. Soñar y recordar despierto aquello que quiere soñar y recordar dormido. Traer parte de su pasado y vivirlo ahora, vivirlo en este momento de su existencia como si fuera el presente. Recordar con nostalgias y alegrías, trazos de cosas y situaciones especiales de la adolescencia. Pero se duerme y sucede. Recuerdos brotan de su memoria y vive lo que puede recordar como si lo estuviera viviendo ahora. Evoca a sus padres, hermanos, amigos, a Paola y también a su querido abuelo, aquel pedazo de vida, que cual torrente de luces y saberes, le sembró la semilla de la insurrección, de la rebeldía, del ser contestatario.

—Es un mal augurio, mal presagio— no olvida esas palabras.

Y era su otro yo, su otro yo, que ahora jodiendo, lo pinta sobre la montaña, que lo perfila en un lienzo pintado de muerto con un certero balazo alojado en la cabeza, o ya con el cuerpo ametrallado, desangrando, agonizante, muriendo sin la debida atención médica. Y ahora mira el rostro de su madre lagrimeando su pena, su angustia. La mira y la ve con esa entereza que siempre muestra ante las dificultades, bebiendo alivio en las cartas. La mira que busca mitigar el dolor en las cartas del tarot de alguna gitana, de alguna adivina que la consuela, alimentándola con los milagros de una estadía inquieta, aventurada, pero que está vivo. Y esa gitana le niega la verdad, mientras se ahoga en los recuerdos y pensamientos con la tierra que palean sus camaradas. Tierra cayendo sobre su cuerpo que yace en el fondo de una fosa. Una fosa que lo recibe al pie de un árbol en la montaña. Esa montaña mágica que ahora lo traga y no lo devuelve.

Al día siguiente en la playa, el grupo se levanta compartiendo una reunión como a las ocho de la mañana. Reciben algunas instrucciones para la sobrevivencia militar en la montaña, acompañado de la respectiva catequesis política. Más tarde, Caminan y se bañan en la playa sin agotar energías. Se acuestan por buen rato a la sombra y comen con moderación y sin probar alcohol. Agotan el tiempo hasta que llega el mediodía.

Había llegado la hora de dirigirse al sitio convenido para escalar la montaña y montan en el Opel Corsa los seis camaradas y Mario el chofer, que hará de guía para el contacto con la tropa insurgente. Empiezan a despedirse de las jóvenes que regresan a la capital en la Toyota Hilux con toda la indumentaria playera.

Margarita la camarada que Luigi llevaba al lado durante el trayecto de venida, y a quien no le había prestado atención alguna, se le acerca.

—Por favor camarada, es posible que allá arriba puedas encontrarte con Lino y quiero que le digas estoy bien y que lo quiero mucho.

— ¿Será Lino Andarcia?

—Sí, el mismo

—¿Y desde cuándo y de dónde lo conoces?

—De Puerto la Cruz, él estudiaba en el Colegio Pio XII y yo en el Colegio de monjas Nuestra Señora de la Consolación María Rosa Molas.

—Ahora que miro con atención tu rostro, entonces tu eres Katherine, Katty, aquella blanca y delgada lagartija de ojos azules, a quien en nuestra fiesta de graduación del segundo año, tomé de la mano y corrí para llevarla detrás de un árbol y estamparle un beso en la boca como regalo de cumpleaños y al mismo tiempo soltarla e irme sin palabra alguna.

—Bien que me recuerdas y no solo no fuiste a mi fiesta de cumpleaños esa noche, sino que no volví a verte por muchos años. Aunque luego supe que por la expulsión de ustedes dos del Colegio, a ti te enviaron de estudios a Estados Unidos.

—Cómo no recordar. Fue mi primer beso de amor para una chica que me gustaba. Sé que es tarde para disculparme. El viaje a USA estaba previsto para el día siguiente, pero tuve que trasladarme a la capital al atardecer de ese día. Entonces… Lino se apropió de tus encantos en la medida que te hacías mujer. No llegó a comentarme nada y eso que reanudamos nuestra amistad en la Universidad.

—Lino es un entrañable amigo y no tiene idea de que nos conociéramos. Ya sea Lino o cualquier otro, entiende que entre nosotros no había ningún romance, apenas teníamos trece años y si es cierto que se me aceleraban los latidos del corazón cuando te veía, ni siquiera llegamos a tomarnos de la mano, salvo ese día del beso.

— ¡Dame un minuto Mario! —Bueno Katty los caminos de la vida están abiertos, quizás nos volvamos a encontrar. Deséame suerte. Ahora te daré dos besos, uno de Lino y uno mío.

