Capítulo II-Secretos de Cuba
Llegando a México, Odalis encontró un hotel en el corazón de la ciudad para descansar un poco. Se hospedó en el Hotel Sevilla y, después de un merecido descanso, se sumergió en la investigación por internet desde su celular. Tras buscar al experto en geoglifos, Gerardo Ramírez, se dio cuenta de que estaría dando una conferencia privada en la Biblioteca Vasconcelos.
Preparada para el día de la conferencia, Odalis tomó un Uber hacia la biblioteca. Al llegar, confirmó que Gerardo estaba en un salón dando una charla sobre textos antiguos. Decidió esperar pacientemente a que terminara. Cuando finalizó, Odalis se acercó a él, saludándolo amablemente. Gerardo, sorprendido por el saludo, le informó que la conferencia ya había terminado. Odalis, con determinación, le dijo: «Disculpe, no estoy aquí por la conferencia. La verdad, necesito de su ayuda».
Gerardo, intrigado, preguntó: «Entonces, ¿para qué me necesitas?». Odalis respondió: «Tengo unos geoglifos que encontré, pero necesito su ayuda para traducirlos». Abrió su mochila y le mostró la hoja donde anotó los geoglifos. Gerardo, asombrado, dijo: «Esto es sobre la ciudad del Dorado, ¿verdad? Reconozco esto». Rápidamente, ambos caminaron hacia una mesa de la biblioteca, donde Gerardo sacó su laptop y un papel, listo para comenzar la traducción. Gerardo un hombre de alta edad, calvo, con una barba mediana con canas.
Odalis, intrigada por la rapidez con la que Gerardo reconoció los escritos, le preguntó: «¿Cómo reconociste tan rápido estos escritos?». Gerardo respondió con nostalgia en la mirada: «Hace tiempo, con un compañero arqueólogo, teníamos el sueño de encontrar la ciudad de oro, pero jamás se nos dio ese sueño. Estudiamos todo lo que tenía que ver con la ciudad del Dorado, incluyendo sus escrituras». Mientras observaban las escrituras, Gerardo curioso le preguntó a Odalis: «Y tú, ¿cómo conseguiste esto?».
Odalis titubeó antes de responder: «Un amigo de Colombia me contó la historia, y pues me intrigó un poco el saber. Sabes, soy solo una aficionada a estas cosas. De hecho, es más un favor para él». Pasaron minutos en silencio en la biblioteca, donde solo reinaba el sonido de la respiración y los susurros de los libros.
De repente, Gerardo rompió el silencio con una celebración en silencio y dijo: «¡Lo tengo! Descubrí los secretos de estos geoglifos». Comenzó a relatar lo que decían: «En los lomos de tortugas verdes estamos. Podemos observar el cielo desde las alturas, los colores en el fondo, y nuestra extensión mágica estará siempre aquí». Gerardo y Odalis quedaron pensativos por un momento. Odalis le dijo a Gerardo que tenía que hacer una llamada y salió de la biblioteca. Con el teléfono satelital en mano, Odalis marcó el número del loco y esperó mientras la llamada se conectaba.
Odalis llamó al loco, y este respondió con entusiasmo: «Mi amor, ¿cómo estás? Sé que te acordarías de mí». Odalis rodó los ojos ligeramente y respondió: «Sí, claro, estoy bien. Necesito que me hagas un favor. Revisa el plato y dime si tiene algo más que solo escritos». El loco, emocionado, le dijo: «Lo que sea por mi amor».
Después de unos segundos de espera, el loco exclamó: «¡Hay algo en la parte de atrás, algo como en relieve! Espera, sí, son como olas y montañas». Odalis se sorprendió y le agradeció: «Gracias, loco» antes de colgar. El loco, con la palabra en la boca, se quedó sorprendido y murmuró: «Ya volverá a llamar».
