FELIZ 149º ANIVERSARIO ABANCAY


“El pasado nunca se va,

le gusta esconderse

en la música, en la calle,

en los sueños,

en los recuerdos,

en la vida”

Yo nací y crecí en el mundo de un pueblo sumergido en lo profundo de un gran valle que en tiempo de los incas se llamaba “Amancay”. Fue testigo de ese nombre Inca Roca, el sexto Gobernante del imperio incaico, cuando en su afán de conquista: “….Llegó al valle Amáncay, que quiere decir azucena, por la infinidad que de ellas se crían en aquel valle. Aquella flor es diferente en forma y olor de la de España, porque la flor amáncay de forma de una campana y el tallo verde, liso, sin hojas y sin olor ninguno. Solamente porque se parece a la azucena en los colores blanca y verde, la llamaron así los españoles. De Amáncay echó a mano derecha del camino hacia la gran cordillera de la Sierra Nevada, y entre la cordillera y el camino halló pocos pueblos, y ésos redujo a su Imperio. Llámanse estas naciones Tacmara y Quiñualla…..”. (Comentarios Reales de los Incas. Inca Garcilaso de la Vega. 1609), y de aquel que el Padre Reynaldo de Lizárraga, escribió: “….Más adelante se sigue el valle nombrado Amancay por unas flores olorosas blancas que en él nacen en abundancia, así llamadas. Este río nunca se vadea; tiene puente de cal y canto….,”. (Descripción breve de toda la tierra del Perú -1605).

Más tarde con el mal hablar y entender de los españoles respecto de los topónimos nativos o el aprendizaje del castellano por los indígenas y mestizos, acabó llamándose: ABANCAY, a secas.

A este mi amplio valle lo bañan cinco pequeños ríos estacionales que en tiempos de lluvia discurren dentro de unas quebradas que se llaman Ñacchero, Ullpuhuayco, Sahuanay-Olivo, Kolkaqui-Condebamba
y Marcahuasi que mueren al entregar sus aguas al rio Mariño que según un documento suscrito: “En la Hacienda de Cañaveral de Pachachaca; doctrina de Abancay” del 22 de febrero de 1772, se llamaba “Guaxxacucho” (Huacracucho), que baja desde la laguna Rontococha, porque antes de ser represada tenía la forma de un huevo y que se encuentra en las alturas que están al Este del valle. Ya después los paisanos y las crónicas de esos tiempos lo llamaban rio Abancay.

Pero cuando a comienzos del siglo XX el italiano Luis Petriconi compró la hacienda de Patibamba, este río pasó a llamarse Mariño, debido a que el técnico que se encargó del sembrío de los árboles de mora para la crianza del gusano de seda que impulsó la hacienda era un portugués que apellidaba Marinho (que se pronuncia Mariño en español), éste comenzó a cercar la orilla derecha del rio para que el ganado de los campesinos no se comieran los plantones. Entonces como los lugareños no podían pastar ni abrevar sus rebaños comenzaron a decir con desprecio y sarcasmo: “¡El rio del Mariño!”. Y con ese mote se quedó para siempre.

Los otros riachuelos bajan desde una montaña nevada que los paisanos y ahora nosotros también llamamos muy respetuosamente “Apu” Ampay que, según antiguas leyendas, esta y otras montañas nevadas eran seres prodigiosos, dotados de conciencia y conocimiento, gracias a que recibían la energía que les llegaba desde las lejanas estrellas. En las estribaciones de este poderoso dios ancestral, coronado de nieves perpetuas se forman las lagunas de Willkaccocha, Yurakccocha, Uspaccocha y Anccasccocha y nacen cientos de manantiales, así como los riachuelos que atravesando el valle acaban alimentando los profundos y caudalosos ríos que corren lamiendo los cimientos de la cordillera hasta llegar a la mar océano Huiraccocha (laguna gorda) y de donde nació la vida.

En sus faldas se formaron y crecieron enormes y floridos bosques húmedos para albergar la vida de las plantas y animales. En aquellos tiempos inmemoriales, era este dios primordial el que producía las lluvias, los rayos, los relámpagos, los truenos, las nevadas, el granizo, los fuertes vientos, los arco iris, pero también las inundaciones, las sequías y los huaycos.

Ese “Apu” nuestro no está solo, le acompañan “Apus” menores como el Soccllaccasa, el Ccorahuire y el Quisapata, que vistos desde la distancia y según la estación pueden ser verdes, marrones o azules. Las antiguas gentes de mi pueblo que le ofrecieron un altar en un lugar que se llama “usnumocco”, señalaban que este Apu era el dueño de los animales salvajes y de las plantas que nos matan y nos curan, pero además era el espíritu protector que velaba por las gentes que habitaban mi valle, su ganado y sus cultivos. En fin, era el guardián de la vida en todas sus formas y tamaños.

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