—Chao Luigi, sigues siendo tan apuesto, jovial y locuaz. Confieso que te reconocí en la Universidad. Se de tus amores con Paola porque he compartido aulas con ella en la Facultad. Aún me ronda el síndrome del primer amor que nunca se olvida y del que a mí solo me quedó el sabor de lo invisible. Suerte para ti y Lino.

—Te quiero Katty, quisiera no morir para volver a verte y que Dios decida si estoy destinado a curar ese síndrome. Por cierto que hace unos seis meses, me decía mi madre que entre su joyero encontró y volvió a guardar, un sobre con varios pliegues de fino papel rosado y escrito a mano con el poema “El seminarista de los ojos negros” de Miguel Ramos Carrión y firmado por Katty. Recordé entonces, aquel sobre que disimuladamente introdujiste en la bolsa donde yo recogía en misa las contribuciones de feligreses.

—Seis meses!, pues mira que yo conservo a diario y oculto en el paladar, el sabor inocente de tu saliva de niño y que otros besos no han podido borrar.

—Será por aquello de que el amor te rompe el corazón una vez, pero el recuerdo lo hace mil veces.

Sonrieron a la vez y levantaron la mano en señal de adiós

***

El guía toma su radio trasmisor portátil para comunicarse con el grupo armado que les espera al pie de la montaña. Recibe la contraseña “vía despejada” y el carro se desliza por la calle de granzón para retomar la carretera extraurbana y dirigirse al cercano poblado de Cúpira, buscando el punto donde deben bajar del carro para tomar a pie el curso de ascenso hacia el campamento en la montaña. El guía recibe instrucciones para estacionarse a orillas de la carretera y bajan del Opel vestidos de ropa común, un sombrero de cogollo y calzados con botas de plástico, que les entregan en el sitio. Toman el derrotero de una quebrada, que pronto abandonan para seguir por una pica poco trillada, a fin de no tropezar con pobladores campesinos de la zona. No convenía ese contacto por ahora.

Llevan aproximadamente cinco horas de mal camino y la tarde está por terminar de consumirse. El guía advierte que pronto acamparan para hacer contacto con el grupo armado que debe acompañarlos hacia el campamento. De repente, un grupo de la base No 2 los sorprende en un claro de la montaña y Luigi observa que al mando viene un joven alto con rango de comandante, lleva espesa barba, traje y sombrero verde oliva. En sus manos porta una ametralladora Thompson calibre 45 con dirección de tiro hacia el suelo. Lo acompañan otros tres guerrilleros, un joven trajeado hasta con gorra de kaki y dos campesinos de la zona unidos a la guerrilla. Los tres van armados con carabinas FN 30. Luigi distingue, que el joven trajeado de kaki es Lino, su compañero de aulas en la facultad de ingeniera. Se saludan con un efusivo abrazo, pero sin comentar el haber sido amigos en la infancia y que juntos cursaron la primaria en un colegio de salesianos en Puerto La Cruz, de donde serían expulsados al culminar el segundo año. Se habían separado en la secundaria, pero en la universidad haciendo tiempo, revivían las anécdotas del colegio.


El guía Mario se regresa, mientras el comandante dice que el camino había sido previamente peinado, a fin de evitar cualquier enfrentamiento armado con fuerzas del gobierno.

Para cambiarse en el sitio reciben el uniforme verde oliva con gorra y una pañoleta para cubrir el cuello, botas pantaneras de campaña, además un fusil FN30 con cincuenta balas, una cantimplora y una brújula. Luigi recordó al instante, que hacía poco tiempo, había participado en una operación de asalto a una fábrica de uniformes y pertrechos militares, después de rondarla por semanas para observar y planificar el atraco con tres grupos. En la operación, logran inmovilizar y desalmar la custodia militar, mientras el personal obrero y administrativo de la fábrica yacía acostado en el piso. Al botín de vestimenta militar y rollos de tela para su confección, lo acompañan con unas pocas pistolas automáticas, subametralladoras y granadas fragmentarias encontradas en el lugar. Ese bastimento para aprovisionar la guerrilla rural, fue trasladad en un camión del ejército, que también aprehendieron y cuya entrada al taller fue la contraseña para iniciar el asalto.

Así mismo obtienen para el inicio de su estadía en la montaña, un pesado morral impermeable con una hamaca, una cobija, un plástico para la lluvia, un tazón de peltre para comer y una cuchara. Cada uno había traído su bolso con efectos personales de limpieza y aseo. Luigi esta contento y feliz de verse como un auténtico guerrillero. En la oscuridad alguien, un campesino de la zona, se asoma con dos termos y sirven atol de harina de maíz y luego en el mismo envase, el agua de papelón caliente. Los integrantes de la columna guerrillera se recuestan y dormitan con los ojos abiertos por media hora.