Odalis entró a la biblioteca y le contó a Gerardo: «La pista me lleva a Cuba». Gerardo, intrigado, le preguntó: «¿Cómo lo dedujiste tan rápido y por qué Cuba?». Odalis explicó: «Es fácil. En el océano Pacífico es donde hay tortugas verdes, pero ninguna isla es tan grande como Cuba, y además, hablan de sus montañas». Gerardo reflexionó por un momento y le dijo: «Tengo un amigo en Cuba, el mismo del que te conté el sueño que teníamos. No sé si sea el destino, pero déjame contactarlo. Búscame mañana aquí mismo a las 10 de la mañana, y te daré una respuesta». Odalis asintió con la cabeza, agradeció a Gerardo y se despidió. Salió de la biblioteca con destino a su habitación de hotel.
Gerardo decidió llamar a su amigo Elvi Romero, quien estaba en Cuba. Elvi respondió con alegría: «¿Cómo estás, amigo? Hace tiempo que no nos vemos». Gerardo, sin rodeos, le dijo: «Estoy bien, gracias. Ahórrate los saludos. El destino nos cambió. Ahora hay una chica que vino a mí con escritos de la ciudad perdida».
Elvi, intrigado, preguntó: «¿Llevaba algo, algún artefacto?». Gerardo respondió: «No, solo una hoja con los escritos. Creo que encontró algo, pero me está mintiendo. El escrito la lleva a Cuba, así que recíbela y averigua todo. Sé amable. Tal vez tu teoría de que la ciudad de oro está conectada con varias civilizaciones tenga algo de verdad». Gerardo colgó con una sonrisa de malicia y placer, mientras Elvi, en Cuba, fumando su puro, pensaba: «Ahora sí, la vida me sonríe», riéndose solo ante la oportunidad que se presentaba.
Odalis llegó a la biblioteca, y Gerardo la sorprendió con un boleto de avión en sus manos. Le dijo: «Tu vuelo sale a la 1 de la tarde». Odalis, sorprendida, preguntó: «¿Y esto por qué?». Gerardo le explicó que su amigo la estaría esperando en La Habana y que de allí se movilizarían hacia Las Tunas, donde él le contaría lo que sabe. Odalis, emocionada y agradecida, se dirigió al aeropuerto y emprendió el vuelo hacia Cuba. Durante el trayecto, su mente se llenaba de expectativas y preguntas sobre la información que encontraría en la isla caribeña. Al llegar a Cuba, Elvi recibió a Odalis. Se presentaron y subieron a un clásico auto cubano, recorriendo el camino mientras disfrutaban de los pintorescos paisajes de la isla. Durante el trayecto, Elvi comenzó a hacer preguntas: «¿Cómo es que encontraste los geoglifos? Puedes confiar en mí, soy un gran arqueólogo». Odalis, observando el paisaje, respondió: «La verdad es que encontré un artefacto, un plato de oro en Colombia, en las Amazonas».
Elvi expresó su interés: «Interesante. Tengo una teoría de que todas las civilizaciones, de alguna manera, están conectadas entre sí, y la ciudad de oro no pertenece solo a una civilización. Creo que hay más de una ciudad de oro». Odalis analizaba cada palabra mientras avanzaban hacia La Habana. Al llegar, se hospedaron en una pequeña casa de una familia cubana. Elvi le dijo que pasaría por ella al día siguiente para dirigirse juntos a Las Tunas. Odalis aprovechó para relajarse, pasear por las calles de Cuba y conocer historias de la ciudad.
Al día siguiente, Elvi se comunicó con Odalis para pasar por ella. Se marcharon juntos, disfrutando de las vistas en el viaje. Al llegar a Las Tunas, Elvi le mostró su casa y le dijo que se quedara allí, ya que él se marcharía a otra casa que tenía en el lugar.
Odalis sale a caminar y se dirige a la iglesia de San Jerónimo, después de salir de la iglesia se encuentra con una encantadora heladería en una esquina pintoresca. El sol de la tarde arroja sombras suaves sobre las coloridas mesas al aire libre. Odalis elige una mesa cerca de la ventana para disfrutar de la vista mientras saborea su helado.
