Tenia la mirada perdida, la espalda levemente encorvada y su pie derecho se movía al compás de la canción. Romance de barrio, el tango predilecto de la vieja que, aun con sus noventa y dos años, y con su bastón para poder mantenerse de pie, le hacía recordar a su amor de juventud, y mover las piernas como cuando la sacaban a bailar tangos en los asaltos de los clubes.
Adela es mi mamá, ella se casó con mi papá aun queriendo a su novio de la adolescencia. A la gente le resulta un poco inusual escucharme contarlo con tanta naturalidad, pero… ¿Qué le voy a hacer? Es la historia que, de alguna manera, me tocó escuchar una y otra vez hasta familiarizarme con la idea de que la viejita vivió toda su vida físicamente con un hombre que quería y la hacía sentir de la misma manera, pero con sus pensamientos puestos en un hombre que amó, ama y amará hasta su último suspiro, aunque del que nunca supo cómo podría ser como marido porque no prosperó su corta relación.
Adela y Franco se conocieron en un asalto en la localidad de Ramos Mejía, allí se hacían los bailes del famoso club de bomberitos donde todos los vecinos iban a pasar una velada divertida, mientras que otros iban con el afán de conseguir parejas. Por supuesto, todo arreglado por sus madres, quienes acompañaban sobre todo a las mujeres para encontrar el amor que sea de su conveniencia. Adela ya desde joven era un tanto rebelde, jamás hubiese ido a ese tipo de lugares por el simple hecho de conseguir un novio con dinero o familia de buen pasar. Mi madre siempre anheló ser feliz, trabajar, casarse y tener hijos con la persona que eligiese. Allí fue donde conoció a Franco, su amor de adolescencia -y de toda su vida-.
Franco era un vecino del barrio, aunque más de las cercanías, de Ciudadela precisamente. Él siempre era acompañado a los asaltos por su madre, quien lo orientaba a buscar una muchacha que sea de apariencia agradable y, luego de cruzar algunas palabras entre quienes serían futuras suegras más adelante, le daría el visto bueno para juntarse con una mujer «de la casa». Todo era de mucha conveniencia en ese entonces, aunque también los jóvenes de esa época se divertían -a su manera-.
Recuerdo que mi madre no era de esas mujeres que les gustaba salir demasiado, pero tampoco quería quedarse en su casa porque se aburría. Era una mujer algo solitaria, con pocas amigas que vivían a escasas cuadras de distancia. Aunque, a decir verdad, la distancia era relativa ya que en aquel entonces había muchos terrenos con campos por construir. Según ella, eso fue lo que le gustó a Franco.
Pasaron algunos fines de semana de bailes en diferentes clubes, pero Bomberitos era el lugar por excelencia para los jóvenes de aquella época. Un día, sin muchas palabras mediante, Franco y Adela se acercaron a la pista de baile y comenzaron a bailar tímidamente, hasta que en poco tiempo la química entre ellos era tal que no podía disimularse, ni siquiera ante los ojos de sus madres. Cada una orgullosa de su hijo y de la crianza que le había dado hasta el momento, permitiéndole así comenzar su vida adulta de ahora en adelante. Se hacía tarde, y Franco y Adela seguían divirtiéndose entre todos los jóvenes bailarines que seguían intentando dar con alguien para terminar la noche demostrando a su familia que se encontraban en condiciones de darle un rumbo distinto a sus vidas.
Fue así que ambos comenzaron a encontrarse en la plaza o cerca de la estación, donde veían pasar los trenes al atardecer de cada miércoles. Mi mamá estaba muy enamorada y Franco también, ambos habían pensado en casarse y formar una familia más adelante. Pero el destino les tenía preparado otro plan…
Un miércoles al mediodía, donde el barrio estaba calmo y se escuchaban los pájaros cantar, Franco le pidió a Adela que fueran a la plaza y se sentaran en su banquito de siempre porque tenía que darle una noticia muy importante. En ese momento, Adela imaginó que sus suegros le habían dado un adelanto de boda para comenzar a construir su propia casa, pero no se acercaba a lo que Franco tenía para decirle.
-¿Qué? ¿La conscripción? ¡No te lo puedo creer!¿Y no podés decir que no?
– Es obligatorio, tengo que ir y servir en lo que sea al país. Me siento en la responsabilidad y obligación de hacerlo.
-No… No puede ser posible. Tantos números habidos y por haber, y te viene a tocar justo a vos. Dios me libre, Franco. ¿Y qué hacemos con el casamiento, con los planes que teníamos en mente?- Se lamentaba Adela, visiblemente confundida y asustada.
– Amor, es solo un tiempo. Te prometo que voy a escribirte todas las veces que pueda y a mi regreso, pondremos en marcha los planes que tenemos pensados. En serio, tranquila, quiero que mi futura mujer esté orgullosa de mí.- Demostraba Franco con tono apacible, aunque internamente algo nervioso.
-Lo estoy, claro que lo estoy, pero…- Adela frenó repentinamente arrepintiéndose de lo que iba a decir después.
-¿Pero…?
– Nada.
– Pero si no vuelvo, ¿eso es lo que quería decir?
Adela se sentía algo angustiada, nerviosa y perdida. ¿Qué se suponía que debía decir en esos momentos? No sabía, pero sentía que lo mejor era quedarse callada.
– Mirá, Ade, en mi familia siempre me enseñaron a ser optimista, o al menos intentarlo. De nuevo, te prometo que voy a dar todo lo mejor que tengo para hacer bien mis tareas, y te escribiré cada vez que pueda para que no te sientas sola.
Adela miró a Franco queriendo creerle y se fundieron en un gran abrazo mezclado de tristeza y esperanza.
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