La marcha se reanuda y Luigi siente su cuerpo invadido por una abismada ineptitud, que se sufre cuando a cada paso se hace duro el andar porque las piernas tienen una tirantez leñosa, los hombros y la espalda se entumecen, se encorvan con el peso. El cuerpo tiende a rendirse ante un agotamiento transido y progresivo. El viento espeso que acompaña la pertinaz lluvia dispersa cualquier signo de palabra alentadora. El comandante se coloca al frente de la columna guerrillera junto con el guía, los otros tres se colocan en retaguardia. Cobijados por una pertinaz llovizna, emprendemos la travesía hacia arriba, hacia la montaña, hacia la Fila de Chaguaramal. En la medida que la cuadrilla avanza, la arboleda acalla la lluvia, pero ahora una fría neblina acompaña la entrada nocturnal. El jadeo de la brisa mueve las ramas de árboles, arbustos y cortinas de matorrales que llenan las vacías tinieblas, rasgando con crueldad nuestros cuerpos. El aire húmedo, espeso y frío obstruye la respiración que ronronea como un silbido asmático. La silente peregrinación se acompaña con el crujir de las botas sobre el fango y el ruido impreciso de las aves y otros animales que buscan cama. Para no dejar rastros, ascendimos en fila por el borde de una quebrada de río, guardando corta distancia unos de otros y tratando de ajustarnos a la luz de la linterna del guía. A la distancia y en soledad, por el color blanco se distinguían figuras de algunas aisladas casas, mientras oíamos el ladrido de perros.

Ahora siguen las huellas de una trocha, siempre en peregrinación por una empinada senda hacia la altura de la montaña. Diez hombres caminando cabizbajos y en silencio, en fila india, separados uno o dos pasos el uno de otro. Se siente sobre el cuerpo el chapoteo de la lluvia y se oyen los chillidos y gritos imprecisos de monos y pájaros sobresaltados por la invasión de sus predios nocturnos. A medida que avanzan se hacía más alucinante un juego de luces sobre el espacio negro que cubre la travesía. Por un lado los focos de las linternas de los guías que se encendían en forma intermitente para insinuar el camino y por otro brillaban las diminutas luces discontinuas de las luciérnagas. Termina el escalado hacia arriba y ahora caminan en sentido plano. Hacen un previo en el camino y el comandante hace correr la voz de que están por llegar a la base guerrillera principal. El comandante se acerca a Luigi

—Tenemos entendido dominas el inglés porque estudiaste por dos años en la Technical Charter High School en Carolina del Sur y con seguridad vamos a necesitar de tus servicios para algunas traducciones de material sobre estrategias y tácticas militares.

—Estaré a la orden mi comandante

No era el momento apropiado, pero al aminorar la marcha y por lo de estudios del English, Luigi recuerda a Ronald su profesor de inglés en el quinto año de bachillerato. Un militar retirado, quien le pidió visitarlo con cierta frecuencia para ayudarle a traducir del inglés y transcribir a la computadora, sus clases de estrategia militar que exponía ante el destacamento militar, en una ciudad al sur oeste del país. Así el profesor Ronald brindaba a su alumno Luigi con apenas 18 años, la temeraria impronta de acercarse a su linda y treintañera esposa.

En la primera semana de trabajo en casa de Ronald, Luigi se sentaba ante el ordenador y mientras los veía ir y venir, no paraba hasta terminar. A la semana siguiente, ya conversaba con ellos y recibía invitación para acompañarlos a comer. El calor interno empezó a brotarle aquel sábado en la tarde de la tercera semana, cuando Ronald lo invitó para una de sus íntimas reuniones, donde ambos tomaban y bailaban. Apenas tomó un whisky, después de campanearlo hasta que el hielo se disolvió. Ese día al bailar, notó que lo hacían con recato; pero ya empezaba a pagar culpas al ver con cautela, el movimiento sensual de ella cuando bailaba. Sin embargo, se disculpaba ante la invitación de sacarla a bailar.

La escena le recordaba al Padre Rosario, el Director Espiritual del colegio Pio XII cuando cursaba el segundo año de bachillerato: «Podemos leer en Job 31: que Job reafirmaba su integridad al expresar su pacto con los ojos para no mirar con lujuria a ninguna mujer» y a continuación «En Mateo 15:19 se expresa, que los ojos son la ventana del alma que alimentan la mente y aunque no lo crean, es el motor de nuestra sexualidad y si los ojos son esa ventana de entrada, entonces la mente es el reino de la fantasía y el deseo».