Mientras se deleita con cada cucharada, un niño de mirada curiosa se acerca tímidamente. Con una sonrisa amable, Odalis le devuelve el saludo: «Hola, ¿cómo te llamas?». El niño responde con entusiasmo: «Me llamo Carlos, ¿y tú? No pareces ser de aquí». Odalis, apreciando la franqueza del niño, le dice: «Soy Odalis, y sí, tienes razón, soy de Guatemala».
Carlos señala una casa de color verde al otro lado de la calle y le cuenta a Odalis que vive allí. Odalis observa la casa mientras asiente con interés. La arquitectura colorida y vibrante de las construcciones a su alrededor le da a la escena un toque peculiar y pintoresco. Curioso, Carlos le pregunta a Odalis sobre su visita a Las Tunas y qué la trajo hasta allí. Odalis, disfrutando de la conversación con el joven, le explica sobre su afición por la arqueología y la historia, y cómo encontró un artefacto en Colombia que la llevó a buscar respuestas sobre la ciudad de oro.
Carlos, emocionado, le dice: «¡Eso suena como una película! ¿Encontraste tesoros escondidos o algo así?». Odalis se ríe y le responde: «Aún no lo sé, pero espero descubrir algo fascinante». Después de un rato charlando en la heladería, Carlos invita a Odalis a dar un paseo por Las Tunas y mostrarle algunos lugares interesantes. Odalis, agradecida por la compañía del joven y su amabilidad, acepta la invitación. Juntos, exploran las calles de la ciudad, compartiendo risas y anécdotas.
Después de una caminata acogedora, llegan a la casa de color verde, donde la madre de Carlos les da la bienvenida con una sonrisa cálida. La casa está llena de colores vivos y tiene un ambiente acogedor. La madre de Carlos, una mujer amable y carismática, invita a Odalis a pasar y acomodarse en la mesa. Carlos presenta a Odalis como su amiga de Guatemala, y la madre le dedica una mirada amistosa. Felicia invita a Odalis a pasar y acomodarse en la mesa mientras prepara la cena. Odalis se siente cómoda en este ambiente hogareño y observa las fotografías familiares que adornan las paredes, capturando momentos alegres y memorias compartidas. El aroma de la comida casera llena la casa, despertando el apetito de Odalis.
Samanta, la hija de Felicia, y Fidel, el hijo mayor, se presentan amistosamente. Carlos, el pequeño anfitrión, muestra orgullosa la habitación que han preparado para Odalis. Los colores vibrantes y la decoración sencilla pero acogedora revelan el toque personal de la familia en cada detalle. Durante la cena, se establece un diálogo ameno entre todos. Felicia y los hermanos cuentan historias de su vida en Las Tunas, compartiendo sus experiencias y tradiciones. Odalis, a su vez, comparte anécdotas sobre su viaje y la razón por la cual se encuentra en Cuba, la cena transcurre y Odalis con curiosidad pregunta «¿y su esposo está en el trabajo?» Felicia con lágrimas en los ojos, Odalis se disculpa por ser entrometida, «No tienes que disculparte, querida. Es una herida que llevamos con nosotros. Mi esposo, Manuel, era un hombre bueno. Trabajaba como excavador para un grupo de arqueólogos, pero descubrió algo que no debía saber. Lo mataron para silenciarlo. No recuerdo bien el nombre de los arqueólogos con los que trabajaba, solo sé que eran de México. El hombre a cargo era alto, con el cabello quebrado y una barba con canas. Después de la muerte de Manuel, las cosas no han sido fáciles, pero hemos aprendido a seguir adelante.»
Odalis se queda pensativa por un momento analizando que la única persona así que conoce es Elvi, «¿disculpe se llamara Elvi?» Felicia asiente con la cabeza Odalis se queda fría, se dirige a Felicia con seriedad, tratando de transmitir la verdad: «Felicia, debo ser honesta contigo. Elvi es alguien que conocí por un su amigo en México, y aunque no sabía que estaba involucrado en este mundo de la búsqueda de la ciudad de oro, parece que nuestras vidas están más conectadas de lo que pensaba.»
