Entre Nebulosas y Cigarrillos
En el confín sombrío de la existencia, donde los animales conspiran en susurros atávicos, las sombras entrelazan su danza con la desesperación y los murmullos del viento arrastran los lamentos de almas errantes, me encuentro prisionero. El sufrimiento, como un manjar de amargura, se desliza entre mis labios mientras los días se desvanecen en el agrio sabor de la realidad. Descanso entre pétalos carmesí, esparcidos sobre mi ser como confesiones mudas entre rosas. Cigarrillos, tatuajes ardientes en mi cuello, cuentan historias de noches interminables, donde la vida y la muerte se entrelazan en un vals eterno. Esta vida compartida no me regocija; es una supervivencia en un mundo donde la dulzura se mezcla con la acritud de la realidad. No ofreces más que lo necesario para asegurarme de que mi aliento persista como un eco en la vastedad del tiempo.
Contemplo el cielo, sin avistar a Dios; en cambio, me encuentro con Diane en el Motel, su mirada sosegada y sus pensamientos vaporosos. Está en el porche, fumando, observando el tapiz estelar que adorna la negrura del firmamento. Mientras tanto, yo estoy aquí, en el estacionamiento, ahogándome en lágrimas que anhelan desesperadamente el regreso a casa. Me he extraviado en la encrucijada de días y noches, incapaz de distinguir el mañana en la oscuridad circundante. Ambos perdidos en esta carretera interestatal de la existencia, sin vislumbrar el mañana oculto entre las sombras de la incertidumbre.
La benevolencia de los extraños se desliza como sombras en el crepúsculo, mientras la extrañeza de los conocidos me envuelve en un abrazo gélido. Mi corazón, amante desventurado, ha sido maltratado y deshonrado en las camas que has forjado. Avanzo marcado por las huellas de tus promesas dobladas, mientras tu voz resuena fuerte en la bruma de la desesperanza. A pesar de ello, persigo la luz de tu halo en este paisaje desolador. Las lágrimas caen como la lluvia en un invierno interminable, mientras aguardo en vano su regreso a casa. Pero estoy perdido, sumido en días que se desvanecen en la negrura de la noche. No puedo discernir el futuro desde esta oscuridad; encuentro consuelo solo en la fugaz bondad de extraños y en la extrañeza de aquellos que alguna vez creí conocer.
Te ríes con la gracia de un ángel, pero tus ojos desvelan un amor en estado de coma, sepultado bajo capas de complicaciones. Como una ciudad dormida, mi corazón reposa en el pecho de tu lápida. Dices que nunca he lucido tan hermoso, y la ironía se cierne sobre nosotros como una sombra ineludible. La fiesta funeraria tiene sus bebidas, la ceremonia fúnebre de nuestras esperanzas destrozadas tuvo sus propias libaciones amargas. Nadie preguntó por qué destrozaste la mesa, todos sabíamos que cada acto de destrucción era solo una expresión externa de la tormenta que rugía en tu interior.
En la bañera, creo que ha vuelto a desmayarse. El agua, mezclada con lágrimas no derramadas y lamentos silenciosos, la sumerge en un sueño profundo. Nadie abre la puerta, nadie escucha sus súplicas, y mientras tanto, el amor por el que luché arde en la hoguera de las ilusiones. La luz roja parpadea a través de la ventana, y mi ojo morado es testigo de cada cama desecha en la que yacemos. La suavidad en mis dedos nunca fue suficiente para retener la esencia efímera que se desliza entre mis manos como arenas movedizas. El amor por el cual luché, la llama que encendiste en mi interior nunca fue amor en absoluto. Fue solo un juego cruel que desgarró mi alma y dejó un golpe que destrozo mi piel por cada promesa que tejiste y desgarraste en tu camino. La luz roja parpadea a través de la ventana, una señal de advertencia que llega demasiado tarde. Son rastros efímeros de un placer momentáneo que nunca fue suficiente para hacerte quedar.
OPINIONES Y COMENTARIOS