Eran tiempos de asomo de los vapores de la pubertad en el cuerpo de Luigi, cuando sentía que la sangre golpeaba su vientre con un revoletear de mariposas ante un pensamiento pecaminoso o un estímulo físico. El roce sensible con las sábanas, el sonido persistente de una gota de agua, la desnudez de las flores, las embestidas amatorias del gallo. Todas esas sensibilidades ávidas de repuestas y los escritos que le decomisaron junto a Lino Andarcia sobre putañerías bíblicas, causaron de su expulsión del Colegio Salesiano Pio XII.

En días subsiguientes, Luigi observó una conducta poco usual en la esposa del profesor Ronald, cuando se tendía en el gran sofá para leer. En momentos que Ronald salía a hacer alguna diligencia y estando Luigi en el ordenador en posición diagonal al sofá, ella recogía los pies haciendo que las rodillas se levantaran y su vestido o falda se rodara, dejando al descubierto sus atractivas piernas y parte de sus no menos torneados muslos. Luigi miraba de reojo buscando alguna señal motivadora. Pero mientras Luigi pincelaba bocetos en el lienzo de su mente, ella permanecía indiferente.

Un jueves después del mediodía, Ronald lo llama urgente para ayudarle a pasar un trabajo. Luigi nota su voz algo pesada y cuando llega, lo recibe muy tomado ysonriente.


—Vamos hombre, acompáñanos que la tarde apenas está naciendo. Es más, esta noche te invito a dormir en casa.

Con un vaso en la mano, le tiende el otro brazo sobre los hombros y se acercan a la mesa del comedor, donde la esposa de Ronald lo saluda y le brinda un vaso de vino, a sabiendas de que poco tolera el licor fuerte.

—Sabes amor, ante la suspensión del visado para acompañarme a Los Andes a dictar clases, he pensado que Luigi se quede a dormir en casa para acompañarte y no te sientas sola.

Luego, toman asiento en la sala y ella queda al lado del marido en el sofá, luciendo un corto vestido. Conversan mientras oyen el lento andar de música del ayer rebosante de boleros y baladas, al gusto de Ronald. En las voces inconfundibles del trió Los Panchos, se oyen los acordes de “Aquellos ojos verdes” de Nilo Meléndez “Aquellos ojos verdes serenos como un lago, en cuyas quietas agua un día me miré, no saben la tristeza que en mi alma dejaron, aquellos ojos verdes que ya nunca besaré”. Mientras Luigi les presta atención, ellos hablan acerca de la historia del bolero, recuerdan que el primero bolero del que se tiene conocimiento es “Tristeza” en 1.895, cuya autoría se atribuye a José Sánchez nacido en Santiago de Cuba. Hacen mención de que ciertamente el bolero tiene su origen en manifestaciones de la danza gitana y al llegar a América, específicamente a Cuba, se fusiona con el ritmo africano de donde adquiere ese compás cadencioso.


En cierto momento, empiezan a sonar ahora las notas de bolero “Asi” de María Grever “Por qué al mirarme en tus ojos sueños tan bellos me forjaría, mira…mírame mil veces más…” y Luigi observa que profesor Ronald atrae a su esposa hacia sí para abrazarla, comentando:

—Can we dance?

Pero lo hace con tal brutalidad, que ella se ve obligada a levantar las piernas y dejar al descubierto gran parte de sus muslos. Ronald se levanta tambaleante con ella de manos y comienzan a bailar en la sala. La confianza o la borrachera rompe la probidad y empieza a subyugarla, a manosearla, induciendo a su esposa a un rítmico movimiento de caderas, mientras la calza a su cuerpo. Ella cada vez que queda frente a Luigi lo mira. Él la mira y cree adivinar en sus ojos, la angustia, el desasosiego y una casi imperceptible picardía en una sonrisa que perturba. Por el respeto al profesor, Luigi percibe el gesto de la señora, como una gracia del licor ingerido, como un desencuentro, algo pasajero y normal, pretendiendo olvidar las insinuaciones de su otro yo.

Después de muchas copas y bailes entre ellos, el cielo cierra sus párpados y la noche hace desaparecer esa larga tarde, que a Luigi pareció interminable. Ronald se rinde, va a la sala de baño de la recamara y de allí se larga en su cama. Su esposa regresa luego de acompañarlo y Luigi cree ver en su rostro, el misticismo del néctar deseado y no probado.

—Ronald se acostó. Eso le sucede cada vez que tiene que viajar. El pánico le hace beber sin medida como estímulo para calmar sus nervios. ¿Quieres que bailemos?

Luigi se niega con un movimiento de cabeza y le miente diciendo que tiene sueño, queriendo disolver las huellas que lo niegan. Se dan las buenas noches, mientras él se dirige al cuarto asignado. Más tarde, Ella toca a la puerta y al entrar, Luigi la mira trajeada con una fina y transparente bata de dormir.