Felicia, con una expresión de preocupación, le insta a continuar. Odalis continúa explicando: «No tenía idea de su conexión con todo esto. Pensé que éramos amigos compartiendo un interés en la arqueología, pero ahora me doy cuenta de que hay más en juego. Estoy tan sorprendida como tú al descubrir esto.»
Felicia, mirándola con una mezcla de comprensión y precaución, le advierte: «Ten cuidado, mi niña. Elvi puede ser peligroso. No todos en este mundo son lo que parecen. A veces, las personas están dispuestas a hacer cualquier cosa por sus objetivos.» Agradece a Felicia por la cena y le pregunta sobre la ubicación de la casa de Elvi. Felicia le advierte sobre la posibilidad de problemas, pero Odalis está decidida a enfrentar la situación.
Felicia le indica que la casa de Elvi está en las afueras y es la única casa lujosa en la zona. Odalis agradece la información y le pregunta si sabe dónde puede encontrar transporte cercano. Felicia le ofrece la motocicleta de su esposo, y Odalis decide usarla para llegar a la casa de Elvi.
Al llegar a la casa, Odalis se baja de la moto con Carlos y le dice que espere afuera. Antes de ingresar, él asiente. Odalis entra a la casa y se da cuenta de que la puerta está entreabierta. Mientras explora la casa, observa varios artefactos antiguos.
Mientras explora, escucha la voz de Elvi procedente de otra habitación y se acerca para escuchar su conversación telefónica. Elvi, ajeno a la presencia de Odalis, habla por teléfono con alguien, revelando sus planes. Odalis se mantiene en silencio, escuchando cada palabra. Elvi menciona un lugar específico: «Mañana iremos a los Jardines de la Reina, allí la dejaré sola para que encuentre lo que quiero».
Con cautela, Odalis retrocede para evitar ser descubierta. Su mente trabaja rápidamente, evaluando la situación. Después de escuchar lo suficiente, sale de la habitación y se dirige a donde Carlos está esperando afuera. Carlos nota la expresión seria en el rostro de Odalis y le pregunta: «¿Encontraste algo?» ¿Qué pasó? ¿Estás bien? Odalis, con determinación en sus ojos, responde: Necesito saber que son los Jardines de la Reina. Elvi está tramando algo y necesito descubrir qué es.
Regresan a casa e ingresan Felicia los espera en el comedor, se sienta en el comedor, mirando a Felicia con una mezcla de confusión y frustración. Felicia, con una expresión calmada pero preocupada, se acerca y le pone una mano reconfortante en el hombro de Odalis. “Tranquila, mi niña. Vamos a resolver esto juntas. ¿Cuéntame todo lo que escuchaste?”. Odalis mientras respira hondo “Elvi hablaba de los Jardines de la Reina y de que me llevaría allí solo para encontrar algo. No sé qué está pasando, pero estoy segura de que tiene que ver con la ciudad de oro ¿y que son los jardines de la reina?”, “Los Jardines de la Reina son un lugar misterioso mi niña, te explico es el archipiélago más virgen de los que circunvalan la isla Fue Cristóbal Colón quien puso el nombre al archipiélago, en honor a la monarca española Isabel la Católica. es un conjunto de islas que incluye zonas vírgenes conservadas más o menos intactas desde la época del descubrimiento de América, algo hay allí porque mi esposo allí es donde el excavaba y yo te llevare a ese lugar”.
Al día siguiente toman una guagua hasta Camagüey alquilan una barcaza y se adentran en el océano el sol radiante del día ilumina los jardines de la Reina mientras Odalis, Felicia y Carlos se desplazan silenciosamente en la barcaza a través de las aguas cristalinas. La brisa marina acaricia sus rostros, y el murmullo del océano crea una sinfonía que acompaña su travesía hacia lo desconocido. Elvi se dio cuenta que Odalis no estaba en la casa donde la había dejado enojada pregunta a la gente del lugar si la vieron, unos señores le dan la información la vieron salir hace horas en una guagua se enfurece y decide irse el solo a los jardines.
Odalis, con su bañador blanco y cinturón café, se sumerge en el agua con gracia, equipada con esnórquel y acompañada por Carlos. Juntos exploran el vibrante mundo submarino de los jardines, donde los colores y formas de la vida marina capturan su atención. La madre naturaleza despliega su esplendor frente a sus ojos.
Emergiendo a la superficie, Odalis avista un barco pesquero en la distancia y observa a un hombre parecido a Elvi coge sus binoculares que revelan la presencia de su sospecha. Determinada, se sumerge nuevamente y, con agilidad, regresa a su barcaza. Felicia y Carlos observan con curiosidad mientras Odalis les señala la situación.
La barcaza se desliza con sigilo, adentrándose en los manglares que rodean los misteriosos manantiales. La luz del sol se filtra a través de las densas ramas, creando un juego de sombras y luces en el agua. Los sonidos de la naturaleza, entre ellos el canto de las aves y el crujir de las ramas, añaden un aire de misticismo al ambiente.
La barcaza se detiene estratégicamente, y Odalis, Felicia y Carlos desembarcan, caminando con cautela sobre los montículos de arena y lodo. Elvi y su barco son visibles a lo lejos, dirigiéndose hacia unos manantiales enclavados en la exuberante vegetación de los manglares.
Carlos, con ojos agudos, señala la dirección y advierte a Odalis: «Allí están, quieren ingresar a esos manantiales». Odalis se dirigió a Carlos, “necesito que te vayas con tu madre ahora. Esto puede volverse peligroso”. “No, no te dejaré sola en esto. Podemos enfrentarlo juntos” “No sé qué nos espera allí, y no quiero ponerlos en peligro. Por favor, llévate a tu madre y mantente a salvo”.
Entre los manglares y la intrincada vegetación, Odalis se encontraba ahora rodeada por hombres con bolsas de goma y equipos de buceo. El nerviosismo se apoderaba de ella mientras intentaba permanecer agachada, camuflada entre las ramas que apenas ofrecían cobertura. De repente, un hombre se acercó sigilosamente por detrás, colocándole un arpón en la espalda.
«Avanza», resonó la voz del hombre que sostenía el arpón, con nervios a flor de piel, comenzó a caminar hacia el grupo de hombres que la aguardaban. Entre ellos, se destacaba Elvi, con una expresión de desconfianza y sorpresa. “Odalis, te fui a buscar y no estabas. ¿Cómo llegaste aquí?” “Supe de este lugar por internet, y la verdad, me intrigo venir a conocerlo”. Elvi rió con escepticismo. “No mientas. No sé cómo te enteraste de este lugar, pero igual eres útil. Ponte un tanque de oxígeno y lo demás”. Odalis, resistiéndose “No lo haré. No quiero”. Elvi sacó un arma y la apuntó directamente a la cabeza “No te estoy preguntando”.
Con resignación, Odalis obedeció y se colocó el equipo de buceo. El grupo, ahora equipado, se sumergió en los manantiales, arpones en mano, iluminando las oscuras cuevas con sus linternas subacuáticas. A pocos metros, una luz proveniente de las profundidades.
La luz en la entrada del manantial parecía provenir de un farol sumergido en las profundidades. Al acercarse más, se reveló como una especie de isla dentro del manantial. Al salir del agua y quitarse los equipos de buceo, el grupo se adentró aún más. Elvi, mirando a Odalis, soltó un comentario irrespetuoso “con ese bañador te ves muy bien”.
Odalis, ignorándolo por completo, continuó caminando. A lo lejos, divisó unas plantas que cubrían una entrada. Elvi, en un intento torpe de galantería, le indicó a Odalis que avanzara primero “adelante primero, las damas”. Odalis, sin darle importancia, avanzó. Al quitar las plantas, descubrieron una caja de metal en una roca plana con dos espadas enterradas a los lados, a la mitad de su longitud y en posición vertical.