—Disculpa Luigi, es para decirte que no trasnoches, porque tenemos que estar en el aeropuerto a las nueve de la mañana y quisiera que nos acompañes. Si no se te ofrece algo, que tengas un buen dormir.

Luigi no supo a qué hora de la noche o madrugada le asistió el sueño. Se debatía entre la fidelidad a su profesor que le brindaba su confianza o sucumbir ante las sutiles insinuaciones de su esposa, que suponía se podían materializar al quedar a solas ese fin de semana. Si tal supuesto se hacía realidad, no podía hacer el papel de tonto y negarse. Su abuelo Carlo no lo querría ver cuando le tocara ir al cielo. En algún momento, pensó en conversar esa situación con su novia Paola y dejar esa pasantía del inglés. Pero tampoco tenía ninguna seguridad de que lo que pensaba era estuviera cierto.

En la mañana, al concluir el desayuno se dirigen al aeropuerto a despedir a Ronald. Dos horas más tarde, la acompaña al supermercado para hacer unas compras. La nota alegre, pero sin recibir insinuación alguna. Luigi le solicita llevarlo a casa de su novia Paola, quien debe viajar a Caracas para acompañar a su madre en el pre y post operatorio de una delicada intervención quirúrgica. Luigi le comenta a la señora:

—Pasaré por su casa como a las seis y media, porque después de hablar con Paola, iré a la residencia para comer, asearme y dormir un poco.

Al despedirse de Paola después de una larga conversación, ella le hace una recomendación al momento del beso de separación.

—Sé que eres muy formal Luigi, pero te pido que tengas cuidado. El profesor Ronald es hombre armado por ser militar retirado y además muy celoso. Su esposa Laura es una tentación, de rostro muy hermoso y cuerpo escultural. Es extraño que te haya brindado esa confianza de darte entrada a su casa. Bueno puede ser porque dominas el English. A nuestro compañero Juan le armó un lío a la salida del Liceo, por acercase a la ventanilla de su coche y preguntarle a su señora donde localizarlo.

De nuevo Luigi intenta confesarse con Paola, pero esta vez era inútil. No debía causarle una preocupación adicional a la que tenía por su madre.

A la hora acordada se presenta en la casa de Laura. La esposa de Ronald lo recibe y la estadía transcurre de manera normal. Luigi en el ordenador con las transcripciones y Laura en sus quehaceres hogareños. Cenan y más tarde se despiden y entran en sus dormitorios. Luis toma de la mesa de noche y de forma casual, la novela “Alfie” de Bill Naughton con la idea de provocarse el sueño.

Debería ser tarde en la noche, cuando leía el capítulo XI. La puerta se abre y entra Laura, enfundada en una bata corta pero esta vez más discreta.

—Por favor acompáñame, tuve un sueño horrible y estoy asustada.

Luigi se levanta y se deja guiar tomado por la mano de Laura, que lo conduce hacia su recamara matrimonial.

De repente suena un disparo…

Luigi junto a sus compañeros se lanzan al suelo y ajustan sus armas en posición de defensa, en tanto que muere el pensamiento con el profesor Ronald y su esposa. Al no producirse más disparos, Lino y los otros dos guerrilleros de la retaguardia, los rebasan para conocer la causa del disparo. Al regresar, la información es que a un camarada de guardia nocturna se le fue un tiro y asustado trató de huir. Fue capturado y será fusilado sin contemplaciones. Era una seria advertencia a todos para evitar la deserción.

Más tarde, a la distancia se divisa lo que parece una disminuida pista de aterrizaje. Es una hilera de linternas acompañadas de cuerpos desfigurados por el espectro gris de oscuridad y la neblina. El comandante de la base 2 y su cuadrilla toman el camino de regreso. Lino se queda porque pertenece a esta base. Entrada la media noche, son recibidos por camaradas que conforman puntos de guardia y vienen a su encuentro, camuflados con las caras pintorreadas en oscuros y el uniforme embarrado de lodo adornados con hojas de ramas de árboles. El campamento de la base principal se encuentra estratégicamente oculto bajo una intrincada arboleda, constituido por unas barracas improvisadas, techadas de palmas y sostenidas con gruesos tallos de árboles. De una de ella salió el comandante de la base enfundado en una chaqueta muy parecida a las jackets usadas por los rangers del ejército norteamericano. Da la bienvenida y ordena un servicio de café para los recién llegados. Luego invita a hacer cama para dormir. Algunos veteranos indican la forma de guindar las hamacas en forma de literas y hacer el nudo fuerte, pero fácil para desanudarlo en caso de un escape de emergencia. Son las once de la noche y les advierten la hora de despertar. Con el cansancio en el cuerpo, Luigi despeja toda imagen de la mente para descansar y no recordar para no soñar.