Elvi, emocionado, corrió hacia la caja ¡Voy primero! Entró rápidamente y agarró la caja. Odalis, con un grito de advertencia, “no, ¿acaso eres idiota?”, en ese momento, un temblor comenzó lentamente. Todos, ahora en estado de pánico, corrieron hacia el agua. Antes de sumergirse, notaron que la marea subía rápidamente. Con temor y sin saber qué hacer antes de que todo quedara sumergido y se ahogaran, Odalis corrió hacia la dirección donde estaba la caja y las espadas, pero no antes de quitársela a Elvi y darle un golpe en el rostro.
Odalis cayó al suelo, sintiendo el peso de la adrenalina en su cuerpo mientras los hombres de Elvi disparaban arpones que se clavaban en el suelo sin acertarle. Rápidamente, se dio cuenta de la entrada de una cueva tras la roca donde estaba la caja. Se lanzó sin dudar, cayendo en una cavidad parcialmente sumergida. Con la caja en una mano, nadó hacia una salida y emergió en una cueva iluminada por la luz natural.
Al ver un agujero más allá de la caverna, escuchó el sonido de aves y vio la esperanza en la forma de luz al final del túnel acuático. Sin embargo, el sonido de chapoteo detrás de ella reveló que Elvi la seguía implacablemente. Odalis, decidida, salió de la cueva y llegó a los manglares, corriendo entre el lodo y las raíces mientras los disparos de Elvi resonaban detrás de ella.
Finalmente, a punto de alcanzar en la playa, Elvi la derribó Elvi se levanta y le da una patada en el estómago la agarra del pelo y la levanta Odalis, sin rendirse, lanzó arena a los ojos Elvi gritando «maldita perra» Odalis coge la caja y le da en la cabeza a Elvi que cae al suelo Odalis le dice «perra tu madre pendejo» Odalis corre con la caja en mano y a lo lejos se escucha «Odalis» la barcaza con Carlos y Felicia paralelo a ella en la orilla de la playa se dirige a la barcaza cuando una bala rozó su brazo, haciendo que soltara la caja. Elvi se acercó, amenazante apuntándole diciendo «crees que vas a salir con vida de esta», Sin embargo, el rugir de un motor interrumpió sus palabras. La barcaza de Carlos y Felicia emergió del océano, embistiendo a Elvi y arrojándolo lejos. Carlos y Felicia levantaron a Odalis, caminando por la playa, dejando a Elvi inconsciente. Elvi recobró el conocimiento justo a tiempo para ver un cocodrilo acercándose rápidamente, mordiéndole la pierna y arrastrándolo hacia los manglares.
Después de tres días de recuperación en la cálida casa de Felicia, Odalis finalmente se sintió lo suficientemente fuerte como para explorar el misterioso contenido de la caja. Felicia la miró con una sonrisa, sabiendo que estaban a punto de desvelar un secreto fascinante.
Odalis tomó la caja con cuidado, sintiendo la intriga correr por sus venas mientras deslizaba sus dedos sobre la cerradura. Al abrirla, un resplandor suave y un aroma floral llenaron el aire, revelando un tesoro en su interior. Entre los pétalos de flores, descubrió una colección deslumbrante de joyas, con oro y piedras preciosas que centelleaban con cada movimiento.
Al explorar más a fondo, sus ojos se posaron en una estatua dorada que ocupaba el fondo de la caja. Era una representación de Ganesha, la diosa hindú, con cuatro brazos sosteniendo diversos objetos simbólicos. En su frente, un diamante rojo resplandecía, capturando la luz de la habitación.
La sorpresa y el asombro se reflejaron en el rostro de Odalis mientras murmuraba, «¿Qué hace la diosa Ganesha de la India en esta caja?» Un nuevo enigma se abría ante ella, conectando su aventura con misterios que se extendían más allá de las fronteras geográficas y culturales
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