A las 4.45 a.m. suena un silbato que trasmite la orden de levantarse al componente guerrillero de la base. El día amanece lluvioso y hacen formación para la instrucción correspondiente. Empiezan con ejercicios físicos y al finalizar, permanecen en posición de firmes para recibir una arenga política e ideológica. Luego se ordena la posición de descanso para retirarse a las actividades de aseo y necesidades fisiológicas. Hay dos letrinas y cada una dispone de un tambor de agua. Se hace la cola que encabezan el comandante y sub-comandante de la base. Se observa que alrededor de las barracas, hay una cocina techada al descubierto y se divisa un fogón y una mesa donde un hombre y una mujer con una máquina manual muelen maíz para preparar una masa y hacer las arepas o telas, que tienden en unas cazuelas planas colocadas sobre el fogón. Una joven campesina se encarga de buscar y llevar agua hacia la cocina. Mientras varios guerrilleros bajo una arboleda, se turnan para sacar y desgranar las mazorcas de maíz que la joven traslada hacia el molino.

Después de tomar café, Luigi se dirige hacia el borde de la colina, distante unos sesenta metros del campamento. Lino lo alcanza antes de llegar y caminan juntos, en tanto hablan. Llegan al punto deseado y a lo lejos se avista un valle donde a esta hora, reina un silencio subyugante. Un valle enterrado profundamente entre el verdor de la montaña. De repente por una de las veredas invisibles, obstruidas por árboles y matorrales, aparecen dos campesinos, sudorosos por el esfuerzo de cargar cuesta arriba, vasijas de agua sobre sus cabezas que llevan a un centro de acopio cerca de la cocina.

Lino conversa que apenas tiene unas semanas en este campamento, que viene de un frente guerrillero de la zona centro occidental del país que sustenta el partido comunista. Allí hizo su entrenamiento político-militar y obtuvo el permiso de integrarse a esta Escuela que dirige el MIR, porque tiene conocimiento cierto que la cerraran para convertirla en un frente guerrillero con el nombre de “Ezequiel Zamora” y a propósito dice:

— ¿Cómo obtienes la licencia del partido para integrarse a este frente que dirige el Movimiento de Izquierda Revolucionaria?

—Me entusiasmé con amigos de la Universidad integrantes del MIR, que me convencieron a que hiciera el curso aquí. Conversé con mi jefe inmediato de la UTC y él me gestionó el permiso para integrarme a este frente de la sierra El Bachiller.

—Tuviste suerte porque este que será el último curso y así harás tu grado de guerrillero rural en el Frente “Ezequiel Zamora”.

Cuenta entonces, que los campesinos metidos a guerrilleros son de esta zona. La guerrilla se aprovisiona de sus cultivos, que la conexión entre campesinos y guerrilleros se asemeja a una correa transportadora y la cercanía a la ciudad capital Caracas, permite mantenernos al día con los acontecimientos del todo el país. A unas horas de camino monte abajo, se llega a un trapiche primitivo que muele caña y lo convierten en melaza para hacer papelón y en las trincheras lo transformamos en guarapo de papelón frio o caliente.

—El campamento dispone de una gruta cercana a linderos de la autopista nacional, que está acondicionada y surtida para la prestación de primeros auxilios y hasta hacen cirugías de urgencia. La asistencia cuenta con médicos profesionales que dictan charlas a los enfermeros y prestan servicios de alto riesgo cuando son llamados de emergencia. También se dispone de un multígrafo y un equipo de transmisión radial que difunde consignas y partes de guerra por dos horas diarias y la frecuencia llega a varias zonas del país. A la caída de un abismo encontramos una cueva que acondicionamos, para evitar el rastreo de la emisora y hasta nos puede servir de refugio a unas veinte personas, en caso de un bombardeo de helicópteros o aviones. Continúa su charla diciendo en forma confidencial, — los campesinos ayudan, en tanto que, los instruimos a ellos y a sus hijos en la lectura y la escritura, así como en las formas de cultivo y otras cosas— Pero ha observado en el poco tiempo, que no está clara la identificación de ellos con la ideología marxista y que una guerrilla no puede emerger hacia la revolución sin apoyo de un campesinado consciente de sus convicciones ideológicas. De allí la crítica, de que el marxismo puro y teórico que comulga y practica la oficialidad de la lucha guerrillera, suena muy ajena a la realidad del campesino venezolano. —Se voltea hacia el campamento —observaste cuando un combatiente fue a brindarle café y agua al comandante y ahora miras como en forma servil campesinos y combatientes, se esmeran en preparar la comida. —Si el comandante, el cuerpo de oficiales y todos nosotros, cooperaran activamente en esas labores, el panorama sería distinto. El problema es que la mayoría de los comandos están integrados por doctores y estudiantes, que como nosotros provienen de una clase aburguesada, acostumbrada a que le sirvan mientras dirigen. Coño, si esta revolución triunfa, creo que vamos a tener problemas de dirección en un gobierno socialista—Y continúa —pero que no te desanimen mis palabras, son solo reflexiones sobre las cosas que observo.

Llaman a desayunar y luego a las 8,30 a.m. entramos en una especie de salón a campo abierto y los bancos son unas rolas de arboles, que al final nos sirven de espaldar porque las nalgas se entumecen y prefieren sentarnos en el suelo. Reciben al igual que en los meses siguientes, la arenga político-militar, versada en ideología marxista, economía, política, geografía, análisis de coyunturas y redes. Pasamos a la teoría y práctica de sobrevivencia con la construcción de letrinas, trincheras, trojas, así como nociones para la prevención de enfermedades cutáneas e infecciosas. Además lecciones de cultivo y recolección de granos, tubérculos y otros rubros. Luego, salen a campo libre para recibir instrucciones en el uso de armas, limpieza, montaje y desmontaje, su manejo en todas las posiciones posibles. Aprovechando que el ruido de la lluvia diluye el sonar de los disparos, hacen prácticas de tiro que acompañan con demostraciones de asalto y defensa de posiciones de combate, simulacros de defensa y escape ante ataques sorpresivos del ejército.

Llegó la hora del almuerzo y más tarde se forman patrullas de reconocimiento de la zona, algo habitual del quehacer guerrillero durante el tiempo de estadía. Se hacen croquis acerca de las filas geográficas y sus contornos, el curso de los ríos, los asentamientos y poblaciones campestres y otros detalles. En el recorrido de ida y vuelta se camina de veinte a treinta kilómetros diarios. Esta ocupación del tiempo durante el día y la tarde, se repetiría con ligeras variaciones durante meses. La tarea es de ubicar sitios para establecer nuevos campamentos guerrilleros ante el asedio del ejército y lugares para el almacenaje de excedentes de abastecimiento. Toda la cartografía de esos terrenos para reencontrarlos se lleva a punta de brújula no hay otra forma. Eran tiempos en que muchas veces la profunda soledad de la montaña se hace dura, pesada, sofocante y los recuerdos perturban la mente.

Fueron un sinfín las escaramuzas con los cazadores del ejército, en que las balas silbaban muy cerca burlándose del cuerpo, no así otros que perdieron su vida en un sueño de ilusiones. Seis meses después, en un día cualquiera, coinciden Lino y Luis para tareas de exploración. Hacen el recorrido entre malezas y árboles. En un momento dado, camuflajean sus uniformes con barro para hacer juego con el fango que presentaba una trinchera a campo traviesa, por donde debían transitar y fue en esa coyuntura que los ametrallan desde un helicóptero de reconocimiento artillado con una punto 50. Se consideró luego, que el helicóptero hacía un vuelo de reconocimiento y que el disparo fue algo casual y sin objetivo alguno, pues no regresó para verificar resultado. Pero Lino fue alcanzado, sentí el quejido —Madre mía, me dieron— Como pudo Luigi, lo saca de la trinchera, lo desveste del uniforme y se lo echa a cuesta, mientras desangra. Corre y corre hacia arriba a toda velocidad, sin sentir el peso del cuerpo, solo tenía en mente llegar hasta el puesto de comando para prestarle los primeros auxilios. Lino estaba mal herido y había perdido el conocimiento, pero tenía signos de vida.

En el campamento, le hacen transfusiones y cirugías que su organismo tolera. Su cuerpo joven y atlético resiste por unas horas, pero al final fue rendido por la muerte. Sus ojos sin vida se cerraron y así mismo se cerraron sus sueños de ver una patria liberada de la oligarquía financiera nacional e internacional y de dirigentes apátridas, que plagan de pobreza y humillación a la población de clase media y de menos recursos.

Luigi lo tomó en brazos y lo lloró como todo hombre debe llorar, con lágrimas volteadas hacia adentro, con el lamento ahogado. El cielo acompañaba el acto fúnebre en la montaña, a través una suave llovizna donde creía ver confundida, cada gota con las lágrimas de sus familiares, de sus amigos y camaradas, de su prima Paola y de su amiga de siempre Katherine.

La montaña, esa montaña mágica lo atrapó, se lo trago y se llevó a un grande amigo de una infancia compartida con Luigi, llena de realidades, ilusiones y fantasías para contar. Al cavar la fosa de Lino, sentía que no enterraba su cuerpo, sino las quimeras de sus sueños, de su utopía socialista. Y como un rezo a su alma, leyó ante su tumba foránea las estrofas de “Amor América” del Canto General de Pablo Neruda.

Un año y ocho meses tenía Luigi experimentando con el sarampión marxista y de lucha armada en la montaña, lo que ya consideraba inútil. Una lucha basada en acciones efectista de hostigamiento, emboscadas, ataques sorpresivos y de retiradas para andar escondidos. Además de ser conducida por comandantes estudiantes sin una sólida preparación militar, una tropa sin el armamento ni logística alimentaria adecuada, que debía hacer frente a un ejército regular organizado que contaba hasta con entrenamiento y asesoramiento del ejército norteamericano. No estaba Lino para discutirlo, pero consideraba que las condiciones históricas indicaban que la lucha armada era un fracaso, una equivocación política que estaba llevando a miles de jóvenes y dirigentes de izquierda a entregar su vida entre combates, torturas y desmanes del gobierno. Aunque en una relación de veinte a uno, también honor a policías y militares muertos en esa lucha fratricida. Ya no quería saber más ni de comunismo, ni de socialismo. Su operatividad como forma de gobierno sería un fracaso. Esta experiencia era aleccionadora. La situación actual del país bajo un régimen que se dice socialista y marxista así lo confirma.

Alegando motivos personales, Luigi tenía licencia para abandonar en una semana el campamento. Sin embargo, ante la información de que se estaba planificando una gran ofensiva militar sobre las guerrillas del cerro El Bachiller, aquel día formaba parte de una patrulla de reconocimiento. Salían de la trinchera arrastrándose, deslizándose lentamente en un mar de fango y se dirigían hacia la ladera de un cerro tratando de detectar la presencia de algún puesto de avanzada del ejército. Aguardan con absoluto silencio e inamovilidad y luego regresaban a la trinchera para darle el mando a otra patrulla que hacia el mismo recorrido de observación. De improviso se escucha el tableteo de metralletas desde helicópteros y detonaciones de bombas lanzadas desde aviones de caza. Con el ruido de la metralla, ya se escuchan lamentos, gemidos y gritos que provenían desde otras patrullas. Corren a buscar refugio en las trincheras, pero una explosión estruendosa resuena tan cerca que Luigi ve la tierra abrirse a los pies. Cegado, sordo y asfixiado, Luigi se siente lanzado por los aires junto a la Madsen que portaba. Cae entre en un espeso matorral con un ruido infernal que le estremece y su cabeza es invadida por una especie de radiación. Se siento morir y se entrega a un estado de insensibilidad, de muerte.

Quizás ya levitaba en esa dilación temporal de vida después de la muerte. Quizás eran delirios de negación en que lo imposible puede hacerse posible. El instinto agónico le lleva una mano hacia la pierna derecha que palpa la viscosidad de la sangre. Vuelve al estado de inconsciencia y es cuando se le alarga el alma cargando con la conciencia, pero sin querer soltar la carnalidad del cuerpo. Entonces cree sentir el repique de ametralladoras y fusiles del ejército cazando cimarrones de la montaña vivos y heridos.

Y más allá a lo lejos veía a Paola, a lo lejos de una baja colina en la montaña. La misma montaña que ahora gime, la montaña que ruge y grita su ausencia. Veía Paola vestida toda de blanco, vestida de blanco y con los brazos extendidos. Pero, ahora duda. Mira unos portales luminosos a lo largo del sendero que va a la colina y se pregunta — ¿Eres realmente tu Paola esperando mi regreso o es simplemente la Muerte esperando para conducir mi partida?

Después de la razzia militar contra los heridos, se produce el rescate. Una patrulla guerrillera lo detecta junto a otro herido y los conducen hacia un subterráneo acondicionado como consultorio médico donde se encontraba la doctora Lizardo, que le prestó los primeros auxilios. Al bajar de la montaña, el tratamiento especializado detecta que el cuerpo no tenía contusiones, pero mostraba una desaceleración de los signos vitales. Utilizaron un electrocardiógrafo portátil para monitorear y procedieron a entubar. Atreves de un catéter le inyectaron los medicamentos necesarios para desinflamar cualquier contusión interna y activar el sistema circulatorio. Le aplicaron un masaje cardíaco y dejaron el cuerpo de Luigi en reposo. Su electroencefalograma seguía plano. Su actividad cerebral se hizo inactiva, pero su corazón y respiración pulsaban.

La doctora Lizardo se hizo cargo del cuerpo de Luigi. Los especialistas consultados decretaron en principio su muerte cerebral y luego un coma vegetativo porque no necesitaba respirador. Por diez años permaneció en cama hasta que empezó a caminar y comunicarse por señas, pero no tenía voz.

Cinco años después Luigi había recuperado la voz sin ninguna explicación médica.

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